San
Juan de Ávila
Carta
del auctor á un sacerdote. Enséñale quál será el mejor aparejo y quál
consideración más provechosa para llegarse a celebrar
Muy
Reverendo Padre mío:
Plega
á Nuestro Señor que la tardança de mi respuesta sea recompensada con que sea
verdadera y provechosa á Vuestra Merced; porque según la pregunta es de mucha
importancia, también lo será la respuesta si fuesse tal como he dicho.
Pregunta
Vuestra Merced qué aparejo será el mejor, ó qué consideración más
provechosa para celebrar el Sancto Sacramento del Cuerpo y Sangre de Nuestro
Señor Jesu Cristo, porque teme no le sea tornado en daño (por falta de
aparejo) lo que de sí es tan provechoso.
Ya
Vuestra Merced sabe ser diversas complexiones de los cuerpos, y assí ser
diversas las inclinaciones de las ánimas, y también diversos los dones que
reparte Dios, y á unos lleva por unos medios y á otros por otros; y assí no
se puede dar regla cierta que á todos quadre, de qué consideración le sea
más provechosa para lo dicho: esto es cierto, que aquello le será á uno mejor
que Nuestro Señor le diere y con que más le moviere. Yquien tiene noticia
(como en estas cosas se puede tener, que ni son de fe, ni ay evidencia de que su
aparejo ó consideración es impulso de Dios), no ay que buscar otra hasta que
Nuestro Señor la mude; y esto se ha de averiguar dando cuenta á persona que
tenga de ello experiencia y prudencia; y assentar en aquello. Mas ay otros que
no se sienten particularmente movidos á esta ó á aquella consideración, y
para éstos también es necessario que den parte de su disposición interior,
para ver si han menester ser llevados par consideración de amor ó de temor,
tristes ó alegres, y conforme á lo que uvieren menester, aplicarles el
remedio. Y porque creo, según la relación que de Vuestra Merced tengo, que la
disposición de Vuestra Merced es de persona aprovechada en la virtud, y que le
está mejor exercitarse en consideración que le provoque á fervor de amor con
reverencia, que á otras, digo que para este intento yo no sé otra mejor que
aquella que nos dá á entender que aquel Señor con quien imos á tratar es
Dios y hombre, y la causa por que al altar viene. Cierto, señor, efficacíssimo
golpe es para despertar á un hombre considerar de verdad: á Dios voy a
consagrar, y á tenerlo en mis manos, y á hablar con Él, y á recebirlo en mi
pecho. Miremos esto, y si con espíritu del Señor esto se siente, basta y sobra
para que de allí nos resulte lo que hemos menester para, según nuestra
flaqueza, hazer lo que en este officio devemos. ¿Quién no se enciende en amor
con pensar: al Bien infinito voy á recebir? ¿Quién no tiembla de amorosa
reverencia de Aquel de quien tiemblan los poderes del cielo, y no de offenderle,
sino de alabarle y servirle? ¿Quien no se confunde y gime por aver offendido á
aquel Señor que presente tiene? ¿Quien no confía con tal prenda? ¿Quien no
se esfuerça á haz[e]r penitencia por el desierto con tal viático? Y
finalmente esta consideración, quando anda en ella la mano de Dios, totalmente
muda y absorbe al hombre y le saca de sí, ya con reverencia, ya con amor, ya
con otros affectos poderosíssimos causados de la consideración de su
presencia, los quales, aunque no se sigan necessariamente de la consideración,
nos son fortísima ayuda para ello, si el hombre no quiere ser piedra, como
dizen. Assí que, señor, exercítese Vuestra Merced en esta consideración,
haga cuenta que oye aquella voz: «Ecce sponsus venit», Deus vester venit;
y enciérrese dentro de su coraçón, y ábralo para recebir aquello que de tal
relámpago suele venir; y pida al mismo Señor que por aquella bondad misma que
tal merced le hizo de ponerse en sus manos, por aquella misma le dé sentido
para saber estimarlo, reverenciarlo y amarlo como es razón. Importúnele que no
permita el que esté Vuestra Merced en presencia de tal Magestad sin reverencia,
temor y amor. Acostúmbrese á sentir lo que deve de la presencia del Señor,
aunque otra consideración no tenga. Mire á los que están delante los reyes,
aunque nodigan nada, aquella mesura, reverencia y amor con que están, si están
como deben. Mas mejor es pensar cómo están en la corte del cielo aquellos tan
grandes en presencia de la infinita Grandeza, temblando de su pequeñez, y
ardiendo en fuego de amor, como abrasados en el horno dél. Haga cuenta que
entra él entre aquellos grandes y tan bien vestidos, tan bien criados, tan
diligentes en el servicio de su Señor; y puesto en tal compañía, y en
presencia de tal Rey, sienta lo que deve sentir, aunque, como digo, no tenga
entonces otra consideración; quiero dezir que una cosa es saber hablar al rey y
otra saber, aunque callando, estar delante del rey, para estar como deve estar.
