Carta
a los Amigos de la Cruz Por SAN LUIS MARIA GRIGNION DE MONTFORT |
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Índice |
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I.- Excelencia de la unión de los Amigos de la Cruz |
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II.- Prácticas de la perfección cristiana |
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A.
Si alguno quiere venirse conmigo B.
Que se niegue a sí mismo C.
Que cargue con su cruz -1. Nada tan necesario: para los
pecadores; - para los amigos de Dios; - para los hijos de Dios; - para
los discípulos de un Dios crucificado; - para los miembros de
Jesucristo; - para los templos del Espíritu Santo; - hay que sufrir
como los santos; - y no como los reprobados -2. Nada tan útil y tan
dulce -3. Nada tan glorioso D.
Y que me siga Las catorce reglas: - 1.-No procurarse cruces a
propósito, ni por culpa propia. - 2.-Mirar por el bien del prójimo. -
3.-Admirar, sin pretender imitar, ciertas mortificaciones de los santos.
- 4.-Pedir a Dios la sabiduría de la cruz - 5.-Humillarse por las
propias faltas, pero sin turbación. - 6.-Dios nos humilla para
purificarnos. - 7.-En las cruces, evitar la trampa del orgullo. -
8.-Aprovecharse más de los sufrimientos pequeños que de los grandes. -
9.-Amar la cruz con amor sobrenatural. - 10.-Sufrir toda clase de
cruces, sin rechazar ninguna y sin elegirlas. - 11.-Cuatro motivos para
sufrir como se debe: - la mirada de Dios; - la mano de Dios; - las
llagas y los dolores de Jesús crucificado; - arriba, el cielo, abajo,
el infierno. - 12.-Nunca quejarse de las criaturas. - 13.-Recibir la
cruz con agradecimiento. - 14.-Cargar con cruces voluntarias. |
Carta a los Amigos de la Cruz
[1]
Ya que la divina Cruz me tiene escondido y me prohíbe hablar, no me es posible
-y tampoco lo deseo- hablaros, para manifestaros los sentimientos de mi corazón
sobre la excelencia de la Cruz y las prácticas santas que os
permitan uniros en la Cruz adorable de Jesucristo.
Sin
embargo, hoy, el día último de mi retiro, salgo, por así decirlo, del encanto
de mi interior, y trazo sobre este papel algunos breves dardos de la Cruz, para
que atraviesen vuestros benditos corazones. Dios quisiera hacerlos penetrantes
no con la tinta de mi pluma, sino con la sangre de mis venas. Pero, ay, aunque
ella fuera necesaria, es demasiado criminal. Sea, pues, el Espíritu del Dios
viviente la vida, la fuerza y la esencia de esta carta. Sea su unción santa su
tinta. Sea mi pluma la divina Cruz, y sean el papel vuestros corazones.
[I.-
Excelencia de la unión de los Amigos de la Cruz]
Amigos
de la Cruz, estáis profundamente unidos, como otros tantos soldados
crucificados, para combatir el mundo (+Gál 6,14). No huís vosotros de él,
como los religiosos y religiosas, por temor a ser vencidos, sino que, como
valerosos y bravos guerreros, avanzáis en el campo de batalla, sin retroceder
un paso y sin volver la espalda. ¡Animo! ¡Combatid con valentía!
Uníos
fuertemente, y vuestra unidad de espíritus y corazones será infinitamente más
fuerte y más terrible contra el mundo y el infierno, que lo que pueda ser el
ejército de un reino bien unido contra los enemigos del Estado. Si los demonios
se unen para perderos, uníos vosotros para espantarlos. Si los avaros se unen
para traficar y ganar oro y plata, unid vuestros esfuerzos para ganar los
tesoros eternos, contenidos en la Cruz. Si los libertinos se unen para
divertirse, uníos vosotros para sufrir.
[A.
Grandeza del nombre de Amigos de la Cruz]
[3]
Os llamáis Amigos de la Cruz. ¡Qué nombre tan grande! A mí me encanta
y me deslumbra. Es más brillante que el sol, más alto que los cielos, más
glorioso y solemne que los títulos más formidables de reyes y emperadores. Es
el nombre sublime de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre al mismo
tiempo. Es el nombre inconfundible del cristiano.
[4]
Pero si su resplandor me deslumbra, no es menos cierto que su peso me espanta.
Cuántas obligaciones inexcusables y difíciles se encierran en ese nombre,
según el mismo Espíritu Santo lo declara: «linaje elegido, sacerdocio real,
nación consagrada, pueblo adquirido» (1Pe 2,9).
Un
Amigo de la Cruz es un hombre elegido por Dios entre los diez mil que viven
según el sentido y la sola razón, para ser un hombre totalmente divino, que va
más allá de la razón, y que se opone tajantemente a la mera inclinación
sensible por una vida y una luz de pura fe y de amor ardiente a la Cruz.
Un
Amigo de la Cruz es un rey omnipotente, es un héroe que triunfa sobre el
demonio, el mundo y la carne en sus tres concupiscencias (+1Jn 2,16). Al amar
las humillaciones, espanta el orgullo de Satanás. Al amar la pobreza, vence la
avaricia del mundo. Al amar el dolor, mata la sensualidad de la carne.
Un
Amigo de la Cruz es un hombre santo y separado de todo lo visible, cuyo corazón
se eleva por encima de todo lo caduco y perecedero, y cuya conversación está
en los cielos (Flp 3,20). Pasa por esta tierra como un extranjero y un
peregrino, sin apegarse a ella, con indiferencia, y la pisa con menosprecio.
Un
Amigo de la Cruz es una excelente conquista de Jesucristo, crucificado en el
Calvario, en unión de su santa Madre. Es un Ben-Oni, hijo del dolor, o un Ben-Ja-mín,
hijo de la diestra [o Buenaventura: Gén 35,8], nacido de su corazón dolorido,
venido al mundo a través de su costado traspasado, y vestido en la púrpura de
su sangre. Marcado por su origen sangriento, no respira sino cruz, sangre y
muerte al mundo, a la carne y al pecado, y vive aquí abajo oculto en Dios por
Jesucristo (Rm 6,11; +1 Pe 2,24).
En
fin, un perfecto Amigo de la Cruz es un verdadero porta-Cristo, o mejor, un
Jesucristo, que puede decir con toda verdad: «ya no vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí» (Gál 2,20).
[5]
Mis queridos Amigos de la Cruz, ¿sois vosotros por vuestras acciones lo que
significa vuestro grandioso nombre? ¿O al menos tenéis un auténtico deseo y
una verdadera voluntad de venir a serlo, con la gracia de Dios, a la sombra de
la Cruz del Calvario y de Nuestra Señora de los Dolores? ¿Usáis los medios
necesarios para conseguirlo? ¿Habéis entrado en el verdadero camino de la vida
(Prov 6,23; 10,17; Jer 21,8), que es la vía estrecha y espinosa del Calvario?
¿O es que camináis, sin daros cuenta, por el camino ancho del mundo, que
conduce a la perdición (Mt 7,13-14)? ¿Ya sabéis que existe una vía que
parece derecha y segura para el hombre, pero que lleva a la muerte (Prov 14,12)?
[6]
¿Sabéis distinguir bien entre la voz de Dios y de su gracia, y la voz del
mundo y de la naturaleza? ¿Escucháis claramente la voz de Dios, nuestro Padre
bueno, que, después de haber maldecido tres veces a cuantos siguen los deseos
del mundo, «¡ay, ay, ay de los habitantes de la tierra!» (Ap 8,13), os llama
con todo amor, tendiéndoos los brazos, «¡apartáos, pueblo mío!» (Núm
16,21; Is 52,11; Ap 18,4), pueblo mío elegido, queridos Amigos de la Cruz de mi
Hijo; apartáos de los mundanos, que han sido maldecidos por mi Majestad,
excomulgados por mi Hijo (+Jn 17,9), y condenados por mi Espíritu Santo
(+16,8-11)?
¡Cuidado
con sentaros en su pestilente cátedra! ¡No acudáis a sus reuniones! ¡No
vayáis por sus caminos (Sal 1,1)! ¡Huid de la inmensa e infame Babilonia (Is
48,20; Jer 50,8; 51,6.9.45; Ap 18,4)! ¡No escuchéis otra voz ni sigáis otras
huellas que las de mi Hijo bienamado! Yo os lo di para que sea vuestro camino,
vuestra verdad, vuestra vida y vuestro modelo: «escu-chadle» (Mt 17,5; 2Pe
1,17).
