P A R T E     S E G U N D A

De las misiones

(autobiografía san antonio maría claret)

 

C A P Í T U L O     I

 

Del llamamiento de Dios para ir a predicar o misionar

 

113. Desde que me pasaron los deseos de ser Cartujo, que Dios me había dado para arrancarme del mundo, pensé, no sólo en santificar mi alma, sino también discurría continuamente qué haría y cómo lo haría para salvar las almas de mis prójimos. Al efecto, rogaba a Jesús y a María y me ofrecía de continuo a este mismo objeto. Las vidas de los santos que leíamos en la mesa cada día, las lecturas espirituales, que yo en particular tenía, todo me ayudaba a esto; pero lo que más me movía y excitaba era la lectura de la Santa Biblia, a que siempre he sido muy aficionado.

114. Había pasajes que me hacían tan fuerte impresión, que me parecía que oía una voz que me decía a mí lo mismo que leía. Muchos eran estos pasajes, pero singularmente los siguientes: Apprehendi te ab extremis terrae et a longinquis ejus vocavi te et dixi: servus es tu, elegi te et non abjeci te (Isaías, cap. 41, 9): yo te he tomado de los extremos de la tierra y te he llamado de sus lejanas tierras. Con estas palabras conocía cómo el Señor me había llamado sin mérito ninguno de parte de patria, padres ni mía. Y te dije: Siervo mío eres tú, yo te escogí y no te deseché.

115. No temas que yo estoy contigo; no declines, porque yo soy tu Dios: te conforté y te auxilié, y te amparó la derecha de mi justo (ib., 10). Aquí conocí cómo el Señor me sacó en bien de todos los apuros que he referido en la primera parte y de los medios de que se valió.

116. Conocía los grandes enemigos que tendría, y las terribles y espantosas persecuciones que se levantarían contra mí, pero el Señor me decía: He aquí que confundidos y avergonzados serán todos los que pelean contra ti: serán como si no fuesen y perecerán los hombres que te contradicen. Porque yo soy el Señor tu Dios, que te tomo por la mano y te digo: No temas que yo te he ayudado (ib., 13).

117. Yo te puse como un carro nuevo que trilla armado de dientes serradores; trillarás los montes y los desmenuzarás y reducirás como a polvo los collados (ib., 15). Por estas palabras el Señor me daba a conocer el efecto que había de causar la predicación y la misión que él mismo me confiaba. Los montes quiere decir los soberbios, racionalistas, etc., etc., y con nombre de collados quiere que entienda los lujuriosos, collados por donde todos los pecadores vienen a pasar. Yo les arg_iré y convenceré y por esto me dice: Los aventarás, y el viento los llevará y los esparcirá el torbellino, y tú te regocijarás en el Señor y te alegrarás en el Santo de Israel (ib., 16).

118. El Señor me dio a conocer que no sólo tenía que predicar a los pecadores sino también a los sencillos de los campos y aldeas había de catequizar, predicar, etc., etc., y por esto me dijo aquellas palabras: Los menesterosos y los pobres buscan aguas y no las hay; la lengua de ellos se secó de sed. Yo el Señor les oiré; yo el Dios de Israel no les desampararé (ib., 17). Yo haré salir ríos en las cumbres de los collados y fuentes en medio de los campos, y los que en el día son áridos desiertos, serán estanques de buenas y saludables aguas (ib., 18).

Y de un modo muy particular me hizo Dios Nuestro Señor entender aquellas palabras: Spiritus Dominis super me et evangelizare pauperibus misit me Dominus et sanare contritos corde (Is. 61, 1).

119. Lo mismo me sucedía al leer el profeta Ezequiel, singularmente el capítulo III. Con estas palabras: Hijo del hombre, yo te he puesto por centinela a la casa de Israel; y oirás la palabra de mi boca y se la anunciarás de mi parte (v. 18).

Si diciendo yo al impío: de cierto morirás; tú no se lo anunciares, ni le hablares para que se aparte del camino impío y viva; aquel impío morirá en su maldad, mas la sangre de él de tu mano la demandaré (v. 18).

Mas si tú apercibieres al impío y él no se convirtiere de su impiedad y de su impío camino, él ciertamente morirá en su maldad, mas tú salvaste tu alma (v. 19).

120. En muchas partes de la Santa Biblia sentía la voz del Señor que me llamaba para que saliera a predicar. En la oración me pasaba lo mismo. Así es que determiné dejar el curato e irme a Roma y presentarme a la Congregación de Propaganda Fide para que me mandase a cualquier parte del mundo.

 

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De la salida de España

 

121. Muchas y grandes fueron las dificultades que tuve que vencer y superar de parte del superior eclesiástico y de la población para poder salir de la parroquia, pero con la ayuda de Dios salí. Medirigí a Barcelona con la intención de tomar pase para el extranjero y embarcarme para Roma; mas en Barcelona no me quisieron dar pase y fue preciso volverme. Me dirigí a Olost, en donde tenía un hermano, llamado José, fabricante. De allí me dirigí a la Tría de Perafita, en donde se hallaba un padre de San Felipe Neri, llamado P. Matavera, hombre de mucha experiencia, ciencia y virtud, a quien consulté mi viaje e intención que en él tenía, lo que ya había hecho para realizarlo y las dificultades tan grandes que había tocado. El buen padre me escuchó con mucha paciencia y caridad, y me animó a que continuara. Como un oráculo le oí y al instante emprendí el viaje. Con pase del interior, me dirigí a Castellar de Nuch, Tosas, Font del Picasó y Osseja; este último pueblo ya es de Francia.

122. Mi itinerario fue Castellar de Nuch, Tosas, Puerto, Font del Picasó, Osseja, Olette, Prades, Perpiñá, Narbona, Montpeller, Nimes, Marsella, en que embarqué en el vapor Tancrede; desembarqué en Civitavecchia, y finalmente, llegué a Roma.

123. Ahora diré lo que principalmente ocurrió en este viaje. Salí muy de mañana de Olost y fui a dormir a la parroquia de Castellar de Nuch. El señor cura me recibió muy bien; Dios se lo pague. Recé y me fui a descansar, pues que bien lo necesitaba después de haber caminado todo el día a pie por lugares bastante desiertos. El día siguiente, tempranito, celebré misa y me fui a Tosas. Aquí nos dijeron que en el Puerto había ladrones. Me detuve hasta que nos dijeron que ya se habían retirado. Emprendí la subida al Puerto, y un poco antes de llegar al collado en que está la Fuente del Picasó, me salió un hombre que me gritó: ¡alto! y me apuntó con un fusil; se acercó, se me puso al lado y me dijo que me había de acompañar al señor comandante. En efecto, me acompañó a uno que dirigía una partida de diez hombres armados, me hizo varias preguntas y yo le contesté con mucha entereza. Me preguntó si llevaba pase; le contesté que sí y se lo presenté y me lo devolvió. Me dijo que por qué no había pasado por Puigcerdá. Yo le contesté que para mí lo mismo era ir por Puigcerdá que por otro camino, porque quien va bien despachado puede pasar por donde le da la gana. Yo conocí que los embarazaba.

124. Al mismo tiempo observé que allá en un rincón tenían mucha gente presa, y con alguna seña que les harían todos se fueron marchando, mientras los armados estaban hablando conmigo. Finalmente, el comandante dijo que me habían de llevar a Puigcerdá y me habían de presentar al Sr. Gobernador. Yo le dije que no tenía por qué temer al Sr. Gobernador, que más bien debían temer ellos de haber detenido a quien viaja bien despachado según ley. Ellos empezaron a marchar a Puigcerdá formados en fila; ellos andaban aprisa, yo poquito a poco, y al ver que no les daba cuidado, hice este pensamiento: Si ellos se te hubiesen querido llevar, te habrían puesto delante o en medio de la fila; pero te han dejado el último; esto quiere decir que te marches. En efecto, sin decirles cosa alguna, me volví para atrás y me dirigí a Francia. Después de haber andado así algunos pasos, el mismo que me había preso se volvió, y al ver que me iba me llamó y se echó a correr, y al llegarse a mí me dijo con voz baja: No lo diga a nadie. Yo le dije: Vayan ustedes con Dios.

125. ¡Oh, cuántas gracias debo dar al Señor, que me libró a mí y a aquellas gentes que estaban presas! Y para mayor gloria de Dios debo decir que pocos días antes habíamos quedado convenidos con un joven ordenando que los dos juntos saldríamos para Roma: llegó el día señalado; aquel joven no compareció y me mandó decir que no le esperase, que él no podía ir conmigo. Con este aviso yo me marché solo, y me sucedió lo que he dicho. El salió después de pocos días, y al pasar por este mismo lugar, aquellos mismos ladrones le cogieron, le robaron todo el dinero que llevaba, y para mejor registrarle, le hicieron desnudar, hasta le quitaron la camisa, como él mismo me lo refirió la primera vez que nos vimos, que fue en el puerto de Marsella. ¡Cuántas gracias debo dar a Dios! ¡Bendito seáis, Padre mío, por la grande providencia y cuidado que siempre y en todas partes habéis tenido de mí!

 

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De lo que ocurrió al entrar y pasar por Francia

 

126. Aquella misma tarde que Dios nuestro Señor y la Santísima Virgen me libraron de los ladrones, por ser sábado, entré en el primer pueblo de Francia, que se llama Osseja. Fui muy bien recibido. Como llevaba pase del interior de España se me lo quedaron y me dieron uno de refugiado. Con ese pase emprendí el viaje, pasé por un pueblo llamado Olette y me instaban mucho para que me quedase allí; pero mi deseo era ir a Roma. De Olette pasé a Prades, y también hallé gente que me recibieron con toda caridad. De aquí pasé a Perpiñán. Aquí me cambiaron el pase y me dieron uno para Roma, y también fui muy bien recibido de gente que yo nunca había visto ni conocido. Pasé por Montpellier, Nimes y demás poblaciones, y al paso que iba, solo y sin recomendación, en todas partes hallaba sujetos desconocidos quienes parece que me estaban esperando. ¡Bendita sea la Providencia que Dios tiene de todas sus criaturas, singularmente sobre mí!

127. Al llegar a Marsella, un sujeto se juntó conmigo por el camino. Me llevó a una casa en que estuve muy bien durante los cinco días que tuve que estar en Marsella para esperar embarcación. Al día siguiente, al salir de casa para ir al cónsul español, como tenía obligación, para que me refrendara el pase, al primero que encontré le pregunté por la calle en que me habían dicho vivía el cónsul, y este mismo señor a quien pregunté, no sólo me dijo la calle, sino que, al verme solo, tuvo la amabilidad de venirme a acompañar. El habló por mí y me despacharon muy bien y me volvió a acompañar a mi posada; y en todos aquellos cinco días, mañana y tarde, me venía a buscar a mi cuarto y me acompañaba a visitar las iglesias, camposanto y todo lo más precioso que hay en aquella población en materia de Religión, pues que de edificios y cosas profanas ni siquiera me habló jamás.

128. Finalmente, llegó la hora de la embarcación, que fue la una de la tarde. Un poco antes se presentó en mi cuarto, cogió mi hatillo y de todos modos lo quiso llevar, y así, los dos solitos, nos dirigimos al puerto y frente al buque nos despedimos; pero todos aquellos cinco días estuvo conmigo tan fino, tan atento, tan amable y tan ocupado de mí, que parecía que su gran Señor le enviaba para que me cuidara con todo esmero; más parecía ángel que hombre; tan modesto, tan alegre y grave al mismo tiempo, tan religioso y devoto, que siempre me llevaba a los templos, cosa que a mí me gustaba mucho; nunca me habló de entrar en ningún café ni cosa semejante, ni jamás le vi comer ni beber, porque a estas horas se iba y me dejaba y luego volvía.

 

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De lo que ocurrió en el buque

 

129. A la una de la tarde me embarqué, y antes había rezado vísperas y completas, para no exponerme a rezar mal por motivo de las maniobras que siempre hay que hacer en las primeras horas, y quizás a no poder rezar en caso de marearme. Al llegar al buque, donde había mucha gente de varias naciones que hacían aquella travesía, oí a unos que hablaban en castellano, y me dio una gran alegría y les pregunté ¿Son ustedes españoles? Me contestaron que sí y me explicaron que eran religiosos benedictinos que habían salido de Navarra por motivo de lo que había hecho el general Maroto, y que se iban a Roma; me contaron las penas y trabajos que habían pasado y la miseria actual en que se hallaban. También me dijeron que en el mismo buque había otro español, catalán, que estaba muy afligido; que al pasar la frontera le habían robado. Cabalmente éste era el que había de venir conmigo y me faltó a la palabra. Le vi y estaba hecho una miseria; le consolé como pude. En estas conversaciones pasamos la tarde y principios de la noche.

130. Como mi viaje a Roma no era por recreo, sino para trabajar y sufrir por Jesucristo, consideré que debía buscar el lugar más humilde, más pobre y donde tuviese más oportunidad de sufrir. Al efecto, pagué el flete de andar sobre cubierta y a la parte de la proa, que es el lugar más pobre y barato de la embarcación. Después de haberme retirado solo a rezar el Rosario y demás devociones, busqué un puesto para descansar un poco y no hallé otro más a propósito que un montón de cuerda arrollada, en que me senté, y descansé la cabeza sobre un cañón de artillería que estaba en la tronera del lado del buque.

131. En esta posición meditaba cómo estaría Jesucristo descansando cuando iba embarcado con sus discípulos, y esta meditación fue tan propia, que aun el Señor quiso que fuese algo parecida en la tempestad; porque estando ya descansando, se levantó tan recia tempestad que el agua entraba dentro del buque. Yo, sin moverme, sentado sobre aquella rueda o montón de cuerda, me puse el capote encima de la cabeza, y el hatillo con la provisión y sombrero encima el regazo arrimado al cuerpo, teniendo la cabeza un poco inclinada por delante a fin de que se escurriese el agua, que me venía encima, de las olas que se estrellaban contra el buque. Así es que cuando oía el golpe de la ola yo inclinaba la cabeza, daba la espalda y me caía encima el agua.

132. Así pasé toda la noche hasta el amanecer en que vino la lluvia y calmó la tempestad, y si antes me había mojado con el agua del mar, después me mojé con el agua dulce de la lluvia. Todo mi equipaje consistía en una camisa, un par de medias, un pañuelo, la navaja de afeitar y un peine, el Breviario y la santa Biblia de un volumen muy pequeño. Mas como a los que van encima cubierta, no se les da nada de comida, es preciso que cada uno lleve su provisión para el viaje. Como yo ya lo sabía. antes de embarcarme hice en Marsella mi provisión, que consistía en una torta de pan de alguna libra y un pedazo de queso. Esta fue toda mi provisión para los cinco días de embarcación de Marsella a Civitavecchia, entre las escalas que hicimos y las tempestades que tuvimos. Y como la tempestad fue tan larga y fuerte, cavó mucha agua encima, de modo que me caló todo el capote y me mojó el pan y el queso, y así lo tuve que comer, y no obstante de estar muy salado, como tenía bastante hambre, me sabía muy bien.

133. El día siguiente de la embarcación, calmada la tempestad y secada la lluvia, saqué el Breviario y recé los maitines y horas menores. Concluido el rezo, se me acercó un señor inglés, que me dijo que era católico y que amaba a los sacerdotes católicos, y después de haber hablado un rato se fue a su camarote y al cabo de poco vi que venía hacia mí con un plato en que traía una porción de duros. Yo, al verle venir, pensé: ¿Qué vas a hacer? ¿Aceptaras o no ese dinero?... Y me dije entre mí: Tú no lo necesitas, pero ya lo necesitan aquellos infelices españoles, y así los aceptarás y se los repartirás. Y, en efecto, así lo hice; los acepté, le di las gracias y fui a repartir aquellos duros entre aquellos infelices, que al instante se fueron a la cocina o repostería y compraron y comieron cuanto habían menester.

134. Otros señores viajeros hicieron lo mismo; también me dieron, y yo todo se lo repartí entre ellos, por manera que yo no me quedé un marevadí para mí, siendo así que para mí me lo daban, ni comí un bocado de lo que ellos habían comprado para comer; me contenté con mi pan mojado de agua del mar. Aquel señor inglés, al verme a mí tan pobre y desprendido y que aquellos comían de lo que habían comprado con el dinero que yo les había distribuido y que yo no comía nada, manifestó quedar tan edificado, que me vino a decir que él se desembarcaría en Livorno y que después, por tierra iría a Roma, y en un papel me dio escrito su nombre y el palacio adonde iba a vivir, y que fuese a verle y que me daría cuanto necesitase.

135. Toda esta aventura me confirmó en la persuasión en que yo estaba, que, para edificar y mover a las gentes, el mejor y más eficaz medio es el ejemplo, la pobreza, el desprendimiento, el no comer, la mortificación, la abnegación. Este señorón inglés, que andaba con lujo asiático, dentro del buque llevaba el coche, criados, pájaros, perros, que parece que mi aspecto le había de excitar el desprecio; pero al ver un sacerdote pobre, desprendido, mortificado, le movió de tal manera, que él mismo no sabía cómo manifestar la afectación. Y no sólo él, sino también todos los viajeros, que no eran pocos, todos me manifestaron respeto y veneración; y quizás si me hubiesen visto que en la mesa alternaba con ellos y que me las echaba de rico y garboso, me habrían murmurado y despreciado, como he visto que lo han hecho con otros; por manera que la virtud es tan necesaria al sacerdote, que aun los malos quieren que nosotros seamos buenos.

136. Después de cinco días de embarcación llegamos a Civitavecchia, y de allí nos dirigimos a Roma y llegamos 1 sin novedad por la bondad y misericordia de Dios. ¡Oh cuán buenos sois, Padre mío! ¡Quién acertara siempre a serviros con toda fidelidad y amor! Dadme continuamente vuestra gracia para conocer lo que es de vuestro agrado y fuerza de voluntad para ponerlo por obra! ¡Ay Señor y Padre mío, no deseo más que conocer vuestra santísima voluntad para cumplirla, no quiero otra cosa más que amaros con todo fervor y serviros con toda fidelidad! ¡Madre mía, Madre del amor hermoso, ayudadme!...

 

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De la llegada a Roma

y entrada en el Noviciado de la Compañía de Jesús

 

137. Serían las diez de la mañana cuando llegamos a Roma. Los religiosos se fueron a un convento de su Orden y nos separamos. Yo y el ordenando catalán nos fuimos al convento que más pronto hallamos a preguntar en dónde había ordenandos catalanes. Nos acercamos a la portería del convento de la Transpontina, que son Religiosos Carmelitas, y preguntamos al hermano portero si en aquel convento había algún religioso español, y nos contestó que sí, que el Padre principal, que se llamaba Rmo. Comas, era español catalán. Fuimos a su celda y nos recibió muy bien. Le preguntamos si sabía en dónde había catalanes ordenandos y él nos dijo que en el convento de San Basilio, y tuvo la caridad y amabilidad de acompañarnos, no obstante de distar cerca de una hora la Transpontina de San Basilio.

138. Los catalanes ordenandos nos recibieron muy bien, no obstante de no habernos jamás visto ni conocido. Yo, desde luego, empecé a practicar las diligencias, según el objeto que me había propuesto en este viaje. No llevaba más que una carta de recomendación para el Ilmo. Sr. Vilardell, catalán, Obispo del Líbano, consagrado hacía poco, y cuando llegué a Roma ya había salido para su destino. Me dirigí al Emmo. señor Cardenal de Propaganda Fide, y cabalmente en aquellos días había salido al campo y me dijeron que por todo el mes de octubre estaría fuera. Yo creí que aquello era providencial a fin de que tuviese tiempo para hacer los ejercicios espirituales que cada año hacía desde que era estudiante, y este año aún no había podido hacer por razón del viaje.

139. Al efecto, me dirigí a un padre de la casa Profesa de la Compañía de Jesús, me alabó el pensamiento de hacer los ejercicios, me entregó el libro de los Ejercicios de San Ignacio por el cual los había de hacer, me dio los consejos que creyó necesarios y empecé los ejercicios. En los días que él me señaló le daba cuenta de mi espíritu, y a los últimos días me dijo: Ya que Dios Nuestro Señor le llama a las misiones extranjeras, mejor sería que usted se agregara a la Compañía de Jesús; que por medio de ella sería enviado y acompañado; que no andar solo, que es cosa muy expuesta. Yo le contesté: Que para mí bien conocía que sería mejor; pero ¡qué hago yo para que la Compañía me admita!

140. Yo tenía una idea formada de la Compañía tan alta y agigantada que ni siquiera había soñado que me admitiesen, porque yo consideraba a todos los Padres como grandes en virtud y ciencia, y yo en ambas cosas me he considerado y soy de verdad un puro pigmeo, y así lo dije al Padre que me dirigía. Entonces él me animó, y me dijo que escribiera un memorial al Padre General que vivía en la misma casa profesa.

141. Lo hice todo como él me dijo, y el día siguiente de haber entregado la solicitud, el Padre General me quiso ver. Fui allá, y así como llegué a su cuarto salía el Padre Provincial. Habló conmigo un buen rato y me dijo: Aquel Padre que salía cuando usted entraba es el Padre Provincial que vive en Sant' Ardrea de Monte Cavallo; vaya usted allá y dígale que yo le envío, y que cuanto haga, yo lo doy por bien hecho. Fui al momento, me recibió muy bien, y el día 2 de noviembre ya vivía en el noviciado... por manera que de la noche a la mañana me hallé Jesuita. Cuando me contemplaba vestido de la santa sotana de la Compañía, casi no acertaba a creer lo que veía, me parecía un sueño, un encanto.

142. Como acababa de hacer los ejercicios me hallaba muy fervoroso. Así es que todo mi afán era aspirar a la perfección, y como en el noviciado veía tantas cosas buenas, todo me llamaba la atención; todo me gustaba mucho y se me grababa en el corazón; de todos tenía que aprender y de verdad aprendía ayudado de la gracia del Señor. Yo me confundía mucho cuando veía a todos tan adelantados en la virtud y yo tan atrasado. Cuando quedé más confundido y avergonzado de mí mismo fue la noche antes de la fiesta de la Inmaculada Concepción, cuando se leía el catálogo de las obras buenas que se habían hecho en preparación de la fiesta y en obsequio de María Santísima.

143. Esto se hacía de esta manera cuando se acercaba una festividad del Señor, de la Santísima Virgen o de algún Santo especial. Cada uno, con permiso del Director espiritual, se proponía la práctica de alguna virtud, según su inclinación o necesidad particular; cada uno hacía sus correspondientes actos y continuaba así, practicando y apuntando todo lo que hacía y cómo lo hacía. Al llegar la tarde última se cerraba la lista de lo que se había hecho, en forma de cartita, y se tiraba en el buzón que había en la puerta del cuarto del Padre Rector. Luego el Padre tenía un ayudante que recogía aquellas listitas, y de ellas formaba un catálogo como una letanía que se leía por la noche en la Capilla, estando todos reunidos.

144. Esta lista estaba encabezada en estos términos: Virtudes que los Padres y Hermanos de esta casa han practicado en obsequio de María Santísima y en preparación de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Ha habido sujeto que ha hecho tantos actos de tal virtud, de esta y de esta manera. Ha habido sujeto que ha hecho esto y esto, y de esta manera, y así iba siguiendo el catálogo de todos. De cuantas prácticas vi en aquella santa casa, ésta me pareció que era una de las mejores o de las que a mí más me gustó y aprovechó. Como no se decía el nombre de quién practicaba aquella virtud, no había peligro de vanidad de parte de él, y todos nos aprovechábamos al saber cómo lo había practicado, para hacer una cosa parecida en otra ocasión. ¡Oh cuántas veces me decía: ¡Qué bien te estaría a ti esta virtud! La has de poner por obra. Y así lo hacía ayudado de la gracia de Dios.

145. Por regla no hay mortificaciones mandadas, pero quizá en ninguna religión se practican más que en la Compañía. Unas se ven, otras no; pero todas se han de hacer con la venia del Director. Los viernes todos ayunaban, el sábado casi también, porque por la noche, además de la ensalada, pasaban un huevo para cada uno, pero nadie lo tomaba. Los postres, los más los dejaban o tomaban muy poco. De los demás platos también dejaban mucho y siempre dejaban lo que más les gustaba. Había observado que todos comían muy poco en todos los días, y los Padres más graves siempre eran los que comían menos.

146. Había uno que se llamaba el Padre espiritual, y lo era de la casa. que casi cada día de la semana, menos los domingos, no comía más que pan, ni bebía otra cosa que agua, y estando arrodillado delante de una mesa más bajita en medio del refectorio y en esta postura estaba mientras duraba la comida o la cena de la Comunidad. El que miraba aquel hombre tan venerable arrodillado delante de una mesita de pan y agua, ¡cómo no se había de avergonzar de estar sentado y comer regaladamente!

147. Había un Padre que hacía de portinaro o cabo, y los miércoles, viernes y sábados y vigilias de fiestas principales, pasaba un cuadernito en blanco en que cada uno ponía brevemente lo que deseaba hacer, v. gr.: El Padre o el Hermano tal desea comer en el suelo besar los pies bendición de mesa y gracias con los brazos en cruz servir a la mesa lavar los platos, etc.

Todo esto se hacía sin faltar al silencio, y se practicaba de esta manera. Cuando era la hora pasaba el portinaro, tocaba y abría la puerta del cuarto y se quedaba fuera, salía el Padre a la puerta, tomaba el cuadernito, se iba a su mesa y en un solo renglón escribía lo que intentaba practicar, y devolvía el cuadernito, y así pasaba por todos. Luego se presentaba al Rector y éste decía: Fulano y Fulano, sí; los otros, no. Volvía a pasar el portinaro, tocaba y abría la puerta y desde allí con la cabeza indicaba sí o no.

148. Además de estas mortificaciones exteriores había otras ocultas, como eran cilicios, cadenillas de brazo, muslo, disciplinas, etc., etc.; fregar vasos humildes, excusados, faroles, quinqués, etc., etc., pero para todo se necesitaba permiso.

149. Había ciertas mortificaciones que ellos daban sin uno pedir y casi sin conocer. Diré algunas que pasaron por mí. Yo nunca he sido aficionado al juego, y por lo mismo me hacían jugar todos los jueves en que nos hacían ir a una huerta. Yo, con toda sencillez, supliqué al P. Rector que tuviera la bondad de dejarme estudiar u orar en lugar de jugar, y me contestó redondamente que jugase, y que jugase bien. Yo puse tanto cuidado en jugar bien, que ganaba todas las partidas.

150. Vi en cierta ocasión a un sacerdote de la casa que todos los días festivos tenía que celebrar la misa muy tarde, y conocí que el tener que estar tanto tiempo en ayunas le tenía algún tanto molesto, aunque él no se quejaba por esto. Yo, movido de compasión, dije al Superior que, si era su gusto y voluntad, yo diría la misa tarde, porque a mi no me daba pena el desayunarme tarde, y aquel sacerdote la podría celebrar en la hora que yo la celebraba, que era una hora muy cómoda. Me dijo que ya vería, y el resultado fue que después siempre me la hicieron celebrar más temprano que antes.

151. Ya he dicho que cuando fui a Roma sólo llevaba el Breviario de todo el año y una Biblia de letra pequeña para leerla todos los días, aun de viaje, porque siempre he sido aficionado a la lectura de la Santa Biblia. Pues bien, al llegar al Noviciado me colocaron (en una celda) que había todos los libros que había menester, menos la Biblia, que yo tanto apreciaba. Cabalmente, con la ropa de mi uso se llevaron también la Biblia que yo había traído; la pedí y me dijo: Bien; Pero la Biblia jamás la vi hasta que tuve que salir por enfermo, que entonces me la devolvieron.

