Explicación de las Bienaventuranzas y su correspondencia, ya con los dones del Espíritu Santo, ya con la oración del Padre Nuestro

Santo Tomás de Villanueva

 

 

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros. Alegraos y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos. (Mt 5,3-12)

 

Estas siete palabras tan admirables que nuestro Señor ha predicado en el principio de su sermón, son fundamento sobre que ha de cargar el peso de los mandamientos que ha de dar en toda esta su Ley; y son tan altas, que quien a ellas hubiere subido ha llegado a la cumbre de la perfección que en esta vida puede tener. Porque los pobres de espíritu y los mansos, llorosos, y los demás de estas siete palabras, no son los que tienen estas virtudes así como quiera, mas los que en el más alto grado, y a modo de espíritu divino más que humano. Así como el que fuere tan humilde, que tuviere muy claro conocimiento cómo de sí mismo es nada, y amare con grande amor su propio desprecio, dando de corazón la honra a Dios, éste será pobre de espíritu. Y el que se hallare libre, no sólo del deseo de venganza, más aún de la turbación de la ira, dándose suave y afable a los rencillosos, como si no hubiera sido injuriado, éste será el manso de quien aquí se habla.

 

Y el que huyere los deleites presentes y tomare el gemido por canto, abrazando los trabajos con mayor afición que los mundanos sus placeres, éste es lloroso bienaventurado. Y los que tuvieren grandísima gana del manjar espiritual, como los muy golosos del corporal, son los que han hambre y sed de justicia. Quien tuviere los males ajenos por suyos, a semejanza de madre, que está más enferma y llorosa por la enfermedad de su unigénito hijo, que el buen hijo que padece, éste es el buen misericordioso. Y a los que tuvieren perfecta limpieza de corazón, la cual es perfecta santidad, a éstos conviene la sexta palabra. Y a cuyos movimientos estuvieren tan sosegados que no se levantan contra la razón, y que la voluntad siga con mucho amor a la vida de Dios, y después tuviere gran deseo y trabajo por ver esta paz en los otros, a éste conviene la postrera palabra.

 

Dichosos aquellos que estos escalones hubieren subido; porque habrán llegado a la puerta del Cielo, figurada por el templo que vio Ezequiel[1], hasta la puerta del cual había siete escalones. Éste tiene la vida más descansada que en este mundo se puede tener; porque está su ánima perfectamente sana y gusta de los frutos del Espíritu Santo, que son arca de la bienaventuranza y del Cielo. Y así como en la Ley pasada prometió Dios[2] abundancia de los bienes temporales a quien la guardase, así Cristo, para incitarnos a guardar esta su Ley, que tan alta es, nos pone al principio el gran prometimiento, no de bienes de tierra, que no pueden dar bienaventuranza, mas de eternos y celestiales, que tienen cumplida hartura, siendo por dos causas bienaventurados los que estas palabras guardaren: una, por el bien que esperan en los Cielos, así como ser consolados, hartos, alcanzar misericordia, ver a Dios y todo lo demás que en estas siete palabras prometen; otra, y menos principal, por la esperanza tan cierta de gozar de aquellos bienes cuando se mueran y la abundancia del gozo y riquezas espirituales que en este mundo poseen. Para que así como los malos son quebrantados con dos quebrantamientos, uno en este mundo por la tristeza de la conciencia, otro en el otro con tormentos de infierno, así los que guardan estas palabras vayan de virtud y de gozo en gozo y reciban en este mundo ciento tanto de lo que dejaron por Dios y después la vida eterna.