¿Escucháis
a este amable Jesús? Cargado con su Cruz, os grita: ¡«venid detrás de mí»
(Mt 4,19), y seguidme, que «quien me sigue no anda en tinieblas» (Jn 8,12)!
«¡Animo!: yo he vencido al mundo» (16,33).
[B.
Los dos bandos]
[7]
Queridos cofrades, ahí tenéis los dos bandos con los que a diario nos
encontramos: el de Jesucristo y el del mundo (Jn 15,19; 17,14.16).
A
la derecha, el de nuestro amado Salvador (+Mt 25,33). Sube por un camino que,
por la corrupción del mundo, es más estrecho y angosto que nunca. Este Maestro
bueno va delante, descalzo, la cabeza coronada de espinas, el cuerpo
completamente ensangrentado, y cargado con una pesada Cruz. Sólo le siguen una
pocas personas, si bien son las más valientes, sea porque no se oye su voz
suave en medio del tumulto del mundo, o sea porque falta el valor necesario para
seguirle en su pobreza, en sus dolores, en sus humillaciones y en sus otras
cruces, que es preciso llevar para servirle todos los días de la vida (+Lc
9,23).
[8]
A la izquierda (+Mt 25,33), el bando del mundo o del demonio. Es el más
numeroso, y el más espléndido y brillante, al menos en apariencia. Allí corre
todo lo más selecto del mundo. Se apretujan, y eso que los caminos son anchos,
y que están más ensanchados que nunca por la muchedumbre que, como un
torrente, los recorre. Están sembrados de flores, llenos de placeres y juegos,
cubiertos de oro y plata (7,13-14).
[9]
A la derecha, el pequeño rebaño (Lc 12,32) que sigue a Jesucristo sólo sabe
de lágrimas y penitencias, oraciones y desprecios del mundo. Entre sollozos, se
oye una y otra vez: «suframos, lloremos, ayunemos, oremos, ocultémonos,
humillémonos, empo-brezcámonos, mortifiquémonos (+Jn 16,20). Pues el que no
tiene el espíritu de Jesucristo, que es un espíritu de cruz, no es de Cristo (Rm
8,9), ya que los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus
concupiscencias (Gál 5,24). O nos configuramos como imagen viva de Jesucristo (Rm
8,29) o nos condenamos. ¡Animo!, gritan, ¡valor! Si Dios está por nosotros,
en nosotros y delante de nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (8,31). El
que está con nosotros es más fuerte que el que está en el mundo (1Jn 4,4). No
es mayor el siervo que su señor (Jn 13,16; 15,20). Un instante de ligera
tribulación produce un peso eterno de gloria (2Cor 4,17). El número de los
elegidos es menor de lo que se piensa (Mt 20,16). Sólo los valientes y
esforzados arrebatan el cielo por la fuerza (Mt 11,12). Nadie será coronado
sino aquél que haya combatido legítimamente según el Evangelio (2Tim 2,5), y
no según el mundo. ¡Luchemos, pues, con todo valor!».
Éstas
son algunas de las palabras divinas con las que los Amigos de la Cruz se animan
mutuamente.
[10]
Los mundanos, por el contrario, para animarse a perseverar en su malicia sin
escrúpulo, claman todos los días: «¡Vivir, vivir! ¡Paz, paz! ¡Alegría,
alegría! ¡Comamos, bebamos, cantemos, dancemos, juguemos! Dios es bueno, Dios
no nos ha creado para condenarnos. Dios no prohíbe las diversiones; no vamos a
ser condenados por eso. ¡Fuera escrúpulos! ¡"No moriréis" (Gén
3,4)»!
[11]
Acordáos, mis queridos cofrades, de que nuestro buen Jesús os está mirando
ahora, y os dice a cada uno en particular: «Ya ves que casi toda la gente me
abandona en el camino real de la Cruz. Los idólatras, cegados, se burlan de mi
Cruz como de una locura; los judíos, en su obstinación, se escandalizan de
ella (+1Cor 1,23), como si fuera un objeto de horror; los herejes la destrozan y
derriban como cosa despreciable. Pero -y lo digo con lágrimas y con el corazón
atravesado de dolor- mis propios hijos, criados a mis pechos e instruídos en mi
escuela, los propios miembros míos que he animado con mi espíritu, me han
abandonado y despreciado, haciéndose enemigos de mi Cruz (+Is 1,2; Flp 3,18).
"¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67). ¿También
vosotros queréis abandonarme, huyendo de mi Cruz, como los mundanos, que son en
esto verdaderos anticristos (1Jn 2,18)? ¿Es que queréis vosotros, para
conformaros con el siglo presente (Rm 12,2), despreciar la pobreza de mi Cruz,
para correr tras las riquezas; evitar el dolor de mi Cruz, para buscar los
placeres; odiar las humillaciones de mi Cruz, para ambicionar los honores? En
apariencia, tengo yo muchos amigos, que aseguran amarme, pero que, en el fondo,
me odian, porque no aman mi Cruz; tengo muchos amigos de mi mesa, y muy pocos de
mi Cruz» [Imitación de Cristo II, 11,1].
[12]
Ante esta llamada de Jesús tan amorosa, elevémonos por encima de nosotros
mismos, y no nos dejemos seducir por nuestros sentidos, como Eva (+Gén 3,6).
Miremos solamente al autor y consumador de nuestra fe, Jesús crucificado (Heb
12,2). Huyamos la depravada concupiscencia de este mundo corrompido (2Pe 1,4).
Amemos a Jesucristo de la manera más alta, es decir, a través de toda clase de
cruces. Meditemos bien las admirables palabras de nuestro amado Maestro, que
sintetizan toda la perfección de la vida cristiana: «Si alguno quiere venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga» (Mt
16,24).
[II.
Prácticas de la perfección cristiana]
[13]
Toda la perfección cristiana, en efecto, consiste en:
1º
querer ser santo: el que quiera venirse conmigo,
2º
abnegarse: que se niegue a sí mismo,
3º
padecer: que cargue con su cruz,
4º
obrar: y que me siga.
[A.
«Si alguno quiere venirse conmigo»]
[14]
Si alguno quiere: y no algunos, se refiere al reducido número de
los elegidos (+Mt 20,16), que quieren configurarse a Jesucristo crucificado,
llevando su cruz. Es un número tan pequeño, tan reducido, que si lo
conociéramos, quedaríamos pasmados de dolor.
Es
tan pequeño que apenas si hay uno por cada diez mil. Así fue revelado a varios
santos, como a San Simeón Estilita, según refiere el santo abad Nilo, después
de San Efrén, San Basilio y varios otros. Es tan reducido que, si Dios quisiera
reunirlos, tendría que gritarles, como otra vez lo hizo un profeta: «¡congregáos
uno a uno!» (Is 27,12), uno de esta provincia, otro de aquel reino.
[15]
Si alguno quiere: aquel que tenga una voluntad sincera, una voluntad
firme y determinada, no ya por naturaleza, costumbre o amor propio, por interés
o respeto humano, sino por una gracia victoriosa del Espíritu Santo, que no a
todo el mundo se da: «no a todos ha sido dado a conocer el misterio» (Mt
13,11). De hecho, el conocimiento del misterio de la Cruz ha sido dado a unas
pocas personas. Para que un hombre suba al Calvario y se deje crucificar con
Jesús, en medio de su propia gente, es necesario que sea un valiente, un
héroe, un decidido, un discípulo de Dios, que pisotee el mundo y el infierno,
su cuerpo y su propia voluntad; un hombre resuelto a dejarlo todo, a emprender
todo lo que sea y a sufrirlo todo por Jesucristo.
Sabedlo
bien, queridos Amigos de la Cruz: aquellos de entre vosotros que no tengan esta
determinación andan sólo con un pie, vuelan sólo con un ala, y no son dignos
de estar entre vosotros, porque no merecen llamarse Amigos de la Cruz, a la que
hay que amar, como Jesucristo, «con un corazón generoso y de buena gana»
(2Mac 1,3). Basta una voluntad a medias para contagiar, como una oveja sarnosa,
a todo el rebaño. Si una de éstas hubiera entrado en vuestro redil por la
puerta falsa del mundo, en el nombre de Jesucristo crucificado, echadla fuera,
pues es un lobo en medio de las ovejas (Mt 7,15).