152. Muy grande favor me hizo el Señor en llevarme a Roma, y en introducirme, aunque (por) poco tiempo, entre aquellos padre y Hermanos tan virtuosos. ¡Ojalá me hubiese yo aprovechado!, Pero si no me ha aprovechado a mí, me ha servido mucho para hacer el bien en los prójimos. Allí aprendí el modo de dar los Ejercicios de San Ignacio, el método de predicar, catequizar y confesar con grande utilidad y provecho. Allí aprendí otras cosas que con el tiempo me han servido mucho. ¡Bendito seáis, Dios mío, que tan bueno y misericordioso habéis sido conmigo! Haced que os ame, que so sirva con todo fervor y que os haga amar y servir en todas las criaturas. ¡Oh criaturas todas, amad a Dios, servid a Dios! Probad y ved por experiencia cuán suave es amar y servir a Dios. ¡Oh Dios mío! ¡Oh bien mío!

 

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De las oraciones que escribí estando en el Noviciado

 

153. Como en las recreaciones no se hablaba de otra cosa que de virtudes, de la devoción a María Santísima y de la manera de ganar almas para el cielo, así es que en aquellos días prendió en mí tan fuertemente la llama del celo de la mayor gloria de Dios y de la salvación de las almas, que me tenía enteramente devorado. Yo me ofrecía enteramente a Dios sin reserva, yo pensaba y discurría continuamente qué haría para el bien de mis prójimos, y ya que no llegaba el tiempo de trabajar, me empleaba en orar. Entre otras cosas, escribí estas dos oraciones:

154. [Primera oración].- ¡Oh Santísima María, concebida sin mancha original, Virgen y Madre del Hijo de Dios vivo, Reina y Emperatriz de cielos y tierra! Ya que sois Madre de piedad y misericordia, dignaos volver esos vuestros tiernos y compasivos ojos hacia este infeliz desterrado en este valle de lágrimas, angustias y miserias, que, aunque desgraciado, tiene la dichosa suerte de ser hijo vuestro. ¡Oh Madre mía, cuánto os amo! ¡Cuánto os aprecio! ¡Oh, cuanta es la confianza que en Vos tengo de que me daréis la perseverancia en vuestro santo servicio y la gracia final¡

155. Al propio tiempo, Madre mía, os suplico y pido la destrucción de todas las herejías, que están devorando el rebañó de vuestro santísimo Hijo; acordaos, oh piadosísima Virgen, que Vos tenéis poder para acabar con todas ellas; hacedlo por caridad, por aquel grande amor que profesáis a Jesucristo, Hijo vuestro; mirad que estas almas, redimidas con el precio infinito de la sangre de Jesús, vuelven otra vez en poder del demonio, con desprecio de vuestro Hijo y de Vos.

156. Ea, pues, Madre mía, ¿qué falta? ¿Queréis acaso un instrumento del que valiéndoos pongáis remedio a tan gran mal? Aquí tenéis uno, y al mismo tiempo que se conoce el más vil y despreciable, se considera el más útil a este fin, para que así resplandezca más vuestro poder y se vea más visiblemente que sois Vos la que obráis y no yo. Ea, amorosa Madre, no perdamos tiempo; aquí me tenéis, disponed de mí; bien sabéis que soy todo vuestro. Confía que así lo haréis por vuestra gran bondad, piedad y misericordia, y os lo ruego por el amor que tenéis al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.

157. Otra oración.- ¡Oh inmaculada Virgen y Madre de Dios, Reina y Señora de la gracia! Dignaos por caridad dar una compasiva mirada a este mundo perdido. Reparad cómo todos han abandonado el camino que se dignó enseñarles vuestro santísimo Hijo; se han olvidado de sus santas leyes y se han pervertido tanto, que se puede decir: Non est qui faciant bonum, non est usque at unum. Se ha extinguido en ellos la santa virtud de la fe, de suerte que apenas se encuentra sobre la tierra. ¡Ay! Extinguida esta divina luz, todo es obscuridad y tinieblas, y no saben dónde caen. Sin embargo, agolpados van con paso apresurado por el ancho camino que les conduce a la eterna perdición.

158. ¿Y queréis Vos, Madre mía, que yo, siendo un hermano de estos infelices, me mire con indiferencia su fatal ruina? ¡Ah, no¡ Ni el amor que tengo a Dios, ni el amor al prójimo lo pueden tolerar; porque ¿cómo se dirá que yo tengo caridad o amor de dios si, viendo que mi hermano está en necesidad, no lo socorro? ¿Cómo tendré caridad si sabiendo que en un camino hay ladrones y asesinos que roban y matan a cuantos pasan, no obstante no se lo advierto a los que se dirigen allá? ¿Cómo tendré caridad si, sabiendo que los carnívoros lobos están degollando a las ovejas de mi amo, callo? ¿Cómo tendré caridad si enmudezco al ver cómo roban las alhajas de la casa de mi Padre, alhajas tan preciosas que cuestan la sangre y la vida de un Dios, y al ver que han pegado fuego a la casa y heredad de mi amadísimo Padre?

159. ¡Ah!, no es posible callar, Madre mía, en tales ocasiones; no, no callaré, aunque supiese que de mí han de hacer pedazos; no quiero callar; llamaré, gritaré, daré voces al cielo y a la tierra a fin de que se remedie tan gran mal; no callaré; y si de tanto gritar se vuelven roncas o mudas mis fauces, levantaré las manos al cielo, espeluznaré mis cabellos, y los golpes que con los pies daré al suelo suplirán la falta de mi lengua.

160. Por tanto, Madre mía, desde ahora ya comienzo a hablar y a gritar; ya acudo a Vos; sí, a Vos, que sois Madre de misericordia; dignaos dar socorro a tan grande necesidad; no me digáis que no podéis, porque yo sé que en el orden de la gracia sois omnipotente. Dignaos, os suplico, dar a todos la gracia de la conversión, pues que sin ésta no haríamos nada, y entonces enviadme y veréis cómo se convierten. Yo sé que daréis esta gracia a todos los que de veras la pedirán; pero si ellos no la piden, es porque no conocen su necesidad, y tan fatal es su estado, que ni conocen lo que les conviene, y esto cabalmente me mueve aún más a compasión.

161. Por tanto, yo como primero y principal pecador, la pido para todos los demás y me ofrezco por instrumento de su conversión. Aunque esté destituido de toda dote natural para este objeto, no importa, mitte me, así se verá mejor que gratia Dei sum id quod sum. Tal vez me diréis que ellos, como enfermos frenéticos, no querrán escuchar al que les quiere curar, antes bien me despreciarán y perseguirán de muerte. No importa, mitte me, porque cupio esse anathema pro fratribus meis. O bien me diréis que no podré sufrir tantas impertinencias de frío, calor, lluvias, desnudez, hambre, sed, etc., etc. No hay duda que de mi parte nada puedo soportar, pero confío en Vos y digo: Omnia possum in ea quae me confortat.

162. ¡Oh María, madre y esperanza mía, consuelo de mi alma y objeto de mi amor! Acordaos de las muchas gracias que os he pedido, y todas me las habéis concedido. ¿Cabalmente ahora hallaré agotado ese manantial perenne? No, no se ha oído ni se oirá jamás que ningún devoto vuestro haya sido reprochado de Vos. Ya veis, Señora, que todo esto que os pido se dirige a la mayor gloria de Dios y vuestra y al bien de las almas; por esto lo espero alcanzar y lo alcanzaré, y para que os mováis a concedérmelo más pronto, no alegaré méritos míos, porque no tengo sino deméritos; os diré, sí, que como Hija que sois del Eterno Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, es muy conforme que celéis el honor de la Santísima Trinidad, de la que es viva imagen el alma del hombre, y además esa misma imagen es bañada con la sangre de Dios humanado.

163. Habiendo Jesús y Vos hacho tanto por ella, ¿ahora la abandonaréis? Es verdad que de este abandono es merecedora; mas por caridad os suplico que no la abandonéis; os lo pido por lo más santo y sagrado que hay sobre el cielo y la tierra; os lo pido por aquel mismo a quien yo, aunque indigno, hospedo todos los días en mi casa, le hablo como amigo, le mando y me obedece, bajando a mi voz del cielo. Este es el mismo Dios que os preservó de la culpa original, que se encarnó en vuestras entrañas, que os colmó de gloria en el cielo y os hizo abogada de los pecadores; y éste, no obstante de ser Dios, me oye, me obedece cada día; pues oídme Vos, a lo menos esta vez, dignaos concederme la gracia que os pido. Confío que lo haréis, porque Vos sois mi Madre, mi alivio, mi consuelo, mi fortaleza y todas las cosas después de Jesús. ¡Viva Jesús, viva María! Amén.

164. Jaculatoria.- ¡Oh Jesús y María! El amor que os tengo me hace desear la muerte para poder estar unidos en el cielo; pero es tan grande este amor, que me hace pedir larga vida para ganar almas para el cielo. ¡Oh amor! ¡Oh amor! ¡Oh amor! Estas dos oraciones, como he dicho, las escribí en el Noviciado de Roma. El P. Ministro las vio y le gustaron. Todo sea para la gloria de Dios y la salvación de las Almas.

 

C A P Í T U L O    V I I

 

De la salida de Roma y llegada a España

 

165. Me hallaba yo muy contento en el Noviciado, estando siempre ocupado en las conferencias que hacíamos de catequizar, predicar y confesar. Además, todos los viernes íbamos al Hospital de San Giácomo a confesar a los enfermos, y los sábados a predicar en la cárcel a los presos. Yo entré en el Noviciado el día 2 de Noviembre de 1839, día de Animas, y, pasado el día 2 de Febrero, día de la Purificación de María Santísima del año 1840, esto es, cuatro meses después de haber entrado, empezamos los Ejercicios de San Ignacio, que duraron un mes. Yo los empecé con muchísimo gusto y con grandes deseos de aprovecharme bien de ellos.

166. Así iba siguiendo y adelantando, cuando he aquí que un día me vino un dolor tan grande en la pierna derecha, que no podía caminar. Fue preciso ir a la enfermería. Me aplicaron los remedios oportunos y me alivié algún tanto, pero no del todo, y se temieron que quedaría tullido. Al verme así, el P. Rector me dijo: Lo que pasa en V. No es natural, pues que tan contento, alegre y sano como ha estado siempre, y ahora cabalmente en estos días esa novedad, me hace pensar que el Señor quiere alguna otra cosa de V. Y me dijo: Si le parece bien, se consultará con el P. General, que es tan bueno y que tantos conocimientos (tiene) de Dios; le consultaremos. Yo le contesté que me parecía muy bien y me presenté a él. Me oyó con mucha atención, y, después de haber oído mi narración de todo lo ocurrido, me dijo con toda resolución, sin titubear: Es la voluntad de Dios que V. Vaya pronto a España; no tenga miedo, ánimo.

167. Con esta tan terminante resolución no hubo otro remedio que volver para España. Y con el tiempo se conoció que el P. General estaba inspirado cuando me dijo estas palabras. Y en una de las cartas que me escribió me decía: Dios le llevó a la Compañía no para que se quedase en ella, sino para que aprendiese a ganar almas para el cielo. A mediados del mes de marzo salí de Roma en dirección a Cataluña. Los PP. De la Compañía querían que fuese a fijarme en la ciudad de Manresa, y el Rmo. P. Fermín de Alcaraz quería que fuese a Berga, en que se estaban dando misiones, dejándome, no obstante, en entera libertad, según las circunstancias de aquellos tiempos. Me puse en observación desde Olost; de Olost pasé a Vich, y el Superior me dijo que (no) debía ir a ninguno de estos dos puntos, sino que pasase a Viladrau, y al efecto me dio el nombramiento de Regente, y fui el día 13 de mayo. Aquí me acabé de restablecer de mis males.

168. En la Parroquia de Viladrau había un cura párroco anciano e imposibilitado, y además había un teniente cura de la misma población. Todas las temporalidades iban a cuenta del Cura; a mí me daba la subsistencia nada más y yo cuidaba de lo espiritual. Mas como había teniente cura, en mi ausencia cargaba él con toda la parte espiritual. Y así me vino muy bien para empezar desde allí las misiones.

169. ¡Cuán admirable es la Providencia del Señor, cómo me libró de ir a Berga, en donde indispensablemente me habría comprometido con el mero hecho de ir allá, en que de asiento estaban los realistas! ¡Bendito seáis, Dios mío, que todo lo habéis dispuesto del modo mejor para gloria vuestra y salvación de las almas!

 

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Del principio de las misiones

 y de la curación de enfermedades

 

170. Establecido en la Parroquia de Viladrau de regente, cuidaba del mejor [modo] que sabía del bien espiritual de aquellas almas. (En) los domingos y fiestas explicaba el Evangelio por la mañana en la Misa mayor y por la tarde enseñaba el catecismo a los chicos y grandes de ambos sexos. Todos los días visitaba a los enfermos, y como Viladrau no era pueblo fortificado, así es que cada rato venía uno y otro partido; y como los médicos, por lo regular, son hombre de noticias, de aquí es que fueron perseguidos de todos los partidos, y así quedó la población sin ningún médico.

171. Y así me fue preciso hacer yo de médico corporal y espiritual, ya que por os conocimientos que tenía, ya por los estudios que hacía en los libros de medicina que me procuré; y cuando se presentaba algún caso dudoso, miraba los libros, y el Señor de tal manera bendecía los remedios, que de cuantos visité ninguno murió. Y así fue cómo empezó a correr la fama que yo curaba, y venían enfermos de diferentes lugares.

172. En esta Parroquia de Viladrau empecé las Misiones el día 15 de agosto del año 1840, [en] que hice la novena de la Asunción de la Virgen María. Después hice otra misión en la parroquia de Espinelvas, a una hora larga de Viladrau. Luego pasé a la parroquia de Seva; ésta ya fue más ruidosa. Fue mucha la gente que concurrió y que se convirtió e hizo confesión general. Aquí empecé a tomar fama de misionero.

173. Por noviembre hice el novenario de Animas en Igualada y Santa Coloma de Queralt, con grandísima aceptación. Y así estuve en Viladrau ocho mese saliendo y volviendo; pero no fue posible continuar por más tiempo, porque, como he dicho, mientras me hallaba en la población visitaba cada día a todos los enfermos, y todos sanaban, y sólo se morían los que enfermaban en mi ausencia. Así es que, cuando volvía, se me presentaban los parientes y me decían, como Marta y María al Salvador: Domine, si fuisses hic, frater meus non fuisset mortuus, y como no podía resucitar a los finados como Jesús, muertos quedaban. Y eso me afligía mucho al ver las lágrimas de las gentes y al oír las razones que alegaban para que no saliese de la Parroquia a predicar.

174. Y esto me obligó a pedir al Superior que me exonerara del encargo de Regente y me dejase libre de curatos y que [me] contase pronto a su disposición para ir a predicar a donde quisiese. Y así lo hizo, y me separé de Viladrau, con grande sentimiento de toda la gente por las curaciones que Dios N. S. Por mí obraba, pues que yo conozco que aquello era más que natural. Yo no me introducí a curar enfermos para ganar dinero ni otra cosa que lo valiera, pues nunca acepté cosa alguna; sólo lo hacía por necesidad y por caridad.

175. Por el verano había niños que estaban enfermos, y con sólo una vez de aplicarles el remedio, ya quedaban sanos. A un joven de 25 años que ya se hallaba sin sentido y a punto de expirar, visité a la una de la noche, le apliqué un simple remedio, cobró los sentidos y a los dos días ya estaba curado completamente.

176. En un arrabal de la población de Viladrau había una mujer casada que padecía dolor reumático; y sufría tanto, que la violencia del mal le había encogido los nervios, de tal modo que la infeliz se había vuelto como una pelota. No obstante este lastimoso estado, concibió, pero los trabajos fueron a los nueve meses para el parto. Cabalmente se cumplía este tiempo mientras me hallaba en la parroquia de Seva haciendo un novenario de almas, y como sabían el día que había de volver, me salieron al encuentro y me dijeron que aquella mujer se hallaba en dolores de parto y sin esperanzas de vida, y, por lo mismo, el Señor Teniente Cura le había administrado los sacramentos de penitencia, viático y extremaunción y que no faltaba más que expirar. Pero los de la casa de la enferma y aun la misma e.ferma todos me deseaban ver. Al momento fui a la casa a verla; sin llegar al curato, conocí su crítica situación y el remedio que se debía aplicar. Pero yo dije a su marido que no lo debía hacer, que era indispensable ir a la población de Taradell a buscar un médico cirujano. Fueron por él con una carta mía que le explicaba todo lo que había, y el médico, al leer la carta, vio que era tan desesperado el caso, que se excusó y no quiso venir. Me dieron la respuesta, y entonces dije yo a los de la casa que cogieran ciertas hervidas, y el resultado fue que parió muy bien, y con el desarrollo aun se curó del reuma y se puso buena, de manera que al cabo de unos pocos días por sí misma vino a Misa.

177. También se curó un joven de diez y seis años tullido completamente, que ya no hacían remedio ninguno, teniendo por inútil cuanto se practicase. Al pasar un día por la calle, le vi a la puerta y pregunté su madre qué tenía y cuánto tiempo hacía que se hallaba así, y me contestó... Yo le dije: Practicad esto y esto, y a los pocos días ya le vi curado en la Iglesia que oía la Santa Misa.

178. En aquella población y en sus alrededores hay muchas jóvenes de quince a diez y nueve años que sufren de una enfermedad que llaman espatlladas o naurella, y es que con los esfuerzos que hacen amasando el pan o yendo por agua, leña u otras cosas fatigosas sobre sus fuerzas, las vegiguitas de la fuerza sufren una cisura , que después les da mucho que sentir. Y como el que sufre busca remedio, y no hallándolo en los médicos se van a ciertos curanderos que con sus charlatanerías dicen que curan y no es así, les cobran dinero y muy comúnmente hacen cosas poco decentes con tales enfermas; yo viendo o sabiendo esto, encomendé el negocio a Dios Nuestro Señor, y me ocurrió el remedio que se había de aplicar, que consistía en un parche y guardar quietud por unos pocos días, con cuyo remedio todas sin excepción curaban; pero como se sabía las acciones poco decentes que hacían con el pretexto de curar, por miedo que se creyera que yo hacía otro tanto, me valí de este remedio. Había en la misma población una viuda anciana muy virtuosa y le dije: Cuando venga alguna joven acompañada de su propia madre que diga que es espatllada, le aplicará un parche de esta y esta manera. Y así todas las que , acompañadas de sus madres, me venían a suplicar para curar de esta enfermedad, las remitía a aquella viuda, y ella las aplicaba el parche, y todas curaban, y así yo no me comprometía.

179. Como aquella población había sido tan trabajada por la guerra civil, pues que a lo menos había sido saqueada trece veces, había habido sorpresas de unos y otros, fuegos y muertes, de cuyas resultas y de espantos, tristezas y disgustos, había muchas gentes, y singularmente mujeres, (que tenían) enfermedades histéricas que las hacían sufrir mucho, me venía a hablar. Yo hice tomar aceite común con algunas cosas que hacía hervir en dicho aceite, y con él se daban por sí mismas cierta unción, y todas quedaban curadas.

180. Permaneciendo en Viladrau, todos los enfermos de la población y muchos que de fuera traían, todos queda[ban] curados. Y como se extendió de aquí la fama, así es que en todas las poblaciones adonde iba se me presentaban muchísimos enfermos de toda clase de enfermedades; y como eran tantos los enfermos y tan diversos los males y, por otra parte, yo me hallaba tan ocupado en predicar y confesar, no tuve por conveniente en señalar remedios físicos. Les decía que les encomendaría a Dios y entre tanto les hacía la señal de la santa cruz y les decía estas palabras: Super aegros manus imponet et bene habebunt. Y decían que quedaban curados.

181. Yo estoy que curaban por la fe y confianza con que venían, y Dios N. S. Les premiaba su fe con la salud corporal y espiritual, porque les exhortaba a que se confesasen bien de todos sus pecados, y ellos lo hacían. Y además, el Señor así lo hacía también no por mis méritos, que ningunos tenía, sino para dar importancia a la divina palabra que predicaba, pues que, como había pasado tanto tiempo que no habían oído más que maldades, blasfemias y herejías, Dios N. S. Les llamaba la atención con estas cosas corporales. Y, a la verdad, la gente se reunía en grandes masas, oía la divina palabra con gran fervor, hacían confesiones generales en la misma población o en otras, porque muchas (veces) era imposible oír en penitencia a cuantos deseaban y pedían confesión.

182. ¡Oh Dios mío, cuán bueno sois! Os servíais de las mismas enfermedades de cuerpo para remediar las del alma. Os valíais de este miserable pecador para curar a cuerpos y almas. Evidentemente, se veía entonces lo que dice el Profeta: Domini est salus. Sí, Señor, vuestra es la salud, y Vos la dábais.

 

C A P Í T U L O     I X

 

De la curación de energúmenos y de las muchas ficciones

que hay entre los que se dice que están posesos

 

183. Otra clase de enfermedad había que me era más molesta y que me llevaba más tiempo. Y ésta era la de energúmenos, posesos y obsesos. En un principio que misionaba se me presentaban muchísimos que se decía estaban posesos, y sus parientes me suplicaban los exorcizara. Y como me hallaba competentemente autorizado, lo hacía, y de mil, apenas hallaba uno que pudiese estar cierto que era poseso; eran otras causas, ya físicas, ya morales, que aquí no calificaré.

184. Viendo yo que muchísimos no tenían tales demonios y, por otra parte, al ver que me hacían perder mucho tiempo, que lo necesitaba par oir las confesiones de los que se habían convertido por la predicación, me dije: Más necesario es que saque los demonios de las almas que están en pecado mortal que no del cuerpo, si es que éstos los tienen. Pensé que aquello podía ser un engaño del mismo demonio, y así me resolví a dejar los exorcismos y tomar otro camino, que era el siguiente.

185. Cuando se me presentaba alguno que me decía que estaba poseso, le preguntaba si quería curar...; si deseaba de veras curar...; si creía que, haciendo lo que yo le diría, curaría... Si me aseguraba que sí, le mandaba tres cosas: Primera, que tomara con paciencia todas las cosas, que no se enfadara nunca (porque había observado que algunos tenían histérico de resultas de su mal genio o de rabietas que cogían, y con la paciencia les calmaba)

186. Segunda, les mandaba que no bebiesen vino ni otro licor, y esto se les exigía como ayuno indispensable para echar a esa especie de demonios (pues también había hallado que algunos bebían demasiado, y para tapar sus disparates echaban la culpa a los demonios).

187. Tercera, les hacía rezar cada día, siete veces el Padrenuestro y Avemaría a la Santísima Virgen, en memoria de sus siete dolores; además que hicieran una buena confesión general de toda la vida y que después comulgaran con la más fervorosa devoción. Sea lo que fuere, lo cierto es que después de algunos días me venían a dar gracias, diciendo que ya estaban libres y curados. Yo no diré que no hay posesos. Sí los hay, y he conocido algunos, pero muy pocos.

188. En el decurso de las Misiones había hallado algunos que por los sermones se habían convertido y decían francamente que no tenían tales posesiones ni enfermedades físicas, sino ficciones, ,por diferentes fines que se proponían, ya para llamar la atención, ya para que fuesen mimados y compadecidos, por alcanzar socorro y por mil otros fines.

189. Una me decía que todo lo hacía con todo conocimiento y malicia de la voluntad, pero que hacía cosas tan raras y extraordinarias, que ella misma se admiraba, y que, sin duda, el diablo cooperaría y la ayudaría, no por posesión diabólica, sino por malicia de su corazón, pues que conocía que naturalmente aquello no lo podía hacer.

190. Otra que vivía en una ciudad muy grande me dijo que de tal manera había sabido fingir que estaba posesa, que por mucho tiempo la habían hecho los exorcismos y que durante el tiempo bastante largo de su ficción había engañado a veinte sacerdotes de los que eran tenidos por más sabios, virtuosos y celosos de la ciudad.

191. Estos y otros casos que podría referir de personas que, arrepentidas de veras y movidas de la gracia, confesaban con humildad y claridad sus fechorías y diabólicas ficciones, me hicieron andar con mucha cautela en esta materia, y por esto me valía al último de la manera que ha dicho. ¡Oh Dios mío¡ ¡Cuántas [gracias] os debo dar por haber(me) hecho conocer los ardides de Satanás y de la gente fingida! Ese conocimiento es un don de vuestra santa mano. Iluminadme, Señor, para que no yerre jamás en la dirección de las almas. Yo bien sé, Señor, que el que tiene necesidad de sabiduría, basta que os la pida, y Vos la dais con largueza y, sin echarle en cara su indignidad, se la concedéis; pero a veces, por nuestra soberbia y quizás por flojedad, no acudimos a pedirla, y entonces nos hallamos privados de ella, aun aquellos hombre que pasan plaza de sabios y grandes teólogos.

 

C A P Í T U L O     X

 

192. Del cuidado que tenía que el prelado me enviase a predicar, porque estaba bien convencido de la necesidad que tiene el misionero de ser enviado para hacer fruto.

193. A mediados de enero de 1841, después de haber sido Regente en Viladrau por espacio de ocho (meses), regentando el curato y saliendo de cuando en cuando a predicar, por disposición del Prelado, en diferentes parroquias, salí finalmente para predicar continuamente en donde me enviara el Prelado, sin fijarme en ninguna parte. Mi residencia, si bien que permanecía bien poco, era (en) Vich, y desde esta Ciudad salía con una lista de poblaciones en que había de predicar.

194. No pocas veces, los Prelados de otras diócesis pedían a mi Prelado para que fuese a misionar en sus diócesis, y éste condescendía y yo iba, porque tenia por máxima inalterable de no ir jamás a predicar a ninguna parroquia ni diócesis sin la orden expresa de mi Prelado por dos razones muy poderosas: la una, porque así me llevaba por la virtud de la santa obediencia, virtud que el Señor al momento premiará; tanto es lo que le gusta. Así sabía que hacía la voluntad de Dios, que El era quien me enviaba y no mi antojo, y además veía claramente la bendición de Dios por el fruto que se hacía. La segunda razón era de conveniencia, porque como me pedían de todas partes con grande instancia, yo les satisfacía con estas solas palabras: que si el Prelado lo mandaba, iría de muy buena gana. Y así me dejaban a mí en paz, y con él se las entendían y él me enviaba a mí.

195. Conocí que nunca jamás el misionero se debe entrometer, debe ofrecerse al Prelado; debe decir: Ecce ego, mitte me, pero no debe ir hasta que el Prelado lo mande, que (será) mandato del mismo Dios. Todos los profetas del Antiguo Testamento fueron enviados por Dios. El mismo Jesucristo fue enviado de Dios, y Jesús envió a sus apóstoles. Sicut misit me Pater et ego mitto vos.

196. Y en las dos pescas milagrosas, que eran figura de las misiones, se ve la necesidad de la misión, cuándo y en qué lugar se ha de predicar para coger almas.

La primera, que nos refiere San Lucas (c. V), manifiesta la necesidad de la misión, pues que sin ella no se hace nada. Dice el Evangelista que Jesús dijo a los apóstoles: Echad vuestras redes para pescar. Simón replicó: Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido; no obstante, sobre tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho cogieron tan grande cantidad de peces, que la red se rompía, por lo que hicieron (seña) a los compañeros de otra barca que viniesen y que les ayudasen. Vinieron luego y llenaron tanto de peces las dos barcas, que faltó poco para que se hundiesen. San Pedro se admiró, y Jesús le dijo: No tienes por qué admirarte ni espantarte; de hoy en adelante hombres serán los que pescarás. Aquí se ve cómo esta pesca es figura de la misión y la necesidad que tenían de ser enviados y de cuándo habían de predicar.

197. La segunda pesca milagrosa es la que hicieron después de la Resurrección de Jesús, como refiere San Juan en el capítulo XXI, que Jesucristo se les presentó desconocido después de haber pescado en vano, pues nada habían cogido. Así es que Jesús les preguntó si tenían algo de comer, y le respondieron: Nada hemos cogido ni nada tenemos. Entonces Jesús les dijo: Echad la red a la derecha y hallaréis. Echáronla, pues, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que había. Contaron los peces, y eran ciento cincuenta y tres peces grandes. En esta segunda pesca se ve no sólo la necesidad de ser enviados, sino también cuándo han de predicar, y en el lugar que lo han de hacer, y la rectitud de intención que han de tener para coger almas de grandes pecadores; y no ciento cincuenta y tres, sino muchísimas, porque el 100, el 50 y el 3 son números misteriosos.

