San
Juan de Ávila
Carta que escrivió el Padre maestro Juan de Avila á un predicador. Trata de la alteza á que los tales son levantados y de cómo se han de aver con Dios y con las ánimas y de lo mucho que le han de costar y del ánimo que para ello han de tener
Charissime:
Dos
cartas de Vuestra Reverencia he recebido, en las quales me haze saber del nuevo
llamamiento con que Nuestro Señor lo ha llamado para engendrarle hijos á
gloria suya. Sit ipse benedictus in saecula, que no se desprecia de tomar
por instrumento de tan gloriosa cosa á una cosa tan baxa, y hablar, siendo
Dios, por una lengua de carne, y levantar al hombre á que sea órgano de la
divina voz y oráculo del Spíritu Sancto. Cristo hombre fué el primero en
quien este spíritu lleno y vivificativo de los oyentes se aposentó,
engendrando por la palabra hijos de Dios, y muriendo por ellos, por lo qual
mereció ser llamado Pater futuri saeculi. Y porque dél y de sus bienes
ay comunicación con nosotros, assí como nos hizo hijos, siendo él Hijo, y
sacerdotes, siendo él Sacerdote, hízonos él, siendo gracioso, graciosos; él,
amado y bendito, semejables á él, y, siendo heredero del reino del Padre,
sómoslo nosotros también en él y por él, si estamos en gracia. Assí porque
no quedase en el tesoro de su riqueza cosa de la qual no nos diesse parte,
teniendo él spíritu para ganar los perdidos, compasión para ganar las ánimas
enagenadas de su Criador, palabra viva y efficaz para dar vida á los que la
oyeren, consoladora para los contritos de coraçón, linguam eruditam, ut
sciam sustentare eum qui lapsus est verbo, quiso poner deste spíritu y
desta lengua en algunos, para que á gloria suya puedan gozar de título de
padres del spiritual ser, como él es llamado, según que S. Pablo osadamente
affirma: Per evangelium ego vos genui. Quiere el amado sant Juan que
veamos qualem charitatem dedit nobis Pater, ut filii Dei nominemur et simus.
Razón es que con ella agradezcamos y seamos padres de los hijos de Dios, y por
la una y la otra sea conocido Dios en ser largo y bueno sobre los hijos de los
hombres.
Deve,
pues, Vuestra Reverencia, para el officio á que ha sido llamado, atender mucho
que no se amortigüe en el spíritu de hijo para con Dios, Padre común, y en el
spíritu de padre, para con los que Dios le diere por hijos. Por lo primero
será reverenciadísima aquella altíssima Magestad, adorándola con humildad
muy profunda, no haziendo cuenta de su proprio ser, metiéndolo en el inefable
abismo del suyo, y serle fiel, buscando en todo y por todo la gloria dél,
renunciando y abjurando ex toto corde la propria, diziendo con Josef:
«Todas las cosas que mi Señor tiene me dió en las manos, salvo á ti, que
eres su mujer.» La gloria de Dios sea para Dios, pues que son para en uno, que
si á otro la queremos dar, ¿qué cosa más mal casada, ni mayor adulterio que
la gloria del Criador con la criatura!: esposa buscamos; no nos alcemos con
ella: ánimas, en las quales [sea] Cristo aposentado y nosotros olvidados,
porque más se acuerden dél, salvo en quanto él vee que es necessario para que
por nuestra memoria y estima le estimen y amen á él. Este deseo de la honra de
Dios ha de mover al buen hijo para nunca cansarse á con palabras y obras
publicar la fama y renombre deste gran padre, y no tener aquí otro descanso,
sino quando le uviere hallado algún lugar, en el qual como en templo sea
adorado y reve[re]nciado y amado como el único y natural hijo que al cabo desta
jornada notificó á lo que avía sido embiado, y lo que avía hecho en toda su
vida: Pater manifestavi nomen tuum hominibus. Y no dió sueño á sus
ojos, ni entró en el descanso hasta que halló descanso para el Señor y morada
para el Dios de Jacob. Esta reverencia y zelo de la honra del Padre, y esta obra
hasta la muerte de cruz no se aparte de la memoria del que es llamado para el
officio de publicar la gloria de Dios como fiel hijo, teniendo pues el spíritu
de su hijo para con Dios, con el cual clamamus ¡abba! (¡pater!),
teniendo en nuestras entrañas reverencia, confiança y amor puro para con Dios,
como un hijo fiel para con su padre.
