178. FIESTA DE SAN LUCAS EVANGELISTA

18 de octubre

San Lucas fue fiel compañero de los Apóstoles de Jesucristo; por ellos tuvo noticia de los misterios de la religión cristiana y del sagrado Evangelio, como él mismo lo confiesa (1).

¡Qué ventura poder beber las verdades en su manantial! Es el medio de conocerlas debidamente y de practicarlas con perfección. Eso es también lo que hizo a san Lucas tan firme en la fe; porque, habiendo aprendido de los santos Apóstoles y en su doctrina - que " él estudió con sumo interés " todo aquello que da a la piedad su fundamento más sólido; ordenó esa su fe, como también su conducta y sus costumbres, en conformidad con cuanto le habían enseñado los Apóstoles.

La fe de san Lucas fue tan ilustrada, por haber tenido el Santo la suerte de conocer las más puras verdades del sagrado Evangelio, y de haberse empapado en las máximas más santas que en él se encierran. Su conducta fue tan digna, que le dio a conocer en todas partes y le mereció la estima universal. Y sus costumbres fueron tan morigeradas, que servían de modelo a los cristianos de su tiempo.

En esas tres cosas debéis vosotros imitar a este Santo. La fe ha de ser luz que os guíe por doquier, y luz que abrase a los que instruís para llevarlos al cielo.

Vuestra conducta ha de ser tan regulada, ya en lo que a vosotros toca, ya en relación con los discípulos, que la tengan éstos en veneración, por considerarla muy superior al proceder ordinario de los hombres, y exenta de las pasiones que quitan o a lo menos disminuyen el debido respeto a quienes tienen cargo de regir a otros.

Finalmente, vuestras costumbres han de ser modelo para los discípulos, quienes deberán aprender en las vuestras las virtudes que ellos tienen que practicar.

San Lucas vivió en estrechísima amistad con san Pablo; por lo cual, en varias de sus epístolas, el Apóstol saluda a aquellos a quienes escribe o a otras personas, no sólo en propio nombre, sino también de parte de san Lucas, a quien llama amigo carísimo (2); y aun le escogió por compañero de sus viajes. Todo ello resultó muy provechoso a san Lucas, pues le cupo parte en el celo ardiente del santo Apóstol, en las numerosísimas conversiones que éste obró, y en todos los trabajos que hubo de soportar en sus largos y frecuentes viajes, emprendidos todos ellos para instaurar la Iglesia. Como san Pablo gustaba tanto de padecer, hasta complacerse en ello, inspiró en san Lucas el amor a la mortificación, la cual tomó tan a pechos el discípulo, que la Iglesia canta de él: " Llevó constantemente en su cuerpo la mortificación de Jesucristo " (3). Así lo había aprendido de san Pablo, el cual afirma de sí: Traigo impresos en mi cuerpo los estigmas, esto es, las señales de las llagas de Jesucristo (4).

A imitación de san Lucas, trabaréis vosotros estrecha amistad con san Pablo, si leéis con frecuencia sus epístolas, y entresacáis las principales máximas en ellas contenidas; si las estudiáis y meditáis con aplicación, y si tenéis a gala ponerlas por obra. Esforzaos cada día por ejercitaros en la práctica de alguna de ellas en particular.

San Lucas tuvo la gloria de escribir el santo Evangelio y de ser, por tal razón, uno de los secretarios de Jesucristo. Cuenta también entre los historiadores de los orígenes de la verdadera religión, por haber compuesto el libro de los Hechos, el cual contiene lo más maravilloso que operaron los santos Apóstoles en Judea, después de la muerte de Jesucristo y antes de separarse para predicar el Evangelio por todo el mundo.

Relata, especialmente, las principales empresas y viajes de san Pablo.

Bien pudiera ser que san Lucas no anunciara con frecuencia de viva voz el Evangelio, ni convirtiera a muchas personas con sus predicaciones; pero ¿a cuántos no habrá hecho abrazar la religión con sus escritos, puesto que a san Antonio le bastó esta palabra de su evangelio: Vende lo que tienes y dalo a los pobres (5), para dejar el mundo y toda su hacienda, y retirarse por el resto de sus días al desierto?

Las palabras son pasajeras y no impresionan el corazón más que una vez y por un momento. En cambio, el bien que producen los escritos, por persistir indefinidamente, como los compuestos por san Lucas, continúan siempre dando sus frutos, y son aptos para convertir almas sin número en la sucesión de los siglos, hasta el fin del mundo, con tal de mostrarse bien dispuestas a oír la palabra de Dios que en ellos se contiene.

Escuchadla vosotros con docilidad, leedla a diario con aplicación, y san Lucas será para vosotros apóstol de Jesucristo y predicador del santo Evangelio.

179. PARA LA FIESTA DE SAN PEDRO DE ALCANTARA

19 de octubre

San Pedro de Alcántara ingresó muy joven en la orden de san Francisco, e imitó a su fundador en el amor que profesaba a la pobreza: llamábala ordinariamente " la perla del Evangelio ", y puso particular cuidado por que resplandeciera en los conventos que reformó.

Cuanto más pobres seamos, mejor poseeremos el espíritu de Jesucristo, quien tuvo a gala ser pobre toda su vida, y edificó su religión sobre el fundamento de la pobreza. En la medida en que alguno se despoja de los bienes mundanales y renuncia a las comodidades de la vida - causa la más ordinaria de que se deseen y amen las riquezas - en esa misma proporción atesora los bienes de la gracia y es agradable a Dios.

Porque es menester vaciar el corazón de criaturas tan bajas, si se aspira a que Dios se posesione totalmente de él, como lo significó Jesucristo a aquel mancebo del Evangelio que le preguntaba por el camino que había de seguir para ser perfecto.

Por eso, los hombres apostólicos que han trabajado eficazmente en la salvación de las almas, como este Santo, no sólo se esmeraron en vivir desasidos de los bienes caducos, sino que los tenían por basura " (1), en expresión de san Pablo.

Lo mismo debéis hacer vosotros para mostraros dignos del empleo que ejercéis. Y ha de seros tan estimada la pobreza, que la practiquéis en todo; de manera que, no viviendo aficionados más que a Dios, encontréis en Él lo que no puede hallarse en las criaturas, y os pongáis en condiciones de recibir de su mano la plenitud de gracias que, tanto para vosotros como para los de más, necesitéis; especialmente el amor a los pobres y el celo para conducirlos derechamente a Dios.

No es posible imaginar hasta qué punto ejercitó la austeridad este Santo. Por espacio de veinte años llevó cilicio de hoja de lata; no se cubrió jamás la cabeza ni los pies; nunca se acercaba a la lumbre en lo más crudo del invierno; utilizaba una celda donde no era posible ni del todo estar echado ni completamente de pie; dormía tan poco, que había llegado a vencer casi del todo el sueño.

Merced a la práctica de tan extraordinarias austeridades, consiguió tal independencia del cuerpo, que parecía no tenerlo o que no era suyo.

No es posible domar las pasiones ni impedir que la carne se rebele, si no se acude al ayuno y a la mortificación para tenerlos a raya. De ese medio se han servido todos los santos para obtener tal resultado. Y, por vuestra parte, no encontraréis otro, si lo unís a la oración: es el que nos prescribe Jesucristo en el Evangelio.

Está muy puesto en razón que el cuerpo se sujete al espíritu; mas, para lograrlo, hay que tomar medios seguros; tomad vosotros ése de la mortificación; y, si san Pedro de Alcántara no puede ser vuestro modelo en todo cuanto practicó para mortificar su carne, séalo al menos por su recogimiento. Fue éste tan extraordinario, que no sabía nunca cómo era el techo de los lugares donde se hallaba, ni conocía a ninguno de sus religiosos más que por la voz.

Este Santo tuvo maravilloso don de oración, en cuyo ejercicio pasaba buena parte del tiempo. Vivía de ordinario tan recogido, que la presencia de Dios era en él casi continua, y hallaba en la misma tal gozo, que tenía aversión extremada al sueño; porque, como él decía, era el único capaz de impedirle la divina presencia; lo cual no es dado a la muerte que, al contrario, nos la procura viva, eficaz y eterna. Juzgando el Santo que es la oración lo que proporciona al alma esa ventura, afirmaba que media hora de oración debía considerarse únicamente como mera preparación para hacerla bien.