198. Esta necesidad de ser enviado y que el Prelado mismo me señalara el lugar, es lo que Dios me dio a conocer desde el principio. Y así es que, aunque los pueblos a que me enviaba eran muy malos y estaban desmoralizados, siempre se hacía grande fruto, porque Dios me enviaba, los disponía y preparaba. Y así tengan entendido los misioneros que sin la obediencia no vayan a ninguna población, por buena que sea; pero con la obediencia no tengan reparo en ir a cualquier población, por mala que sea. Por dificultades que se presenten, por persecuciones que se levanten, no teman; Dios los ha enviado por la obediencia; Él cuidará.

 

C A P Í T U L O     X I

 

Del fin que me proponía cuando iba a una población

enviado por el prelado

 

199. Cuando iba a una población, nunca me proponía ningún fin terreno, sino la mayor gloría de Dios y la salvación de las almas. No pocas veces me veía precisado a hacerles advertir esta verdad, que conocía era el argumento que más les convencía a buenos y a malos.

200. Vosotros sabéis que los hombres casi siempre obran por alguno de estos tres fines: 1.°, por interés o dinero; 2.°, por placer; 3.°, por honor. Por ninguna de estas tres cosas estoy misionando en esta población. No por dinero, porque no quiero un maravedí de nadie, ni nada me llevaré. No por placer, porque, ¿qué placer podré tener estando fatigándome todo el día, desde la mañana, y muy de mañana, hasta la noche? Si uno de vosotros ha de estar esperando que le dé su turno al lado del confesonario para poderse confesar, si ha de aguardar tres o cuatro horas, se cansa, y yo tengo que estar todas las horas de la mañana y todas las de la tarde, y en la noche, en lugar de descansar, tengo que predicar, y esto no por un solo día, sino diez y más días, semanas, meses y años. ¡Ay, hermanos míos, pensadlo bien!...

201. ¿Será quizá el honor? No. Tampoco es el honor. Vosotros lo sabéis a cuántas calumnias no está uno expuesto: quién me alabará, quién dirá de mí toda especie de disparates, como hacían los judíos contra Jesús, que ya decían mal de su persona, ya de sus palabras que decía, ya de sus obras que hacía, hasta que, finalmente, le prendieron, le azotaron y le quitaron la vida en un suplicio el más doloroso y bochornoso. Pero yo os digo, con el apóstol San Pablo, que ninguna de estas cosas temo, ni aprecio más mi vida que mi alma, siempre que de esta suerte concluya felizmente mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido de Dios N. S. para predicar el Santo Evangelio.

202. No, os lo repito. No es ningún fin terreno, es un fin más noble. El fin que me propongo es que Dios sea conocido, amado y servido de todos. ¡Oh quién tuviera todos los corazones de los hombres para amar con todos ellos a Dios! ¡Oh Dios mío! ¡No os conocen las gentes! ¡Oh si os conocieran! Seríais más amado. ¡Oh si conocieran vuestra sabiduría, vuestra omnipotencia, vuestra bondad, vuestra hermosura todos vuestros divinos atributos! Todos serían serafines abrasados en vuestro divino amor. Esto es lo que intento: hacer conocer a Dios para que sea amado y servido de todos.

203. También me propongo el impedir los pecados que se cometen, las ofensas que se hacen a Dios. ¡Ay! Aquel Dios que es amado de los serafines, servido de los ángeles, temido de las potestades y adorado de los principados, pues este Dios es ofendido de un vil gusano de la sierra, de un hombre! ¡Pasmaos, cielos, sobre esto! ¡Ah! Si un noble caballero viera a una dama inocente y virtuosa injuriada y ultrajada, no podría contenerse, tomaría su parte y la defendería. Pues ¿qué no debo hacer yo al ver a Dios ofendido y ultrajado?

204. ¿Si viérais a vuestro padre que le dan de palos y cuchilladas, no correríais a defenderle? ¿Y no sería un crimen el mirar con indiferencía a su padre en tal situación? ¿No sería yo el mayor criminal del mundo si no procurara impedir los ultrajes que hacen los hombres a Dios, que es mi Padre? ¡Ay, Padre mío! Yo os defenderé, aunque me haya de costar la vida. Yo me abrazaré con Vos y diré a los pecadores: Satis est vulnerum, satis est, como decía San Agustín. Alto, pecadores, alto. No azotéis más a mi Padre; bastantes azotes habéis descargado, demasiadas llagas habéis abierto. Si no os queréis detener, azotadme a mí, que bien lo merezco; pero no azotéis ni maltratéis más a mi Dios, a mi Padre, a mi amor. ¡Ay, amor mío! ¡Ay, mi amor!

205. Igualmente me obliga a predicar sin parar el ver la multitud de almas que caen [en] los infiernos, pues que es de fe que todos los que mueren en pecado mortal se condenan. ¡Ay! Cada día se mueren ochenta mil personas (según cálculo aproximado), ¡y cuántas se morirán en pecado y cuántas se condenarán! Pues que talis vita, finis ita. Tal es la muerte según ha sido la vida.

206. Y como veo la manera con que viven las gentes, muchísimas de asiento y habitualmente en pecado mortal, no pasa día que no aumenten el número de sus delitos. Cometen la iniquidad con la facilidad con que beben un vaso de agua, como por juguete y por risa obran la iniquidad. Estos desgraciados, por sus propios pies, marchan a los infiernos como ciegos, según el Profeta Sofonías: Ambulaverunt ut caeci quía Domino peccaverunt.

207. Si vosotros viérais a un ciego que va a caer en un pozo, en un precipicio, ¿no le advertiríais? He aquí lo que yo hago y que en conciencía debo hacer: advertir a los pecadores y hacerles ver el precipicio del infierno a que van a caer. ¡Ay de mí si no lo hiciera, que (me) tendría por reo de su condenación!

208. Quizás me diréis que me insultarán, que los deje, que no me meta con ellos. ¡Ay, no, hermanos míos! No les puedo abandonar; son mis queridos hermanos. Decidme: Si vosotros tuviérais un hermano muy querido enfermo, y que por razón de la enfermedad estuviese en delirio, y en la fuerza de la (fiebre) os insultara, os dijera todas las perrerías del mundo, ¿le abandonaríais? Estoy seguro que no. Por lo mismo, le tendríais más lástima y haríais todo lo posible para su salud. Este es el caso en que me hallo con los pecadores. Los pobrecitos están como delirantes. Por lo mismo, son más dignos de compasión, no los puedo abandonar, sino trabajar por ellos para que se salven y rogar a Dios por ellos, diciendo con Jesucristo: Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen ni lo que dicen.

209. Cuando vosotros veis a un reo que va al suplicio, os da compasión. Si le pudiérais librar, ¡cuánto no haríais! ¡Ay, hermanos míos! Cuando yo veo a uno que está en pecado mortal, veo a uno que cada paso que va dando, al suplicio del infierno se va acercando; y yo que veo al reo en tan infeliz estado, conozco el medio de librarle, que es el que se convierta a Dios, que le pida perdón y que haga una buena confesión. ¡Ay de mí si no lo hiciera!

210. Quizá me diréis que el pecador no piensa en infierno, ni siquiera cree en infiernos. Tanto peor. Y que ¿por ventura pensáis que por esto dejara de condenarse? No por cierto; antes bien es una señal más clara de (su) fatal condenación, como dice el Evangelio: Qui non crediderit, condemnabitur. Y, como dice Bossuet, esta verdad es independiente de su creencia; aunque no crea en el infierno, no dejará por esto de ir, si tiene la desgracía de morir en pecado mortal, aunque no crea ni piense en el infierno.

211. Os digo con franqueza que yo, al ver a los pecadores, no tengo reposo, no puedo aquietarme, no tengo consuelo, mi corazón se me va tras ellos, y para que vosotros entendáis algún tanto lo que me pasa, me valdré de esta semejanza. Si una madre muy tierna y cariñosa viera a un hijo suyo que se cae de una ventana muy alta o se cae en una hoguera, ¿no correría, no gritaría: hijo mío, hijo mío, mira que te caes? ¿No le cogería y le tiraría por detrás si le pudiera alcanzar? ¡Ay, hermanos míos! Debéis saber que más poderosa y valiente es la gracia que la naturaleza. Pues si una madre, por el amor natural que tiene a su hijo, corre, grita, y coge a su hijo y le tira y le aparta del precipicio: he aquí, pues, (lo) que hace en mí la gracia.

212. La caridad me urge, me impele, me hace correr de una población a otra, me obliga a gritar: ¡Hijo mío, pecador, mira que te vas a caer en los infiernos! ¡Alto, no pases más adelante! Ay, cuántas veces pido a Dios lo que pedía Santa Catalina de Sena. Dadme, Señor, el ponerme por puertas del infierno y poder detener a cuantos van a entrar allá y decir a cada uno. ¿Adónde vas, infeliz? Atrás, anda, haz una buena confesión y salva tu alma y no vengas aquí a perderte por toda la eternidad!

213. Otro de los motivos que me impelen en predicar y confesar es el deseo que tengo de hacer felices a mis prójimos. ¡Oh, qué gozo tan grande es el dar salud al enfermo, libertad al preso, consuelo al afligido y hacer feliz al desgraciado! Pues todo esto (y) mucho más se hace con procurar a mis prójimos la gloría del cielo. Es preservarle de todos los males y procurarle y hacer que disfrute de todos los bienes, y por toda la eternidad. Ahora no lo entienden los mortales; pero, cuando estarán en la gloria, entonces conocerán el bien tan grande que se les ha procurado y han felizmente conseguido. Entonces cantarán las eternas misericordias del Señor y las personas misericordiosas serán por ellos bendecidas.

 

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De los estímulos que me movían a misionar, que fue el ejemplo de los Profetas, de Jesucristo, Apóstoles, Santos Padres y otros Santos

 

214. Además de este amor que siempre he tenido a los pobrecitos pecadores, me mueve también a trabajar para su salvación el ejemplo de los profetas, de Jesucristo, de los apóstoles, de los santos y santas, cuyas vidas e historias he leído con frecuencia, y los pasajes más interesantes los anotaba para mi utilidad y provecho y para más y más estimularme, y algunos de los fragmentos los referiré aquí.

215. El profeta Isaías, hijo de Amós, de la Real familía de David, profetizaba y predicaba. Su principal objeto era echar en cara a los habitantes de Jerusalén y demás hebreos sus infidelidades, anunciarles el castigo de Dios, que les vendría de los asirios y de los caldeos, como así sucedió. El impío rey Manasés, su cuñado, le quitó la vida haciéndole aserrar por medio del cuerpo.

216. El profeta Jeremías profetizó cuarenta y cinco años. Su principal objeto fue exhortar a su pueblo a la penitencía anunciándole los castigos que le enviaría el Señor. Fue llevado a Egipto, y en Taphnis, ciudad principal, fue muerto, apedreado por los mismos judíos. La principal divisa de este gran Profeta es una tiernísima caridad para con sus prójimos; caridad llena de compasión por sus males, no solamente espirituales, sino también temporales; caridad que no le permitía ningún reposo. Y así es que en medio del tumulto de la guerra, en medio del desconcierto del reino, el cual se iba arruinando, y en el sitio de Jerusalén, durante la misma mortandad del pueblo, trabajó siempre con mucho ardor en la salud de sus conciudadanos, por cuya razón se le dio el hermoso nombre de Amante de sus hermanos y del pueblo de Israel.

217. El Profeta Ezequiel profetizó y predicó veinte años y tuvo la gloría de morir mártir de la justicia. Fue muerto cerca de Babilonia, por el Príncipe de su pueblo, porque le reprendía por causa del culto que tributaba a los ídolos.

218. El Profeta Daniel fue enriquecido con increíbles dones, como uno de los grandes profetas. El no sólo predijo las cosas futuras, como hicieron los demás profetas, sino que además fijó el tiempo [en] que habían de suceder. Por envidía fue echado en el lago de los leones, y Dios le libró.

219. El Profeta Elías fue hombre de fervorosa y eficacísima oración, de grande y extraordinario (celo). Y fue perseguido de muerte, aunque no murió, sino que un carro de fuego se lo llevó.

220. El Eclesiástico, hablando de los doce Profetas que se llaman Menores, no por otra razón sino porque son bresos los escritos que nos dejaron, dice que restauraron a Jacob y se salvaron a sí mismos con la virtud de la fe.

221. Quien más y más me ha movido siempre es el contemplar a Jesucristo cómo va de una población a otra, predicando en todas partes; no sólo en las poblaciones grandes, sino también (en) las aldeas; hasta a una sola mujer, como hizo a la Samaritana, aunque se hallaba cansado del camino, molestado de la sed, en una hora muy intempestiva tanto para él como para la mujer.

222. Desde un principio me encantó el estilo de Jesucristo en su predicación. ¡Qué semejanzas! ¡Qué parábolas! Yo me propuse imitarle con comparaciones, símiles y estilo sencillo. ¡Qué persecuciones!... Fue puesto por signo de contradicción, fue perseguido en su doctrina, en sus obras y en su persona, hasta quitarle la vida a fuerza de denuestos y de tormentos e insultos, sufriendo la más bochornosa y dolorosa (muerte) que puede sufrirse sobre la tierra.

223. También me anima mucho el leer lo que hicieron y sufrieron los Apóstoles. El apóstol San Pedro, en el primer sermón, convirtió a tres mil hombres, y en el segundo cinco mil. ¡Con qué celo y fervor predicaría...! ¿Qué diré de Santiago, de San Juan y de todos los demás? ¡Con qué solicitud! ¡Con qué celo de un reino a otro corrían! ¡Con qué celo predicaban, sin temores ni respetos humanos, considerando que antes se debe obedecer a Dios que a los hombres! Y así lo contestaron a los escribas y fariseos cuando les mandaban que no predicasen más. Si les azotaban, no por esto se amedrentaban y abstenían de predicar; al contrario, se tenían por felices y dichosos al ver que habían podido padecer algo por Jesucristo.

224. Pero quien me entusiasma es el celo del apóstol San Pablo. ¡Cómo corre de una a otra parte, llevando como vaso de elección la doctrina de Jesucristo! Él predica, él escribe, él enseña en las sinagogas, en las cárceles y en todas partes; él trabaja y hace trabajar oportuna e importunamente; él sufre azotes, piedras, persecuciones de toda especie, calumnias las más atroces. Pero él no se espanta; al contrario, se complace en las tribulaciones, y llega a decir que no quiere gloriarse sino en la cruz de Jesucristo.

225. También me anima mucho la lectura de las vidas y de las obras de los Santos Padres: San Ignacio, mártir; San Justino, filósofo mártir; San Ireneo, San Clemente, presbítero de Alejandría; Tertuliano, Orígenes, San Cipriano, mártir; San Eusebio, San Atanasio, San Hilario, San Cirilo, San Efrén, San Basilio, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio, obispo de Nisa; San Ambrosio, San Epifanio, San Jerónimo, San Paulino, San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Cirilo de Alejandría, San Próspero, Teodoreto, San León el Grande, San Cesáreo, San Gregorio el Grande, San Juan Damasceno, San Anselmo, San Bernardo.

226. Leía con mucha frecuencía las vidas de los Santos que se han distinguido por su celo por la salvacion de las almas, y he experimentado que me produce muy buenos efectos, porque me digo aquellas palabras de San Agustln: Tu non eris sicut isti et istae? ¿Tú no serás, tú no trabajarás para la salvación de las almas como trabajaron éstos y éstas? Las vidas de los San­tos que más me mueven son las siguientes: Santo Domingo. San Francisco de Asís, San Antonio de Padua, San Juan Nepomuceno, San Vicente Ferrer, San Bernardino de Sena, Santo Tomás de Villanueva, San Ignacio de Loyola, San Felipe Neri, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, San Camilo de Lelis, San Carlos Borromeo, San Francisco Regis, San Vicente de Paúl, San Francisco de Sales.

227. En las vidas y obras de estos Santos meditaba, y en esta meditación se encendía en mí un fuego tan ardiente, que no me dejaba estar quieto. Tenía que andar y correr de una a otra parte, predicando continuamente. No puedo explicar lo que en mi sentía. No sentía fatiga, ni me arredraban las calumnias más atroces que me levantaban, ni temía las persecuciones más grandes. Todo me era dulce con tal que pudiese ganar almas para Jesucristo, para el cielo, y preservarlas del infierno.

228. Antes de concluir este capítulo quiero referir dos modelos de celo verdaderamente apostólico que me han movido mucho siempre. El uno es del V. P. José Diego de Cádiz y el otro es del V. P. Maestro Avila. Del primero se lee en su Vida: «El Siervo de Dios, movido del celo de ganar almas a Jesucristo, se consagró por todo el tiempo de su vida en el ejercicio del ministerio apostólico, sin jamás descansar. Emprendía continuamente largos y fatigosos viajes, siempre caminando a pie, sin excusar las incomodidades de la estación en los tránsitos de un lugar a otro, todo para anunciar la divina palabra y conseguir el deseado fruto. Se cargaba de cilicios, se disciplinaba dos veces todos los días y observaba un riguroso ayuno. Su reposo por las noches después de las fatigas del día era ponerse a orar delante del Santísimo Sacramento, cuya devoción le era tan agradable, que le consagraba el más tierno y encendido amor.

229. De la vida del V. Avila — Su equipaje consistía en un jumentillo, que a él y a sus compañeros les aliviaba a ratos y conducía los manteos, las alforias con una caja de hostias para celebrar la santa Misa en las ermitas, cilicios, rosarios, medallas, estampas, alambre y tenacillas o alicates para engarzar rosarios que labraba con sus manos. No llevaba cosa de comer, confiado en la divina Providencia. Raro era el día que comiese came; lo más frecuente era pan y fruta.

230. Los sermones que hacía duraban, las más veces, dos horas, y era tanta la afluencía y multitud de especies que se le proponían, que le era muy dificultoso ocupar menos tiempo. Predicaba con tanta claridad, que todos le entendían y nunca se cansaban de oirle... Ni de día ni de noche pensaba en otra cosa más que en extender la mayor gloria de Dios, reformación de costumbres y conversión de los pecadores.

Para componer sus sermones no revolvía muchos libros ni decía muchos conceptos, ni esos que decía los enriquecía mucho de Escritura, ejemplos ni otras galas. Con una razón que decía y un grito que daba, abrasaba los corazones de los oyentes.

231. En tiempo que predicaba en Granada el P. Avila, predicaba También otro predicador, el más famoso de aquel tiempo, y, cuando salian del sermón de éste los oyentes, to­dos se hacían cruces de espantados de tantas y tan lindas co­sas, tan linda y grandemente dichas y tan provechosas; mas, cuando salían de oir al P. Maestro Avila, iban todos con las cabezas bajas, callando, sin decirse una palabra unos a otros, encogidos y compungidos a pura fuerza de la verdad, de la virtud y de la excelencía del predicador.

232. El principal fin a que se dirigía su predicación era sacar las almas del infeliz estado de la culpa, manifestando la fealdad del pecado, la indignación de Dios y el horrendo cas­tigo que tiene preparado contra los pecadores impenitentes y el premio ofrecido a los verdaderamente contritos y arrepen­tidos, concediendo el Señor tanta efi[ca]cia a sus palabras, que dice el V. P. Fr. Luis de Granada: «Un día oíle yo enca­recer en un sermón la maldad de los que, por un deleite bes­tial, no reparan en ofender a Dios Nuestro Señor, alegando para esto aquel lugar de Jeremias: Obstupescite coeli super hoc, y es verdad cierta que lo dijo esto con tan grande espanto y espíritu, que me pareció que [hacía] hasta temblar las paredes de la iglesia».

233. ¡Oh Dios mío y Padre mío!, haced que os conozca y que [os] haga conocer; que os ame y os haga amar; que os sirva y os haga ser[vir]; que os alabe y os haga alabar de todas las criaturas. Dadme, Padre mío, que todos los pecadores se conviertan, que todos los justos perseveren en gracia y todos consigamos la eterna gloria. Amén.

 

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De los ejemplos y estímulos que tomaba de algunas Santas

 

234. Si los ejemplos de los Santos me movían tanto como he dicho en el capítulo anterior, me movía más aún el ejem­plo de las Santas. ¡Oh qué impresión tan grande causaban en mi corazón! Yo me decía: si la mujer así siente, así desea y así hace por la salvación de las almas, ¿qué es lo que yo debo hacer, siendo como soy Sacerdote, aunque indigno? Era tanto lo que me afectaba la lectura de sus vidas, que a veces co­piaba trozos de sus palabras y hechos, que aquí quiero recor­dar algunos.

235. De la vida de Santa Catalina de Sena. -- «Tenía singular devoción y amor a aquellos Santos que en esta vida se emplearon y trabajaron más en la conversión de las almas, y como que Santo Domingo había instituido su Religión para solicitar los aumentos de la fe y la salvación de las almas, le tenía tanta veneración, que, cuando veía algunos Religiosos de su Orden, notaba el lugar donde ponían los pies, y después, con toda humildad, besaba las huellas» (p.9, Gisbert).

236. «La Magdalena, a los pies de Jesucristo, escogió la mejor parte; mas no lo mejor, dice San Agustin, porque lo mejor es juntar las dos partes, que son la vida activa y la vida contemplativa, y así lo hizo Santa Catalina de Sena» (p.14).

«Miraba a todos los prójimos bañados con la sangre pre­ciosa de Jesucristo. Al considerar los muchos en que se ma­lograba el beneficio de la Redencóon, lloraba y se lamentaba con singular ternura. En especial cuando estaba extática, la oian rogar por la conversión de los infieles y repetir esta sú­plica: ¡Oh Dios eterno. vuelve los ojos de misericordia, como Buen Pastor, a tantas ovejas perdidas, que, aunque apartadas del aprisco de tu Iglesia, son tuyas, pues las compraste con ua sangre» (p.66).

237. «Un día, el Señor le hizo ver las felicidades del cielo y le dijo: Mira de cuantos bienes se privan para siempre los que queebrantan mi ley para hacer su gusto. Reconoce el atroz castigo con que mi justicia toma satisfacción de los pecadores que no me la dieron por la penitencia. Y repara la ceguera de los mortales, que aventuran con su vida sujeta a las pasiones un bien que encierra todos los bienes... Mi Providencía ha puesto la salud de muchas almas en tus manos. Yo te daré voces y sugeriré doctrina a quien no podran resistir ni contradecir todos tus adversarios» (P.75).

238. «El ejercicio de la predicación es el de mayor importancía que Jesucristo puso en su Iglesia. Esta es la espada con que armó a sus doce capitanes, los apóstoles. Este sagrado ministerio de predicar es de solos los Obispos, que, como pastores, han de apacentar sus ovejas, y éstos la pueden subdelegar en sujetos que les ayuden a alimentarlas. Gregorio XI la mandó predicar en presencía suya y de todo el Consistorio de Cardenales y otros Príncipes. Habló de las cosas celestiales con tal magisterio, que la oían inmóviles como estatuas, arrebatados de su admirable espíritu. Predicó delante de Su Santidad y Cardenales otras muchas veces, y siempre la oyeron con admiración y fruto, venerando en ella un nuevo apóstol poderoso en obras y en palabras. Predicaba también al pueblo, y como su corazón ardía en fuego de santo celo, arrojaba vivas llamas en las palabras que decía, y eran tantos los pecadores que se enternecian y mudaban de vida, que llevaba muchos confesores en su compañia, y algunos de ellos con autoridad pontificia para absolver de los casos reservados» (p. 174).

239. De la vida de Santa Rosa de Lima (Ribadeneira, p.649).—«De quienes más se compadecía era de los que estaban en pecado mortal, porque conocía, con la luz que Dios le comunicaba, cuán miserable era su estado. Lloraba continuamente su miseria y rogaba a Dios que convirtiese a todos los pecadores, y aún decía que padecería ella sola todos los tormentos del infierno, como fuese sin culpa, por que ninguno se condenase. Por esto deseaba mucho que se predicase el Evangelio a los infieles y la penitencia a los pecadores. Ofrecióse a un confesor suyo ir a Misiones. Temía el viaje por los peligros que había en él. Consultólo con la Santa, y ella le dijo: 'Vaya, Padre mío, y no tema; vaya a convertir esos infieles, y mire que el mayor servicio que pueden los hombres hacer a Dios es convertirle las almas, y ésta es obra propía de los apóstoles. ¿Qué mayor dicha puede tener que bautizar aunque no sea más que a un indiazuelo y entrarle en el cielo por la puerta del bautismo?'».

240. Persuadía a todos los frailes de Santo Domingo que se empleasen en este ministerio apostólico, diciéndoles que no importaba menos esto al espíritu de su profesion que el estudio de la Sagrada Teología; antes la Teología se ordenaba a esto, como a fin. Decía también: Que si le fuera permitido, se anduviera predicando la Fe de un reino a otro hasta convertir a todos los infieles, y saliera por las calles con un Cristo en la mano, vestida de cilicio, dando gritos, para despertar a los pecadores y moverlos a penitencia. Tenía determinado criar a un niño huérfano, darle estudlos y ordenarle sacerdote, sólo para inclinarle a convertir infieles y dar a Cristo un predicador, ya que ella no podía predicar.

241. Sentía mucho que los predicadores no buscasen el provecho de las almas en sus sermones; y así, predicando en Lima, con grande aplauso, un fraile de Santo Domingo, del convento del Rosario, con estilo algo florido, la santa virgen le dijo un día con grande modestía y eficacia: «Padre mío, mire que Dios le ha hecho su predicador para que le convierta las almas; no gaste su talento ociosamente en flores, que es inútil trabajo; pues es pescador de hombres, eche la red de manera que caigan los hombres, no para coger el aplauso, que es un poco de aire y vanidad, y acuérdese de la cuenta que le ha de pedir Dios de tan alto ministerio.

Mas ya que no se le permitía predicar, procuraba, con una divina elocuencia que Dios le había comunicado, aficionar a cuantos trataba al amor a las virtudes y aborrecimiento de los vicios.

 

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De la misma materia

 

242. De la vida de Santa Teresa. «No sólo fue a él sino a otras algunas personas, las que procuré tuviesen oración; como las veía amigas de rezar, las decía cómo ten­drían meditación y las aprovechaba y dábales libros. Vida cap.VII, n.7».

243. «¿Quién ve al Señor cubierto de llagas y afligido con persecuciones que no las abrace, y las ame, y las desee? ¿quién ve algo de la gloria que da a los que le sirven que no conozca es todo nada cuanto se pueda hacer y padecer, pues tal premio esperamos? ¿quién ve los tormentos que pasan los condenados que no se le hagan deleites los tormentos de acá en su comparación y conozcan lo mucho que deben al Señor en haberlos librado tantas veces de aquel lugar? Cap.XXIV, n.6».

244. «¡Qué gloria accidental será y qué contento de los bienaventurados que ya gozan de esto cuando vieren que, aunque tarde, no les quedó cosa por hacer por Dios de las que les fue posible! Ni dejaron cosa por darle de todas las maneras que pudieron, conforme a sus fuerzas y estado, y el que más, más. ¡Qué rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo! ¡Qué honrado el que no quiso honra por El, sino que gustaba de verse muy abatido! ¡Qué sabio el que se holgó que le tuviesen por loco, pues lo llamaron a la misma Sabiduría! ¡Qué pocos hay ahora por nuestros pecados! Ya parece se acabaron los que las gentes tenían por locos de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de Cristo. ¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra por haber pocos que te conozcan!

245. ¿Mas si pensamos se sirve ya más Dios de que nos tenga por sabios y discretos? Eso, eso debe ser, según se use discreción. Luego nos parece es poca edificación no andar con mucha compostura y autoridad, cada uno en su estado. Hasta el Fraile, Clerigo y Monja nos parecerá que traer cosa vieja y remended(a) [es novedad] y dar escándalo a los flacos; y aun estar muy recogidos y tener oración, según está el mundo y tan olvidadas las cosas de perfección de grandes ímpetus que tenían los Santos, que pienso hace más daño a las desventuras que pasan en estos tiempos, que no harían escándalo a nadie dar a entender los Religiosos por obras como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo, que de estos escándalos el Señor saca de ellos gran­des provechos; y si unos se escandalizan, otros se remuerden; siquiera que hubiese un dibujo de lo que pasó Cristo y sus Apóstoles, pues ahora más que nunca es menester» Cap.XXVII, n.9x».