Resta
pedirle el spíritu del padre para con sus hijos que uviéremos de engendrar,
porque no basta para un buen padre engendrar él y dar la carga de educación á
otro, mas con perseverante amor suffrir todos los trabajos que en criarlos se
passan hasta verlos presentados en las manos de Dios, sacándolos deste lugar de
peligro, como el padre suele tener gran cuidado del bien de la hija hasta que la
vee casada. Y este cuidado tan perseverante es una particular dádiva de Dios y
una expressa imagen del paternal y cuidadoso amor que nos tiene. De arte que yo
no sé libro, ni palabra, ni pintura, ni semejança que assí lleve
alconoscimiento del amor de Dios con los hombres, como este cuidadoso y fuerte
amor que él pone en un hijo suyo con otros hombres, por estraños que sean: y
¡qué digo estraños!; ámalos aunque sea desamado; búscales la vida, aunque
ellos le busquen la muerte, y ámalos más fuertemente enel bien que ningún
hombre, por obstinado y endurecido que estuviesse con otros, los desama en el
mal. Más fuerte es Dios que el peccado, y por esso mayor amor pone á los
espirituales padres, que el peccado puede poner desamor á los hijos malos. Y de
aquí [es también] que amamos más á los que por el Evangelio engendramos, que
á los que naturaleza y carne engendra, porque es más fuerte que ella y la
gracia que la carne. Y también este cuidadoso amor del bien de los otros pone
muy gran confiança al que lo tiene, que Dios lo tiene dél mismo: porque siendo
él en su coraçón, tan pequeño y miserable, y tan inclinado al proprio
provecho, arder un fuego vivíssimo y muy más fuerte que todas las aguas,
aunque sean de la muerte para con los otros, parécele que más arderá el fuego
de amor en el coraçón bueno de Dios, quanto va de bondad á maldad, y de fuego
á frialdad. Y muy necessario es que quien á este officio se ciñe que tenga
este amor, porque assí como los trabajos de criar los hijos, assí chicos como
quando son grandes no se podrían llevar como se deven llevar, sino de coraçón
de padre ó madre, assí tan poco, los sinsabores, peligros y cargas desta
criança no se podrían llevar, si este spíritu faltasse.
Con
atención y casi sonriéndome leí la palabra que Vuestra Reverencia en su carta
dize, que le parece dulce cosa engendrar hijos y traer ánimas al conocimiento
de su Criador; y respondí entre mí: Dulce bellum in expertis. El
engendrar no más confiesso que no tiene mucho trabajo, aunque no caresce dél,
porque si bien hecho ha de ir este negocio, los hijos que hemos por la palabra
de engendrar, no tanto han de ser hijos de voz quanto hijos de lágrimas,
porque, si uno llora por las ánimas y otro predicando las convierte, no
dudaría yo de llamar padre de los assí ganados al que con dolores y con
gemidos de parto lo alcançó del Señor, antes que al que con palabra pomposa y
compuesta los llamó por defuera.
A
llorar aprenda quien toma officio de padre para que le responda la palabra y
respuesta divina que fué dicha á la madre de Sant Augustín por boca de Sant
Ambrosio: «Hijo de tantas lágrimas no se perderá.» A peso de gemidos y
offrecimiento de vida da Dios los hijos á los que son verdaderos padres, y no
una, sino muchas vezes ofrecen su vida porque Dios dé vida á sus hijos, como
suelen hazer los padres carnales. Y si esta agonía se passa en engendrar ¿qué
piensa, padre, que se passa en los criar? ¿Quién contará el callar que es
menester para los niños, que de cada cosita se quexan, el mirar no nazca
invidia por ver ser otro más amado, ó que parece serlo, que ellos? ¿El
cuidado de darles de comer aunque sea quitándose el padre el bocado de la boca,
y aun dexar de estar entre los coros angelicales por descender á dar sopitas al
niño? Es menester estar siempre templado, porque no halle el niño alguna
respuesta menos amorosa. Y está algunas veces el coraçón del padre
atormentado con mil cuidados y ternía por gran descanso soltar las riendas de
su tristeza y hartarse de llorar, y si viene el hijito ha de jugar con él y
reir, como si ninguna otra cosa tuviesse que hazer. Pues las ten[t]aciones,
sequedades, peligros, engaños, escrúpulos, con otros mil cuentos de siniestros
que toman, ¿quien los contará?, ¿qué vigilancia, para estorvar no vengan á
ellos?, ¿qué sabiduría para saberlos sacar después de entrados?, ¿paciencia
para no cansarse de una, y otra, y mil vezes, oirlos preguntar lo que ya les han
respondido, y tornarles á dezir lo que ya se les dixo? ¡Qué oración tan
continua y valerosa es menester para con Dios, rogando por ellos porque no se
mueran!, porque si se mueren, créame, padre, que no ay dolor que á este se