Procurad aplicaros mucho a la oración, utilizando el mismo medio que este Santo; o sea, practicando el recogimiento interior; si en él se persevera, el ejercicio de la presencia de Dios resulta fácil. No hay cosa que deba ni pueda procurarse con tanto empeño como la divina presencia, que da ya en esta vida el gusto anticipado de la futura.

Además, os es de suma utilidad en vuestro empleo; pues como éste se ordena a Dios y aspira a ganarle almas; es de mucha trascendencia no perder de vista a Dios en él. Sed, pues, lo más fieles que podáis a su santa presencia.

180. PARA LA FIESTA DE SAN HILARION

21 de octubre

San Hilarión se aventajó mucho en las letras humanas, merced a su privilegiado ingenio; pero se hizo mucho más recomendable aún por la pureza de sus costumbres y, especialmente, por su extraordinaria piedad.

El ejemplo de san Antonio, célebre entonces en el desierto, le ayudó mucho a adquirirla; y la reputación que se había granjeado este ilustre Padre del yermo es lo que forzó a san Hilarión a ir en su busca. Llegado cerca de él, observó detenidamente su modo de vivir; en especial, su rigurosa abstinencia, de la que por ninguna enfermedad se dispensaba; su asiduidad a la oración; la humildad con sus hermanos; su severidad templada de mansedumbre, al reprenderlos, y el celo que ponía en conseguir la santificación de cada uno. San Hilarión se esmeró, después, en practicar con todo el fervor posible cuantas virtudes había observado en san Antonio.

¡Ah! ¡qué grande es la fuerza y eficacia del ejemplo para convertir las almas y ayudarlas a progresar en la virtud! Si este Santo vivió en tanta perfección, el ejemplo de san Antonio es lo que le movió a ello. En las comunidades, principalmente, es donde el ejemplo brilla con más lustre, y donde adquiere mayor eficacia.

Cuantos viven en ellas se animan de consuno a practicar lo más santo y más perfecto que en sí contienen las máximas del Evangelio; pues lo que uno hace, tendría otro vergüenza de no hacerlo y, según axioma de los filósofos, la práctica y el amor del bien se comunican fácilmente a quienes conservan algún germen de buena voluntad para practicarlo.

Anímese y estimúlese, pues, cada uno de vosotros con el ejemplo de sus hermanos más fervorosos y que mejor poseen el espíritu del Instituto.

Contribuyó también a que este Santo se diera del todo a Dios el haberse penetrado profundamente de esta palabra de Jesucristo en el santo Evangelio: Quien no renuncie a todo lo que posee no puede ser mi discípulo (1); de tal forma que, muertos sus padres cuando sólo contaba él quince años, se despojó de todo y se retiró a la soledad. ¡Ah, cuán poderosa es la palabra de Dios para mover los corazones! Es viva y eficaz, dice san Pablo, y más tajante que una espada de dos filos; penetra hasta los repliegues del alma (2).

¡Cuán felices seríais si esta divina palabra se adentrara tan íntimamente en vuestro corazón que no tuvieseis ya afición a criatura alguna! Y, con todo, no seréis dignos de vuestro ministerio sino en cuanto os halléis en tal disposición, por ser eso lo primero que Dios exige a los que desean ser discípulos suyos. Nada contribuye tanto a conseguirlo como la soledad: al no poder buscarse en ella cosa alguna fuera de Dios, se esfuerza cada uno por vaciar el corazón de todo lo criado, a fin de poder llenarlo luego enteramente de Dios.

Además, nada tan consolador y útil como consagrar se a Dios de joven; y es que, entonces, se tiene la fortuna de que arraigue la piedad tan profundamente, que viene a ser como natural. Si no la adquiristeis en la juventud, procurad se vaya haciendo tan íntima en vosotros, por la aplicación interior y continua a las prácticas piadosas, que os resulte inalterable.

Este Santo se dio a ejercicios de mortificación y abstinencia de todo punto extraordinarios. Regularmente, a penas comía: quince higos por día integraban todo su alimento; otras veces, eran algunas legumbres remojadas en agua fría; o sencillamente pan seco. No quebrantaba el ayuno hasta después de ponerse el sol, y toda su vida tomó el descanso de la noche sobre la tierra desnuda y unos pocos juncos.

Su vida penitente - unida a la oración y al don de milagros - le atrajo la estima y admiración de todos los habitantes de la comarca; por lo que muchos acudían a él en busca de alivio para sus males.

Así se hacen señores de los elementos y aun de todo el mundo quienes consiguen domar su carne y sus pasiones. Hasta tal punto logró sobreponerse este Santo a todo lo criado, que parecía conveniente le comunicase Dios su poder sobre las criaturas, para disponer de ellas a su antojo.

También vosotros podéis obrar diversas clases de milagros, tanto en vuestras personas como en el empleo: en vuestras personas, por la entera fidelidad a la gracia, no dejando sin correspondencia ninguna de sus mociones; en el empleo, mudando el corazón de los niños descarriados que Dios confía a vuestros desvelos, hasta hacerlos dóciles y fieles a las máximas y prácticas del santo Evangelio; piadosos y modestos en la iglesia y siempre que oran; cumplidores de su deber en la escuela y en sus casas.

Tales son los milagros que Dios os da el poder de obrar y que exige de vosotros.

181. SOBRE LAS VIRTUDES DE SAN ROMÁN, OBISPO DE RUÁN (*)

23 de octubre

San Román fue modelo de todas las virtudes desde su primera juventud. Sus piadosísimos padres procuraron que recibiera educación tan cristiana como noble, para disponerle a desempeñar las relevantes tareas a que estaba destinado.

Demostró a las claras que había aprovechado tan esmerada educación, pues en su cargo de Canciller de Francia puso tanto cuidado en velar sobre sí para conservar la piedad con Dios, como celo en administrar la justicia.

Vivió siempre sobre aviso para no mancillar la inocencia, en medio de la corrupción del siglo, y se conservó tan puro en medio de una brillante sociedad, como si hubiese morado en el retiro más apartado.

¡Qué motivo de confusión para nosotros, pues tan fácilmente perdemos en las ocupaciones exteriores el espíritu de piedad, adquirido en los ejercicios de la vida interior! Aprendamos de san Román a ir y venir por el mundo, y a permanecer en él, sin consentir que nos contamine la corrupción de las máximas y del espíritu mundanos.

Este gran Santo, que logró esclarecer primero con el brillo de sus virtudes a las personas que vivían en el estado seglar; fue elegido más tarde por Dios como faro resplandeciente que ardiera en el candelero de la Iglesia.

Elegido arzobispo de Ruán, se dedicó con celo infatigable a luchar contra la idolatría del pueblo y la simonía de los eclesiásticos y, en fin, a procurar tantos adora dores a Jesucristo, y cristianos perfectos a la Iglesia cuantos eran los que el demonio se esforzaba por arrebatarle.

No temía en el mundo sino al pecado; por eso mantuvo siempre su alma vestida con la túnica de la inocencia bautismal. Tampoco experimentó miedo alguno al apoderarse de un dragón que, no sólo devastaba los frutos del campo, sino que devoraba también a las personas.

Luchemos por conservar la inocencia del bautismo en los niños que nos han sido o nos serán confiados. Y, si tuvimos nosotros la desgracia de perderla, trabajemos por recobrarla, mediante una penitencia proporcionada a la gravedad de nuestras culpas.

¡Qué felices seríamos si pudiéramos volver al estado de justicia original! Para alentarnos a ello ponderemos estas palabras de san Ambrosio: No hay más que dos caminos para ir al cielo: o la inocencia conservada o la inocencia recobrada por la penitencia ".

Vida tan pura como la de san Román mereció que Dios le revelase la hora de su muerte, mientras celebraba la santa misa. Eso le movió a retirarse a la soledad, para no ocuparse más que de sí mismo. Allí le acosó el demonio con furiosas tentaciones; pero el recuerdo continuo de las verdades eternas y su asiduidad a la oración, le dieron la victoria y la ocasión de acrecentar sus méritos.