 

Y es de mirar que a estas siete palabras corresponden siete dones del Espíritu Santo, y las siete peticiones del Pater noster; porque el que fuere verdadero humilde, aquél es sobre quien se asienta el espíritu del temor de Dios, que es una reverencia del ánima, considerando la grandeza de Dios en su propia pequeñez; y éste sólo puede decir en verdad: Santificado sea tu nombre; que quiere decir que toda la honra sea atribuida a Dios. Y de la humildad nace la mansedumbre, que concuerda con el don de la piedad, con el cual no resistimos, mas honramos las obras y palabras de Dios, aunque no las entendamos; y en estos tales reina Dios, porque no le resisten, y por tanto oran a Dios con verdad: Venga a nos tu Reino. Y después de haber echado de sí los alborotos de la ira, queda en sosiego para pensar de cuántos males esté lleno este mundo; y enseñando por el don de la ciencia, sabe que más conviene en él trabajar que holgar, y llorar que reír; y la causa porque llora es, entre otras, porque en sí mismo y en otros no se obedece del todo la voluntad de Dios, y por eso ora; y sintiendo dolor por sufrir este destierro, confórmase por quererlo Dios, y dice: Fiat voluntas tua: cúmplase tu voluntad en la tierra como en el Cielo. Y como este lloroso desarraiga del corazón el deseo de los placeres del cuerpo, no le queda en qué emplear la hambre de su deseo, sino en las cosas espirituales; y así ha hambre y sed de justicia; y para esto es menester el don de la fortaleza, porque mayor trabajo es que cavar pasar de la carne al espíritu, y desechar el pasatiempo presente, y buscar el mantenimiento escondido; y estos solos hambrientos dicen a Dios con verdad: El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Mas porque, por muy vigilantes que sean en vencer a sí mismos, para comer este pan que los hace justos, empero todavía caen en algunos pecados, por tanto han menester el don de consejo, por el cual acuerdan de ser misericordiosos con ellos, perdonando los suyos; y a estos conviene decir: Perdónanos nuestras deudas, así como nos perdonamos a nuestros deudores. Y con estas virtudes pasadas nace en el ánima un deseo de perfecta limpieza, la cual limpie su entendimiento para poder ver a Dios, el cual no se deja ver sino de ojos muy limpios; y para esta vista les es dado el don del entendimiento, con que penetren las cosas de Dios y lo conozcan en sí y en ellas; y como mientras más las conocen, más huyen y temen el ofenderlo, por tanto le ruegan con mucha instancia: No nos traigas en tentación. ¿Qué resta de todas aquestas cosas, sino un deseo grande de ordenar en tanto sosiego su cuerpo y su ánima, que los que posean en tanta paz, que ninguna cosa haya en ellos que se levante contra Dios, deseando la misma paz a sus prójimos? Y entonces tienen el don de sabiduría, porque el ánima del justo silla es de la sabiduría, estando unida a Dios por pacífico amor, y éstos son los que ruegan a Dios (y lo alcanzan): Líbranos del mal.

 

Estas siete palabras son las siete candelas del candelero del templo y los siete pueblos que se han de vencer para que poseamos en paz la tierra de promisión; éstas son las siete vueltas que en siete días y con siete bocinas se dieron, con las cuales cayeron en tierra los muros de Jericó; y las siete estrellas que tiene Cristo en su mano, y siete candeleros de oro, en medio de los cuales está. Mas no piense alguno que, habiendo cumplido estas siete palabras, se ha de echar a dormir, porque aun le queda lo más trabajoso; y se preguntan: ¿qué? Sepan que el padecer. No queda más que hacer ni que estudiar; mas queda el sufrir, que es como examen de los que han estudiado. Conviene que quien ha aprendido a recibir bienes de Dios, aprenda pasar males por Él. Oro es quien ha cumplido estas palabras; mas conviene que entre en el fuego, para que sea más apurado; trigo es de Cristo; conviene que sea molido por Él, para que sea sabroso pan.