[16]
Si alguno quiere venirse conmigo, que tanto me humillé (+Flp 2,6-8) y
que me anonadé tanto que llegué a «parecer un gusano, y no un hombre» (Sal
21,7); conmigo, que no vine al mundo sino para abrazar la Cruz -«aquí estoy»
(Sal 39,8; Heb 10,7-9)-; para alzarla en medio de mi corazón -«en las
entrañas» (Sal 39,9)-; para amarla desde joven -«la quise desde muchacho» (Sab
8,2)-; para suspirar por ella toda mi vida -«¡cómo la ansío!» (Lc 12,50)-;
para llevarla con alegría, prefiriéndola a todos los goces y delicias del
cielo y de la tierra -«en vez del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz» (Heb
12,2)-; conmigo, en fin, que no hallé la plena alegría hasta morir en sus
divinos brazos.
[B.
«Que se niegue a sí mismo»]
[17]
El que quiera, pues, venirse conmigo, así anonadado y crucificado, debe, a
imitación de mí, no gloriarse sino en la pobreza, en las humillaciones y en
los sufrimientos de mi Cruz: «que se niegue a sí mismo».
¡Lejos
de los Amigos de la Cruz esos que sufren con orgullo, esos sabios según el
siglo, esos grandes genios y espíritus fuertes, que están rellenos e hinchados
con sus propias luces y talentos! ¡Lejos de aquí esos grandes charlatanes, que
hacen mucho ruido y que no dan más fruto que el de su vanidad! ¡Lejos de aquí
los devotos soberbios, que hacen resonar en todas partes aquel «no soy como los
demás» del orgulloso Lucifer (Lc 18,11); que no aguantan que les censuren, sin
excusarse; que los ataquen, sin defenderse; que los humillen, sin ensalzarse!
Tened
mucho cuidado para no admitir en vuestra compañía a estos hombres delicados y
sensuales, que se duelen de la menor molestia, que gritan y se quejan por el
menor dolor, que jamás han conocido la cadenilla, el cilicio y la disciplina,
ni otro instrumento alguno de penitencia, y que unen a sus devociones -aquellas
que están de moda- una sensualidad y una inmortificación sumamente encubiertas
y refinadas.
[C.
«Que cargue con su cruz»]
[18]
«Que cargue con su cruz», con la suya propia. Que ese tal, que ese
hombre, esa mujer excepcional -«toda la tierra, de un extremo al otro, no
alcanzaría a pagarle» (Prov 31,10]-, tome con alegría, abrace con entusiasmo
y lleve sobre sus hombros con valentía su cruz, y no la de otro; -su
propia cruz, aquélla que con mi sabiduría le he hecho, en número, peso y
medida exactos (+Sab 11,21]; -su cruz, cuyas cuatro dimensiones, espesor y
longitud, anchura y profundidad, tracé yo por mi propia mano con toda
exactitud; -su cruz, la que le he fabricado con un trozo de la que llevé sobre
el Calvario, como expresión del amor infinito que le tengo; -su cruz, que es el
mayor regalo que puedo yo hacer a mis elegidos en esta tierra; -su cruz, formada
en su espesor por la pérdida de bienes, humillaciones y desprecios,
dolores, enfermedades y penas espirituales, que, por mi providencia, habrán de
sobrevenirle cada día hasta la muerte; -su cruz, formada en su longitud
por una cierta duración de meses o días en los que habrá de verse abrumado
por la calumnia, postrado en el lecho, reducido a la mendicidad, víctima de
tentaciones, sequedades, abandonos y otras penas espirituales; -su cruz,
constituída en su anchura por todas las circunstancias más duras y
amargas, unas veces por parte de sus amigos, otras por los domésticos o los
familiares; su cruz, en fin, compuesta en su profundidad por las
aflicciones más ocultas que yo mismo le infligiré, sin que pueda hallar
consuelo en las criaturas, pues éstas, por orden mía, le volverán la espalda
y se unirán a mí para hacerle padecer.
[19]
«Que la cargue», que la cargue: no que la arrastre, ni que la rechace o
la recorte o la oculte. Es decir, que la lleve en lo alto de la mano, sin
impaciencia ni tristeza, sin quejas ni murmuraciones voluntarias, sin
componendas ni miramientos naturales, y sin sentir por ello vergüenza alguna o
respetos humanos.
«Que
la cargue», es decir, que la lleve marcada en su frente, diciendo aquello
de San Pablo: «en cuanto a mí, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo» (Gál 6,14], mi Maestro.
Que
la lleve sobre sus hombros, a ejemplo de Jesucristo, para que la cruz venga a
ser el arma de sus conquistas y el cetro de su imperio (Is 9,6-7].
En
fin, que él la grabe en su corazón por el amor, para transformarla así en
zarza ardiente, que día y noche se abrase en el puro amor de Dios, sin
consumirse (+Ex 3,2].
[20]
«La cruz». Que cargue con la cruz, pues nada hay tan necesario, nada
tan útil, tan dulce ni tan glorioso, como padecer algo por Jesucristo (+Hch
5,41].
[1.
Nada tan necesario]
[Para
los pecadores]
[21]
En realidad, queridos Amigos de la Cruz, todos sois pecadores. Entre vosotros no
hay ninguno que no merezca el infierno (+Prov 24,16; 1Jn 1,10] -y yo más que
ninguno-. Pues bien, es necesario que nuestros pecados sean castigados en este
mundo o en el otro.
Si
Dios, de acuerdo con nosotros, los castiga en éste, el castigo será amoroso:
la misericordia, que reina en este mundo, será quien castigue, y no la rigurosa
justicia; será, pues, un castigo suave y pasajero, acompañado de consolaciones
y méritos, y seguido de recompensas en el tiempo y la eternidad.
(22]
Pero si el castigo necesario a los pecados que hemos cometido queda reservado
para el otro mundo, será entonces la justicia implacable de Dios, que todo lo
lleva a sangre y fuego, la que ejecute la condena. Castigo espantoso (+Heb
10,31], indecible, incomprensible: «¿quién conoce la vehemencia de tu ira?»
(Sal 89,11]; castigo sin misericordia (Sant 2,13], sin mitigación, sin
méritos, sin límite y sin fin. Sí, no tendrá fin: ese pecado mortal de un
momento que cometisteis; ese mal pensamiento voluntario que escapó a vuestro
cuidado; esa palabra que se llevó el viento; esa acción diminuta que violentó
la ley de Dios, tan breve, serán castigados eternamente, mientra Dios sea Dios,
con los demonios en el infierno, sin que ese Dios de las venganzas se apiade de
vuestros espantosos tormentos, de vuestros sollozos y lágrimas, capaces de
hendir las rocas. ¡Padecer eternamente, sin mérito alguno, sin misericordia y
sin fin!
[23]
Queridos hermanos y hermanas míos, ¿pensamos en esto cuando padecemos alguna
pena en este mundo? ¡Qué felices somos de hacer un cambio tan dichoso, una
pena eterna e infructuosa por otra pasajera y meritoria, llevando esta cruz con
paciencia! ¡Cuántas deudas nos quedan por pagar! ¡Cuántos pecados cometidos!
Para expiar por ellos, aun después de una contrición amarga y de una
confesión sincera, será necesario que suframos en el purgatorio durante siglos
enteros, por habernos contentado en este mundo con algunas penitencias tan
ligeras! ¡Ah! Cancelemos, pues, nuestras deudas por las buenas en este mundo,
llevando bien nuestra cruz. En el otro, todo habrá de ser pagado por las malas,
hasta el último céntimo (Mt 5,26], hasta una palabra ociosa (12,36). Si
lográramos arrancar de las manos del demonio el libro de la muerte (+Col 2,14),
donde ha señalado todos nuestros pecados y la pena que les es debida, ¡qué debe
tan enorme encontraríamos! ¡Y qué felices nos veríamos de sufrir años
enteros aquí abajo, con tal de no sufrir un solo día en la otra vida!
[Para
los amigos de Dios]
¿No
os preciáis, mis amigos de la Cruz, de ser amigos de Dios o de querer llegar a
serlo? Decidíos, pues, a beber el cáliz que hay que apurar necesariamente para
ser hecho amigo de Dios: «bebieron el cáliz del Señor y llegaron a ser amigos
de Dios» [Breviario antiguo]. Benjamín, el preferido, halló la copa,
mientras que sus hermanos sólo hallaron trigo (Gén 44,1-12). El predilecto de
Jesucristo poseyó su corazón, subió al Calvario y bebió en su cáliz:
«¿podéis beber el cáliz?» (Mt 20,22). Excelente cosa es anhelar la gloria
de Dios; pero desearla y pedirla sin resolverse a padecerlo todo es una locura y
una petición insensata: «no sabéis lo que pedís» (ib.)... «Es
necesario pasar por muchas tribulaciones» (Hch 14,22)... Sí, es una necesidad,
es algo indispensable: hemos de entrar en el reino de los cielos a través de
muchas tribulaciones y cruces.
