San
Juan de Ávila
Carta del autor á un señor destos reinos, en que trata del conoscimiento de Dios y de sí mismo, y de cómo se ha de aver con sus vasallos
La
paz de Nuestro Señor Jesu Cristo sea con vuestra muy illustre Señoría. Dos
cosas pedía en el tiempo passado el bienaventurado S. Augustín á Nuestro
Señor, diziendo: «Dame, Señor, que me conosca y te conosca.» Cosas son
dignas que todos las pidamos, y que ninguno esté sin ellas, si no quiere estar
sin la salud. Dos partes tenía el templo de Salomón, y ambas eran sanctas;
aunque la una era más sancta, la menos sancta era camino para la más sancta.
La primera es el conoscimiento de sí mismo, que es cosa por cierto sancta, y
camino para el Sancta Sanctorum, que es el conoscimiento de Dios, donde
el Señor responde á nuestras preguntas, y remedia nuestras necessidades, y
hallamos una fuente de vida; porque esta es la vida eterna, dize el Señor, que
conoscan á ti y al que embiaste, Jesu Cristo. Y esta cosa tan alta, que es
conoscimiento de Dios, no se alcança sin esta otra que paresce baxa, que es
conoscerse á sí mismo. Ninguno seguramente miró á Dios, si no se mira á sí
mismo, ni es cosa segura volar alto sin tener hecho este contrapeso de proprio
conoscimiento, que nos haze sentir baxamente de nosotros.
Entre
las grandes mercedes de Dios, sabrosamente estarían mirando los discípulos al
Señor cómo se subía á los cielos el día de la Ascensión: ya que les
quitava su conversación Aquel cuya conversación no tiene amargura, hallavan
consuelo con estar mirando el camino por do iva, y el lugar do iva. Mas ¿qué
les mandó hazer el Señor?: por cierto no que se estuviessen siempre mirando,
los ojos al cielo, aunque parescía cosa justa, mas fueles dicho: «Varones de
Galilea ¿qué miráis al cielo?»: dándonos á entender que aunque el mirar á
Dios es cosa sabrosa, conviene también volver los ojos á mirar á nosotros; lo
uno para la reverencia que á Dios devemos, al qual hemos de mirar con
vergüença, teniéndonos por indignos de ello; lo otro porque quando un hombre
se olvida de sí luego se engríe, y como no vee sus faltas, pierde el peso del
temor sancto, y házese liviano, como nao sin lastre que pierde las áncoras en
tiempo de tempestad, cuyo fin es ser llevada acá y acullá hasta ser perdida.
Nunca vi seguridad de ánima sino en el conoscimiento de sí misma: no ay
edificio seguro si no es hecho sobre hondo cimiento: y es tiempo muy bien
empleado el que se gasta en reprehenderse [á sí] mismo: cosa muy provechosa
para nuestra enmienda examinar nuestros [y]erros. ¿Qué cosa es el hombre que
no se conoce y examina, sino c[a]sa sin luz, hijo de biuda mal criado, que por
no ser castigado se haze malo, medida sin medida ysin regla, y por esso es
falsa, y finalmente hombre sin hombre? Pues quien no se conoce ni se puede regir
como hombre, ni se sabe, ni se possee [á sí] mismo: y como sepa dar cuenta de
otras cosas, de sí mismo no sabe parte ni arte. Estos son los que olvidados de
sí tienen mucho cuidado de mirar vidas agenas, y teniendo los ojos cerrados á
sus deffectos, tienen más que cien ojos abiertos y belando por saber los agenos.