Y esta unión de su alma con Nuestro Señor es la que deve tener en la missa,
colgado dél, como quando está en la celda en lo más íntimo de su coraçón
unido con Dios, y de tal manera que las palabras que lee no le distraigan de
esta unión; porque hallará en ella más fructo que en las palabras, aunque se
ha de tener cuenta con ellas; mas hase de acostumbrar, teniendo el coraçón
unido y presente á Dios, tener la atención que conviene á lo que haze y dize.
¡O
Señor, y qué siente una ánima quando vee que tiene en sus manos al que tuvo
Nuestra Señora elegida, enriquescida en celestiales gracias para tratar a Dios
humanado, y coteja los braços de ella, y sus manos, y sus ojos con los proprios!
¡Qué confusión le cae! ¡Por cuán obligado se tiene con tal beneficio!
¡Quanta cautela deve tener en guardarse todo para Aquél que tanto le honra en
ponerse en sus manos, y venir á ellas por las palabras de la consacración!
Estas cosas, señor, no son palabras secas, no consideraciones muertas, sino
saetas arrojadas del poderoso arco de Dios, que hieren y trasmudan el coraçón
y le hazen dessear que en acabando la missa se fuesse el hombre á considerar
aquella palabra del Señor: «Scitis quid fecerim vobis»? ¡O Señor,
quien supiesse quid fecerit nobis Dominus en esta hora! ¡Quien lo
gustasse con el paladar del ánima! ¡Quien tuviesse balanças no mentirosas
para lo pesar! ¡Quán bienaventurado sería en la tierra! ¡Y cómo en acabando
la missa le es gran asco ver las criaturas y gran tormento tratar con ellas, y
su descanso sería estar pensando quid fecerit ei Dominus hasta otro día
que tornasse á dezir missa.
Y
si alguna vez diere Dios á Vuestra Merced esta luz, entonces conoscerá quanta
confusión y dolor deve tener quando se llega al altar sin ella; que quien nunca
lo ha sentido no sabe la miseria que tiene quando le falta. Junte Vuestra Merced
á esta consideración de quién es el que al altar viene, el por qué viene, y
verá una semejança del amor de la encarnación del Señor, del nascimiento, de
su vida y de su muerte, que le renueve lo passado: y si entrare en lo íntimo
del coraçón del Señor y le enseñare que la causa de su venida es un amor
impaciente, violento, que no consiente al que ama estar absente de su amado,
desfallecerá su ánimacon tal consideración.
Mucho
se mueve el ánima considerando: á Dios tengo aquí; mas quando considera que
del grande amor que nos tiene, como desposado que no puede estar sin ver yhablar
á su esposa ni un solo día, viene á nosotros, querría el hombre que lo
siente tener mil coraçones para responder á tal amor, y dezir como Sancto
Augustín: Domine, quid tibi sum, quia jubes me diligere te? Quid tibi sum?
¡Que tanto deseo tienes de verme y abraçarme, que estando en el cielo con los
que tan bien te saben servir y amar, vienes á este que sabe muy bien offenderte,
y muy mal servirte? ¿Que no te puedes hallar, Señor, sin mí? ¿Que mi amor te
trae? ¡O, bendito seas, que siendo quien eres pusiste tu amor en un tal como
yo! ¡Y que vengas aquí con tu Real Persona, y te pongas en mis manos, como
quien dize: «Yo morí por ti una vez, y vengo á ti para que sepas que no estoy
arrepentido de ello; mas si fuesse menester moriré por ti otra vez»! ¿Qué
lança quedará enhiesta á tal requesta de amor? ¿Quien, Señor, se
absconderá del calor de su coraçón, que calienta el nuestro con su presencia,
y como de horno muy grande saltan centellas á lo que está cerca? Tal, padre
mío, viene el Señor de los cielos á nuestras manos, y nosotros tales lo
tratamos y recebimos.
Concluyamos
ya esta plática tan buena y tan propria de ser obrada y sentida, y suppliquemos
al mismo Señor que nos haze una merced, que nos haga otra, pues dádivas suyas
sin ser estimadas, agradecidas y servidas, no nos serán provechosas. Immo,
como Sant Bernardo dize, que el ingrato eo ipso pessimus quo optimus.
Miremos todo el día cómo vivimos, para que no nos castigue el Señor en aquel
rato que en el altar estamos, y traigamos todo el día este pensamiento: al
Señor recebí, á su mesa me assiento, y mañana estaré con Él; y con esto
huiremos todo mal, y esforcémonos al bien, que lo que se haze fuera del altar
suele el Señor galardonarlo allí.
Y
para concluir digo que se acuerde Vuestra Merced que se quexó el Señor de
Simón, porque entrando en su casa no le dió agua para sus pies, ni beso en su
faz; para que sepamos que quiere de la casa do entra que le den lágrimas por
los peccados á los pies dél, y amor que haze dar beso de paz.
Esta dé á V. Merced Nuestro Señor con el mismo Señor y con sus próximos, que nazca del perfecto amor, el qual aquí le atormente por las offensas que él y otros hazen al Señor, y en el cielo le haga gozar teniendo el bien de Dios por proprio y más que proprio, amando á Él más que [á sí] mismo: por cuyo amor pido á Vuestra Merced que si algo ó mucho va en esta carta que aya menester emienda, me la envíe, y por lo bueno dé gracias á Nuestro Señor, y se acuerde de mi quando en el altar estuviere.