AÑO
SACERDOTAL EN POESÍA |
FIN DEL AÑO SACERDOTAL
Por de pronto – y acaso inesperadamente – una purificación profunda de la Iglesia en acciones de sacerdotes, acciones que no estaban de acuerdo con el Corazón de Cristo; y, con ello, un talante nuevo para el futuro. Triunfe siempre la verdad y el derecho de los más débiles, aunque con ello quede comprometido nuestro aparente honor y prestigio. Gracias, Señor.
Y el fruto ha sido un amor renovado a nuestro sacerdocio. El Sacerdote, se defina como sea, es un signo y una presencia de la ternura de Dios para con sus hijos los hombres. El Sacerdote, en todas las religiones, es “el hombre de Dios”, el hombre que trae a Dios a los hombres y que lleva a los hombres a Dios. Por eso, espontáneamente concebimnos al Sacerdote como el hombre espiritual (esto es, el hombre del Espíritu), el hombre santo. Esta es la auténtica clave de comprensión de lo que es el Sacerdote, de lo que debo ser yo como sacerdote. Se puede ser sacerdote de mil maneras, pero todas deben coincidir en el punto central y esencial: el sacerdote trae al mundo el amor de Dios, la ternura de Dios… Por eso lo más específico del sacerdote es que él se encuentre impregnado de Dios, que “transpire” a Dios por todos los poros de su ser; que hable de Dios; que contagie el perdón y la misericordia de Dios. Para mí… ésta ha sido la gracia del Año Sacerdotal. ¡Sea alabado Jesucristo, Sumo, Eterno y Único Sacerdote, que ha asociado a su Sacerdocio, a sus humildes ministros!
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