Palabra
segunda. Que es ver y que cosa hemos de ver
Si
bien habéis oído las palabras ya dichas, veréis cuán necesario es el oír
para agradar a Dios nuestro Señor. Ahora escuchad la segunda palabra, que dice:
Ve. No basta estar atento a las divinas palabras de fuera y
inspiraciones de dentro, que es el oír; mas conviene también tener sano el
otro sentido que es ver, porque no menos son reprehendidos de Cristo los ciegos
que no ven la luz, que los sordos que no oyen.
A) Con los ojos del cuerpo
Mas
no penséis que, amonestándoos que veáis, os quiere decir fiestas o mundo,
porque aquel ver, ¿qué otra cosa es sino cegar, pues impide la vista del
ánima? Los ojos del cuerpo basta que miren la tierra, en que se han de tornar;
mas los espirituales pasen adelante y deseen el cielo donde está su deseo,
según dice David: Veré tus cielos, obra de tus dedos, la luna y estrellas
que Tú fundaste. E, si más criaturas quisiere ver, no lo impedimos, con
tal que sea la vista para pasar de ellas a Dios, no para perder y olvidar a Dios
en ellas; porque de esta vista dice David al Señor: Aparta, Señor, mis
ojos, porque no vean las vanidades; en el camino tuyo anímame. Bien sabía
este santo rey que el demasiado mirar es impedimento para correr con ligereza la
carrera de Dios, y suele entibiar el corazón encendido y por eso dice: Avívame
en tu carrera. Porque, según está claro a los experimentados, cuanto más
recogidos tienen estos ojos exteriores tanto más ven con los interiores, cuya
vista es más alegre y más provechosa. Lo cual es justo que fácilmente crea un
cristiano, pues leemos de algunos filósofos haberse sacado los ojos del cuerpo
por tener más recogido su entendimiento para contemplar. En el cual hecho
debemos burlar de su error en sacarse los ojos, y aprovecharnos de su buen deseo
en tener recogimiento en ellos.
Así
con toda guarda debemos guardar nuestros ojos, porque no nos acaezcan los males
que de la soltura suelen venir. ¿De dónde pensáis que vino la causa de la
perdición al mundo? Por cierto, no de más que de una vista desordenada. Miró
Eva al árbol vedado, dióle gana de comer de su fruto, porque le
parecía hermoso, comió y hizo comer a su marido y la comida fue
muerte para ellos y cuantos de ellos vinieron. No es cordura mirar lo que no es
lícito desear, como parece en el santo rey David, cuyos ojos se deleitaron en
mirar la mujer que se lavaba en su huerto; y tuvo después que mirar noches y
días, lavando su cama y estrado con lágrimas, en tanta abundancia que
sus ojos estaban carcomidos, como de polilla, de mucho llorar; y él dice: Arroyos
de aguas corrieron de mis ojos, porque no guardaron tu ley. Buen consejo
hobiera sido a sus ojos no deleitarse en lo que después tan caro les costó, y
también lo será a nosotros pecadores, pues tan livianos somos que, tras los
ojos, se nos va el corazón. Pongamos, pues, un velo entre nosotros y toda
criatura, no hincando los ojos del todo en ella; por ocupallos allí, no
perdamos la vista del Criador, quiero decir, nuestras devotas consideraciones
que de Dios teníamos.
Y
creed, por cierto, que una de las más ciertas señales de corazón recogido es
la mortificación en el mirar, y del corazón disoluto, la disolución del
mirar. No hay pulso que tan cierto declare lo que hay en el cuerpo cuanto el ojo
declara lo que hay en el ánima, de bien o de mal. Por lo cual el esposo alaba a
la esposa de los ojos, diciendo: Tus ojos son de paloma, dando a
entender que son honestos como los de la paloma, que suelen ser negros. Miremos,
pues, cómo miramos, si no queremos pagar llorando lo que pecamos mirando.
B) Con los ojos del ánima
E
si esto conviene mirar en los ojos de fuera, ¿cuánto más en los interiores,
en los cuales verdaderamente está el bien o el mal mirar, y por los cuales
es uno juzgado que tiene vista o que es ciego? Claro está que los fariseos a
quien Jesucristo nuestro Señor hablaba, ojos tenían en la cara, mas, porque no
veían con los del ánima, llámalos ciegos, y guías de ciegos. Y, por
el contrario, el patriarca Isaac y Tobías muy clara vista tenían en los ojos
del ánima, y por eso poco les dañaba estar ciegos en los ojos del cuerpo.
Porque, como dijo San Antón a un ciego llamado Dídimo, que era muy sabio en
las Escripturas divinas. «No es razón que toméis pena por no tener ojos del
cuerpo, los cuales tienen también los gatos y los perros, y otros menores
animales, pues tenéis claros los ojos del ánima, con los cuales podéis ver a
Dios.»
Pues
de esta vista debéis de entender lo que se amonesta en la segunda palabra, que
dice: Ve. Si la queréis cumplir, ojos tenéis que es vuestro
entendimiento, que para ver a Dios os fue dado. No lo hincháis de polvo de
tierra y de honras, ni lo atapéis con gruesos humores de pensamientos de
cuerpo, mas sacudido de estas poquedades, que ocupan la vista, tened vuestro
entendimiento claro, para emplearlo en aquel que os le dio, y que os le pide
para haceros bienaventurados en él. No penséis que os desocupó Cristo en
balde de las ocupaciones del mundo, y hizo que no entrásedes a moler en la
tahona de las cargas del matrimonio, cuyos cuidados suelen turbar los ojos de
quien anda en ellos, si muy especial gracia del Señor no tienen para cumplir
bien con dos partes; mas libertóos el Señor, para que fuésedes toda suya, y
vuestros ojos a Él solo mirasen, como la esposa casta a su solo esposo suele
mirar.
1)
Necesidad del propio conocimiento
Ternéis,
pues, este orden en el mirar: que primero os miraréis a vos, y
después a Dios, y después a los prójimos. Miradvos porque
os conozcáis y tengáis en poco; porque no hay peor engaño que ser uno
engañado en sí mesmo, teniéndose por otro del que es. Lodo sois de parte del
cuerpo, pecadora de parte del ánima. Si en más que esto os tenéis, ciega
estáis y deciros ha vuestro esposo: Si te conoces, hermosa entre las
mujeres, salte y vete tras las pisadas de tus manadas, y apacienta tus cabritos
par de las moradas.
No
hay cosa tan de temer y temblar, como oír de la boca de Dios: Salte y vete.
Porque si la más recia palabra de un padre para su hijo, o marido con su mujer,
que la tiene en grande abundancia, es apartarla de su amparo y riquezas,
diciendo: «Vete de mí, y de mi casa», ¿qué será salirse el ánima y irse
de Dios, sino desterrarse de todos los bienes, y caer en todos los males? ¿Dónde
iremos, dijo San Pedro a Cristo, que palabras de vida tenéis? ¿Dónde
iremos, Señor, que fuente de vida tienes, y tú solo la tienes? ¿Dónde
iremos, alegre luz, sin la cual hay tinieblas? ¿Dónde, pan y vino, sin el cual
hay hombre mortal? ¿Dónde, firmísimo amparo, sin el cual la seguridad es
peligro? ¿Dónde irá la oveja, estando en todas partes cercada de los lobos,
si el pastor la desabriga y alanza de sí? Recia palabra es: Salte y vete. Y
semeja aquella que Cristo ha de decir el día postrero a los malos: Idos,
malditos, al fuego que os está aparejado. Otra vez digo que no hay cosa
que más deba temer, ni tanto deba trabajar por evitar quien está en la
abundante y alegre casa del Señor, y debajo de su fortísimo amparo. ¿Cómo
oirán sus ovejas: Salte y vete? Y esta salida no es cosa liviana, mas
es causa de todos los males. Porque, desmamparado el hombre del amparo divino,
¿qué hará, como dice San Augustin, sino lo que hizo San Pedro cuando negó a
nuestro Señor, sin conocer ni arrepentirse del mal que había hecho, hasta que
el amparo y mirar divino tornó sobre Pedro caído en pecado, y olvidado en él?
Y conoció que había hecho mal y haber caído, y que la causa de su cuidado
había sido haber confiado de sí.
De
manera que la causa porque el benigno Señor se torna riguroso en echar de casa
sus hijos, es porque no se conocen, atribuyendo a sí los bienes que de él
venían. Así a esta ánima dice el esposo: Salte y vete tras las pisadas de
tus manadas; que quiere decir, que la deja ir perdida, siguiendo las obras
o rastros de los pecadores, que andan juntos en sus pecados, como manadas,
ayudándose en ellos unos a otros. Los cuales también serán en el día
postrero atados como manojos, para ser en el infernal fuego juntamente quemados
los que fueron juntos en los pecados. Dice el esposo a la tal ánima: manadas
tuyas, porque el pecado es de nosotros, no de Dios; y el bien es de Dios y
no nuestro, pues por su virtud lo hacemos. Lo cual Él quiere muy de hecho que
conozcamos ser así, no tanto por lo que a Él toca, cuya gloria conoce en sí
mesmo, aunque nosotros no le glorifiquemos; mas por lo que toca a nosotros, cuyo
bien es muy grande conocer que de todo el bien que tenemos, no a nosotros, sino
a él se debe la honra. Y si de lo que Él puso en nosotros para su alabanza,
queremos edificar ídolo, atribuyendo la gloria del incorruptible Dios a
nosotros, corruptibles hombres, no lo dejará Él sin castigo, mas dirá:
«Razón es que te quedes con lo que es tuyo, y te pierdes, pues no quesiste
permanecer en mí para salvarte.» ¡Oh cuán de verdad se cumplen en los
soberbios estas palabras, y cuán presto de espirituales se hacen carnales, de
recogidos disolutos, de oro lodo; y los que solían comer con sabor pan
celestial, deléitanse después en comer manjares de puercos, siéndoles cosa
muy pesada no sólo obrar las obras de Dios, más aún oír hablar de Él!
¿Dónde pensáis que ha venido haber sido algunas personas castos en el tiempo
de su mocedad, aunque fueron combatidos de graves tentaciones, y, venidos a la
vejez, haber miserablemente caído en vilezas tan feas que ellos mismos se
espantan de sí y se abominan? La causa fue que en la mocedad vivían con santo
temor y humildad, y, viéndose tan al canto de caer, invocaban a Dios y eran
defendidos por Él. Mas después que, con la larga posesión de la castidad,
comenzaron a engreírse y confiar de sí mismos, en aquel punto fueron
desamparados de la mano de Dios y hicieron lo que era proprio suyo, que es el
caer.
Y
entonces se cumple que apacientan sus cabritos, que son sus livianos y
deshonestos sentidos, cerca de las tiendas de los pastores, que son los
cuerpos, porque en ellos están los siervos de Dios como en cabaña de
campo, que presto se muda, y no comen en casa o ciudad de reposo; y así,
con mucha razón, en cuerpos y en cosas de cuerpos apacientan sus sentidos,
porque perdieron por su soberbia el verdadero sentido, sintiendo de sí otra
cosa que es ser nada y pecadores, robando a Dios la gloria que tan de verdad se
le debe a todo lo bueno que, por libre albedrío o por gracia, hemos.
Despertad,
pues, doncella, y escarmentad, como dicen, en ajena cabeza, y aprovechaos de la
amenaza, porque no probéis el castigo. Sed semejable a la esposa, a la cual
fueron dichas estas palabras, la cual, oída la palabra, y de boca de quien son
todos los bienes: Salte y vete, miróse, y conocióse, y quitó de sí
algunas osadías que antes tenía. Y hecha humilde con la reprehensión,
consuélala el esposo, diciendo: A mi caballería en los carros de Faraón
te he asemejado, amiga mía. Hermosas son tus mejillas, como de tórtola. Por
la soberbia es una ánima semejable al demonio, el cual, como dice el evangelio,
no estuvo en la verdad, que es Dios, mas quiso estar en sí, poniendo a
sí por su arrimo y descanso. Por eso cayó; porque la criatura no puede estar
en sí, sino en Dios. Mas por el conocimiento de sí es un ánima semejable a
los buenos ángeles, que se arrimaron a Dios y desasiéronse de sí; porque se
veían ser caña quebrada. Y túvolos Dios, y confirmólos, porque dieron voces
diciendo: Michael?, que quiere decir: ¿Quién como Dios?, en
lo cual contradecían al malaventurado Lucifer y los suyos, que se querían
hacer ídolos, atribuyendo a sí lo que era de Dios, que es ser principio,
arrimo y descanso de toda criatura; no porque éstos creyesen que lo podían
ser, pues que se conocían ser criaturas; mas porque se deleitan en ello, como
si lo tuvieran, como suelen hacer los soberbios, que, aunque su boca y
entendimiento diga a voces que de Dios tienen y esperan todo su bien, más con
la voluntad ensálzanse y gózanse vanamente en sí mismos, como si de suyo
tuviesen el bien; confesando con el entendimiento que la gloria se debe a Dios,
y robándosela con la voluntad. Mas los buenos ángeles claman con el
entendimiento y voluntad: ¿Quién como Dios?, porque de corazón se
humillaron y desestimaron, según por el entendimiento lo conocían. Y por esto
fueron ensalzados a ser participantes de Dios. Pues a esta caballería, que
es el angélico ejército, que destruyó a Faraón y sus carros en el mar
Bermejo, asemeja Cristo a su esposa cuando se conoce y se mide
por cosa baja.
Y
alábale las mejillas donde suele estar la vergüenza, porque hubo
vergüenza la esposa de la tal reprehensión, por haber perdido cosas mayores
que a su poquedad convenían; y de mejillas deslavadas tornáronsele vergonzosas
y honestas, como de tórtola, que es ave honesta. Y por eso decía
aquel devoto Bernardo que había hallado por experiencia no haber cosa tan
provechosa para alcanzar y conservar la gracia, y recobrarla, como vivir siempre
en un temor y santo recelo. Recelo cuando no la tenemos, porque estamos
aparejados a todas caídas; recelo cuando la tenemos, porque hemos de obrar
conforme al talento que nos es dado con ella; más recelo cuando la perdemos,
porque por nuestro descuido se ha ido nuestro favor. Y por eso dice la
Escriptura: Bienaventurado el varón que siempre está temeroso.