Estos son los que agravan y reagravan las faltas agenas y olvidan las suyas,
porque como las agenas sean de ellos más de contino y más de cerca miradas,
parecen mayores que las suyas, que las miran de lexos; y assí, aunque grandes,
parécenles pequeñas; de lo qual vienen á ser rigurosos y mal sufridos,
porque, como no miran su propria flaqueza, no han compasión de la agena. Nunca
vi persona que se mirasse que no le fuesse ligero sufrir qualquier falta agena:
y quien maltrata al que cae testimonio da que no mira sus proprias caídas: de
manera que si queremos huir desta ceguedad tan dañosa, conviénenos mirar y
remirar lo que somos, para que, viéndonos tan miserables, clamemos por el
remedio al misericordioso Jesu, porque Él se dize Jesus, que es Salvador, no de
otros por cierto, sino de los que conocen sus proprias miserias, y las gimen, y
reciben ó, no pudiendo, dessean recebir los sanctos Sacramentos, y assí son
curados y salvos. Y aunque para conocer á nosotros mismos ayan hablado muchas y
muchas cosas Dios y los sanctos, mas quien quisiere mirar lo que en sí mismo
passa, hallará tantas para desestimarse, que de espanto de su abismo diga: «No
tienen cabo mis males.» ¿Quién ay que no aya errado en lo que más quisiera
acertar?: ¿quién no ha pedido cosas, y aun buscádolas, pensando serle
provechosas, que después no aya visto que le han traído daño?: ¿quién
podrá presumir de saber, pues innumerables vezes ha sido engañado?: ¿qué
cosa más ciega que quien aún no sabe lo que ha de pedir á Dios, como dize
Sanct Pablo?; y esto es porque no sabemos lo que nos cumple, como acaesció al
mismo Sanct Pablo, que pidiendo á Dios le quitasse un trabajo, pensando que
pedía bien, le fué dado á entender que no sabía lo que pedía ni lo que le
cumplía: ¿quién se fiará de su desseo y parecer, pues aquel en quien morava
el Espíritu Sancto pide lo que no le cumple alcançar? Grande por cierto es
nuestra ignorancia, pues innumerables vezes erramos en lo que más nos conviene
acertar: y y[a] que una vez Dios nos enseñe lo bueno, ¿quién no verá quán
flaca es nuestra flaqueza, y cómo damos de rostro en lo que vemos que era
razón que no cayéramos?: ¿á quién no ha acaescido propone[r] muchas vezes
el bien, y no averse caído y vencido en lo que pensó, mas verse en pie?
Oi
lloramos nuest[r]os peccados con intención de los evitar; y si estando las
lágrimas en las mexillas se nos offresce alguna occasión, llorando porque
caímos, hazemos de nuevo por qué llorar, recibiendo el cuerpo de Nuestro
Señor Jesu Cristo con mucha vergüença de los desacatos que le hemos hecho; y
aun aviendo poco que lo tuvimos en nu[e]stro pecho, nos acaesce algunas vezes
por algún peccado echar su gracia de nós. ¡Qué caña tan vana, que á tantos
vientos se muda! Ya alegra, ya triste, ya devoto, ya tibio, ya tiene desseo del
cielo, ya del mundo é infierno, é ya aborresce y luego ama lo aborrescido,
vomita lo que comió porque le hazía mal estómago, y luego tórnalo á comer
como si nunca lo uviera vomitado. ¿Qué cosa puede aver de más variedad de
colores que un hombre desta manera?: ¿qué imagen pueden pintar con tantas
hazes, con tantas lenguas, como este hombre? ¡Quán de verdad dixo Job que
nunca el hombre está en un estado!; y la causa es porque al hombre le llaman
ceniza y á su vida viento: muy necio sería el que buscasse reposo entre viento
y ceniza. No pienso que avrá cosa más espantable de mirar, si mirar lo
pudiéssemos, que ver quántas formas toma un hombre en lo de dentro de sí en
un solo día: toda su vida es mudança y flaqueza, y conviénele bien lo que la
Escriptura dize: «El necio mudable como luna»: ¿qué remedio tenemos?: por
cierto, conocernos por lunáticos. Y como en tiempos passados llevaron un
lunático á Nuestro Señor Jesu Cristo para que lo curasse, ir nosotros al
mismo Jesús para que nos cure como á aquél curó. Aquel dize la Escriptura
que lo atormentava el espíritu malo, que ya lo echava en el fuego, ya en el
agua: y lo mismo acaesce á nosotros; unas vezes caemos en el fuego de avaricia,
de ira, de concupiscencia; otras en agua de carnalidad, de tibieza y de malicia.
Y si miramos quántas deudas devemos á Dios de la vida passada, quán poca
enmienda ay en la presente, diremos, y con verdad: «Rodeado me han dolores de
muerte, y peligros de infierno me han cercado.»
¡O
peligro de infierno tan para temer!: ¿y quién es aquel que no mira con cien
mil ojos no resvale en aquel hondo lago, donde para siempre llore lo que aquí
temporalmente rió?: ¿quién no endereça su camino, porque no le tomen por
descaminado de todo el bien?: ¿dónde están los ojos de quien esto no mire,
las orejas de quien esto no oye, el paladar de quien esto no gusta?