 

Estas siete palabras armas son para el ánima; conviene probarlas en la persecución, porque, de otra manera, el ser caballero y el tener armas, cosa de sólo nombre sería. Si tanto has amado a la bondad, que lo has hecho por ella todo ello, parezca ahora cómo la amas en sufrir algo por ella. La tribulación no quita la hambre la bondad, mas da resplandor a la bondad verdadera y derriba la fingida; como la simiente que cayó en tierra de piedras, que luego se secó con el calor del sol. Y, por tanto, así como tras la verdad de la doctrina viene la prueba de los milagros, así después de la buena vida ha de venir el sufrir con paciencia, cuya virtud es mayor que el hacer milagros. Mucho es hacer buenas obras, pero más es sufrir las malas. No hay otra señal tan grande de amor como es padecer por el amado; porque la paciencia obra perfecta tiene. Pues luego la bondad acabada consiste en dos cosas: en hacer bienes por Dios y en padecer de gana males por Él, y mayor señal es de bondad lo segundo que lo primero. Y, por tanto, después que nuestro Señor nos ha enseñado en las palabras pasadas lo que hemos de hacer, esfuérzanos ahora a que hayamos de padecer diciendo: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Como si dijese: los buenos cristianos a ningún hombre han de hacer mal, y a todos han de aprovechar en lo que pudiesen; mas si viviendo ellos así hubiere algunos hombre tan malos que los persiguen, no por culpa que en ellos haya, mas porque siguen la justicia, no pierdan los buenos su voluntad por ocasión de la maldad ajena, porque no es bueno de verdad el que no sabe sufrir al malo.

 

No se engañen, empero, algunos pensando que este padecer por justicia es ser castigado del juez o ser afrentado o perseguido de otro por los pecados que ha hecho; porque, aunque este tal padecer con paciencia sea muy provechoso, pues Dios les tomará en cuenta todo lo que padecieren de unos y otros, y aun puede ser tan grande el castigo, y tomado con tanta paciencia, que delante el juicio de Dios no le quede más que purgar, antes aquel castigo sea purgatorio para aquel y los otros pecados, y lo haga, a semejanza de martirio, volar al cielo; mas estos de quien aquí se habla, son aquellos que ni por delito que hayan hecho, ni por odio particular que les tengan, mas solamente porque siguen a la justicia, que quiere decir la virtud, son perseguidos.

 

Así como guardar castidad para entender en obras de misericordia, por mirar el provecho común, por predicar la verdad y, generalmente, porque no quieren cometer algún pecado, o porque hacen alguna obra que sea buena, ahora sean perseguidos de fieles, ahora de infieles, ahora de los que persiguen pensando que aciertan, ahora de los que con pura malicia, todos estos padecen por la justicia, y los llama Cristo bienaventurados. Y si les pareciere recia cosa padecer males por hacer bienes y ser perseguidos por lo que era razón que fuesen amados, oigan que de ellos es el Reino de los Cielos, y verán luego que están bien pagados breves trabajos con descanso sin fin. ¿Por dicha es de tener en poco ganar el Reino de Dios, y no para un día, sino para siempre? ¿Y quién será tan sin seso que no desee ser coronado con corona de gloria por la bendita mano de Dios? Pues si aquel reino no os contenta, sabed que, aunque es reino de paz y descanso, con trabajos y persecuciones se gana, y con pedradas de brazos de malos se ganan los abrazos de Dios, y el huir de ser perseguidos es huir de ser coronados; por tanto, no hay por qué teman los buenos la maldad ajena, mas hay mucho en que provecharse de ella.

 

Decidme: si a algún codicioso le arrojasen perlas que las tomase por suyas, ¿pesarle había por dicha que le hiciesen un poco con ellas o desearía que más y más le tirasen?

 