De
lo ya dicho, y de muchas otras cosas que los santos dotores han hablado en
alabanza del proprio conocimiento, veréis cuán necesaria es aquesta joya para
venir al conocimiento de Dios. Y pues queréis edificar casa en vuestra ánima
para este tan alto Señor, sabed que no los altos, mas los humildes de corazón,
son casas suyas.
Y
por tanto, el primero cuidado que tengáis sea cavar en la tierra de vuestra
poquedad, hasta que, quitado de vuestra estimación todo lo movedizo que de vos
tenéis, lleguéis a la firme piedra que es Dios, sobre la cual, y no sobre
vuestra arena, fundéis vuestra casa. Y por esto decía el bienaventurado San
Gregorio: «Tú que piensas edificar edificios de virtudes, ten primero cuidado
del fundamento de la humildad; porque quien quiere ganar virtudes sin ella, es
como quien llevase ceniza en su mano en contrario del viento.» Lo cual dice,
porque no sólo no aprovechan las virtudes sin la humildad, mas son ocasión de
muy grande pérdida, así como el grande edificio sobre el pequeño y flaco
cimiento es ocasión de caída. Y por tanto, conforme al alteza de las virtudes
ha de ser lo bajo del cimiento de la humildad, porque la ánima esté firme, y
no sea derribada con el peso de la soberbia.
2)
Cómo conseguir el propio conocimiento
Y
si me dijeres: ¿Dónde hallaré esta joya del proprio conocimiento?, dígoos
que, aunque es de mucho valor entre el establo y entre el estiércol de vuestra
poquedad y defectos la habéis de hallar. Quitad los ojos de las vidas ajenas,
no os entremetáis en saber cosas curiosas, volved vuestra vista a vos misma, y
perseverad en examinaros, que, aunque al principio no halléis tomo en
conoceros, como quien entra de la claridad del sol a una cámara obscura; mas,
perseverando en sosiego, poco a poco veréis lo que en vos hay, aunque sea en
los muy secretos rincones.
a)
LUGAR DONDE RECOGERSE, Y TIEMPO
Y
para que sepáis el modo que cerca de esto, que tanto os va, habéis de tener,
oíd a San Hierónimo que dice a una mujer casada: «De tal manera tengas
cuidado de tu casa que también tengas para tu ánima algún reposo; busca
algún lugar conveniente, y algún tanto apartado del bullicio de esta familia,
al cual te vayas, como quien va a un puerto, huyendo de la gran tempestad de tus
cuidados; y allí solamente haya lección de cosas divinas, y oración tan
continua, y pensamiento de las cosas del otro mundo tan firme, que todas las
ocupaciones del otro tiempo del día ligeramente las recompenses con este rato
de desocupación. Y no te decimos esto para apartarte de tu casa, mas antes
porque allí aprendas y pienses cómo te debes haber con ella.»
Si
este bienaventurado santo encomienda a una mujer casada quitar a las ocupaciones
de casa algún rato y que se recoja en quieto lugar a leer y pensar cosas de
Dios ¿con cuánta más razón la doncella de Cristo, que está libre de los
mundanos cuidados, y que debe pensar que no vive para otra cosa sino para usar
de la oración y recogimiento, debe buscar en su casa algún lugar ascondido y
secreto, en el cual tenga sus libros devotos, e imágines devotas, diputado para
ver y gustar cuán suave es el Señor? El estado de religión y
virginidad que habéis tomado, no es para que estéis enlazada en ocupaciones
perecederas; mas, así como es semejable cuanto a la entereza e incorrupción de
la carne, así habéis de pensar que no ha de entrar en vuestro corazón cuidado
de tierra, mas habéis de ser un templo vivo, en el cual se ofrezcan continuas
oraciones y suenen continuos loores a aquel que os creó. Daos por muerta a este
mundo, pues ya os habéis desposado con el rey celestial.
Y
acordaos que dice el esposo a la esposa: Huerto cerrado, hermana mía,
esposa, huerto cerrado. Porque no sólo habéis de ser limpia y guardada en
la carne, mas también muy cerrada y recogida en el ánima. Porque virginidad se
toma entre cristianos no por sí sola, mas por que ayuda para con más libertad
dar el corazón a Dios. La doncella que se contenta con virginidad del cuerpo, y
no vive cuidadosa en el recogimiento y gusto de Dios, ¿qué otra cosa hace,
sino pararse en el camino y nunca llegar a donde va, y tener aparejo para coser
y labrar, y nunca entender en ello? Cosa vergonzosa es a todo cristiano no tener
ejercicio de santa lección y de santos pensamientos en su ánima; mas, en la
virgen que a Cristo se ha dado, no sólo es vergonzoso, más intolerable y digno
de mucho castigo. Por tanto, si queréis gozar de los frutos de la santa
virginidad, que a Cristo habéis prometido, sed enemiga de ver y ser vista.
Salid todo lo menos que fuere posible, no os entremetáis en temporales
ocupaciones, buscad cuanto tiempo pudiéredes para os encerrar en vuestro
oratorio; que, aunque al principio se os haga de mal, después probaréis que en
las celdas se tratan negocios del cielo, y que ningún rato de tanto
contentamiento hay como el que allí en sosiego se gasta.
Buscado,
pues, este lugar quieto, recogeos en él, a lo menos dos veces al día, una por
la mañana, para pensar en la sacra pasión de Jesucristo nuestro Señor, como
después diremos, y otra en la tarde, en anocheciendo, a pensar en el ejercicio
del proprio conocimiento. Y el modo que tornéis sea éste.
b)
PRINCIPIO DE LA ORACIÓN: LECCIÓN Y REZO DE DEVOCIONES
Tomad
primero algún libro de buena doctrina, en que, como en espejo, veáis vuestras
faltas, y con él toméis manjar con que vuestra ánima sea esforzada en el
camino de Dios. Y este leer no ha de ser con pesadumbre, ni pasando muchas
hojas, mas alzando el corazón a nuestro Señor y suplicarle que os hable en
vuestro corazón con su viva voz, mediante aquellas palabras que de fuera
leéis, y os dé el verdadero sentido de ellas. Con aquella atención y
reverencia estad atenta, escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera
leéis, como si a Él mesmo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba. De
manera que, aunque tengáis los ojos en el libro, no peguéis en él con mucha
ansia el corazón para que os haga olvidar de Dios; mas tened a lo que leéis
una mediana descansada atención, que no os captive ni impida la atención libre
y levantada que al Señor habéis de tener. Y leyendo de esta manera no os
cansaréis, y daros ha nuestro Señor el vivo sentido de las palabras que obre
en vuestra ánima, unas veces arrepintiéndose de vuestros pecados, otras
confianza de ellos y de su perdón, y os abrirá el entendimiento a conocer
otras muchas cosas, aunque leáis pocos renglones. Y algunas veces conviene
interrumpir el leer, por pensar alguna cosa que del leer resultó, y después
tornar a leer. Y así se van ayudando la lección y la oración.
Y,
con el corazón así devoto y recogido, podéis empezar a entender en el
ejercicio de vuestro proprio conocimiento, de esta manera. Vuestras rodillas
hincadas, pensaréis a cuán excelente y soberana Majestad vais a hablar; la
cual no la penséis lejos, mas que hinche cielos y tierra, y que ninguna parte
hay en que no esté, y más dentro de vos que vos misma. Y considerando vuestra
pequeñez, hacelle una entrañable reverencia, humillando vuestro corazón como
una pequeña hormiga delante de un ser infinito, y pedir licencia para hablarle.
Comenzad
primero en decir mal de vos, y rezad la confesión general, y acordándoos
particularmente, y pidiendo perdón de lo que en aquel día hobierdes pecado.
Después
rezad algunas devociones que debéis tener por costumbre; no tantas que
demasiadamente os fatiguen la cabeza y os sequen la devoción; ni tampoco las
dejéis del todo, porque sirven para despertar la devoción del ánima, y para
ofrecer a Dios servicio con nuestra lengua, en señal que él nos la dio. Y por
eso nos enseña San Pablo que hemos de orar y cantar con el espíritu de la
voz, y con el ánima. Y estas oraciones no sólo sean para pedir mercedes a
nuestro Señor para vos, mas por aquellos por quien tenéis especial
obligación. Y otras, por toda la Iglesia cristiana, el cuidado de la cual
habéis de tener muy fijado vuestro corazón, porque, si a Cristo amáis, razón
es que os toque aquello por cuyo nombre derramó su sangre. Y rezados así por
los vivos como por los que en purgatorio están, y otras por toda la
infidelidad, que está privada del conocimiento de Dios, suplicándole traya a
su santa fe a todos, pues todos desea que sean salvos. Y estas
oraciones han de ser las más de ellas enderezadas a dos partes: una a nuestra
Señora, a la cual habéis de tener muy cordial obediencia y amor, y entera
confianza que os será muy verdadera madre en todas vuestras necesidades; y la
otra a la pasión de Jesucristo nuestro Señor, la cual también ha de ser muy
familiar refugio de vuestros trabajos, y esperanza única de vuestra salud.
Y
luego, dejad de rezar con la boca y meteos en lo más dentro de vuestro
corazón, y haced cuenta que estáis delante la presencia de Dios, y que no hay
más de él y vos.
C)
MEDITACIÓN DE LA MUERTE Y JUICIO
Pensad
cómo antes que a este mundo viniésedes érades nada, y como aquella
sobrepujante bondad de Dios nuestro Señor os sacó de aquel abismo de no ser, y
os hizo criatura suya, no cualquiera, sino razonable. Pensar cómo os dio cuerpo
y ánima, para que con lo uno y con lo otro trabajésedes de le servir.
Haced
cuenta que estáis ya en el paso de vuestra muerte, lo más verdaderamente que
lo pudiéredes sentir, diciéndovos a vos misma: «Llegar tiene algún día esta
hora de mi acabamiento, no sé si será esta noche o mañana, y pues ciertamente
ha de venir, razón es que piense en ello.» Pensad cómo caeréis mala en la
cama, y cómo habéis de sudar el sudor de la muerte. Levantarse ha el pecho,
quebrantarse han los ojos, perderse ha el color de la cara, y con grandes
dolores se apartará esta juntura tan amigable del cuerpo y del ánima.
Amortajarán después vuestro cuerpo, y poneros han en unas andas, y llevarlo
han a enterrar cantando unos, llorando otros. Echaros han en una breve
sepultura; cobijaros han con tierra; y, después de haberos pisado, quedaros
heis sola y seréis presto olvidada.
Pensad,
pues, que todo esto por vos ha de pasar. ¿Qué tal estará vuestro cuerpo
debajo de la tierra? Y cuán presto se parará tal que ninguno, por mucho que os
quiera, no os pueda ver, ni oler, ni estar cerca de vos. Mirad allí con
atención en qué para la carne y su gloria, y veréis cuán necios son aquellos
que, habiendo de salir tan pobres de este mundo, trabajan acá por ser muy
ricos; y habiendo de ser tan presto hollados, tienen gran sed de ponerse en más
altos lugares que otros, y cuán engañados viven los que regalan el cuerpo, y
se van tras sus deseos, pues que otra cosa no hicieron sino ser cocineros de
gusanos, guisándolos bien el manjar que han de comer, y ganaron con sus bienes
y deleites tormentos que nunca se acaban. Considerad y mirad con muy gran
atención y despacio vuestro cuerpo tendido en la sepultura; y, haciendo cuenta
que ya estáis en ella, mortificad los deseos de la carne cada vez que os
vinieren a la memoria, con mirar qué muerto estará vuestro cuerpo; Y
mortificad los deseos de agradar y desagradar al mundo, y de tener en algo
cuanto en él florece, pues que tan presto y con tanto abatimiento lo habéis de
dejar, y él a vos. Y considerando cómo nuestro cuerpo, después de ser manjar
de gusanos, se tornará en cieno y en polvo, no miréis de ahí adelante, sino
como a un muladar cubierto con nieve, y que os dé asco de acordaros de él. Y
teniendo al cuerpo en esta posesión, no seréis engañada cerca de estima de
él, mas ternéis verdadero conocimiento, y sabréis cómo le habéis de regir,
mirando el fin en que ha de parar; como quien se pone al fin de la nao, para
desde allí regirla mejor.
En
esto que habéis oído ha de parar vuestro cuerpo; resta que oyáis lo que ha de
acaecer a vuestra ánima, la cual será en aquella hora llena de angustias,
acordándose de las ofensas que en esta vida hizo a nuestro Señor, y
pareciéndole entonces muy grave lo que antes le parecía muy liviano. Será
desamparada de sus sentidos, no podría servirse de la lengua para pedir socorro
a nuestro Señor, y entenebrerse ha el entendimiento, que aun pensar en Dios no
podría, y, en fin, poco a poco acercarse ha la hora en que por mandamiento de
Dios salga del cuerpo, y se determine de ella o perdición para siempre o salud
para siempre. Oír tiene de la boca de Dios: Apártate de mí a fuegos
eternos, o: Queda conmigo en estado de salvación. Colgada habéis
de estar de sola la mano de Dios, y en sólo Él estará vuestro remedio. Por lo
cual habéis mucho de huir de enojar en vuestra vida al que a la hora de vuestra
muerte habéis tanto de menester. Demonios que os acusen y que pidan justicia a
Dios contra vuestra ánima, acusándoos particularmente de cada pecado, no os
faltarán, y si la misericordia de Dios entonces os olvida, ¿qué haréis,
oveja flaca, cercada de tan rabiosos lobos, muy deseosos de os tragar? Pensad,
pues, en el rato de vuestro recogimiento, cómo en aqueste estrecho punto
habéis de ser presentada delante el juicio de Dios, desnuda y sola de todas las
cosas y acompañada del bien o mal que habiéredes hecho. Y decid agora a
nuestro Señor que vos os presentáis agora de gana, para alcanzar misericordia
en aquella hora que por fuerza habéis de salir de este mundo. Haced cuenta que
sois un ladrón, a quien han tomado en el hurto, y le presentan ante el juez,
las manos atadas; o una mujer, que la halla su marido haciéndole traición; los
cuales, de confundidos, no osan alzar los ojos ni pueden negar su delito; y
creed que muy más claramente os ha visto Dios en todo lo que contra Él habéis
pecado que pueden ningunos ojos de hombres ver cosa que delante de Él se
hiciese. Y por haber sido mala en la presencia de tanta bondad, cubríos de la
vergüenza que entonces perdistes, y sentid en vos confusión de vuestros
pecados, como quien está delante la presencia de nuestro Señor. Acusaos vos
como habéis de ser acusada; y especialmente traed a la memoria los pecados más
graves que hobiéredes hecho. Juzgaos y sentenciaos por mala, y abajad vuestros
ojos a considerar los infernales fuegos, creyendo que los tenéis muy bien
merecidos.