Verdaderamente señal es de muerte no tener obras de vida. Nuestros peccados son
muchos, nuestra flaqueza grande, nuestros enemigos fuertes, astutos y muchos, y
que mal nos quieren: lo que en ello nos va es perder ó ganar á Díos para
siempre: ¿por qué entre tantos peligros estamos seguros, y entre tantas llagas
sin dolor de ellas?: ¿por qué no buscamos remedio, antes que anochezca y se
cierren las puertas de nuestro remedio, quando las donzellas locas den bozes, y
les sea dicho: «No os conozco?» Conozcámo[no]s pues, y seremos conocidos de
Dios; juzguémonos y condenémonos, y seremos absueltos por Dios; pongamos los
ojos sobre nuestras faltas, y luego todo nos sobrará: consideremos nuestras
miserias, y aprenderemos á ser piadosos en las agenas; porque, según la
Escriptura dize, de lo que ay en ti aprenderás lo que ay en tu próximo: si yo
me veo caer algunas vezes por flaqueza, pensaré también que assí puede
acaescer á mi próximo, y como quiero que me sean piadosos en mi yerro, helo de
ser en el ageno: quando me enseñan mis mayores un disfavor y me da pena, he de
pensar que assí lo sienten los subjectos á mí conmigo: si tengo tristeza,
quiero ser consolado; assí lo quiere el próximo: siento una mala palabra que
me dizen, porque digo que soy carne y no de hierro; esso me prueva que mi
próximo es de carne tambien y se siente: pésanme las condiciones agenas, y
túrbanme, y querría que las emendassen, porque no me fuessen occasión de
peccar; esso mismo quieren mis próximos: de un metal somos todos, y no ay regla
mejor para mi próximo que mirar bien lo que me passa en mí, pues él y yo
somos uno. Quien esta missericordia tiene con su próximo seguramente se puede
llegar al conoscimiento de Cristo, y será dél remediado, porque «los
misericordiosos alcançarán miserico[r]dia», mas de otra manera oirá lo que
la Escriptura dize: «Quien cerrare la oreja á la voz del pobre, llamará él y
no será oído»; pobre es todo hombre y no ay quien no tenga alguna necessidad:
miremos bien si nos hazemos sordos á ella, que assí se hará Dios á las
nuestras: ni piense nadie que le medirá Cristo con otra medida que con la que
él á su próximo mide. No piense alcançar perdón quien no da perdón:
desgracia hallará el desgraciado, y pesadumbre el pesado, é injuria el
injuriador, y caridad el caritativo; porque sembrar espinas en el próximo y
querer coger de Dios higos, no es cierto possible. Y porque muchos no miran
esto, ay pocos que suavemente sean tractados de Dios, y muchos quexosos que Dios
se olvida en remediar sus penas, y maravíllanse cómo Dios les embía trabajos
de dentro y de fuera, mayormente llamándose misericordioso y hazedor de
misericordias; y combidándoae á los hombres á que vayan á pedir á El
socorro en sus fatigas, llaman, piden y buscan, y no hallan remedio, y de sí
les viene la quexa: mas si no fuessen sordos á la ley que Dios en su Evangelio
tiene publicada, diziendo «con la misma medida que midiéredes seréis
medidos», verían claro que ellos son los que faltan á sus próximos, y faltan
á Dios en ellos, y por esso les paresce que falta á ellos. Quéxanse de sí,
que no tienen caridad con su próximo, que Dios muy mucha tiene, y no es razón
ni quiere hazerla con quien con su próximo no la hiziere. Y si alguna vez Él
da bienes temporales al que es malo contra sus próximos, ¿qué aprovecha al
malo tener otros bienes, si á Él se tiene perdido? Mas cosa, como dizen, que
le entre en provecho no le darán, sino con condición que él sea el que deve
con su próximo.
Conoscámonos
pues y seamos con otros quales queremos que con nosotros sean, y passemos de
nós á Dios, del Sancta al Sancta Sanctorum, y alçemos los ojos
al Señor puesto en cruz por nuestra salud, y en Él veremos tantos y más
bienes que en nós vimos males. E si mirando á nosotros nos entristecemos
considerando nuestros grandes peccados passados y peligros venideros, mirando á
Él nos alegraremos considerando quán de verdad y con quánta sobra pagó lo
que devíamos, y nos ganó fuerças para ser más fuertes que nuestros enemigos.
