Yihad contra yihad

EL MUNDO / GUSTAVO DE ARISTEGUI

El discurso del Papa en Ratisbona ha sido aprovechado para encender una nueva polémica en torno al islam y un nuevo brote de violencia. Ya son numerosas las iglesias quemadas y, a la hora de escribir estas líneas, dos personas asesinadas.

Echo de menos más declaraciones de apoyo a los asaltados y atacados, y conviene recordar que hay una importante minoría cristiana en el mundo árabe. Como los coptos de Egipto, que han vivido acosados y atacados por los radicales y defendidos por el Gobierno egipcio -que ha tenido como ministros a destacados miembros de esa comunidad-, o los cristianos y otras minorías religiosas de Jordania, que son protegidas y respetadas por el Gobierno, que está incluso pensando en modificar la legislación para que un cristiano pueda llegar a ser primer ministro. ¿Por qué no es éste el ejemplo a seguir y, sin embargo, cuando rugen los extremistas, muchos guardan un cobarde y cómplice silencio?

Benedicto XVI ha lamentado que sus palabras hubiesen ofendido a los creyentes musulmanes y ha aclarado que la cita que ha desatado la polémica no refleja su pensamiento. El Vaticano ha mantenido de manera constante una política de diálogo y respeto con todas las religiones y especialmente con el islam, que profesan casi 1.500 millones de personas. El Papa construyó su discurso en torno a una idea central que a nadie debería repugnar: que ninguna religión se puede imponer por la violencia, así lo recoge también el Corán. Resulta sorprendente que muchos políticos, periodistas y analistas europeos se hayan escandalizado por el discurso del Pontífice y que no lo leyesen en su integridad antes de juzgarlo. La cita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo es ciertamente dura con el profeta del islam, pero el Papa ha aclarado que no es ése su pensamiento. Esto hubiese debido bastar para que se calmaran las cosas. No ha sido así, y lamentablemente no es casualidad.

Los agitadores islamistas radicales y sus hermanos yihadistas aprovechan cualquier circunstancia, especialmente las polémicas contra Occidente, para avanzar un poco más, para conquistar más espacios de influencia, para atraerse nuevos enfervorecidos adeptos. Hay una estrategia bien urdida por el radicalismo para crecer, extenderse y también para amedrentar a propios y extraños. Por cierto, una parte de la progresía europea -me temo que no tan pequeña- tiene cierta tendencia a dejar pasar los actos de violencia contra cristianos, y una complacencia y hasta admiración por el islamismo radical que, no lo olvidemos, es la más extremista y violenta de las extremas derechas.

Hay una tremenda hipocresía en el doble rasero que se aplica, hay una inconmensurable ley del embudo: se puede criticar a todo y a todos, pero no al islamismo radical. Para los creyentes musulmanes, el islam es perfecto; los que no lo somos consideramos que ciertos aspectos podrían ser perfectibles y desearíamos poder analizarlos de manera crítica, desde un absoluto respeto, sin ser tachados por ello de irreverentes y enemigos del islam. Resulta no ya incomprensible sino verdaderamente contradictorio que ciertos sectores de la izquierda se declaren abiertamente tolerantes y permisivos con el radicalismo islamista.

Existe un islam moderado al que el islamismo radical odia con tanta o más intensidad que a Occidente, un islam moderado que desea vivir en paz y en armonía con otras religiones y que, aun siendo como es una religión que desearía convertir a toda la Humanidad, no es menos cierto que no quiere imponerla por la fuerza, la violencia o la coacción, y no practica el proselitismo brutal, despiadado y violento de los extremistas islamistas.

Para comprender la seriedad de este problema basta analizar qué ha ocurrido en Dinamarca tras la polémica de las viñetas. Ya nadie se atreve a decir nada de nada. Otra sociedad secuestrada por el miedo, la corrección política y la inconsciencia de una parte de la opinión pública de las democracias que ha decidido, en el mejor de los casos, ignorar el problema y, en el peor, practicar una política de intenso apaciguamiento.

En una parte de la sociedad holandesa ha ocurrido lo mismo. El asesinato de Theo Van Gogh ha surtido los efectos deseados. El miedo paraliza y desactiva, y una parte de los gobiernos europeos reacciona tarde y mal, o no reacciona, o simplemente se inhibe. El terror, lamentablemente, está siendo muy eficaz en un número creciente de sociedades democráticas.