Poned
en una parte los bienes que Dios os ha hecho desde que os crió, descurriendo
por vuestro cuerpo y vuestra ánima, cómo debíades de servir a nuestro Señor
con todos los miembros y potencias vuestras, cómo érades obligada a
reverenciarlo y serle agradecida, y amarle con todo vuestro corazón,
sirviéndole con toda obediencia, guardando su santa ley. Mirad cómo os ha
mantenido, con otros mil bienes que os ha hecho, y de males que os ha librado;
y, sobre todo, cómo, por convidaros a que fuésedes buena, vino el mismo Señor
al mundo, haciéndose hombre; y por daros ejemplo, convidándoos que le
sirviésedes y remediaros de la ceguedad en que vos habíades caído, pasó
muchos trabajos y derramó muchas lágrimas, y después su sangre, perdiendo la
vida por vos. Todo lo cual se ha de poner el día de vuestra muerte y juicio en
una balanza, haciéndoos cargo de ello como de recebido, y hanos de pedir cuenta
de cómo habéis servido tantas mercedes, y como habéis usado de vos misma a
servicio de Dios, y con qué cuidado habéis respondido a tanta bondad con que
Dios ha querido salvaros. Mirad bien, y veréis cuánta razón tenéis de temer,
Pues que no sólo no habéis respondido con servicios conformes a estas deudas,
mas habéis dado males en pago de bienes, y despreciado al que tanto os preció,
huyendo y volviendo las espaldas a quien os seguía para vuestro bien.
¿Qué
gracias os parece que se deben dar a quien por su infinita misericordia nos ha
librado, de los infiernos, habiéndolos nosotros justamente merecido? ¿Qué
daremos a quien tantas veces tendió su mano para que los demonios no nos
ahogasen y llevasen consigo? Y, siendo nosotros crueles ofendedores de su
Majestad, Él nos fue piadoso padre y dulce defendedor. Pensad que quizá están
algunos en los infiernos con menos pecados que vos. Y de tal manera os mirad y
servid a Dios como si hobiérades por vuestros pecados entrado en el infierno, y
Él os hobiera sacado de allá; porque todo es una cuenta: haber estorbado que
no vais allá, mereciéndolo vos, o sacaros de allá, por su gran misericordia.
Y
si contejando los bienes que con vos Dios ha hecho y los males que vos a Él, no
sintieres vergüenza y dolor como deseáis, no os turbéis por ello, mas
perseverad en aqueste juicio, y presentad delante los ojos de Dios vuestro
corazón tan llagado y tan adeudado. Suplicadle que os diga Él quién vos sois
y en qué posesión os habéis de tener. Porque el efecto de este ejercicio no
es solamente entender que sois mala, mas sentirlo y gustarlo con la voluntad, y
hallar tomo en vuestra maldad e indignidad, como quien tiene un perro muerto a
sus narices. Y por eso estas consideraciones que os he dicho no han de ser
apresuradas, trabajando luego por llegar a cosas semejantes, mas han de ser
largas y despacio, y con mucho sosiego, para que poco a poco se vaya embebiendo
en vuestra voluntad aquel desprecio o indignidad que con el entendimiento
pensastes. El cual pensamiento habéis de presentar delante de Dios, pidiéndole
y esperándole que Él lo asiente y haga embeber en vuestra voluntad,
estimándoos de ahí adelante, con mucha sencillez y verdad, como una persona
muy mala o indigna de todo bien, y merecedora de todo desprecio y tormento, y
como una cosa infernal, maravillándoos mucho de la infinita benignidad del
Señor, cómo a un gusano hediondo no lo alanza de sí, más mantiénelo y
regálalo, y le hace mercedes, todo para gloria de Él, sin que tengamos
nosotros de qué gloriarnos.
d)
EXAMEN COTIDIANO
Para
acabar este ejercicio de proprio conocimiento, dos cosas os restan que oyáis:
la una, que no se debe contentar el cristiano en entrar en juicio delante de
Dios para acusarse de los pecados pasados, mas también de los que cada día
comete. Y por maravilla hallaréis cosa tan provechosa para enmienda de la vida
como tornarse el hombre cuenta de cómo lo gasta y de los defectos que hace,
porque el ánima que no es cuidadosa en examinar sus pensamientos y palabras y
obras, es semejable a la viña del hombre perezoso, de la cual dice el Sabio que
pasó por ella, y vio su seto caído, y a ella llena de espinas.
Haced
cuenta que os han encomendado una niña, hija de un rey, para que tengáis
cuidado continuo de mirar por sus costumbres; y que, a la noche, le pedís
cuenta, reprehendiéndola de sus faltas y amonestándole las virtudes. Miraos
como a cosa encomendada por Dios, y haceos entender que no habéis de vivir sin
regla, mas debajo de santas dotrinas y diciplina; y entrad en capítulo con vos
a la noche, juzgándoos muy particularmente, como haríades contra tercera
persona. Reprehendeos de vuestras faltas, y predicaos a vos misma con muy mayor
cuidado que a otra persona alguna, por mucho que la améis. Y donde sintiéredes
que más faltáis, allí poned mayor remedio. Porque creed que, durando este
examen y reprehención de vos mismo, no podrán durar mucho vuestras faltas sin
ser remediadas.
Y
aprenderéis una ciencia muy saludable que os haga llorar y no hinchar;
la cual os guardará de la peligrosa enfermedad de la soberbia, que entra
poco a poco, pareciéndose un hombre bien a sí mismo. Velad sobre aquesta
entrada, y guardaos con todo cuidado no os parezcáis bien vos a vos misma, mas
con la lumbre de la verdad sabeos reprehender y desaplaceros; y seros ha vecina
la misericordia de Dios, al cual aquellos solos parecerán bien, que a sí solos
parecen mal, y a aquéllos perdona sus faltas con largueza de bondad, que las
conocen y se humillan por ellas en el juicio de la verdad.
Y
escaparéis de otros dos vicios que suelen acompañar a la soberbia, que son
desagradecimiento y pereza, porque, conociendo y reprehendiendo vuestros defetos,
veréis vuestra flaqueza y indignidad, y escaparéis de soberbia, y veréis la
misericordia grande de Dios en sufriros y perdonaros, y haceros bienes,
mereciendo vos males; y seréis agradecida al hacerdor de tantas gracias. Y
mirando el poco bien que hacéis, y males en que caéis, despertaréis del
sueño de la pereza, y comenzaréis cada día de nuevo a servir a nuestro
Señor, viendo cuán poco habéis hecho en lo pasado.
Y
por esto, y por otros muchos bienes que de conocerse el hombre suelen nacer,
siendo preguntado un santo viejo de los pasados dónde estaría uno más seguro,
en la soledad o compañía, respondió: «Si se sabe reprehender, donde quiera
estará seguro; y si no, donde quiera estará a peligro.»
Porque
por el mucho amor que nos tenemos, no sabemos conocernos y reprehendernos con
aquel verdadero juicio que requiere la verdad, debemos suplicar al Señor que
nos reprehenda Él con amor, para que sintamos de nosotros lo que, según
verdad, debemos sentir. Y esto es lo que Hieremías pedía, diciendo: Corrígeme,
Señor, en juicio, y no en furor; porque por ventura no me tornes nada. Corregir
en furor pertenece al día postrero, cuando enviará Dios al infierno a
los malos por sus pecados; y corregir en juicio es reprehender en este
mundo a los suyos con amor de padre a sus hijos. La cual reprehensión es un
testimonio tan grande de amar Dios al que reprehende que ninguno hay tan seguro
y cierto en esta vida, y suele ser víspera de grandes mercedes de Dios. Así
cuenta San Marcos que, apareciéndoles nuestro Señor Jesucristo a sus
discípulos, los reprehendió de incredulidad y dureza de corazón; después
de lo cual les dio poder para hacer obras maravillosas. Y el profeta Esaías
dice que el Señor lava las suciedades de las hijas de Sión, y la sangre de
en medio de Jerusalén en espíritu de juicio y en espíritu de ardor, dando
a entender que el lavar el Señor nuestras manchas, viniendo a nosotros, es
dando a entender primero quién somos, y esto es en juicio, y espíritu de
ardor, que es amor. Y así nos lava sin que podamos atribuir a nosotros
cosa buena, pues nos ha dado a entender primero nuestra indignidad.
Y
esta reprehensión no entendáis ser alguna que desmaye y demasiadamente
entristezca el ánima, trayéndola desabrida; mas es un sosegado conocimiento de
las proprias faltas que así avergüenza al reprehendido y le pone espuelas para
con mayor diligencia servir al Señor, que le da muy gran confianza que el
Señor le ama como a hijo, pues usa con él oficio de padre, según está
escripto: Yo a los que amo corrijo.
Sed,
pues, cuidadosa en miraros y reprehenderos, y presentándoos delante la
presencia de Dios, delante del cual es más seguro el humilde conocimiento de
nuestras faltas que la soberbia justicia de nuestras buenas obras. Y no seáis
como algunos amadores de su propria estima, que, por no parecerse mal a sí
mismos, se huelgan en pensar mucho otras cosas devotas, y pasan por el
conocimiento de sus defetos, porque no hallan en ellos sabor, pues no aman su
proprio desprecio; como, a la verdad, ninguna cosa hay tan segura, ni que así
haga que aparte Dios sus ojos de nuestros pecados, como mirarnos nosotros y
reprehendernos, según está escripto: Si nos juzgásemos nosotros mismos,
no seríamos juzgados de Dios.
e)
CONOCIMIENTO DE NUESTRAS BUENAS OBRAS
Lo
segundo que habéis de mirar cerca de este conocimiento es que, aunque es bueno
y provechoso, pues por él recebimos perdón de nuestros pecados, mas tiene esta
falta, que se funda sobre haber pecado. Y no es mucho de maravillar, que un
pecador se conozca y estime por pecador, mas sería muy grande monstruo que,
siéndolo, se estimase por justo; como si un hombre lleno de lepra se estimase
por sano. Por tanto no nos hemos de contentar con estimarnos en poco en nuestros
pecados, mas aún mucho más hemos de mirar esto en nuestros bienes, conociendo
profundamente que ni nuestros pecados son de Dios, ni los bienes nuestros son de
nosotros; y de todo lo bueno que en nosotros hobiere, dar perfectamente la
gloria al Padre de todas las lumbres, del cual procede todo don
bueno y dádiva perfeta. De arte que, aunque nosotros tengamos el bien, lo
tratemos tan fielmente, que no nos alcemos con la gloria de Dios; ni se nos
pegue como dicen, la miel en las manos.
Esta
humildad no es de pecadores como la primera, mas de justos; y no sólo la hay en
este mundo, mas en el cielo; porque de ella se escribe: ¿Quién como el
Dios nuestro, que mora en las alturas, y mira las cosas humildes en el cielo y
en la tierra? Ésta tuvo en pie a los ángeles buenos, y los hizo
dispuestos para gozar de Dios, pues le fueron sujetos, y la falta de ella
derribó a los ángeles malos, porque se quisieron alzar con la honra de Dios.
Ésta tuvo la sagrada Virgen María nuestra señora, que siendo predicada por bienaventurada
y bendita por la boca de Santa Isabel no se hinchó ni atribuyó a sí
gloria alguna de los bienes que en ella había, mas con humilde y fidelísimo
corazón enseña a Santa Isabel y al mundo un verso, que de las grandezas que
ella tenía, no a sí, mas a Dios se debía la gloria, y con profunda reverencia
comienza a cantar: Mi ánima engrandece al Señor.
Y
esta misma, muy más perfeta, tuvo Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, el cual,
así sus buenas obras como sus buenas palabras fidelísimamente predicaba al
mundo que las había recebido del Padre, diciendo: Mi dotrina no es mía,
mas de aquel que me envió. Y en otra parte dice: Las palabras que yo
os hablo, no las hablo de mí mismo, mas del Padre que está en mí. Él hace
las obras. Y así convenía que el remediador de los hombres fuese muy
humilde, pues que la raíz de todos los males es la soberbia. Y queriendo dar a
entender cuánto más convenga esta santa y verdadera humildad. Él se hace
particularmente maestro de ella, y se nos pone por ejemplo de ella, diciendo: Aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón; porque, viendo los hombres
a un maestro tan sabio encomendar tan particularmente esta virtud, trabajasen
por la tener; e viendo que un señor tan grande no atribuye el bien a sí mismo,
ninguno haya tan desvariado que tal maldad ose hacer.
Aprended,
pues, sierva de Cristo, de vuestro maestro y señor, aquesta santa bajeza, para
que seáis ensalzada, porque palabra suya es: Quien se humillare, será
ensalzado. E tened en vuestra ánima aquesta pobreza, porque de ella se
entiende: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el
reino de los cielos. E tened por cierto que, pues Jesucristo nuestro Señor
fue por camino de humildad ensalzado, el que no la tuviera fuera va de camino; e
débese desengañar con lo que dice San Augustín: «Si me preguntardes cuál es
el camino del cielo, responderos he que la humildad; o si otra vez me lo
preguntardes responderos he que la humildad; e si tercera vez me lo preguntardes,
responderos he lo mismo; e si mil veces me lo preguntardes, mil veces os
responderé que no hay otro camino sino la humildad.»
E
porque creo que deseáis agradar al Señor teniendo aquesta santa bajeza, es
razón que se os diga el modo que para ello tendréis.