iguale, ni creo que dexó Dios otro género de martirio tan lastimero en este
mundo como el tormento de la muerte del hijo en el coraçón del que es
verdadero padre: ¿qué le diré?; no se quita este dolor con consuelo temporal
ninguno, no con ver que si unos mueren otros nacen, no con dezir lo que suele
ser sufficiente en todos los otros males: «El Señor lo dió, el Señor lo
quitó; su nombre sea bendito.» Porque como sea el mal del ánima, y pérdida
en que pierde el ánima á Dios, y sea deshonra de Dios, y acrecentamiento del
reino del pecado nuestro contrario vando, no ay quien á tantos dolores tan
justos consuele. Y si algún remedio ay es olvido de la muerte del hijo; mas
dura poco, que el amor haze que cada cosita que veamos y oyamos luego nos
acordemos del muerto, y tenemos por traición no llorar al que los ángeles
lloran en su manera, y el Señor de los ángeles lloraría, y moriría si
posible fuesse. Cierto, la muerte del uno excede en dolor al gozo de su
nascimiento y bien de todos los otros. Por tanto, á quien quisiere ser padre
conviénele un coraçón tierno y muy de carne para aver compasión de los
hijos, lo qual es muy gran martirio, y otro de hierro para sufrir los golpes que
la muerte de ellos da, porque no derriben al padre ó le hagan del todo dexar el
officio, ó desmayar, ó passar algunos días que no entienda sino en llorar, lo
qual es inconveniente para los negocios de Dios, en los quales ha de estar
siempre solícito y vigilante; y aunque esté el coracón traspassado destos
dolores, no ha de afloxar, ni descansar, sino aviendo gana de llorar con unos,
ha de reir con otros, y no hazer como hizo Aarón, que aviéndole Dios muerto
dos hijos y siendo reprehendido de Moisén, porque no avía hecho su officio
sacerdotal, dixo él: «¿Cómo podía yo agradar á Dios en las cerimonias con
coraçón lloroso?» Acá, padre, mándannos siempre busquemos el agradamiento
de Dios, y postpongamos lo que nuestro coraçón querría; porque por llorar la
muerte de uno no corran por nuestra negligencia peligro los otros. De arte que,
si son buenos los hijos, dan un muy cuidadoso cuidado, y, si salen malos, dan
una tristeza muy triste: y assí no es el coraçón del padre sino un recelo
continuo y una atalaya desde alto, que de sí lo tienen sacado, y una continua
oración, encomendando al verdadero padre la salud de sus hijos, teniendo
colgada la vida dél de la vida dellos, como S. Pablo dezía: «Yo vivo, si
vosotros estáis en el Señor.» Razón es que diga á V. R. algunos avisos que
deve guardar con ellos, los quales no son sino sacados de la experiencia de
yerros que yo he hecho: querría que bastasse aver yo errado para que ninguno
errasse, y con esto daría yo por bien empleados mis yerros. Sea el primero que
no se dé á ellos quanto ellos quisieren, porque á cabo de poco tiempo
hallará su ánima seca, como la madre que se le han secado los pechos con que
amamantava sus hijos; no los enseñe á estar del todo colgados de la boca del
padre, mas si vinieren muchas vezes mándeles ir á hablar con Dios en la
oración aquel tiempo que allí avían de estar; y tenga por cierto que muchos
destos que freqüentan la presencia de sus spirituales padres no tienen más
raíz en el bien de quanto están allí oyendo, y más es un deleite humano que
toman en estar con quien aman y oyen hablar, que en estar tomando cebo con que
crezcan en la vida spiritual. Y de aquí es que no crecen más un día que otro,
porque piensan que todo lo ha de hazer el padre hablando, y assí hazen perder
el aprovechamiento á su padre, y no crecen ellos cosa alguna. Tienen también
esta condición, que en qualquier tribulación que les venga luego corren á sus
padres todos turbados, porque ninguna fuerça tienen en sí, y aunque el padre
no deva faltar en tales tiempos, mas dezirles que vayan delante Nuestro Señor,
y se le representen con aquella pena, porque no pierdan tal tiempo de
comunicación con Él, que es el mejor de los tiempos: y para que le oyan con
atención les embía Dios la pena, no para que se vayan á consolar con los
hombres y pierdan las grandes lumbres y aprovechamientos que Dios suele dar al
que acorre á Él en el tiempo de las tribulaciones. La summa desto es, que les
enseñe á andar poco á poco sin ayo, para que no estén siempre floxos y
regalados, mas tengan algún nervio de virtud y no se dé él tanto á otros que
pierda su recogimiento y pesebre de Dios; porque más provecho hará con hablar
un poco, si sale de coraçón encendido, que con derramar palabras frías acá y
acullá: el medio en esto pídalo á su conciencia, mirando que no se enfríe, y
lo que mejor es, pídalo al soberano Maestro, que se lo enseñe por el spíritu
suyo.