246. «Estando un día en oración, me hallé en un punto toda sin saber cómo, que me parecía estar metida en el in­fierno. Entendi que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allí me tenían aparejado y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio; mas, aunque viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme. Parecíame la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a ma­nera de horno muy bajo y obscuro y angosto; el suelo me parecía de un agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él; al cabo estaba una con­cavidad metida en una pared a manera de una alacena, adonde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era delei­toso a la vista en comparación de lo que allí sentí; esto que he dicho va mal encarecido».

247. «Estotro me parece que aun principio de encarecerse como es no le puede haber ni se puede entender; más senti un fuego en el alma que yo (no) puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incom­portables, que con haberlos pasados en esta vida gravísimos y (según dicen los medicos) los mayores que se pueden acá pasar; porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aún algunos, como he dicho, causados del demonio, no (es) esto nada en comparación de lo que allí senti y ver que ha­bían de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un aho­gamiento, una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no se cómo lo encarecer, por­que decir que es un estarse siempre arrancando el alma es poco, porque ahi parece que otro os acaba la vida, más aqui el alma misma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, más sentíame quemar y desmenuzar (a lo que me parece), y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.

248. Estando en tal pestilencial lugar tan sin esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en este como agujero hecho en la pared, porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas y todo ahoga; no hay luz, sino tinieblas escurísimas. Yo no entiendo cómo puede ser esto: que, con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena, todo se ve. No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra visión de cosas espantosas; de algunos vicios, el castigo; cuanto a la vista, muy más espantosas me parecieron; mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor, que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos, aflicción en el espiritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo. Yo no se cómo ello fue, mas bien entendi ser gran merced y que quiso el Señor que viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia, porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos (aunque pocos, que por temor no se lleva bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído; no es nada con esta pena, porque es otra cosa; en fin, como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.

249. Yo quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis años, y es así que me parece el calor natural me falta de temor, aqui adonde estoy, y no me acuerdo ver que tengo trabajo ni dolores, que no me parezca nonada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor, que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles».

250. «Después acá, como digo, todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que yo allí padecí. Espántame cómo, habiendo leído muchas veces libros adonde se da algo a entender de las penas del infierno, cómo no las temía ni tenía en lo que son; a dónde estaba, cómo se podía dar cosa descanso de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar. Seáis bendito, Dios mío, por siempre, y cómo se ha parecido que me queríades Vos mucho más a mí que yo me quiero. ¡Qué de veces, Señor, me librásteis de cárcel tan temerosa y cómo me tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad!

251. De aqui también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan (estos luteranos en especial, porque eran ya por el Bautismo miembros de la Iglesia) y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece cierto a mi pasaría yo muchas muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá una persona que bien queremos en especial con un gran trabajo o dolor, parece que nuestro mismo natural nos convida a compasión, y si es grande, nos aprieta a nosotros; pues ver a una alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de poder sufrir?

No hay corazón que lo lleve sin gran pena. Pues acá, con saber que, en fin, se acabará con la vida y que ya tiene término aún nos mueve a tanta compasión, estotro que no lo tiene, no sé cómo podemos sosegar viendo tantas almas como lleva cada día el demonio consigo.

252. Esto también me hace desear que en cosa que tanto importa no nos contentemos con menos de hacer todo lo que pudiéramos de nuestra parte, no dejemos nada, y plega al Señor sea servido de darnos gracia para ello. Cap. XXXIII, n.l.2.3».

253. Un día, el Señor le hizo ver muchas felicidades de la gloría del cielo, y le dijo: «Mira, hija, qué pierden los que son contra mí; no dejes de decírselo» C. XXXVIII, 3».

254. « Estando una vez en oración era tanto el deleite que en mí sentía, que, como indigna de tal bien, comencé a pensar en cómo merecía mejor estar en el lugar que yo había visto estar para mí en el infierno, que, como he dicho, nunca olvido de la manera que allí me vi. Comenzóse con esta consideración a inflamar más mi alma y vínome un arrebatamiento de espíritu, de suerte que yo no lo sé decir. Parecióme estar metido y lleno de aquella majestad que he entendido otras veces.. En esta Majestad se me dio a entender una verdad que es el cumplimento de todas las verdades; no sé yo decir cómo, porque no vi nada. Dijéronme, sin ver quién, más bien entendí ser la misma Verdad: - No es poco esto que hago por tí, que una de las cosas es que me debes, porque todo el daño que viene en el mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad; no faltará una tilde de ella.- A mí me pareció que siempre yo había creído esto y que todos los fieles lo creían. Díjome: -¡Ay hija! Qué pocos me aman con verdad, que si me amasen, no les encubriría yo mis secretos. ¿Sabes qué es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es agradable a mí: con claridad verás esto que ahora no entiendes en lo que aprovecha tu alma. Cap. XL, 1».

255. «En este tiempo vinieron a mi noticia los daños que habían hecho estos luteranos y cuánto [iba] en crecimiento esta desventurada secta. Diome gran fatiga, y como si yo pudiera algo, o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían. Y como me vi mujer y ruin, imposibilitada de aprovechar en lo que yo quisiera en el servicio del Señor (y toda mi ansia era, y aún es, que pues tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que éstos fuesen buenos), determiné hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen los mismo, confiada en la gran bondad de Dios, que nunca falta de ayudar a quien por él se determina a dejarlo, y que, siendo tales cuales yo las pintaba en mis deseos, entre sus virtudes no tenían fuerza mis faltas y podría yo contentar algo al Señor, y que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y Predicadores y Letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen a los que ha hecho tanto bien, que perece le querrían ahora tornar a la Cruz estos traidores y que no tuviese a dónde reclinar la cabeza.

256. ¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin fatigarse mucho! ¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre han de ser los que más os deben los que os fatiguen? ¿A los que mejores obras hacéis, a los que escogéis por vuestros amigos, entre los que andáis y os comunicáis por los Sacramentos? ¿No están hartos de lo tormentos que por ellos habéis pasado?

257. Por cierto, Señor mío, no hace nada quien ahora se separa del mundo.

Pues a Vos os tiene tan poca ley, ¿qué esperamos nosotros? ¿Por ventura merecemos nosotros mejor nos la tengan? ¿Por ventura hémosles hecho mejores obras para que nos guarden amistad? ¿Qué es esto? ¿Qué esperamos ya los que por la bondad de Dios no estamos en aquella roña pestilencial, que ya aquellos son del demonio? Buen castigo han ganado por sus manos y bien han granjeado con sus deleites fuego eterno. Allí se las hayan, aunque no me deja de quebrar el corazón ver tantas almas como se pierden. Mas del mal no tanto, querría no ver perder más cada día.

258. ¡Oh hermanas mías en Cristo!, ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; éste es vuestro llamamiento, éstos han de ser vuestros negocios, éstos han de ser vuestros deseos; aquí vuestras lágrimas, éstas vuestras peticiones (Camino de perfección. Cap. I, n.1.2)».

 

C A P Í T U L O     XV

 

De la misma materia

 

259. De la Vida de Santa María Magdalena de Pazzis. -« Difícil sería hallar un hombre apostólico que tuviese un celo más ardoroso por la salvación de las almas. Interesábase viva y muy tiernamente por su bien; le parecía que no amaba nada al Señor si todo el mundo no le amaba también. Oyendo los progresos que en su tiempo hacía lo Fe en las Indias, decía que, si hubiese podido ir por todo el mundo a salvar las almas sin perjuicio de su vocación, hubiera envidiado sus alas a los pajarillos del aire para volar por toda la tierra. ¡Oh quién me diera, decía, poder ir hasta las Indias y tomar aquellos niñitos indios e instruirlos en nuestra santa Fe para que Jesús fuese dueño de sus almas y ellas poseyesen a Jesús!

260. Y luego, hablando de todos los infieles en general, decía: Si yo pudiese, a todos los cogería y los juntaría en el gremio de nuestra Santa madre Iglesia, y haría que ésta los purificase de todas sus infidelidades y los regenerase haciéndolos sus hijos, y que se los metiese en su amoroso Corazón y los alimentase con la leche de sus santos Sacramentos. ¡Oh cuán bien les nutriría y lactaría a sus pechos! ¡Oh si yo lo pudiera hacer, con qué gusto lo haría!

261. Y considerando el daño que hacían a las almas tan dilatadas herejías: ¡Ah, decía, sería preciso que nuestras almas fuesen como tortolillas, siempre gemidoras, que continuamente lamentasen la ceguera de los herejes! Y, contemplando cuánto se había entibiado la fe de los católicos, exclamaba: ¡Derrámala, Verbo, derrámala viva y ardiente en el corazón de tus fieles, recalentada y encendida en la hoguera de tu corazón y de la caridad infinita, para que la fe se conforme con sus obras y sus obras se conformen con la fe! Y otras veces, pidiendo la conversión de los pecadores, le decía al Señor con palabras como de fuego que no la oyese a ella, sino los gemidos de su sangre divina».

262. «Este ardiente celo de la salvación de las almas quería transfundirlo a todos, y así decía continuamente a las monjas que le estaban confiadas que siempre pidiesen a Dios almas. Pidámosle tantas, repetía, cuantos pasos damos en el monasterio; pidámosle tantas cuantas palabras pronunciamos en el Oficio Divino. Semejantes al ardor de sus afectos eran sus obras en cuanto lo permitía su condición de monja, de modo que el autor de su vida ha podido llenar catorce capítulos con las pruebas y argumentos de su celo por la salvación de las almas: disciplinas, ayunos, vigilias, prolongadas oraciones, exhortaciones, correcciones; nada, absolutamente nada omitía; se condenaba por meses enteros a la más rígida penitencia por cualquier pecador que se le recomendase».

263. Sabemos que por las oraciones de Santa Teresa de Jesús y de Santa María Magdalena de Pazzis se salvaron muchas almas, y se salvan aún por las oraciones de las monjas buenas y fervorosas. Yo por esto he sido muy inclinado a dar ejercicios y hacer pláticas espirituales a las Monjas (no a confesarlas, porque se me llevaban demasiado tiempo), a fin de que me encomendasen a Dios. A veces les decía que ellas habían de hacer como Moisés en el monte, y yo como Josué en el campo del honor, ellas orando y yo peleando con la espada de la divina palabra; y así como Josué reportó la victoria por las oraciones de Moisés, así la espero yo por las oraciones de las Monjas, y para más estimularlas las decía que después nos partiremos el mérito.

 

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De los medios de que me valía para hacer fruto

 

Primer medio. - La oración

264. Estimulado a trabajar por la mayor gloria de Dios y salvación de las almas, como he dicho hasta aquí, diré ahora de qué medios me valí para conseguir este fin, según el Señor me dio a conocer como más propios y adecuados.

El primer medio de que me he valido siempre y me valgo es la oración. Este es el medio máximo que he considerado se debía usar para obtener la conversión de los pecadores, la perseverancia de los justos y el alivio de las almas del Purgatorio. Y por esto en la meditación, en la Misa, rezo y demás devociones que practicaba y jaculatorias que hacía, siempre pedía a Dios y a la Santísima Virgen María estas tres cosas.

265. No sólo oraba yo, sino que además pedía que orasen, como las Monjas, Hermanas de la Caridad, Terciarias y a todas gentes virtuosas y celosas. A este fin pedía que se oyesen la santa Misa y que recibiesen la sagrada Comunión, que durante la Misa y después de haber comulgado que presentasen al Eterno Padre a su Santísimo Hijo y que en su nombre y por sus méritos le pidiesen estas tres gracias que he dicho, a saber: la conversión de los pecadores, la perseverancia de los justos y el alivio de las pobres ánimas del Purgatorio. También les decía que se valiesen de (la) estación del Santísimo Sacramento y de la estación del Viacrucis.

266. También les exhortaba que se encomendasen mucho a María Sma., que le rogasen y pidiesen lo mismo, que para eso se valiesen de la devoción del Smo. Rosario, que siempre predicaba y enseñaba el modo práctico de rezarlo, y yo mismo lo rezaba antes de empezar el sermón con toda la gente, ya para enseñarlo a rezar, ya también porque , rezando todos juntamente, alcanzáramos esas tres gracias que he dicho. Asimismo les enseñaba el modo de ser devotos de los dolores de María, y procuraba que cada día de la semana meditasen en un dolor, por manera que los siete dolores los meditasen en los siete días de la semana, uno cada día.

267. También rogaba y hacía que las gentes rogasen a los Santos del cielo para que intercedieran con Jesús y María y nos alcanzaran estas mismas gracias. Singularmente invocaba a los Santos que durante su vida sobre la tierra habían manifestado más celo para la gloria de Dios y la salvación de las almas.

268. Nunca jamás me olvidaba de invocar al glorioso San Miguel y a los ángeles custodios, singularmente de mi guarda, al del Reino, al de la provincia, al de la población (en) que predicaba y de cada una persona en particular.

269. He conocido visiblemente la protección de los santos Ángeles custodios. Quiero poner aquí unas jaculatorias que rezo cada día y que he aconsejado a otras personas que las hagan, y me han asegurado que les va muy bien con ellas.

¿Quién como Dios?

¿Quién como Jesucristo?

¿Quién como María Sma., Virgen y Madre de Dios?

¿Quién como los Angeles del cielo?

¿Quién como los Santos de la gloria?

¿Quién como los Justos de la tierra?

¡Viva Jesús! ¡Viva María Sma.!

¡Viva la santa Ley de Dios!

¡Vivan los santos Consejos evangélicos!

¡Vivan los santos Sacramentos de la Iglesia!

¡Viva el santo Sacrificio de la Misa!

¡Viva el Santísimo Sacramento del Altar!

¡Viva el Santo Rosario de María!

¡Viva la Gracia de Dios!

¡Vivan las virtudes cristianas!

¡Vivan las obras de Misericordia!

¡Mueran los vicios, culpas y pecados!

 

270. Oración que rezaba al principio de cada misión.

¡Oh Virgen y Madre de Dios, Madre y abogada de los pobres e infelices pecadores! Bien sabéis que soy hijo y ministro vuestro, formado por Vos misma en la fragua de vuestra misericordia y amor. Yo soy como una saeta puesta en vuestra mano poderosa; arrojadme, madre mía, con toda la fuerza de vuestro brazo contra el impío, sacrílego y cruel Acab, casado con la vil Jezabel. Quiero decir: Arrojadme contra Satanás, príncipe de este mundo, quien tiene hecha alianza con la carne.

271. A vos, Madre mía, sea la victoria. Vos venceréis. Sí, Vos que tenéis el poder para acabar con todas la herejías, errores y vicios. Y yo, confiado en vuestra poderosísima protección, emprendo la batalla, no sólo contra la carne y sangre, sino contra los príncipes de las tinieblas, como dice el Apóstol, embrazando el escudo del Santísimo Rosario y armado con la espada de dos filos de la divina palabra.

272. Vos sois Reina de los Angeles. Mandadles, madre mía, que vengan en mi socorro. Bien sabéis Vos mi flaqueza y las fuerzas de mis enemigos.

Vos sois Reina de los Santos. Mandadles que rueguen por mí y decidles que la victoria y el triunfo que se reportará será para la mayor gloria de Dios y salvación de sus hermanos.

Reprimid, Señora, por vuestra humildad, la soberbia de Lucifer y sus secuaces, que tienen la audacia de usurpar las almas redimidas con la Sangre de Jesús, Hijo de vuestra virginales entrañas.

273. Además decía el siguiente exorcismo.

Satanás con todos sus secuaces: como Ministro que soy, aunque indigno, de Jesucristo y de María Santísima, te mando que te marches de aquí y te vayas a tu lugar. Te lo mando en nombre del Padre, que nos ha criado; en nombre del Hijo, que nos ha redimido de tu tiranía, y en nombre del Espíritu Santo, que nos ha consolado y santificado. Amén.

Te lo mando también en nombre de María Santísima, Virgen y Madre del Dios vivo, que te ha machacado la cabeza.

Vete, Satanás; vete, soberbio y envidioso; nunca jamás impidas la conversión y salvación de las almas.

 

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De otros medios de que me valía

 

Segundo medio. -El Catecismo a los Niños.

274. Siempre me acordaba de aquel proverbio que dice: «A Dios rogando y con el mazo dando». Así es que ponía tal cuidado y trabajaba con tal afán como si todo dependiera de mi industria; y al mismo tiempo ponía toda mi confianza en Dios, porque de El todo depende, y singularmente la conversión del pecador, que es obra de la gracia y la obra máxima de Dios.

275. El Catecismo de los Niños. -La primera cosa que procuraba era la instrucción de los Niños en la Doctrina cristiana, ya por [la] afición que siempre he tenido a esta clase de enseñanza, ya también porque conocía que es lo más principal, por ser el Catecismo el fundamento de este edificio de la instrucción religiosa y moral. Y además que los niños lo aprenden fácilmente, se les queda más impreso, se les preserva del error, del vicio y de la ignorancia, y se les forma en la virtud muy fácilmente, por ser más dóciles que los adultos. En los niños sólo hay el trabajo de plantar, y en los adultos de arrancar y de plantar. Hay además otra ventaja, que con los niños se conquistan los grandes, y con los hijos a los padres, porque los hijos son pedazos del corazón de los padres. Y además, dándoles, en premio de su asistencia y aplicación, alguna estampita, los padres y los adultos las leen en casa por curiosidad, y no pocas veces se convierten, como lo sé por experiencia.

276. Una de las cosas que más me ha impelido a enseñar a los Niños ha sido el ejemplo de Jesucristo y de los Santos. Jesucristo dice: Dejad que vengan a mí los niños y no se lo estorbéis, porque de los que se asemejan a ellos es el reino de los cielos (Mc. X, 14). Y, estr(ech)ándolos entre los brazos y poniendo sobre ellos sus manos, los bendecía. Tan cierto es que un niño conservado en la inocencia por una buena educación es a los ojos de Dios un tesoro más precioso que todos los reinos del mundo.

277. Los Apóstoles, adoctrinados por Jesucristo, catequizaban a chicos y a grandes, de modo que sus sermones eran unas declaraciones de los misterios de la fe.

Fueron Catequistas San Dionisio, San Clemente Alejandrino, varón eruditísimo, maestro de Orígenes; el mismo Orígenes también fue catequista, San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Gregorio Niseno. San Jerónimo, al mismo tiempo que era consultado de todas partes como el oráculo del universo, no se desdeñaba de ser catequista de los Niños, empleando en esta humilde ocupación el resto de sus días, que tan útilmente había empleado al servicio de la Iglesia. Enviadme vuestro hijos, decía el Santo a una viuda; yo balbucearé con ellos; tendré menos gloria delante de los hombres pero seré más glorioso delante de Dios.

278. San Gregorio el Magno sobrepujó en esto el celo de San Jerónimo, y Roma, la capital del mundo y el centro de la Religión, vio con asombro que aquel gran Papa, ya muy achacoso, dedicaba el tiempo que podía a la instrucción de la juventud. Después de haber dado un manjar sólido a los fuertes, no se desdeñaba de dar leche a los Niños.

279. El célebre canciller de París Juan Gersón se dedicaba continuamente a catequizar a los Niños. Algunos le criticaban por esto, y él les contestaba diciendo que no podía ocuparse en cosa mayor que en apartar estas almas del dragón infernal y en regar estas tiernas plantas del huerto de la Iglesia.

280. El Venerable M. Juan de Ávila, apóstol de Andalucía, se dedicaba a la instrucción de los Niños. Sus discípulos hacían lo propio, y lo encargaba mucho a los maestros de escuela, y decía que, ganada la tierna edad, se ganaba y recobraba toda la república; porque los pequeños pasan a ser grandes y por su mano se gobierna la República. La buena educación, decía, y enseñanza de la doctrina cristiana es la fuente y raíz de todos los bienes y felicidades de una república, al paso que el educar mal a la juventud es envenenar las fuentes comunes.

281. El Presbítero don Diego de Guzmán, hijo del conde de Bailén, discípulo del Venerable Ávila, se ejercitó en la enseñanza de la Doctrina cristiana toda la vida de 83 años, discurriendo por España e Italia con admirable celo y fruto, padeciendo grandes penalidades y trabajos, y para que durara después de muerto fundó en Sevilla una Congregación para enseñar la Doctrina cristiana a los Niños, como él lo había practicado.

282. También se aplicaron a (la) instrucción de la Doctrina a los Niños San Ignacio, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, Laínez y Salmerón; enviados al concilio de Trento, se ocupaban en catequizar a los Niños por orden de San Ignacio.

San José de Calasanz. El Venerable Cesar de Bus fundó una Congregación para enseñar la Doctrina cristiana. Los Hermanos de la Doctrina Cristiana.

283. El P. Ignacio Martínez, orador elocuente y predicador del rey de Portugal, se dejó de predicar y se consagró enteramente a instruir a los Niños y continuó por espacio de 17 años.

El P. Edmundo Augerio, predicador apostólico, llamado Trompeta del Evangelio, que en Francia había convertido 40.000 herejes, se aplicó de tal manera a la enseñanza del Catecismo, que, cuando murió, Dios quiso que fuese visto subir al cielo acompañado de un ejército de Angeles y Niños. A la pregunta que hace el profeta Isaías: Ubi est doctor parvulorum? (33,18), se puede responder: Aquí está.

284. En vista, pues, de estos y otros ejemplos que yo sé y aquí omito, me sentía poderosamente incitado en la misma inclinación que siempre he tenido de catequizar a los Niños y Niñas, y siempre he practicado, ya cuando era estudiante, ya cuando sacerdote, siendo teniente cura, después ecónomo, cuando misionero, y aun después siendo arzobispo.

285. Por el amor que tenía a los Niños y por lo mismo que deseaba que se instruyeran en la Doctrina cristiana, he escrito cuatro catecismos: uno para los párvulos, desde que hablan hasta los siete años, otro para los rústicos, otro de más extenso y otro explicado, con estampas.

286. El método que he practicado y que la experiencia me ha enseñado ser el mejor lo he consignado en el segundo tomo de la obrita titulada El Colegial o Seminarista instruido, Sección V, c.IV.

 

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Del catecismo de los mayores

 

Tercer medio de que me valía para hacer fruto

287. El Catecismo a los mayores es el medio que he conocido hacía más fruto. Con él se les sacaba de la ignorancia, que es ma(yor) de lo que se puede figurar aun entre aquellas personas que oyen sermones con frecuencia, porque los predicadores suponen el auditorio instruido, y cabalmente esta instrucción es la que falta por lo común entre los Católicos. Y además se les instruye en sus respectivas obligaciones y en el modo de cumplirlas.

288. Esta instrucción la hacía todos los días, menos el día primero, que era de otro asunto, en el exordio del sermón, antes del Ave María; como iba sólo, yo lo había de hacer todo. Este exordio duraba veinte minutos, y la materia era siempre de los Mandamientos de la Ley de Dios, que explicaba más larga o brevemente, según los días que duraba la función o misión. Al efecto, llevaba en mi vademécum los mandamientos explicados, y además unas hojitas sueltas en cada mandamiento con especies análogas a aquel mandamiento, que usaba de ellas según eran los días que había de predicar en aquella población, y también según las costumbres o vicios que había de reprender y virtudes que había de plantar o fomentar, que para el acierto me enteraba antes, y por lo que me decían y por lo que yo mismo conocía, iba aplicando los remedios.

289. No obstante estos conocimientos, no abordaba desde luego aquellos vicios predominantes; antes al contrario, los aguardaba por más allá. Esperaba estar bien dueño del auditorio, y entonces, aunque les dijera sus vicios, sus idolillos, no se ofendían, antes bien se arrepentían. Porque había observado que al principio venían muchos movidos por la novedad y prevenidos para ver de qué hablaba, y, si oían reprender sus queridos vicios, era tocarles al vivo la matadura, e, irritados, se alborotaban, no volvían más, y estaba(n) echando pestes contra el misionero, la misión y los que iban a oírla.

290. Así decía que estos calamitosos tiempos el Misionero se había de portar como el que cuece caracoles, que les pone a cocer en la olla con agua fresca, que con la frescura del agua se extiende fuera de la cáscara, y como el agua se va calentando imperceptiblemente hasta hervir, quedan así muertos y cocidos; pero si algún imprudente los echara en la olla hirviendo el agua, se meterían tan dentro de la cáscara, que nadie les podría sacar. Así, pues, me portaba con los pecadores de toda clase de vicios y errores, blasfemias e impiedades. En los primeros días presentaba la virtud y la verdad con los colores más vivos y halagüeños, sin decir una palabra contra los vicios y viciosos. De aquí es que, al ver que eran tratados con toda indulgencia y benignidad, venían una y más veces, y después se les hablaba con más claridad, y todos lo tomaban a bien y se convertían y se confesaban. Hallé muchísimos que habían ido a la misión sólo por curiosidad, otros por malicia, para ver si me podían coger en alguna expresión, y se convertían y se confesaban bien.

291. Como empecé las misiones el año 1840, en que nos hallábamos en guerra civil entre Realistas y Constitucionales, andaba con sumo cuidado en no decir alguna palabra de política a favor o en contra de alguno de los dos partidos, y como yo predicaba en poblaciones de todos [los] partidos, debía andar con sumo cuidado, pues, como he dicho, algunos venían a oírme para cogerme alguna expresión, como se dice de Jesús, nuestro Redentor: Ut caperent in sermone; pero, g[racia]s a Dios, nunca me pudieron coger.

292. En aquellos tiempos tan calamitosos, no sólo tenía que proceder con esa cautela, sino que además no se podía dar a la función nombre de misión, sino de Novena de ánimas, de la Virgen del Rosario, del Smo. Sacramento, de tal Santo, para no alarmar a los constitucionales, que tenían la autoridad y gobernaban en aquellas ciudades y pueblos en que predicaba. Y si la población era grande y no había bastante con nueve días, se alargaba la función hasta los días suficientes; por lo que era preciso el primer día tratar del asunto principal de la función; el segundo día ya ponía punto doctrinal; así los demás días; el tercer día hacía una breve recopilación de la doctrina que había tratado el día antes, diciendo, por ejemplo:

293. Ayer os expliqué esto y esto..., resumiendo así los puntos principales por tres razones: 1ª. Porque así, oyendo otra vez lo mismo, aunque brevemente, se les imprimía mejor, pues, como dice San Ligorio, los rústicos tienen la cabeza como de madera dura, y para que se les impriman bien las cosas, es menester dar muchos golpes de repetición. 2ª. Porque si algunos no estaban el día antes por haberse quedado a guardar las casas, criaturas, etc., etc., lo oían y sabían de qué se (había) hablado, y así entendían mejor la doctrina del día que estaba en seguida del día anterior, y además, si los que el día antes habían contado mal lo que habían oído al llegar a la casa, así lo podían rectificar, pues que no pocos entienden las cosas muy mal y las refieren peor, y en cosas de doctrina conviene que lo entiendan con exactitud. 3ª. Porque así sirve este resumen de exordio para la materia del día y es más fácil al predicador y más provechoso al auditorio, que no buscar una idea general y propia para el exordio.

 

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De los sermones

 

Cuarto medio

294. Los Puntos doctrinales sirven para instruir y los sermones para mover. Estos sermones se han de escoger según el auditorio. Hay unos que San Ligorio llama necesarios, como son los Novísimos, y otros arbitrarios.

295. Yo regularmente los distribuía así:

El 1º. Era de Animas, de María Santísima, etc,. Según el objeto de la función.

2º La importancia de la Salvación.

3º La gravedad del pecado mortal.

4º La Necesidad de la Confesión y el modo (de) hacer la confesión general.

5º La Muerte.

6º Juicio.

7º Infierno

8º Eternidad.

9º Perseverancia.