Y
sea primero, pedírsela con importuna y fiel oración al dador de los bienes,
porque éste es un muy particular don suyo. Y aun el conocer que lo es, no es
pequeña merced. La experiencia que los que son tentados de soberbia tienen, da
bien claro a conocer que no hay cosa más lejos de nuestras fuerzas que esta
verdadera y profunda humildad, y que muchas veces acaece, con los remedios que
ellos ponen para la alcanzar, huir ella más; y aun del mismo humillarse les
suele nacer su contrario, que es la soberbia. Por lo cual de tal manera tomad
los ejercicios para alcanzar esta joya, que no los dejéis de hacer, diciendo:
«¿Qué me aprovecha, pues es dádiva de Dios»?, ni tampoco los hagáis
poniendo confianza en vuestro brazo de carne, mas en aquel que suele dar sus
dádivas a los que da gracia para se las pedir y para entender en los buenos
ejercicios.
1.
Consideración de nuestro «ser»
El
modo pues que ternéis será éste. Considerad tres cosas por orden: una el ser,
otra el bien ser, otra el bienaventurado ser.
Cuanto
a lo primero, debéis de pensar qué érades antes que Dios os criase, y
hallaréis ser un abismo de nada y privación de todos los bienes. Estaos un
buen rato sintiendo este no ser, hasta que veáis y palpéis vuestra
nada. Y después considerad cómo aquella poderosa y dulce mano de Dios os sacó
de aquel abismo profundo, y os puso en el número de sus criaturas, dándoos
verdadero y real ser. Y miraos a vos, no como a hechura vuestra, sino como una
dádiva de Dios, que os hizo merced de vos a vos. Y por tan ajeno de vuestras
fuerzas mirad vuestro ser como miráis el ajeno, creyendo que tan poco pudistes
criaros a vos como criar a otro. Y tan poco podíades salir de aquellas
tinieblas de aquel no ser como los que se quedaron en ellas, teniéndonos por
igual de vuestra parte a las cosas que no son, atribuyendo a Dios la ventaja que
les lleváis. E mirad que, después de criada, no penséis que ya os tenéis en
vos misma, porque no menos necesidad tenéis de Dios cada momento de vuestra
vida para no perder el ser que tenéis que la tuvistes para, siendo nada,
alcanzar el ser que tenéis. Entrad dentro de vos misma y considerad cómo sois
una cosa que tiene ser y vive: y preguntaos: «¿Esta criatura está arrimada a
sí, o a otro? ¿Susténtase en sí o ha menester mano ajena?» Y responderos ha
el apóstol San Pablo que no está lejos Dios de nosotros, mas que en él
vivimos, y nos movemos, y tenemos ser. E considerad a Dios, que es ser que
es, y sin Él hay nada; y es fuerza de todo lo que algo puede, de todo lo que
es, y sin Él hay nada; y que es vida de todo lo que vive y sin Él hay nada; y
fuerza de todo lo que algo puede y sin Él hay flaquezas; e bien entero
de todo lo bueno, sin el cual no se puede ver el más pequeño bien de los
bienes, porque él es causa de todos. Y por esto dice la Escriptura: Todas
las gentes son delante de Dios como si no fuesen, y en nada y en vanidad son
reputadas delante de Él. Y en otra parte está escripto: El que piensa
que es algo, como sea nada, él se engaña. Y el profeta David decía
hablando con Dios: Yo soy delante de ti como nada. En las cuales partes
no habéis de entender que las criaturas no tengan ser o vida, o operaciones
proprias o distintas de las de su criador; mas, porque lo que tienen no lo
hobieron de sí, ni lo pueden conservar de sí, dícese no ser, que quiere decir
que tienen el ser de mano de Dios, y no de la suya.
Sabed,
pues, ahondar bien en el ser que tenéis, y no paréis hasta hallar el
fundamento postrero, que como firmísimo e indificiente, y no fundado sobre
otro, mas fundamento de todos, os sustentará que no cayáis en el pozo profundo
de la nada, de la cual primero os sacó. Conoced este arrimo que os tiene, y
esta mano que, puesta encima de vos, os hace estar en pie, y confesad con David:
Tú, Señor, me hiciste, y me pusiste tu mano sobre mí. Y
pensad que estáis ya tan colgada de esta virtud de Dios que, si ella faltase,
en aquel momento vos faltaríades, como se quita la lumbre que había en la
cámara cuando sacan de ella la hacha que la alumbraba, o como se quita la
lumbre de sobre la tierra por la ausencia del sol. Adorad, pues, a este Señor
con reverencia profunda como a principio de vuestro ser, y amarle por continuo
bienhechor vuestro y por conservador de él; y llamadle con corazón y con
lengua: Virtud mía, en que me sostengo.
2.
Nuestro «bien ser»
Si
con cuidado habéis entendido en el conocimiento de vos, para atribuir a Dios la
gloria del ser que tenéis, con mucho mayor debéis entender que el bien ser
que tenéis no es de vos, mas graciosa dádiva de la mano del Señor.
Porque, si atribuís a él la gloria de vuestro ser, confesando que no vos, mas sus
manos os hicieron, y apropriáis para vos la honra de vuestras buenas
obras, creyendo, que a vos se debe la gloria de ellas, mayor honra tomáis para
vos que dais a Dios, cuanto es mayor el bien ser que el ser. Por tanto, conviene
que, con grandísima vigilancia, entendáis a conocer a Dios por causa de
vuestro bien vivir, de arte que no se os quede asida en vuestras manos punta ni
repunta de loca soberbia, mas así como conocéis que ningún ser, por pequeño
que sea, podéis tener de vos, si Dios no os le da, así también conozcáis que
no podéis tener de vos el menor de los bienes, si el potentísimo y cumplido
bien, Dios, no abre su mano para os lo dar.
Pensad
que así como lo que es nada no tiene ser natural entre las criaturas, así el
pecador, por mucho estado y bienes que tenga, faltándole la gracia, es contado
por nada delante los ojos de Dios. Lo cual dice San Pablo de esta manera: Si
tuviera profecía, y conociese todos los misterios y toda la ciencia, y tuviese
toda la fe, tanto que pase los montes de una parte a otra, y no tuviere caridad,
nada soy. Lo cual es tanta verdad que aun el pecador es menos que nada,
porque peor es mal ser que el no ser. Ningún lugar hay tan bajo ni tan
apartado, ni tan despreciado en los ojos de Dios, entre todo lo que es y no es,
como el que vive en ofensa de Dios, estando desheredado del cielo y sentenciado
al infierno.
Y
para que tengáis alguna cosa que os despierte algo en el conocimiento de este
miserable estado, pensad, cuando alguna cosa muy contra razón y desordenada
viéredes, que muy más fea y abominable cosa es estar en desgracia y enemistad
de nuestro Señor. Oís decir de algún hurto o traición, o maldad que alguna
mujer a su marido hace, o desacato que algún hijo hace contra su padre, o
algunas cosas de esta manera, que a cualquier, por ignorante que sea, parecen
muy feas por ser contra toda razón. Pensad vos que ofender a Dios en un solo
pecado mortal es mayor fealdad, por ser contra su mandamiento y reverencia, y
agradecimiento que se le debe como a padre, señor y esposo, y bienhechor y
amigo, que todas las cosas que pueden acaecer en el mundo por ser contra sola
razón. Y, pues veis cuán desestimados son de todos los que tales fealdades
cometen, teneos por una cosa muy despreciada y sumíos en el profundo abismo de
vuestro desprecio, que se debe al ofendedor de Dios. Y así como para conocer
vuestra nada os acordastes del tiempo en que no teníades ser, así para conocer
vuestra culpa, os acordad del tiempo, cuando viviades en ella, y mirad, cuan
entrañable y profundamente pudiéredes, con mucho espacio, en cuán miserable
estado estuvistes, cuando delante de los ojos de Dios estábades feas y
desagradable, y contada por nada y menos que nada; porque ni los animales, por
feos que sean, ni otros criaturas, por más bajas que sean, no han hecho pecado
contra nuestro Señor, ni están obligadas a fuegos eternos, como vos estábades;
y despreciaos y abajaos en el más profundo lugar que pudiérades, que
seguramente podéis creer que, por mucho que os despreciéis, no podréis bajar
al abismo del desprecio que merece la ofensa de una cosa infinita que es Dios.
Y, después de haber bien sentido en el ánima y embebídose en ella aquesta
desestima de vos misma, alzad vuestros ojos a Dios, considerando la infinita
fuerza que de pozo tan hondo os sacó, siendo para vos cosa imposible, y mirad
aquella bondad infinita que con tanta misericordia os sacó, sin haber en vos
merecimiento. Porque, antes que os diese él su gracia, ¿qué cosa podíades
vos hacer que no fuese mala? O, si era buena, era imperfecta y muerta, y no
agradable. Sabed que quien os sacó de vuestras tinieblas a su admirable
lumbre, y os hizo de enemiga amiga, y de esclava hija, y del no ser, en
cuanto tocaba a la gracia de Dios, os hizo tener ser agradable en sus ojos, Dios
fue. Y la causa porque lo hizo no fueron vuestros merecimientos pasados, ni el
respeto de los servicios que le habíades de hacer; mas fue por su sola bondad,
y merecimiento de nuestro único medianero Jesucristo nuestro Señor. Contad por
vuestro el mal estado en que estábades, y contad al infierno por lugar debido a
vuestros merecimientos, que lo que demás de esto es a Dios y a su gracia es
conocer por deudora. Oíd lo que dice el Señor a sus amados discípulos y a
nosotros en ellos: No vosotros me escogistes a mí, mas yo a vosotros. Mirad
lo que dice el apóstol San Pablo: Justificados sois de balde por la gracia
de Dios, por la redención que está en Jesucristo. Y asentad en vuestro
corazón que así como tenéis de Dios el ser, sin que atribuyáis a
Dios gloria de ello, así tenéis de Dios el ser algo delante de sus ojos, todo
para gloria de él; y traed en la lengua y en el corazón lo que dice San Pablo:
Por la gracia de Dios soy lo que soy. Considerad que así como cuando
érades nada no teníades fuerzas para moveros, ni para ver, ni para oír ni
gustar, ni entender ni querer, mas dándoos Dios el ser os dio aquestas
potencias y fuerzas, así no sólo está el pecador privado del ser agradable
delante los ojos de Dios, mas está sin fuerzas para obrar obras de vida que
agraden a Dios.
Si
algún cojo viéredes, o manco, pensad que así está el pecador en su ánima.
Si algún ciego, sordo o mudo, tomaldo por espejo en que os miráis. Y en todos
los enfermos, leprosos, paralíticos, y que tengan los cuerpos corvados y los
ojos puestos en tierra, con toda la otra muchedumbre de enfermedades que se
presentaban delante el acatamiento de Jesucristo, nuestro verdadero médico,
otra no entendáis principalmente sino que tales están los pecadores, cuanto a
los espirituales sentidos, cuales estaban aquellos en los corporales. Y mirad,
como una piedra con el peso que tiene es inclinada a ir hacia bajo, así, por la
corrupción del pecado original que traemos, tenemos una vivísima inclinación
a las cosas de nuestra carne y de nuestra honra, y de nuestro provecho, haciendo
ídolo de nosotros, y obrando nuestras obras no por amor verdadero de Dios, sino
por el nuestro estamos vivísimos a las cosas terrenales, y que nos tocan, y
muertos para el gusto de las cosas de Dios; manda en nosotros lo que había de
obedecer, y obedece a lo que había de mandar. Y estamos tan miserables que,
debajo de cuerpo humano y derecho, traemos apetitos de bestias y corazones
encorvados hacia la tierra. ¿Qué os diré sino que en cuantas cosas faltas, y
feas, y secas, y desordenadas viéredes, en tantas miréis y conozcáis la
corrupción y desorden que el hombre que está en pecado tiene en sus sentidos y
obras? Ninguna cosa de éstas veáis que luego no entréis en vuestra ánima a
considerar que/aquello sois vos de vuestra parte, si Dios no os hobiera dado
salud; e, si verdaderamente estáis sana, habéis de conocer que quien os abrió
los sentidos para las cosas de Dios, quien subjetó los afectos debajo de
vuestra razón, quien os hizo amargo lo que era dulce y os puso gana en lo que
antes tan desabrida estábades, obrando en vos obras nuevas, Dios fue, según
dice San Pablo: Dios es el que obra en nosotros el querer, y el acabar, por
su buena voluntad.
Gracia
y libre albedrío
No
entendáis por esto que el libre albedrío del hombre no obre cosa alguna en las
obras buenas, porque esto sería grande ignorancia y error; mas dícese que Dios
obra al querer y al acabar, porque él es el principal obrador en el ánima
del justificado, y el que mueve y suavemente hace que el libre albedrío obre y
sea su ayudador, como dice el bienaventurado San Pablo: Ayudadores somos de
Dios. Lo cual hace incitándole Dios a que dé libremente su
consentimiento en las buenas obras. Por eso obra el hombre, porque de su
voluntad y libre albedrío quiere lo que quiere y obra lo que obra; mas
Jesucristo obra más principalmente, produciendo la buena obra, y ayudando al
libre albedrío, para que también lo produzga; y la gloria de lo uno y de lo
otro a sólo Jesucristo se debe. Por tanto, si queréis acertar en aquesto, no
queráis escudriñar qué bienes tenéis de naturaleza y libre albedrío, y qué
bienes de gracia; mas a ojos cerrados, regíos por la sagrada fe, que nos
amonesta que de los unos y de los otros hemos de dar la gloria a Dios, y que
nosotros de nosotros mismos no somos suficientes ni aun para pensar un buen
pensamiento. Mirad lo que dice San Pablo, reprehendiendo al que se atribuye
a sí algún bien: ¿Qué tienes que no lo hayas recebido? Y pues lo has
recibido, ¿de qué te glorias como si no lo hobieras recebido? Como si
dijese: «Si tienes la gracia de Dios, con que le agradas y haces obras muy
excelentes, no te glories en ti, mas en quien te la dio, que es Dios. Y si te
glorias de usar bien de tu libre albedrío, en consentir con él a los buenos
movimientos de Dios y su gracia, tampoco te glories en ti, mas en Dios, que hizo
que tú consintieses, e incitándote y moviéndote él suavemente, y dando él
mismo libre albedrío con que tú libremente consientas. Y si te quieres gloriar
que, pudiendo resistir al buen movimiento e inspiración de Dios, no lo
resististe, tampoco te debes gloriar, pues eso no es hacer, mas dejar de hacer;
y aun esto también lo debes a Dios que, ayudando a consentir en el bien, te
ayudó para no resistillo. Y cualquier buen uso de tu libre albedrío, en lo que
toca a tu salvación, dádiva es de Dios, que desciende de aquella
misericordiosa predestinación con que determinó ab aeterno de te
salvar. Sea, pues, toda tu gloria en solo Dios, de quien tienes todo el bien que
tienes; y piensa que, sin él, no tienes de tu cosecha sino nada y vanidad y
maldad.»