No conseguiremos nosotros fortalecer el alma contra todas las acometidas del enemigo de nuestra salvación, sino acudiendo a esos dos medios.

La meditación de las verdades que la fe nos enseña es más tajante que una espada de dos filos, y penetra hasta los repliegues del alma y del espíritu, hasta las coyunturas de los huesos (1), según dice san Pablo.

Pero no basta estar convencido de las verdades de la salvación; es necesario además pedir a Dios por la oración ferviente que nos ayude en nuestras flaquezas, y que la gracia nos determine a practicar cuanto el Espíritu Santo nos haya dado a entender que desea de nosotros.

182. PARA LA FIESTA DE LOS SANTOS APÓSTOLES SIMÓN Y JUDAS

28 de octubre

San Simón y san Judas menospreciaron y dijeron adiós al mundo para ir en seguimiento de Jesucristo y formar parte de sus discípulos, en cuanto vieron los milagros que obraba.

¡Cuán felices sois vosotros por haber tenido la misma suerte y felicidad que gozaron ellos en dejar el siglo! Debéis considerar esta gracia como una de las mayores que habéis recibido en toda vuestra vida. Mostraos reconocidos diariamente a Dios por ella y, para vivir en conformidad con el espíritu de vuestra vocación, despreciad el mundo y, mirándolo como enemigo de Jesucristo, oponeos siempre a él, y a todas sus máximas.

Aborreced su frecuentación, y no tengáis trato con las personas que en él viven, sino en la medida que la necesidad os obligue a ello. Así os pondréis a salvo de sus emboscadas y de todos los peligros que en él se encuentran, y conservaréis el espíritu de vuestra vocación.

Comunicando con el mundo, se acaba admitiendo su espíritu y, como éste es opuesto al de Jesucristo, y ambos no pueden subsistir a un tiempo en la misma alma; se pierde a la fuerza el espíritu de Jesucristo al llenarse del espíritu mundano.

Pedid hoy a Dios con insistencia, por intercesión de los dos santos Apóstoles cuya fiesta celebramos, que os inspire cada día mayor alejamiento del mundo corrompido, y os incline a aficionaros a la santa moral de Jesucristo.

Los dos santos Apóstoles se dedicaron a predicar el Evangelio, y convirtieron muchas almas a Dios; mas los demonios y el mundo no podían llevar en paciencia ni sus trabajos apostólicos ni el fruto que de ellos se seguía para la extensión del Evangelio; por lo cual les suscitaron persecuciones tan crueles que acabaron en darles muerte; pues con el anuncio de la Buena Nueva destruían el imperio del demonio y se oponían a las máximas del mundo.

Si desempeñáis vosotros fielmente el ministerio, y trabajáis con provecho y resultado en la salvación de las almas que os están confiadas, la persecución será vuestra herencia, tanto de parte de los demonios como del mundo.

Si aborrecéis el mundo y os oponéis a sus costumbres y máximas, tened por seguro que él os odiará a su vez, y os declarará guerra abierta: preparaos para la lucha.

La oración será el mejor medio a que podáis acudir para disponeros a ella, porque a Dios le toca combatir en vosotros y por vosotros contra el demonio y contra el mundo, y porque sólo con su particular ayuda podréis vencer a uno y a otro.

Muy lejos de lamentarlo, alegraos de estar en guerra con ellos: será indicio de que agradáis a Dios el que desagradéis a los hombres, pues el mundo no puede amar sino a los que le aman y tienen sus mismas costumbres (1).

Estos dos santos Apóstoles mostraron celo tan ardoroso de implantar y propagar la religión cristiana, que nada fue suficiente para arredrarlos: todas las amenazas y cuantos tormentos hubieron de soportar, de ningún modo consiguieron impedir que continuaran anunciando a Jesucristo y dándole a conocer.

Vosotros no emprenderéis cosa alguna que pueda contribuir a vuestra salvación o a la del prójimo sin que el mundo se os oponga. Sobrellevad valerosamente sus con tradicciones y permaneced firmes en la práctica del bien, no obstante todos los obstáculos que para ello podáis encontrar. Dios ha de bendecir cuanto el celo os mueva a emprender por su amor, y alcanzaréis victoria contra todos los que se opusieren a lo que por Él emprendáis.

No os inquietéis por dar gusto a los que Jesucristo no pudo contentar y son enemigos suyos declarados. Repetid con san Pablo: Si todavía prosiguiera complaciendo a los hombres, no sería yo siervo de Jesucristo (2).

Pero no basta que seáis vosotros discípulos verdaderos de Jesucristo; estáis también obligados a procurar que le conozcan y adoren los niños que eduquéis. A este fin ha de tender el empeño que pongáis en vuestra propia perfección.

183. PARA LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

1 de noviembre

La felicidad de los Santos es cosa tan excelente y tan por encima de las ideas humanas, que san Pablo, al hablar de ella dice: Ni ojo alguno vio, ni oído oyó ni pasó al hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para aquellos que le aman. Es, dice, la sabiduría recóndita de Dios, la cual preparó antes de los siglos para gloria nuestra (1).

Efectivamente, la sabiduría eterna, que está en sí misma llena de gloria y de majestad, y que constituye todo el esplendor y felicidad de los santos, permanece oculta para nosotros en esta vida, y solo mediante la fe podemos conocerla. Únicamente en la Gloria nos será dable contemplar a Dios sin velo y a cara descubierta:

Sabemos, sí, dice san Juan, que cuando se manifieste claramente Jesucristo, seremos semejantes a El en la gloria, porque le veremos como El es (2). ¡Qué ventura para los Santos ser semejantes a Dios por la participación de su naturaleza y de sus divinas perfecciones! (3).

Allí está verdaderamente Dios en sus Santos por cierta sagrada comunicación de lo grande que hay en Él. Y los Santos están en Dios, porque el ser de ellos se halla totalmente penetrado de Dios, en forma que no pueden pensar sino en Él ni amar más que a Él.

Rendid, pues, en este día tributo de honor a los Santos; pero sea en Dios, porque en El es donde los hallaréis a todos. Admirad cuán sin medida es la felicidad que gozan en el cielo y cuán deslumbrante es la gloria que reciben. Y pedidles que os obtengan de Dios la gracia de entrar a la parte con ellos en su posesión, después de la muerte.

Por mucha que sea vuestra esperanza de participar en la gloria de los Santos, quedaría sin efecto alguno, si no trabajaseis por llegar a ser santos, utilizando los medios a que ellos acudieron para conseguirlo.

Ellos, dice san Pablo, sostuvieron recios combates en las diferentes aflicciones que padecieron: sirvieron, explica, de espectáculo al mundo por las injurias y malos tratamientos llevaron con alegría el ser despojados de sus bienes, considerando que tenían un patrimonio más excelente y duradero (4).

En otra parte añade: Sufrieron asimismo escarnios y azotes, además de cadenas y cárceles. Fueron unos apedreados, otros aserrados o muertos a filo de espada; otros anduvieron errantes de acá para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra; desamparados, angustiados, maltratados; otros, al fin, de los cuales el mundo no era digno, yendo perdidos por las soledades, por los montes, y recogiéndose en las cuevas y en los antros de la tierra (5).

Ninguno de estos Santos, aun atormentados de diversas maneras, quiso redimir la vida presente, para asegurar así otra mejor en la resurrección (6).

Todo lo que precede es de san Pablo, el cual, valiéndose de expresiones admirables, describe los distintos medios de que los Santos se sirvieron para conseguir la gloria que poseen. Y continúa: Ya que estamos rodeados de tan grande nube de testigos, descarguémonos de todo el peso que nos tiene ligados y nos impide elevar nos al cielo. Corramos mediante la paciencia por la senda que se nos propone (7), la sola que nos conduce a la felicidad de los Santos; pues, como termina el mismo Apóstol, únicamente las aflicciones nos producen el peso eterno de gloria que nos está destinado en la otra vida (8).

Suspirad, pues, a diario por los padecimientos, como hicieron muchos Santos, esperando y anhelando ser revestidos un día, como ellos, de la inmortalidad en la gloria.

