P A R T E     T E R C E R A

 

Desde la consagración de Arzobispo en adelante

(autobiografía san antonio maría claret)

 

C A P Í T U L O    I

 

De la consagración, viaje, llegada y primeros trabajos

 

499. El día 6 de octubre de 1850, día de S. Bruno, funda­dor de los Cartujos, a cuya religión había deseado pertene­cer, día domingo primero de este mes de octubre; día del Santísimo Rosario, a cuya devoción he tenido siempre tan grande inclinación; en ese día, pues, fue mi consagración, juntamente con el S. D. Jaime Soler, Obispo de Teruel, en la Catedral de Vich. Fue consagrante el S. Obispo de aquella Diócesis, el llustrísimo Sr. D. Luciano Casadevall, y fueron asistentes los Exmos. e llmos. Sres. D. Domingo Costa y Bo­rrás, obispo de Barcelona y D. Fulgencio Lorente, obispo de Gerona.

500. El martes, día 8, ya salí de Vich para Barcelona y Madrid, y el Excmo. e limo. S. D. Brunelli, Nuncio de S. S., me puso el Palio el domingo día 13 del mismo mes. Me presenté a S. M. y a los Ministros del Gobierno, y mientras despachaban mis asuntos me dediqué en Madrid en predicar, confesar, etc. Arreglados mis negocios, me volví a Cataluña. Al llegar a Igualada, que fue el día último de octubre, prediqué el día de Todos los Santos, y al día siguiente fui a Montserrat, en que también prediqué. Luego pasé a Manresa, en que se hacía el Novenario de almas por el P. Mach; por la noche les prediqué y al día siguiente di la sagrada Comunión a muchísima gente, que, como ya lo sabían, se habían preparado al efecto.

501. Por la tarde pasé a Sallent, mi Patria, y todos me salieron a recibir. Por la noche les prediqué desde un balcón de la plaza, porque en la iglesia no habrían cabido. Al día siguiente celebramos una Misa solemne, y por la tarde salí para Santmartí, y por la mañana pasé a Nuestra Señora de Fusimaña, a que había tenido tanta devoción desde pequeño. Y en aquel Santuario celebré y prediqué de la devoción a María Santísima; de allí pasé a Artés, en que también prediqué; luego a Calders, y también prediqué, y fui a comer a Moya, y por la noche prediqué. El día siguiente pasé por Collsuspina, y también prediqué, y fui a comer a Vich, y por la noche prediqué. Pasé a Barcelona, y prediqué todos los días en diferentes iglesias y conventos, hasta el día 28 de diciembre, en que nos embarcamos en la fragata La Nueva Teresa Cubana. Su capitán, don Manuel Bolívar.

502. Los que embarcaron en mi comitiva fueron: D. Juan Lobo, Pbro. y provisor, con un joven llamado Telesforo Hernández; D. Manuel Vilaró, Pbro.; D. Antonio Barjau, Pbro.; D. Lorenzo San Martí, Pbro.; D. Manuel Subirana Pbro.; D. Francisco Coca, Pbro.; D. Felipe Rovira, Pbro., D. Paladio Curríus, Pbro.; D. Juan Pladebella, Pbro.; D. Ignacio Betríu, Felipe Vila y Gregorio Bonet.

503. En la misma embarcación iban dieciocho Hermanas de la Caridad, que iban destinadas a La Habana, y un Sacerdote que las acompañaba, que se llamaba D. Pedro Planas, de la misma Congregación de San Vicente de Paúl. Además iban algunos otros viajeros.

504. Todos salimos sanos y alegres de Barcelona para Cuba; mas al llegar al Peñón de Gibraltar tuvimos que esperar que cambiara el tiempo para poder pasar el Estrecho, y, habiéndose puesto la mar muy mala, tuvo a bien el capitán retroceder al puerto de Málaga, en que estuvimos tres días esperando que cambiara el tiempo. Entre tanto, en aquellos días me buscaron ocupación, y prediqué quince sermones en la Catedral, Seminario, a los estudiantes y a los conventos, etcétera.

505. Por fin, salimos con muy buen tiempo hasta las Islas Canarias, en que pensamos saltar a tierra y visitar aquellos queridos Isleños. Ellos nos esperaban y nosotros lo llevábamos de intento, pero en aquellos días el mar estaba tan alborotado, que no fue posible atracar, con grande sentimiento de una y otra parte.

506. Continuamos el viaje hasta Cuba con suma felicidad y admirable orden. La cámara estaba dividida en dos partes; del palo mayor a la popa estaba yo con todos mis agregados, y del mismo palo mayor a la proa estaban todas las Hermanas, enteramente incomunicadas con unas puertas persianas que había de por medio. Nosotros, todos los días por la mañana en hora fija nos levantábamos, nos lavábamos, etc., y teníamos media hora de oración mental en común. Las Hermanas en su departamento hacían lo mismo, concluía la oración mental, celebraba la Misa en la misma cámara, en un altar que habíamos armado. Yo celebré todos los días de la embarcación, y oían la Misa todos los de mi comitiva, y también todas las Hermanas desde su departamento, quienes al efecto abrían entonces las puertas que había en la línea divisoria. Las Hermanas y todos los sacerdotes comulgaban , menos uno, que se reservaba para celebrar la segunda Misa que había cada día en acción de gracias. Y el sacerdote que celebraba la segunda Misa andaba por turno, por manera que cada día en el buque se celebraron dos Misas, una yo y otra uno de los Sacerdotes, por turno.

507. Concluidas estas primeras devociones, íbamos sobre cubierta a tomar te, y cada uno estudiaba lo que quería. A las ocho nos reuníamos otra vez en la cámara, en que rezábamos en comunidad las horas menores, y teníamos conferencias morales hasta la diez, que íbamos a tomar el almuerzo. Después descansábamos y estudiábamos hasta las tres, en que rezábamos vísperas, completas, maitines y laudes, teníamos otra conferencia hasta las cinco, en que íbamos a comer. A las ocho nos reuníamos otra vez, rezábamos el rosario y demás devociones, teníamos una conferencia de ascética y, finalmente, tomábamos una taza de te y nos íbamos al camarote todos.

508. Esta era la ocupación de todos los días de labor; mas en los días de fiesta la segunda misa se decía en la hora más a propósito a la tripulación que venía a oírla. Además, por la tarde, en los días de fiesta, había sermón, que predicaba un sacerdote por turno, empezando yo, después el S. Provisor, etc.

509. Al llegar al Golfo de las Damas, yo empecé la misión encima cubierta. Todos asistían, todos se confesaron y comulgaron en el día de la Comunión general, tanto viajeros como de la tripulación, desde el capitán hasta el último marinero, y siempre más quedamos muy amigos, de modo que en cada viaje que hacían nos venían a visitar. El día 16 de febrero de 1851 desembarcamos felizmente. Fuimos recibidos con todas las demostraciones de alegría y buena voluntad, y al día siguiente de la llegada hicimos la entrada solemne según las ritualidades de aquella capital.

510. A los (quince) días de nuestra llegada fuimos a visitar la Imagen de la Santísima Virgen de la Caridad en la ciudad del Cobre, a cuatro leguas de la capital, que es tenida en mucha devoción por todos los habitantes de la Isla, así es que es una capilla muy rica por los muchos donativos que presentan continuamente los devotos de todas partes.

511. Vueltos otra vez a la ciudad de Santiago, capital de la Diócesis, empecé la Misión, que duró hasta el día 25 de marzo, en cuyo día fue la Comunión general, que es inexplicable el concurso que hubo, tanto en oír los sermones como [en asistir] a la sagrada Comunión. Mientras que yo hacía la Misión en la catedral, don Manuel Vilaró la hizo en la iglesia de San Francisco, que es el templo más capaz que hay en la ciudad después de la Catedral, y el domingo inmediato después de la Anunciación yo fui a dar la Comunión a la iglesia de San Francisco.

512. También di ejercicios a todo el Clero, canónigos, párrocos, beneficiados, etc., cuyos ejercicios se repitieron en cada año que estuvimos en aquella Isla. Aunque para mayor comodidad suya los reunía en las ciudades principales de la Diócesis.

513. Yo y mis familiares los hacíamos también en cada año, antes que los otros, y sólos, encerrados en Palacio, guardando un riguroso silencio. Ni se recibían cartas ni oficios; nada absolutísimamente se despachaba en aquellos diez días que duraban siempre, y, como ya lo sabían todos, en aquellos días nos dejaban en paz.

514. Concluidas las Misiones de la ciudad principal y terminadas las funciones de Semana Santa y Pascua, hicimos tres divisiones. Envié a D. Manuel Subirana y a D. Francisco Coca a la ciudad del Cobre, y a D. Paladio Curríus y al P. Esteban Adoain, capuchino, al pueblo del Caney, [a] dos leguas de Santiago. Ese religioso se me presentó a los principios de haber llegado, y me sirvió mucho, como después diré. Los demás los distribuí de esta manera: D. Juan Lobo, en el Provisorato, y en mi ausencia hacía de Gobernador eclesiástico D. Felipe Rovira, en el Seminario, para que enseñara gramática latina a los muchachos, y D. Juan Pladebella, para que enseñara teología moral; D. Lorenzo San Martí y D. Antonio Barjau los mande a la ciudad de Puerto Príncipe para que enseñaran el Catecismo hasta mi llegada.

515. Yo me quedé en la Ciudad, abrí y empecé la Santa Visita, empezando por la Catedral, parroquias, etc., y todos los días administraba el sacramento de la Confirmación, y como había tanta gente para confirmar, a fin de evitar confusión hice imprimir unas papeletas al efecto, repartiendo en los curatos el día antes el numero que en el día siguiente se podrían confirmar. En dicha papeleta se escribía el nombre del confirmando , Padres y Padrino , y así evitaba confusión [y] aglomeración de gente, y con más reposo y sosiego se copiaban después en los libros los nombres; así lo hice siempre, y me fue muy bien en tantos como confirmé, que no bajarán de trescientos mil en los seis años y dos meses que estuve en aquella Isla.

516. Además de la visita y confirmaciones, predicaba en todos los domingos del año y fiestas de guardar; esto nunca jamás lo omití en cualquier parte de la Diócesis en que me hallase. A los principios de junio, ya salí de la ciudad, y fui al Caney a concluir la Misión que habían empezado y continuado con grande provecho el P. Esteban y el P. Curríus; yo confirmé a todos y terminé la Misión.

517. Después pasé a la ciudad del Cobre, donde estaban haciendo la Misión D. Manuel Subirana y D. Francisco Coca, como he dicho; trabajaron muchísimo durante todos aquellos días e hicieron grande fruto; baste decir que cuando fueron allá no más había ocho matrimonios, y, terminada la Misión, quedaron cuatrocientos matrimonios que se hicieron de gente que vivía en contubernio. Yo estuve allí algunos días para administrar el sacramento de la Confirmación y para acabar de dar la última mano a la Santa Misión, y al propio tiempo dispensar algunos parentescos, pues que el Sumo Pontífice me había facultado para dispensar....

 

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De las persecuciones del Cobre y de lo acaecido en

Puerto Príncipe

 

518. En la ciudad del Cobre fue en donde empezaron los disgustos y las persecuciones. A la verdad, el demonio no podía mirar con indiferencia la multitud de almas que cada día se convertían al Señor. Y además, Dios debía permitir alguna tribulación a la grande satisfacción que habíamos de sentir a la vista de la marcha que tenían todas las cosas. El disgusto empezó de esta manera: hallándome yo en aquella población, todavía faltaban algunos que se querían casar (por no) haberlo podido conseguir [aún]; yo, para el mayor acierto, llamé al Comandante de la Población y le dije: V. que conoce la gente mejor que nadie, me dirá si los sujetos contenidos en esta lista que viven mal, pueden hacer matrimonio feliz o no, o bien hay entre ellos algún impedimento de raza, pues yo quiero acertar, y no quiero hacer cosa alguna que con el tiempo acarreará algún disgusto.

519. El comandante venía todos [los días] a mi casa y él me informaba de los pretendientes, y el Cura párroco extendía las proclamas según eran factibles los matrimonios. Un día se presentó un europeo, hijo de Cádiz, que vivía amancebado con una mulata, de la que tenía nueve hijos. Yo no le vi, pero oí que hablaba con mi Secretario y le decía que a todo trance se quería casar con aquella mujer a fin de poder criar bien a los hijos que con ella había tenido, y el Secretario le contestó que ya me hablaría, que volviese a otra hora, pues que aquella era una hora en que no estaba el S. Comandante y nosotros no teníamos antecedentes; no hubo más.

520. Cuando he aquí que aquella misma noche el S. Comandante ofició al Cura diciéndole que había sabido que casaba gente de distinta clase, aludiendo al europeo de que he hablado. El Cura se me presentó con el oficio, de lo que me admiré mucho. Llamé al Comandante y le dije que cómo había obrado de aquella manera, que el paso que había dado no había sido contra el Cura, sino contra mí, y que con aquel oficio no sólo faltaba a la verdad, sino también a la atención. Le hice ver que yo cabalmente le tenía la consideración de no dejar proclamar a nadie sin hablar primeramente con él, a fin de evitar choques y disgustos, y que ahora salía con esa inexactitud calumniosa. Y como en el mismo oficio decía que daría parte al Comandante General de Cuba, le pregunté si había dado parte o no, a fin de prevenir yo los primeros pasos, y me contestó con otra falsedad, diciéndome que (no). Cuando he aquí que el Comandante General, sin más que lo que le había (oficiado) el Comandante del Cobre, mal aconsejado del Secretario del Gobierno, empezaron unas diligencias las más furibundas , de las que resultaron muchísimas contestaciones y grandes disgustos.

521. No obstante, el fruto que se hacía con la ayuda del Señor era muy grande por todo estilo. Mientras estaba despachando en el Cobre, el general Lemery, que se hallaba de Comandante General del departamento del Centro en la ciudad de Puerto Príncipe, me escribía con el mayor encarecimiento que pasara luego allá, porque convenía para apagar la revolución, que se hallaba muy encendida. Al mismo tiempo que el General del Centro me decía que fuese luego, el Capitán General de La Habana; D. José de la Concha, me escribía que no fuese, porque yo con mi clemencia y peticiones le impediría obrar justicia y hacer los escarmientos que eran indispensables. Yo le contesté haciéndole saber las instancias que me hacía el General del Centro, y entonces me dijo que pasara allá.