Y
con esto concuerda lo que dice una glosa sobre aquello de San Pablo: El que
piensa ser algo, como no sea nada, a sí mesmo se engaña; que el hombre de
sí mesmo no es sino vanidad y pecado, y, si alguna cosa más es, por merced y
gracia del Señor lo es. Ítem dice San Agustín: «Abrísteme los ojos, luz, y
despertásteme y alumbrásteme. Y vi que es tentación la vida del hombre en
esta tierra, y que ningún hombre se puede gloriar delante de ti, ni es
justificado todo hombre que vive, porque, si algún bien hay chico o grande, don
tuyo es. Y lo que es nuestro, no es sino mal. ¿Pues de dónde se gloria todo
hombre? ¿Por ventura de mal? Esta no es gloria, sino miseria. ¿Pues gloriarse
ha del bien? No, porque es ajeno. Tuyo es, Señor, el bien, tuya es la gloria.»
Y, concordando con esto, dice el mesmo San Augustín: «Yo, señor Dios mío,
confieso a ti mi pobreza, y a ti sea toda la gloria, porque tuyo es todo el bien
que yo haya hecho. Yo confieso, según me has enseñado, que otra cosa no soy
sino toda vanidad y sombra de muerte, y un tenebroso abismo, y tierra vana y
vacía que, sin tu bendición, no hace fruto, sino confusión y pecado y
muerte. Si algún bien en cualquier manera tuviere, de ti lo recebí. Cualquier
bien que tengo tuyo es, de ti lo tengo. Si algún tiempo estuve en pie, por ti
lo estuve, mas, cuando caí, por mí caí. Y siempre me hobiera estado caído en
el lodo, sino me hobieras levantado; y siempre fuera ciego, si tú no me
hobieras alumbrado. Cuando caí nunca me hobiera levantado, si tú no me
hobieras dado tu mano. Y después que me levantaste siempre hobiera caído, si
no me hobieras tenido. Muchas veces me hobiera perdido, si tú no me hobieras
guardado. Y así, Señor, siempre tu gracia y tu misericordia anduvieron delante
de mí, librándome de todos los males, sacándome de los pasados, y despertando
de los presentes, y guardándome en los por venir; y cortando delante de mí los
lazos de los pecados, quitando las ocasiones y causas. Porque si tú, Señor,
esto no hobieras hecho, todos los pecados del mundo hobiera yo hecho, porque sé
que ningún pecado hay que en cualquier manera haya hecho un hombre, que no lo
pueda también hacer otro hombre, si se aparta el guiador, por el cual es hecho
el hombre. Mas tú heciste que yo no lo hiciese, y tú mandaste que me
abstuviese, y tú me infundiste gracia para que te creyese, porque tú, Señor,
me regías para ti, y me guardabas para ti, y me diste gracia y lumbre para no
cometer adulterio y todo otro pecado.»
3.
Nuestro «bienaventurado ser» por la predestinación
Considerad,
pues, doncella, con atención estas palabras de San Augustín, y veréis cuán
ajena debéis de estar de atribuir a vos gloria alguna, no sólo de levantaros
de vuestros pecados, mas del teneros que no tornásedes a caer. Porque así como
os dije que, si la mano de Dios de vos se apartaba, en aquel punto tomaríades
al abismo de vuestra nada, en que antes estábades, así, apartando Dios de vos
su guarda, tomaríades a los pecados, y otros peores, de donde Él os sacó. Sed
por eso humilde y agradecida a este Señor, de quien tanta necesidad en todo
tiempo tenéis, y conoced que estáis colgada de Él y todo vuestro bien depende
de su mano bendita, según decía David: En tus manos, Señor están, mis
suertes. Y llama suertes a la gracia de Dios, a la eterna
predestinación, las cuales vienen por la sola bondad de Dios, y se conceden a
aquel a quien él con su justo, aunque oculto juicio, es servido de dallas, y
así como si él os quita el ser que os dio, tornaréis nada, así, quitándoos
la gracia, quedaréis pecadora, y quitándoos su predestinación, quedaréis
reprobada y condenada. Lo cual no se os dice para que cayáis en desmayo y
desesperación por ver cuán colgada estáis de las manos de Dios, mas para que
tanto con mayor seguridad gocéis de la gracia que Dios os ha dado, y tengáis
confianza en la misericordia de él, que acabará en vos lo que ha comenzado, y
os hará merced de os llevar al cielo, cuanto con mayor humildad y profunda
reverencia y santo temor estuviéredes prostrada a sus pies, temblando de
vuestra parte y confiando de la suya. Porque ésta es una cierta señal que no
os desmamparará su infinita bondad según lo cantó aquella bendita y sobre
todos humilde María, diciendo: La misericordia de él de generación en
generación sobre los que le temen. Y, si con estas consideraciones ya
dichas no halláredes en vos vivo el fruto del proprio desprecio que deseáis,
no desmayéis, mas llamad con perseverante oración al Señor, que él sabe y
suele enseñar interiormente, y con semejanzas exteriores, lo poco en que la
criatura se ha de estimar; y, en tanto que viene esta misericordia, vivid en
paciencia y conoceos por soberbia. Lo cual es parte de humildad como el tenerse
por humilde es verdadera soberbia.
2. Del poco conocimiento de sí
mismo y del verdadero, de Jesucristo
a)
FRUTOS DE LA MEDITACIÓN DE LA PASIÓN
Los
que mucho se ejercitan en el poco conocimiento, como tratan a la continua, y muy
de cerca, sus proprios defectos, suelen caer en grandes tristezas y
desconfianzas, y pusilanimidad de corazón, por lo cual les es necesario que se
ejerciten en otro conocimiento que les alegre y esfuerce mucho más que el
primero les desmayaba. Y para éste, ninguno otro hay igual como el conocimiento
de Jesucristo nuestro Señor, especialmente pensando cómo padeció y murió por
nosotros. Esta es la nueva alegre, predicada en la nueva ley a todos los
quebrantados de corazón, que les es dada una medicina muy más eficaz para
su consuelo que sus llagas les pudieron desconsolar. Este Señor crucificado es
el que alegra a los que el conocimiento de sus proprios pecados entristece, y el
que absuelve a los que la ley condena, y que hace hijos de Dios a los que eran
esclavos del demonio. A éste deben de conocer todos los adeudados y flacos. Y a
éste deben de mirar todos los que sienten angustia en mirar a sí mismos.
Porque así como se suele dar por consejo que miren arriba los que pasan por
algún río y se les desvanece la cabeza, mirando a las aguas que corren, así
quien sintiere desmayo, mirando sus culpas, alce sus ojos a Jesucristo, puesto
en la cruz, y cobrará esfuerzo. Porque no en balde se dijo: En mí mismo
fue mi ánima conturbada, y por esto me acordaré de ti, de la tierra del
Jordán y de los montes de Hermón y monte pequeño. Porque los misterios
que Cristo obró en su baptismo y pasión son bastantes para sosegar cualquier
tempestad de desconfianza que en el corazón se levante, y así por eso, como
porque ningún libro hay tan eficaz para enseñar al hombre de todo género de
virtud, y cuánto debe ser el pecado huido y la virtud amada, como la pasión
del Hijo de Dios; y también porque es extremo desagradecimiento poner en
olvidado un tan inmenso beneficio de amor como fue padecer Cristo por nos,
conviene, después del ejercicio de nuestro conocimiento, ocuparnos en el
conocimiento de Jesucristo nuestro Señor, lo cual nos enseña San Bernardo,
diciendo: «Cualquiera que tiene sentido de Cristo, sabe bien cuán expediente
sea a la piedad cristiana, y cuánto provecho le traya al siervo de Dios, y
siervo de la redempción de Cristo, acordarse con atención, a lo menos una
vez en el día, de los beneficios de la pasión y redempción de nuestro
Señor Jesucristo, para gozarse suavemente en la conciencia, y para asentallos
fielmente en la memoria.» Esto dice San Bernardo. Y, allende de esto, sabed que
así como, queriendo comunicar Dios con los hombres las riquezas de su
divinidad, tomó por medio hacerse hombre, para que en aquella bajeza y pobreza
se pudiese conformar con la pequeña capacidad de los pobres y bajos, y
juntándose a ellos, los ensalzase a la alteza de él, así el camino usado de
comunicar Dios su divinidad con las ánimas es por medio del pensamiento de su
sacra humanidad. Esta es la puerta por donde el que entrare será
salvo, y la escalera por donde suben al cielo. Y quiere Dios Padre honrar
la humanidad de su unigénito Hijo, y no dar su amistad sino a quien la creyere;
y no dar su comunicación si no a quien con mucha atención la pensaré. Hacedos,
pues, esclava de esta sagrada pasión, pues por ella fuistes libertada
del captiverio de vuestros pecados y de los infernales tormentos. Y no sea a vos
pesado pensar lo que a Él con vuestro grande amor ro le fue pesado pasar.
b)
MODO DE MEDITAR LA PASIÓN
Y
así como buscastes pensar en vuestras miserias un rato de la noche, y un lugar
recogido, así, y con mayor vigilancia, buscad otro rato antes que amanezca, o
por la mañana, en que con atención penséis en aquel que tomó sobre sí
vuestras miserias y pagó vuestros pecados por daros a vos libertad y descanso.
Y el modo que ternéis será éste, si otro mejor no se os ofreciere. Repartid
los pasos de la pasión por los días de la semana en esta manera: El lunes,
la oración y prendimiento del huerto, y lo que aquella noche pasó en casa
de Anás y Caifás. El martes, las acusaciones de un juez a otro, y sus
crueles azotes, que, atado a la columna, pasó. El miércoles, cómo
fue coronado y escarnecido, sacándole con vestido de grana, y caña en la mano,
porque todo el pueblo le viese, y dijeron: Ecce homo. El jueves, no
le podemos quitar su misterio muy excelente, conviene a saber, cómo el Hijo de
Dios con profunda humildad lavó los pies a sus discípulos, y después les dio
su Cuerpo y Sangre en manjar y bebida, mandando a ellos y a todos los por venir
que hiciesen lo mismo en memoria de Él. Hallaos vos presente a tal
lavatorio y a tan excelente convite. Y esperad en Dios, que ni saldréi sin
lavar, ni muerta de hambre. Tras el jueves pensaréis, el viernes,
cómo el Señor fue presentado delante el juez, y sentenciado a muerte, y llevó
la cruz encima sus hombros, y después fue crucificado en ella, con todo lo
demás que pasó hasta que encomendó su espíritu en las manos del Padre y
murió. En el sábado quédaos de pensar la lanzada cruel de su sagrado
costado; cómo le quitaron de la cruz y le pusieron en los brazos de su sagrada
Madre, y, después, en el sepulcro. E id acompañando su ánima al limbo de los
santos padres, y hallaos presente en las fiestas y paraíso que allí les
concede. Y tened memoria de pensar en este día las grandes angustias que la
Virgen y Madre pasó. Y sedle compañera fiel en se las ayudar a pasar, pues
que, aliende de serle cosa debida, os será a vos muy provechosa. Del
domingo no hablo, porque ya sabéis que es diputado al pensamiento de la
resurrección y a la gloria que en el cielo poseen los que allá están, y en
esto os habéis de ocupar aquel día.
1.
Oraciones vocales y lección
Recogida,
pues, en vuestra celda, como os he dicho, haréis vuestra confesión general y
rezaréis algunas oraciones vocales, y leed, en algún libro de la pasión,
aquel mismo paso en que habéis de pensar aquel rato. Y serviros ha esto de dos
cosas: una de enseñaros como acaeció aquel paso, para que vos lo sepáis
pensar; otra, para recogeros el corazón y pegaros alguna devoción, para que,
cuando fuéredes a pensar, no vais derramada ni tibia, y, aunque no paséis de
una vez todo lo que el libro dijere cerca de aquel paso, no pierde nada, porque
en otra semana, cuando venga el mesmo día, se podía pensar. Y como os he
dicho, no ha de ser la lección hasta del todo cansar, mas para despertar el
apetito del ánima y dar materia al pensar y obrar.
2.
Hacerse presente con sencillez
Y
la lección acabada, hincadas vuestras rodillas y muy recogidos vuestros ojos,
suplicad al Señor tenga por bien de os dar verdadero sentido de lo que
piadosamente quiso padecer por vos. Y poned dentro de vuestro corazón la imagen
de aquel paso que quisierdes pensar; y, si esto se os hiciere de mal, haced
cuenta que la tenéis allí cerquita de vos. Y digo esto así, por avisaros que
no habéis de ir con el pensamiento a contemplar al Señor a Jerusalén, o
apartaros lejos de vos, porque suelo ser gran daño de la cabeza y secar mucho
la devoción; mas, haciendo cuenta que lo tenéis presente, poned los ojos de
vuestra ánima en los pies de Él, o en el suelo, cercano a Él. Y con toda
reverencia oíd lo que le dicen, y mirad lo que pasa, como si a ello presente
estuviérades guardándoos mucho de alborotar vuestro corazón con tristezas
forzadas, o con trabajar demasiadamente por echar lágrimas, porque estas cosas
suelen secar más el corazón y hacerle inhábil para la visitación del Señor,
y suelen destruir mucho la salud corporal; y dejan el ánima tan atemorizada con
el sinsabor que allí siente, que teme otra vez de tornar al ejercicio, como a
cosa que ha experimentado dalle mucha pena. Si el Señor da lágrimas, o
semejantes sentimientos, débense tomar, mas querer el hombre tomarlos por
fuerza, no es cordura, mas débese de contentar con hallarse presente con vista
sosegada y sencilla a lo que el Señor pasó, y mirar el amor con que padecía,
y cuán grandes tormentos y deshonras eran los que padecía. Con otros mil
pensamientos buenos que el Señor suele dar, dejando en las manos de Dios lo que
toca a tener devoción o lágrimas.