Item,
no se meta en remediar necessidades corporales, salvo ordenando en general como
se remedie, assí como ordenando essa cofradría ó cosas semejantes, y con eso
cumpla, y sépanlo assí sus hijos, que no han de llegarse á él, ni esperen
dél favor temporal alguno, porque si en esto no mira ser le ha grande estorvo
para el camino que quiere caminar. Y esto está mandado en el Concilio
Cartaginense IV, donde se dize: «El Obispo no haga por sí mismo los negocios
de las viudas y huérfanos y peregrinos, sino por el arcipreste ó arcidiano»:
y dijo abaxo: «Que solamente entienda en la lección y oración y palabra de
predicación: ruegos de juezes ó de personas á quien se deve algo, porque
suelten ó esperen, huya de ello; y, si mucho le importunaren, cumpla con darles
una breve carta en que lo ruegue con toda modestia. Finalmente de todo esto
temporal huya, acordándose como el Señor dava en rostro, diciendo: «Buscáisme,
no por las señales que vistes, mas porque comistes y os hartastes.» Esta regla
tiene excepción: si supiere de alguna particular necessidad corporal, de la
qual pende cosa del ánima, entonces puede entender en ella, lo qual acaesce
pocas vezes en la verdad, aunque quien la padece diga que muchas.
No
descubra á hijos secretos particulares de la comunicación de Dios consigo ni
con otra persona; porque hallará por experiencia tan poco secreto en ellos que
no lo pudiera creer si no lo provara, si no fuere cosa particular de persona
secreta que se le pueda fiar.
No
les suelte la rienda á comulgar quantas vezes quisieren; que muchos comulgan
más por liviandad, que no por profunda devoción y reverencia: y acaesce á
estos venir á estado que ninguna mejoría ni sentimiento sacan de la comunión,
y esto es grande daño y se deve evitar. Téngalos siempre debaxo de una
profunda reverencia á este misterio, y al que sin ella viere reprehéndale, y
quítele el pan hasta que mucho lo desee y se conozca muy indigno dél. Al vulgo
basta comulgar tres ó quatro vezes en el año, ó los medianos nueve ó diez
vezes; á las personas religiosas de quinze á quinze días, y si son casadas se
pueden esperar á tres semanas ó un mes, y á los que muy particularmente viere
tocados de Dios, y se conosciere casi á los ojos el provecho, comulguen de ocho
á ocho dias, como aconsejó Sant Augustín. Y más freqüencia desta no aya, si
no se viese tan grande hambre y reverencia, ó alguna extrema tentación ó
necessidad que otra cosa aconsejasse, en lo qual tenga miramiento de algunas
personas cerca desto. Y creo que ay muy pocos que les convenga freqüentar este
misterio más de ocho á ocho días. Y Sant Buenaventura dize que en todos los
que él conosció, no halló quien más á menudo de aqueste término lo
pudiesse recibir. Sant Francisco de [Paula] primero confessava quatro ó cinco
vezes en el año; después de muy sancto, cada domingo. Aprendan en pago de
aquella celestial comida hazer algún servicio á Nuestro Señor, ó en ir
quitando alguna passión cada día, ó en otra cosa alguna que corresponda á
cada vez que comulgare; que allegarse á los pies del confesor y luego al altar,
tornarse ha en tanta costumbre á algunos, que casi ninguna cosa ay más para
aquello que aquel ratico que están allí.
También
me parece cerca desto que Vuestra Reverencia no curasse de confessar
ordinariamente, porque ay algunos peligros en ello, que quiçá le turbarán, y
porque será tan combatido que no terná tiempo para entender en lección ni
oración, lo qual conviene que nunca se dexe, porque luego es todo casi perdido.