522. Fui a Puerto Príncipe a últimos de julio del mismo año; como todos los de la Ciudad estaban infectos y comprometidos en la revolución de Narciso López, o insurgentes del Norte contra los europeos, de aquí es que todos me recibieron con mucha prevención. Empecé la Misión, y venían a ver si yo hablaría de las revueltas políti[c]as en que se hallaba toda la Isla de Cuba, pero singularmente la Ciudad de Puerto Príncipe; pero al observar que yo jamás hablaba una palabra de política ni en el púlpito ni en el confesonario, ni en particular y privadamente, aquello les llamó muchísimo la atención y les inspiró confianza.

523. Cabalmente en aquellos días cogieron las tropas a cuatro insurgentes o revoluciona[rios] hijos de la misma Ciudad con las armas en las manos, y así es que fueron condenados a muerte. Y era tanta la confianza que de mi hacían los reos y aun sus parientes, que me llamaron para que fuese a la cárcel a confesarlos, y, en efecto, fui y los confesé. De tal manera fue creciendo la confianza que de mí hicieron, que me hicieron agenciar con el General a fin de que todos los que estaban comprometidos y se hallaban con las armas en las manos dejarían las armas y se volverían disimuladamente a sus casas sin que se les dijese cosa alguna y sin que constaran sus nombres. Así lo alcancé del General; por manera que toda aquella armada se desvaneció, se deshizo el acopio que tenían de armas, municiones y dinero, y todo quedó en paz. Al cabo de dos años, los americanos del Norte hicieron otra tentativa, pero ya no halló eco como la anterior, y después hicieron otra, y ésta no dio resultado alguno.

524. Por manera que durante mi permanencia hubo tres tentativas contra la Isla: la primera fue muy fuerte y la desvanecí completamente con la ayuda del Señor ; la segunda fue menor; la tercera fue nula. Así es que los enemigos de España no me podían ver, y decían que mas daño les hacía el Arzobispo de Santiago que todo el ejercito, y aseguraban que mientras estuviera en la Isla no podrían adelantar en sus planes, y por esto intentaron quitarme la vida .

 

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De las Misiones de Puerto Príncipe, Manzanillo, San

Fructuoso y Bayamo

 

525. Al llegar a Puerto Príncipe, la primera cosa [que] hice [fue dar] ejercicios al clero. A fin de no quedar las parroquias desprovistas, los hice en dos tandas, alquilé una casa grande, y en la misma casa en que vivía reuní de una vez veinte, y de otra diecinueve; y conmigo comían y vivían en la misma casa día y noche, y tenían el tiempo distribuido en lecturas, meditaciones, rezo del oficio divino y pláticas, que yo dirigía. Todos hicieron su confesión general, escribieron su plan de vida y todo se arregló.

526. Después del Clero me dirigí al pueblo, y a la vez se hacía Misión en tres puntos distintos para mayor comodidad de las gentes, pues que esta Ciudad tiene más de una legua de largo. Dispuse que D. Lorenzo San Martí y D. Antonio Barjau hicieran la Misión en la Iglesia de Nª Sª de la Caridad, que se halla en un extremo; en la de Santa Ana, que se halla en el extremo opuesto, la hiciera D. Manuel Vilaró, y yo me encargué de la Misión del centro en la Iglesia de Nª Sª de las Mercedes, que es la Iglesia más capaz de la Ciudad. Esta Misión duró dos rneses, agosto y septiembre; y nadie podrá explicar el fruto que se hizo, Dios medíante. También pasé la visita a las Parroquias, que son seis en la ciudad, y a las otras Iglesias.

527. De Puerto Príncipe pasé a Nuevitas, en que también hicimos Misión, en el Baga, y San Miguel, San Jerónimo, y luego volvimos a Puerto Príncipe, en que estuvimos por las fiestas de Navidad; cantamos Maitines y Misas del Gallo con toda solemnidad en la Iglesia de la Soledad. Aquí cayó enfermo del vómito D. Antonio Barjau; llegó muy mal, pero se curó perfectísimamente, gracias a Dios. Fuimos misionando, confirmando y visitando hasta la semana de Pasión, que de parroquia en parroquia llegamos a Cuba; hicimos todas las funciones de Semana Santa con grande solemnidad, ensayando bien antes a todos los sacerdotes que habían de funcionar en los santos Oleos y demás.

528. A los últimos de abril yo salí de Santiago y me dirigí a la Ciudad de Manzanillo con dos sacerdotes, y los demás todos iban misionando en diferentes puntos. En Manzanillo empecé por el mes de mayo; predicaba cada día y con mucha frecuencia. Sin saber cómo, predicando [se] me escapa[ba] la expresión [de] que dentro [de] poco vendrían grandes terremotos. De Manzanillo pasamos a la parroquia de San Fructuoso, y en todas partes se hacía lo mismo; se confesaba, predicaba, confirmaba y casaba. De aquí pasamos a la Ciudad de Bayamo; empecé la Misión, y también se hacía lo que en las demás poblaciones. Di ejercicios al Clero, predicaba todos los días, confesaba y confirmaba, hasta el día 20 de agosto de 1852, que a las 10 de la mañana, estando en la capilla del Sacramento o Dolores, sentí el terremoto, que se fue repitiendo todos los días.

 

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De los temblores de Santiago de Cuba

 

529. Horroros(os) fueron los estragos que causaron en Cuba los temblores; las gentes se espantaron, y el Señor Provisor me llamó diciendo que fuera a Santiago, que convenía; dejé la Misión de Bayamo y fui a Santiago, y quede espantado al ver tantas ruinas; apenas se podía pasar por las calles de tantos escombros. La Catedral estaba completamente descompuesta, y para que se forme una idea de los vaivenes que sufriría aquel grande templo, sólo diré que en cada esquina del frontis de la Catedral hay dos torres iguales; en la una está el reloj y en la otra las campanas; las torres son de cuatro esquinas, y a lo último de cada esquina hay una maceta por ornato, y una de estas macetas en los sacudimientos se desprendió y entró por una de las ventanas de las campanas. Calcúlese ahora qué curva habría de describir aquella maceta para poder meterse dentro de la ventana. El Palacio quedó arruinado; lo mismo digo de las demás iglesias, más o menos; de modo que en las plazas se formaron capillas, y en ellas se celebraba la santa Misa y se administraban los Santos Sacramentos y se predicaba. Todas las casas se resintieron más o menos.

530. Quien no ha experimentado lo que son los temblores grandes, no se puede formar de ellos una idea, pues que no consisten únicamente en la oscilación u ondulación de la tierra y el ver cómo corren los trastos y muebles de la habitación de una a otra parte. Si no fuera más que esto, los que han navegado podrían decir que en una mar gruesa lo han visto en un buque; pero no es esto sólo, hay algo más en un terremoto.

531. ¡Ay!, uno ve que los caballos y demás cuadrúpedos, que son los primeros que los presienten, se ponen de cuatro pies firmes, como una mesa firme; ni con todos los latigazos ni espuelazos se pueden mover; después se ven las aves, v.gr., gallinas, pavos, palomas, pericos, catéis, loritos, etc., que [dan] gritos, graznidos, chillidos y aspavientos; y luego se oye un trueno subterráneo, y al cabo de poco se ve menear todo, y se oyen los crujidos de las maderas, puertas, paredes y se ven caer pedazos del edificio; pero lo que es más, la chispa eléctrica que anda con todo esto, y se ve en los gabinetes que el aparato del imán con el hierro, cuando da el temblor, se descompone completamente.

532. Y además cada uno lo siente en sí mismo, y se ve que todas las gentes, así como da el estallido, todas gritan con voz espantosa y despavorida: Misericordia, y por un instinto de propia conservación echan a correr en algún patio, plaza o calle, pues que nadie se tiene por seguro en su propia casa; luego que han corrido, se paran, se callan, se miran como lelos y se les asoma una lágrima a los ojos; es inexplicable lo que pasa; en medio de esa multitud de sustos, vimos en Santiago una cosa satisfactoria y sorprendente, y es que todos los enfermos de casas particulares y de los hospitales civiles y militares, todos envueltos con sus mantas, se levantaron y se salieron de los aposentos como los demás y dijeron que ya se hallaban sanos, que por nada volvían a sus camas.

533. Hubo muchas ruinas, pero apenas tuvimos que deplorar desgracias personales. Muchísimos referían los prodigios de la misericordia de Dios, que, habiendo sufrido un derrumbe en sus casas, milagrosamente habían escapado sin lesión alguna. Las ruinas fueron muy grandes y de mucho costo el repararlas después; a mi, la Catedral me costo 24.000 duros el repararla; el Colegio o Seminario, 7.000 duros; el Palacio, 5.000 duros.

 

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Del cólera morbo o peste que hubo en la Diócesis de Cuba

 

534. Los temblores duraron desde [el] 20 de agosto hasta los últimos de diciembre, con algunas, aunque breves, interrupciones; pero, en cambio, había día de cinco temblores. Hicimos rogativas, y todos los Canónigos y demás Sacerdotes en procesión íbamos a la alameda de la villa del mar, en (donde) se levantó una capilla de tablas y un grande toldo, en que concurrían las Autoridades y demás gente de la Ciudad por la mañana.

535. Además de las letanías, se cantaba una misa de rogativas, y por la tarde, además del rosario y rogativas, yo hice o prediqué una misión exhortando a la penitencia, diciéndoles que Dios había hecho lo mismo que una madre que tiene un hijo muy dormilón, que le menea el catre para que despierte y se levante, y que si esto no sirve, le castiga el cuerpo. Que lo mismo hace Dios con aquellos hijos pecadores aletargados: ahora les ha movido el catre, la cama, la casa, y, si aún no se despiertan, pasará a castigarles el cuerpo con la peste o cólera, pues me lo dio a conocer Dios N. S. Algunos del auditorio lo tomaron muy a mal y murmuraban de mí, y he aquí que apenas había transcurrido un mes, cuando se manifestó el cólera morbo de una manera espantosa; hubo calle en que en menos de dos días se murieron todos sus habitantes.

536. Muchísimos, por los temblores y la peste, se confesaron, que no se habían confesado en la santa misión. ¡Qué verdad es que hay algunos pecadores que son como los nogales, que no dan fruto sino a palos! Yo no puedo menos que bendecir al Señor y darle continuamente (gracias) por haber enviado la peste tan oportunamente, pues conocí evidente y claramente que era un efecto de su adorable misericordia; porque, por la peste, muchos se confesaron para morir que no se habían confesado en la misión; y otros que en la misión se habían convertido y confesado bien [y] que se habrían precipitado otra vez en los mismos pecados, y Dios en aquella peste se los llevó, y en el día se hallan en el cielo; que, [de] no haber sido [por] la peste, habrían recaído y se habrían muerto en pecado y condenado. ¡Bendita y alabada sea la bondad y misericordia de Dios, nuestro buen Padre de toda clemencia y de toda consolación!.

537. Durante la peste o cólera, todo el clero se portó muy bien día y noche. Yo y todos los Sacerdotes estábamos siempre entre los enfermos, socorriendo(los) espiritual y (corporal)mente; sólo uno murió y fue víctima de la caridad. Este fue el Cura párroco del Cobre. Se sentía un poco atacado ya, pero con el remedio tenia esperanzas de curar. Se hallaba en cama, le avisaron para un enfermo, y el dijo: «Conozco que, si voy, moriré, porque se va a agravar mi mal; mas como aquí no hay otro Sacerdote, allá voy; prefiero morir a dejar de asistir al enfermo que me llama». Fue; al volver se metió en la cama y murió.

 

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Del viaje a Baracoa, Mayarí y a Santiago, y resultado

[de] la primera visita

 

538. Durante los dos primeros años, no obstante los temblores y el cólera morbo, visitamos todas las parroquias del Arzobispado; en todas se hizo misión por mí mismo o por mis compañeros, y en las parroquias rurales, que tienen tanta extensión, se hicieron muchas. En cada dos o tres leguas se hacía una misión en alguna casa de tabaco, que consiste en un gran cobertizo; allí se hacía un altar, un púlpito, y con sillas se armaban confesonarios con rejillas que llevábamos al efecto.

539. En aquellos dos primeros años llovió muchísimo. En una ocasión llovió nueve meses, sin dejar un día de llover, y hubo días que llovió continuamente con sus noches, así (es) que nos veíamos apurados para viajar, y, no obstante, yo y los compañeros andábamos y las gentes asistían continuamente; y siempre muy contentos y muy alegres, y a veces ni teníamos lo necesario para la vida.

540. Me acuerdo que el segundo (año) que nos hallábamos en aquellas tierras quise ir por tierra a la ciudad de Baracoa, ya que por mar no tuve proporción; fui con mis compañeros. Venía con nosotros un criado que llevaba la comida, porque los lugares eran solitarios, y (las gentes) de las pocas casas que por aquellas tierras había se habían ausentado por el cólera. Pues ese buen criado empezó a quedarse atrás porque la bestia no podía caminar, y nosotros llegamos muy tarde, de noche, a una casa [en] que no hallamos más que una galletica de soldado, pequeña y durísima, de la que hicimos cuatro pedazos, uno para cada sacerdote, y al día siguiente en ayunas tuvimos que emprender el peor de los caminos que jamás he andado en mi vida.

541. Tuvimos (que pasar) el río llamado Jojó treinta y cinco veces, pues como corre entre dos altas montañas y no hay otro lugar, cuando da paso por una parte (no la da por otra). Después del río tuvimos que subir a las altas montañas, llamadas Cuchillas de Baracoa, cuyo nombre les está perfectamente adecuado, pues que verdaderamente están como cuchillas. Y por encima del corte o cresta anda el camino, y cuando se pasa por allá hay trechos en que suenan un caracol marino, a fin de que el que va no se encuentre con el que viene; de otra suerte, el caballo del uno o del otro tendría que rodar para abajo, porque es tan estrecho el paso, que un caballo no tiene lugar para dar la vuelta para atrás. Y son tan altas aquellas montañas, que se ve la mar de una y otra parte de la Isla, por estar ellas en medio de la Isla, y además son tan largas, que duran cuatro leguas. Pues esas montañas, después de los pasos del río, tuvimos que subir y andar en ayunas, y al bajar son tan pendientes, que yo me resbalé y caí por dos veces, aunque no me hice mucho daño, gracias a Dios.