3.
No forzar la imaginación
Debéis
de estar avisada que no trabajéis mucho los pechos ni cabeza, ni sienes, por fijar
mucho en vuestra imaginación la imagen del Señor, porque suelen
venir de estas cosas grandes peligros al ánima, pareciéndoles a algunos que
ven verdaderamente las imágines que de dentro piensan y caen en locura o en
soberbia. E ya que esto no sea, este modo de imaginar tan profundo causa daño
sin remedio en la salud. Por eso haced este ejercicio con todo el mayor sosiego
que pudiérdes. Y con una simple atención que tengáis a aquel paso que
consideráis, fundaos más en el pensamiento espiritual de la grandeza de quien
padecía, y la bajeza vuestra, con otros pensamientos devotos, que no en meter
mucho vuestra ánima en la imaginación y figura del Señor, no porque del todo
lo debéis dejar, mas para que de tal manera la imaginéis, que no la tengáis a
la contina ni con pena fijada, mas poquito a poquito, según que sin trabajo se
os diere. Y para esto sirve mucho tener algunas imágines de los pasos de la
pasión, bien proporcionadas, en las cuales miréis muchas veces, para que
después, sin mucha pena, las podáis vos sola imaginar. Y no sólo habéis de
evitar este trabajo de la cabeza y sienes, y pecho, en el imaginar, mas aun en
el pensar. Porque algunos piensan con tantos movimientos y trabajos que caen en
daños de cuerpo y grandes sequedades del ánima. Por tanto, quien quisiere
acertar en este negocio, fúndese principalmente en humillarse a Dios y llegarse
a él como un ignorante niño y humilde discípulo a su maestro, yendo más
proveído de sosegada atención para oír lo que le han de decir, que con lengua
afilada para hablar.
4.
De Dios viene la fuerza del pensar
Pensad,
pues, vuestros pensamientos, de arte que no os metáis tanto ni pongáis tanta
fuerza en ellos, que parezca que vos sola lo habéis de hacer; mas así obrad
vos vuestro ejercicio como que no sale de vos, sino que mana de aquel Señor que
os alienta el corazón para pensar. Y nunca de tal arte penséis que perdáis la
atención a lo que el Señor os quiere dar, teniendo aquello por principal, y lo
que vos pensáis por accesorio. Y, si esto no pudiéredes hacer, y sintiéredes
que la cabeza y lo que os he dicho siente algún trabajo notable, no prosigáis
adelante, mas sosegaos y quitad aquella angustia de corazón; con entrañable
sosiego y simplicidad humillaos a Dios, para que de Él os venga la fuerza para
pensar, sin que sea tan a vuestra costa. Hasta que esta pena y angustia se os
quite, no prosigáis, por no caer en los males ya dichos. Y, si el Señor os
hiciere merced de os dar este sosiego de pensamientos interiores, y más
entrañable devoción de lo que se suele sentir con movimiento de la persona, y
que os dure por muchos días, ya podréis estar pensando muy largos ratos sin
sentir pesadumbre; lo cual, todo hallaréis, al contrario, si de otra manera
pensáis. Y estad avisada que el paso que en un día pensáredes no os
contentéis con pensarlo aquel solo rato del recogimiento, mas, en abriendo los
ojos en la cama, acordaos de Él y traedlo todo aquel día en vuestro corazón;
y dígolo así, porque algunos piensan el paso como si tuviesen a nuestro Señor
dentro de sí, puestos los pies dentro de su corazón, y reclinados como otra
Magdalena, y ante ellos hallan reposo. Y otros lo piensan fuera de sí, aunque
cerca, mirando sus pies, según hemos dicho. Lo que mejor cuadrare a uno por la
experiencia, aquello siga, con condición que el paradero del pensamiento devoto
no sea fuera de sí. Mas agora sea pensando, agora imaginando, agora mirando o
oyendo cualquier cosa de fuera, luego ha de recurrir al corazón, en el cual ha
de tener el hombre su aposento y ejercicio, estando recogido dentro de sí, como
abeja solícita que dentro de su corcho hace la miel.
5.
Los que no son para oración mental
Cuando
este ejercicio de pensamiento es más excelente, tanto es razón que haya más
aviso en él, porque no dañe con indiscreción; mas, quitadas las espinas de
los errores, se cojan los buenos frutos que suele dar. Y sea el primer aviso,
que hay muchas personas las cuales no conviene poner en este ejercicio por
muchas causas: una, por enfermedad corporal, especialmente de la cabeza, porque,
aunque a los muy ejercitados en tiempo de sanidad no les sea penoso ejercitarlo,
aun con indisposición corporal, mas a los principiantes esles dañoso e
imposible. Otros hay tan dados a ocupaciones exteriores, que no las pueden dejar
sin pecado, ni las vaga con ellas darse al recogimiento ni es bien que se den.
Otros tienen el ánima tan inquieta, y del todo indevota y seca, que por mucho
tiempo y cuidado que en el recogimiento gasten, ninguna cosa aprovechan.
Deben
éstos consolarse y saber que el espíritu del orar es dádiva de nuestro Señor
liberalmente dada a quien Él es servido, y pues a ellos no se la da, débense
contentar con rezar vocalmente algunas devociones o pasos de la pasión. E yendo
rezando, piensen, aunque brevemente, en aquel paso de que rezan, y tengan alguna
imagen devota a quien miren, y usen mucho el leer libros devotos; porque muchas
veces acaece que de estos escalones los suele subir el Señor al ejercicio del
pensamiento. Y, si no fuere servido, conténtense con lo que les diere.
6.
Ni sólo pensar pecados ni nunca mirarlos
Hay
otros que están mucho tiempo de su vida ocupados en pensar los pecados que han
hecho, y nunca osan pensar en la pasión, o en otra cosa que les dé algún
consuelo. Los cuales no lo aciertan, según San Bernardo dice; porque, aliende
de levantarse tentaciones de andar mucho pensando los pecados pasados, no se
agrada nuestro Señor de que anden sus siervos en continua tristeza y desmayo.
El contrario de lo cual hacen otros que, el primer día que comienzan a servir a
Dios, olvidan sus pecados del todo, y con liviandad de corazón se dan a
pensamientos más altos que provechosos. A los cuales les está cercana la
caída como a casa sin edificio. Y, si después quieren tornar a pensar cosas
humildes, no aciertan ni pueden, por estar engolosinados en cosas mayores, y
ansí suelen quedar sin saber andar ni hablar. Por tanto, conviene que a los
principios nos ocupemos más en el pensamiento de nuestros pecados que en otros
por devotos que sean. Y después, poco a poco, vamos aflojando en aquel
pensamiento y creciendo en el de la pasión, aunque nunca del todo debemos estar
sin el uno o sin el otro. Otros hay que se suelen quejar que ninguna puerta
hallan para entrar en el pensamiento de la pasión, y, si quieren porfiar en
ello, sienten gran dureza en el corazón y gran sequedad. Débeseles decir a
éstos que no se lleguen a este pensamiento como por fuerza y angustia de
corazón, porque muchos con el apretamiento que en sí mismos llevan, y
afligimiento por sentir y llorar, cierran la puerta a toda blandura y suavidad
que del pensamiento de la pasión les puede venir; mas, si llegándose con
humildad y sosiego, todavía no fueren recebidos, no se desconsuelen, mas lean
alguna cosa sobre ello. Y si sintieren que en buena gana piensan o hablan en
devoción o en otra cosa, agora sea en pensamiento de muerte, o de infierno o de
cielo, o cualquier cosa, por chica que sea, no la impidan ni la quiten de allí,
mas entren por la puerta que hallaren abierta, porque aquélla es por donde Dios
les quiere meter.
7.
No atarse demasiado a reglas y posturas del cuerpo
Y
no hay cosa que más contraria sea a este ejercicio que, hallando el ánima
devoción y provecho en alguna parte, sacarla de allí y forzarla a que se vaya
a meter a donde no la convidan. Y por eso es muy loable cosa, poniéndonos en
nuestro ejercicio, ir con libertad y no estar atados a nuestras reglas, ni estar
congojosos en cómo pensaremos lo que deseamos; mas, con tranquilidad y santo
descuido, así pensar el paso que solemos que no impidamos a la mano de Dios, si
a otra parte nos quisiere llevar. Y lo mismo se ha de entender de los que así
toman a dientes el leer o el pensar cierta cosa, que, aunque sienten mucha
devoción en el principio de ella, déjanla y piérdenla por acabar su tarea,
sabiendo que el fin del leer o el pensar al Señor, y cuando Él se comunica no
hemos de dejar a Él por proseguir nuestra obra. Y a este propósito hace el
rigor que otros tienen en estar hincados de rodillas todo el tiempo de este
ejercicio, puesto caso que su flaqueza sea tanta que no puedan tener atención a
lo que hacen con el trabajo del cuerpo. Los cuales deben saber que, aunque la
oración tenga alguna poca de pena, y se ofrezca en satisfacción de los
pecados, no es éste el principal fruto de ella, mas el menor, porque en
comparación de la lumbre, y del gusto y de las virtudes que en ella da Dios,
muy pequeña es la aflición y ejercicio del cuerpo, porque, como dice el
Apóstol, tiene poco provecho. Por tanto, de tal manera debe estar el
cuerpo en tiempo de esta meditación como la salud lo sufre, y como el ánima
esté descansada para vacar al Señor, mayormente si este tiempo es largo, de
dos o tres horas, como algunos lo usan, de los cuales muy pocos son los que
pueden tener el cuerpo penado, sin perder la atención que requiere este
ejercicio. Y por esto, por no perder la atención, tengan el cuerpo como más
esté descansado. También hay otros que se fatigan tanto en la cabeza que otra
cosa no sacan sino daño de ella y ceguedad en el corazón. Y han de saber que
este negocio más es dado que tomado, y que no en la cabeza, más en el
corazón, ha de ser el mayor ejercicio, haciendo allí centro y el nido de todo
lo que hobiéremos de recebir.
8.
Devoción sensible
Y
mírese mucho que, si en este corazón se levantaren movimientos hervorosos de
devoción sensual, o demasiados sollozos, que no se vaya la persona tras ellos,
mas debe disimularlos, y, recogiéndose en su ánima, débelos dejar pasar como
si no los tuviese, y guardar dentro de sí aquel pensamiento que se los causó.
Quiero decir que, quitando de sí los alborotos que causó la carne, goce con el
ánima en sosiego de la lumbre y devoción que Dios le dio. Y de esta manera
durarle ha mucho tiempo y será su consolación más de raíz y entrañable, y
no verná a dar muestras de si con gemidos, y otras veces con gritos y con otras
exteriores señales. Lo cual no se podrá evitar sin muy gran trabajo, si una
vez la persona se acostumbra a darse mucho a los dichos movimientos y hervores
sensuales; los cuales, cuanto más recios parecen de fuera, tanto más suelen
apagar la lumbre de dentro y ponerle impedimento que no pase adelante. Heos
querido dar estos avisos cerca de la oración, porque, huyendo de los
inconvenientes que os pueden acaecer, gocéis a vuestro salvo de las muy grandes
misericordias que Dios en ella suele hacer.
9.
No dejar la oración por temor de los peligros
No
seáis vos como algunos ignorantes que, por temor de los peligros que han
acaecido a los que por su soberbia, o grande ignorancia, han errado en el camino
del bien, no quieren servir a Dios ni tener oración, porque no les acaezca lo
que a los otros. No debe el hombre dejar de entender en otro negocio, en que
muchos han salido con ganancia, porque alguno, por su propria culpa, salió de
él con pérdida; mas la caída ajena le debe a él hacer ser avisado, no para
dejar el negocio, mas para entender en él con mayor cautela. La Escriptura
dice: Quita el orín de la plata y saldrá vaso purísimo; y así
debemos, con humildad y cautela, seguir el ejercicio de la santa oracion, por lo
cual tantos santos y amigos de Dios han sido enriquecidos. Y no por el orín que
algunos pocos indiscretos le pegaron, arrojar de nos a él, y a ella. Que, si a
eso mirásemos, en ninguna cosa osaríamos entender corporal ni espiritual, pues
en todas ha habido quien yerre. Y por eso, no débense con vanos temores
espantar los que quieren seguir el camino de la oración, mas con caridad
amonestados y con prudencia avisados. Y más nos deben convidar a la seguir los
muchos que en ella aprovecharon que espantarnos los pocos que erraron.
10.