Mas creed por muy cierto que no hay perlas tan valerosas, si las sabéis conocer y sois codiciosos del Cielo, como la persecución de los malos. Una corona ganáis por el bien que hacéis, y otra más excelente porque padecéis mal. Pues ¿por qué la ganancia tan grande no os quita dolor tan pequeño? No os quejéis, pues, de lo que os debéis gozar, ni os canséis de atesorar en el cielo, porque, al fin, no son dignas las pasiones de este tiempo para la gloria que se revelará en vosotros. Y, por tanto, discípulos míos, ciertos de aquesta promesa, y confiados de mi favor, aparejaos, porque en la pelea que ha de venir no seréis derribados como cobardes, mas coronados como vencedores. No penséis que os habéis llegado a seguirme para que vuestra honra sea más alta, o vuestra hacienda más rica, o para vivir en regalo; que si esto fuese, ni se sabría quien me seguía por amor de estas cosas. Quiero yo que me busquen a mí por mí y que me amen sobre todas las cosas. Y sabed por muy cierto que, si alguno viene a mí y no aborrece su padre y su madre, y mujer e hijos, y hermanos y hermanas, y aun su vida propia, no puede ser discípulo mío; porque si no está aparejado a contentarme a mí, aunque descontente a todos, y a perderlo todo (si conviniere) por servicio de Dios, no puede gozar de Dios, que quiere ser amado únicamente, y abrir el camino del ser perseguido por amor de la justicia, tomando mi cruz; y recibir malquerencia en lugar de amor, y blasfemias por buena doctrina, y persecuciones por hacer bienes, y perder la vida por la honra del Padre. Mas sabed por cierto que el que no toma su cruz y apareja el sufrir por mí todo lo que le viniere, no será digno de mí.

 

No es cosa de delicados el ser cristianos, mas de caballeros; que si siguen a mí, yo soy el racimo colgado del palo que fue traído entre dos hombres de la tierra de promisión, porque será llevado entre dos ladrones al lagar de la cruz, adonde sea pisado y salga vino de sangre; mas conviene que los que llegaren a mí, piensen que se han llegado al lagar para ser pisados. Y anímense y enciéndanse, embriáguense con el vino y calor de mi sangre, para que, cuando sean pisados, no sean secos; mas den su fruto en mucha paciencia, que como vino dulce alegre a Dios y a los ángeles. Y yo ceno del pez asado en el fuego y criado en la mar salada de las tribulaciones, mas quiero que coman mis discípulos de lo que me sobra, porque quiero que me sigan en el padecer. Mírese bien, que no debe ser comenzado a ser cristiano, conforme debe de ir con el mundo, pues con él tien paz; porque ésta es muy firme sentencia: que todos los que quisieren vivir bien en mí han de padecer persecución.

 

Por tanto, no penséis de poder agradar juntamente a dos tan contrarios como a mí y al mundo; y si mi compañía os agradare, no os espanten las persecuciones que os han de venir; y dígooslas antes para que no os derriben con su tropel, si os vinieren sin ser esperadas. Sabed por muy cierto que el mundo, enemigo mí, se levantará contra vosotros y os perseguirá con todas sus fuerzas y en todas vuestras cosas. Quitaros ha la honra, despedazará vuestra fama, robará vuestras haciendas, alanzaros han de los templos, desterraros han de los pueblos, y aun mandarán que no os den mantenimientos, como a hombres pestilenciales, y pensarán que por vosotros vienen las hambres y males al mundo. Y después de cárceles y azotes y otros tormentos, perderéis la vida por mí.

 

Ningún género de gente habrá que no os quieran mal: perseguiros han los letrados con argumentos, y los príncipes con tormentos, los sacerdotes con acusaciones, la gente común con deshonras; seréis estimados por locos y engañadores y por el estiércol más despreciado de todo el mundo. Teneros han por tan malos, que quien más mal os hiciere y más presto os matare pensará que mejor sacrificio ha ofrecido a Dios; porque será tenido por el mayor de los males nombrarme, y creerme, y seguirme, y llamarse cristianos. Seréis perseguidos los que quisiéredes ser verdaderos cristianos de los judíos, gentiles y falsos cristianos. De judíos, porque como siguen la letra muerta de la Ley, y se contentan con parecer santos de fuera, sin buscar limpieza de corazón, y también como son muy amadores de los bienes de aqueste mundo, no cabrá en ellos el vino nuevo del Evangelio espiritual, que principalmente habla del corazón, donde está la santidad verdadera, y enseña a despreciar los bienes que pasan y amar los eternos.


 

[1] Ez 40,12.

[2] Dt 8,1-8