542. Al mediodía llegamos a una casa de campo, en que pudimos comer, y por la tarde llegamos felizmente a la ciudad de Baracoa, en el punto en que al llegar a la Isla de Cuba puso los pies el descubridor Colón; todavía se conserva la cruz que plantó cuando llegó. Pues bien, esta ciudad hacía sesenta años que no había sido visitada por ningún Prelado, y, por lo tanto, no se había administrado el sacramento de la Confirmación. Cuando yo llegué, ya dos de mis compañeros habían hecho la santa Misión; no obstante, yo prediqué todos los días que permanecí en ella, administré el sacramento de la Confirmación a todos, la visite y pasé a la parroquia de Guantánamo, y también a la de Mayarí. Estas dos parroquias habían sido misionadas por mis compañeros, e hice lo mismo que en Baracoa.

543. De Mayarí pasamos a Santiago, la capital, distante cuarenta leguas. Como el camino es muy solitario, tuvimos que llevarnos provisión para poder comer. Salimos el lunes de la Semana Santa. Nos llevamos un potaje de bacalao con garbanzos y patatas en una olla de barro. Después de haber andado mucho camino, los compañeros dijeron que habíamos de comer. Nos detuvimos, sacaron la olla, en(cen)dieron fuego, y para resguardarse del viento se arrimaron al tronco de una grande caoba. Todos íbamos por leña; [Yl fue tan grande el calor del fuego, que se rompió la olla. Nos procuramos una yagua, que en aquel bosque hay muchas (las yaguas son unas hojas grandes que se caen de las palmeras, como unos pellejos de carnero), y en una yagua pusimos el potaje por haberse rompido la olla de resultas del demasiado calor del fuego; nos hallamos sin cuchara ni tenedor, y cogimos una güira, y con aquello comimos nuestro rancho o potaje. Tuvimos sed, y para beber cogimos otra yagua, y, atada por los extremos, formamos un balde y lo llenamos de agua y así bebimos muy regaladamente. Todos estábamos tan contentos y tan alegres, que era una maravilla. Al día siguiente llegamos a Santiago para celebrar las funciones de la Semana Santa, que siempre celebré en todos los años.

544. En los dos primeros años tuvimos los temblores y el cólera, como he dicho; y, no obstante, en los primeros dos años, entre yo y mis queridos compañeros misionamos en todas las parroquias del Arzobispado. Yo hice en todas la santa pastoral visita, administré en todas el sacramento de la Confirmación, que duraba los días que era menester, hasta que todos ya se habían confirmado. Se casaban o se separaban los que habían vivido amancebados. A todos dábamos libros, estampas, medallas y rosarios; y todos quedaban tan contentos, y nosotros también.

545. . Durante la primera visita y misión tuvimos el cuidado de contar lo que distribuimos, y hallamos haber dado 98.217 libros, que dábamos gratis o cambiamos por otros libros malos que nos presentaban con este fin, y fueron muchísimos los libros que destruimos. Dimos, además, 89.500 estampas, 20.663 rosarios, 8.931 medallas. Después de la primera visita, ya no se [a]notaba, por ser muchísimo lo que mandaba traer de la Península, de Francia y de otros puntos, que todos repartíamos por la Diócesis y fuera de ella. Todo sea para la mayor gloria de Dios y bien de las almas que Jesucristo redimió.

546. Escribí muchas circulares desde un principio hasta los últimos días que estuvo a mi cargo la Diócesis; pero no quise escribir ninguna carta pastoral hasta después de haber hecho la primera visita por todo el arzobispado, a fin de que todas las palabras fuesen útilmente aplicadas y no echadas al aire.

547. La primera carta pastoral que escribí y firmé fue en el día 20 de septiembre de 1852. La dirigí al Clero; esta misma carta se reimprimió, y aumenté con los Edictos siguientes: 1.° Sobre el hábito clerical. 2.° Deberes de los vicarios foráneos. 3.° Deberes de los Curas párrocos y demás sacerdotes. 4.° Arreglo para los curas y tenientes. 5.° Método de vida. 6º Sobre capellanías. 7.° Sobre matrimonios. 8.° Sobre dispensas matrimoniales.

548. Además escribí siete apéndices: 1, sobre ornamentos de libros parroquiales; 2, sobre camposantos; 3, arancel; 4, distribución de la asignación de las fábricas; 5, conferencias; 6, Hermandad de la Doctrina Cristiana; 7, sobre el modo de quitar los escándalos.

549. La segunda carta pastoral la dirigí al pueblo el día 25 de marzo de 1853, recordando en ella lo que les habíamos enseñado en las Misiones y visita pastoral. La tercera fue contra los malos libros que un buque había traído. La tercera [cuarta] fue una invitación a la oración y demás a fin de obtener la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción de María, La quinta fue por motivo de la declaración de la Inmaculada Concepción. Esta carta se ha impreso y reimpreso en Cuba, Barcelona y París. Todo sea para la mayor gloria de Dios y de María Santísima y bien de las almas, como ha sido siempre mi intención.

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De varias disposiciones que dimos para el bien de la

diócesis

 

550. Si bien es verdad que los dos años primeros se visitó y misionó en todas las parroquias, pero siempre se continuó misionando y visitando. Como manda el sagrado concilio de Trento que cada año o cada dos años se ha de hacer la visita, yo en seis años y dos meses hice cuatro veces la visita en cada parroquia.

551. En mi tiempo se hizo el arreglo y aumento de la do­tación del clero, tanto de la Catedral como del parroquial; aquella se aumentó y la mía se disminuyó; antes, el Arzo­bispo de Cuba tenía 30.000 duros y la cuarta parroquial, que le valía 6.000 duros, y en mi tiempo se puso a 18.000, sin cuarta ninguna.

552. Los curas tenían una mezquindad: los cuatro de Santiago tenían 33 duros y el pie de altar, que la mitad tenían que dar al Prelado y a uno que llamaban sacristán, que nada hacía. En mi tiempo se puso que los curatos de ingreso tuvie­sen 700 duros; los de ascenso, 1.200, y los de término, 2.000; para los gastos del culto, 200 duros a los de ingreso, 400 duros a los de ascenso y 700 a los de término.

A los canónigos también se les aumentó la dotación. Se arregló una capilla muy bien dotada y muy (bien) montada: hacía venir de la Península buenos músicos y organistas, y se hacían unas funciones lucidísimas.

553. Tanto a los Canónigos como a los párrocos y demás sacerdotes, cada año les hacía hacer ejercicios espirituales por diez días. les hice vestir siempre hábitos talares, mandándolo por edicto, con la pena de diez duros al que faltase. Solo uno faltó. Yo le hice comparecer vestido de seglar y le hice pagar la multa, y como fue cogido en una (casa) sospechosa de mujeres, le recogí las licencias y le metí en reclusión. A un canónigo y racionero que se le probó que había pecado después de haberle yo avisado, le quité parte de sus rentas, según lo dispuesto por el concilio de Trento.

Cuando algún Cura había caído en alguna fragilidad, le hacía hacer ejercicios, y, si veía que de veras se había enmendado, le sacaba y le enviaba a otro punto bien distante a fin de apartarle del peligro.

554. Puse las conferencias en todas las Poblaciones, tres cada semana, una de rúbricas y dos de moral; yo siempre las presidía. la primera de cada mes era conferencia de día de retiro, que consistía en un rato de lectura, oración y plática.

555. Reparé el Seminario Conciliar. Más de treinta años habían pasado sin que seminarista interno se hubiese ordenado. Todos empezaban la carrera diciendo que tenían vocación, se instruían a expensas del Seminario, y al último, decían que no querían ser Curas, y se graduaban y se recibían de abogados. Así es que en Santiago hay un enjambre de abogados criados e instruidos a expensas del Seminario, y los pocos Curas eran externos.

556. Dios medíante, se cambió completamente. Puse por Rector de dicho Seminario a D. Antonio Barjau, Sacerdote dotado del celo para educar niños y jóvenes, y este buen eclesiástico, con sus buenas maneras, fue corno les iba metiendo en carrera y les hacía practicar la Religión y aplicar a las ciencias. Así es que últimamente estaban muy adelantados tanto en la virtud como en las ciencias, y muchos de ellos ya se han ordenado y otros se van ordenando.

557. Como necesitaba de pronto sacerdotes y el Seminario no me los podía (dar) sino después de mucho tiempo, me valí de este medio: convidé a estudiantes de Cataluña que estuviesen concluyendo la carrera, y en Santiago la terminaban y se ordenaban con el título de una sacristía, y después hacían oposiciones a Curatos. Ordené a treinta y seis.

558. También con el S. Provisor quitamos los muchos y gravísimos abusos que había en Capellanías. Y procuraba que las Capellanías que eran de derecho devoluto, que podía dar, siempre las daba a los hijos del país que eran buenos, que eran seminaristas internos y daban esperanzas de que con el tiempo serían buenos Curas.

559. Aumenté el número de Parroquias y dispuse que los Curas enseñasen la doctrina cristiana y que en todos los domingos predicasen o leyesen al pueblo.

560. Puse la Hermandad de la Doctrina Cristiana, y en un principio de hallarnos en la Isla, todos los Estudiantes tenían que enseñar la doctrina distribuidos en todas las Iglesias. En los domingos hacíamos procesiones de niños, y en los atrios o plazas de las Iglesias se paraba la procesión y se colocaban dos mesas, y encima de ellas subían dos niños y en alta y clara voz se preguntaban mutuamente. Y así los demás, y el pueblo, que se agrupaba con esta novedad, aprendía la doctrina cristiana, que tanto necesitaba. Visitaba siempre y en todas las poblaciones las escuelas de niños y de niñas y platicaba en ellas a los Maestros y Maestras y a los discípulos y discípulas.

561. Puse un convento de Monjas de la Enseñanza para las niñas [y] les compré una casa que me costó cerca [de] doce mil duros.

562. Con la ayuda del Señor cuidé de los pobres. Todos los lunes del año, durante el tiempo de mi permanencia en aquella Isla, reunía a todos los pobres de la población en que me hallaba, y como a veces son más pobres de alma que de cuerpo, les daba a cada uno una peseta, pero antes yo mismo les enseñaba la doctrina cristiana. Siempre, y después de enseñado el Catecismo, les hacía una plática y les exhortaba a recibir los Santos Sacramentos de la Penitencia y Comunión y muchísimos se confesaban conmigo, porque conocían el grande amor que les tenía, y a la verdad, el Señor me ha dado un amor entrañable a los pobres.

563. Para los pobres compré una hacienda en la ciudad de Puerto Príncipe. Cuando salí de la Isla llevaba gastados de mis ahorros veinticinco mil duros. El presbítero D. Paladio Curríus dirigía la obra en la construcción de la casa, a quien el Señor le había dotado de especial inteligencia para esto; el comía y dormía en la misma hacienda con los trabajadores a fin de vigilarlos y dirigirlos.

564. El plan de esta obra era recoger a los Niños y Niñas pobres, que muchos de ellos se pierden por las calles pidiendo limosna. Y allí se les había de mantener de comida y vestido y se les había de enseñar la Religión, leer, escribir, etc., y después arte u oficio, el que quisiesen. Una hora no más cada día, los niños habían de trabajar en la hacienda, y con esto se [les] podía mantener con las viandas que producía la misma hacienda; y todo lo demás que ganasen se había de echar en la Caja de ahorros. Por manera que cuando saliesen de dicha casa habían de tener instrucción y además habían de haber aprendido algún arte u oficio, y se les había de entregar lo que ellos hubiesen ganado.

565. La casa estaba distribuida en dos grandes secciones, una para los niños y otra para las niñas; la Iglesia en medio, y en las funciones religiosas el lugar de los niños era el centro de la Iglesia, y el de las niñas, las tribunas de la parte de su sección, por manera que estarían completamente incomunicados. La casa tenía dos pisos; en el primero han de estar los talleres y en el segundo los dormitorios, etc.

566. Al frontis del establecimiento o casa, o la parte de los niños, había de haber un gabinete de física y aparatos de agricultura, un laboratorio de química y una biblioteca. A la biblioteca se había de dar entrada a todo el mundo, dos horas por la mañana y dos por la tarde; a la clase de agricultura, tres días [a] la semana, a todos los que quisiesen asistir; lo demás era para los internos.

567. Toda la extensión de la finca yo la había hecho amurallar y cercar, y después había dividido todo el terreno en diferentes cuadros, y tanto alrededor como en las líneas de los cuadros hacía plantar de árboles de la Isla y de afuera, que allá se podían aclimatar y utilizar, como un jardín botánico, enumerando a todos los árboles, y por números puestos en un libro en que se explicase la naturaleza de cada árbol, su procedencia, su utilidad, el modo de propagarse y mejorarse, etc., etc. Al efecto, yo, por mis propias manos, había sembrado mas de cuatrocientos naranjos, y crecían admirablemente. También había de haber en la misma finca una parte para los animales de la Isla y fuera de ella que se podían utilizar y mejorar las razas.

568. Mientras que esta casa se iba adelantando escribí una obrita que se titula Delicias del campo, cuya obra encierra en embrión la Casa de beneficencia comenzada. Esta obrita Delicias del campo ha sido de grande utilidad en aquella Isla, de modo que los dueños de las haciendas la entregaban a los mayorales y les decían que por ella se llevaran. Los Generales de la Habana y de Santiago, proveedores de la prosperidad del país, eran los que más hacían conocer esta obra, y actualmente el General Vargas, que entonces estaba en Santiago de Cuba y en el día en Puerto Rico, la hace reimprimir allá para Puerto Rico y para Santo Domingo.