Ejemplo de Cristo y de los santos
Notorio
está cuán contino fue en Cristo el orar, y que se escribe en Él que se le
pasaba la noche en oración. Y como quien sabe el bien que en ella va, nos
amonesta muchas veces que oremos, y que siempre oremos. Y sus santos apóstoles,
especialmente San Pablo, nos amonesta orar en todo lugar, y su discípulo San
Dionisio. Y después todos los santos a una boca nos enseñan esto mismo, y nos
dan reglas y avisos de cómo hemos de entender en este santo ejercicio. Y muchos
de ellos cuentan, para nuestro ejemplo, las grandes mercedes que Dios por este
santo ejercicio les hizo. Entre los cuales oí lo que el devoto San Buenaventura
dice de la virtud de la oración, que es inestimable y poderosa para alcanzar
todas las cosas provechosas y alanzar todas las dañosas: «Por tanto, si
queréis sufrir con paciencia las adversidades, sed hombre de oración; si
queréis sobrepujar las tentaciones y tribulaciones, sed hombre de oración; si
queréis conocer las astucias de Satanás y huir sus engaños, sed hombre de
oración; si queréis vivir alegremente en la obra de Dios y andar con fuerza el
camino del trabajo y aflición, sed hombre de oración; si queréis ejercitaros
en la vida espiritual, y no hacer caso de la carne en sus deseos, sed hombre de
oración; si queréis ahuyentar las moscas vanas de los pensamientos, sed hombre
de oración; si queréis engrosar vuestra ánima con santos pensamientos y
deseos, y hervores y devociones, sed hombre de oración; si queréis establecer
vuestro corazón en la voluntad de Dios en espíritu varonil y propósito
constante, sed hombre de oración. En conclusión, si queréis extirpar los
vicios, y ser lleno de virtudes, sed lleno de oración, porque en ella se recibe
la unción del Espíritu Santo, que enseña al ánima de todas las cosas. Y si
queréis huir a la contemplación, y gozar de las cosas del esposo, sed hombre
de oración, porque por el ejercicio de la oración van a la contemplación y
gusto de las cosas celestiales. ¿Veis de cuánto poder y virtud sea la
oración? Para confirmación de todo lo cual, dejadas las probanzas de las
escripturas, esto os sea suficiente prueba, que hemos oído y vemos cada día
por experiencia personas sin letras y simples haber alcanzado estas cosas ya
dichas, y otras mayores, por virtud de la oración. Por tanto, mucho deben dar
su ánima a la oración todos los que desean imitar a Cristo, y mayormente los
religiosos, los cuales han de tener mayor aparejo para vacar a Dios. Por lo cual
te amonesto y encomiendo estrechamente, cuanto puedo, que tomes la oración por
principal ejercicio tuyo. Y ninguna otra cosa, sacados los cuidados necesarios,
te deleite sino la oración; porque ninguna cosa te debe tanto deleitarte como
estar con el Señor, lo cual se hace por la oración.» Todo esto dice San
Buenaventura, con el cual concueran otros muchos en la alabanza de la oración,
los cuales no relato por ser cosa tan manifiesta, y porque para vos es
demasiada, pues Dios os ha hecho misericordia de enseñaros por experiencia
cuánta sea la ganancia de este santo ejercicio. Y pues San Hierónimo cuenta y
alaba de Santa Paula, viuda honesta, que estaba en oración desde que anochecía
hasta que salía el sol, muy más lo alabará en la doncella dedicada a Cristo,
que tiene particular obligación a más se comunicar con él, mediante la
oración, pues tiene entereza de cuerpo, y nombre de esposa.
11.
No meterse en consideraciones altas
Estas
consideraciones que habéis oído así del proprio conocimiento como del
conocimiento de Cristo deben ser de vos usadas más que ningunas, porque, aunque
haya otras más altas, son éstas más provechosas y más seguras y manuales. Y
es cosa delante de Dios agradable que, orando, nos pongamos en el postrer lugar
que es el conocimiento de nuestras llagas, o en el lugar de nuestra medicina,
que son las llagas de Cristo. Y no debemos temer de ser bajos por ponernos en
esta bajeza, porque cuando Dios es servido bien sabe levantar de estos lugares
al pobre a la alteza de los gozos de su divinidad. Mas, así como se huelga de
levantar al que está humillado a sus pies, así le suele desagradar el
desmesurado atrevimiento de los que se quieren meter en consideraciones muy
altas. A los cuales o se las concede para su mal, siéndoles ocasión de
soberbia o de error, en pena de su atrevimiento, o usando con ellos de
misericordia les reprehende blandamente, para que, abajando sus alas, estén
más seguros y dispuestos para volar cuando Dios los llamare, y no por su
propria presunción. De esta manera acaeció a la esposa que con atrevido amor
dice en los Cantares: Enséñame tú al que ama mi ánima, adónde
apacientas, y adónde te acuestas al mediodía. Quiere decir y pedir que le
sean demostrados los eternos y sobrelucientes pastos del cielo, en los cuales el
eterno Pastor Jesucristo, claro como el sol de mediodía, apacienta sus
bienaventuradas ovejas, demostrándoles claramente su haz así como Él es. Mas
esta petición no le es concedida por Dios, antes es reprendida por él,
dándole a entender que más razón es que le pida ser enseñada adonde Cristo
apacienta y acuesta, no al mediodía, sino a la tarde, cuando haciéndose
tinieblas en la universa tierra, porque se ponía el verdadero sol, Cristo,
enclavado en su cruz, como rey echado en su real cama. En la cruz apacienta
Cristo sus ovejas, y en la cruz veréis su cara no resplandeciente, como el sol
de mediodía, mas tan desfigurada que aún sus conocientes tengan que hacer en
conocerlo. Esta cama y pasto pedid que os sea enseñada, que la otra su tiempo
se tiene. Agora tiempo es de cruz y de gustar el cáliz que el Señor bebió la
noche de la pasión. Después será tiempo de gozo, y de beber del cáliz de los
celestiales deleites que embriagan en el reino de Dios. Y no debemos de celebrar
primero la fiesta que la vigilia, ni el domingo que el viernes; mas, por el
trabajo de nuestro conocimiento y de la imitación de Jesucristo crucificado,
hemos de pasar y esperar la gloria eterna de su resurrección.
c)
EXPOSICIÓN DE UN LUGAR DE LOS CANTARES
Y
esto mismo nos es amonestado en los Cantares, que dicen así: Salid y mirad
hijas de Sión al rey Salomón con la guirnalda con que le coronó su madre en
el día del desposorio de él, y en el día de la alegría del corazón de él.
En ninguna parte de la Escriptura santa se lee que el rey Salomón fuese
coronado con guirnalda o corona de mano de su madre Bersabé en el día del
desposorio de él; y por eso según la historia no conviene al Salomón pecador.
Por fuerza, pues la Escriptura no puede faltar, lo hemos de entender de otro
Salomón verdadero, el cual es Cristo, y con mucha razón, porque Salomón
quiere decir pacífico; el cual nombre le fue puesto porque no trajo
guerras en su tiempo, como las trajo su padre David. Por lo cual quiso Dios, que
no David, varón de sangres, mas su pacífico hijo le edificase aquel
tan solmne templo en Hierusalem en que fuese Dios adorado. Pues, si por ser
pacífico Salomón en la paz mundana, que algunas veces los reyes, aunque malos,
la suelen en sus reinos tener, le fue puesto nombre de pacífico, ¿con cuánta
más razón le conviene a Cristo?, el cual hizo paz entre Dios y los hombres, no
sin su costa, mas cayendo sobre él la pena de nuestros pecados que causaban la
enemistad, e hizo paz entre los dos contrarios pueblos, judíos y gentiles, quitando
la pared de la enemistad que estaba en medio, como dice San Pablo; conviene
a saber, las cerimonias de la vieja ley, y la idolatría de la gentilidad, para
que unos y otros, dejadas sus particularidades y ritos que de sus pasados
traían, viniesen a una nueva ley de debajo de una fe, y de un
baptismo y de un Señor, esperando partir una misma herencia, por ser todos
hijos de un padre del cielo que los tornó a engendrar otra vez por
agua y Espíritu santo, con mayor ganancia y honra que la primera vez fueron
engendrados de sus padres de carne para miseria y deshonra. Y estos bienes todos
son por Jesucristo, pacificador de cielos y tierra, y de los de lejos y cerca, y
de un hombre dentro de sí mismo, do la guerra es más trabajosa y la paz más
deseada. Estas paces no las pudo hacer Salomón, mas tuvo el nombre, en figura
del verdadero pacificador. Así como la paz de Salomón, que es temporal, tiene
figura y es sombra de la espiritual y que no tiene fin.
Pues,
si bien os acordáis, esposa de Cristo, de lo que es razón que nunca os
olvidéis, la madre de este Salomón verdadero, que fue y es la bendita
virgen María, hallaréis haberlo coronado con guirnalda hermosa, dándole
carne sin ningún pecado en el día de la encarnación, que fué día de
ayuntamiento y desposorio del Verbo divino con aquella santa humanidad,
y del Verbo hecho hombre con su Iglesia, que somos nosotros, y de aquel sagrado
vientre salió Cristo como esposo que sale del tálamo. Y comenzó a correr
su carrera como fuerte gigante, tomando a pecho la obra de nuestra
redempción, que fué la más dificultosa que ha habido. Y, al fin de la
carrera, en el día del viernes santo, casóse con palabras de presente con esta
su Iglesia, por quien tanto había trabajado como otro Jacob por Raquel, porque
entonces le fue sacada de su costado, estando él durmiendo el sueño de muerte,
a semejanza de Eva sacada de Adán, que dormía. Y por esta obra tan excelente y
de tanto amor en aquel día obrada llama Cristo a este día mi día,
cuando dice en el Evangelio: Abraham, vuestro padre, se gozó para ver mi
día; viólo y gozóse. Lo cual fue, como dice Crisóstomo, cuando a
Abraham fue revelada la muerte de Cristo en semejanza de su hijo Isaac, que Dios
le mandó sacrificar en el monte de Sión. Y entonces vio este penoso día y
gozóse. Mas, ¿por qué se gozó? ¿Por ventura de los azotes, o tristezas o
tormentos de Cristo? Cierto es haber sido la tristeza de Cristo tanta que
bastaba a hacer entristecer de compasión a cualquiera por mucha alegría que
tuviese. Si no, díganlo sus tres amados apóstoles, a los cuales dijo: Triste
es mi ánima hasta la muerte. ¿Qué sintieron sus corazones al sonido de
esta palabra, la cual suele aún a los que de lejos la oyen lastimar su corazón
con agudo cuchillo de compasión? Pues sus azotes y tormentos y clavos y cruz,
fueron tan lastimeros, que, por duro que uno fuera, y los viera, se moviera a
compasión. Y aún no sé si los mismos que le atormentaban, viendo su
mansedumbre en el sufrir, y la crueldad de ellos en el herir, algún rato se
compadecían de quien tanto padecía por ellos, aunque ellos no lo sabían.
Pues, si los que a Cristo aborrecían pudieran ser entristecidos por ver sus
tormentos, si del todo piedras no fueran, ¿qué diremos de un hombre tan amigo
de Dios como era Abraham que se gozase de ver el día en que tanto pasó Cristo?
Mas,
porque de esto no nos maravillemos, oíd otra cosa más maravillosa, la cual
dicen las ya dichas palabras de los Cantares: que esta guirnalda le fue puesta en
el día de la alegría del corazón de él. ¿Cómo es aquesto? ¿Al día
de sus excesivos dolores, que lengua no hay que los pueda explicar, llama día
de alegría de él? Y no alegría fingida o de fuerza, mas dice: en el de la
alegría del corazón de él. ¡Oh alegría de los ángeles, y río del
deleite de ellos, en cuya cara ellos se desean mirar y de cuyas sobrepujantes
ondas ellos son envestidos viéndose dentro de ti, nadando en tu dulcedumbre tan
sobrada! ¿Y que se alegre tu corazón en el día de tus trabajos? ¿De qué te
alegras entre los azotes y clavos, y deshonras y muerte? ¿Por ventura no te
lastima? Lastímate, cierto, y más a ti que a otro ninguno, pues tu complexión
era más delicada que todas. Mas, porque lastiman más nuestras lástimas,
quieres sufrir de muy buena gana las tuyas por con aquellos dolores quitar los
nuestros. Tú eres el que dijiste a tus amados apóstoles poco antes de la
pasión: Con deseo deseado comeré esta pascua con vosotros antes que
padezca. Tú eres el que antes dijiste: Fuego viene a traer a la
tierra, ¿qué quiero sino que se encienda? Con baptismo tengo de ser baptizado,
¡cómo vivo en estrechura hasta que se ponga en efeto! El fuego de amor de
ti, que en nosotros quieres que arda, hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos
lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas con las mercedes que en tu
vida nos heciste. Y lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste. ¿Y
quién hobiera que te amara, si tú no murieras de amor por dar vida a los que
por no amarte están muertos? ¿Y quién será leño tan húmedo y frío, que,
viéndote a ti, árbol verde, del cual quien come vive, ser encendido en la cruz
y abrasado con fuego de tormentos que te daban, y del amor con que tú
padecías, no se encienda en amarte aún hasta la muerte?¿Quién será tan
porfiado, que se defienda de tu porfiada requesta, en que tras nos anduviste
desde que naciste del vientre de la Virgen y te tomó en sus brazos y te
reclinó en el pesebre, hasta que de las mismas manos y brazos de ella te
tomaron y fuiste encerrado en el santo sepulcro como en otro vientre?
Quemástete, porque no quedásemos fríos; lloraste, porque riésemos;
padeciste, porque descansemos, y fuiste baptizado en el derramiento de
tu sangre, porque nosotros fuésemos lavados de nuestras maldades. Y dices
Señor. ¡Cómo vivo en estrechura, hasta que esto baptisino se
acabe!, dando a entender cuán encendido deseo tenías de nuestro remedio,
aunque sabías que te había de costar la vida. Y como el esposo desea el día
de su desposorio, para gozarse, tú deseas el de tu pasión, para sacarnos con
tus penas de nuestros trabajos. Una hora, Señor, se te hacía mil años para
haber de morir por nosotros, teniendo tu vida por bien empleada en ponerla por
tus criados. Y pues lo que se desea atrae gozo, cuando es cumplido, no es
maravilla que se llame día de tu alegría el día de tu pasión, pues
era deseado por ti. Y aunque el dolor de aquel día fuese muy expresivo, de
manera que en tu persona se diga: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por
el camino, atended, y ved si hay dolor que se iguale con el mío, mas el
amor que en tu corazón ardía sin comparación era mayor, porque, si menester
fuera a nuestro provecho que tú pasaras mil tanto de lo que pasaste, y que
estuvieras enclavado en la cruz hasta que el mundo se acabara, con
determinación firme subiste en ella, para hacer y sufrir todo lo que para
nuestro remedio fuese necesario. De manera que más amaste que sufriste, y más
pudo tu amor que el desamor de los sayones que te atormentaban, y por eso quedó
vencedor tu amor, y, como llama viva, no se pudieron apagar los ríos
grandes y muchas pasiones que contra ti vinieron. Por lo cual, aunque los
tormentos te daban tristeza y dolor muy de verdad, tu amor se holgaba del bien
que de allí nos venía. Y por eso se llama día de alegría de tu corazón.