[Para
los hijos de Dios]
[25]
Os gloriáis con toda razón de ser hijos de Dios. Gloriáos, pues, también de
los azotes que este Padre bondadoso os ha dado y os dará más adelante, pues el
castiga a todos sus hijos (Prov 3,11-12; Heb 12,5-8; Ap 3,19). Si no fuérais
del número de sus hijos amados -¡qué desgracia, qué maldición!-, seríais
del número de los condenados, como dice San Agustín: «quien no llora en este
mundo, como peregrino y extranjero, no puede alegrarse en el otro como ciudadano
del cielo». Si Dios Padre no os envía de vez en cuando alguna cruz señalada,
es que ya no se cuida de vosotros: está enfadado con vosotros, y os considera
como extraños y ajenos a su casa y su protección; os mira como hijos bastardos,
que no merecen tener parte en la herencia de su padre, ni son dignos tampoco de
sus cuidados y correcciones (+Heb 12,7-8).
[Para
los discípulos de un Dios crucificado]
Amigos
de la Cruz, discípulos de un Dios crucificado: el misterio de la Cruz es un
misterio ignorado por los gentiles, rechazado por los judíos (1Cor 1,23), y
despreciado por los herejes y los malos católicos; pero es el gran misterio que
habéis de aprender en la práctica de la escuela de Jesucristo, y que
sólamente en su escuela lo podéis aprender. En vano buscaréis en todas las
escuelas de la antigüedad algún filósofo que lo haya enseñado. En vano
consultaréis la luz de los sentidos y de la razón: sólamente Jesucristo puede
enseñaros y haceros gustar este misterio por su gracia victoriosa.
Adiestráos,
pues, en este ciencia sublime bajo la guía de un Maestro tan excelente, y
poseeréis todas las demás ciencias, pues ésta las contiene a todas en grado
eminente. Ella es nuestra filosofía natural y sobrenatural, nuestra teología
divina y misteriosa, nuestra piedra filosofal que, por medio de la paciencia,
cambia los metales más groseros en preciosos, los dolores más agudos en
delicias, la pobreza en riqueza, las humillaciones más graves en gloria. Aquel
de vosotros que sabe llevar mejor su cruz, aun cuando fuere un analfabeto, es el
más sabio de todos.
Escuchad
al gran San Pablo, que vuelto del tercer cielo, donde aprendió misterios
ocultos a los mismos ángeles, asegura que no sabe ni quiere saber otra cosa que
a Jesús crucificado (1Cor 2,2). Alégrate, pues, tú, pobre idiota, y tú,
humilde mujer sin talento ni ciencia: si sabéis sufrir con alegría, sabéis
más que cualquier doctor de la Sorbona, que no sepa sufrir tan bien como
vosotros (+Mt 11,25).
[Para
los miembros de Jesucristo]
[27]
Sois miembros de Jesucristo (1Cor 6,15; 12,27; Ef 5,30). ¡Qué honor! Pero
¡qué necesidad hay en ello de sufrir! Si la Cabeza está coronada de espinas (Mt
27,29) ¿estarán los miembros coronados de rosas? Si la Cabeza es escarnecida y
cubierta de barro en el camino del Calvario ¿se verán los miembros cubiertos
de perfumes sobre un trono? Si la Cabeza no tiene dónde reposar (8,20),
¿descansarán los miembros entre plumas y edredones? Sería una mostruosidad
inaudita. No, no, mis queridos Compañeros de la Cruz, no os engañéis: esos
cristianos que veis por todas partes, vestidos a la moda, en extremo delicados,
altivos y engreídos hasta el exceso, no son verdaderos discípulos de Jesús
crucificado. Y si pensárais de otro modo, ofenderíais a esa Cabeza coronada de
espinas y a la verdad del Evangelio. ¡Ay, Dios mío, cuántas caricaturas de
cristianos, que pretenden ser miembros del Salvador, son sus más alevosos
perseguidores, pues mientras con la mano hacen el signo de la Cruz, son en
realidad sus enemigos!
Si
de verdad os guía el espíritu de Jesucristo, y si vivís la misma vida que
esta Cabeza coronada de espinas, no esperéis otra cosa que espinas, azotes,
clavos, en una palabra, cruz; pues es necesario que el discípulo sea tratado
como el maestro y el miembro como la Cabeza (Jn 15,20). Y si el cielo os ofrece,
como a Santa Catalina de Siena, una corona de espinas y otra de rosas, elegid
como ella la corona de espinas, sin vacilar, y hundidla en vuestra cabeza, para
asemejaros a Jesucristo [Leyenda maior 158].
[Para
los templos del Espíritu Santo]
[28]
Ya sabéis que sois templos vivos del Espíritu Santo (1Cor 6,19), y que como
piedras vivas (1Pe 2,5), habéis de ser construídos por el Dios del amor en el
templo de la Jerusalén celestial (Ap 21,2.10). Pues bien, disponéos para ser
tallados, cortados y cincelados por el martillo de la cruz. De otro modo,
permaneceríais como piedras toscas, que no sirven para nada, que se desprecian
y se arrojan fuera. ¡Guardáos de resistir al martillo que os golpea! ¡Cuidado
con oponeros al cincel que os talla y a la mano que os pule! Es posible que ese
hábil y amoroso arquitecto quiera hacer de vosotros una de las piedras
principales de su edificio eterno, y una de las figuras más hermosas de su
reino celestial. Dejadle actuar en vosotros: él os ama, sabe lo que hace, tiene
experiencia, cada uno de sus golpes son acertados y amorosos, nunca los da en
falso, a no ser que vuestra falta de paciencia los haga inútiles.
[29]
El Espíritu Santo compara la cruz: -unas veces a una criba que separa el buen
grano de la paja y hojarasca (Is 41,16; Jer 15,7; Mt 3,12): dejáos, pues,
sacudir y zarandear como el grano en la criba, sin oponer resistencia: estáis
en la criba del Padre de familia, y pronto estaréis en su granero; -otras veces
la compara a un fuego, que elimina el orín del hierro con la viveza de sus
llamas (1Pe 1,7): en efecto, nuestro Dios es un fuego devorador (Heb 12,29), que
por la cruz permanece en el alma para purificarla, sin consumirla, como aquella
antigua zarza ardiente (Ex 3,2-3); -y otras veces, en fin, la compara al crisol
de una fragua, donde el oro bueno se refina (Prov 17,3; Sir 2,5), y donde el
falso se disipa en humo: el bueno, sufre con paciencia la prueba del fuego,
mientras que el malo se eleva hecho humo contra sus llamas. Es en el crisol de
la tribulación y de la tentación donde los veraderos amigos de la Cruz se
purifican por su paciencia, mientras que los que son sus enemigos se desvanecen
en humo (+Sal 36,20; 67,3) por su impaciencia y sus protestas.
[Hay
que sufrir como los santos...]
[30]
Mirad, Amigos de la Cruz, mirad delante de vosotros una inmensa nube de testigos
(Heb 12,1), que demuestran sin palabras lo que os estoy diciendo. Ved al paso un
Abel justo, asesinado por su hermano (Gén 4,4.8); un Abraham justo, extranjero
sobre la tierra (12,1-9); un Lot justo, expulsado de su país (19,1.17); un
Jacob justo, perseguido por su hermano (25,27; 27,41); un Tobías justo,
afligido por la ceguera (Tob 2,9-11); un Job justo, arruinado, humillado y hecho
una llaga de los pies a la cabeza (Job 1,1ss).
[31]
Mirad a tantos apóstoles y mártires teñidos con su propia sangre; a tantas
vírgenes y confesores empobrecidos, humillados, expulsados, despreciados,
clamando a una con San Pablo: mirad a nuestro buen «Jesús, el autor y
consumador de la fe» (Heb 12,2), que en él y en su cruz profesamos. Tuvo que
padecer para entrar por su cruz en la gloria (Lc 24,26).