Él nos asegura de todos nuestros peligros con condición que nos arrimemos á
Él. ¿Qué temerá, Señor, quien te sigue?; ¿de qué se espantará quien te
ama?; ¿quién podrá empecer á quien te tomare por deffendedor?; ¿ó cómo
podrá el demonio llevar á quien está en ti incorporado?; ¿ó cómo dexará
de amar el Padre Eterno al que vee estar en su Hijo como sarmiento en la vid?;
¿ó cómo no amará el Hijo al que vee que lo ama Él?; ¿y cómo desamparará
el Espiritusancto al que es templo suyo?
Mayores
bienes tenemos en Cristo que en nosotros males: más ay por qué esperar mirando
á Él que por qué desconfiar mirando á nosotros: ni ay otro consuelo ni
arrimo para quien de sí está desconsolado, sino mirar á este Jesu en la cruz,
al qual puso Dios por remedio de todos los heridos de bocados de serpientes
spirituales: y como en otro tiempo mandó poner una serpiente de metal para que
todo hombre que mirasse en ella fuesse sano de la mordedura de las bívoras
corporales, quien á Él mirare con fee y amor vive, quien no lo mirare de
verdad morirá. Quien se siente llagado y entristecido mire aquí y alegrarse
ha, como hazía David quando dize: «En mí mismo mi ánima fué conturbada; por
tanto me acordaré de ti, de la tierra de Jordán y Hermón y del monte
Pequeño.» Quien [á sí] se mira y vee tantas abominaciones, túrbase muy de
verdad; y no hallando ora bien gastada en toda su vida, vee sus males muchos y
grandes, y sus bienes pocos y flacos, ¿qué hará sino turbarse quien delante
de juez tan estrecho tiene mala qüenta?; que acordándose de Cristo, mirando lo
que obró en la tierra de Jordán y monte Pequeño, y gimiendo sus males, y
recibiendo los sanctos Sacramentos, viviendo en obediencia de los Mandamientos
de Dios y de su Iglesia, osse esperar como hijo la erencia del cielo, y también
se acuerda de lo que obró el Señor en los montes de Hermón, que son muchos, y
en el mont[e] Pequeño, el qual, agora sea Oreb donde Dios dió la ley, agora
otro monte, poco nos va á los cristianos, á los quales Jesu Cristo nos abrió
el sentido para entender las Escripturas; y aquel las entiende que en ellas
entiende á Cristo, el qual está en ellas encerrado como grano en espiga, y
como el vino en la uva; y, p[o]r tanto el fin de la ley es Cristo, porque toda
ella va á parar á Él. Los montes de Hermón, assí fuera de tierra de
promissión como en ella y en el monte Pequeño, [á un] monte significan, que
se puede dezir con razón de Hermón y Pequeño; este es el monte Calvario,
donde nuestra redempción fué obrada por el derramamiento de la sangre del Hijo
de Dios: y para que sepamos quán bien conviene el nombre, es de saber que
Hermón quiere dezir maldición, pues ¿qué mejor se puede dezir Calvario que
por nombre de maldición, pues era el lugar do llevavan á justiciar á los
malos, que llama la Escriptura malditos, por ser castigados? Y porque Cristo
vió que nosotros estávamos malditos por nuestros peccados y condenados á
maldiciones eternas, quiso por su inmensa caridad tomar Él nuestras maldiciones
sobre sí, quiero dezir, el castigo de nuestros peccados, para que viniesse su
bendición sobre nosotros; y esto dize Sant Pablo desta manera: «Cristo fué
hecho por nosatros maldición, para que la bendición viniesse sobre las
gentes.» Él era bendito, nosotros malditos; trocamos personas, tomó Él el
lugar de maldito, que era el tormento de cruz que se devía á nosotros, y
tomamos nosotros la amistad de Dios y el ser hijos suyos y herederos del cielo,
con otras mil bendiciones que eran de Jesu Cristo bendito, y en el qual siempre
moran. ¡O maravilloso trueque, que la vida muera, para que la muerte viva!: la
bendición es maldita, para que la maldición sea bendita; es herido el sano,
para que sane el enfermo; el Hijo como esclavo tratado, y el mal esclavo es
adoptado por hijo; tratan cruelmente al que meresce misericordia, y cae el buen
tratamiento y regalo sobre quien meresce el infierno: ¿qué diremos?, prenden
al que no hizo por qué, y sueltan al culpado; paga el justo por los peccadores,
y la ignorancia es condenada, y el culpado justificado; que escogió Cristo los
trabajos nuestros y danos de sus descansos. ¿Qué diremos á tal caridad, sino
de día y de noche bendezir á este Señor, que tanto á su costa obró nuestra
salud y remedio? Este es verdaderamente el monte de Hermón é monte Pequeño y
tan de verdad que fué estimado, como dize Isaías, por el más baxo de los
hombres. Por lo qual el mesmo Señor dize: «Gusano soy, y no hombre, deshonra
de hombres y abatimiento del pueblo.» ¡O honra de hombres y ángeles! ¿y
cómo eres deshonra de hombres?; ¡ensalçamiento del pueblo, del cielo y del
suelo!: ¿quién te hizo abatimiento del pueblo sino tu gran caridad, que por
honrarnos suffriste tantas deshonras?; que como dizen á uno muy inhabilitado,
que deshonra á su linage, assí dezían de ti, que deshonravas al linage
humano.