Lo que animó a los Santos a padecer hasta tales extremos por gozar más tarde la bienaventurada eternidad, fue el ejemplo del Salvador. Como dice san Pablo: Estaban persuadidos de que habían de llevar siempre en su cuerpo la mortificación de Jesucristo, a fin de que la vida de Jesús se manifestase también en sus cuerpos mortales (9); y de que resucitará también a sus elegidos quien resucitó a Jesús, y hará que estén todos en su presencia (10).

Fundados en esa misma confianza, dice asimismo el Apóstol, que preferían ser separados del cuerpo para gozar de la vista del Señor (11). Por eso, toda su ambición era serle agradables, pues estaban convencidos de que así como aquellos que Dios tiene predestinados deben ser conformes a la imagen de su Hijo, y tomarle por modelo de su vida (12); así todos también comparecerán ante el tribunal de Jesucristo para que cada uno reciba el galardón debido a las buenas o malas obras que haya hecho, mientras ha estado revestido de su cuerpo (13).

Ved por qué los Santos, mientras moraban en su cuerpo mortal como en tienda de campaña, gemían agobia dos debajo de su pesantez, pues querían que la vida absorbiese lo que había de mortalidad en ellos (14).

Tomad, pues, a Jesucristo por modelo, y suspirad, como hicieron los Santos, por la felicidad de que al presente gozan en el cielo, no poniendo, como enseña san Pablo, vuestra mira en las cosas visibles, sino en las invisibles, porque las que se ven son transitorias, mas las que no se ven son eternas (15).

184. PARA EL DÍA DE LA TRASLACIÓN DE LAS SANTAS RELIQUIAS (1)

17 de julio

Sobre la veneración que debemos a las Reliquias de los Santos

Dios nos invita a esta práctica de devoción por el sinnúmero de prodigios que ha obrado en virtud de las sagradas reliquias de sus siervos; como lo observamos en los sepulcros de los mártires y de los santos confesores, los cuales, según dicen los concilios, son fuentes saludables que Jesucristo pone a nuestra disposición, de las que manan toda clase de socorros en favor de los enfermos, y donde hallamos veneros de dulzura que sanan las dolencias, disipan las tristezas malignas y las tentaciones, por la virtud que Jesucristo les comunica.

Así lo vemos en la traslación de las reliquias del protomártir san Esteban y en la de otros muchos Santos; de manera que no nos es lícito poner en duda el sumo cuidado que Dios tiene de todas las cenizas y los huesos de ellos, según su palabra (1), porque fueron miembros vivos y templos animados del divino Espíritu.

En virtud de ese principio, encargó Dios a los ángeles que dieran sepultura al cuerpo de santa Catalina, y ha descubierto las reliquias de otros Santos por medio de luces milagrosas, a fin de que no quedasen olvidadas en la oscuridad de algún sepulcro común o poco digno, y para que aprendiéramos a venerarlas, en beneficio de nuestros cuerpos y de nuestras almas.

Si la bondad de Dios nos prodiga tantos bienes en consideración a los humildes servicios que tributamos a esos sagrados despojos inanimados, ¿qué dones no tendrá dispuestos para los que imitan a las nobles almas que los informaron?

El culto de las sagradas reliquias se ha practicado desde muy antiguo, y viene confirmado por las constituciones de los concilios y la práctica de las personas más virtuosas de los últimos siglos. El ejemplo del gran san Carlos Borromeo es singular en este punto, como puede verse en la historia de su vida.

Los Santos que ya están en la gloria anhelan justificadamente que se les conceda ese honor, puesto que son en el cielo los protectores de quienes vivimos aún en la tierra. Lo vemos por el ejemplo de san Dionisio apóstol de nuestra Francia, de san Sebastián, san Mauricio y otros, que solicitaron honrosa sepultura para sus cuerpos.

Por fin, este culto es medio excelente de granjearnos su intercesión; pues hallándose ya los Santos en estado de caridad consumada, recompensan abundantemente los honores que les tributamos venerando sus reliquias: despiertan con sus oraciones nuestra devoción; " presentan a Dios nuestras plegarias " (2), y nos invitan a ser como ellos hostias vivas delante del Señor.

Adorad a Dios, tan admirable en sus Santos; confundíos a los pies de la divina Majestad, y aprended de ellos a santificaros. ¡Ay de quien, no obstante tales ejemplos de virtud, sólo alimenta aún sentimientos de estima por la vanidad!

Los frutos que debe producir en nosotros la veneración de las santas reliquias han de ser:

Primero, penetrarnos de singular estima y de sentimientos particularísimos de devoción y de respeto hacia las reliquias de los santos, sobre todo de aquellas cuya traslación hoy se celebra; de modo que se despierte en nosotros especial confianza en la intercesión de los bien aventurados cuyos huesos tenemos la suerte de venerar cerca de nosotros.

Segundo, mostrarnos santamente ambiciosos, considerando los honores que Dios tributa a sus siervos, y persuadiéndonos de que no merecen llevar nombre de cristianos, y mucho menos de religiosos y consagrados a Dios, quienes no se esfuerzan por ser particulares amigos de Dios, mediante la fidelidad a sus gracias, y el cuidado constante de buscar únicamente su gloria y la salvación eterna.

¡Qué ceguera pretender ser honrados con los santos en la otra vida, y no vivir como ellos en ésta! ¡Dejarse dominar por pensamientos terrenales; no saber discernir entre lo vil y lo precioso, y buscar los placeres y honores del siglo!

¿No es para asombrarse y compadecerse, a la vez, que así procedamos quienes pretendemos ser partícipes de la dichosa suerte de los santos? No sea así en lo sucesivo; levantemos al cielo nuestras aspiraciones y que la contemplación de las santas reliquias nos sirva de estímulo para encender y acrecentar en nosotros el espíritu de martirio, el menosprecio del mundo y el amor ardiente a nuestro Señor Jesucristo.

185. PARA LA CONMEMORACIÓN DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO

2 de noviembre

Pensamiento santo y saludable es rogar por los difuntos para que sean absueltos de sus pecados (1): eso dice Judas en el libro segundo de los Macabeos, capítulo doce. Y es, de hecho, una de las mejores y más santas instrucciones que podamos recibir, porque nos impele a poner en práctica aquello que de más provecho puede resultar para las almas del purgatorio; las cuales, no pudiendo valerse a sí mismas, ni proporcionarse el alivio que necesitan para verse libres de sus penas; requieren para ello la ayuda de las oraciones y obras buenas de quienes son aún viadores.

¡Qué situación tan dura para estas almas hallarse de tenidas entre llamas devoradoras, por no haber satisfecho en vida la pena que merecieron algunos pecados de poca importancia, o por no haber expiado plenamente los que les hicieron perder la gracia santificante!

Esa es la razón de que estas ánimas santas, aun acatando en su penosa situación el divino beneplácito, imploren insistentemente las oraciones de los vivos, que pueden obtenerles, muchas veces con facilidad, lo que a ellas les resulta imposible, pues no está Dios dispuesto a aceptar nada de cuanto bueno hicieren en expiación de sus pecados, ya que les concedió tiempo suficiente en vida para satisfacer por ellos.

Apiadaos de la situación en que se hallan las benditas ánimas; las cuales, aunque sin inquietud, suspiran por su rescate, a fin de poder gozar lo antes posible de Dios: esto esperan de su infinita bondad con firme y segura confianza, tan pronto como tengan la suerte de ser liberadas de sus penas.

Tenemos cierta como obligación de rogar a menudo a Dios por las benditas almas que padecen en el purgatorio.

En primer lugar, porque Dios, que las ha entregado a los rigores de su divina justicia, durante el tiempo que le pluguiere, según la gravedad de las culpas y el escaso interés que durante la vida manifestaron en hacer penitencia; no les ha dejado, después de la muerte, otro refrigerio que los sufragios de los fieles aún viadores. Estos, con sus oraciones, ayunos, penitencias, limosnas, el santo sacrificio de la misa, o cualquiera otra satisfacción, pueden acudir en su socorro.

En segundo lugar, porque estamos unidos exteriormente a las almas del purgatorio como miembros, unos y otros, de la Iglesia y de Jesucristo; e [interiormente] en virtud de la gracia santificante, que asimismo nos es común en Jesucristo: doble lazo de unión que debe inspirarnos sentimientos de lástima hacia esas almas dolientes.