 

296. Si la función se alargaba, añadía o intercalaba algunos otros; v.gr.: el Hijo pródigo o Misericordia de dios, la impenitencia final, el Juicio universal, la muerte del Justo, la conversión de San Agustín, el Escándalo, la conversión de la Magdalena, los daños que el pecado causa al mismo pecador, el pecado venial, la ocasión próxima, la devoción del Rosario, la oración mental, la limosna, la Pasión de N. S. Jesucristo, los Dolores de María Sma., etc., etc,.

297. El estilo que me propuse desde el principio fue el del santo Evangelio: sencillez y claridad. Para esto me valía de comparaciones, semejanzas, ejemplos históricos y verdaderos; los más eran tomados de la santa Escritura. Había observado que una de las cosas que más llamaba la atención de todos, sabio e ignorantes, creyentes o incrédulos, eran las comparaciones de cosas naturales.

298. Me acuerdo que el año 1841 predicaba un Septenario de los Dolores de la Santísima Virgen en una población de gente muy mala, y en medio del sermón dije una verdad muy transcendental, que probé con una autoridad de la santa Escritura. El auditorio guardaba un silencio sepulcral, y de aquel silencio salió una voz que dijo un hombre impío: Quina garrofa que hi clavas!. Yo como si tal cosa no hubiera oído, dije: Para que se vea más clara esta importantísima verdad, me valdré de una comparación. La expliqué, y aquel mismo dijo en alta voz: Tens rahó, y al día (siguiente) vino a confesarse e hizo una buena confesión general.

299. Este y muchísimos otros casos que podría referir me confirmaron en la utilidad de las comparaciones naturales. Y en este particular, Dios N. S. Me ha favorecido de tal manera, que no trato materia alguna que no me ocurra una comparación natural y sin premeditar nada, y, no obstante, tan oportunas siempre como si de mucho tiempo antes las trajera estudiadas. ¡Bendito seáis, Dios mío, que me habéis enriquecido con ese don, que es vuestro y no mío, pues conozco que de mí ni una palabra puedo decir, ni un pensamiento bueno puedo tener!. Todo sea para vuestra gloria.

300. He tenido mucho afán en leer autores predicables, singularmente las materias de Misiones. He leído San Juan Crisóstomo, San Ligorio, Siniscalqui, Barcia y el V. Juan de Avila. De éste he leído y he notado que predicaba con tanta claridad, que lo entendían todos y nunca se cansaban de oírle, siendo así que sus sermones duraban (a) veces dos horas. Y era tanta la afluencia y multitud de especies que le ocurrían, que le era muy dificultoso ocupar menos tiempo.

301. Ni de día ni de noche pensaba en otra cosa más que en extender la gloria de Dios con la reformación de las costumbres y conversión de los pecadores. Su principal fin a que dirigía su predicación era sacar las almas del infeliz estado de la culpa, manifestando la fealdad del pecado, la indignación de Dios y el horrendo castigo que tenía preparado contra los pecadores impenitentes, y el premio ofrecido a los verdaderos contritos y arrepentidos, concediéndole el Señor tanta eficacia a sus palabras, que dice el Venerable Luis de Granada: «Un día oíle yo encarecer en un sermón la maldad de los que por un deleite bestial no reparan en ofender a Dios N. S., alegando para esto aquel lugar de Jeremías: Obstupescite, coeli, super hoc, y es verdad cierta que lo dijo esto con tan grande espanto y espíritu, que me parecía que hacía temblar las paredes de la Iglesia».

302. El tiempo en que predicaba en Granada el V. Avila, predicaba también otro predicador, el más famoso de aquel tiempo, y cuando salían las gentes del sermón de éste, todos iban haciéndose cruces de espanto de tantas y tan lindas cosas dichas con tanta elocuencia. Mas cuando salían de oír al V. Avila, iban todos con las cabezas bajas, callando, sin decirse una palabra unos a otros, encogidos y compungidos a pura fuerza de la verdad y de la virtud y excelencia del Predicador. Con una razón que decía y un grito que daba, conmovía y abrasaba los corazones y entrañas de los oyentes.

303. He querido traer aquí lo que decía ese V. Padre porque su estilo es el que más se me ha adaptado y el que he conocido que más felices resultados daba. ¡Gloria sea dada a Dios N. Sr., que me ha hecho conocer los escritos y obras de ese grande Maestro de predicadores y padre de buenos y celosísimos sacerdotes!

304. Cuando iba a una población, no sólo predicaba cada día los sermones de la función, sino que además predicaba un sermón a los Sacerdotes aparte (a no ser que hiciesen ejercicios, que entonces les predicaba mañana y tarde cada día). También predicaba en todos los conventos de Monjas, a las Hermanas de la caridad, a las Terciarias, a los Señores de las Conferencias de San Vicente de Paúl, a las Señoras, a los presos, a los Niños y Niñas, a los enfermos. En una palabra, nunca dejaba ningún establecimiento de Piedad o Beneficencia que no visitase y predicase. Y todo el demás tiempo lo empleaba en el Confesonario, en que estaba mañana y tarde oyendo confesiones generales.

305. ¡Bendito seáis, Dios mío, por haberme dado salud y robustez y demás para sostener tan grande y continuo trabajo! Conozco muy bien que sin un auxilio especial del cielo era imposible soportar tan ímprobo y prolongado trabajo desde el año de 1840 al año 1847, que fui a las Islas Canarias en compañía del Ilmo. S. Obispo D. Buenaventura Codina, hombre muy virtuoso y celoso.

Además de las Misiones daba ejercicios al Clero, a las Monjas, a los Estudiantes, a los seglares, a los Niños y Niñas de primera Comunión.

 

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De los Ejercicios de San Ignacio

 

Quinto medio

306. Ya he dicho en otro lugar que desde que era estudiante hice cada año los ejercicios espirituales. En Roma, por primera vez, hice los ejercicios espirituales por los escritos de San Ignacio, una vez sólo, al llegar a aquella ciudad, y otra vez en la Compañía, antes de salir por enfermo. Los mismos Padres me los dieron; son los que más impresión me hicieron.

307. Cuando tuve que salir por enfermo, me dieron un ejemplar de dichos Ejercicios de San Ignacio, explicados por el Padre Diertins, y con ellos después yo los daba siempre. El venerable Clero de Vich me pidió el libro para hacerlo reimprimir, y lo hizo el impresor Trullás.

308. Los Ejercicios de San Ignacio son un medio muy poderoso de que me he valido para la conversión de los Sacerdotes, que es por cierto la empresa más difícil; sin embargo siempre he visto felicísimos resultados de muchísimos Sacerdotes que se han convertido de veras, y no pocos han salido muy celosos y fervorosos predicadores. Los he dado al Venerable Clero de Vich, Barcelona, Tarragona, Gerona, Solsona, Canarias, Mataró, Manresa, Pobla-Bagá, Ripoll, Campdevànol, San Llorens dels Pireus, etc., etc.

309. A los seglares también he dado varias veces, separados los hombres de las mujeres, y en distintas tandas, y he observado que producen un fruto más sólido y duradero que las misiones. Al efecto, di a luz un libro con el título de Ejercicios de San Ignacio, explicados por mí, que han gustado mucho y han producido y están produciendo maravillosos efectos, por manera que, haciéndolos bien, los pecadores se convierten y los justos se conservan en gracia y se perfeccionan en ella. Sea todo a mayor gloria de Dios. Debo advertir que por ese libro S. M. La Reina cada año hace los ejercicios y aconseja a las camaristas que los hagan también por dicho libro.

 

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De los libros y hojas sueltas

 

Sexto medio

310. Uno de los medios que la experiencia me ha enseñado ser más poderoso para el bien es la imprenta, así como es el arma más poderosa para el mal cuando se abusa de ella. Por medio de la imprenta se dan a luz tantos libros buenos y hojas sueltas, que es para alabar a Dios. No todos quieren o no pueden oír la palabra divina, pero todos pueden leer u oír leer un buen libro. No todos pueden ir a la Iglesia par oír la divina palabra, pero el libro irá a su casa. El predicador no siempre podrá estar predicando, pero el libro siempre está diciendo lo mismo, nunca se cansa, siempre está dispuesto a repetir lo mismo; que en él lean poco o mucho, que lean y lo dejen una y mil veces, no se ofende por esto; siempre lo encuentran lo mismo, siempre se acomoda a la voluntad del lector.

311. Siempre la lectura de libros buenos se ha considerado una cosa de grande utilidad; pero en el día se considera de suma necesidad. Digo que en el día es una necesidad, porque hay un delirio de leer, y si la gente no tiene libros buenos, leerá malos. Son los libros la comida del alma, y a la manera que si al cuerpo hambriento le dan comida sana y provechosa le nutrirá y si la comida es ponzoñosa le perjudicará, así es la lectura, la que, si es de libros buenos y oportunos a la persona y a las circunstancias propias, le nutrirá y aprovechará mucho; pero si es de libros malos, periódicos impíos y folletos heréticos y demás escritos perniciosos, corromperán las creencias y pervertirán las costumbres. Empezando por extraviar el entendimiento, luego a corromper el corazón, y del corazón corrompido salen todos los males, como dice Jesucristo; hasta llegan a negar la primera verdad, que es Dios y origen de todo lo verdadero: Dixit insipiens in corde suo: non est Deus.

312. En el día, pues, hay una doble necesidad de hacer circular libros buenos; pero estos libros han de ser pequeños, porque la gente anda aprisa y la llaman por todas partes y de mil maneras, y como la concupiscentia oculorum et aurium ha crecido hasta lo súmmum, todo lo quiere ver y oír, y además ha de viajar; así es que , si es un libro voluminoso, no será leído; únicamente servirá para cargar los estantes de las librerías y bibliotecas. De aquí es que, convencido de esta importantísima verdad, he dado a luz, ayudado de la gracia de Dios, tantos libritos y hojas sueltas.

313. El primer librito que di a luz fue el que contiene unos consejos o avisos espirituales que había escrito para las Monjas de Vich, a quienes acababa de dar ejercicios espirituales, y para que recordaran mejor lo que les había predicado pensé dejarles por escrito dichos documentos. Antes de entregárselo para que lo copiara cada una de ellas, lo enseñe a mi querido amigo el Dr. D. Jaime Passarell, Canónigo penitenciario de aquella catedral, y él me dijo que los hiciera imprimir, y así evitaría a las monjas este trabajo de copiarlo y utilizaría a ellas y a otras más. Y yo, condescendiendo a un Señor que tanto respetaba y amaba por su saber y virtud, condescendí y se imprimió. Así tuvo principio el primer libro que di a luz.

314. Viendo el buen resultado que daba el primer libro, determiné escribir el segundo, que fue el de Avisos a las Doncellas. Después escribí el de los Padres de familia, el de los Niños, el de los Jóvenes y los demás, como se puede ver en el Catálogo.

315. Como iba misionando tocaba las necesidades, y según lo que veía y oía escribía el librito o la hoja suelta. Si en la población observaba que había la costumbre de cantar cánticos deshonestos, daba luego a luz una hoja suelta de un cántico espiritual o moral. Por esto, las primeras hojas que di a luz casi todas eran de cánticos.

316. También desde un principio di a luz una hoja que contenía unas recetas para curar la blasfemia, que en aquellos días en que comencé a predicar era cosa horrorosa la multitud y gravedad de blasfemias que se oían por todas partes, parecía que todos los demonios del infierno se habían diseminado por la tierra a fin de hacer blasfemar a los hombres.

317. Igualmente, la impureza había traspasado sus diques, y por esto me atreví a escribir estas dos recetas, y como para todos los males es remedio muy poderoso la devoción a María Sma., escribí al principio de dicha hoja aquella oración que empieza: ¡Oh Virgen y Madre de Dios! , etc., que se halla en casi todos los libros y hojas. Estas dos palabras, Virgen y Madre, las puse porque me acordaba al escribirlas que, cuando era estudiante, en un verano leí la vida de San Felipe Neri escrita por el P. Conciencia, en dos tomos en 4º, que decía que el Santo gustaba mucho de que se juntasen siempre estas dos palabras, Virgen y Madre de Dios, y que con ellas se honra mucho y se obliga a María Santísima. Las demás palabras son una consagración que se hace a la Señora.

318. Tocando por mí mismo los felices resultados que esta hoja estaba produciendo, me resolví [a] escribir otras según las necesidades que observaba en la sociedad, y daba dichas hojas con toda profusión no sólo a los grandes, sino también a Niños y niñas que se me acercaban para besarme la mano y me pedían una estampa, como acostumbran, y yo procuraba llevar siempre bien provistos los bolsillos. Sólo quiero consignar aquí un caso para mayor gloria (de Dios) de los muchos que pudiera referir, y es el siguiente:

319. Una tarde pasaba por la calle de una de las ciudades más grandes de España. Se me acercó un Niño a besarme la mano, y me pidió una estampa y se la di. Al día siguiente fui muy temprano a celebrar la Misa en la Iglesia que acostumbraba y ponerme luego en el confesonario, porque siempre tenía mucha gente que me esperaba. Al concluir la Misa me hinqué en el presbiterio para dar gracias. Al cabo de un rato se me acercó un hombre alto, gordo, con largos bigotes y poblada barba, con la capa que tenía tan ajustada en las manos, que no se le veía más que la nariz y la frente; los ojos tenía cerrados y lo demás de la cara tenía cubierto del pelo de las patillas, bigotes y barba, y además con el cuello de la capa, que también era peludo y alto; y con una voz trémula y ronca me dice que si le haré el favor de oírle (en) confesión. Le contesté que sí, que entrase en la sacristía, que luego iba en acabando de dar gracias. Si bien en el confesonario ya había otros hombres y mujeres que esperaban para lo mismo, pero creí que a éste le debía oír separadamente de los demás, porque su aspecto me reveló que así convenía, y en efecto fue así. Entré en la sacristía, en que no había nadie sino aquel Señor, y aun le conduje a un lugar más retirado.

320. Yo me senté, él se hincó y empieza a (llorar) tan sin consuelo, que no sabía qué más decirle para acallarle. Le hice varias preguntas por saber la causa, y finalmente, entre lágrimas, suspiros y sollozos, me contestó: Padre, V. ayer tarde pasó por mi calle, y, al pasar frente a la puerta de la casa en que yo estoy, salió un Niño a besarle la mano, le pidió una estampa y V. se la dio. El Niño vino muy contento, y, después de haberla tenido un rato, la dejó encima de la mesa y se fue a la calle con otros niños a jugar. Yo quedé solo en casa, y, picado de la curiosidad y para pasar el tiempo, cogí la estampa y la leí; pero ¡ay Padre mío!, yo no puedo explicar lo que sentí en aquel momento; cada palabra era para mí un dardo que se clavaba en mi corazón; resolví confesarme y pensé: Ya que Dios se ha valido de él para hacerte entrar en un verdadero conocimiento, con él irás a confesarte. Toda la noche la he pasado llorando y examinando mi conciencia, y ahora me tiene aquí para confesarme. Padre, soy un grande pecador; tengo cincuenta años y desde niño que no me he confesado y he sido comandante de gente muy mala. Padre, ¿habrá perdón para mí? - Sí, señor, sí; ánimo, confianza en la bondad y misericordia de Dios. El buen (Dios) le ha llamado para salvarle, y V. ha hecho muy bien en no endurecer su corazón y en poner luego por obra la resolución de hacer una buena confesión. - Se confesó, le absolví y quedó muy contento y tan alegre, que no acertaba a expresarse.

321. Pues bien, aunque las hojas sueltas y estampas no hubiesen producido otra conversión que ésta, ya me tendría por bien empleado y satisfecho el trabajo y cuanto se ha gastado en impresiones; pero no ha sido este solo caso [el] de los que se han convertido por la lectura de las estampas que he dado a luz.

322. En Villafranca del Panadés se convirtieron cuatro reos que estaban en capilla tres días había y no se habían querido confesar, y con la lectura de la estampa que di a cada (uno) entraron en reflexión y se confesaron, recibieron el Santo Viático y tuvieron una edificante muerte. Son muchos y muchísimos los que se han convertido por la lectura de una estampa. ¡Oh Dios mío! ¡Qué bueno sois! De todo sacáis partido para derramar vuestras misericordias sobre los pobres pecadores. Bendito seáis para siempre. Amén.

 

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De la continuación de la misma materia [libros y hojas sueltas]

y de las conversaciones familiares.

De las medallas, Rosarios y escapularios

 

Séptimo medio

323. Gracias sean dadas a Dios, todos lo libritos han producido felices resultados; pero de quienes he hallado más almas convertidas ha sido El Camino recto y El Catecismo explicado. De la lectura de estos dos libros encuentro muchísimas conversiones, y aun en esta corte no pasa día que no se me presenten almas determinadas a mudar de vida por haber leído ese libro. Todos lo buscan y no reposan hasta haberse hecho con él; todos sin distinción de clase lo desean tener, y este deseo general me ha obligado a hacer una impresión de lujo para la gente de categoría superior, y se lo han procurado la Reina, el Rey, la Infanta, Damas de Palacio, Gentiles hombres y toda la nobleza. Se puede decir que en la clase (alta) no hay casa alguna o palacio en que no se halle uno o más ejemplares de El Camino recto de lujo, y en las demás clases de los otros más sencillos.

324. Como yo he escrito tantos y (tan) diversos libros, yo no lo sé. Vos lo sabéis, Dios mío; digo mal, sí lo sé. No soy yo quien ha escrito, sois Vos, sí, Vos sois, Dios mío, que os habéis servido de este miserable instrumento para esto, pues no tenía saber, ni talento, ni tiempo para esto; pero Vos, sin yo entenderlo, me lo proporcionabais todo. ¡Bendito seáis, Dios mío!

325. El fin que me proponía era la mayor gloria de Dios, la conversión de los (pecadores) y la salvación de las almas. Por esto escribí en forma de Avisos para todos los estados de la sociedad; pero los dos que más me llevaron tras sí el corazón fueron los Niños y Niñas. Por esto di a luz cuatro catecismos, como ya he dicho, y además he escrito para ellos libritos y hojas sueltas.

326. La otra clase que más me llamaba la atención era la clerical. ¡Oh si todos los que siguen la carrera eclesiástica fueran hombres de verdadera vocación, de virtud y de aplicación al estudio! ¡Oh qué buenos sacerdotes serían todos! ¡Qué [de] almas se convertirían! Por esto he dado a luz aquella obrita en dos tomos que se llama El Colegial o el Seminarista instruido, obra que ha gustado a cuantos la han leído. Todo sea a su mayor honor y gloria.

327. Y como somos criados para conocer, amar, servir y alabar (a Dios), he pensado que para llenar un clérigo todos sus deberes necesitaba saber de canto eclesiástico, y al efecto he escrito y dado a luz un cuaderno [en] que con la mayor brevedad y facilidad se enseña el modo de cantar y alabar a Dios.

328. En todos lo libros que se han publicado, no se ha buscado el interés, sino la mayor gloria de Dios y el bien de las almas. Nunca he cobrado un maravedí como propiedad de lo que (he) mandado imprimir, al contrario, he dado gratuitamente millares de millares de ejemplares, y aun en el día estoy dando, y, Dios mediante, daré hasta la muerte, si puedo, pues que he considerado que era ésta la mejor limosna que en el día puede hacerse.

329. A fin de poder dar y vender a la mayor baratura posible, pensé poner una Imprenta Religiosa bajo la protección de María Santísima de Monserrat, como patrona que es de Cataluña, y del glorioso San Miguel. Comuniqué este pensamiento al S[eñor] Caixal y el S[eñor] Palau, entonces Canónigos de Tarragona y en el día obispos, el uno de la Seo de Urgel y el otro de Barcelona, que en el día aún cuidan de ella bajo la dirección inmediata de un Administrador.

330. Lo que ha hecho y está haciendo la Librería Religiosa, no hay más que visitar el establecimiento o imprenta y además leer el Catálogo de lo que ha impreso; y aun ni así se pueden bien conocer, porque aquellas obras que están allí consignadas llevan algunas de ellas muchas reimpresiones. Hay alguna que llega a la impresión 38, y las tiradas son de muchos miles cada una.

331. Por medio de la Librería Religiosa los eclesiásticos y seglares se ha provisto y se están proveyendo de libros buenos, los mejores que se saben, y al más ínfimo precio, por manera que en ninguna imprenta de España se dan los libros con la baratura que los da (la) Librería Religiosa , ni tan correctos, ni en tan buenos tipos ni en papel, atendida la baratura. ¡Oh cuántas gracias debería dar a Dios por haberme inspirado tan grandioso y provechoso pensamiento!

332. Ahora que trato de libros, también diré el refuerzo que le ha venido a la Librería Religiosa con la Academia de San Miguel, aprobada por el Sumo Pontífice Pío IX y por el Gobierno de S. M. con Real Cédula, siendo SS. MM. Los primeros de los Coros. Tiene una Junta directiva en Madrid, que se reúne todos los Domingos; se ocupa de cumplir lo dispuesto por el Reglamento. Tiene muchísimos coros en Madrid y en las poblaciones principales de España y es incalculable el bien que se hace.

333. Siempre los libros buenos y hojas sueltas producen su buen efecto, pero lo producen muy copioso cuando se dan en las misiones. Entonces ayudan a la predicación y confirman lo que han oído de viva voz y hacen que el fruto sea más perseverante. Yo por esto en las misiones y predicaciones doy grande abundancia.

334. Otro de los medios que hace mucho bien es el de tener conversaciones familiares. ¡Oh qué bien tan grande producen! Entre los primeros Padres de la Compañía había un hermano lego que iba a la compra todos los días, y era tan feliz en las conversaciones con las gentes que había de tratar, que había convertido más almas que ningún misionero. Esto lo había leído yo cuando aún era estudiante, y me gustó tanto, que siempre que podía lo ponía por obra, según las circunstancias que se presentaban.

335. Si se hablaba de la muerte o se oían tocar las campanas, me ofrecía oportunidad de hablar de la fragilidad e inconstancia de nuestro ser, cómo hemos de morir y la cuenta que hemos de rendir a Dios. Si había alguna tempestad de rayos y truenos, (me hacía pensar) en el juicio y hablar de aquel día grande. Si se estaba al lado del fuego, hablaba del fuego del infierno. Una vez hablaba con un Cura párroco al lado del fuego en su cocina, y de la conversación que tuve con él como por pasatiempo se movió tanto, que al día siguiente hizo conmigo una confesión general de cosas que nuca se había atrevido a confesar, y con aquella conversación se conmovió y se arrepintió muy de veras.

336. Cuando iba de viaje, con las gentes que se juntaban conmigo hablaba según la oportunidad que se presentaba. Si veía flores, les llamaba la atención y les decía que así como las plantas producían flores tan hermosas y olorosas, nosotros habíamos de producir virtudes; verbigracia, la rosa nos enseña la caridad, la azucena la pureza, la violeta la humildad, y así las demás. Hemos de ser, como dice el Apóstol, bonus odor sumus Christi Dei in omni loco. Al ver algún árbol con fruta, les hablaba cómo nosotros hemos de dar fruto de buenas obras, o si no, seríamos como aquellas dos higueras de que nos habla el Evangelio. Al pasar cerca de un río le hablaba cómo el agua nos enseña a pensar que andamos a la eternidad. Al oír el canto de los pájaros, una música, etc., les hablaba del cántico eterno y nuevo del cielo; y así de lo demás. Con estas conversaciones familiares había observado que se hacía muchísimo bien, porque les pasaba lo que a aquellos dos que iban a Emaús; y además se evitan conversaciones inútiles y quizá murmuraciones.

337. También es medio muy poderoso de que me valía para hacer el bien el dar Rosarios y enseñarles el modo de rezarle, el dar medallas y decirles cómo las han de llevar y cómo las han de besar mañana y noche. También dar escapularios y decirles qué significan y cómo los han de llevar.

338. Igualmente es muy poderoso para excitar la piedad tener facultades para bendecir imágenes, medallas, rosarios y escapularios. Así ellos se los procuran y los traen en el días seña[la]dos para la bendición que hacía desde el púlpito. Esto los entusiasma, los enfervoriza y les da un piadoso recuerdo de la misión y de lo que se ha dicho y practicado en ella.

339. También he escrito un librito en que trato del origen del Escapulario azul celeste, las gracia e indulgencias que se ganan, y muchísimas personas lo han recibido en esta corte de Madrid, y singularmente la Reina, el Rey, el Príncipe y las dos Infantas, todas las azafatas y camaristas.

 

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De las virtudes que conocí había de tener para hacer fruto

 

La primera virtud que procuré: La humildad

340. Hasta aquí he hablado de los medios más comunes de que me valía para hacer fruto. Ahora trataré de las virtudes que he conocido que ha de tener un Misionero para hacer fruto.

Cicerón, cuando habla del orador, dice que debe estar instruido en todo arte y ciencia: in omnibus artibus et disciplinis instructus debet esse orator. Yo digo que el misionero apostólico debe ser un dechado de todas las virtudes. Ha de ser la misma virtud personificada. A imitación de Jesucristo, ha de empezar por hacer y practicar, y después enseñar. Coepit facere et docere. Con las obras ha de poder decir lo del Apóstol: Imitadme a mí, así como yo imito a Cristo. Imitatores mei estote, sicut et ego Christi.

341. Para adquirir las virtudes necesarias que había de tener para ser un verdadero Misionero apostólico conocí que había de empezar por la humildad, que consideraba como el fundamento de todas las virtudes. Desde que pasé al Seminario de Vich para estudiar filosofía, empecé el examen particular de esta virtud de la humildad, que bien lo necesitaba, pues que en Barcelona, con los dibujos, máquinas y demás tonterías, se me había llenado la cabeza de vanidad, y cuando oía que me alababan, mi corazón contaminado se complacía en aquellos elogios que me tributaban. ¡Ay Dios mío, perdonadme, que ya me arrepiento de veras! Al recordar mi vanidad me hace derramar muchas y amargas lágrimas; pero Vos, Dios mío, me humillasteis, y así no puedo menos que daros gracias por ello y decir con el profeta: Bonum mihi quia humiliasti me. Vos, Señor, me humillasteis, y yo también me humillaba ayudado con vuestro auxilio.

342. En un principio que estaba en Vich pasaba en mí lo que en (un) taller de cerrajero, que el Director mete la barra de hierro en la fragua y cuando está bien caldeado lo saca y le pone sobre el yunque y empieza a descargar golpes con el martillo; el ayudante hace lo mismo, y los dos van alternando y como a compás van descargando martillazos y van machacando hasta que toma la forma que se ha propuesto el director. Vos, Señor mío y Maestro mío, pusisteis mi corazón en la fragua de los santos Ejercicios espirituales y frecuencia de Sacramentos, y así, caldeado mi corazón en el fuego del amor a Vos y a María Sma. Empez(asteis) a dar golpes de humillaciones, y yo también daba los míos con el examen particular que hacía de esta virtud, para mí tan necesaria.

343. Con mucha frecuencia repetía aquella petición de San Agustín: Noverim te, noverim me, y aquella otra de San Francisco de Asís: ¿Quién sois Vos? ¿Quién soy yo? Y como si el Señor me dijese: Yo soy el que soy y tú eres el que no eres, tú eres nada y menos que nada, pues que la nada no ha pecado, y tú sí.

344. Conocí clarísimamente que de mí nada tengo sino el pecado. Si algo soy, si algo tengo, todo lo ha recibido de Dios. El ser físico no es mío, es de Dios; El es mi Creador, es mi Conservador, es mi motor por el concurso físico. A la manera que un molino, que por más bien que está montado, si no tiene agua, no puede andar, así he conocido que soy yo en el ser físico y natural.

345. Lo mismo digo, y mucho más, en lo espiritual y sobrenatural. Conozco que no puedo invocar el nombre de Jesús ni tener un solo pensamiento bueno sin el auxilio de Dios, que sin Dios nada absolutamente puedo. ¡Ay cuántas distracciones tengo a pesar mío!