¡Bendicto
seas sin fin, que toda la honra que todo el linaje de los hombres tiene es de ti
y por ti, la qual le diste juntándote con ellos, haziéndote hombre y muriendo
por el hombre; y ensalçarlos tanto á ser iguales á ángeles y aun á
serafines, si quieren serlo; y que de hijos del peccador Adán sean hechos hijos
de Dios y herederos del Padre, juntamente herederos contigo y hermanos tuyos!
¡Y eres, Señor, llamado desonra y abatimiento del pueblo! ¡Abatístete,
Señor, para ensalçarnos, y abatístete más que todos los hombres juntos, para
que fuéssemos ensalçados sobre los ángeles! ¿Qué te daremos, Señor, por
tantas mercedes, sino conocer entrañablemente que por ti tenemos y valemos y
somos agradables á Dios, y darte gracias y alabanças porque un tal como Tú
por unos tales como nosotros te offreciste á padecer tantos t[r]abajos?
Apocástete en el monte Pequeño, para ensalçarnos en el monte grande: moriste
en el monte, para que viviéssemos en el monte del cielo. Y por la maldición
que allí cayó sobre ti, nos ganaste y darás aquella bienaventurada bendición
tuya: «Venid benditos de mi Padre, y posseed el reino que os está aparejado.»
¡A ti, Señor, maldixeron, y Tú nos has de bendezir? ¡Tú ser muerto por
darnos vida? Tu trabajo nos ha de dar descanso: pues que fuiste juzgado, es
razón que seas juez.
Alegrémonos
pues, muy illustre señor, que quien tanto nos ama ha de ser nuestro juez, y
seguramente iremos á juizio siendo el Juez nuestra carne y sangre. Si no
sabemos lo que avemos de hazer para agradar á Dios, miremos á Cristo, y Él
nos enseñará en la cruz la mansedumbre: que aun con los males no maldize á
quien le maldize; no se venga, aunque puede, de quien mal le haze; desprecia la
honra, la riqueza, el regalo, é, por obedecer la voluntad del Padre, se pone á
riesgo de cruz. Quien no sabe sciencia venga á oir este Maestro sentado en su
cátedra; quien quiere oír buen sermón, oya á Cr[i]sto, en el púlpito de la
cruz, y será libre de errores, porque la verdad, que es Él, lo librará. Y si
somos mudables y flacos en el obrar, miremos al Auctor de nuestra fe quán
clavado está en la cruz de pies y manos, y tan sin se mover, para hazernos á
nosotros por su gracia firmes en el bien y perseverantes. Quien á Cristo va, á
que le cure el mal de la mudança, dalle ha Él una firmeza como á Ana, madre
de Samuel, de la qual se dize que su rostro no se mudó más en cosas diversas.