569. Tam(bién) puse en la Diócesis la Caja de ahorros cuyo Reglamento y aprobación está en la misma obra, para utilidad y morigeración de los pobres, porque vi que los pobres, si se les dirige bien y se les proporciona un modo decente de ganarse la vida, son honrados y virtuosos; de otra manera se envilecen, y por esto era mi afán en lo espiritual y corporal. Y así, con la ayuda del Señor, me salió muy bien. Sea todo para gloria de Dios.

570. También visitaba los presos de las cárceles; les catequizaba y predicaba con mucha frecuencia, y les daba después una peseta a cada uno, y así me oían con gusto y aplicación.

571. Visitaba con la misma frecuencia a los pobres del hospital, y también les daba algún socorro, singularmente cuando salían convalecientes. Era presidente de la Junta de los Amigos del País; nos reuníamos en el Palacio y nos ocupábamos todos de los adelantos de la Isla; procurábamos oficina a los muchachos pobres. Cuidábamos de que en la cárcel los presos aprendieran [a] leer, escribir, la Religión y algún oficio. Así es que en la cárcel teníamos una porción de talleres, porque la experiencia enseñaba que muchos se echaban al crimen porque no tenían oficio ni sabían cómo procur[ar]se el sustento honradamente.

572. Facilité los matrimonios a los pobres y a los que no hallaban la partida de bautismo, a fin de quitar amancebamientos. Me opuse a los raptos y a los matrimonios entre parientes; sólo los concedía y los dispensaba cuando no podía por menos, porque veía el mal resultado que daban semejantes enlaces.

 

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De cómo fui herido y de lo que ocurrió en la curación

 

 

573. Me hallaba en Puerto Príncipe pasando la cuarta visita pastoral a los cinco años de la llegada en aquella Isla. Visitadas las parroquias de aquella ciudad, me dirigí a Gibara, pasando por Nuevitas, que también de paso visité, [y] de Gibara, puerto de mar, dirigí la marcha a la Ciudad de Holguín. Había algunos días que me hallaba muy fervoroso y deseoso de morir por Jesucristo; no sabía ni atinaba a hablar sino del divino amor con los familiares y con los de afuera que me venían a ver, tenía hambre y sed de padecer trabajos y de derramar la sangre por Jesús y María; aun en el púlpito decía que deseaba sellar con la sangre de mis venas las verdades que predicaba.

574. El día 1.° de febrero de 1856, habiendo llegado a la Ciudad de Holguín, abrí la santa [visita] pastoral, y como era la víspera de la fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María, les prediqué de este adorable misterio, haciéndoles ver el grande amor que nos manifestó la Santísima Virgen al ofrecer su Santísimo Hijo para la pasión y muerte por nosotros. Las cosas que yo dije y cómo las dije, yo no lo sé; pero decían que fui feliz como nunca. El sermón duró hora y media.

575. Yo bajé del púlpito fervorosísimo, cuando he aquí que al concluir la función salimos de la Iglesia para irme a la casa de mi posada, acompañado de cuatro sacerdotes y de mi paje Ignacio, de un sacristán con un farol o linterna para alumbrar, pues que el tiempo estaba obscuro y eran las ocho y media de la noche. Habíamos salido de la Iglesia, ya estábamos en la calle Mayor, calle ancha y espaciosa; había por uno y otro lado mucha gente, y todos me saludaban. Se acercó un hombre como si me quisiera besar el anillo, pero al instante alargó el brazo armado con una navaja de afeitar y descargó el golpe con toda su fuerza. Pero como yo llevaba la cabeza inclinada y con el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la boca, en lugar de cortarme el pescuezo como intentaba, me rajó la cara, o mejilla izquierda, desde frente [a] la oreja hasta la punta de la barba, y de escape me cogió e hirió el brazo derecho, con que me tapaba la boca, como he dicho.

576. Por donde pasó la navaja partió toda la carne hasta rajar el hueso o las mandíbulas superior e inferior. Así es que la sangre salía igualmente por fuera como por dentro de la boca. Yo al instante, con la mano derecha agarré la mejilla para contener el chorro de la sangre y con la mano izquierda apretaba la herida del brazo derecho. Cabalmente estaba allí cerca una botica, y yo dije: Entremos aquí, que tendremos más a mano los remedios. Como los facultativos de la Ciudad y del Regimiento se hallaban en el sermón y salían de la Iglesia con la demás gente, al instante corrió la voz, y al momento se presentaron. Al verme quedaron espantados al ver a un Prelado, vestido de capisayos y pectoral, todo bañado en sangre; y además de ser Prelado era un amigo, porque me querían y me veneraban. Al verme quedaron tan estupefactos, que yo tenía que alentarlos y decirles lo que habían de practicar, pues que yo me hallaba muy tranquilo y muy sereno. Dijeron los mismos facultativos que la sangre que había salido por las heridas no bajaba de cuatro libras y media. A causa de la falta de sangre tuve un pequeño desmayo, que luego volví en mí tan pronto como me dieron a oler un poco de vinagre.

577. Hecha la primera cura, con una parihuela me llevaron a la casa de mi posada. No puedo yo explicar el placer, el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por amor de Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades evangélicas. Y hacía subir de punto mi contento el pensar que esto era como una muestra de lo que con el tiempo lograría, que sería derramarla toda y consumar el sacrificio con la muerte. Me parecía que estas heridas eran como la circuncisión de Jesús, y que después con el tiempo tendría la dichosa e incomparable (suerte) de morir en la cruz de un patíbulo, de un puñal de asesino o de otra cosa así.

578. Esta alegría y gozo me duró todo el tiempo que estuve en cama, por manera que alegraba a cuantos me visitaban. Y me fue después pasando esta alegría a proporción que se iban cicatrizando las heridas.

579. En la curación de las heridas ocurrieron tres cosas prodigiosas que brevemente consignaré aquí: la primera fue la curación momentánea de una fístula que los facultativos me habían dicho que duraría. Con el corte de la herida se rompieron completamente los conductos de las glándulas salivales; así es que la saliva, líquida como el agua, me salía por un agujerito en medio de la raja o cicatriz de la herida de la mejilla frente de la oreja. Los facultativos trataban de hacer una operación dolorosa y poco ventajosa; quedamos para el día siguiente. Yo me encomendé a la Santísima Virgen María y me ofrecí y resigné a la voluntad de Dios, y al instante quedé curado; por manera que, cuando los facultativos al día siguiente vieron el prodigio, quedaron asombrados.

580. El segundo prodigio fue que la cicatriz del brazo derecho quedó como una imagen de relieve de la Virgen de los Dolores, de medio cuerpo, y además del relieve tenía colores blanco y morado; en los dos primeros años se conocía perfectísimamente, por manera que era la admiración de los amigos que la vieron; pero después se fue desvaneciendo insensiblemente, y en el día ya se conoce bien poco.

581. El tercero fue el pensamiento de la Academia de San Miguel, pensamiento que tuve en los primeros (días) de hallarme en la cama, que tan pronto como me levanté empecé a dibujar la estampa y a escribir el Reglamento, que en el día está aprobado por el Gobierno con Real cédula y celebrado y recomendado por el Sumo Pontífice Pío IX.

582. La Reina y el Rey son los primeros que se alistaron y después se han formado muchísimos coros, y hacen un bien incalculable. Sea todo para la mayor gloria de Dios y bien de las almas.

583. El asesino fue cogido en el acto y fue llevado a la cárcel. Se le formó causa y el juez dio la sentencia de muerte, no obstante que yo, en las declaraciones que me había tomado, dije que le perdonaba como cristiano, como Sacerdote y como Arzobispo. luego que el capitán general de la Habana, D. José de la Concha, lo supo, hizo un viaje expresamente y me vino a ver. Y yo le supliqué el indulto y le dije que le sacaran de la Isla para que la gente no le asesinara, como se temía, por haberme herido; tal era el dolor e indignación que tenían de ver que me había herido y al propio tiempo el bochorno y vergüenza que les causaba el que en su país se hubiese herido a su prelado.

584. Yo me ofrecí a pagarle el viaje para que le llevaran a su tierra, que era de la Isla de Tenerife, de Canarias, y se llamaba Antonio Pérez, a quien yo el año anterior había hecho sacar de la cárcel sin conocerle, no más porque sus parientes me lo suplicaron, y yo para hacer aquel bien lo pedí a las Autoridades; y me complacieron y le soltaron, y en el año siguiente me hizo el favor de herirme. Digo favor porque yo lo tengo a grande favor que [me] hizo el cielo, de lo que estoy sumamente complacido, y estoy dando gracias a Dios y a María Santísima continuamente.

 

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De cómo fui llamado para pasar a Madrid

 

585. A los que iban a prender a Jesús en el huerto les dijo: Haec est hora vestra et potestas tenebrarum. Lo propio debía decir yo: que aquella era la hora en que Dios daba permiso a los malos y a los demonios para que hiriesen; pues que, cuando el asesino me hirió, yo vi al mismo demonio cómo le ayudaba y daba fuerza para descargar el golpe, y [se] me ocurrió la idea sobre aquellas palabras que dicen los Cánones: Si quis suadente diabolo... Pensé: este infeliz hombre, cooperante diabolo, cooperando el diablo, pone sus manos violentas sobre tu miserable persona, que si bien es verdad eres un pobre pecador, un indigno Sacerdote, con todo, eres Sacerdote, eres un Prelado de la Iglesia, eres un ministro de Jesucristo. ¡Padre mío!, perdonadle, que no sabe lo que hace.

586. Restablecido, fui a la Iglesia a dar gracias a Dios; administré el sacramento de la Confirmación a todos los que estaban para confirmar y después me dirigí a Santiago de Cuba, administrando la confirmación en todas las parroquias que hallábamos por el camino. Hicimos noche en una hacienda que se llama Santo Domingo, y, creyendo los enemigos que pararíamos en otra hacienda llamada Altagracia, por la noche la incendiaron. Por la nochecer del día inmediato llegamos a Santiago, y toda la Ciudad nos salió a recibir con grandes muestras de alegría al verme, pues ya me creían muerto. El día siguiente a mi llegada era el viernes de Dolores; fui a la Iglesia de la Virgen de los Dolores a darle gracias, celebré la santa Misa y di la sagrada comunión a mucha gente, y asistí a la Misa solemne y sermón. Hice después la bendición en el domingo de Ramos y todas las funciones de Semana Santa y Pascua.

587. De resultas de la herida de la cara quedé bastante desfigurado, y con la voz no muy clara y torpe en el articular; así es que en aquellos primeros meses de vuelta a Santiago no podía predicar como acostumbraba; pero dedicaba a platicas privadas el tiempo que me dejaba libre el confesonario y demás ocupaciones del ministerio. Mas, al cabo de algunos meses, ya me ejercitaba como antes, y por la Cuaresma del año inmediato empecé una misión en la Iglesia de San Francisco, de Cuba. Ya tenía [unos] cuantos días de misión, cuando recibí una Real Orden para que pasara a Madrid, pues que había muerto el Arzobispo de Toledo, confesor que era de S. M., y me había elegido a mi .

588. El día 18 de marzo recibí la Real Orden, y el día 20 del mismo mes salí de Cuba para la Habana y tome allí el vapor correo que salía para Cádiz. Toda la gente me salió a despedir al puerto, manifestando la mayor pena y sentimiento. Con mi salida, todos mis familiares quedaron dispersos. Sin embargo, supliqué a D. Dionisio González, a quien dejé por gobernador, que continuase hasta que fuese avisado y a D. Antonio Barjau y el P. Galdácano que continuaran al frente del Seminario hasta que fuera mi sucesor, a fin de no abandonar el campo.

589. Desde el día que llegué a la Habana hasta que salí, que fue el día 12 de marzo, todos los días prediqué y oí en confesión a las personas más principales de aquella Ciudad; di la primera (comunión) a la hija del Capitán general y a su esposa en el mismo acto.

590. En el camino tuvimos grandes peligros de perdernos, pero el Señor nos sacó en bien de todos. Tocamos a las Islas llamadas Terceras, que son portuguesas, y nos trataron muy bien; pero tuvimos el disgusto de que, contestando al saludo que nos hizo la ciudad del Fayal, dos artilleros murieron, y les hicimos las exequias, y al efecto todos saltamos en tierra. Y continuamos nuestro viaje, y a últimos de mayo llegamos a Cádiz.

 

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Breve biografía de los sacerdotes colaboradores

 

591. El Pbro. D. D. Juan Nepomuceno Lobo: A este Sacerdote le conocí cuando fui a la Corte de paso para [las] Islas Canarias, y me gustó mucho por su saber y virtud. Cuando fui arzobispo le convidé con el Provisorato, y, después de haberlo encomendado a Dios, lo aceptó; le proporcioné la Dignidad de Tesorero y después el Deanato a fin de que me vigilara el cabildo, y lo hizo muy bien. Igualmente desempeñó a mi satisfacción el Provisorato y el encargo de Gobernador en ausencia mía. Es sacerdote de mucha virtud, saber y celo, [y] me ayudó mucho. Después renunció a todo lo que poseía y se entró en la Compañía. Le sustituyó el Dr. Don Dionisio González, sujeto también de mi satisfacción, [a] quien, habiendo pasado a la Península a causa de la poca salud, yo le nombré Vicepresidente de El Escorial.

592. El Pbro. D. Manuel Vilaró: Este sacerdote me vino a acompañar y ayudar en las misiones que hacía en la diócesis de Tarragona. Entró desde un principio en la Congregación de los Hijos del Inmaculado Corazón de María y cuando yo fui a Cuba tuvo la bondad de venir a acompañarme; a éste le hice mi secretario, y desempeñó muy bien su encargo; además de la secretaría, predicaba y confesaba siempre. Era bastante instruido, virtuoso y muy celoso; trabajó muchísimo, enfermó, y viendo los médicos que en Cuba no había esperanzas de curar, le mandaron que se volviera a la Península, y murió en Vich, su patria.

593. El Pbro. D. Manuel Subirana: Hijo de Manresa, fue condiscípulo mío; nos ordenamos juntos, aunque con alguna ordenación de diferencia. Fue muy virtuoso, sabio y celo(so) en Cataluña, y después en Cuba. Después se fue a Guatemala y Honduras, en donde se halla actualmente y hace prodigios, siempre predicando de un pueblo a otro, como hacía en mi diócesis.