346. Conozco que en el orden de la gracia soy como un hombre que se puede echar en un profundo de un pozo, pero que por sí solo no puede salir. Así soy yo. Puedo pecar, pero no puedo salir del pecado sino por los auxilios de Dios y méritos de Jesucristo. Puedo condenarme, pero no puedo salvarme sino por la bondad y misericordia de Dios.

347. Conocí que en esto consiste la virtud de la humildad, esto es, conocer que soy nada, que nada puedo sino pecar, que estoy pendiente de Dios en todo: ser, conservación, movimiento, gracia; y estoy contentísimo de esta dependencia de Dios, y prefiero estar en Dios que en mí mismo. No me suceda lo que a Luzbel, que conocía muy bien que todo su ser natural y sobrenatural estaba totalmente dependiente de Dios, y fue soberbio, porque como el conocimiento era meramente especulativo, la voluntad estaba descontenta, y deseó llegar a la semejanza de Dios no por gracia, sino de su propia virtud.

348. Ya desde un principio conocí que el conocimiento es práctico cuando siento que de nada me he de gloriar ni envanecer, porque de mí nada soy, nada tengo, nada valgo, nada puedo ni nada hago. Soy como la sierra en manos del aserrador.

349. Comprendí que de ningún desprecio me he de sentir, porque, siendo nada, nada merezco, y, puesto en ejercicio, lo ejecuto, pues ninguna prenda ni honra basta para engreírme, ni vituperio o deshonra para contristarme.

350. Yo conocía que el verdadero humilde debe ser como la piedra, que, aunque se vea levantada a lo más alto del edificio, siempre gravita hacia abajo. He leído muchos autores ascéticos que tratan de esta virtud de la humildad a fin de entender bien en qué consiste y los medios que señalan para conseguirla. Leía las vidas de los Santos que más se han distinguido en esta virtud para ver cómo la practicaban, pues yo deseaba alcanzarla.

351. Al efecto, me propuse el examen particular, escribí los propósitos sobre el particular y los ordené tal cual se hallan en aquel opúsculo o librito llamado La Palma. Todos los días lo hice por el mediodía y por la noche y lo continué por quince años, y aún no soy humilde. A lo mejor observaba en mí algún retoño de vanidad, y al instante tenía que acudir a cortarlo ya sintiendo alguna complacencia cuando alguna cosa me salía bien, ya diciendo alguna palabra vana, que después tenía que llorar, arrepentirme y confesarme de ella, haciendo de ella penitencia.

352. Muy claramente conocía que Dios N. S. me quería humilde y me ayudaba mucho para ello, pues me daba motivos de humillarme. En aquellos primeros años de misiones me veía muy perseguido por todas partes en común, y esto, a la verdad, es muy humillante. Me levantaban las (más) feas calumnias, decían que había robado un burro, qué se yo qué farsas contaban. Al empezar la misión o función en las poblaciones, hasta la mitad de los días eran farsas, mentiras, calumnias de toda especie lo que decían de mí, por manera que me daban mucho que sentir y que ofrecer a Dios, y al propio tiempo materia para ejecutar la humildad, la paciencia, la mansedumbre, la caridad y demás virtudes.

353. Esto duraba hasta media misión, y en todas las poblaciones pasaba lo mismo; pero de media misión hasta concluir cambiaba completa(mente). Entonces el diablo se valía del medio opuesto. Todos decían que era un santo, a fin de hacerme engreír y envanecer; pero Dios N. S. tenía buen cuidado de mí, y así en aquellos últimos (días) de la misión, en que acudía tanta gente a los sermones, a confesarse, a la comunión y a todo lo demás; en aquello últimos días en que se veía el fruto copiosísimo que se había reportado y se oían los elogios que de mí hacían todos, buenos y malos; en aquellos días, pues, el Señor me permitía una tristeza tan grande, que yo no puedo explicar sino diciendo que era la especial providencia de Dios, que me la permitía como un lastre, a fin de que el viento de la vanidad no me diera un vuelco.

354. ¡Bendito seáis, Dios mío, que tanto cuidado habéis tenido de mí! ¡Ay cuántas veces habría perdido el fruto de mis trabajos si Vos no me hubieseis guardado! Yo, Señor, habría hecho como la gallina, que, después que ha puesto el huevo, cacarea, y van y se lo quitan y se queda sin él, y, aunque en un año ponga muchos, no tiene ninguno, porque ha cacareado y se los han llevado. ¡Ay Dios mío! Si Vos no me hubieseis impuesto silencio, con las ganas que a veces sentía de hablar de los sermones, (etc.) habría cacareado como las gallinas, y habría perdido todo el fruto y habría merecido castigo, porque Vos habéis dicho, Señor: Gloriam meam alteri non dabo; y yo con el hablar la habría dado al demonio de [la] vanidad, y Vos me habríais castigado, y con justicia, Señor, por no haberlo referido a Vos, sino al diablo, vuestro capital enemigo. Con todo, Vos sabéis si alguna vez el diablo ha pellizcado algo, no obstante los poderosísimos auxilios que dabais. ¡Misericordia, Señor!

355. A fin de no dejarme llevar de la vanidad, procuraba tener presentes los doce grados de la virtud de la humildad que dice San Benito y sigue y prueba Santo Tomás (2-2 q.161 a.6), y son los siguientes: El primero es manifestar humildad en lo interior y en lo exterior, que es en el corazón y en el cuerpo, llevando los ojos sobre la tierra; por eso se llama humi-litas. El segundo es hablar pocas palabras, y éstas conforme a la razón y en voz baja. El tercero en no tener facilidad ni prontitud para la risa. El cuarto es callar hasta ser preguntado. El quinto es no apartarse en sus obras regulares de lo que hacen los demás. El sexto en tenerse y reputarse por el más vil de todos y sinceramente decirlo así. El séptimo es considerarse indigno e inútil para todo. El octavo es conocer sus propios defectos y confesarlos ingenuamente. El nono es tener pronta obediencia en las cosas duras y mucha paciencia en las ásperas. El décimo es obedecer y sujetarse a los Superiores. El undécimo es el no hacer cosa alguna por su propia voluntad. El duodécimo es el tener a Dios y tener siempre en la memoria su santa Ley.

356. Además de la doctrina que hay en estos doce grados, procuraba imitar a Jesús, que a mí y a todos nos dice: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Y así contemplaba continuamente a Jesús en el pesebre, en el taller, en el Calvario. Meditaba sus palabras, sus sermones, sus acciones, su manera de comer, vestir y andar de una a otra población... Con este ejemplo me animaba y siempre me decía: ¿Cómo se portaba Jesús en casos como éste? Y procuraba imitarle, y así lo hacía con mucho gusto y alegría, pensando que imitaba a mi Padre, a mi Maestro y a mi Señor y que con esto le daba gusto. ¡Oh Dios mío, qué bueno sois! Estas inspiraciones santas me dabais para que os imitara y fuera humilde. ¡Bendito seáis, Dios mío! ¡Oh si a otro le hubierais dado las gracias y auxilios que a mí, qué otro sería de lo que soy yo!

 

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La segunda virtud que procuré: la pobreza

 

357. Al ver que Dios N. S. sin ningún mérito mío sino y únicamente por su beneplácito, me llamaba para hacer frente al torrente de corrupción y me escogía para curar de sus dolencias al cuerpo medio muerto y corrompido de la sociedad, pensé que me debía dedicar a estudiar y conocer bien las enfermedades de (este) cuerpo social. En efecto, lo hice, y hallé que todo lo que hay en el mundo es amor a las riquezas, amor a los honores y amor a los goces sensuales. Siempre el género humano ha tenido inclinación a esta triple concupiscencia, pero en el día, la sed de bienes materiales está secando el corazón y las entrañas de las sociedades modernas.

358. Veo que nos hallamos en un siglo [en] que no sólo se adora el becerro de oro, como lo hicieron los hebreos, sino que se da culto tan extremado al oro, que se ha derribado de sus sagrados pedestales a las virtudes más generosas. He visto ser ésta una época en que el egoísmo ha hecho olvidar los deberes más sagrados que el hombre tiene con sus prójimos y hermanos, ya que todos somos imágenes de Dios, hijos de Dios, redimidos con la sangre de Jesucristo y destinados para el cielo.

359. Consideré que para hacer frente a este gigante formidable que los mundanos le llaman omnipotente, debía hacerle frente con la santa virtud de la pobreza, y así como lo conocí, lo puse por obra. Nada tenía, nada quería y todo lo rehusaba. Con el vestido que llevaba y la comida que me daban estaba contento. Con un pañuelo lo llevaba todo. Mi equipaje consistía en un breviario de todo el año, un vademécum en que llevaba los sermones, un par de medias y una camisa para mudarme. Nada más.

360. Dinero nunca llevaba, ni quería. Un día tuve una alarma. Me metí la mano en el zurrón del chaleco y me creí hallar una moneda. Me espanté, la saqué, la miré y con grande consuelo vi que no era moneda, sino una medalla que mucho tiempo antes me habían dado. Volví de la muerte a la vida. Tan grande era el horror que tenía al dinero.

361. No tenía dinero, pero tampoco lo necesitaba. No lo necesitaba para caballería, diligencia ni ferrocarril, porque siempre andaba a pie, siendo así que tenía que hacer unas viajatas muy largas, como diré en otro lugar. No lo necesitaba para comer, porque lo pedía de limosna a donde llegaba. No lo necesitaba tampo[co] para el vestido, porque Dios N. S. me conservaba la ropa y el calzado casi como a los hebreos en el desierto. Conocía claramente que era la voluntad de Dios que no tuviera dinero ni aceptara cosa alguna, sino la precisa comida para aquel momento, sin recibir jamás provisión alguna para llevar de una a otra parte.

362. Este desprendimiento conocí que les causaba a todos grande impresión, y, por lo mismo, me esforzaba yo a sostener el punto que había tomado. Para animarme recordaba yo la doctrina de Jesucristo, que meditaba continuamente; singularmente aquellas palabras que dicen: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. - Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, dalo a los pobres y sígueme. - Nadie puede ser discípulo de Jesús sin que renuncie a todas las cosas.

363. Me acordaba siempre que Jesús se había hecho pobre, que quiso nacer pobre, vivir pobremente y morir en la mayor pobreza. También me acordaba de María Santísima, que siempre quiso ser pobre. Y tenía presente además que los apóstoles lo dejaron todo para seguir a Jesucristo. Alguna veces, el Señor me hacía sentir los efectos de la pobreza, pero era por poco tiempo. Luego me consolaba con lo que necesitaba; y era tanta la alegría que sentía con la pobreza, que no gozan tanto los ricos con todas sus riquezas como gozaba yo con mi amadísima pobreza.

364. He observado alguna cosa que no puedo menos de consignarla aquí: cuando uno es pobre y lo quiere ser y lo es de buena voluntad y no por fuerza, entonces gusta la dulzura de la virtud de la pobreza y, además, Dios le remedia de una de estas dos maneras: o moviendo el corazón de los que tiene para que den a uno, o bien haciendo vivir sin comer. Yo he experimentado todos estos modos.

365. Sólo citaré algunos casos que pasaron por mí mismo. Una vez iba de Vich a Campdevànol para dar ejercicios espirituales a unos Sacerdotes que con el S[eñor] Canónigo Soler se habían recogido en aquel Curato. Era a los últimos del mes de Julio, que hacía mucho calor. Yo tenía hambre y sed, y, al pasar por frente del Mesón de Quirico de Besora, la dueña del Mesón me llamó para que comiera y bebiera. Yo le contesté que no tenía ni un cuarto para pagar lo que gastase. Ella me contestó que comiese y bebiese cuanto necesitase, que de muy buena gana me lo daba; y yo acepté.

366. Una vez iba de Igualada a Barcelona, y a las doce del día pasaba por frente del Mesón de Molíns del Rey, y un pobre se apiadó de mí, me hizo entrar en el Mesón y pagó para mí un plato de alubias que le costaron cuatro cuartos, con lo que comí muy bien y llegué perfectamente a Barcelona en aquella misma tarde.

367. Otra vez venía de hacer una misión del pueblo de Bagá, pasé (por) la Badella, Montaña de Santa María, Espinalbet, Pla d´en Llonch, hasta San Lorenzo dels Piteus, sin comer nada en todo el día, caminando siempre por caminos los más escabrosos, pasando ríos y arroyos bastante caudalosos, que, a la verdad, el vadear los ríos era lo que se me hacía más sensible, sí, más lo sentía que el no tener que comer, aunque en esto el Señor también me favorecía.

368. En cierta ocasión [en] que tenía que pasar el río Besós, que llevaba bastante agua, ya me iba a quitar el calzado, cuando se me acercó un niño desconocido y me dijo: No se descalce V., que yo lo pasaré. -¿Tú a mí me pasarás? Eres muy pequeño; ni siquiera me podrás tener en hombros, cuánto menos pasarme el río. - Ya verá V., me contestó, cómo yo lo paso. - En efecto, me pasó perfectamente sin mojarme.

369. En un arroyo que hay a la otra parte de Manresa lo hallé que las aguas lo habían subido tanto, que los pasos estaban todos cubiertos de agua, y, a fin de (no) descalzarme, me resolví saltar por los pasos, dando un fuerte golpe con la planta encima de la piedra de cada paso. Con el golpe que daba, el agua se apartaba, y así, saltando de un paso a otro, pasé sin mojarme.

370. Había observado que la santa virtud de la pobreza no sólo servía para edificar a las gentes y derrocar el ídolo de oro, sino que además me ayudaba muchísimo para crecer en humildad y para adelantar en la perfección. Además de la experiencia, me corroboraba con esta comparación: que las virtudes son como las cuerdas de un arpa o instrumento de cuerda: que la pobreza era la cuerda corta y delgada, que cuanto más corta es, da el sonido más agudo. Y así, cuanto, más cortas son las conveniencias de la vida, tanto más subido el punto de perfección a que sube. Así vemos que Jesucristo estuvo sin probar bocado cuarenta días con sus noches; y con los apóstoles comía pan de cebada, y aun a veces les faltaba. Tan cortos andaban, que los Apóstoles cogían espigas y las frotaban entre sus manos, y con aquellos granos mataban el hambre que les molestaba, que por (haber) sucedido esto en día de fiesta fueron reprendidos de los fariseos.

371. Además, esta falta de recursos abate el orgullo, destierra la soberbia, abre paso a la santa humildad, dispone el corazón para recibir nuevas gracias y hace subir de un modo admirable a la perfección, a la manera que los fluidos, que cuanto son más ligeros y sutiles, más suben, al paso que los crasos son más rastreros. ¡Oh Salvador mío! ¡Haced, os suplico, que vuestros ministros conozcan el valor de la virtud de la pobreza, que la amen y practiquen como Vos nos habéis enseñado con obras y palabras! ¡Oh qué perfectos seríamos todos si todos la practicásemos bien! ¡Qué fruto tan grande haríamos! ¡Qué almas se salvarían! Cuando, al contrario, no practicando la pobreza, la gente no se salva y ellos se condenan por la codicia, como Judas.

 

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La tercera virtud: la mansedumbre

 

372. Conocí que la virtud que más necesitaba un misionero apostólico, después de la humildad y pobreza, es la mansedumbre. Por eso, Jesucristo decía a sus amados discípulos: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y así hallareis descanso para vuestras almas. La humildad es como la raíz del árbol, y la mansedumbre es el fruto. Con la humildad, dice San Bernardo, se agrada a Dios, y con la mansedumbre, al prójimo. En el sermón que Jesucristo hizo en el monte dijo: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. No sólo [la ] tierra de promisión y la tierra de los vivientes que es el Cielo, sino también los corazones terrenos de los hombres.

373. No hay virtud que los atraiga tanto como la mansedumbre. Pasa lo mismo que en un estanque de peces, que, si, se les tira pan, todos vienen a la orilla, sin miedo ninguno se acercan a los pies: pero, si en lugar de pan se les tira una piedra, todos se huyen y se esconden. Así son los hombres. Si se les trata con mansedumbre, todos se presentan, todos vienen y asisten a los sermones y al confesonario; pero si se les trata con aspereza, se incomodan, no asisten y se quedan allá murmurando del ministro del Señor.

374. La mansedumbre es una señal de vocación al ministerio de misionero apostólico. Cuando Dios envió a Moisés, le concedió la gracia y la virtud de la mansedumbre. Jesucristo era la misma mansedumbre, que por esta virtud se le llama Cordero: será tan manso, decían los profetas, que la caña cascada no acabará de romper, ni la mecha apagada acabará de extinguir; será perseguido, calumniado y saciado de oprobios, y como si no tuviera lengua, nada dirá. ¡Qué paciencia! ¡Qué mansedumbre! Sí, trabajando, sufriendo, callando y muriendo en la Cruz, nos redimió y enseñó cómo nosotros lo hemos de hacer para salvar las almas que él mismo nos ha encargado.

375. Los Apóstoles, adoctrinados por el divino Maestro, todos tenían la virtud de la mansedumbre, la practicaban y enseñaban a los demás, singularmente a los Sacerdotes. Así (es) que Santiago decía: ¿Hay entre vosotros alguno tenido por sabio y bien amaestrado para instruir a otros? Muestre por el buen porte su proceder y una sabiduría llena de dulzura. Mas, si tenéis un celo amargo y el espíritu de discordia en vuestros corazones, no hay para qué gloriaros y levantar mentiras contra la verdad, que esa sabiduría no es la que desciende de arriba, sino más bien una sabiduría terrena, animal y diabólica. (Iac c.3,13-15).

376. Yo quedé espantado la primera vez que leí estas palabras de santo Apóstol al ver que la ciencia sin dulzura, sin mansedumbre, la llama diabólica. ¡Jesús, diabólica!... Sí, diabólica es, y me consta además por la experiencia que el celo amargo es arma de que se vale el diablo, y el Sacerdote que trabaja sin mansedumbre sirve al diablo y no a Jesucristo. Si predica, ahuyenta a los oyentes, y si confiesa, ahuyenta a los penitentes, y si se confiesan lo hacen mal, porque se aturden y se callan los pecados por temor. Muchísimas confesiones generales he oído de penitentes que se habían callado los pecados porque los confesores les habían reprendido ásperamente.

377. En cierta ocasión hacía el Mes de María. Concurrían muchísimos a los sermones y a confesarse. En la misma capilla en que yo confesaba, confesaba también un sacerdote muy sabio y muy celoso. Había sido Misionero, pero por su edad y achaques se había vuelto tan iracundo y de tan mal genio, que no hacía más que regañar. Así es que los penitentes quedaban tan cortados y confundidos, que se quedaban los pecados sin decir, y, por tanto, hacían mala confesión. Y quedaban tan desconsolados, que para tranquilizarse se venían a confesar conmigo.

378. Como no pocas veces el mal genio y la ira o falta de mansedumbre se encubre con la máscara del celo, estudié muy detenidamente en qué consistía una y otra cosa, a fin de no padecer equivocación en una cosa en que va tanto. Y he hallado que el oficio del celo es aborrecer, huir, estorbar, detestar, desechar, combatir y abatir, si es posible, todo lo que es contrario a Dios, a su voluntad y gloria y a la santificación de su santo nombre, según David, que decía: Iniquitatem odio habui et abominatus sum; legem autem tuam dilexi (Ps 118).

379. He observado que (el) celo verdadero nos hace ardientemente celosos de la pureza de las almas, que son esposas de Jesucristo, según dice el Apóstol a los de Corinto: Yo soy amante celoso de vosotros y celoso en nombre de Dios; pues que os tengo desposados con este único esposo que es Cristo para presentaros a él como una pura y casta virgen.

Por cierto que Eliecer se hubiera picado de celos si hubiera visto a la casta y bella Rebeca, que llevaba para esposa del hijo de su Señor, en algún peligro de ser violada, y sin duda, hubiera podido decir a esta santa doncella: Celador soy vuestro de los celos que tengo por mi Señor, porque os he desposado con un hombre para presentaros una virgen casta al hijo de mi amo Abraham. Con esta comparación se entenderá mejor el celo del Apóstol y de los varones apostólicos.

Decía el mismo en otra carta: Yo muero todos los días por vuestra gloria. ¿Quién está enfermo que no lo esté yo también? ¿Quién está escandalizado que yo no me abrase?.

380. Los Santos Padre, para dilucidar más esta materia, se valen de la comparación de la gallina y dicen: ¡Mirad qué amor, qué cuidado y qué celo tiene una gallina por sus polluelos! La gallina es un animal tímido, cobarde, espantadizo mientras no cría; pero cuando es madre tiene un corazón de león, trae siempre la cabeza levantada, los ojos atentos, mirando a todas partes por pequeña apariencia de peligro que se le presente para sus polluelos. No se pone enemigo delante de ella que no acometa para defenderlos, viviendo en un perpetuo cuidado que la hace continuamente vocear. Y es tan grande la fuerza del amor que tiene a sus hijos, que anda siempre enferma y descolorida, ¡Oh qué lección tan interesante de celo me das, Señor, por medio de la gallina!.

381. Yo he comprendido que el celo es un ardor y vehemencia de amor que necesita ser sabiamente gobernado. De otra manera violaría los términos de la modestia y discreción; no porque el Amor divino, por vehemente que sea, pueda ser excesivo en sí mismo ni en los movimientos o inclinaciones que da a los espíritus, sino porque el entendimiento no escoge los medios más a propósito o los ordena mal, tomando caminos muy ásperos y violentos, y, conmovida la cólera, no pudiéndose contener en los límites de la razón, empeña el corazón en algún desorden, de modo que el celo por este medio se ejerza indiscreta y desarregladamente, con que viene a ser malo y reprensible.

382. Cuando David envió a Joab con su ejército contra su desleal y rebelde hijo Absalón, le encargó que no le tocase; pero Joab, estando en la batalla, como una furia por el deseo de la victoria, mató con [su] propia mano al pobre Absalón. Dios manda al Misionero que haga guerra a los vicios, culpas y pecados; pero le encarga con el mayor encarecimiento que le perdone al pecador, que lo presente vivo a ese hijo rebelde para que se convierta, (viva) en gracia y alcance la eterna gloria.

383. ¡Oh Dios mío!, dadme un celo discreto, prudente, a fín de que se obre en todas las cosas fortiter et suaviter, con fortaleza, pero al propio tiempo suavemente, con mansedumbre y con buen modo. En todo espero portarme con una santa prudencia, y al efecto me acordaré que la prudencia es una virtud que nace en el hombre con la razón natural, la instrucción la cultiva, la edad la fortifica, el trato y comunicación con los sabios la aclara y se consuma con la experiencia de los acontecimientos.

 

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La cuarta virtud: la modestia

 

384. El Misionero, me decía yo, es el espectáculo de Dios, de los ángeles y de los hombres, y, por lo mismo, debe ser muy circunspecto y remirado en todas sus palabras, obras y maneras. Así es que resolví, tanto en casa como fuera de ella, hablar muy poco y pesar bien las palabras que decía, porque todo lo toman a veces en diferente sentido de lo [que] uno lo dice.

385. Propuse, cuando hablase, no hacer acciones o gestos con las manos, que en algunos lugares llaman manotear y lo ridiculizan. Así, me propuse, cuando tuviese que hablar, hablar poco, breve y de un modo quieto y grave, sin entretenerme en tocar la cara, barba, cabeza, y mucho menos las narices, ni hacer gestos con la boca, ni decir cosas de burla o de desprecio, ni ridiculizando, pues conocí que en estas cosas pierde mucho de su autoridad, respeto y veneración el misionero que por su ligereza y poca mortificación y menos modestia incurre en semejantes groserías, que arguyen poca virtud y manifiestan la poca o ninguna educación.

386. También conocí que el misionero debía tener paz con todos, como dice el Apóstol San Pablo. Así nunca reñí con nadie, procuraba ser benigno con todos, no ser juguetón con nadie, ni gustaba decir chocarrerías, ni remedos; ni me gustaba reír, aunque siempre manifestaba alegría, dulzura, benignidad, pues me acordaba que [a] Jesús jamás le vieron reír y [sí] llorar algunas veces. Y también me acordaba de aquellas palabras: Stultus in risu exaltat vocem suam; vir autem sapiens vix tacite ridebit.

387. La modestia, como se sabe, que es aquella virtud que nos enseña a hacer todas las cosas del modo debido. Como cabalmente todas las debemos hacer como las hizo Jesucristo, así en cada cosa me preguntaba y me pregunto cómo lo hacía esto mismo Jesucristo, con qué cuidado, con qué pureza y rectitud de intención. ¡Cómo predicaba! ¡Cómo (con)versaba! ¡Cómo comía! ¡Cómo descansaba! ¡Cómo trataba con toda clase de personas! ¡Cómo oraba! Y así en todo, por manera que, con la ayuda del Señor, me proponía imitar del todo a Jesucristo, a fin de poder decir, si no de palabra, de obra, como el Apóstol: Imitadme a mí, así como yo imito a Cristo.

388. Conocí, Dios mío, cuánto importa para hacer fruto que el misionero sea del todo no sólo irreprensible, sino a todas luces virtuoso, pues que las gentes más caso hacen de lo que ven en el misionero que [de] lo [que] de él oyen. Por esto, de Jesús, modelo de misioneros, se dice: Coepit facere et docere, primero hacer, después enseñar.

389. ¡Vos sabéis, Dios mío, no obstante mis propósitos y resoluciones, las veces que habré faltado contra la santa virtud de la modestia! ¡Vos sabéis si algunos se habrán escandalizado por la inobservancia de esta virtud!

Perdonadme, Dios mío. Ya os doy palabra que, poniendo por obra las palabras del Apóstol, procuraré que mi modestia sea notoria a todos los hombres; y mi modestia será la de Jesucristo, como tanto exhorta el mismo Apóstol. Os doy palabra, Jesús mío, que imitaré también al humilde San Francisco de Asís, que con la modestia predicaba. El, con su buen ejemplo, convertía a las gentes. ¡Oh Jesús de mi corazón, yo os amo y quisiera atraer a todos a vuestro santísimo amor!

 

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La quinta virtud: la mortificación

 

390. Conocí que no podía ser modesto sin la virtud de la mortificación, y así la procuré con todo empeño, ayudado de la gracia de Dios, adquirirla cueste lo que costare.

391. Así, en primer lugar, procuré privarme de todo gusto para dárselo a Dios. Sin saber cómo, me sentí como obligado a cumplir lo que sólo era un propósito. Poníanse delante del entendimiento las dos porciones, la que mira a mi gusto y la que mira a Dios. Y como el entendimiento veía esta incomprensible desigualdad aunque fuese en cosa pequeña, me obligaba a seguir lo que entendía era del agrado de Dios, y yo con mucho (placer) me abstenía de aquel gusto para dar gusto a Dios. Y esto me sucede y pasa aún ahora en todas las cosas: en la comida, bebida, descanso, en el hablar, mirar, oír, ir a alguna parte, etc,.

392. Para la práctica de la mortificación me ha servido mucho la gracia de Dios, la necesidad que he conocido que tenía de ella para hacer fruto en las almas y para tener bien la oración.

393. Me ha animado sobremanera los ejemplos de Jesús y de María y de los Santos, cuyas vidas he estudiado con mucha detención sobre este particular, y para mi régimen he sacado mis apuntes, como de San Bernardo, de San Pedro de Alcántara. Y de San Felipe Neri he leído que, después de haber confesado por espacio de treinta años a una Señora célebre en Roma por su rara hermosura, aún no la conocía de vista.

394. Yo puedo asegurar aun en el día, que, de las muchas mujeres que se confiesan conmigo, más las conozco por la voz que (por) la fisonomía, porque nunca jamás miro la cara de mujer alguna: me ruborizo y avergüenzo. No es que me causen tentaciones. No las siento, gracias a Dios. Es un cierto rubor que (yo) mismo no me sé explicar. De aquí es que naturalmente y casi sin saber cómo, observo aquel documento tan repetido por los Santos Padres que dice: Sermo rigidus et brevis cum muliere est habendus et oculos humi dejectos habe, puesto que no sé sostener una conversación con una mujer por buena que ella sea. Con graves y pocas palabras, le digo lo que conviene, y al instante la despacho sin mirar si es pobre, ni rica, ni hermosa, ni fea.