Pero lo que mejor nos descubre la obligación en que estamos de tomar parte en los dolores de estos justos afligidos, y lo que más ha de animarnos a socorrerlos por todos los medios que tenemos a mano, es que la Iglesia nuestra madre común, no perdona recurso alguno para inspirarnos ese celo en favor de sus hijos pacientes, por los que se muestra llena de ternura.

Debemos, por tanto, unirnos a la Iglesia, como miembros suyos que somos, para presentar a Dios nuestras preces y el sacrificio de la santa misa; a fin de que, aunados así con ella y con todos los fieles, que son sus miembros y forman un solo cuerpo, consigamos fácilmente de Dios, en virtud de unión tan estrecha y por la abundancia de tantas oraciones y sufragios, la pronta libertad de unas almas que tanto padecen. Ellas, por su parte, una vez en el cielo, podrán alcanzarnos muchas gracias con su intercesión, de modo que también nos otros consigamos su felicidad.

Penetraos, pues, del espíritu que anima a la Iglesia en este día, y uníos a todas las plegarias y sacrificios que ofrecerá ella al Señor por el socorro de las almas del purgatorio. Implorad en su favor la divina misericordia, con todo el fervor e insistencia que os fuere posible; así podréis honraros de ser miembros dignos de la Iglesia y cooperadores de Jesucristo (2) en la redención de esas almas cautivas.

186. PARA LA FIESTA DE SAN MARCELO, OBISPO DE PARÍS

3 de noviembre

Los padres de san Marcelo eran muy virtuosos y tuvieron particular cuidado de que recibiera su hijo educación esmerada. Gracias a ella y a su buena índole, adquirió en poco tiempo este Santo tal piedad, que le granjeó el respeto y la estima generales, junto con no pequeña reputación.

¡Qué beneficio tan inapreciable es haber recibido educación esmerada! Gracias a ella, se adquieren con grande facilidad muchas virtudes; porque las inclinaciones de los jóvenes son fáciles de dirigir, y ellos por su parte abrazan sin dificultad los buenos sentimientos que se les inspira.

Considerad, pues, cuánto importa que os empeñéis lo más que os fuere posible en educar bien a todos los que tenéis a vuestro cargo y en inspirarles la virtud. Ése es el blanco principal y el fin de vuestro empleo. Persuadíos de que no lo ejerceréis con fruto, ni seréis gratos a Dios, ni El derramará copiosas bendiciones sobre vosotros y sobre vuestros trabajos, sino en la medida en que consideréis su educación como la principal de vuestras preocupaciones.

El cuidado que en ello pongáis acabará por conseguir de los alumnos que sean dóciles y muy sumisos a sus padres y a quienes éstos los encomienden; modestos y recatados en su porte externo; devotos en la iglesia y en todo lo referente a Dios, a las cosas santas y a la religión.

La humildad, modestia y gravedad de este Santo fueron tales, que el obispo de París le admitió en su clero, mirando únicamente a las virtudes que en él brillaban. Cuando apenas se había agregado a ellos, fue ya motivo de ejemplar edificación para los otros clérigos, que le miraban como dechado suyo; por lo cual le obligó su obispo a hacerse sacerdote, no obstante la repugnancia que él sentía, creyéndose indigno de tal honor y de la eminencia del carácter sagrado.

Vosotros ejercéis un empleo que se asemeja más que ningún otro al de los sacerdotes, por su ministerio. Así como fue su rara y extraordinaria virtud lo que mereció la exaltación a san Marcelo; así debéis también vosotros, al abrazar vuestro estado, traer a él, y conservar luego en su ejercicio, piedad nada común, que os distinga del resto de los hombres, sin lo cual resultaría difícil que desempeñaseis debidamente el ministerio; pues habiéndose instituido éste únicamente para inculcar el espíritu de religión y del cristianismo a los que educáis; no es posible pretender tal fin, ni los que en él se ocupan lograrán conseguirlo, sino en la medida en que hayan trabajado con anterioridad sólidamente en santificarse en sí mismos.

La santa vida de san Marcelo fue causa de su elección para el obispado de París, a la muerte de su predecesor. En cargo tan relevante y tan difícil de desempeñar dignamente, descubrió el Santo cuán ardoroso era su celo por la salvación de las almas.

Pues, aun empleando para conseguir la santificación de sus súbditos todos los talentos de naturaleza y gracia con que Dios le había enriquecido; no cesaba, con todo, de orar ni de velar a fin de disponer a los unos para convertirse, y de atraer sobre 105 otros las gracias que necesitaban para fortalecerse en la práctica del bien y adelantar en la virtud.

Puede decirse que, de algún modo, cada uno de vosotros " es obispo, esto es, vigilante del rebaño que Dios os confía " (1); y, por consiguiente, que tenéis obligación de velar sobre todos cuantos lo componen; porque, como dice san Pablo, debéis dar cuenta a Dios de sus almas (2).

¿Pensáis de cuando en cuando ante Dios lo terrible que ha de ser dar esa cuenta? El alma de todos aquellos que educáis es infinitamente amada de Dios y, si alguno se perdiere por culpa vuestra, El lo ha dicho y lo cumplirá: " os exigirá alma por alma " (3).

Tenéis dos clases de niños que instruir: los unos son amigos de libertades y propensos al mal; los otros son buenos o, al menos, inclinados al bien. Rogad de continuo por unos y otros, a ejemplo de san Marcelo; pero más particularmente, por la conversión de quienes muestran inclinaciones torcidas. Procurad mantener y consolidar a los buenos en la práctica del bien; con todo, que vuestro especial cuidado y vuestras más fervorosas plegarias se ordenen a ganar para Dios los corazones de quienes tienen tendencia al mal.

187. PARA LA FIESTA DE SAN CARLOS BORROMEO

4 de noviembre

Lo más característico y admirable en san Carlos fue su total desasimiento de los bienes de la tierra: se puso bien de manifiesto cuando, provisto de una rica abadía, siendo aún muy joven, intentó el padre del Santo apoderarse de las rentas abaciales; san Carlos tuvo el arrojo de oponerse a ello diciéndole que aquellas rentas no le pertenecían sino que eran de los pobres; y cuidó luego que se les distribuyeran. Lo mismo siguió haciendo cuando se vio dueño de sus bienes.

Tan pronto como pudo residir en su diócesis, renunció a los cuantiosos beneficios con que el papa, su tío, le había agraciado; vendió después todas sus posesiones, y el importe lo distribuyó entre los indigentes. Pero lo que resulta de todo punto extraordinario es que, en ocasión de una pública necesidad de pestilencia y carestía, vendió hasta sus muebles y su propia cama para socorrer a los pobres y enfermos, por no contar ya con qué aliviarlos; pues se había despojado de todo, y nada reservaba para sí de las rentas de su arzobispado.

El desapego de las riquezas y comodidades de la vida es una de las primeras disposiciones que se requieren para ser todo de Dios y trabajar en la salvación de las almas. Eso fue también lo primero que Jesucristo impuso a los santos Apóstoles, y lo que ellos inspiraban a los primitivos cristianos.

Si queréis, pues, haceros merecedores de que se cuente con vosotros para procurar la salvación de las almas, vivid desprendidos de todo, y las gracias de Dios se derramarán con abundancia, tanto en vosotros como en los que eduquéis. Decid, como se escribe en el Génesis: Dadme almas y quedaos con lo demás (1); quiere decir: disponed de ello como os plazca porque, exceptuados vuestro divino amor y la salvación de las almas, todo lo restante es indiferente para mí.

No basta vivir desasido, para estar en condiciones de trabajar útilmente por el bien de la Iglesia y por la salvación del prójimo; es necesario además aplicarse resueltamente a la oración y mortificación. Eso es lo que, de manera asidua, hizo san Carlos; pues no obstante estar siempre ocupado en los negocios de su diócesis, tenía oración dos veces al día sin falta y con tanta aplicación que, habiéndole uno de los religiosos relajados a quien quería reformar, disparado un tiro de arcabuz mientras el Santo oraba con su servidumbre, no se inmutó lo más mínimo y siguió rezando.