Si alguna cosa quisieren dél, dígales que le digan aquello particularmente y
respóndales á ello. Y muchos ay que para contar sus necessidades corporales
piden confessión, y no cae hombre en ello hasta que ha perdido el tiempo; y
dígolo assí porque por maravilla se saca provecho de los que assí viven.
Otros para contar una cosa ó escrúpulo piden confessión; deve dezir á estos:
«Mirad si alguna cosa particular me quereis dezir que no lo fiais de otro, ó
os parece que yo la podré remediar; dezídmela, que la confessión no faltará
con quien se haga.» Y es buen proveimiento tener hablado á algunos confessores
y platicado con ellos el arte de confessar, para que entrambos sean á una, y
embiar á aquellos los que vinieren á pedir confessión, diziéndoles: «Yo os
daré quien os confiesse meyor que yo.» Y es bien tener tassa en el negociar;
porque si á cada hora que vienen les ha de responder, no le dexarán rato de
quietud. Señáleles á la mañana y tarde ciertas horas, y si en otras
vinieren, avise al portero que les diga que vengan á sus horas. Item,
conviene mucho á los hijos que de nuevo nacen encomendar el silencio, porque,
como sienten un poco de vino nuevo en el coraçón, luego querrían hablar de lo
que sienten, y quedan por esto vazíos, porque, como dixo Sant Bernardo, el más
apto instrumento para vaziar el coraçón es la lengua. Callen y obren, y
dissimulen todo lo possible el don que Nuestro Señor les ha dado, porque ya
sabe el proverbio que dize: «Hablar como muchos y sentir como pocos.» Y de no
guardar este proverbio se sigue, ó que los otros persiguen al nuevo cavallero
de Jesu Cristo y derríbanlo por impaciencia, ó alábanlo por sancto y
derríbanlo con mayor caída. Y por tanto, mientras el árbol está en flor,
bien es guardarlo de todo inconveniente, no se hagan luego maestros, queriendo
predicar á los otros; no piensen que los que no siguen lo que ellos van
perdidos, mas pongan los ojos sobre su salud solamente, y óbrenla como dize S.
Pablo, con temor y con temblor, dexando el negocio ajeno al Señor, que sabe lo
que cada uno tiene y en qué parará.
Finalmente
los haga vivir in timore Domini; y coman su pan en silencio; y si algún
poquito de liviandad de soberbia viere en ellos, reprehéndaselo gravemente,
conforme al soberano Maestro, quando á los discípulos que se gloriavan dixo: Videbam
Sathanam.
Las
receptas generales que se deven dar á los que quieren servir al Señor, de más
de las dichas, son quatro. La primera que freqüenten los sacramentos de la
confessión y comunión, como es dicho: y para bien se confessar hanse de
examinar cada noche lo que han passado aquel día, y de allí tomar lo
principal, y encomendarlo al papel por cifras, y principalmente á la memoria,
para brevemente confessar.
La
segunda que sean muy amigos de la lección, porque según la gente está
duríssima esle muy provechoso leer libros de romance. Libros que son más
acomodados para esto: Passio duorum, Contemptus mundi, los
abecedarios spirituales (la segunda parte y la quinta, que es de la oración; la
tercera parte no la dexen leer comúnmente, que les hará mal, en que va por
vía de quitar todo pensamiento, y esto no conviene á todos); Los Cartujanos
son muy buenos. Opera Bernardi, Confessiones de S. Augustín.
La
tercera cosa es la oración, en la qual es menester mucho tiento, porque no se
[torne] en daño lo que Nuestro Señor nos dexó para provecho nuestro. In
primis les ha de aconsejar se desocupen un poco por la mañana, y otro á la
tarde ó noche, y rezen algunas oraciones vocales á las cinco plagas, ó
algunas horas. Después de rezar, lean un poquito en cosa que sea conforme á lo
que quieren meditar, assí como si tienen los passos de la Passión repartidos
para cada día de la semana, lo qual es buen orden. Y si quisieren oy pensar en
el Huerto lean en aquel passo, y aunque no lo lean todo no haze al caso, q'ue
otra semana pasarán áotro poco, y assí á los otros passos; que con leer
recógese el coraçón y caliéntase algo, y hallan alguna puerta los
principiantes para entrar en la meditación, que de otra manera passan grave
trabajo, si no haze el Señor merced particular. Y después de aver leído,
mediten un poco por la mañana en un passo de la Passión con todo sosiego de
ánima, contentándose con aquella vista senzilla y humilde, acatando á los
pies del Señor y esperando su limosna y misericordia; y sobre esto oigan missa,
pensando aquel passo que en casa pensava: en la tarde ó noche rezen otro tanto,
y lean, y después piensen en la hora de su muerte, y cómo han de ser
presentados ante el juizio del Señor; y acúsense, y avergüéncense, y
afréntense delante del acatamiento de Dios, sintiéndose como si estuviessen
presentes, y pongan á una parte los bienes que han recebido y á la otra los
males que ellos han hecho, y pidan al Señor sentimiento de su propria maldad; y
allí pueden pensar un poco en el infierno y reprehenderse de las faltas aquel
día cometidas. Todo se ha de hazer con el más sosiego que pudieren, para que,
si Dios los quisiere hablar, no los halle tan ocupados en hablarlo todo ellos,
que calle Dios. Intellige
quae dico, dabit enim tibi dominus in omnibus [intellectum].