395. Cuando misionaba por Cataluña me hospedaba en los curatos, y en el curato permanecía durante la misión, y no me acuerdo haber mirado jamás la cara de mujer alguna que estuviese por ama, criada o parienta del Cura. Así es que alguna vez me sucedía que después de algún tiempo me hallaba en Vich o en alguna otra población [y] alguna me decía: M[osén] Claret, ¿que no me conoce? Yo soy la criada o el ama de tal curato en que V. estuvo tantos días haciendo la misión. Pero yo no la conocía, no la miraba, y con la vista en el suelo le preguntaba: Y el S[eñor] Cura, ¿está bueno?

396. Y lo que es más que, sin una gracia especialísima de Dios, conozco que no es posible, y, sin embargo, fue así. En el tiempo que permanecí en la Isla (de Cuba), que fueron seis años y dos meses, confirmé más de trescientas mil personas, más mujeres que hombres y más jóvenes que viejas, Y si me preguntaran qué tipo de fisonomía tienen las mujeres de aquella isla, diría que no sé, no obstante de haber confirmado a tantas, pues que para ver en dónde tenían la frente miraba rapidísimamente y luego cerraba los ojos, y con los ojos cerrados las confirmaba.

397. Además de este rubor natural que experimento a la presencia de las mujeres que me impide mirarlas, hay otra razón, y es el deseo que tengo de hacer fruto en las almas. Me acuerdo haber leído hace años que un predicador muy famoso fue a predicar e hizo grande fruto en aquella población. Después la gente decía: ¡Oh qué santo!, y un hombre malo contestó: Podrá ser santo, pero yo lo que diré es que bien le gustan las mujeres, pues las miraba. Y bastó esta expresión para neutralizar todo el buen prestigio que aquel buen predicador se había merecido en aquella población y desvanecer todo el fruto que en ella había producido su predicación.

398. Igualmente, he observado que se forma muy mal concepto de un sacerdote que no tenga la vista mortificada. De Jesucristo he leído que siempre traía la vista muy mortificada y modesta, y las veces que la levantó lo notaron como cosa extraordinaria los evangelistas.

399. El oído procuraba siempre mortificar, y así no gustaba de oír conversaciones superfluas, palabras ociosas. Conversaciones contra la caridad no las podía sufrir ni tolerar: me quitaba o mudaba de conversación o ponía mala cara. Tampoco gustaba oír conversaciones de comidas, bebidas, de riquezas ni de cosas del mundo, ni tampoco de noticias políticas, y, por lo mismo, no me gustaba leer periódicos, y decía que prefería leer un capítulo de la Santa Biblia, en que sé que leo la verdad, y que en los periódicos, por lo común, hay mucha mentiras y cosas superfluas.

400. El habla también procuraba mortificar continuamente. Y así, de lo que he dicho que no me gustaba escuchar, tampoco me era agradable hablar. Tenía propósito de no hablar jamás después de la plática o sermón de lo que había platicado, pues así como a mí me disgustaba que los otros hablasen de lo que habían perorado, pensé que también disgustaría a los demás si hablase de aquellas cosas. Así es que había tomado la resolución de nunca hablar, hacerlo lo mejor que pudiese y encomendarlo a Dios. Si alguno me avisaba, lo tomaba con mucha gratitud, sin excusar(me) y sin dar la razón, sino enmendar(me) lo posible.

401. Había observado que algunos hacen como las gallinas, que, después que han puesto el huevo, cacarean y les quitan el huevo. Así he observado que sucede en algunos sacerdotes poco avisados: que luego que han hecho una obra buena, que han oído confesiones, que han hecho pláticas y sermones, van en busca y [a] caza de moscas de vanidad, hablan con satisfacción de lo que han dicho y cómo lo han dicho. Y así como a mí me disgusta hablar de esto, pienso que también disgustaría a los otros si hablase de aquellas mismas cosas. Y así había hecho propósito de nunca jamás [hablar] de estas cosas.

402. Lo que altamente me repugnaba [era] el que hablasen de cosas oídas en confesión, ya por el peligro que había de faltar al sigilo sacramental, ya también por el mal efecto que causa a las demás gentes el que oigan hablar de estas cosas. Así tenía propósito hecho de nunca hablar de cosas ni de personas que se confiesan, si ha poco o mucho tiempo que no se habían confesado, si hacen o no hacen confesión general; en una palabra, me repugnaba al oír que los sacerdotes hablasen de las personas que se confesaban, de lo que se confesaban , y del tiempo que no se habían confesado. Y aun para consultar no podía sufrir que alguno me dijese: Me hallo en este caso: ¿qué haré? Les decía que siempre propusiesen el caso en tercera persona, v. gr.: supongamos que un confesor se hallase con un caso de esta y esta naturaleza: ¿qué resolución se debería tomar?

403. Una de las cosas en que el Señor me dio a conocer que convenía se mortificase el misionero era en la comida y bebida. Los Italianos dicen: A los Santos que comen no se les da crédito. Las gentes creen que los Misioneros son hombres más celestiales que terrenos; que a lo menos somos como las imágenes de los Santos, que no tienen necesidad de comer ni beber. Dios Nuestro Señor en esto me había hecho una gracia especial, de pasar sin comer o comiendo muy poco.

404. Tres eran las razones que tenía para no comer. La primera era porque no podía, no tenía apetencia, mayormente cuando había de predicar mucho o tenía mucha gente que confesar. Otras veces ya tenía algún apetito, pero tampoco comía, singularmente cuando iba de viaje, y entonces me abstenía de comer por no ser gravoso. Y finalmente me abstenía de comer para edificar, porque observaba que todos me notaban. Así es que era muy poco, poquísimo lo que comía, no obstante de tener a veces hambre.

405. Cuando tomaba lo que me presentaban, era poco y lo inferior. Si llegaba a un Curato en hora intempestiva, les decía que no hiciesen más que unas sopitas y un huevo, y nada más; porque carne nunca tomaba, ni aun ahora jamás la tomo, siendo así que me gusta, pero conozco que es muy edificante su abstinencia. Lo mismo digo del uso del vino. Sí, me gusta el vino, pero hace años que no lo bebo, sólo las abluciones de la misa. Lo mismo digo del aguardiente y licores, que nunca jamás los bebo, siendo así que me gustan, pues en otro tiempo los había bebido. Esta abstinencia de comida y bebida he conocido que es muy edificante y en el día necesaria para hacer frente a los excesos que por desgracia se hacen en las mesas.

406. Hallándome en Segovia el año de 1859, día 4 de septiembre, a las cuatro y veinticinco de la madrugada, en que me hallaba en la meditación, me dijo Jesucristo: La mortificación en la comida y bebida has de enseñar a los Misioneros, Antonio. Y la Santísima Virgen, a los pocos minutos después, me dijo: Así harás fruto, Antonio.

407. En estos días hice en Segovia misión al Clero, a las Monjas y al pueblo en la Catedral; y un día, hallándonos todos en la mesa, díjose que el señor Obispo anterior, que era muy celoso, había exhortado a algunos sacerdotes para que salieran a misión, y, en efecto salieron. Y después de haber andado un buen trecho tuvieron apetito y sed, y como llevaban comida y bebida, se detuvieron a merendar. Mientras tanto que estaban merendando llegó la comisión y gente del pueblo a que iban para recibirlos, y el hallarlos comiendo los desprestigió tanto, que bastó aquello para que no hicieran fruto ninguno. Así me lo contaron, no sé por qué vino el referir aquello; pero para mí fue como una confirmación de lo que me habían dicho Jesús y María.

408. He conocido que esto es edificante en un Misionero y aún ahora me sirve. En Palacio con mucha frecuencia hay convites, y aún antes había muchos más. Yo soy siempre uno de los convidados. Si puedo, me excuso, y, si no puedo excusarme, asisto, pero es el día que como menos. Sólo acostumbro comer una cucharadita de sopa y, finalmente, una pequeña fruta, y nada más; vino tampo[co] bebo; sólo agua. Por supuesto, todos me miran y todos quedan sumamente edificados.

409. Antes de hallarme yo en Madrid, según tengo entendido, se cometían algunos desórdenes, y, a la verdad, había motivo para eso al ver tantos platos y tan ricos, todas comidas exquisitas, tantos vinos y tan generosos: eran todos alicientes para excederse. Pero desde que yo tengo que asistir no he notado la más pequeña destemplanza; al contrario, me parece que se abstienen de tomar lo que necesitan al ver que yo no tomo. Muchas veces, en la mesa misma, los de los lados me hablan de cosas espirituales y me preguntan en qué templo confieso para venir a confesarse.

410. A fin de edificar más y más, me he abstenido siem­pre de fumar y de tomar polvo y nunca jamás he dicho ni he insinuado que esto me gustaría más que aquello. Esto ya me viene de lejos. Ya el Señor me previno con esta bendición celestial, por manera que mi querida Madre (I. P. R.) se mu­rió, que aún no sabe lo que más me gusta[ba]. Como me quería tanto, para complacerme alguna vez me había pregun­tado si me gustaría [esto o] aquello, y yo le contestaba que lo que ella disponía y me daba era lo que a mí me gustaba. Y ella me contestaba: Ya lo sé, pero siempre hay cosas que gustan más unas que otras. Y yo la respondía que lo que ella me daba era lo que a mi más me gustaba. Yo, naturalmente, gusto más de unas cosas que de otras, como todos; pero era tanto el gusto espiritual que sentía en hacer la voluntad ajena, que sobreabundaba al gusto físico particular, y así no faltaba a la verdad en lo que decía.

411. Además de la mortificación de la vista, oído, lengua, gusto y olfato, procura(ba) hacer algunos actos de mortifica­ción, v. gr.: el lunes, miércoles y viernes tomar en cada uno de estos días una disciplina, y los martes, jueves y sábados ponerme el cilicio; y, si no se me proporcionaba lugar para la disciplina, tomaba otra cosa equivalente; v. gr.; rezaba con los brazos en cruz o con los dedos debajo de las rodillas.

412. Yo bien sé que los mundanos o los que no tienen el espíritu de Jesucristo desprecian y aun reprenden estas mor­tificaciones; pero yo me acuerdo de la doctrina que establece San Juan de la Cruz, que dice: Si alguno afirma que se puede ser perfecto sin practicar la mortificación externa, no le deis crédito, y, aunque al efecto hiciere milagros en confirmación de lo que dice, pensad que son ilusiones.

413. Yo veo que San Pablo se mortifica y dice públicamente: Castigo corpus meum et in servitutem redigo, ne forte cum aliis praedicaverim ipse reprobus efficiar, y todos los santos que ha habido hasta aquí, todos lo han hecho así. Y el V. Rodríguez dice que la Santísima Virgen dijo a Santa Isabel de Hungría que ninguna gracia espiritual viene al alma, regularmente hablando, sino por medio de la oración y de las aflicciones del cuerpo. Hay un principio que dice: Da mihi sanguinem et dabo tibi spiritum. ¡Ay de aquellos que son enemigos de los azotes y de la cruz de Cristo!

 

 

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De la continuación de la virtud de la mortificación

 

414. Conocí que en un sólo acto de mortificación se pueden ejercitar muchas virtudes según los diferentes fines que cada uno se propone en cada acto; v. gr.:

1. El que mortifica su cuerpo con el fin de refrenar la concupiscencia, hace un acto de la virtud de la templanza

2. Si lo hace con el fin de ordenar bien la vida, será un acto de la virtud de la prudencia.

3. Si lo hace con el fin de satisfacer por las faltas de la vida pasada, será un acto de justicia.

4. Si lo hace para vencer las dificultades de la vida espiritual, será un acto de fortaleza.

5. Si lo hace con el fin de ofrecer un sacrificio a Dios privándose de lo que le gusta y practicando lo que le amarga y repugna, será un acto de la virtud de la religión.

415. 6. Si lo hace con el fin de recibir mayor luz para conocer los divinos atributos, será un acto de fe.

7. Si lo hace con el fin de asegurar más su salvación, será un acto de esperanza.

8. Si lo hace con el fin de ayudar a la conversión de los pecadores y en sufragio de las almas del purgatorio, será un acto de caridad para con el prójimo.

9. Si lo hace con el fin de tener más con que socorrer a los pobres, será un (acto) de la virtud de la misericordia.

10. Si lo hace con el fin de agradar más y más a Dios, será un acto de amor a Dios.

En cada acto de mortificación podré ejercitar todas estas diez virtudes, según los fines que me proponga.

416. La virtud tanto mas mérito tiene, tanto mas brilla, tanto mas encanta y arrebata, cuanto anda acompañada de mayor sacrificio.

417. El hombre vil, débil, menguado y cobarde nunca hace sacrificio alguno, ni es capaz de hacerle, porque no resiste a ningún antojo o apetito de la concupiscencia. Todo lo que la concupiscencia le pide, si está en su mano conceder o negar, nada niega a su pasión, porque es un cobarde y vil, y se deja vencer y se rinde. A la manera de dos que pelean, que el valiente vence al cobarde, así el vicio y el vicioso, éste queda vencido y aprisionado por el mismo vicio. Por esto, la continencia y castidad es tan alabada, porque el hombre se abstiene de los placeres y deleites que le ofrece la naturaleza o la pasión.

418. De aquí es que será mayor el mérito según el mayor placer de que se abstendrá. Item según la mayor repugnancia que tendrá que vencer. Item según el mayor dolor intenso y extenso que tendrá que tolerar. Item según los respetos humanos que tendrá que vencer. Item según los mayores sacrificios que tendrá que hacer. Haciéndolo y sufriéndolo todo por amor a la virtud y por la mayor gloria de Dios.

419. Yo me propuse en lo exterior la modestia y el recogimiento; en lo interior, la continua y ardiente ocupación en Dios; en los trabajos, la paciencia, el silencio y sufrimiento. Además, el cumplimiento exacto de la ley de Dios y de la Iglesia, las obligaciones de mi estado, como lo manda Dios; hacer bien a todos, huir los pecados, faltas e imperfecciones y practicar las virtudes.

420. En todos los sucesos desagradables, dolorosos y humillantes, siempre pienso que vienen así de Dios ordenados para mayor bien mío, y así procuro, al momento que lo advierto, dirigirme a Dios en silencio y con resignación a su santísima voluntad, porque me acuerdo que el Señor ha dicho que ni un pelo de la cabeza caerá sin voluntad del Padre celestial, que tanto me ama.

421. Yo conozco que trescientos años de fieles servicios a Dios se pagan, y de sobra, con una hora que me permita de penas; tan grande es el valor de ellas. ¡Oh Jesús mío y Maestro mío! El atribulado, perseguido y desamparado de amigos; el crucificado de trabajos exteriores y de cruces interiores y desamparado de consuelos espirituales, que calla, sufre y persevera con amor, este es vuestro amado y el que os agrada y a quien mas estimáis.

422. Así es que he propuesto nunca jamás sincerarme, ni excusarme, ni defenderme cuando me censuren, calumnien y persigan, porque perdería delante de Dios y de los hombres. Sí, éstos se valdrían de mis verdades y razones que yo alegaría, [como] de armas contra mí.

423. Creo que todo viene de Dios, y creo que Dios quiere de mí este obsequio: que sufra con paciencia y por su amor las penas del cuerpo, del alma y del honor. Creo que en esto haré lo que es de mayor gloria de Dios: el que calle y sufra como Jesús, que murió en la cruz desamparado de todo.

424. El hacer y el sufrir son las grandes pruebas del amor.

425. Dios se ha hecho hombre. Pero ¿qué hombre ? ¿Cómo nace? ¿Cómo vive? ¡Cómo muere! Ego sum vermis, et non homo, et abjectio plebis. Jesús es Dios y hombre, pero la Divinidad no ayuda a la humanidad en sus penas y dolores como el alma del justo, que está en el cielo, no ayuda al cuerpo, que se pudre en la tierra.

426. A los Mártires Dios les ayudaba de un modo muy particular, pero este mismo Dios ha abandonado en sus sufrimientos y penas a Jesús, al Varón de dolores. El cuerpo de Jesús era más delicado que el nuestro, y, por lo mismo, mas susceptible de los dolores y penas. Ahora, pues, ¿quién (es) capaz de formarse una idea de lo que sufrió Jesús? Toda su vida lo tuvo presente. ¡Cuánto habría de sufrir por nuestro amor! ¡Oh qué pena tan prolongada, tan intensa y extensa!

427. ¡Oh Jesús de mi vida! Conozco, sé y me consta que las penas, dolores y trabajos son la divisa del apostolado. Con vuestra gracia las abrazo, las visto, y digo que, ayudándome Vos, Señor y Padre mío, estoy pronto a beber ese cáliz de penas interiores y estoy resuelto a recibir ese bautismo de penas exteriores, y digo: lejos de mi en gloriarme en otra cosa que en la Cruz, en que Vos estáis clavado por mí, y yo también lo quiero estar por Vos. Así sea.

 

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De las virtudes de Jesús que me propuse imitar

 

428. 1. Humildad, obediencia, mansedumbre y caridad; estas virtudes brillan singularmente en la Cruz y en el Santísimo Sacramento del Altar. ¡Oh Jesús mío, haced que os imite!

429. 2. Vestido.—Un sayal en toda su vida, que le hizo su madre, y un manto o capa, y aun se lo quitaron, y murrio desnudo, descalzo y sin sombrero ni gorro.

430. 3. Comida.—Pan y agua en todos los treinta años de su vida oculta. En el desierto, al último de los cuarenta días de riguroso ayuno, los ángeles le trajeron pan y agua como a Elías. En los demás años de [su] vida pública comía lo que le daban, y se conformaba. La comida que tomaba con los apóstoles era pan de cebada y peces asados, y aun de esto no tenían siempre, pues que tenían que coger espigas para matar el hambre, y aun de esto fueron criticados.

En la cruz dice que tiene sed, y no le dan de beber sino hiel y vinagre para más tormento.

431. 4. Casa no tiene. Las aves tienen nidos; las raposas, madrigueras, y Jesús no tiene ni una piedra donde reclinar la cabeza. Para nacer, un pesebre; para morir, una cruz, y para vivir escoge ser desterrado a Egipto; reside en Nazareth y en cualquier parte.

432. 5. Viajes a pie siempre.—Sólo un momento monta en un jumento, para entrar en Jerusalén para dar cumplimiento a las profecías.

433. 6. Dinero no tuvo.—Para pagar el tributo hace un prodigio sacando de la boca del pez lo necesario. Si las gentes piadosas dan algunas limosnas, no las guarda él, sino Judas, el único malo que había en el apostolado.

434. 7. De día predicaba y curaba enfermos, y de noche oraba. Et erat pernoctans in oratione Dei.

435. 8. Jesús era amigo de los Niños, de los pobres, de los enfermos y de los pecadores.

436. 9. No buscaba su propia gloria, sino la de su Padre celestial. Todo lo hacía para cumplir con la voluntad de su Padre y para la salvación de las almas, que son sus queridas ovejas, que, como buen Pastor, dió por ellas la vida.

437. ¡Oh Jesús mío! Dadme vuestra santísima gracia para que os imite fielmente en la práctica de todas estas virtudes. Vos bien sabéis que con Vos todo lo puedo, y sin Vos nada absolutamente.

 

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De la virtud del amor de Dios y del prójimo

 

438. La virtud más necesaria es el amor. Sí, lo digo y lo diré mil veces: la virtud que más necesita un misionero apostólico es el amor. Debe amar a Dios, a Jesucristo, a María Santísima y a los prójimos. Si no tiene este amor, todas su bellas dotes serán inútiles; pero, si tiene grande amor con las dotes naturales, lo tiene todo.

439. Hace el amor en el que predica la divina palabra como el fuego en un fusil. Si un hombre tirara una bala con los dedos, bien poca mella haría; pero, si esta misma bala la tira rempujada con el fuego de la pólvora, mata. Así es la divina palabra. Si se dice naturalmente, bien poco hace, pero, si se dice por un Sacerdote lleno de fuego de caridad, de amor de Dios y del prójimo, herirá vicios, matará pecados, convertirá a los pecadores, obrará prodigios. Lo vemos esto en San Pedro, que sale del Cenáculo ardiendo en fuego de amor, que había recibido del Espíritu Santo, y el resultado fue que en dos sermones convierte a ocho mil personas, tres en el primero y cinco en el segundo.

440. El mismo Espíritu Santo, apareciéndose en figura de lenguas de fuego sobre los Apóstoles el día de Pentecostés, nos da a conocer bien claramente esta verdad: que el misionero apostólico ha de tener el corazón y la lengua de fuego de caridad. El V. Avila fue un día preguntado por un joven Sacerdote qué es lo que debía hacer para salir buen predicador, y le contestó muy oportunamente: amar mucho. Y la experiencia enseña y la historia eclesiástica refiere que los mejores y mayores predicadores han sido siempre los más fervorosos amantes.

441. A la verdad, hace el fuego de la caridad en un ministro del Señor lo que el fuego material en la locomotora del ferrocarril, y la maquina en un buque de vapor, que todo lo arrastra con la mayor facilidad. ¿De qué serviría todo aquel aparato si no hubiese fuego ni vapor? De nada serviría. ¿De que servirá a un Sacerdote que ha hecho toda su carrera de hallarse graduado en sagrada Teología y en ambos Derechos, si no [tiene] el fuego de la caridad? De nada. No servirá para los otros, porque seria un aparato del ferrocarril sin fuego; quizá, en lugar de ayudar como debería, estorbara. Ni tampoco a él le sirve; como dice San Pablo, cuando yo hablara todas las lenguas y el lenguaje de los ángeles mismos, si no tuviera caridad, vengo a ser como un metal que suena o campana que retiñe.

442. Convencidísimo, pues, de la utilidad y necesidad del amor para ser un buen Misionero, traté de buscar ese tesoro escondido, aunque fuera preciso venderlo todo para hacerme con él. Pensé con qué medios se adqui[ri]ría, y hallé que se consigue por estos medios: 1.° Guardando bien los mandamientos de la ley de Dios. 2.° Practicando los consejos evangélicos. 3.° Correspondiendo con fidelidad a las internas inspiraciones. 4.° Haciendo bien la meditación.

443. 5.° Pidiéndolo y suplicándolo continua [e] incesantemente y sin desfallecer ni cansarse jamás de pedir, por más que se tarde en alcanzar. Orar a Jesús y a María Santísima y pedir, sobre todo a nuestro Padre, que está en los cielos, por los méritos de Jesús y de María Santísima, y estar segurísimo que aquel buen Padre dará el divino Espíritu al que así lo pide.

444. 6.° El sexto medio es tener hambre y sed de este amor, y así como el que tiene hambre y sed corporal siempre piensa cómo se podrá saciar y pide a todos los que conoce le podrán remediar, así determino de hacerlo con suspiros y deseos encendidos , me dirijo al Señor y le digo con todo mi corazón: ¡Oh Señor mío, Vos sois mi amor! ¡Vos sois mi honra, mi esperanza, mi refugio! ¡Vos sois mi vida, mi gloria, mi fin! ¡Oh amor mío! ¡Oh bienaventuranza mía! ¡Oh conservador mío! ¡Oh gozo mío! ¡Oh reformador mío! ¡Oh Maestro mío! ¡Oh Padre mío! ¡Oh amor mío!

445. No busco, Señor, ni quiero saber otra cosa que vuestra santísima voluntad para cumplirla, y cumplirla, Señor, con toda perfección. Yo no quiero más que [a] Vos, y en Vos y únicamente por Vos y para Vos las demás cosas. Vos sois para mi suficientísimo. Vos sois mi Padre, mi amigo, mi hermano, mi esposo, mi todo. Yo os amo, Padre mío, fortaleza mía, refugio mío y consuelo mío. Haced, Padre mío, que yo os ame como Vos me amáis y como queréis que yo os ame. ¡Oh Padre mío! Bien conozco que no os amo cuanto debo amaros, pero estoy bien seguro que vendrá día en que yo os amaré cuanto deseo amaros, porque Vos me concederéis este amor que os pido por Jesús y por María.

446. ¡Oh Jesús mío!, os pido una cosa que yo sé me la queréis conceder. Sí, Jesús mío, os pido amor, llamas grandes de ese fuego que Vos habéis bajado del cielo a la tierra. Ven, fuego divino. Ven, fuego sagrado; enciéndame, abráseme, derrítame y derrítame al molde de la voluntad de Dios.

447. ¡Oh Madre mía María! ¡Madre del divino amor, no puedo pedir cosa que os sea más grata ni más fácil de conceder que el divino amor, concedédmelo, Madre mía! ¡Madre mía, amor! ¡Madre mía, tengo hambre y sed de amor, socorredme, saciadme! ¡Oh Corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndame en el amor de Dios y del prójimo!.

448. ¡Oh prójimo mío!, yo te amo, yo te quiero por mil razones. Te amo porque Dios quiere que te ame. Te amo porque Dios me lo manda. Te amo porque Dios te ama. Te amo porque eres criado por Dios a su imagen y para el cielo. Te amo porque eres redimido por la sangre de Jesucristo. Te amo por lo mucho que Jesucristo ha hecho y sufrido por tí; y en prueba del amor que te tengo haré y sufriré por tí todas las penas y trabajos, hasta la muerte si es menester. Te amo porque eres amado de María Santísima, mi queridísima Madre. Te amo porque eres amado de los Ángeles y Santos del cielo. Te amo, y por amor te libraré de los pecados y de las penas del infierno. Te amo, y por amor te instruiré y enseñaré los males de que te has de apartar y las virtudes que has de practicar, y te acompañaré por los caminos de las obras buenas y del cielo.

449. Aquí oigo una voz que dice: «El hombre necesita uno que le de a conocer cuál es su ser, que le instruya acerca de sus deberes, le dirija a la virtud, renueve su corazón, le restablezca en su dignidad y en cierto modo en sus derechos», «y todo se hace por medio de la palabra». La palabra ha sido, es y será siempre la reina del mundo.

450. La palabra divina sacó de la nada todas las cosas. La palabra divina de Jesucristo restauró todas las cosas. Jesucristo dijo a los Apóstoles: Euntes in mundum universum, praedicate evangelium omni creaturae. San Pablo dijo a su discípulo Timoteo: Praedica Verbum. La sociedad no perece por otra cosa sino porque ha retirado a la Iglesia su palabra, que es palabra de vida, palabra de Dios. Las sociedades están desfallecidas y hambrientas desde que no reciben el pan cotidiano de la palabra de Dios. Todo propósito de salvación será estéril si no se restaura en toda su plenitud la gran palabra católica.

451. El derecho de hablar y de enseñar a las gentes, que la Iglesia recibió del mismo Dios en las personas de los apóstoles, ha sido usurpado por una turba de periodistas obscuros y de ignorantísimos charlantes.

452. El ministerio de la palabra, que es, al mismo tiempo, el más augusto y el más invencible de todos, como que por él fue conquistada la tierra, ha venido a convertirse en todas partes, de ministerio de salvación, en ministerio abominable de ruina. Y así como nada ni nadie pudo contener sus triunfos en los tiempos apostólicos, nada ni nadie podrá contener hoy sus estragos si no se procura hacer frente por medio de la predicación de los Sacerdotes y de grande abundancia de libros buenos y otros escritos santos y saludables.

453. ¡Oh Dios mío!, os doy palabra que lo haré. Predicaré, escribiré y haré circular libros buenos y hojas volantes en abundancia a fin de ahogar el mal con la abundancia del bien.

 

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De algunas poblaciones en que he predicado y

persecuciones que he tenido

 

454. Hasta aquí he insinuado los medios (de) que consi­deré me había de valer y las virtudes que había de tener para hacer fruto en las poblaciones a que era enviado por los Pre­lados, ya que sin obediencia no quería ir a ninguna parte. Ahora hablaré de las poblaciones en que estuve y qué hacía en ellas. Desde principios del año 1840, que volví de Roma, hasta a (principios) del año de 1848, que me dirigí a Madrid para ir a Canarias con el Ilmo. y Rmo. Sr. Codina, Obispo de aquellas Islas, he predicado en Viladrau, Seva, Es­pinelvas, Artés, Igualada, Santa Coloma de Queralt, Prats del Rey, Calaf, Calldetenas, Vallfogona, Vidrá, San Quirico, Montesquiu, Olot, Olost, Figueras, Bañolas, San Feliu de Guixols, Lloret, Calella, Malgrat, Arenys de Mar.