Mirad,
junto a Jesús, una espada afilada que penetra hasta el fonde del corazón
tierno e inocente de María (+Lc 2,35), que nunca tuvo pecado alguno, ni
original ni actual. ¡Lástima que no pueda extenderme aquí sobre la Pasión de
uno y de otra, para hacer ver que lo que nosotros sufrimos no es nada en
comparación de lo que ellos sufrieron!
[32]
Después de todo esto ¿quién de nosotros podrá eximirse de llevar su cruz?
¿Quién de nosotros no volará apresurado hacia los sitios donde sabe que la
cruz le espera? ¿Quién no exclamará con San Ignacio mártir: «¡que el
fuego, la horca, las bestias y los tormentos todos del demonio vengan sobre mí
para que yo goce de Jesucristo!» [Romanos 5]?
[...
y no como los reprobados]
[33]
Pero, en fin, si no queréis sufrir con paciencia y llevar vuestra cruz con
resignación, como los predestinados, tendréis que llevarla con protesta e
impaciencia, como los reprobados. Así os pareceréis a aquellos dos animales
que arrastraban el Arca de la Alianza mugiendo (1Re 6,12). Os asemejaréis a
Simón de Cirene, quien echó mano a la Cruz misma de Jesucristo, a pesar suyo (Mt
27,32), y que no dejaba de protestar mientras la llevaba. Vendrá a sucederos,
en fin, lo que al mal ladrón, que de lo alto de la cruz se precipitó al fondo
de los abismos (+27,38).
No,
no, esta tierra maldecida en que habitamos no cría hombres felices. No se ve
claro en este país de tinieblas. No es en absoluto perfecta la tranquilidad en
este mar tormentoso. Nunca faltan los combates en este lugar de tentación, que
es un campo de batalla. Nadie se libra de pinchazos en esta tierra llena de
espinas (Gén 3,18). Es preciso que los predestinados y los reprobados lleven su
cruz, de grado o por fuerza. Tened presentes estos cuatro versos:
Elígete
una cruz de las tres del Calvario;
elige
con cuidado, ya que es necesario
padecer
como santo y como penitente
o
como réprobo que sufre eternamente.
Eso
significa que si no queréis sufrir con alegría, como Jesucristo; o con
paciencia, como el buen ladrón, tendréis que sufrir a pesar vuestro como el
mal ladrón; habréis de apurar entonces hasta las heces el cáliz más amargo (Is
51,17), sin consolación alguna de la gracia, y llevando todo el peso de la cruz
sin la poderosa ayuda de Jesucristo. Más aún, tendréis que llevar el peso
fatal que añadirá el demonio a vuestra cruz, por la impaciencia a la que os
arrastrará; y así, tras haber sido unos desgraciados sobre la tierra, como el
mal ladrón, iréis a reuniros con él en las llamas.
[2.
Nada tan útil y tan dulce]
[34]
Por el contrario, si sufrís como conviene, la cruz se os hará un yugo muy
suave (Mt 11,30), que Jesucristo llevará con vosotros. Vendrá a ser las dos
alas del alma que se eleva al cielo; el mástil de la nave que os llevará al
puerto de la salvación feliz y fácilmente.
Llevad,
pues, vuestra cruz con paciencia, y por esta cruz bien llevada, os
veréis iluminados en vuestras tinieblas espirituales, pues quien no ha sido
probado por la tentación, nada sabe (Sir 34,9).
Llevad
vuestra cruz con alegría, y os veréis abrasados en el amor divino, pues
«sin cruces ni dolor, no se vive en el amor» [Imitación de Cristo
III,5,7].
Sólamente
se recogen rosas entre las espinas. Y sólo la cruz enciende el amor de Dios,
como la leña el fuego. Recordad aquella hermosa sentencia de la Imitación:
«cuanta violencia os hiciéreis sufriendo con paciencia, tanto creceréis» en
el amor divino [I,25,3]. No esperéis nada grande de esas personas delicadas y
perezosas, que rehuyen la cruz cuando ésta se les acerca, y que jamás por su
cuenta se buscan alguna con discreción: son tierra inculta que no dará sino
abrojos, porque no ha sido arada, desmenuzada y removida por el labrador
experto; son agua estancada, que no sirve ni para lavar ni para beber.
Llevad
vuestra cruz alegremente: encontraréis en ella una fuerza victoriosa a
la que ningún enemigo vuestro podrá resistir (+Lc 21,15), y gozaréis de una
dulzura encantadora, con la que nada puede compararse. Sí, Hermanos míos,
sabed que el verdadero paraíso terrestre está en sufrir algo por Jesucristo (+Hch
5,41). Preguntad, si no, a todos los santos: os dirán que nunca gozaron en su
espíritu de tan grandes delicias como en medio de los mayores tormentos.
«¡Vengan sobre mí todos los tormentos del demonio!», decía San Ignacio
mártir [Romanos 5]. «O morir o padecer», decía Santa Teresa [Vida
40,20]. «No morir, sino sufrir», decía Santa Magdalena de Pazzi. Y San Juan
de la Cruz: «padecer por Vos y que yo sea menospreciado» [decl. de su hno.
Francisco]. Y tantos otros hablaron este mismo lenguaje, como leemos en sus
vidas.
Creed
a Dios, queridos Hermanos míos: cuando se sufre por Dios alegremente, dice el
Espíritu Santo, la cruz es causa de toda clase de alegrías para toda clase de
personas (+Sant 1,2). La alegría de la cruz es mayor que la de un pobre a quien
colman de todo género de riquezas; mayor que la de un aldeano que se ve elevado
al trono; mayor que la de un comerciante que gana millones; mayor que la de un
general que consigue grandes victorias; mayor que la de unos cautivos que se ven
libres de sus cadenas. Imaginad, en fin, todas las mayores alegrías que puedan
darse en esta tierra: pues bien, todas están contenidas y sobrepasadas por la
alegría de una persona crucificada, que sabe sufrir bien.
[3.
«Nada tan glorioso»]
[35]
Alegraos, pues, y saltad de gozo cuando Dios os regale con alguna buena cruz,
porque, sin daros cuenta, recibís lo más grande que hay en el cielo y en el
mismo Dios. ¡Regalo grandioso de Dios es la cruz! Si así lo entendiérais,
encargaríais celebrar misas, haríais novenas en los sepulcros de los santos,
emprenderíais largas peregrinaciones, como hicieron los santos, para obtener
del cielo este regalo divino.
[36]
El mundo la llama locura, infamia, estupidez, indiscreción, imprudencia.
Dejadles hablar a los ciegos: su ceguera, que les lleva a juzgar humanamente de
la cruz muy al revés de lo que es en realidad, forma parte de nuestra gloria. Y
cada vez que nos procuran algunas cruces con sus desprecios y persecuciones, nos
regalan joyas, nos elevan sobre el trono, nos coronan de laureles.
[37]
¿Pero qué digo? Todas las riquezas, todos los honores, todos los cetros, todas
las brillantes coronas de potentados y emperadores, como dice San Juan
Crisóstomo, no son nada comparados con la gloria de la cruz [MG 62,55-58]. Ella
supera la gloria del apóstol y del escritor sagrado. Este santo varón,
inspirado por el Espíritu Santo, decía: «si así me fuera dado, yo dejaría
el cielo con mucho gusto para padecer por el Dios del cielo. Prefiero las
cárceles y mazmorras a los tronos del empíreo. Envidio menos la gloria de los
serafines que las mayores cruces. Menos estimo el don de los milagros, por el
que se sujeta a los demonios, se domina sobre los elementos, se detiene al sol,
se da vida a los muertos, que el honor de los sufrimientos. San Pedro y San
Pablo son más gloriosos en sus calabozos, con los grilletes en los pies (Hch
12,3-7), que arrebatados al tercer cielo (2Cor 12,2) o que recibiendo las llaves
del paraíso (Mt 16,19)».
[38]
En efecto, ¿no es la cruz la que dio a Jesucristo «un nombre sobre todo
nombre, a fin de que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en
la tierra y en los infiernos» (Flp 2,9)? La gloria de la persona que sufre bien
es tan grande, que el cielo, los ángeles y los hombres, y el mismo Dios del
cielo lo contemplan con gozo, como el espectáculo más glorioso. Y si los
santos tuvieran algún deseo, sería el de volver a la tierra para llevar alguna
cruz.