Gemía frecuentemente ante Dios por la salvación de sus diocesanos; pasaba inclusive, a menudo, parte de la noche en oración, y, cuando se le ofrecía algún negocio de importancia que interesase al bien de la Iglesia, ocupaba en orar la noche entera.

Como este Santo sabía que oración sin penitencia es con frecuencia ilusión, tenía buen cuidado de juntar la una a la otra. Vivía en su palacio como pobre a quien se da limosna; ayunaba casi todos los días a pan y agua, y no comía nunca carne, huevos ni pescado.

Llevaba cilicio y se daba la disciplina; con frecuencia pasaba la noche acostado sobre paja o sentado en una silla, y dormía poquísimo, pues afirmaba que " el obispo, por tener a su cargo las almas, no ha de ser menos vigilante que los oficiales del ejército ".

Ponderad a menudo que habéis de ser hombres de oración - ya que estáis obligados a rezar no sólo por vosotros, sino también por aquellos cuya dirección os incumbe, en lo relativo a las necesidades de sus almas -; y que, si vuestra oración ha de producir su efecto, debéis juntar a ella la mortificación.

El celo de san Carlos por la salvación de las almas fue incomparable, y con dificultad puede darse a entender hasta qué extremos lo llevó; pues, aunque parezca increíble, exigía que, por medio de memoria les, se le informara anualmente sobre la conducta de cada uno de sus diocesanos en particular, con el fin de ejercer por sí mismo toda la vigilancia y todos los desvelos posibles para procurar la salvación de sus ovejas. Quería que los párrocos de su diócesis asistieran a los moribundos y se hallaran a su lado en la hora de la muerte, pues éste es el tiempo en que el alma tiene más necesidad de socorro.

Pero donde el celo de san Carlos brilló con luz deslumbrante fue cuando la ciudad de Milán se vio invadida por la peste: se sacrificó, primero, asistiendo a los apestados, y les administró, después, él mismo los sacramentos con mucha fatiga y peligro, exponiéndose de continuo a la muerte durante todo el tiempo que duró el contagio. En esta ocasión hizo patente el santo prelado hasta qué punto despreciaba la vida cuando se ponía de por medio la salvación del prójimo.

Comparad vuestro celo por la santificación de los discípulos con el de este gran Santo, pues tenéis obligación de emplear toda vuestra vida en ayudarles a ser fervorosos cristianos. Velad sobre ellos con la misma exactitud con que veló san Carlos por todos sus diocesanos.

188. SOBRE LA DEDICACION DE LA IGLESIA (*)

Primer domingo de octubre

Considerad que la costumbre de consagrar a Dios las iglesias es muy santa y antiquísima; que muchísimos de esos lugares sagrados fueron construidos y bendecidos por los Apóstoles y sus sucesores, y que, aun estando presente Dios en todas partes por su inmensidad, se halla, con todo, de manera especialísima en las moradas que Él ha dispuesto se edifiquen en su honor; donde quiere habitar con los hombres, como en otros tantos Tabernáculos, y recibir sus adoraciones y súplicas.

En estos recintos santos desea Dios que se ejerzan las funciones más sagradas y se le tributen los más augustos deberes de la religión. Por eso exige que en ellos se esté con respeto, y amenaza con perder al que profanare el templo de Dios con sus irreverencias y liviandades (1).

Ponderad también que se solemniza el aniversario de la dedicación de las iglesias con el fin de desagraviar al Señor por los desacatos y faltas que en ellas se han cometido durante todo el año; y asimismo para darle gracias por cuantas mercedes en ellas hemos recibido, y para renovar nuestra devoción y la veneración que debemos a la iglesia, llamada casa de Dios (2).

Ved de qué modo os portáis en el templo, con qué intenciones vais a él y en qué disposiciones eleváis en él a Dios vuestras preces. ¿Es con fe viva en su presencia, y penetrados del sincero respeto que debéis a la infinita majestad del Señor?

Considerad que Jesucristo está verdadera y realmente en el Santísimo Sacramento del Altar que se custodia en nuestras iglesias: ésta es otra de las razones por las que nos vemos más particularmente obligados a reconocer la presencia de Dios en esos lugares santos. Dios mismo los ha escogido para ser en ellos venerado con particular culto; y en ellos se digna comunicar con mayor abundancia sus gracias a quienes se las piden con devoción sincera.

Si en la antigua ley " debían temblar de temor y respeto al entrar en el Tabernáculo " (3), donde se guardaban el Arca de la Alianza y las Tablas de la Ley, ¿con qué reverencia y anonadación debemos permanecer nos otros en el lugar donde Dios reside como de asiento en trono de amor, para apiadarse de nosotros, y donde de continuo le adoran infinidad de ángeles, que se tienen por muy honrados permaneciendo en su presencia y tributándole sus homenajes?

Nada debe despertar tanto en nosotros el sentimiento de respeto y devoción en el lugar santo, como pensar que allí es donde Dios se complace en prodigar nos sus gracias con singular largueza, y misericordia especialísima.

En el templo recibe con los brazos abiertos el Padre bondadosísimo al hijo pródigo; allí el buen pastor de vuelve al redil la oveja descarriada; allí el afligido halla consuelo y el enfermo, curación. Allí el débil se reviste de fortaleza renovada, y el tentado recibe amparo seguro contra sus enemigos. Allí, por fin, escucha Dios favorablemente las plegarias que se le dirigen, y colma de favores " a los que imploran su bondad " (4).

Rememoremos todas estas verdades, y reiteremos la resolución de comportarnos con tal rendimiento en las iglesias, que nos hagamos dignos de recibir y experimentar dentro de nosotros todos los efectos de la divina misericordia.

Consagremos también a Dios nuevamente el templo de nuestro cuerpo y alma, sacrificándole nuestro corazón y todas nuestras aspiraciones, tras de haberle recibido devotamente en la sagrada comunión.

189. PARA LA FIESTA DE SAN MARTÍN

11 de noviembre

San Martín fue soldado desde muy joven hasta cumplidos cuarenta años. Pero más se preocupó de alistarse en la milicia cristiana que en la del emperador. Pues, aunque nacido de padre idólatra, se inscribió en la Iglesia como catecúmeno a la edad de solos once años, y se dio inmediatamente y por completo a la piedad y al servicio de Dios; de modo que era admirado por su virtud aun de aquellos que habían recibido ya la gracia del bautismo.

Tenía especialmente tanta compasión de los necesita dos que, sirviendo aún en el ejército, encontró cierto día a un pobre desnudo que le pedía con qué cubrirse, y él, cortando su capa en dos, le dio la mitad; por lo que Jesucristo, a fin de mostrarle que consideraba como hecho a El este don, se le apareció la noche siguiente cubierto con aquella mitad de la capa, y le dijo: Martín siendo aún catecúmeno me vistió con este manto.

Vosotros, que os habéis alistado en la milicia de Jesucristo y estáis a su servicio o, por decirlo así, a su soldada, ¿estimáis tan de corazón el servicio de Dios como san Martín? ¿Sois tan caritativos con los pobres como lo fue este Santo, aun siendo sólo catecúmeno?

Ya que permanecéis a diario con los niños pobres y, de parte de Dios, tenéis que revestirlos de Jesucristo y de su espíritu; ¿habéis cuidado, primero, de vestiros vosotros de él, antes de emprender tan santo ministerio; de modo que podáis comunicarles esa gracia? Porque, según san Pablo: Las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios; y el Espíritu de Dios, añade, es el que penetra todas las cosas, aun las más íntimas de Dios (1).

Pedid, pues, al divino Espíritu que os dé a conocer aquellos dones con que el Señor os ha agraciado (2), como dice también el Apóstol; a fin de participárselos a quienes tenéis cargo de instruir, no con palabras persuasivas de humano saber (3), sino con aquellas que el Espíritu de Dios inspira a sus ministros.

Luego que san Martín dejó la milicia, fue en busca de san Hilario, obispo de Poitiers, y construyó cerca de esta ciudad un monasterio, en donde se retiró con muchos religiosos.

Llevó allí con ellos vida austerísima, en tanta piedad y tal alejamiento del mundo, que parecían no tener ya trato alguno con el siglo, de no ser algunos entre ellos, para los menesteres ordinarios de la vida, y con la menor frecuencia que les era posible.