594. El Pbro. D. Francisco Coca: Hijo de Capellades, diócesis de Barcelona; con este Sacerdote nos conocimos cuando yo fui a predicar el Mes de María en Villanueva, en donde se hallaba de teniente Cura. Al saber mi nombramiento, se me ofreció; yo le acepté y vino conmigo. Era un sacerdote muy bueno, sencillo como un niño, muy celoso y fervoroso. Este siempre iba de pareja con D. Manuel Subirana, pues entre los dos había grandes y buenas simpatías. Todos [eran] muy celosos y fervorosos, y siempre estaban misionando de una aldea a otra, sin descansar jamás. los dos tenían armoniosísimas voces, por manera que sólo para oír sus cantos iban todos a la misión, y como después del canto venía el sermón quedaban cogidos. Es inexplicable el fruto que hicieron. Después se fue a Guatemala, entró en la Compañía y murió jesuita.

595. El P. Esteban Adoain, capuchino: Este Padre, en un principio que yo me hallaba en Santiago recién llegado, se me presentó y vino como huyendo de la Habana a causa de las persecuciones que sufría por lo mucho que predicaba. Se quedó en mi Palacio, y con otro Sacerdote, de pareja, iba también a las misiones, el primero que fue con él era el Pbro D. Paladio Curríus, y el segundo, D. Lorenzo San Martí. Este Padre capuchino era celosísimo y muy práctico en hacer misiones y tenía mucha mano para sacar de la mala vida a los amancebados. Después se fue a un convento de Capuchinos de Guatemala.

596. El Pbro. D. Felipe Rovira: En un principio de llegado a Cuba le puse en el Seminario para que enseñase latinidad ya que en esto se ocupaba cuando se agregó a mí para ir a la América. Cuando se ausentó D. Manuel Vilaró, le nombré mi Secretario, y siempre más me acompañó en las visitas y misiones de la Diócesis hasta que vino conmigo a Madrid. Después se fue a Puerto Rico con el nuevo Obispo, el Ilmo S. D. Benigno Carrión. También era muy celoso y trabajaba mucho, mayormente en quitar amancebamientos y otros escándalos.

597. El Pbro. D. Juan Pladebella. Era un sacerdote de la diócesis de Gerona; era grande teólogo; le puse en el Seminario para que enseñara teología moral, y desempeñó muy bien su encargo; era muy virtuoso y muy aplicado. Este Señor murió del vómito; los médicos no lo conocieron hasta después de muerto, que se volvió amarillo, como sucede a los que mueren de aquella enfermedad .

598. El Pbro. D. Paladio Curríus: Natural de Ridaura, diócesis de Gerona; Sacerdote muy piadoso y celoso. En un principio iba a misiones con el P. Esteban, capuchino; y en ellas enfermó y le llevaron a Palacio más muerto que vivo; tan luego como se restableció, le puse en el Seminario para que enseñara teología moral en lugar del difunto Pladebella. Después le mandé a Puerto Príncipe para que dirigiese la Casa de beneficencia que se estaba edificando. Y cuando Don Felipe Rovira se vino conmigo a Europa, él se quedó de Secretario en Santiago. Al cabo de algún tiempo le llamé a Madrid, y me ayudó en las obras que hice en el Hospital e Iglesia de Montserrat, y, finalmente, le envié al Monasterio del Escorial.

599. El Pbro. D. Lorenzo San Martí: Natural de la Curríu, diócesis de Solsona. Este empezó las misiones con el Pbro. D. Antonio Barjau; después le puse de compañero con el P. Esteban Adoain, y finalmente, le coloqué en Puerto Príncipe de vicario foráneo, que desempeñó muy bien. Fue siempre muy fervoroso y desprendido de todo y, por último, entró en la Compañía, y actualmente se halla en Fernando Poo.

600. El Pbro. D. Antonio Barjau: Natural de Manresa, diócesis de Vich; empezó las misiones con D. Lorenzo San Martí, y como tiene una gracia singular para instruir y educar niños, le puse en el Seminario de Rector, y desempeñó muy bien su encargo. Allí estuvo hasta que fue allá mi sucesor; entonces se vino y le puse de Rector del Colegio del Real Monasterio del Escorial. Es un Sacerdote muy desprendido de todo lo terreno y muy celoso de la gloria de Dios y salvación de las almas.

 

601. El R. P. Antonio de Galdácano, capuchino vizcaíno: Este Padre se agregó a mi compañía después de dos años que ya me hallaba en Cuba. Dicho religioso, exclaustrado por la revolución, se fue a los Estados Unidos; después estuvo en Puerto Rico de cura párroco; y como allí no le probaba muy bien, se vino a Cuba, donde se halló mejor. Es un religioso muy instruido y muy celoso; me acompañó algunas veces en las misiones y me ayudaba a confesar. Después le puse por catedrático en el Seminario, y, tan pronto como llegó allá mi sucesor, se vino y le coloqué por catedrático de teología en el Seminario de El Escorial.

602. El muchacho llamado Telesforo Hernández: Que se trajo don Juan Lobo, como he dicho; le puso él en la secretaría para escribiente y se murió del vómito.

603. El cocinero, llamado Gregorio Bonet: El clima no le sentó bien. Como había sido soldado y herido, con el calor las heridas se le resintieron y tuvo que volver a Mallorca, de donde era natural.

604. El muchacho Felipe Vila: Natural de la ciudad de Vich, que me llevé por criado. Cuidaba muy bien de los enfermos y de los pobres, a quienes daba la limosna y enseñaba la doctrina cristiana y exhortaba a la virtud; y les hacía unas reflexiones tan oportunas y enérgicas, que los curas del país que a veces le oían, quedaban admirados, y empezaron a decirle que mejor sería que estudiara para cura que no que fuese criado de servir. El les dio oído y quiso estudiar. Yo le decía que se dejase de eso, porque conocí que Dios no le tenía destinado para sacerdote, no obstante de ser de muy buenas costumbres. A pesar de mis consejos, quiso estudiar; pero al cabo de poco tiempo le dolió el pecho y tuvo que volver a Europa y murió.

605. El muchacho Ignacio Betríu: Natural de Arreu, diócesis de la Seo. Fue el más constante, de muy buenas costumbres, muy amigo de los pobres y muy celoso. Enseñaba también la doctrina cristiana a los pobres, y en las misiones la enseñaba a las demás gentes, a quienes daba o distribuía libros, estampas, medallas y rosarios de los que yo mandaba traer. Este muchacho se vino conmigo desde la América, y en el día aún esta en mi compañía.

606. Estos son los sujetos que me acompañaron en mis trabajos apostólicos de aquella diócesis tan llena de malezas y espinas. Muchísimas gracias debo dar a Dios por haberme deparado tan buenos compañeros. Todos fueron de conducta intachable. Jamás me dieron un disgusto; por el contrario, todos me sirvieron de grande consuelo y alivio, todos eran de muy buen genio y de solidísima virtud; desprendidos de todo lo terreno, nunca jamás hablaban ni pensaban en intereses ni honores; su única mira era la mayor gloría de Dios y la conversión de las almas.

607. Yo en todos ellos tenía que aprender, pues me daban ejemplo de todas las virtudes, singularmente de humildad, obediencia, fervor y deseo de estar siempre trabajando. Nunca se vio en ninguno de ellos displicencia de ir a alguna parte; todos estaban siempre dispuestos para trabajar y con gusto se ocupaban en lo que se les mandaba, ya fuese en las misiones, que era lo más común; ya en cuidar de alguna parroquia o vicaría foránea. Por manera que a ellos todo les era igual; nunca jamás pidieron ni rehusaron cosa ni ocupación alguna.

608. Así es que nuestra casa era la admiración de cuantos forasteros lo presenciaron. Digo esto porque yo tenía orden dada de que cuantos Sacerdotes forasteros vinieren a la ciudad, todos se hospedasen en mi Palacio, tanto si yo estaba como si me hallase ausente y por el tiempo que quisiesen. Hubo un Canónigo de la Isla de Santo Domingo llamado D. Gaspar Hernández que, teniendo que abandonar su destino a causa de la revolución, se vino a Cuba y permaneció en mi Palacio, comiendo con nosotros por espacio de tres años. Venían eclesiásticos de los Estados Unidos y de otros puntos, y todos hallaban cabida en mi Palacio y en mi mesa; y parece que Dios los traía para que vieran aquel espectáculo tan encantador. No podían menos que notar que nuestra casa era como una colmena, en que ya salían unos, ya entraban otros, según las disposiciones que les daba, y todos siempre contentos y alegres. Por manera que los forasteros quedaban asombrados de lo que veían y alababan a Dios.

609. Yo alguna vez pensaba cómo podía ser aquello, que reinara tanta paz, tanta alegría, tan buena armonía en tantos sujetos y por tanto tiempo, y no me podía dar otra razón que decir: Digitus Dei est hic. Esta es una gracia singular que Dios nos dispensa por su infinita bondad y misericordia. Conocía que el Señor bendecía los medios que de nuestra parte poníamos para obtener esta especialísima gracia. Los medios que poníamos por obra eran los siguientes:

610. 1.° Todos los días nos levantábamos a una hora fija y determinada, y teníamos en comunidad, sin faltar uno, medía hora de oración mental. Todos comíamos y cenábamos juntamente, y había siempre lectura en la mesa, que hacía uno por turno; después de la comida y cena, todos juntos teníamos un rato de recreación, y así todos nos veíamos, nos hablábamos igualmente, y concluíamos el día con el santo rosario y demás devociones.

611. 2.° Cada año, en un tiempo dado, todos nos reuníamos en Palacio y hacíamos diez días de ejercicios espirituales, sin interrumpir jamás el silencio, sin admitir visitas, cartas ni negocio alguno. Por turno, cada día uno servía a la mesa y otro leía, empezando yo. En todos los días de ejercicios querían siempre que yo les predicase. En el último acto de los ejercicios, yo les besaba los pies a todos, y ellos después me pedían a mi permiso para besármelos a mí y a los demás, este acto era muy tierno, muy imponente y de felicísimos resultados.

612. El tercer medio era que nadie tenía amistades particulares, todos nos amábamos igualmente los unos a los otros. Además, nadie tenía amistades fuera de casa; en Palacio lo teníamos todo; así es que nadie visitaba ni era visitado de los de afuera. Conocimos todos por experiencia que este medio era muy bueno y aún necesario para conservar la paz, evitar disgustos, celos, envidias, sospechas, murmuraciones y otros males muy grandes.

613. El cuarto medio fue que les prohibí, con toda la fuerza de mi autoridad y les supliqué con toda la amabilidad del cariño que les profesaba, que jamás leyesen anónimos. Estos son los medios principales de que nos valimos. El Señor se dignó bendecirlos y nos fue siempre muy bien. Sea siempre y por todo el Señor bendito.

 

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De la displicencia que siento en Madrid

 

614. A los primeros de junio de 1857 llegamos a Madrid; me presenté a S. M., y el día 5 del mismo mes me pasó y comunicó la Real Orden nombrándome su Confesor. Al cabo de pocos días me dijo que instruyera a la Infanta Isabel en la santa Religión; entonces tenía algunos cinco años; le he dado siempre sus lecciones, y el día 11 de abril de 1862, teniendo diez años de edad, ha hecho su primera comunión en compañía de su Madre la Reina, habiéndose confesado siempre conmigo desde los siete años por arriba. Y ahora, además de la instrucción y preparación, ha hecho por diez días ejercicios espirituales.

615. La Reina, desde el primer año que hizo los ejercicios espirituales, cada año los ha repetido, y siempre los hace con tanto gusto, que sale de ellos muy contenta, y exhorta a otras personas que los hagan, y sobre todo gusta de los que yo di a luz, y de éstos me dice que le traiga ejemplares, que ella (tiene) el imponderable placer de regalar a unos y a otros y les aconseja que los lean a lo menos.

616. Todas las camaristas y azafatas tienen el Camino recto y el libro de los ejercicios. El Camino recto también es un libro que gustó mucho a SS. MM.; para ellos se hizo la impresión de lujo en casa Aguado, de Madrid. En el día, tanto SS. MM. como las camaristas y azafatas se portan de un modo el más edificante: oyen la santa Misa, todos los días leen la vida del Santo, rezan el santo Rosario, etc.; frecuentan los santos Sacramentos. La Reina y la Infanta se confiesan conmigo, y también confieso a muchas azafatas. Todas están siempre ocupadas.

617. La Reina, además de sus devociones, y de atender a los negocios de gobierno, y de dar audiencia a muchas personas cada día, se ocupa en alguna labor de mano, en pintar algún cuadro, en bordar, etc.; en bordar es regularmente en lo que más se ocupa. En el año pasado bordó un almohadón para mi reclinatorio que está muy bonito, con flores muy hermosas. También se ocupa, a veces, en hacer colchas a punto.

618. La Infanta Isabel también siempre está ocupada; además de sus devociones y lecturas piadosas que tiene cada día, pasa mucho tiempo en las varias lecciones que se le dan. En el tiempo de recreación se ocupa en juguetes varoniles y no mujeriles; por manera que en cinco años que la trato y con muchísima frecuencia, nunca he visto en ella un juguete de niña, siempre de niños; el juguete que le es más familiar es un sombrero apuntado y una espada. También se entretiene, a veces, en engarzar rosarios con alicates y alambre; también borda y cose muy bien.

619. Las Señoras de los cuartos de S. M. y de las Infantas siempre están ocupadas, ya en el cumplimiento de sus respectivas obligaciones, ya en leer algún libro bueno, ya en hacer punto con las agujas u otras cosas.

620. Yo, no obstante que veo que S. M. se porta muy bien en la moralidad, en la piedad, en la caridad y demás virtudes, y que a su compás marchan perfectamente los demás de Palacio, yo no sé conformarme ni aquietarme en permanecer en Madrid. Conozco que (no) tengo genio de cortesano ni de palaciego; por esto, el tener que vivir en la Corte y estar continuamente en Palacio es para mí un continuo martirio.