[39]
Pero si esta gloria es tan grande ya sobre la tierra ¿cómo será la que
adquiere en el cielo? ¿Quién podrá explicar y comprender jamás ese «peso de
gloria eterna» que obra en nosotros el breve instante de una cruz bien llevada
(2Cor 4,17)? ¿Quién comprenderá la gloria que produce en el cielo un año y
quizá una vida entera de cruz y de dolores?
[40]
Seguramente, mis queridos Amigos de la Cruz, el cielo os prepara para algo
grande -os lo dice un gran santo-, pues el Espíritu Santo os une tan
estrechamente con aquello que todo el mundo rehuye con tanto cuidado. Es
indudable que Dios quiere hacer tantos santos y santas cuantos Amigos de la Cruz
existen, si sois fieles a vuestra vocación, si lleváis vuestra cruz como es
debido, como Jesucristo la ha llevado.
[D.
«Y que me siga»]
[41]
Pero no basta con sufrir: también el demonio y el mundo tienen sus mártires.
Es preciso que cada uno sufra y lleve su cruz siguiendo a Jesucristo: «que me
siga» (Mt 16,24), es decir, llevándola como él la llevó. Y para eso habéis
de guardar estas reglas:
[Las
catorce reglas]
[No
procurarse cruces a propósito,
[42]
1º No os busquéis cruces a propósito ni por culpa propia. No hay que hacer el
mal para que venga el bien (Rm 3,8). No conviene, sin una inspiración especial,
hacer las cosas mal para atraerse el desprecio de los hombres. Hay que imitar,
más bien, a Jesucristo, del que se dijo «todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37), y
no por amor propio o vanidad, sino por agradar a Dios y para ganar al prójimo.
Y si os dedicáis a cumplir lo mejor que podáis vuestros deberes, nos os
faltarán contradicciones, persecuciones y desprecios, pues la divina
Providencia os los enviará, contra vuestra voluntad y sin que lo elijáis.
[Mirar
por el bien del prójimo]
[43]
2º Si vais a hacer cualquier cosa en sí indiferente, que, aunque sea sin
motivo, pudiera escandalizar al prójimo, absteneos de hacerlo por caridad, para
evitar el escándalo de los débiles (+1Cor 8,13). Y el acto heroico de caridad
que en esa ocasión hacéis vale infinitamente más de lo que hacías o
queríais hacer.
Sin
embargo, si el bien que hacéis es necesario o útil al prójimo, aunque algún
fariseo o mal espíritu se escandalice sin motivo, consultad con alguien
prudente para aseguraros de que lo que hacéis es necesario o muy útil al
común de los prójimos; y si él así lo considera, continuad haciéndolo y
dejadles murmurar, con tal de que os dejen actuar, contestando en esta ocasión
aquello que respondió Nuestro Señor a algunos de sus discípulos, cuando
vinieron a decirle que había escribas y fariseos que se escandalizaban de sus
palabras y actos: «dejadles; están ciegos» (Mt 15,14).
[Admirar,
sin pretender imitar,
[44]
3º Algunos santos y varones ilustres han pedido, buscado e incluso procurado
por medios ridículos cruces, desprecios y humillaciones. Pues bien, eso debe
movernos a adorar y admirar la obra extraordinaria del Espíritu Santo en sus
almas, y a humillarnos ante tan sublime virtud; pero no ha de llevarnos a
pretender volar tan alto, pues nosotros, comparados con esas águilas veloces y
esos leones rugientes, no pasamos de ser pollos mojados y perros muertos.
[Pedir
a Dios la sabiduría de la cruz]
[45]
4º No obstante, podéis e incluso debéis pedir la sabiduría de la cruz, que
es una ciencia sabrosa y experimental de la verdad, por la que se entienden a la
luz de la fe los más ocultos misterios, entre otros el de la cruz; pero es
ciencia que no se alcanza sino a través de muchos trabajos, profundas
humillaciones y fervientes oraciones. Si necesitáis este espíritu generoso
(Sal 50,14), que permite llevar con valor las más pesadas cruces; este espíritu
bueno (Lc 11,13) y suave, que hace, en lo parte superior del alma, gustar
las amarguras más repugnantes; este espíritu puro y firme (Sal 50,12),
que sólamente busca a Dios; esta ciencia de la cruz, que contiene todas las
verdades; en una palabra, este tesoro infinito que nos hace partícipes de la
amistad de Dios (Sab 7,14), pedid la sabiduría; pedidla incesantemente, con
toda insistencia, sin vacilar (Sant 1,5-6), sin temor de no alcanzarla, e
infalible-mente la recibiréis. Y entonces comprenderéis claramente, por
experiencia, cómo se puede llegar a desear, a buscar y a gustar la cruz.
[Humillarse
por las propias faltas,
[46]
5º Cuando por ignorancia o incluso por culpa propia hayáis cometido cualquier
torpeza que os acarree alguna cruz, humillaos inmediatamente bajo la mano
poderosa de Dios (1Pe 5,6), sin consentir en turbaciones, diciendo
interiormente, por ejemplo: «¡éstos son, Señor, los frutos de mi huerto!».
Y si en vuestra falta hubiese algún pecado, aceptad como un castigo la
humillación que os sobreviene. Muchas veces, permite Dios que sus mejores
servidores, que son los más levantados por su gracia, cometan las faltas más
humillantes para humillarlos ante sí mismos y ante los hombres, y para
quitarles así la vista y la consideración orgullosa de las gracias que Él les
concede y del bien que hacen, a fin de que, como dice el Espíritu Santo,
«ningún mortal pueda enorgullecerse ante Dios» (1Cor 1,29).
[Dios
nos humilla para purificarnos]
[47]
6º Estad bien convencidos de que todo cuanto hay en nosotros está todo
corrompido por el pecado de Adán y por los pecados actuales (+Rm 3,23), y no
sólo los sentidos del cuerpo, sino también las potencias del alma. Y de que
desde el momento en que nuestro espíritu corrompido considera algún don de
Dios en nosotros con morosidad y complacencia, ese don, esa acción, esa gracia
se ensucian y corrompen, y Dios aparta de ellas su divina mirada. Y si las
mismas miradas y pensamientos del espíritu humano echan así a perder las
mejores acciones y los dones más divinos ¿qué diremos de los actos de la
propia voluntad, que aún son más corruptos que los del entendimiento?
Después
de eso, no nos extrañemos, pues, si Dios se complace en ocultar a los suyos en
el asilo de su presencia (Sal 30,21), para que no se vean manchados por las
miradas de los hombres ni por su propio conocimiento. Y para ocultarlos así
¡qué cosas permite y hace ese Dios celoso! ¡Cuántas humillaciones les
procura! ¡De qué tentaciones permite que sean atacados, como San Pablo (+2Cor
12,7)! ¡En qué incertidumbres, tinieblas y perplejidades les deja! ¡Oh!
¡Qué admirable es Dios en sus santos, y en las vías que Él dispone para
conducirles a la humildad y la santidad!
[En
las cruces,
[48]
7º Tened mucho cuidado de creer, como los devotos orgullosos y engreídos, que
vuestras cruces son grandes, que no son sino pruebas de vuestra fidelidad, y
testimonios de un amor singular de Dios hacia vosotros. Esta trampa del orgullo
espiritual es sumamente sutil y delicada, pero está llena de veneno. Pensad
más bien:
1)
que vuestro orgullo y delicadeza os hacen tomar como postes lo que no son más
que pajas, como heridas las picaduras, como elefantes los ratones, como atroces
injurias y abandono cruel una palabrita que se lleva el viento, en realidad una
nadería;
2)
que las cruces que Dios os envía son más bien amorosos castigos de vuestros
pecados, y no muestras de una benevolencia especial;
3)
que por más cruces y humillaciones que Él os envíe, os perdona infinitamente
más, dado el número y la gravedad de vuestros crímenes; pues habéis de
considerar éstos a la luz de la santidad de Dios, que no soporta nada impuro, y
a quien vosotros habéis ofendido; a la luz de un Dios que muere, abrumado de
dolor a causa de vuestros pecados; a la luz de un infierno eterno que habéis
merecido mil y quizá cien mil veces;
4)
que en la paciencia con la que padecéis mezcláis lo humano y natural bastante
más de lo que creéis; prueba de ello son esos miramientos, esas búsquedas
secretas de consuelos, esas expansiones del corazón tan naturales con vuestros
amigos, y quizá con vuestro director espiritual, esas excusas tan sutiles y
prontas, esas quejas, o más bien maledicencias contra quienes os han hecho mal,
tan bien formuladas, tan caritativamente expuestas, ese reconsiderar y
complacerse delicadamente en vuestros males, ese convencimiento luciferino de
que sois algo grande (+Hch 8,9), etc. No acabaría nunca si hubiera de describir
todas las vueltas y revueltas de la naturaleza incluso en los sufrimientos.