En esta soledad es donde se entregó san Martín sin reservas a Dios, aplicándose a orar con mucho fervor, y habituándose a vivir de continuo en su santa presencia.

En el retiro se aprende el modo de hallar a Dios: en él se gusta de Dios, dada la facilidad que se tiene para entregarse a la oración, por verse privado de todo trato con el mundo. Merced a esos medios y, especial mente por haberse henchido del Espíritu de Dios y del celo que se requería para trabajar tan fructuosamente como lo hizo en la salvación de las almas; se puso en condiciones san Martín de realizar grandes empresas.

Puesto que vosotros tenéis necesidad de esas dos cosas, necesitáis también el retiro y alejamiento del mundo, en el que no se hallan ni lo uno ni lo otro; porque, según dice Jesucristo: El mundo no puede recibir el Espíritu de Dios ya que no lo conoce (4); y porque las máximas y ejercicios que el Espíritu de Dios inspira son de todo punto opuestas a las del mundo.

El retiro de san Martín trajo como consecuencia que Dios le destinara, y el clero y el pueblo de Tours le eligieran por su obispo. Ejerciendo sus nuevas y sagradas funciones, mostró el Santo su celo por la supresión del culto a los ídolos, que aún tenía vigor en Francia, cuyos reyes no eran todavía cristianos.

Mas, como él no ignoraba que sólo a Dios pertenece implantar la religión, y que los hombres no son ministros suyos sino para anunciarla y darla a conocer; de ahí que se entregara a continuos ayunos y oraciones, sin descuidarse nunca del trato con Dios.

Velaba, con todo, sin descanso por todas las necesidades de su Iglesia, pues se creía ante Dios encargado de remediarlas. Sabía que el obispo debe hacer dos cosas: pedir a Dios la salvación de las almas y ejecutar las órdenes de Dios para conseguirla.

Por ese motivo, san Martín distribuía el tiempo entre las dos ocupaciones siguientes: 1.-, levantaba las manos al cielo buena parte del día, a fin de atraer de Dios las gracias y bendiciones necesarias para lograr la conversión de los hombres; 2.-, se dedicaba a convertirlos con tal celo y asiduidad que, aun a la hora de la muerte, en su fervoroso deseo de salvar almas, decía a Dios: Si todavía puedo ser útil a mi pueblo, no rehuso el trabajo.

A ejemplo de san Martín, ocupad vosotros todo el tiempo, primero, en pedir a Dios con instancia la salvación de los que tenéis a vuestro cargo; segundo, en buscar los medios conducentes para conseguirla, y hacer que los pongan por obra.

190. SOBRE SANTA ISABEL

19 de noviembre

La piedad de santa Isabel fue tan profunda que, desde los cinco años, ninguna otra cosa le complacía sino platicar con Dios por la oración, ya en la iglesia, ya en su aposento. De ahí que hablase poco, pues no ignoraba que es fácil hablar con Dios frecuentemente, cuando se conversa rara vez con los hombres, y que el silencio es uno de los medios más oportunos para evitar el pecado y conservar el fervor.

A fin de que fueran sus hijos totalmente de Dios, tenía la costumbre, apenas nacidos, de ofrecérselos por sus manos con fervorosas plegarias.

Aun estando casada, levantábase todas las noches para tener oración y, muy de madrugada, iba a la iglesia donde, hincadas en tierra las rodillas, permanecía orando mucho tiempo. Con tal género de vida, vino a ser la Santa modelo de piedad y de virtud para su familia y sus estados. Así manifestó también con sus buenas obras, según lo exige san Pablo a las mujeres, la piedad de que hacía profesión (1).

Ejercitémonos en la piedad, a ejemplo de santa Isabel, pues dice asimismo san Pablo: La piedad es gran tesoro, que para todo es útil, y que trae consigo las promesas de la vida presente y las de la vida futura " (2). Obrad, pues, de manera que las consigáis por ese me dio, que es segurísimo, y sin el cual no alcanzaréis los verdaderos bienes, únicos que han de ser blanco y fin de todos vuestros anhelos.

Santa Isabel fue también muy penitente: tomaba a diario disciplina de sangre y, cuando le faltaban las fuerzas, suplicaba a sus hijas que se la administrasen sin miramientos. Cuando el rey su esposo, se hallaba ausente, llevaba de continuo el cilicio. En la iglesia permanecía siempre de hinojos con las rodillas desnudas en tierra, porque deseaba que la mortificación acompañase a todas sus obras.

Por espíritu de mortificación asimismo, se complacía en servir a los leprosos, y cuanto más ulceradas se hallaban sus carnes, más afición sentía por ellos. Vestía también con suma sencillez y sus trajes eran de tela muy común, por espíritu de penitencia.

Hay muchos que aspiran a ser piadosos, y que hasta rezan con frecuencia, gusto y fervor, mas exigen también todo género de comodidades. ¿Se les ofrece algo que padecer? Inmediatamente se lamentan, y es preciso que todos les muestren compasión y se preocupen de buscarle los remedios que alivien su mal. ¿Cómo puede nadie desear con tanto empeño pasar la vida sin cosa que sufrir, considerando que una reina se ha complacido hasta tal punto en mortificarse?

Puesto que vivís retirados del mundo, debéis considerar la mortificación como obligatoria para vosotros; de suerte que os sirva a modo de condimento en todo cuanto hacéis por Dios, y llegue a convertirse en hábito. Convenceos de que vivir sin espíritu de penitencia y sin mortificarse de hecho, es no vivir como auténtico cristiano, y mucho menos aún como religioso.

Lo que más contribuyó a realzar la gloria de santa Isabel fue su extraordinario amor a las humillaciones. En los varios hospitales que fundó servía ella misma a los enfermos pobres, a quienes hacía las curas y prestaba toda clase de servicios, aun los más humillantes. Esto le mereció las censuras de muchos, que consideraban tal género de funciones indigno de persona de su calidad. Mas su amor a los desprecios le movía a no dar importancia a tales maledicencias.

Cuando mejor demostró lo a pechos que tenía el vivir humillada, fue a la muerte del rey su marido. Se vio arrojada de su palacio con sus tres hijos y sus damas, a las diez de la tarde. No hallando lugar donde retirarse, mientras llegaba el día se refugió en un establo; y, a media noche, se encaminó al convento de los religiosos de san Francisco para rogarles que cantaran el Te Deum, en acción de gracias por la tribulación que le había sobrevenido.

Luego, tomó como albergue el pobre aposento que, de caridad, le ofreció un sacerdote, y allí se dedicó a hilar para tener de qué comer y alimentar a sus hijos.

¿No es indicio todo esto de paciencia extraordinaria en una reina?

Procurad imitarla. Y cuando se os presenten ocasiones de humillaros, recibidlas como enviadas por Dios, y como una de las mayores honras y de las principales venturas que pueden acaeceros en el mundo.

Así, ocurra lo que ocurriere, siempre viviréis contentos.

191. PARA LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

21 de noviembre

No sin motivo celebra la Iglesia con tanta solemnidad la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen, pues en este día se consagra a Dios para estarle dedicada durante toda su vida, y alejarse, no sólo de la corrupción del mundo, sino de toda ocasión que pudiera ser causa de ocupar su espíritu en los vanos pensamientos del siglo, o su corazón - formado exclusivamente para amar a Dios y entregarse del todo a Él - en el afecto a las cosas criadas.

Con este motivo - prevenida no sólo de la gracia sino también de la razón -, aunque en edad tan tierna, hizo en este día - a lo que se cree y según piensa un piadoso autor antiguo - voto de castidad perpetua; a fin de que, desligado totalmente el cuerpo de todos los placeres de la vida, pudiese conservar el alma en suma pureza, según dice san Juan Damasceno.

Vosotros os consagrasteis a Dios, al apartaros del siglo, a fin de vivir en esta comunidad totalmente muertos a cuanto en el mundo es propio para dar gusto a los sentidos, y de fijar en ella la morada. Debéis considerar ese día como aquel en que dio comienzo vuestra felicidad en la tierra hasta que se consume en el cielo.