Los atentados frustrados del pasado agosto en Londres demuestran que hay en marcha una nueva generación de atentados del terrorismo yihadista que, además de amedrentar a las sociedades que los sufren, quieren desactivar todos sus mecanismos de defensa para penetrar con creciente facilidad y llegar hasta el corazón para hacerse con el poder y el dominio total.

La situación actual ha sido sacada de contexto, multiplicada, exagerada y manipulada muy hábilmente, para volver a incendiar los ánimos y mantener viva la llama del odio y de la ira y, si es posible, alimentarla para que crezca y se desborde. Esos son los incendiarios de la ira que tienen un sinfín de cómplices por cobardía y por omisión. Por otra parte, algunos de los que se dicen moderados recurren a los más burdos tópicos para echar más leña al fuego, empleando comparaciones que pueden resultar eficaces por el odio que se le tiene al presidente Bush en una parte de la opinión pública islámica, pero que no dejan de ser burdas y simplistas. Estos falsos moderados deberían dedicarse más a calmar los ánimos y contribuir a que las muy revueltas aguas vuelvan a su cauce.

Pero en esta agua del odio pesca con gran provecho el radicalismo. Bin Laden y Al-Zawahiri se regodean de satisfacción, viendo que todos los días surgen polémicas y crisis que contribuyen al crecimiento cada vez más rápido y preocupante del extremismo. Por cierto, el número dos de Al Qaeda ha exhortado al mundo entero a convertirse a islam o, en caso contrario, advierte, «lo pagarán muy caro». Otra muestra clara de cómo se las gastan los yihadistas. No acabo de entender por qué algunos de esos supuestos moderados se irritan tanto cuando periodistas, analistas o políticos criticamos duramente al islamismo radical, haciendo, por cierto, una clara diferencia con el islam moderado. No entiendo que ser implacable con Bin Laden, Al-Zawahiri, Bin Bakri, Abu Qattada o Abu Hafez Al-Masri, todos ellos delincuentes procesados o incluso alguno de ellos ya encarcelados, constituya un ataque al islam. Esto merece una seria explicación por parte de los supuestos moderados. A esta tragedia hay que añadir que una parte de la progresía europea y occidental cree que su alianza con el islamismo se justifica porque comparten enemigos y fobias, pero no se dan cuenta que el islamismo radical y el yihadismo los odian igual que a los musulmanes moderados o al resto de occidente.

Otra de las cuestiones consideradas polémicas ha sido la crítica a la guerra santa, como forma de imponer la fe islámica. Sin embargo, hay que recordar que hay dos acepciones a la palabra yihad, que el propio profeta Mahoma aclaró a través de uno de los hadices que el yihad mayor es «la lucha contra uno mismo y nuestras pasiones»; es decir, una guerra santa interior encaminada a mejorar como creyente y como persona. Por su parte, el yihad menor es la guerra santa, que tiene unas reglas muy claras y tasadas, que los terroristas yihadistas ignoran por completo, pues ni un solo atentado tendría cabida en las reglas coránicas para declarar una guerra santa. Sólo se entiende como defensa de la libertad de culto para los creyentes musulmanes si es que ha sido restringida o prohibida, defensa contra ataques ilegítimos, defensa de la Tierra islámica contra invasiones, o para derrocar a gobernantes apóstatas. Conviene subrayar que para el yihadismo todos los gobernantes actuales del mundo islámico son apóstatas. Los yihadistas no tendrán compasión de nadie, y a los primeros que eliminarán serán a los que en otros tiempos fueron sus aliados circunstanciales.

Entonces, ¿cómo es posible que se critique una condena a la violencia y la muerte como formas de extender una religión? Es evidente que imponer por la fuerza una fe es irracional, sea la que sea, y eso es lo que se ha dicho y bien dicho está, nadie puede imponer su fe a otro por la fuerza. Tenemos que poner el acento en la yihad mayor, como recomendaba el propio profeta Mahoma. La violencia, el terror y la ira deberían ser desterradas del ámbito de la religión y de la política. Aunque sepamos que para muchos sean las múltiples caras de una misma moneda.