[Aprovecharse
más de los sufrimientos pequeños que de los grandes]
[49]
8º Aprovechaos de los pequeños sufrimientos aún más que de los grandes. No
mira Dios tanto lo que se sufre como la manera en que se sufre. Sufrir mucho y
mal es sufrimiento de condenados; sufrir mucho y con aguante, pero por una mala
causa, es sufrir como mártir del demonio; sufrir poco o mucho, sufriendo por
Dios, es sufrir como santo.
Si
se diera el caso de que pudiéramos elegir nuestras cruces, optemos por las más
pequeñas y deslucidas, frente a otras más grandes y llamativas. El orgullo
natural puede pedir, buscar e incluso elegir y tomar las cruces más grandes y
espectaculares. En cambio, sólo puede ser fruto de una gracia excelente y de
una gran fidelidad a Dios ese elegir y llevar alegremente las cruces pequeñas y
oscuras. Actuad, pues, como el comerciante en su mostrador, y sacad provecho de
todo: no desperdiciéis ni la menor partícula de la verdadera Cruz, aunque
sólo sea la picadura de un mosquito o de un alfiler, la dificultad de un
vecino, la pequeña injuria de un desprecio, la pérdida mínima de un dinero,
un ligero malestar del ánimo, un cansancio pasajero del cuerpo, un dolorcillo
en uno de vuestros miembros, etc. Sacad provecho de todo, como el que atiende su
comercio, y así como él se hace rico ganando centavo a centavo en su
mostrador, así muy pronto vendréis vosotros a ser ricos según Dios. A la
menor contrariedad que os sobrevenga, decid: «¡Bendito sea Dios! ¡Gracias,
Dios mío!». Y guardad en seguida en la memoria de Dios, que viene a ser
vuestra alcancía, la cruz que acabáis de ganar. Y después ya no os acordéis
más de ella, si no es para decir: «¡Mil gracias, Señor!» o
«¡Misericordia!»
[Amar
la cruz con amor sobrenatural]
[50]
9º Cuando se os pide que améis la cruz no se está hablando de un amor
sensible, que es imposible a la naturaleza.
Hay
que distinguir bien entre tres clases de amor: el amor sensible, el amor
racional y el amor fiel y supremo. Dicho de otro modo: el amor de la parte
inferior, que es la carne; el amor de la parte superior, que es la razón; y el
amor de la parte suprema o cima del alma, que es el entendimiento iluminado por
la fe.
[51]
Dios no os exige que améis la cruz con la voluntad de la carne (Jn 1,13).
Siendo ésta completamente corrupta y criminal, todo lo que de ella nace está
corrompido (3,6), y ella misma no puede por sí misma someterse a la voluntad de
Dios y a su ley crucificante. Por eso Nuestro Señor, refiriéndose a ella en el
Huerto de los Olivos, dice: «Padre mío, que se haga tu voluntad y no la mía»
(Lc 22,42). Si la parte inferior del hombre en el mismo Jesucristo, siendo toda
ella santa, no fue capaz de amar la cruz sin alguna interrupción, con más
razón la nuestra, completamente corrompida, la rechazará. Es cierto que
podemos experimentar a veces, como no pocos santos han experimentado, una cierta
alegría sensible en nuestros sufrimientos; pero esa alegría, aunque esté en
la carne, no procede de la carne; proviene de la parte superior, que está tan
llena del gozo divino del Espíritu Santo que lo hace desbordar sobre la parte
inferior, de modo que entonces la persona crucificada puede decir: «mi corazón
y mi carne retozan por el Dios vivo» (Sal 83,3).
[52]
Hay otro amor a la cruz que llamo racional; está en la parte superior, que es
la razón. Este amor es completamente espiritual, y como nace del conocimiento
de la felicidad que hay en sufrir por Dios, es perceptible y es percibido por el
alma, a la que alegra y fortalece interiormente. Pero este amor racional, aunque
bueno y muy bueno, no siempre es necesario para sufrir alegremente y según
Dios.
[53]
Y es que existe otro amor de la cima, del ápice del alma, como dicen los
maestros de la vida espiritual -o de la inteligencia, como dicen los
filósofos-. Por él, sin sentir alegría alguna en los sentidos, sin captar en
el alma ningún placer razonable, sin embargo, se ama y se gusta, a la luz de la
pura fe, la cruz que se lleva; y eso aunque muchas veces esté en guerra y
lágrimas la parte inferior, que gime y se queja, que llora y busca alivio, de
manera que dice con Jesucristo: «Padre mío, que se haga tu voluntad y no la
mía» (Lc 22,42); o con la Santisima Virgen: «he aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra» (1,38).
Pues
bien, con uno de estos dos amores de la parte superior hemos de amar y aceptar
la cruz.
[Sufrir
toda clase de cruces,
[54]
10º Decidíos, queridos Amigos de la Cruz, a sufrir toda clase de cruces, sin
exceptuar ninguna y sin elegirlas: cualquier pobreza, cualquier injusticia,
cualquier pérdida, cualquier enfermedad, cualquier humillación, cualquier
contradicción, cualquier calumnia, cualquier sequedad, cualquier abandono,
cualquier pena interior y exterior, diciendo siempre: «Mi corazón está firme,
Dios mío, mi corazón está firme» (Sal 56,8; +107,2). Disponéos, pues, a ser
abandonados por los hombres y los ángeles, y hasta del mismo Dios; a ser
perseguidos, envidiados, traicionados, calumniados, desprestigiados y
abandonados por todos; a sufrir hambre, sed, mendicidad, desnudez, exilio,
cárcel, horca y toda clase de suplicios, aunque seáis inocentes de los
crímenes que se os imputan. Imaginaos, en fin, que después de haber sido
despojados de vuestros bienes y de vuestro honor, después de haber sido
expulsados de vuestra casa, como Job y Santa Isabel reina de Hungría, se os
tira al barro, como a esta santa, o se os arrastra a un estercolero, como a Job,
hediondo y cubierto de llagas (Job 2,7-8), sin que se os dé un trapo con que
cubrir vuestras heridas, sin un trozo de pan, que no se niega a un caballo o a
un perro, para comer, y que en medio de tales males extremos, Dios os abandona a
todas las tentaciones de los demonios, sin aliviar vuestra alma con la menor
consolación sensible.
Creedlo
firmemente: ahí está la meta suprema de la gloria divina y de la felicidad
verdadera para un verdadero y perfecto Amigo de la Cruz.
[Cuatro
motivos
[55]
11º Para ayudaros a sufrir bien, tomad la santa costumbre de considerar estas
cuatro cosas:
[1º
La mirada de Dios]
En
primer lugar, la mirada de Dios que, como un gran rey en lo alto de una torre,
mira en el combate a su soldado, complacido y alabando su valor. ¿Qué mira
Dios sobre la tierra? ¿A los reyes y emperadores en sus tronos? Con frecuencia
no los mira sino con desprecio. ¿Mira las grandes victorias de los ejércitos
del Estado, las piedras preciosas, en una palabra, las cosas que los hombres
consideran más grandes? Lo que es más estimable a los ojos de los hombres es
abominable ante Dios (Lc 16,15). ¿Qué es, pues, lo que mira con placer y gozo,
y de qué pide noticias a los ángeles y a los mismos demonios? -Dios mira al
hombre que por Él lucha contra la fortuna, el mundo, el infierno, y contra sí
mismo, al hombre que lleva con alegría su cruz. ¿No has visto sobre la tierra
una maravilla inmensa, que todo el cielo contempla con admiración?, dice el
Señor a Satanás: ¿no te has fijado en mi siervo Job, que sufre por mí (Job
2,3)?
[2º
La mano de Dios]
[56]
En segundo lugar, considerad la mano de este Señor poderoso, que permite todo
el mal que nos sobreviene de la naturaleza, desde el mayor hasta el menor. La
misma mano que aniquiló un ejército de cien mil hombres (+2Re 19,35) es la que
hace caer la hoja del árbol o el cabello de vuestra cabeza (+Lc 21,18). La mano
que hirió tan duramente a Job (+Job 1,13-22; 2,7-10) es la misma que os roza
suavemente con esa pequeña contrariedad. La misma mano que hace el día y la
noche, el sol y las tinieblas, el bien y el mal, es la que permite los pecados
que os inquietan: no ha causado la malicia, pero ha permitido la acción.