Mas, no pudo limitarse a aquel día vuestra consagración a Dios; como en él le ofrecisteis vuestra alma, y el alma ha de vivir eternamente, la donación a Dios ha de ser también perpetua. Si la habéis iniciado en la tierra, ha debido ser sólo como aprendizaje de cuanto tendréis que hacer sin fin en el cielo.

Consagrada a Dios la Santísima Virgen, por entero y sin la menor reserva, en este santo día; dejaron la en el Templo sus padres - que la acompañaron en acción tan santa - para que, dentro de su recinto, fuese educada con otras vírgenes, y se aplicase allí a la práctica de todo género de virtudes. Pues era muy puesto en razón que habiendo determinado Dios convertirla algún día en templo de su divinidad, hiciera ya en Ella desde su infancia cosas grandes, por la eminencia de la gracia con que la honrase, y por la excelencia de las virtudes que en Ella produjese.

Por lo cual, según dice cierto autor piadoso, se aplicó siempre María en el Templo, al servicio de Dios y al ejercicio santo del ayuno y la plegaria, a la que se entregaba día y noche. Así discurrió piadosamente en el Templo para esta Virgen purísima todo el tiempo que allí vivió.

A vosotros os cabe la suerte de morar en la casa de Dios, donde estáis dedicados a su servicio. En ella, debéis, primero, llenaros de gracia mediante el santo ejercicio de la oración; y, segundo, esforzaros por practicar las virtudes que más convienen a vuestro estado.

Utilizando esos medios, os capacitaréis para el digno desempeño de vuestras obligaciones; las cuales no ejerceréis como Dios os lo exige, sino en la medida en que seáis fieles y muy asiduos en dedicaros a la oración. Por ella vendrá el Espíritu Santo sobre vosotros y os enseñará, conforme lo prometió Jesucristo a sus santos Apóstoles, todas las verdades de la religión, y las máximas del cristianismo (1), que debéis conocer y practicar perfectísimamente, puesto que estáis obligados a inspirar las a los demás.

La permanencia de la Santísima Virgen en el Templo trajo también como fruto convertir su corazón en templo sagrado del Señor y en santuario del Espíritu divino. Así lo canta de Ella la Iglesia en este santo día, al decir que " es templo del Señor y santuario del divino Espíritu, por cuya razón ha sido Ella la única en agradar a Dios, de modo tan perfecto y excelente que jamás ha habido criatura alguna que se le parezca " (2).

Como María es la doncella que, según el Génesis (3), había preparado el Señor para su Hijo, y, como el día del Señor se acercaba, según dice un Profeta (4); la fue Dios disponiendo con antelación, e hizo de Ella una víctima santa que se reservó para Sí.

Por eso también, según el Apocalipsis, María huyó al desierto (5); esto es, al Templo, lugar apartado del comercio con los hombres, donde halló la soledad que Dios le había deparado. Pues no convenía, en verdad, que debiendo establecer en Ella su morada el Hijo de Dios, conversase María en público ni con el común de los hombres; sino que toda su conversación fuese en el Templo del Señor y que, aun allí, hablara más de ordinario con los ángeles que con sus compañeras; a fin de hacerse digna del saludo que le dirigiría el Ángel, de parte de Dios.

Honrad hoy a la Santísima Virgen como a tabernáculo y templo viviente que Dios mismo se edificó y embelleció con sus manos. Pedidle os obtenga de Dios la gracia de que se halle vuestra alma tan bien adornada y tan bien dispuesta a recibir la palabra divina, y a comunicarla a los otros, que os convirtáis por su intercesión en tabernáculos del Verbo de Dios.

192. PARA LA FIESTA DE SANTA CATALINA, VIRGEN Y MÁRTIR

25 de noviembre

Santa Catalina, que muy joven aún se convirtió a la fe, halló el medio seguro de consolidarla en la lectura de los Libros sagrados. Aplicóse a ella de tal modo, que pudo conocerlos a la perfección. Por eso, cuando algunos pretendieron disuadirla de practicar la religión que había abrazado, jamás pudieron conseguir que vacilara en la fe. Se mostró, incluso, tan firme en ella que, apresada por orden del emperador y viendo éste que hablaba con tal denuedo en lo tocante a sus creencias, convocó a los filósofos más hábiles de Alejandría para que la convenciesen; pero de la disputa con la Santa no sacaron otro fruto que la confusión de verse reducidos al silencio por una doncella.

Ved de qué importancia es para vosotros que conozcáis bien la sagrada Escritura, pues nos asegura san Pablo que " quien la desconoce será desconocido " (1), y que es ella la que afianza en la fe y en la práctica de la virtud. Porque, como dice el mismo santo Apóstol: Instruye para la salvación, mediante la fe en Jesucristo, pues siendo inspirada de Dios, es propia para instruir, para convencer, para corregir y para mantenernos en la piedad y en la justicia; a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté bien apercibido para toda obra buena (2).

Ése fue el fruto que sacó santa Catalina de leer la sagrada Escritura, y el que importa saquéis también vosotros; pues estáis encargados por Dios de instruir, reprender, corregir e inspirar la piedad a los niños que os han sido confiados. Leedla, por tanto, con frecuencia, y hasta tal punto os llene del espíritu divino su santa lectura, que os ayude a poner por obra fácilmente todas esas funciones.

Bien penetrada santa Catalina del espíritu del cristianismo y bien cimentada en la fe, se retiró totalmente del mundo para vacar de modo particularísimo a la oración. En ella ocupaba mucho tiempo, con el fin de que su mente y su corazón pudieran aplicarse a la meditación de las verdades santas aprendidas en los divinos Libros y ejercitarse en su práctica, sirviendo a menudo a los pobres, en quienes veía a Jesucristo.

¡Cuán admirable y de cuánta utilidad resulta para aquellos que desean vivir piadosamente y dados a la práctica de la virtud, el meditar de continuo las santas y sublimes máximas contenidas en la sagrada Escritura, las cuales están muy por encima de cuanto la inteligencia humana puede comprender por sí. Los Libros santos ilustran la mente con aquella luz divina que, como dice san Juan, alumbra a todo hombre que viene a este mundo (3). Y, pues encierra en sí, según san Pablo, " las ordenanzas del Señor " (4), la meditación que en ella se ejercita anima a practicarlas.

A imitación de santa Catalina, servíos de ese medio para santificaros: meditad con frecuencia las palabras de la sagrada Escritura, a fin de animaros a obrar el bien y a proceder en conformidad con el espíritu de vuestro estado. Porque la palabra de Dios que ella contiene produce estos efectos, según el Apóstol: Es viva y eficaz y más tajante que una espada de dos filos; la cual, continúa el Santo, penetra hasta los repliegues más ocultos del alma y del espíritu (5). Utilizadla, pues, con ese fin, ya que proporciona tan excelentes provechos.

Acusada santa Catalina de ser cristiana, fue conducida a la presencia del emperador Maximiano, que se hallaba a la sazón en Alejandría. Viendo el emperador que no lograba con razones inducirla a cambiar de religión ni volverla al culto de los dioses falsos, quiso tentar el camino de los halagos y promesas, para ganarla y traerla a lo que de ella pretendía. Mas, convencido de que todos sus intentos resultaban inútiles, e impotentes para ablandar el corazón de la Santa, cuya constancia era inquebrantable; ordenó que la azotasen cruelmente y la dejó doce días en la cárcel, sin darle apenas de comer.

Después ordenó que la metiesen entre ruedas dentadas, que debían reducir todo su cuerpo a pedazos; mas como, asistida de la gracia, no recibiera daño alguno de todas esas torturas, mandó el emperador que la decapitasen.

El retiro, la oración y la lectura de los Libros sagrados sirven ordinariamente, como vemos en santa Catalina, para disponer el alma a soportar con resolución todo lo que Dios dispone que se padezca. Y cuando a ello se ha venido preparando alguno por esos tres me dios, ocurre muchas veces que llega a hacerse como insensible a los padecimientos, pues los recibe como venidos de la mano de Dios y como medios para unir se a Él y llegar a poseerle.

Si os disponéis al sufrimiento como esta Santa, viviréis alegres y consolados de Dios en él, como santa Catalina (*).

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