Avísenles que guarden la cabeça, y que se contenten con estar un rato
en la presencia del Señor, aunque otra limosna no reciban; y de aquel meditar,
aunque sea seco, se saca algún bien. Algunos ay á quien Dios toma los
coraçones y obra en ellos, que no es menester sino recogerse á Dios, y luego
hallan tanta lluvia de pensamientos buenos y comunicación dél, que no han
menester sino seguir tal guía; otros ay tan rudos que no es menester imponerlos
en más que rezar y leer. Entre día encomiende que piensen ó en la presencia
de Dios ó en aquel passo, que pasavan por la mañana; toda esta meditación se
ha de hazer, no llevando la imaginación á partes lexos de sí, sino dentro de
si ó á par de sus pies, porque es cosa más descansada y más provechosa para
arraigarse en el coraçón.
La
quarta cosa es que entiendan en obras de caridad, cada uno según pudiere; quien
pudiere dar limosna, casa, consejo, no dexe nada por hazer, que aunque algún
poco el ánima se destraiga no cure de ello; ni todo se ha de gastar en
recogimiento, ni todo en acción exterior. Alguna penitencia especial si son
moços. La unción del Spíritu Sancto le enseñará, etc.
En
lo que me manda que le diga algo de los libros que agora se usan, no tengo cosa
que me parezca digna de se la embiar. De lo que yo me he aprovechado, en essa
parte es la Summa de vitiis et virtutibus de Guilliermo Parisién.
Esto
es, caríssimo, lo que se me ha offrescido escrevir, y sabe el Señor entre
quantas occupaciones, tomando y dexando la pluma. Bien creo que el Señor le ha
mostrado otras cosas mejores que estas, sino yo atrevime á dezir los males en
que yo he caído, para que aya compasión de mí, y ruegue al Señor perdone mis
ignorancias que en este officio he hecho, y dé a Vuestra Reverencia gracia, que
no caiga en ellas, como yo creo que no lo permitirá.
Olido
he de su carta que el mundo le es contrario: no le pene ni poco ni mucho: tenga
por averiguado que hallará á Dios tan favorable en este negocio que no lo
podrá creer, sino quien lo prueva. Negocio es de Dios, y tan suyo que no ay
cosa en la tierra, en la qual ponga Él sus sacratíssimos ojos con tanto
cuidado y favor como en la vocación y justificación y guarda de sus escogidos.
Quiera el mundo ó no, los que Dios tiene determinado que por instrumento del
pobrezito predicador se salven, no los podrá escusar, aunque se junte todo el
infernal poderío a contradezirlo.
Cobre,
padre, un ánimo grande para mandar de parte de Dios al cielo si es menester.
Todas las cosas crió Dios por causa de los escogidos, y la salud destos nos
encomendó Él en nuestras manos, para que los llamemos, esforcemos y ayudemos
á colocarlos en el cielo. No se ha de pensar que olvidará Dios á estos que ab
[a]eterno para sí escogió y amó.
Ordene bien lo que ha de hazer, execute con toda osadía y no haga cobarde un officio y un lugar donde tantos tan osadamente han hablado; y aunque les aya costado la vida de acá, han salido con el bien de las ánimas, y de las suyas, que era la impressa que pretendían. Assiente en su coraçón las palabras de Crist: Dico autem bovis amicis meis: Ne terreamini ab his, qui occidunt corpus, etc. Y sepa que la diligencia que este Rey nuestro trae en el negocio de la salvación de nuestras ánimas es tan grande quanto no se puede hablar ni pensar. Christo gloria et imperium in saecula saeculorum. Amen.