Por
eso, cuando veáis que un Semeí os injuria y os tira piedras, como al rey David
(2Re 16,5-14), decíos interiormente: «no nos venguemos de él; dejémosle
actuar, pues el Señor ha dispuesto que obre así. Reconozco que yo he merecido
toda clase de ultrajes, y que con toda justicia Dios me castiga. Detente, brazo
mío, y tú, mi lengua: ¡no hieras, no digas nada! Este hombre o esta mujer que
me dicen y hacen injurias son embajadores de Dios, que de parte de su
misericordia vienen para castigarme amistosamente. No irritemos, pues, su
justicia, usurpando los derechos de su venganza. Ni menospreciemos su
misericordia resistiendo los amorosos golpes de sus azotes, no sea que, para
vengarse, nos remita a la estricta justicia de la eternidad».
Considerad
que Dios, con una mano infinitamente poderosa y prudente os sostiene, mientras
os hiere con la otra. Con una mano mortifica, con la otra vivifica; humilla y
enaltece (Lc 1,52). Con sus dos brazos abarca por completo vuestra vida dulce y
fuertemente (Sab 8,1): dulcemente, sin permitir que seais tentados y afligidos
por encima de vuestras fuerzas (1Cor 10,13); fuertemente, pues os ayuda con una
gracia poderosa, que corresponde a la fuerza y duración de la tentación y de
la aflicción; fuertemente, sí, porque, como lo dice por el espíritu de su
santa Iglesia, Él se hace «vuestro apoyo junto al precipicio ante el que os
halláis, vuestro guía si os extraviáis en el camino, vuestra sombra en el
calor abrasador, vuestro vestido en la lluvia que os empapa y en el frío que os
hiela, vuestro vehículo en el cansancio que os agota, vuestro socorro en la
adversidad que os abruma, vuestro bastón en los pasos resbaladizos, y vuestro
puerto en las tormentas que os amenazan con ruina y naufragio» [Breviario
antiguo].
[3º
Las llagas y los dolores
[57]
En tercer lugar, mirad las llagas y los dolores de Jesús crucificado. Él mismo
os dice: «¡vosotros, los que pasáis por el camino lleno de espinas y cruces
por el que yo he pasado, mirad, fijaos! (Lam 1,12). Mirad con los ojos
corporales y ved con los ojos de la contemplación si vuestra pobreza y
desnudez, vuestros desprecios, dolores y abandonos, son comparables con los
míos. Miradme, a mí que soy inocente, y quejaos vosotros, que sois los
culpables».
El
Espíritu Santo nos manda por boca de los Apóstoles esa misma mirada a Jesús
crucificado (Gál 3,1); nos ordena armarnos con este pensamiento (1Pe 4,1), arma
más penetrante y terrible contra todos nuestros enemigos que todas las demás
armas. Cuando os veáis atacados por la pobreza, la abyección, el dolor, la
tentación y las otras cruces, armaos con el pensamiento de Jesucristo
crucificado, que será para vosotros escudo, coraza, casco y espada de doble
filo (Ef 6,11-18). En él hallaréis la solución de todas las dificultades y la
victoria sobre cualquier enemigo.
[4º
Arriba, el cielo; abajo, el infierno]
[58]
En cuarto lugar, mirad en el cielo la hermosa corona que os espera, si lleváis
bien vuestra cruz. Ésta es la recompensa que sostuvo a los patriarcas y
profetas en su fe en medio de las persecuciones; y es la que ha animado a
Apóstoles y Mártires en sus trabajos y tormentos. Preferimos, dicen los
patriarcas con Moisés, ser afligidos con el pueblo de Dios, para gozar
eternamente con él, a disfrutar momentáneamente de un placer culpable (+Heb
11,24-26). Soportamos grandes persecuciones en espera del premio, dicen los
profetas con David (+Sal 68,8; Jer 15,15). Somos por nuestro sufrimientos como
víctimas condenadas a muerte, como espectáculo para el mundo, para los
ángeles y los hombres, y somos como basura y anatema del mundo (1Cor 4,9.13),
dicen los Apóstoles y Mártires con San Pablo, por el peso inmenso de gloria
que nos prepara la momentánea y ligera tribulación (2Cor 4,17).
Contemplemos
sobre nuestra cabeza a los ángeles que nos gritan: «Guardaos de perder la
corona señalada con la cruz que se os ha dado, si la lleváis bien. Pues si no
la lleváis como se debe, otro la llevará como conviene y os arrebatará el
premio. Combatid valientemente, sufriendo con paciencia, nos dicen todos los
santos, y recibiréis un reino eterno» (Mt 5,10-12; 11,12). Escuchemos, en fin,
a Jesucristo, que nos dice: «no daré yo mi premio sino a quien haya sufrido y
vencido por su paciencia» (Ap 2,7.11.17.26-28; 3,5.12. 21; 21,7).
Contemplemos
abajo el lugar que hemos merecido, y que nos espera en el infierno con el mal
ladrón y los condenados, si como ellos sufrimos con protesta, despecho y
venganza. Exclamemos con San Agustín: quema, Señor, corta, poda, divide en
esta vida, castigando mis pecados, con tal que me los perdones en la eternidad.
[Nunca
quejarse de las criaturas]
[59]
12º Jamás os quejéis voluntariamente, murmurando de las criaturas de que Dios
se sirve para afligiros. Y distinguid en las penas tres modos de quejas:
-La
primera es involuntaria y natural: es la del cuerpo que gime y
suspira, que se queja y llora, que se lamenta. Mientras el alma, como he dicho,
esté sometida a la voluntad de Dios en su parte superior, no hay en esto pecado
alguno.
-La
segunda es razonable: nos quejamos y manifestamos nuestro mal a quienes
pueden remediarlo, como al superior, al médico. Es una queja que pueda ser
imperfecta si es demasiado ansiosa, pero en sí misma no es pecado.
-La
tercera es criminal: se da cuando nos quejamos al prójimo para evitar el
mal que nos hace sufrir o para vengarnos, o cuando nos quejamos del dolor que
padecemos, consintiendo en la queja y añadiéndole impaciencia y murmuración.
[Recibir
la cruz con agradecimiento]
[60]
13º Nunca recibáis una cruz sin besarla humildemente con agradecimiento. Y si
Dios en su bondad os favorece con alguna cruz de mayor peso, agradecédselo de
un modo especial y pedid a otros que hagan lo mismo. Seguid el ejemplo de
aquella pobre mujer que, habiendo perdido en un pleito injusto todos sus bienes,
con la única moneda que le quedaba, encargó celebrar una misa para dar gracias
a Dios por la buena suerte que le había deparado.
[Cargar
con cruces voluntarias]
[61]
14º Si queréis haceros dignos de las cruces que os vendrán sin vuestra
participación, y que son las mejores, procuraos algunas cruces voluntarias, con
el consejo de un buen director.
Por
ejemplo; ¿tenéis en casa algún mueble inútil al que estáis aficionados?
Dadlo a los pobres, diciendo: ¿quisieras tener cosas supérfluas, mientras
Jesús es tan pobre?
¿Os
repugna algún alimento, ciertos actos de virtud, algún mal olor? Probad,
practicad, oled: venceos.
¿Estáis
excesivamente apegados a alguna persona o a determinados objetos? Apartaos,
privaos, alejaos de aquello que os halaga.
¿Tenéis
muchas ganas naturales de ver, de actuar, de aparecer, de ir a tal sitio?
Deteneos, callaos, ocultaos, desviad vuestra mirada.
¿Sentís
natural repugnancia por un objeto o por una persona? Usadlo a menudo, frecuentad
su trato: dominaos.
[62]
Si de verdad sois Amigos de la Cruz, el amor, que es siempre ingenioso, os hará
encontrar muchas pequeñas cruces, con las que os iréis enriqueciendo sin daros
cuenta y sin peligro de vanidad, que no pocas veces se mezcla con la paciencia
cuando se llevan cruces más deslumbrantes. Y por haber sido fieles en lo poco,
el Señor, como lo prometió, os constituirá sobre lo mucho (Mt 25,21.23); es
decir, sobre muchas gracias que os dará, sobre muchas cruces que os enviará,
sobre mucho gloria que os preparará...