Quien en Cristo está no se anda acá ni acullá, mas está firme en el bien,
según dize la Escriptura, que «está firme como el sol», cuya luz no se
mengua: porque quien en Cristo está participa de Cristo; y assí como Cristo es
justo, assí él es justo, aunque no tanto; Cristo firme, él también, porque
assí como en un cuerpo no ay más de un espíritu, que se derrama por todos los
miembros, y todos viven una vida humana, y no una vida de hombre y otra vida de
león, ó de otro animal, assí todos los que están en Cristo biven del
espíritu de Cristo, como el sarmiento de la vid y los miembros de la cabeça. Y
quien este espíritu tiene es semejable á Cristo, y de las condiciones de
Cristo, aunque, como he dicho, no en tanto grado como Cristo: y quien no tiene
espíritu de Cristo oya á Sanct Pablo, que dize: «Si alguno no tiene el
espíritu de Cristo, este no es de Cristo.» Mírese pues y remírese el hombre
si tiene dentro de sí conformidad con Cristo, y assí ligero le será guardar
las palabras de Cristo, pues tiene dentro su condición; y si no, váyase á
Cristo y pídale su espíritu, con el qual sea hecho firme, como le pedía
David: «Con el espíritu principal confírmame»; porque poco me apr[o]vechará
aver venido Cristo al mundo, si no ha venido á mi coraçón. Cristo traxo
consigo bondad, paz, gozo en el Espíritu Sancto, con otros muchos bienes: si yo
vivo en maldad, guerra y tristeza, y malos deleites, no mora Cristo en mi
ánima, y tanto será para mí como no aver venido al mundo, salvo para mi mal,
porque seré más castigado por no aver querido rescebir la salud que tan de
buena gana me offrescían. Cristo por todos murió y á todos quiere rescebir:
vamos á Él, siquiera por darle plazer, y no dexemos que tantos trabajos y tan
preciosos vayan sin fructo. El precio de ellos nuestras ánimas son, si las
llevamos á Cristo: derribémonos á sus pies, condemnando nuestras maldades y
mala vida passada, desconfiando de nuestro poder, y saber y valer, y,
perseverando en pedir, buscar y llamar, henchirnos ha de fuerças para obrar, y
de saber para acertar, y de perseverancia para no faltar, según está escripto:
«Los que confían en el Señor mudarán la fortaleza, tomarán alas como
águilas, bolarán y no faltarán.» Y pues en Cristo ay más bienes que en
nosotros males, vamos á Él, conociéndole por nuestro remedio, porque assí no
desesperemos por nuestros males, mas nos gozemos en sus muchos bienes.
Esto
me parece, muy illustre señor, que bastava para comienço de una persona que se
quiere llegar á Dios: mas porque en V. S. ay dos personas, tiene necessidad de
dos reglas. En quanto es persona particular, basta lo dicho: en quanto es
persona que tiene cargo de tantos, es necessario que más y más mire por sí;
porque muchos ay que quanto toca á su conciencia particularmente son buenos, y
faltan en ser buenos señores, porque lo segundo es más difficultoso, y obra
como de persona acabada: y fúndase sobre la primera bondad, y passa más
adelante. Quien para sí mismo no es justo no lo será para quanto toca á los
otros: mas no basta ser justo para quanto toca á su sola persona quien tiene
cargo de otros. Bueno era Elí en quanto á su persona, mas no era bueno en
quanto á sus hijos, pues les dexó de castigar, y fué él gravemente castigado
de Dios: de manera que bondad doblada an menester los señores, pues tienen la
persona doblada. En quanto á esto segundo, que es ser persona de todos, paresce
que otro espejo no ay mejor en que el señor de otros se mire, que es en el
Señor de hombres y ángeles, cuya persona representa. El que en lugar de otro
está, razón es que tenga las condiciones de aquel cuyo lugar tiene. El señor
de vasallos lugartiniente es de Dios, el qual ordena que aya en la tierra buenos
que rijan y manden, y otros que obedescan. Y quien á éstos resiste, dize Sant
Pablo, á la ordenación de Dios resiste, el qual dexó todas las cosas debaxo
de orden. Pues mire el hombre qué es el officio de Dios para con el hombre, y
sabrá ser él señor para con sus hombres. Dios castiga á quien yerra, sin
acceptar persona alguna, y tan de verdad, que ninguno tiene Él tan privado que
si haze por qué no se lo pague muy bien pagado; y aun á su proprio Hijo no
perdonó, no deviendo cosa alguna, mas porque se obligó á pagar peccados
agenos. Muy lexos está por cierto de aceptar personas quien á su Hijo
unigénito, y tal hijo y tan amado, castiga, y tan rezio, y por peccados agenos.