621. Algunas veces he dicho que Dios me ha mandado a este destino para que sea mi purgatorio, en que purgue y pague los pecados de mi vida pasada. Otras veces he dicho que en todos los años de mi vida pasada no he padecido tanto como desde que estoy en la Corte. Siempre estoy suspirando para salir. Soy como un pájaro enjaulado, que va siguiendo las varitas para ver si puede escapar; así, yo voy discurriendo para ver si puedo salir. Cuasi me habría alegrado de una revolución para que me hubiesen echado.

622. Algunas veces me pregunto: ¿cuál es la causa que tienes para estar tan disgustado? Todos los de Palacio te respetan, toda la real familia te aprecia y te distingue, S. M. Ia Reina te quiere y te ama hasta el extremo; pues ¿qué motivo tienes para estar tan violento? —Ninguno. Yo mismo no sé darme la razón. Sólo explico el enigma diciendo que esa repugnancia que siento es una gracia que Dios me dispensa para que no ponga la afición a las grandezas, honores y riquezas del mundo, pues que conozco claramente que el sentir continuamente esta repugnancia a las cosas de la Corte (y) este deseo perenne de escaparme me preserva de la envidia y de poner el corazón a las cosas que en el mundo se aprecian.

623. Veo que el Señor ha hecho en mí lo que contemplo pasa en los Planetas; en ellos observo dos fuerzas, la centrífuga y la centrípeta; la centrífuga le excita a escaparse lejos y la centrípeta le tira en el centro; equilibradas estas dos fuerzas es como se describe la órbita. Pues así me contemplo yo; siento en mí una fuerza, que la llamaré centrífuga, que (me) excita a salir de Madrid y de su Corte; pero siento que hay otra fuerza, que es la voluntad de Dios, que quiere que por ahora esté en la Corte, que con el tiempo ya saldré. Esta voluntad de Dios, pues, es para mí la fuerza centrípeta que me tiene aquí amarrado como un perro a un poste. Y mezcladas estas dos fuerzas, a saber, el deseo de salir y el amor que tengo en hacer la voluntad de Dios, que es que por ahora esté en la Corte, estas dos fuerzas, así mezcladas, me hacen describir el círculo que estoy haciendo.

624. Todos los días en la oración tengo que hacer actos de resignación a la voluntad de Dios. De día, de noche y siempre tengo que hacer actos de este sacrificio de estar en Madrid, pero doy gracias a Dios por esta repugnancia. Conozco que es un grande bien para mí. ¡Ay de mí! ¡Si la Corte y el mundo me agradaran! Esto sólo me agrada: al ver que nada me agrada. Bendito seáis, Dios y Padre mío, que tenéis de mí tanto cuidado. Estoy convencido, Señor, que así como al agua del mar le habéis dado el salobre y la amargura para que se conserve pura, así a mí me habéis concedido la sal del disgusto y la amargura del fastidio en la Corte para que me conserve limpio de este mundo. Gracias y muchas gracias os doy, Señor.

 

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De cómo nunca he querido procurar destinos

ni me he metido en política

 

625. Como S. M. me quiere y me ama tanto, sé y me consta que se complacería en que yo le pidiera gracias; pero yo no le he pedido gracia ninguna hasta el presente, ni tengo ganas de pedirla en lo sucesivo. Pero ¿qué digo?. No digo bien; sí, he pedido una gracia muchas veces y con mucha instancia, y es que me deje retirar de Madrid y de la Corte. Y cabalmente esta gracia, esta única gracia que he pedido, es la que hasta ahora no he podido alcanzar; y lo peor es que, aunque tengo alguna esperanza, pero por de pronto no puedo obtener lo que deseo.

626. Los que tienen hambre y sed, no de justicia por sus méritos, sino de empleos, destinos y dignidades por favor, me asedian todos los días mi casa y me molestan con sus instancias y pretensiones, pero yo tengo que decirles que siento en el alma el no poderles complacer, porque me he hecho un deber el no meterme en eso. Y, no obstante de llevar cinco años de estar en Madrid y haber observado siempre la misma conducta, aún no se han desengañado, pues cada día estamos en lo mismo. La mayor parte de la gente que se me presenta en la hora de audiencia que doy cada día de las once a las doce, es para pedir empleos, destinos y dignidades. Esto sin contar con la multitud de cartas que todos los días recibo pidiendo lo mismo. ¡Que tal sería si yo me hubiera metido en ese berenjenal!

627. Por otra parte, veo que los que tanto instan, procuran y solicitan empleos, destinos y dignidades, sin perdonar regalos ni otros medios, son los más indignos de tales empleos. Así, Dios me libre de cooperar a un mal tan grande como de aquí se sigue: los empleos son mal servidos, y el mérito y la virtud son desatendidos, y la ignorancia, la pedantería, el vicio y la inmoralidad se ven entronizados por mano del favor. Sí, lo digo, y lo digo bien alto y quisiera que todos me oyeran, y así me dejaran en paz. No me cuido de eso.

628. No obstante de haber marchado siempre con esta precaución en este terreno, no he escapado de las malas lenguas. Unos por despecho, porque no he querido ser instrumento de sus injustas pretensiones; otros por envidia; éstos por temor de perder lo que tienen, aquellos por malicia, y no pocos por ignorancia, sólo porque han oído hablar, han dicho de mí todas las picardías imaginables y me han levantado las más feas y repugnantes calumnias; pero yo he callado, he sufrido y me he alegrado en el Señor, porque me ha brindado un sorbito del cáliz de su pasión, y a los calumniadores les he encomendado a Dios después de haberles perdonado y amado con todo mi corazón.

629. En materias de política, jamás me he querido meter ni antes que era mero Sacerdote ni ahora tampoco, siendo así que varias veces me han pinchado. Uno de los principales me decía un día que yo había de hablar a S. M. a favor de éste, de aquel, y le contesté: Sepa, Señor, que yo considero que actualmente la España es como una mesa de juego; los jugadores son los dos partidos, y así como sería muy reprensible que el que es mero espectador hiciera la más pequeña insinuación a favor de alguno, igualmente sería yo reprensible, que soy mero espectador, el que hiciera alguna indicación a S. M. a favor de éste o de aquel partido. Al fin y al cabo, todos los partidos no son más que jugadores que tratan de ganar el tanto y tener el orgullo de mandar a los demás o el lucro del sueldo más crecido; por manera que el móvil de la política y de los partidos no es más que la ambición, el orgullo y la codicia.

630. En cuanto a la provisión de Obispos, es en lo que más me he ocupado por instancias de S. M., y diré cómo ha andado hasta aquí el negocio este. El Ministro de Gracia y Justicia pide de vez en cuando a los Obispos y a cada uno en particular que le diga si en su diócesis tiene algún Sacerdote que reúna las cualidades para ser Obispo cuando convenga, y el Obispo le contesta sí o no. Si tiene alguno, da las noticias que puede, su edad, carrera, virtud, ejercicio y demás prendas... El ministro recoge y guarda estas noticias, y cuando hay alguna vacante se sacan estos cartapacios y se presentan a S. M., y la Señora las lee y escucha la inspiración interior que pide a Dios para conocer a quién debe escoger. Y después se hace formar la terna, se informa de los sujetos de la terna y se encomienda y se hace encomendar a Dios, y, finalmente, escoge, sin mirar otra cosa que la mayor gloria de Dios y bien de la Iglesia. Y yo puedo asegurar que, si alguna vez algún Sacerdote le ha hecho alguna indicación para esto, ha sido aquello más que suficiente para que jamás sea nombrado para Obispo. Y me decía una vez: Malo será él cuando pide y procura ser Obispo. Quizá en ninguna cosa en España se procede con más equidad y justicia que en los nombramientos de Obispos, pero tampoco en ninguna cosa hay más acierto.

631. En cuanto a las Canonjías, ya no se mira tanto. Yo no diré que S. M. ni el Ministro hagan simonías; pero Dios sabe si los pretendientes, con los que rodean a S. M. y al Ministro, harán algunos pactos, regalos, etc., etc., que delante de Dios no andarán muy bien; yo por esto no he querido jamás meterme en este ramo de pretensiones y de Canonjías. ¡Ojalá que todos los sacerdotes buscaran el ser los últimos entre sus compañeros, como enseñaba el divino Maestro! La mejor canonjía es el amar mucho a Dios y salvar almas, a fin de tener un lugar distinguido en la gloria del cielo. A buen seguro que más cuenta le tendrá a un Sacerdote el haber sido misionero que no el haber sido Canónigo. Escoja, pues, ahora lo que hubiera haber escogido en la hora de la muerte.

 

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Del desprendimiento con que me he portado

 

632. Hay un proverbio vulgar que dice una verdad muy grande: Menea la cola el can no para ti, sino para el pan. Yo veo todos los días Señores y Señoras, que hacen mil fiestas, adulaciones y otras cosas a los Reyes no para los Reyes, sino para que les den..., pues yo no quiero ni pretendo nada; sólo pretendo salirme de la Corte. Quizás alguno dirá: —Tienes las dos grandes cruces. —Es verdad; pero ¿cómo las tengo? —La Gran Cruz de Isabel la Católica no la pedí, ni la quería cuando me la ofrecieron, pero me dijeron que, teniendo que ir a Cuba, era una necesidad tener el título y el nombramiento de Excelencia siendo la primera dignidad de la Iglesia y teniendo que alternar con el General de aquella Isla.

633. La otra de Carlos III no la pedí ni la deseé; fue bien a pesar mío y fue de esta manera: Cuando, después del nacimiento del Príncipe de Asturias, el día mismo que SS. MM. iban a Atocha, me dijeron que fuera a Palacio. Y tan pronto como estuve allá salieron la Reina y el Rey del Cuarto que me estaban esperando y, sin decirme nada, los dos juntamente me pusieron la Cruz con su banda, yo no dije ni una palabra, porque estaban juntos los dos, y como entonces el Rey no me inspiraba la confianza que ahora, que también me quiere mucho, me callé la boca, pero interiormente tenía mucha pena. Pero después, otro día que me vi sólo con la Reina, le dije que no podía menos que agradecer el buen afecto con que me habían condecorado con la Cruz de Carlos III, pero que para mí había sido de grande pena y sentimiento. Y en prueba de la pena que me causó estuve mucho tiempo que no llevaba ninguna hasta después de mucho tiempo, y aún ahora sólo las llevo en días de riguroso uniforme y grande etiqueta.

634. En lo demás, no tengo nada. No hay Prelado en España que no tenga algún Pectoral, o Cáliz, u otra cosa o cosas de S. M., ya por razón de algún bautizo o visita en su Catedral, etc., etc.; pero yo no tengo ni quiero nada. Cuando bauticé a la Infanta Concepción me debía regalar algo, como es costumbre; pues yo le pedí y le supliqué que no me diera cosa alguna, y para no contristarme no me dio nada. Y mi satisfacción será, cuando me retire de Palacio, el poder decir que nada tengo de S. M., ni un alfiler.

635. Hombres hay que, al lado de SS. MM., siempre están cazando y cogiendo grados, honores, mayores sueldos y grandes cantidades; pero yo, como he dicho, nada he cogido antes bien he perdido. De todos modos, quiso S. M. que tomase el encargo de Protector de Montserrat, de la Iglesia, Hospital y demás; yo me resistí; me lo pidió muchas veces, me lo instó el Intendente, y, finalmente, lo acepté, porque vi que las casas ya estaban puestas en el Boletín Oficial para venderse, y para salvarlas de la desamortización lo acepté. Pero ¿con qué ganancias? —Con sacar de mi bolsillo cinco mil duros para reparar y arreglar la Iglesia y establecimiento.

636. Lo mismo digo del Real Monasterio del Escorial, que no me ha dado ni me da utilidad alguna, sino disgustos y penas, acarreándome persecuciones, calumnias y gastos; por tres veces he intentado renunciar la Presidencia, y ninguna me ha sido posible. Sea todo por Dios, ya que el Señor quiere que cargue con esa cruz, no tengo más que conformarme con la voluntad del Señor. ¡Oh Dios mío! Yo no quiero nada de este mundo; no quiero más que vuestra divina gracia, vuestro santo amor y la gloria del cielo. 

 

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De las ocupaciones ordinarias y extraordinarias

 

637. Todos los días del invierno, por lo común, me levanto a las tres, y a veces antes, porque me levanto luego cuando no acierto a dormir, pues que sin dormir no estoy jamás en la cama. Luego empiezo el rezo del Oficio divino, rezo maitines y laudes, el santísimo Trisagio, y después leo la Sagrada Escritura, me preparo para la santa Misa, la celebro, doy gracias y me pongo en el confesonario hasta las once, que me levanto para dar audiencia a los que quieren hablar conmigo. De las once a las doce es la hora que tengo más pesada, porque me vienen con pretensiones a las que yo (no) puedo acceder, como son empeños para empleos, destinos y cosas por el estilo. De las doce a las doce y cuarto tengo el examen particular; a las doce y cuarto comemos; después rezo horas, vísperas y completas. Después, por la tarde y noche, me ocupo en visitar a los enfermos, presos u otros establecimientos de Caridad, en predicar a las Monjas, Hermanas, etc., etc., y en estudiar y escribir libritos y hojas sueltas.

638. Además de estas ocupaciones ordinarias de cada día vienen las extraordinarias, como han sido los ejercicios que he dado al Clero, a los Señores y Señoras de las Conferencias de San Vicente de Paúl, a las Monjas, a las Hermanas, y además Misiones al Pueblo. Mas estas ocupaciones no me llenan; todo mi afán sería andar misionando por los lugares y aldeas; éste es mi sueño dorado; tengo una santa emulación y casi envidia a los misioneros que tienen la dichosa suerte de poder ir de un pueblo a otro predicando el santo Evangelio.

639. En medio de mis penas tengo algún consuelo. Cuando con SS. MM. y AA. salimos de jornada, entonces se me proporciona el poder predicar al pueblo por la mañana, antes que SS. MM. salgan de Casa; después voy predicando en los conventos a las Monjas, Hermanas, Sacerdotes, estudiantes, Señores y Señoras de las Conferencias, etc., etc., por manera que todo el día lo paso predicando, a excepción de aquel tiempo más preciso en que tengo que estar en Palacio con la Real Familia.

640. Una de las cosas que más me ha ocupado desde que estoy en Madrid ha sido en escribir libros y hojas sueltas, hacerlos imprimir, comprar estos y otros libros y hacerlos circular por medio de la Academia de San Miguel, ya en el confesonario, ya en los establecimientos, ya por las calles y escuelas y demás establecimientos.

