San
Juan de Ávila
Carta
del auctor á un predicador. Enséñale de qué espíritu se ha de guardar en la
doctrina, y cómo deve seguir la intelligencia de los sanctos en la Escriptura
Sancta
Recebí
la carta de Vuestra Merced y á las nieblas que en essa ciudad me dize aver, le
respondo en una palabra: que no tiene Nuestro Señor tan olvidado su rebaño que
permita prevalecer mucho tiempo el engaño de la mala yerva por buena.
La
doctrina que no va conforme á la enseñança de la Iglesia romana, la qual
quiso Dios que fuesse cabeça y maestra de todas, cierto perecerá con sus
auctores, aunque sean más que tiene la mar gotas de agua, y más altos que las
estrellas del cielo: no es planta de la mano de Dios el sentido ó palabra que
á este crisol no está subjecto y á este dechado conforme, y por esto tandem
eradicabitur. Verdad es que algunas vezes quiere Dios que esto se saque á
luz con trabajo de sus verdaderos ministros y con lágrimas de sus verdaderas y
simples ovejas; mas no deve cansar el trabajo del qual se espera cierto fructo y
tal fructo.
Dos
cosas ay en que muchos han errado, y de errores irremediables: una quando vienen
á dezir: el espíritu de Dios me enseña y él me satisface; porque entonces le
parece que subjectarse á parecer ageno es creer más á hombre que á Dios, y
huyen de su remedio, poniendo por título la honra de Dios, como en la verdad
sea su propria sobervia: la otra cosa es alçarse con la palabra de Dios y con
el entendimiento de ella; estos suelen mucho ensalçar la honra de la divina
palabra, y es tanto su yerro, que pensando que ellos se rigen por ella, son
regidos por su proprio sentido, porque quieren entender la palabra de Dios como
á ellos parece y no de otra manera; y en fin, diziendo que la sola palabra de
Cristo ha de reinar, vienen á querer que reine su proprio sentido, pues ellos
quieren ser los que den el sentido á la palabra de Dios, y la hazen que quiera
dezir esto ó aquello.
¿Qué
cosa avría más mudable é incierta que la Iglesia cristiana si á cada uno que
dize que tiene el sentido de la palabra de Dios uviessemos de creer? Aquello
sería verdaderamente ser regida por pareceres de hombres, pues aunque aya
palabra de Dios en el entendimiento, es de cada hombre: por esto el Señor que
nos dió su palabra nos dió varones sanctos en quien Él moró, para que nos
declarassen la Escriptura con el mismo espíritu que fue escripta; para loqual
ni es bastante el ingenio subtil, ni juizio assentado, ni las muchas disciplinas
ni el continuo estudio, sino la verdadera lumbre del Señor, la qual cierto
estamos más ciertos aver morado en los sanctos enseñadores passados, que en
los no sanctos de agora; y si los passados en alguna cosa como hombres faltaron,
para esso está la Iglesia Romana, á la qual en su Pontífice es dado poder de
las llaves del reino de los cielos, y de apacentar la universal Iglesia: y á
quien esto está dado también le está dada la lumbre para discernir y juzgar
qual ó qual es la verdadera doctrina y verdadero sentido de la Escriptura;
porque ¿cómo tiene llave, si no abre la verdad por encerrada que esté? ¿Y
cómo apacentará, si no me dize qué he de creer, pues el pasto es de doctrina?
Assí
que en esto, señor, haga lo que haze, y busque oraciones que lo pidan al
Señor, que Él tornará por su verdad, como lo ha hecho en otros mayores
conflictos, y abaxará toda sciencia que con sobervia se ensalça con la firmeza
de la piedra cristiana.