455. Arenys de Munt, Mataró, Teyá, Masnou, Badalona, Barcelona, San Andrés, Grañollers, Hospitalet, Villanueva, Manresa, Sampedor, Sallent, Balsareny, Horta, Calders, Moya, Vich, Gurb, Santa Eulalia, San Feliu, Estany, Oló, San Juan de Oló, Pruit, San Feliu de Pallarols, Piera, Pobla de Lillet, Baga, San Jaime de Frontanyá, Solsona, Anglesola, San Lorenzo dels Piteus, Lérida, Tarragona, Torredembarra, Alta­fulla, Constantí, La Selva, Valls, Alforja, Falset, Pont de Ar­mentera, Barbará, Montblanch, Vimbodí, Vinaixa, Espluga de Francolí, Cornudella, Prades, Villanueva de Prades y otros y otros ...

456. A estas poblaciones no iba de una a otra inmediata, sino al contrario, iba a una; concluida aquella, iba a otra muy lejos, ya porque así lo habían (pedido) los de la población a mi Superior, que era el Prelado de Vich, a quien yo siempre obedecía con el mayor rendimiento, o ya porque así lo exigían las circunstancias de aquellos tiempos tan turbulentos y [en] que tan perseguidos eran los ministros de la Religión y todas las cosas buenas.

457. En cada población en que predicaba, hasta media función era muy perseguido y calumniado de los malos de la misma población; de media misión en adelante, éstos se convertían y todos me alababan, y entonces empezaban las persecuciones del Gobierno y Autoridades Superiores. He aquí por qué mi prelado me hacía pasar de un punto a otro tan lejos. De este modo se burlaba la persecución que me hacía el Gobierno, porque, cuando en una Provincia de Cataluña se daban providencias contra mí, yo ya había concluido la misión y me había ausentado y pasado a otra Provincia, y, cuando en ésta me perseguían, ya me pasaba a otra. El Gobierno me hacía perseguir para prenderme, pero no lo pudieron lograr jamás.

458. El general Manzano me dijo él mismo después, cuando los dos nos hallábamos en Cuba, yo de Arzobispo y él de General gobernador en la ciudad de Santiago, que él tenía esta comisión para prenderme no porque el Gobierno supiese alguna cosa de mí contra el Gobierno, pues sabían los gobernantes que yo jamás me metí en cosas polí(ti)cas, sino porque les daba miedo al ver la multitud de gentes que de todas partes se reunían cuando yo predicaba, y además se temían que, atendido el prestigio universal que yo tenía, que a la más pequeña insinuación que yo hiciese, todo el mundo se levantaría. Y por esto me hacían buscar para prenderme; pero jamás me pudieron coger, ya por esta maña de trasladarme tan lejos, ya también porque Dios nuestro Señor no quiso, y esta es la razón principal. Dios nuestro Señor quiso que se predicase a las gentes la divina palabra, mientras que el diablo tanto trabajaba para corromperlas con bailes, teatros, ejercicios militares, guardias, libros, malos periódicos, etc., etc.

459. En los domingos y fiestas, en muchas poblaciones, como los hombres tenían las armas, les hacían asistir a los ejercicios militares, y de esta manera no podían asistir a la Misa y demás funciones de religión, como acostumbraban. Se impedía el bien y se fomentaba toda especie de mal. En todas partes no se veían más que escándalos y horrores, ni se oían más que blasfemias y disparates. Parecía que todo el infierno se había desencadenado.

460. En estos siete años, siempre estuve andando de una población a otra. Andaba sólo y a pie. Tenia un mapa de Cataluña forrado de lienzo que traía plegado, y por el mapa me llevaba, medía las distancias y marcaba las posadas. Por la mañana hacía cinco horas de viaje, y otras cinco por la tarde; a veces con lluvias, otras veces con nieves, y en verano con soles abrasadores. Este era el tiempo que más me daba que sufrir, porque, como siempre andaba con sotana y capote pasado de mangas y el mismo de invierno, en verano me daba calor; además, con zapatos y medias de lana, que me hacían ampollas en los pies, por manera que a veces me hacían andar cojo. Las nieves también me dieron ocasión de ejercitar la paciencia cuando eran muy grandes las nevadas, que cubrían todos los caminos y me hacían desconocer el terreno; yo por esto caminaba al través y me hundia en los barrancos llenos de nieve.

461. Como siempre iba a pie, me juntaba con arrieros y gente ordinaria, a fin de poder hablar con ellos de Dios e instruirles en cosas de Religión, con que ellos y yo pasábamos insensiblemente el camino y todos muy consolados. En cierta ocasión iba de Bañolas a Figueras para hacer una Misión, y al pasar por un río que tenía una grande piedra en el medio, y de una orilla a la piedra había una viga o palanca, y de la piedra a la otra orilla había otra viga; pasa(ba) el río con otra gente, y al llegar yo a la piedra del medio, como hacía muchisimo viento, sopló un viento tan recio, que se llevó la viga que estaba delante de mi y (a) un hombre que andaba delante y había empezado a pasar la viga segunda, por manera que el hombre y la viga se cayeron al agua, y yo quedé en medio del río encima del peñón apuntándome con el palo y resistiendo al embate del viento hasta que un hombre desconocido vadeó el río y me cargó en hombros y me llevó a la otra parte del río. Continué el viaje, pero siempre con un viento tan fuerte, que no pocas veces me sacaba del camino. Los que han viajado por el Ampurdán saben el viento que por allá corre, hasta trasladar de sitio las montañas de Pegú, que son de arena.

462. No sólo tuve que sufrir los calores, fríos, nieves y lodos, lluvias y vientos, rios y mares, como me sucedio de San Feliu a Tossa, que con trángulo y contra la corriente tuvimos que navegar, sino también los demonios, que me perseguían muchísimo. En una ocasión hicieron caer una piedra cuando yo pasaba. En otra ocasión, en una población llamada Sarreal, un domingo por la tarde, estando la iglesia atestada de gente, hizo Satanás desprender una gran piedra del arco toral, y al llegar al suelo se hizo muchos trozos, y no hizo daño a nadie, no obstante de caer en (medio del) auditorio. Fue la admiración de todos.

463. A veces sucedia que, estando predicando, hallándose la gente en la mayor compunción, venía Satanás en figura de un paisano muy espantado, gritando que había fuego en la población; y, conociendo yo el engaño y al ver que el auditorio se alarmaba por la noticia, desde el púlpito decia: Quietaos, no hay tal; es un engaño del enemigo. Para mayor tranquilidad vuestra, vaya uno a ver en dónde esta el fuego, y, si es verdad, yo y todos iremos; pero os digo que no hay tal fuego; es un engaño que ha metido el diablo para impedir vuestro aprovechamiento; y así era. Cuando predicaba en campo raso, nos amenazaba con tempestades. En mi misma persona a veces me causó enfermedades terribles, y, cosa particular, tan pronto como yo tenía la advertencia de que sería obra del enemigo, ya quedaba curado del todo sin remedio alguno.

464. Si era grande la persecución que me hacía el infierno, era muchísimo mayor la protección del cielo. Conocía visiblemenre la protección de la Santísima Virgen y de los Angeles y Santos. La Santísima Virgen y sus Angeles me guiaron por caminos desconocidos, me libraron de ladrones y asesinos y me llevaban a puerto seguro sin saber cómo. Muchisimas veces corría la voz de que me habían asesinado, y las buenas almas ya me aplicaban sufragios. Dios se lo pague.

465. Yo, en medio de estas alternativas, pasaba de todo: tenía ratos muy buenos, otros muy amargos [en] que me fastidiaba la misma vida. Y entonces mi único pensar y hablar era del cielo, y esto me consolaba y animaba mucho. Habitualmente no rehusaba las penas; al contrario, las amaba y deseaba morir por Jesucristo. Yo no me ponía temerariamente en los peligros, pero sí gustaba que el Superior me enviase a lugares peligrosos para poder tener la dicha de morir asesinado por Jesucristo.

466. En la provincia de Tarragona, la generalidad, todos me querían muchísimo; pero había unos cuantos que querían asesinarme. El Sr. Arzobispo lo sabía, y un día hablabamos los dos de este peligro, y le dije: E. S., yo por eso no me arredro ni me detengo. Mándeme V. E. a cualquier punto de su diócesis, que gustoso iré, y, aunque sepa que en el camino hay dos filas de asesinos con el puñal en la mano esperándome, yo pasaré gustoso adelante. Lucrum mori. Mi ganancia sería morir asesinado en odio a Jesucristo.

467. Todas mis aspiraciones han sido siempre morir en un hospital como pobre, en un cadalso como mártir, o asesinado por los enemigos de la Religión sacrosanta que dichosamente profesamos y predicamos, y quisiera yo sellar con mi sangre las virtudes y verdades que (he) predicado y enseñado.

 

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De qué materias predicaba y cuidado con que las proponía

 

468. En todas las poblaciones de que he hecho mención en el capítulo anterior y en otras de que no he hablado, he predicado diferentes funciones con diferentes nombres. Aunque no se les díase el nombre de Misión, porque las circunstancias de aquellos tiempos no permitían ni siquiera mentar el nombre de Misión, (sin embargo), las materias eran propiamente de misión, con el nombre de Cuaresma, Mes de María, Quincenario del Rosario, Novenario de almas, Octavario del Sacramento, Septenario de Dolores. Estos eran comúnmente los nombres que dábamos a las funciones, y aunque el nombre fuera un novenario, si convenía, se alargaban los días que se tenía por conveniente.

469. En cada una de dichas poblaciones se había hecho una o diferentes de estas funciones en uno mismo o en diferentes años, y siempre con grande fruto. En todas partes hubo conversiones comunes, grandes y extraordinarias. En un principio, todos me venían a oír, unos por buena voluntad, otros por curiosidad, y otros con malísima intención, para ver si me podían coger.

470. Al principio de cada función, nunca jamás hacía frente a los vicios y errores de aquella población. Siempre les hablaba de María Santísima, del amor de Dios, etc., y como los malos y corrompidos veían que no les molestaba, sino que todo era amor, dulzura, caridad, aquello les interesaba y les daba gana de volver otra vez y otra, y como iba tratando de los novísimos, que atañen a todos, ellos no se daban por ofendidos, hasta que, finalmente, se cambiaban completamente; a lo último, ya no había que tener reparos en hablar con toda libertad de los vicios y errores predominantes.

471. Se me figuraba que cierta clase de pecadores se han de coger como aquel que cuece caracoles, que los pone en una olla con agua fresca, de que ellos gustan, y, por lo mismo, se extienden y salen todo lo posible de su cáscara; entre tanto, el que los ha de cocer tiene buen cuidado de ir calentando el agua poquito a poco, y los caracoles insensiblemente se van muriendo y cociendo. Pero si el que los cuece cometiese la imprudencia de echar los caracoles en agua caliente, ellos se recogerían allá dentro de su cáscara y por nada se podrían de allá sacar. Así sucede con los pecadores. Si al principio de alguna función ya se les embiste a fuego y sangre, que se dice, aquellos que habrán asistido por curiosidad o por malicia, al oir aquella descarga, se meterán dentro de la cáscara de su obstinación y malicia, y, lejos de convertirse, no harán más que desacreditar al Misionero y ridiculizar a cuantos van a oírle y a confesarse; mas al hacerlo con dulzura, agrado y amor se cogen muy bien.

472. Entre la multitud de pecadores que se convirtió merece que se haga mención (especial) de la conversión de un tal D. Miguel Ribas, hacendado de Alforja, población del Arzobispado de Tarragona. Este era un Señor que tenía antes una vida bastante arreglada. Todos los años hacía los santos ejercicios espirituales en el convento o colegio de Misione(ros) de Padres de San Francisco de Escornalbou, en que tenía un cuñado religioso. Viendo aquellos Padres los tiempos calamitosos que se acercaban, le dieron los documentos que estimaron convenientes; pero él los tomó tan inoportunamente, que no daba crédito a ningún Sacerdote. Hizo sus prosélitos, que al cabo de poco tiempo eran peores que su maestro.

473. Su dogma y su moral consistía en no obedecer a nadie; los hijos no debían obedecer a sus padres, las mujeres a sus maridos, los súbditos a sus superiores. Cada día debian comulgar, pero sin estar en ayunas, etc., etc. D. Miguel se convirtió, y, habiéndose ofrecido a retractarse, se verificó la retractación por medio de escritura pública de notario en la casa del Cura, delante de once testigos de los sujetos de más distinción en el pueblo, según el Excmo. Sr. Arzabispo de Tarragona había dispuesto.

474. En todas las poblaciones adonde iba a predicar, no sólo me dirigía a las masas del pueblo, sino también a los Sacerdotes, Estudiantes, Monjas y Hermanas, Enfermos de los hospitales y presos de las cárceles, y me entretenía más o menos tiempo según la oportunidad; pero, por lo regular, a los Sacerdotes siempre les predicaba diez días, mañana y tarde, y daba ejercicios espirituales.

475. Mientras que iba predicando de una población a otra, discurría cómo haría para que fuera más permanente el fruto de las Misiones y de los ejercicios espirituales que daba, y me ocurrió que sería un medio muy poderoso el darles por escrito los mismos documentos que les daba de palabra, y esta fue la razón de empezar a escribir libritos para todos los estados con el título de Avisos a los Sacerdotes, a los Padres de familia, etc., etc., lo mismo que las hojas sueltas.

476. Tanto los libritos como las hojas sueltas dieron tan feliz resultado, (que) para poderlos propagar mejor discurrí el fundar la Librería religiosa, ayudado de los auxilios de Dios, de la protección de Nuestra Señora de Montserrat, y acompañado de los Señores D. José Caixal y D. Antonio Palau, entonces Canónigos de Tarragona y en el día obispo el primero de Urgel y el segundo de Barcelona. Como por aquellos tiempos me hallaba misionando por aquella Diócesis, les consultaba sobre esta materia, y ellos, como hombres sabios y celosos de la mayor gloria de Dios, instrucción y salvación de las almas, me ayudaron muchísimo, por manera que en diciembre de 1848, hallándome yo en las Islas Canarias, ya empezó a salir el primer libro que la Librería [Religiosa] imprimió, que fue mi Catecismo Explicado. Y hasta el presente ha ido siguiendo, cuyas obras impresas ya forman un largo catálogo. Y algunas de ellas, sobre tener una más larga tirada cada vez, ya cuentan diferentes reimpresiones; v.gr.: el Camino recto; la impresión actual es la trigésima nona. Sea todo para la mayor gloria de Dios y de María Santísima y salvación de las almas. Amén.

 

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De las misiones que hice en las islas Canarias

 

477. El mundo siempre ha procurado impedirme y perseguirme; pero Dios nuestro Señor ha cuidado de mí y ha burlado todos sus planes de iniquidad. Por el mes de agosto del año 1847, algunos cabecillas de unos hombres llamados matinés o madrugadores empezaron a asomarse en diferentes puntos de Cataluña. Los periódicos que hablaban de dichos cabecillas decían que no harían cosa alguna hasta haber consultado con Mosén Claret. Esto únicamente lo decían para comprometer mi nombre, y tener así un pretexto para prenderme e impedirme la predicación; pero Dios N. S. de tal manera llevó el negocio, que me sacó de sus garras y me llevó a predicar a [las] Islas Canarias, y fue del modo siguiente:

478. En aquellos días me hallaba en la ciudad de Manresa de paso y fui a predicar a las Hermanas de la Caridad que hay en aquel Hospital, y la Superiora me dijo que el señor Codina había sido electo Obispo de Canarias, y me dijo: ¿Le gustaria a V. ir a predicar a aquellas Islas? Yo le contesté que no tenía gusto ni voluntad; que únicamente me gustaba de ir a donde mi Prelado de Vich me mandase. Por lo que, si mi prelado me dijese que fuese a Canarias, lo mismo iría allá que a otra parte. No hubo más que esto.

479. Y la buena Hermana por sí y ante sí escribió al S. Obispo electo mi contestación. Y éste, al momento, escribió a Vich, y el S. [Obispo] de Vich me escribió para que me pusiera bajo las órdenes del Sr. Obispo electo de Canarias. Este Señor se hallaba en Madrid, y a principios de enero de 1848 me llamó, y yo fui. El Sr. D José Ramírez y Cotes, Sacerdote ejemplar y celosísimo, me tuvo en su casa durante los días [en] que se arreglaba el viaje. Yo asistí a la consagración de dicho prelado, y todos los días que permanecí en la corte me ocupe en predicar y en confesar a los pobres enfermos del Hospital General.

480. Salimos de Madrid para Sevilla, Jerez y Cádiz, en que prediqué, y nos embarcamos para Canarias. A principios de febrero llegamos a Tenerife, en que prediqué el domingo, y el lunes salimos para la Gran Canaria. Di ejercicios espirituales a los Sacerdotes en un salón de Palacio, y el Sr. Obispo presidía todos los actos. También di ejercicios a los estudiantes del Seminario e hice Misión en todas las Parroquias de la Isla de la Gran Canaria.

481. Con mucha frecuencia tenía que predicar en las plazas, porque en los templos no cabía la mucha gente que se reunía en cada población para oír la santa Misión. Y siempre (pre)fería predicar en la plaza que en el templo cuando había mucha gente, por muchas razones que fácilmente se dejan conocer.

482. Lo que más me apuraba era oírlos a todos en confesión general como deseaban hacerla. (Al) efecto, decía a los demás Sacerdotes que me ayudasen y les decía cómo lo habían de practicar para hacerlo bien y prontamente. A fin de evitar que los penitentes se riñeran por coger el puesto antes que otros, hacía formar listas a proporción que iban llegando. De ocho en ocho, que eran cuatro hombres y cuatro mujeres, les hacía signar y santiguar a la vez y rezar conmigo el Yo pecador. etc., y esto me servía mucho; si no, cada uno me detenía mucho esperando que se signara y rezara lo que acostumbran antes de confesarse, y así, rezado esto en común, se acercaba cada uno en particular cuando le daba su turno. De esta manera se ahorraba tiempo y se evitaban luchas y el que se echasen encima del confesonario.

483. Cuando concluía la Misión, toda la gente de la población me salía a acompañar y la población adonde iba me salía a recibir. Los primeros me despedían con lágrimas y los segundos me recibían con alegría. No explicaré todo lo que ocurrió en aquellas poblaciones, porque me haría interminable. Sólo sí quiero consignar un paso que me sucedió para que aprendan los Misioneros.

484. Concluídas las Misiones de la Gran Canaria, quiso el Sr. Obispo que pasara a otra Isla llamada Lanzarote, y dispuse que me viniera a acompañar su hermano, el P. Salvador, religioso capuchino, para que me ayudara en oír las confesiones, porque en aquella Isla hay muy poco clero. Este Señor pues, es un hombre muy gordo, y como del puerto de la isla habíamos de ir a la capital de la Isla como dos leguas sierra adentro, me dijo: —¿Cómo lo haremos? ¿Quiere V. ir a pie o montado?—Yo le contesté: ‑—Ya sabe V. que nunca monto, siempre voy a pie.—Si V. no monta tampoco quiero montar yo, me contestó. Yo le dije:—Ya ve cuán difícil y trabajoso será para V. ir allá a pie. Yo no [lo] puedo permitir; si V. no quiere montar si yo no monto, montaré para que monte V.

485. Al momento nos trajeron un grande camello, y los dos montamos en él. Un poco antes de llegar a la población nos apeamos y entramos en la población y di principio a la Misión. Concluída la Misión, al despedirnos, me preguntó un caballero:—¿Es V. el mismo misionero que predicaba en la Gran Canaria?—Le conteste que si. —Pues sepa V. que aquí se ha dicho que no era V. por(que) aquel siempre iba a pie y V. ha venido montado, y por esto ha habido quien ha dicho: Yo no voy a oírle, porque no es el misionero de la Gran Canaria.

486. A primeros de mayo de 1849 salí de aquellas Islas. El Sr. Obispo me quiso dar un sombrero nuevo y un capote nuevo, pero yo no quise; sólo me llevé cinco rasgones que me hicieron en mi capote viejo la mucha gente que siempre se me echaba encima cuando iba de una población a otra. En aquellas Islas estuve quince meses. Todos los días trabajé, ayudado de la gracia del Señor. No tenía apetito ninguno, y pasé algunos trabajos, aunque alegremente, por conocer que ésta era la voluntad del Señor y de María Santísima, y además por la conversión y salvación de tantas almas.

487. ¡Oh Dios mío, que bueno sois! De qué medios tan impensados os valéis Vos para la conversión de los pecadores. Los mundanos me querían comprometer en Cataluña, y Vos os valéis de esto mismo y me lleváis a Canarias y así me libráis a mí de las prisiones y me lleváis a aquellas Islas para que os apaciente aquellas vuestras ovejitas de vuestro Padre celestial, por quienes habéis tan gustosamente dado la vida para que vivan en la vida de la gracia. Bendita sea vuestra caridad. Bendita sea vuestra grande Providencia que siempre habéis tenido sobre mí. Yo ahora y siempre cantaré vuestras eternas misericordias. Amén.

 

C A P Í T U L O     X X X I V

 

De la Congregación del Inmaculado Corazón de María

 

488. A mediados de mayo llegué a Barcelona y me retiré a Vich, y hablé con mis amigos los Señores Canónigos D. Soler y D. Passarell del pensamiento que tenía de formar una Congregación de Sacerdotes que fuesen y se llamasen Hijos del Inmaculado Corazón de María. Ambos a dos acogieron muy bien mi pensamiento, y el primero, que era cabalmente Rector del Seminario de Vich, me dijo que tan pronto como salieran los Colegiales o Seminaristas para sus casas a pasar las vacaciones, nos podiamos reunir nosotros en el mismo Seminario y habitar sus cuartos, y mientras tanto Dios nuestro Señor dispondría otro local.

489. Este mismo pensamiento le propuse yo al Ilmo. Sr. Obispo de Vich, D. D. Luciano Casadevall, que me quería muchísimo, quien aplaudió sobremanera el Plan que yo le había manifestado, y convinimos que durante las vacaciones vivié(semos) en el Seminario, y él entre tanto haría habilitar el Convento de la Merced, que el Gobierno había dejado a su disposición, y así se hizo. El Sr. Obispo dispuso el local correspondiente en el convento de la Merced, y yo entre tanto hablé con algunos Sacerdotes a quienes Dios nuestro Señor había dado el mismo espíritu de que yo me sentía animado. Estos eran: Esteban Sala, Jose Xifré, Domingo Fábregas, Manuel Vilaró, Jaime Clotet, Antonio Claret, yo, el ínfimo de todos; y, a la verdad, todos son más instruidos y más virtuosos que yo, y yo me tenía por muy feliz y dichoso al considerarme criado de todos ellos.

490. El día 16 de julio de 1849, hallándonos ya reunidos, con aprobación del Ilmo. Sr. Obispo y del Sr. Rector, empezamos en el Seminario los santos ejercicios espirituales nosotros sólos con todo rigor y fervor, y como cabalmente en este día 16 es la fiesta de la Santa Cruz y de la Virgen del Carmen, por tema de la primera plática puse aquellas palabras del Salmo 22: Virga tua et baculus tuus ipsa me consolata sunt, v.4. Aludiendo a la devoción y confianza que hemos de tener en la santa Cruz y en María Santísima; aplicando además todo el salmo a nuestro objeto. De aquellos ejercicios todos salimos muy fervorosos, resueltos y determinados a perseverar, y, gracias sean dadas a Dios y a María Santísima , todos han perseverado muy bien. Dos han muerto y se hallan actualmente en la gloria del cielo gozando de Dios y del premio de sus trabajos apostólicos y rogando por sus hermanos.

491. Así empezamos y así seguíamos guardan(do) estrictamente una vida perfectamente común. Todos íbamos trabajando en el sagrado ministerio. Concluídos los ejercicios que yo di a la pequeña y naciente Comunidad, me dijeron que diera otros ejercicios espirituales al clero de la ciudad de Vich en la Iglesia del Seminario. Cuando he aquí que el día 11 de agosto, al bajar del púlpito al concluir el último acto, el Ilmo. Sr. Obispo me manda que vaya a Palacio, y al llegar allí me entregó el Real Nombramiento, fechado del día 4 de agosto, para el Arzobispado de Cuba. Yo quedé como muerto con tal noticia. Dije que de ninguna manera aceptaba y así supliqué al Sr. Obispo que se dignase con(tes)tar por mí diciendo que de ninguna manera aceptaba.

492. ¡Oh Dios mio, bendito seáis por haberos dignado escoger [a] vuestros humildes siervos para Hijos del Inmaculado Corazón de vuestra Santísima Madre!

493. ¡Oh Madre benditísima, mil alabanzas os sean dadas por la fineza de vuestro Inmaculado Corazón y habernos tomado por Hijos vuestros! Haced, Madre mía, que correspondamos a tanta bondad, que cada día seamos más humildes, más fervorosos y más celosos de la salvación de las almas.

494. Yo me digo a mí mismo: Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

 

C A P Í T U L O     X X X V

 

Del nombramiento y aceptación del Arzobispado de

Santiago de Cuba

 

495. Espantado del nombramiento, no quise aceptar por considerarme indigno e incapaz de tan grande dignidad, por no tener ni la ciencia ni las virtudes necesarias. Y reflexionando después más detenidamente, pensé que, aunque yo tuviese ciencia y virtud, no debía abandonar la Librería Religiosa y la Congregación que acababan de nacer. Así es que con el mayor esfuerzo rechazaba todas las instancias que me hacían el Sr. Nuncio de S. Santidad, Excmo. Sr. Brunelli y el Sr. Ministro de Gracia y Justicia, don Lorenzo Arrazola. Viendo estos dos Señores, el Nuncio y el Ministro, que de mí no podían sacar partido, se valieron de mi Sr Prelado, el Sr. Obispo de Vich, a quien tenía la más ciega obediencia, y este Señor me mandó formalmente que aceptara.

496. Este precepto me estremeció. Por una parte, no me atrevía a aceptar, y, por otra, quería obedecer. Le supliqué que me dejara recoger unos días en oración antes de responder, y me lo concedió. Al mismo tiempo reuní a los Señores D. Jaime Soler, D. Jaime Passarell, D. Pedro Bach y D. Esteban Sala, Sacerdotes todos muy sabios y virtuosos y de toda mi confianza, y les supliqué que me encomendasen a Dios y que esperaba de su bondad que el ultimo día del retiro que iba a emprender me dirían lo que debería hacer: o aceptar, como me mandaba el Señor Obispo , o resistirme completamente. Vino el día señalado , y , después de haber conferenciado entre sí, resolvieron que era la voluntad (de Dios) el que aceptase, y acepté el día 4 de octubre, dos meses después de haber sido electo.

497. Aceptada la elección que hizo de mi pobre persona S. M., al momento se practicaron las diligencias de costumbre y marchó el expediente a Roma. Entre tanto me ocupaba en las mismas funciones que antes: en dar ejercicios al Clero, estudiantes, Monjas y paisanos. En este tiempo hice los ejercicios al Clero de Gerona y la Misión en la ciudad, predicando todos los días desde un balcón de Casa Pastors a un gentío innumerable que ocupaba la plaza, escalinata y atrio de la Catedral, calles inmediatas y demás gente, que se colocaban por los balcones, ventanas y azoteas de todas aquellas casas.

             498. En estos días, Dios N. Sr. me hizo saber cosas muy especiales para su mayor gloria y bien de las almas. Fui preconizado, vinieron las bulas de Roma a Madrid y, despachadas competentemente, de Madrid las llevaron a Vich los señores don Fermín de la Cruz y don Andrés Novoa, Pbros. muy ejemplares. Entre tanto yo me preparé con unos ejercicios espirituales de muchos días, en que escribí un Plan de vida para mi gobierno, y así preparado y dispuesto recibí la consagración en Vich, como diré en la tercera parte, Dios mediante.