641. ¡Oh Dios mío, quién pudiera hacer que nadie os ofendiese! Antes bien, ¡quién me diera el haceros conocer, amar y servir de todas (las) criaturas! Esta es la cosa única que deseo; lo demás no me merece la atención. ¡Oh bien mío, qué bueno sois! Yo os amo con todo el afecto de mi corazón.

 

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De la Regla de vida y propósitos que con la ayuda de Dios procuro guardar

 

642. 1. Jesús y María son todo mi amparo y guía y los modelos que me propongo seguir e imitar. Además, tomo por patronos y ejemplares a los gloriosos San Francisco de Sales, San Carlos Borromeo, Santo Tomás de Villanueva y San Martín.

643. 2. Me acordaré de las palabras del Apóstol escribiendo a Tim. 1‑4,16. Attende tibi et doctrinae. Sobre lo que dice Cornelio: Haec duo munia sunt Episcopi... qui aliter faciunt... nec sibi nec aliis prosunt.

644. 3. Cada año haré los santos ejercicios espirituales.

4. Cada mes tendré un día de retiro espiritual.

5. Cada semana, a lo menos una vez, me reconciliaré.

6. Tres días a la semana tomaré disciplina y otros días me pondré el cilicio u otra cosa equivalente.

7. Todos los viernes del año y vigilias de las fiestas del Señor y de la Santísima Virgen ayunaré.

645. 8. Cada día me levantare a las tres, y antes, si no puedo dormir, y me recogeré a las 10. Luego rezaré Maitines y Laudes y leeré la Santa Biblia hasta la hora de la Meditación.

9. Tendré una hora de Meditación.

10. Celebraré la santa Misa y después estaré medía hora en dar gracias y en pedir otras gracias para mí y para los demás.

646. 11. Luego me pondré en el confesonario hasta las ocho, en que tomaré chocolate, y otra vez me pondré en el confesonario; si no hay gente, me ocuparé en otra cosa hasta las once, en que daré audiencia por espacio de una hora. A las doce rezaré las salutaciones y haré el examen.

12. A las doce y cuarto comeré, que acompañaré con la lectura espiritual.

13. Hasta la 1 1/2 descanso.

14. Trabajaré hasta las 8 1/2, en que rezaré el Rosario y demás devociones.

15. A las 9 cena y a las 10 descanso.

647. 16. Propongo nunca jamás perder un instante de tiempo, por lo que estaré siempre ocupado, o en el estudio, o en la oración, predicación, administración de Sacramentos, etc.

648. 17. Propongo andar siempre a la presencia de Dios y dirigir a El todas las cosas, no buscando jamás mi alabanza, sino y únicamente la mayor gloria de Dios, a imitación de Jesús, a quien procuraré siempre imitar, pensando cómo se portaría en tales ocasiones.

649. 18. Propongo hacer bien y del modo que me pareciere mejor las cosas ordinarias; y en concurrencia de dos cosas, procuraré siempre escoger lo mejor, aunque sea con algún sacrificio de la propia voluntad, y singularmente escogeré lo más pobre, lo más abyecto y lo más doloroso.

650. 19. Propongo conservarme siempre en un mismo humor y equilibrio, sin dejarme dominar jamás de la ira, impaciencia, tristeza, ni de la alegría demasiada, acordándome siempre de Jesús, de María y de José, que también tuvieron sus penas, y más grandes que las mías. Pensaré que Dios así lo ha dispuesto, y para bien mío; y por lo mismo, no me quejaré, sino que diré: Hágase la voluntad de Dios. Acordándome de lo que dice San Agustín: Aut facies quod Deus vult, aut patieris quod tu non vis. También me acordaré de lo que Dios encargó a Santa Magdalena de Pazzis: Que siempre se mantuviese en un mismo humor inalterable, un grande agrado con toda suerte de personas y que jamás se le escapase una palabra de lisonja. De San Martín se lee que jamás se le vio enfadado, ni triste, ni que riese, sino que siempre se le vio igual, con una celestial alegría; era tan grande su paciencia, que, no obstante de ser Prelado, si los ínfimos clérigos le ofendían, podían estar seguros de que no los castigaría.

 

Documentos escogidos

 

651. La perfección consiste en amar mucho a Dios y en aborrecerse a sí mismo. S. M. de Pazzis.

Spernere se, spernere nullum, spernere mundum. et spernere sperni. S. L. Bertrán .

Haz lo que debes y venga lo que viniere.

Es gran valor sufrir sin murmurar, y gran sabiduría oír con paciencia.

In silentio et spe erit fortitudo vestra. Isa. 30,15.

652. El hombre fuerte no debe temer cosa alguna ni aun la misma muerte, cuando se trata de cumplir con su deber.

Debemos mantener el puesto u oficio que Dios nos ha señalado, pugnando hasta morir, sin temer las consecuencias; lo único que debemos temer es el obrar injustamente.

653. Si queréis llegar a una alta virtud, no os elevéis en la grande estimación de vosotros mismos; creed que nada hacéis y lo haréis todo. S. J. Crisóstomo.

Abstine et sustine.

Abstine de la gula, regalo y de todo gusto aún licito.

Sustine el trabajo, la enfermedad, las persecuciones y calumnias.

Spiritus Sanctus docet: Pauca loqui cum discretione; multa operari cum fervore, ac jugiter laudare Deum.

 

CAPITULO XVI

 

De algunas particulares devociones

 

654. Letanías

Sta. Maria.

S. Joseph.

S. Joachim.

Sta. Anna.

S. Antoni.

Ss. Seraphim.

Ss. Querubim.

Ss. Throni.

Ss. Dominationes.

Ss. Virtutes.

Ss. Potestates.

Ss. Principatus.

Ss. Archangeli.

Ss. Angeli.

Ss. Patriarchae et Prophetae.

S. Joannes Baptista.

S. Petre.

S. Paule.

S. Jacobe.

S. Joannes.

Omnes Ss. Apost. et Evan.

S. Francisce de Sales.

S. Carole Barromee.

S. Thoma de Villanova.

S. Antonine.

S. Joannes Chrisostome.

S. Ambrosi.

S. Augustine.

S. Gregori.

S. Athanasi.

S. Hieronyme.

S. Pauline.

S. Martine.

S. Juliane.

S. Laurenti Justiniane.

S. Ildefonse.

S. Alfonse Ligori.

S. Bernarde Calvó,

S. Bernarde Doctor.

S. Francisce Xaveri.

S. Francisce de Assisi.

S. Francisce de Borja.

S. Francisce de Paoli.

S. Thomas Doctor.

S. Dominice.

S. Stephane.

S. Laurenti.

S. Vincenti.

S. Sebastiane Martir.

S. Sebastiane Balfré.

S. Filipe Neri.

S. Ignati Martir.

S. Ignati.

S. Aloisi.

Sta. Theresia.

Sta. Catharina Martir.

Sta. Catharina Virgo.

Sta. María Magdalena

Sta. María Magdalena de Pazzis.

Sta. Eulalia.

Sta. Tecla.

Sta. Agnes.

Sta. Philomena.

Omnes Sancti et Sanctae Dei.

 

Petitiones pro me

 

655. Credo, Domine, sed credam firmius.

Spero, Domine, sed sperem securius.

Amo, Domine, sed amem ardentius.

Doleo, Domine, sed doleam vehementius.

656. O, Domine, quia ego servus tuus, et filius ancillae tuae.

Ecce servus tuus, fiat mihi secundum volantatem tuam.

Domine, quid me vis facere?

Doce me facere voluntatem tuam, quia Deus meus es tu.

Dabis ergo servo tuo cor docile, ut populum judicare possit et discernere inter bonum et malum (3 Reg 3,7).

657. Pater, da mihi humilitatem, mansuetudinem, castitatem, patientiam et charitatem.

Pater, bonitatem, et disciplinam et scientiam doce me.

Pater da mihi amorem tuum cum gratia tua et dives sum satis.

Deus meus, Jesus meus et omnia.

658. In cruce vivo, et in cruce cupio mori; et non a meis manibus, sed ab alienis spero descendere a cruce, postquam consummatum fuerit sacrificium.

Absit mihi gloriari nisi in cruce Domini mei Jesuchristi, per quem mihi mundus crucifixus est et ego mundo.

 

Petitiones pro populo

659. Pater, respice in faciem Christi tui.

Pater, respice in faciem Ancillae tuae.

Pater, respice in me, et miserere mei quia unicus et pauper sum ego.

Respice in me et miserere mei, da imperium tuum puero tuo, et salvum fac filium ancillae tuae (Ps 85 ).

O Domine, quía ego servus tuus, ego servus tuus et filius ancillae tuae (Ps 115).

Parce Domine, parce populo tuo, per humilitatem, et patientiam J. C. D. N. et Beatae V. M.

660. Parce Domine, parce populo tuo per amorem et merita J. C. D. N. et Beatae V. M.

Parce, Domine, Jesu fili David, miserere nostri.

661. Te ergo quaesumus tuis famulis subveni, quos pretioso sanguine redemisti.

Salvum fac populum tuum, Domine, et benedic hereditati tuae.

Et rege eos, et extolle illos usque in aeternum.

Dignare, Domine, die isto sine peccato nos custodire.

Miserere nostri, Domine, miserere nostri.

Fiat misericordia tua, Domine, super nos quemadmodum speravimus in te.

In te, Domine, speravi, non confundar in aeternum.

662. ¡Ay Dios mío!, yo no quisiera que dijérais de mí lo que decíais de los sacerdotes de Israel: «Vosotros no habéis hecho frente ni os habéis opuesto como muro con vuestras oraciones a favor de la casa de Israel para sostener la pelea en el día del Señor». Ez 13,5.

Vos decís, Dios mío: Busqué entre ellos un varón justo que se interpusiese entre mí y el pueblo como un vallado, y pugnase contra mí, con sus oraciones, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese, mas no hallé ninguno. Ezq. 22,30.

663. Soy nada, Señor; sin embargo, como Moisés, quiero rogar.

Dimitte, obsecro, peccatum populi hujus, secundam multitudinem misericordiae tuae. Num 14,19 163.

Padre, os pido por los méritos de Jesucristo, Hijo vuestro y Redentor nuestro, y por los méritos de María Santísima Madre de vuestro santísimo Hijo y Madre nuestra. Sí, yo que soy el primero y el mayor de los pecadores, os pido en nombre de todos lo que Vos queréis que os pida y sabéis que hemos menester.

 

C A P Í T U L O    X V I I

 

De algunos animales domésticos de que me he servido para estimularme a la práctica de las virtudes

 

664. El Espíritu Santo me dice: Perezoso, aprende de la hormiga la prudencia, y yo la aprenderé no sólo de la hormiga, sino también del gallo, del burrico y del perro.

Quis dedit gallo intelligentiam? Job 38,36.

Gallus cantavit.

1.° El gallo me llama, y yo, como Pedro, debo recordarme de mis pecados para llorarlos.

2.° El gallo canta en las horas de día y de noche. Yo debo alabar a Dios en todas las horas del día y de la noche. Y además debo exhortar a los otros para que lo hagan.

3.° El gallo de día y de noche vigila su familia. Yo debo vigilar día y noche las almas que el Señor me ha confiado.

4.° El gallo, al más pequeño rumor o aprensión de peligro, da voz de alarma. Yo debo hacer lo mismo: avisar a las almas al más pequeño peligro de pecar.

665. El gallo defiende su familia cuando el gavilán u otro animal o ave de rapiña viene para ofenderla. Yo debo defender las almas que el Señor me ha confiado de los gavilanes de errores, vicios y pecados.

6.° El gallo es muy generoso; apenas halla alguna cosa que pueda servir de alimento, cuando, privándose de ello, llama a las gallinas para que lo cojan. Yo debo abstenerme de regalos y conveniencias y ser generoso y caritativo con los pobres y necesitados.

7.° El gallo antes de cantar mueve las alas. Yo antes de predicar debo mover y batir las alas del estudio y oración.

8.° El gallo es muy fecundo. Yo debo serlo espiritualmente, de modo que pueda decir con el Apóstol: Per evangelium ego vos genui.

 

El burrico

666. Ut jumentum factus sum apud te, et ego semper tecum.

1.° El burrico es el animal más humilde por naturaleza; su nombre es de desprecio; su habitación es el lugar más humilde y bajo de la casa, su comida es pobre, y pobres son todos sus aparejos. Yo también debo procurar que la habitación, comida y vestido sean pobres, a fin de procurarme la humillación y el desprecio de los hombres, y así poder alcanzar la virtud de la humildad, ya que por la naturaleza corrompida soy soberbio y orgulloso.

667. 2.° El burrico es un animal muy paciente; lleva las gentes y las cargas y sufre los golpes sin quejarse. Yo también debo ser muy paciente en llevar las cargas de mis obligaciones y sufrir con resignación y mansedumbre las penas, trabajos, persecuciones y calumnias.

668. 3.° La Santísima Virgen María se valió del burrico cuando fue a Belén para alumbrar a su hijo Jesús, y cuando se fue a Egipto, para librarle de Herodes. Yo también me ofrezco a María Santísima para llevar con gusto y alegría su devoción y predicarla en sus excelencias, en sus gozos y en sus dolores, y además meditaré día y noche en esos santos y adorables misterios.

669. 4.° Jesús se valió del burrico cuando quiso entrar triunfante en Jerusalén. Yo también me ofrezco gustoso a Jesús, por si se quiere valer de mí para entrar triunfante de los enemigos: mundo, demonio y carne en las almas convertidas y en las poblaciones; con el bien entendido que los honores y alabanzas que me tributen, pensaré que no son para mí, que soy el burrico, sino para Jesús, cuya dignidad, aunque indigno, llevo.

 

El perro

670. Canes muti qui non valuerunt latrare.

1.° El perro es un animal tan fiel y tan constante compañero de su amo, que ni la miseria, ni la pobreza, ni los trabajos, ni otra cosa alguna es capaz de hacerle separar de su dueño. Lo mismo debo hacer yo; tan fiel, tan constante he de ser en el servicio y amor de Dios, que pueda decir con el Apóstol que ni la muerte, ni la vida, ni otra cosa alguna pueda separarme.