Ninguna cosa ha de inclinar al que rige para dexar de hazer lo que deve, mas
estar derecho como la lengua del pesso, que ni acá ni acullá se acuesta, para
que lleve cada uno lo suyo. Toda la república iría perdida y errada si las
cosas públicas se torciessen por affecciones particulares: y en aquel punto una
persona dexa de ser pública, quando se acuesta á la particular. Y pues que el
proprio provecho no ha de torcer al que rige ¡quánto menos por el ageno, pues
á ninguno deve tanto como á sí! Cristo dechado es de todos, no sólo quanto
toca á la conciencia particular, mas aun quanto toca á ser persona pública,
porque Él fue rey y es, aunque no á la hechura deste mundo, mas estando en la
silla de la cruz dixo á su madre: «Muger, veis aí tu hijo»; para dar á
entender que quien está en silla de persona pública ha de renunciar todo
particular amor, aunque de su propria madre sea. Y este exemplo nos dió Él
quando algunas vezes respondía ásperamente á su Madre bendita, para dezirnos
quánto nos devemos guardar de nuestras particulares affecciones, aunque otros
se enojen y nosotros suframos alguna pena, antes que siguiéndolas descontentar
á Dios. No hay cosa en que tanto los señores devan mirar para estar bien con
Dios y con los hombres, quanto de verdad y delante de Dios, y que salga de
coraçón, estar siempre en el fiel sin acostar acá ni acullá: y esto hará
ligeramente el señor que pensare que no es sino ministro de Dios, y como un
mero executor, que no puede hazer más de la comissión que le dieron: no para
hazer ni deshazer pone Dios á los señores, mas para executar las leyes de Dios
y de su sancta voluntad. Y si se dizen señores, son debaxo de universal Señor,
en cuya comparación son tan vasallos como sus vasallos, y tiene tan limitado el
poder como ellos, quanto toca á torcer de lo que deve hazer.
Aquel
será pues más favorescido y querido que más justicia tuviere, y más
castigado á quien más lo meresciere. Y en esto parescerá el señor al
verdadero Señor, que sin aceptar personas da á cada uno según sus obras, y
algunas vezes castiga más á los más privados, porque era razón que menos le
offendiessen, y porque no piensen que por ser amados an de tomar occasión de
hazer lo que quisieren y lo que no es razón. Tanto deve durar la amistad quanto
la bondad, y la enemistad quanto la maldad; porque de otra manera, ¡ay de los
que dizen, al bien mal, y al mal bien!
Deve
también Vuestra Señoría mirar cómo le puso Dios con ojos de muchos; que
aquéllos tienen por regla lo que veen á él hazer. Haga cuenta que está
puesto en alto, y que habla y vestidos son de todos mirados y de los más son
seguidos. Si un traje se trae en palacio, si una habla se usa, aquello procuran
todos de usar: y si se usase entre señores á quien les da una bofetada parar
el otro carrillo, y aborrescer los peccados, y tener por grandeza el obedescer
las leyes de Cristo, sin duda los baxos ternían por honra hazer lo que veen
hazer á los altos; y por tanto creo que de las más ánimas que se pierden son
c[a]usa prelados de Iglesia y señores del mundo.
Mírese
V. S. con cien ojos en quanto persona particular, y con cien mil por ser persona
á la qual miran muchos, y se an de ir tras de ella, y tenga su persona y casa
tan concertada como la ley de Cristo quiere; porque quien quisiere imitarla,
imite á Cristo, y que no halle cosa en que tropeçar. El pueblo sin falta es
como mona: miren los mayores lo que hazen, que aquello á de ser seguido, ó
para la salvación de ellos si buen exemplo dan, ó para su condemnación si
malo. Yesto sólo devría bastar para que los señores viviessen como unos
sanctos, aunque les fuesse trabajo, mirando cómo el Hijo de Dios, Señor
nuestro, no quiso ser rey, sino con sus trabajoa dar descanso á sus subditos, y
huyó de pr[o]speridades y honras, por no dar ocasión de peccar á los suyos,
los quales pensarían que, pues Él las seguía, ellos las devían buscar.
Todo es barato por hazer que Dios sea servido. Y sea la final conclusión, que quanto uno más mirare é imitare á Jesu Cristo, tanto será mejor hombre y mejor señor, porque en Él comencemos y acabemos.