Y este día vio Abraham, y se gozó,
no porque le faltase compasión de tantos dolores, mas porque veía que el mundo
y él habían de ser redimidos por ello. Pues en este día, salid, hijas de
Sión -que son las ánimas que atalayan a Dios por la fe-, a ver el
pacífico rey, que son sus dolores, que va a hacer la paz deseada; y
miralde, pues, para mirar a Él os son dados los ojos. Y entre todos sus
atavíos de desposorio, que lleva, mirad a la guirnalda de espinas que
en su divina cabeza lleva, la cual, aunque la trajeron y se la pusieron los
caballeros de Pilato, que eran gentiles, dícese habérsela puesto su madre,
que es la sinagoga, de cuyo linaje Cristo descendió según carne; porque
por la acusación de la sinagoga, y por complacer a ella, fue Cristo así
atormentado. Y si alguno os dijere: «Nuevos atavíos de desposado son éstos:
por guirnalda, lastimera corona; por atavíos de pies y manos, clavos agudos que
se los traspasan y rompen; azotes por cinta; los cabellos pegados y enrubiados
con su propria sangre; la sagrada barba arrancada; las mejillas bermejas con
bofetadas; y la cama blanda, que a los desposados suelen dar con muchos olores,
tórnese en áspera cruz donde justiciaban los malhechores. ¿Qué tiene que ver
este abatimiento extremo con atavíos de desposorio? ¿Qué tiene que ver
acompañado de ladrones, con ser acompañado de amigos, que se huelgan de honrar
al nuevo desposado? ¿Qué fruto, qué música, qué placeres vemos aquí, pues
la madre y amigos del desposado comen dolores y beben lágrimas, y los
ángeles de la paz lloran amargamente, y no hay cosa más lejos de
desposorio, que todo lo que aquí parece?
Mas
no es de maravillar tanta novedad, pues el desposado y el modo de desposar todo
es nuevo. Cristo es hombre nuevo, porque es sin pecado, y porque es Dios y
hombre, y despósase con nosotros, feos, pobres y llenos de males, no para
dejarnos en ellos, mas para matar nuestros males y darnos sus bienes. Para lo
cual convenía, según la ordenanza divina, que pagase Él por nosotros, tomando
nuestro lugar y semejanza, para, con aquella semejanza de deudor, sin serlo, y
con aquel duro castigo, sin haber hecho por qué, matase nuestra fealdad y nos
diese su hermosura y riquezas. Y porque ningún desposado puede hacer a su
esposa de mala, buena; ni de infernal, celestial; ni de fea en el ánima,
hermosa; por eso busca las esposas que sean buenas, hermosas y ricas, y van, el
día del desposorio, ataviados a gozar de los bienes que ellas tienen, y que
ellos no les dieron. Mas nuestro nuevo esposo a ninguna ánima halla hermosa ni
buena, si Él no la hace. Y lo que nosotros le podemos dar, que es nuestro dote,
es la deuda que debemos de nuestros pecados. Y porque Él quiso abajarse a
nosotros, tal le paramos, cuales nosotros estábamos. Y tal nos paró cual Él
es. Porque, destruyendo con nuestra semejanza nuestro hombre viejo, nos puso su
imagen de hombre nuevo y celestial. Y esto obró Él con aquellos atavíos que
parecen fealdad y flaqueza y son altísima honra y grandeza, pues pudieron
deshacer nuestros muy antiguos y endurecidos pecados, y traernos la gracia y
amistad del Señor, que es lo más alto que se puede ganar. Este es el esposo,
en que os habéis de mirar, y muchas veces al día para hermosear lo que
viéredes feo en vuestra ánima. Y ésta es la señal puesta en alto, para
que, de cualquier víbora que seáis mordida, miréis aquí y recibáis
la salud en sus llagas. Y en cualquier bien que os viniere, miréis aquí, y os
sea conservado, dando gracias a este Señor, por cuyos trabajos nos vienen todos
los bienes.
3. Con que ojos hemos de
mirar los prójimos
a)
CON OJOS QUE PASEN POR NOSOTROS
Pues
ya habéis oído con qué ojos habéis de mirar a vos misma y a Cristo, resta,
para cumplimiento de la palabra del profeta que os dice: Ve, que oyáis
con qué ojos habéis de mirar a los prójimos, para que así de todas partes
tengáis luz y ningunas tinieblas os hallen. Y para esto habéis de
notar que aquél mira bien a sus prójimos, que los mira con ojos que pasen por
sí mismo y pasen por Cristo. Quiero decir: tiene un hombre trabajos, cuanto a
su cuerpo, o tristezas o ignorancias y flaquezas, cuanto a su ánimo. Claro es
que siente pena con el calor y frío, y le duele la enfermedad y desea ser no
despreciado ni desechado por sus flaquezas, mas sufrido y remediado y aplacado.
Pues de esto que pasa en él, así en sentir los trabajos, como en desear
remedio en ellos, aprenda y conozca lo que el prójimo siente, pues es de la
misma flaca naturaleza de Él. Y con aquella compasión le mire y remedie y
sufra, con que se mira a sí mismo y desea ser de los otros mirado y remediado.
Y así cumplirá lo que la Escriptura dice: De ti mismo entiende las cosas
que son de tu prójimo. Y haga con su prójimo lo que quiere que se haga
con Él; porque de otra manera, ¿qué cosa puede ser más abominable que querer
misericordia en sus yerros y venganza en los ajenos? Querer que todos le sufran
con mucha paciencia, pareciéndole sus yerros pequeños, y no querer él sufrir
a nadie, haciendo él de la pequeña mota del ajeno defecto una gran viga?
Hombre que todos quiere que miren por él, y le consuelen, y él ser
desabrido y descuidado para con los otros, no merece llamarse hombre, pues no
mira a los hombres con ojos humanos, que deben de ser piadosos. La Escriptura
dice: Tener peso y peso, medida y medida, abominable es delante de Dios, a
dar a entender que quien tiene una medida grande para recebir, y otra pequeña
para dar, que es desagradable delante los ojos de Dios. Y su pena será que,
pues él no mide a su prójimo con la misericordia que quiere que midan a él,
que le mida Dios a él con la crueldad y estrecha medida con que él mide a su
prójimo. Porque escripto está: con la medida que midiéredes, seréis
medidos. Y juicio sin misericordia será hecho a quien no hiciere misericordia. Pues,
doncella, en cualquier cosa que en vuestro prójimo vierdes, ¿qué es lo que
vos sentís, o querríades que otros sintiesen de vos, acaeciendos a vos?, y con
aquellos ojos que pasan por vos compadeceos de él, y remedialdo en
cuanto pudiéredes y seréis medida de Dios con esta piadosa medida que vos
midiéredes, y así habréis sacado conocimiento del prójimo de vuestro proprio
conocimiento, y seréis piadosa con todos.
b)
CON OJOS QUE PASEN POR CRISTO
1.
Los prójimos son pedazos del Cuerpo de Cristo
Agora
mirad cómo lo habéis de sacar del conocimiento de Cristo. Pensad con cuánta
misericordia se hizo hombre por amor de los hombres, con cuánto cuidado
procuró en toda su vida el bien de ellos; y con cuán excesivo amor y dolor
ofreció en la cruz su vida por la vida de ellos, y así como, mirándoos a vos,
mirastes a los prójimos con ojos humanos, así, mirando a Cristo, los miraréis
con ojos cristianos, quiero decir, con los ojos que Él los miró. Porque, si
Cristo en vos mora, sentiréis de ellos como Él sintió, y
veréis con cuánta razón sois vos obligada a sufrir y amar a los prójimos, a
los cuales Él amó y estimó como la cabeza ama su cuerpo, y el esposo ama a su
esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus hijos. Suplicad al
Señor que os abra los ojos, para que veáis el encendido fuego de amor que en
su corazón ardía cuando subió en la cruz por el bien de todos, chicos y
grandes, buenos y malos, pasados y presentes y por venir. Y por los mismos que
le estaban crucificando. Y pensad que este amor no se le ha resfriado, mas, si
la primera muerte no bastara para nuestro remedio, con aquel amor muriera ahora
que entonces murió. Y como una sola vez se ofreció al Padre en la cruz
corporalmente por nuestro remedio, así muchas veces se ofrece en la voluntad
con el mismo amor. Decidme, ¿quién será aquel que pueda ser cruel a los que
Cristo es tan piadoso? ¿Cómo hallará puerta para codiciar mal ni destruición
al que ve que Dios le desea todo bien y salvación? No se puede escribir ni
decir el amor que se engendra en el corazón del cristiano que mira a sus
prójimos, no según lo de fuera así como según riquezas, linaje o parentesco,
o otras condiciones semejables, más como unos entrañables pedazos del Cuerpo
de Jesucristo, y como cosa conjuntísima a Cristo, con todo linaje de parentesco
y amistad. Porque, si según dice el refrán: «Quien bien quiere a Beltrán,
bien quiere a su can», ¿cuánto os parece que querrá un amador de Cristo a su
prójimo, viéndole hecho cuerpo de Él, y que ha dicho el mesmo Señor, por su
boca, que el bien o el mal que al prójimo se hiciere, el mismo Señor lo
recibe hecho a sí? Y de aquí viene que conversa el cristiano con sus
prójimos con tanto cuidado de no los enojar, y tanta mansedumbre para los
sufrir, que le parece que con el mismo Cristo conversa. Y tiénese en su
corazón por más esclavo de ellos y más obligado al provecho de ellos, que si
por gran suma de dineros fuera de ellos comprado. Porque, mirando el precioso
precio que Jesucristo dio por él, derramando su bendita sangre, ofrécese todo
en servicio de Cristo, sin querer ser suyo en poco ni en mucho. Y tiene por muy
gran merced poder en algo emplearse en servicio de aqueste Señor. Y como oye de
la boca de él que los prójimos son su esposa y hermanos, y entrañablemente
amados de él, ocúpase con grande alegría en provecho de ellos por él,
pareciéndole el trabajo pequeño y los años breves por la grandeza del amor, y
trayendo a la contina en su corazón lo que el Señor amoroso tan estrechamente
mandó, cuando dijo: Mi mandamiento es aqueste, que os améis unos
a otros como yo os ame.
2.
El amor del Señor en los prójimos se paga
Y
añadid a esto otros ojos con que habéis de mirar a los prójimos. Y sabed, que
aunque por una parte sea gran verdad que de los bienes que el Señor hace a uno
no quiera ni espere el Señor interese proprio, mas todo lo que da es para
gracia y merced; mas, mirando por otra parte, ninguna cosa da de la cual no
quiera retorno, no para sí, mas para los prójimos. Así, como, si un hombre
hobiese prestado a otro muchos dineros, y héchole otras muchas buenas obras, y
le dijese: «De todo esto que por vos he hecho, yo no tengo necesidad de vuestra
paga; mas todo el derecho que contra vos tenía, lo cedo y traspaso en la
persona de hulano que es necesitada; pagalde a él el agradecimiento y amor y
deudas que a mí me debéis, y con ello me doy yo por pagado, porque con esa
intención hice con vos lo que hice.» De esta arte entre el cristiano en cuenta
con Dios, y mire lo que de él ha recebido, así en los trabajos y muerte que el
Hijo de Dios pasó por él, como en las misericordias que después de criado le
ha hecho, no castigándole por sus pecados, no desechándole por sus
enfermedades, esperándole a penitencia, y perdonándole cuantas veces ha pedido
perdón, dándole bienes en lugar de males, con otras innumerables mercedes, que
no se pueden contar. Y piense que esta amorosa contratación de Dios con él, le
ha de ser un dechado y regla para la conversación que él ha de tener con su
prójimo. Y que el intento con que Dios ha obrado con él tantas mercedes es
para darle a entender que, aunque el prójimo no merezca por sí ser sufrido, ni
amado, ni remediado, quiere Dios hacelle gracia de todas estas obligaciones que
tiene contra el que recibió las mercedes, para que el bien que el prójimo por
sí no merece, le sea concedido por lo que se debía a Dios. Y se conozca por
obligado y esclavo de los otros, mirando a Dios, el que, mirando a ellos, se
hallaba no deber nada; y tema mucho no sea en algo cruel o desamorado con los
prójimos porque Dios no lo sea para con él, quitándole los bienes recebidos y
castigándole como a desagradecido del perdón de los males pasados, así como
lo hizo con aquel mal siervo que, habiendo recibido de su Señor perdón de diez
mil talentos, fue cruel para con su prójimo, encarcelándole porque le debía
cien maravedís. Y oyó de la boca de su Señor palabras de grandísima ira con
que le dijo: Siervo malo, perdonéte toda la deuda que me debías, porque
rogaste, ¿pues no fuera razón que hobieras tú misericordia de tu prójimo,
como yo la hube de ti? Y airado el Señor entrególe a los atormentadores,
hasta que le pagase toda la deuda que le había perdonado. Considerad, pues, a
vos, y considerad a Cristo y los bienes de él recebidos, y engendrarse ha en
vuestro corazón un limpio y fortísimo amor con todos los prójimos, que
ningún trabajo que por ellos pasáredes, y ningunos males que ellos os hagan,
os lo puedan quitar; mas, ardiendo este amor como viva llama, vencerá siempre
los males que hicieren con bienes que él haga. Y mirando que no los amáis por
ellos, no los dejaréis de amar por las malas obras de ellos; mas considerando a
Cristo en ellos, aunque os veáis desechada, no os airaréis; aunque recibáis
mal por bien, no os enojaréis, porque los ojos que ternéis puestos en Cristo,
por cuyo amor los amáis, os darán tanta luz que en ninguna cosa que los
prójimos hagan sentiréis tropiezo.
Y éste es el amor y el respeto que a los prójimos habéis de tener, fundado en vos y fundado en Cristo. Y el que de estas fuentes no nace es muy flaco y luego se causa. Y como casa edificada sobre movediza arena a cualquier combate y ocasión da consigo en el suelo.