671. 2.° El perro es más leal que un hijo, más obediente que un criado y más dócil que un niño. No sólo hace voluntariamente lo que el amo le manda, sino que además mira la cara del amo para conocer su inclinación y voluntad, a fin de cumplirlas sin esperar que se lo mande, lo que hace con la mayor prontitud y alegría, y aún se hace participante de los afectos del amo; por manera que es amigo de los amigos del amo y enemigo de sus enemigos. Yo debo practicar todas estas bellas cualidades en el servicio de Dios, mi querido Amo. Sí, gustoso haré lo que me mande, estudiaré su voluntad para cumplirla, sin esperar que me mande; ejecutaré con prontitud y alegría todo lo que disponga por sus representantes, que son mis Superiores. Seré amigo de los amigos de Dios y trataré a los enemigos de Dios como El disponga, ladrando contra sus maldades para que desistan de ellas.

672. 3.° El perro vigila de día y por la noche redobla su vigilancia; él guarda la persona del amo y todas las cosas que al amo pertenecen; él ladra y embiste a cuantos conoce o barrunta que pueden perjudicar a su amo y a sus intereses. Yo debo procurar vigilar continuamente y declamar contra los vicios, culpas y pecados, y contra los enemigos del alma.

673. 4.° El perro el mayor gusto que tiene es el estar y el andar a la presencia de su amo. Yo procuraré andar siempre con gusto y alegría a la presencia de Dios, mi querido Amo, y así no pecaré nunca, y seré perfecto, según aquella palabra: Ambula coram me, et esto perfectus .

 

C A P Í T U L O    X V I I I

 

De algunas cosas notables que me han dado a conocer Dios y la Santísima Virgen María

 

674. 1855. El día 12 de julio de 1855, a las 5 1/2 de la tarde, en que concluí la Carta pastoral de la Inmaculada Concepción, me arrodillé delante de la imagen de María para darle gracias de haberme ayudado en escribir aquella carta, y de repente y de sorpresa oí una voz clara y distinta desde la imagen que me dijo: Bene scripsisti. Dichas palabras me hicieron una muy profunda impresión, con deseos muy grandes de ser perfecto.

675. 1857. El día 15 de enero, a las 5 de la tarde, del año 1857, estando contemplando a Jesús, dije: ¿Qué queréis que haga, Señor? Y Jesús me dijo: Ya trabajarás, Antonio; no es hora todavía.

De algunos días a esta parte, tengo muchos consuelos espirituales, singularmente en la Misa y en la Meditación.

676. 1857. El día 8 de octubre, a las 12 1/2, del año 1857, me dijo la Santísima Virgen María lo que había de hacer para ser muy bueno... Ya lo sabes: arrepentirte de las faltas de la vida pasada y vigilancia en lo venidero... ¿Oyes, Antonio?, me repitió; vigilancia en lo venidero. Sí, sí, yo te lo digo.

677. El día 9 del mismo mes, a las cuatro de la madrugada, la Santísima Virgen María me repitió lo que ya me tenía dicho otras veces: que yo había de ser el Domingo de estos tiempos en la propagación del Rosario.

678. En el día 21 de diciembre del mismo año se me dieron cuatro avisos: 1.° Más oración. 2.° Escribir libros. 3.° Dirigir almas. 4.° Más tranquilidad en estar en Madrid. Dios así lo ha dispuesto.

679. En el día 25, Dios me infundió amor a las persecuciones y calumnias. El Señor me favoreció aún con un sueño en la noche siguiente. Soñé que me hallaba preso por una cosa de la que era inocente. Yo no dije nada, pensando que era un regalo que me hacía el cielo, que me trataba como a Jesús, y así me callé, como Jesús. Todos los amigos me abandonaron, como a Jesús. Y a uno que me quería defender, como San Pedro, que quería defender a Jesús, yo le dije: ¿Tú no quieres que yo beba el cáliz que me ha enviado mi Padre?.

680. 1859. En el día 6 de enero del año 1859, el Señor me dio a conocer que yo soy como la tierra; en efecto, tierra soy. La tierra es pisada y calla: yo debo ser pisado y debo callar. La tierra sufre el cultivo: yo debo sufrir la mortificación. La tierra, finalmente, necesita agua para producir: yo necesito la gracia para hacer obras buenas.

681. En el día 21 de marzo, en la Meditación de la Samaritana sobre aquellas palabras: Ego sum qui loquor tecum, entendí grandes y muy grandes cosas. A la Samaritana le comunicó fe, con que creyó; le dio dolor de sus pecados, con que se arrepintió; le dio gracia, con que predicó a Jesús; Así, a mí, fe, dolor y misión de predicar.

682. A Moisés le dijo: Ego sum, y le envió a Egipto. Jesús [dijo] a los Apóstoles que se hallan en la mar: Ego sum, y se animaron. Jesús dijo: Ego sum a Saulo, y se convirtió y fue grande predicador: ita... [así...].

683. En el día 27 de abril me prometió el divino amor y me llamó Antoñito mío.

684. En el día 4 de septiembre, a las 4 y 25 m. de la madrugada, me dijo Jesucristo: La mortificación has de enseñar a los Misioneros, Antonio. A los pocos minutos me dijo la Santísima Virgen: Así harás fruto, Antonio.

685. En el día 23 de septiembre, a las 7 1/2 de la mañana, me dijo el Señor: Volarás por medio de la tierra o andarás con grande velocidad y predicarás los grandes castigos que se acercan. El Señor me dio a conocer grandes cosas sobre aquellas palabras del Apoc 8,13: Et vidi et audivi vocem unius aquilae, que volaba por medio del cielo y decía con grande y esforzada voz: ¡ay!, ¡ay!, ¡ay! de los habitantes de la tierra a causa de los tres castigos que van a venir; estos castigos son:

1.° El protestantismo, comunismo...

2.° Los cuatro archidemonios, que promoverán de un modo espantoso el amor a los placeres —el amor al dinero —la independencia de la razón —la independencia de la voluntad.

3.° Las grandes guerras y sus consecuencias.

686. En el día 24 de septiembre, día de Na. Sa. de la Merced, a las 11 1/2 del día, el Señor me hizo entender aquello del Apoc X, v.1. Ví también otro ángel valeroso bajar del cielo revestido de una nube, y sobre su cabeza el arco iris, y su cara era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. El cual tenía en su mano un libro abierto, y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra (primero en su diócesis en la Isla de Cuba y después en las demás diócesis). Y dio un grande grito, a manera de un león cuando ruge. Y después que hubo gritado, siete truenos articularon sus voces. Aquí vienen los hijos de la Congregación del Inmaculado Corazón de María; dice siete, el número es indefinido; aquí quiere decir todos. Los llama truenos porque como truenos gritarán y harán oír sus voces; también por su amor y celo, como Santiago y San Juan, que fueron llamados hijos del trueno. Y el Señor quiere que yo y mis compañeros imitemos a los apóstoles Santiago y San Juan en el celo, en la castidad y en el amor a Jesús y a María.

687. El Señor me dijo a mí y a todos estos Misioneros compañeros míos: Non vos estis qui loquimini sed Spiritus Patris vestri, et Matris vestrae qui loquitur in vobis. Por manera que cada uno de nosotros podrá decir: Spiritus Domini super me, propter quod unxit me, evangelizare pauperibus misit me, sanare contritos corde.

688. En el día 15 de octubre de 1859, día de Santa Teresa, había de ser asesinado. El asesino entró en la Iglesia de San José, de Madrid, calle de Alcalá, y para pasar el tiempo y con mala intención entró en la Iglesia, y se convirtió por intercesión de San José, como el Señor me lo dio a conocer. El asesino me vino a hablar y me dijo que era uno de las logias secretas, y mantenido por ellas, y que le había caído la suerte de haberme de asesinar, y que, si no me asesinaba dentro de cuarenta días, él sería asesinado, como él mismo había asesinado a otros que no habían cumplido. El que me había de asesinar lloró, me abrazó, lloró y me besó y se fue a esconderse para que no le matasen a él por no haber cumplido su encargo.

689. He pasado por grandes penas, calumnias y persecuciones; todo el infierno se ha conjurado contra mí.

690. 1860. En el día 7 de junio, a las 11 1/2, del año 1860, día del Corpus, después de la Misa en Santa María antes de la procesión que yo debía presidir, estando en oración delante del Santísimo Sacramento con mucho fervor y devoción, y de repente y como de sorpresa me dijo Jesús: Está bien y me gusta el libro que has escrito. Este libro es el primer tomo del Colegial o Seminarista, que el día anterior había concluido, y conocí claramente que me hablaba de este libro. Cuando concluí el segundo tomo, también se dignó aprobarlo.

691. En el día 22 de Noviembre de 1860 me hallaba muy agobiado al ver que había de cargar con todo lo de El Escorial. Esta pena no me dejaba descansar de día ni dormir de noche; viendo que no podía dormir, me levanté, me vestí y me puse en oración, y haciendo presente a Dios mis penas, oí con voz espiritual muy clara e inteligible que el Señor me decía: Animo, no te desalientes, y yo te ayudaré.

692. 1861. En el día 2 de marzo de 1861, Jesucristo se dignó aprobarme la hoja que había escrito de la pasión.

693. En el día 6 de abril de 1861 fui avisado de no apurarme; que hiciera cada cosa como si no tuviera que hacer otra cosa más que aquella que tengo entre manos, sin perder la mansedumbre.

En el día 15 de junio de 1861 me dijo Jesús: Toma paciencia; ya trabajarás.

694. En el día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario, en La Granja, a las 7 de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho; por lo mismo, yo siempre debo estar muy recogido y devoto interiormente; y además debo orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo ha dicho el Señor. Al efecto me ha traído a la memoria una porción de cosas: cómo sin mérito, sin talento, sin empeño de personas, me ha subido de lo más bajo de la plebe al puesto más encumbrado, al lado de los reyes de la tierra; y ahora al lado del Rey del cielo... Glorificate et portate Deum in corpore vestro. 1 Cor VI.20.

695. En el día 27 de agosto de 1861, en la misma Iglesia, durante la bendición del Santísimo Sacramento que di después de la Misa, el Señor me hizo conocer los tres grandes males que amenazan la España, y son: el Protestantismo, mejor dicho, la descatolización; la república y el Comunismo. Para atajar a estos tres males me dio a conocer que se había de aplicar tres devociones: el Trisagio, el Santísimo Sacramento y el Rosario.

696. El Trisagio, rezándolo cada día. El Santísimo Sacramento, oyendo la Misa, recibiéndole con frecuencia y devoción sacramental y espiritualmente. El Rosario, rezando las tres partes cada día, o a lo menos una; meditando los misterios, aplicándolos a las costumbres propias.

697. En la conversión de San Pedro, el Señor me hizo conocer lo que allí pasó: Pedro faltó, negó a Jesús. El gallo cantó, pero Pedro no se convierte. El gallo cantó otra vez, y entonces se convierte Pedro, porque Jesús le miró; Jesús, que es aquel Señor que mira la tierra y la hace estremecer, qui respicit terram et facit eam tremere. Conocí que yo había de predicar una y segunda vez, y al propio tiempo orar a fin de que el Señor se digne mirar con ojos de piedad y clemencia a los hombres terrenos y los haga temblar, y estremecer, y convertir.

698. 1862. En el día 11 de mayo de 1862, hallándome en la Capilla de Palacio de Aranjuez, a las 6 1/2 de la tarde, en la reserva del Santísimo Sacramento, me ofrecí a Jesús y a María para predicar, exhortar y a pasar trabajos, y a la muerte misma, y el Señor se dignó aceptarme.

699. Me siento llamado a escoger, entre dos cosas de igual gloria de Dios, lo más pobre, lo más humillante y lo más doloroso y lo más humillante.

700. En el día 16 de mayo de 1862, a las 4 1/4, estando en oración se me ocurrió lo que en el día anterior había copiado aquí respecto del Santísimo Sacramento del día 26 de agosto del año pasado. Yo ayer pensaba borrarlo, y hoy también; la Santísima Virgen me ha dicho que no lo borrase; y después en la Misa me ha dicho Jesucristo que me había concedido esta gracia de permanecer en mi interior sacramentalmente.

 

C A P Í T U L O     X I X

 

701.   De las épocas más notables de la vida

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AÑOS

     Siglo       Vida

     1807           Fui bautizado en el día 25 de diciembre del año 1807

     1813      5   Pensaba muy mucho en la eternidad

     1816      9   Gustaba mucho de rezar

     1818    10   Recibí la primera Comunión

     1820    12   Dios me llamó yo oí y me ofrecí

     1826    18   La mar se me llevó y María Sma. me sacó

     1828    20   La Virgen Sma. me libró de una mala mujer

     1829    21   La Virgen Sma. me libró en una gran tentación

     1835    28   Fui ordenado de sacerdote

     1838    30   Fui nombrado cura ecónomo de Sallent 

     1839    31   Fui a Roma para entregarme a Propaganda

     1840    32   Volví de Roma y empecé las Misiones 

     1845    37   Erigí la Congregación contra la blasfemia

     1848    40   Fui a las Islas Canarias 

     1848    40   Fundé la Librería Religiosa 

     1849    41   Volví de Islas Canarias 

     1849    41   Empezó la Congregación de los Misioneros

     1849    41   El día 4 de agosto fui electo arzobispo 

     1849    41   El día 4 de octubre acepté 

     1850    42   El día 6 de octubre fui consagrado 

     1850    42   Me dieron la Gran Cruz de Isabel la Católica

     1850    42   Salimos de Barcelona para Cuba 

     1851    43   El día 16 de febrero llegamos a Cuba 

     1856    48   El día primero de febrero fui herido en Holguín

     1856    48   Dibujé la estampa de la Academia de San Miguel

     1857    49   El día 12 de marzo salí de La Habana 

     1857    49   El día 5 de junio fui nombrado Confesor de Su Majestad

     1859    51   Fui nombrado Presidente del Escorial

     1860    52   El día 13 de julio fui preconizado A[rzobispo] de Trajanópolis