Esta es una
pregunta inevitable para quienes queremos reflexionar sobre la pastoral popular.
Si decimos que queremos acompañar la fe del pueblo no podemos dejar de
preguntarnos si ésta es fe verdadera.
Son muchas las objeciones que se nos pueden presentar, todos debemos tener en la
memoria imágenes de situaciones de vida de los pobres que parecen negar que
vivan la fe. El hombre que se emborracha y golpea a su familia, el joven que le
roba al vecino para comprar droga, la adolescente a la que su madre manda a
prostituir. Muchas veces es tanta la repugnancia que nos causa la fealdad del
pecado que nos paraliza el espíritu para seguir con la reflexión. Como lo hace
Cristo, queremos acercarnos a la vida del pobre animados por una profunda
misericordia, sin apurar juicios negativos sobre sus vidas, por eso tenemos que
sobreponernos a esa primera sensación de escándalo y observar la presencia de
Dios en sus vidas.
La vida
cristiana es ante todo la unión con Dios por las virtudes teologales: la fe, la
esperanza y el amor. Estas virtudes son un regalo que Dios nos da el día de
nuestro bautismo. En este marco hay que entender la fe: es un don de Dios. Y es
un don que no se pierde fácilmente, si la caridad se pierde con un pecado grave
la fe sólo se pierde con un pecado grave y formal contra la fe, cosa que es muy
rara en nuestro pueblo. Hay que aclarar que la caridad es la forma de las
virtudes, si se pierde la caridad la fe deja de ser virtud acabada, pero no se
pierde, sigue siendo un don de Dios. El concilio de Trento lo define sin lugar a
dudas (Dz 838), incluso añade una condena para quienes digan que el que tiene la
fe sin la caridad no es cristiano. Esto es para dejar sentado que aún quienes
viven cotidianamente situaciones de pecado pueden vivir con fe. También habría
que analizar si lo que “desde afuera” de la vida de los pobres creemos que es
pecado es verdaderamente pecado.
Otra cosa que nos puede dificultar aceptar la fe de la gente del pueblo es
observar la “ignorancia” que generalmente tienen en materia religiosa. Sin
embargo, en la historia vemos muchas veces que este tipo de “ignorantes” son los
que Dios elige para tenerlos más cerca (unos pescadores galileos, el indio Juan
Diego en México, el negro Manuel en Luján). Santo Tomás al hablar del acto de fe
distingue tres aspectos: credere Deo (creerle a Dios que se revela), credere
Deum (creer lo que Dios revela) y credere in Deum (creer moviendo el alma hacia
Dios. En el segundo aspecto del acto de fe – el credere Deum – se considera el
aspecto material de la fe, lo que se debe saber sobre la fe, aquí es donde entra
la catequesis y toda la “formación” religiosa. Cuando evaluamos la fe de una
persona sólo por sus conocimientos religiosos estamos considerando sólo el
credere Deum y nos olvidamos de los otros aspectos del acto de fe. Por ejemplo,
si consideramos la fe sólo desde el conocimiento podríamos decir que el diablo,
que conoce muy bien, tiene más fe que una anciana de nuestro pueblo que no sabe
leer ni escribir, lo cual es un absurdo.
Lo que da la verdadera medida de la fe es el tercer aspecto del acto de fe, el credere in Deum. Éste es el movimiento de adhesión a Dios que tiene todo acto de fe, es el tender hacia Dios. La confianza en Dios y la devoción –que tan presente están en la fe de nuestro pueblo- se asientan en este aspecto del acto de fe. El cristianismo popular acentúa este aspecto de confianza en Dios frente al otro aspecto de conocimiento de las cosas de Dios.
Por ejemplo,
seguramente es fácil encontrar entre los pobres una persona que no nos sepa
decir que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, pero habría que
escuchar un poco más a esa persona, preguntarle sobre su vida y seguramente
veremos en los relatos que los momentos difíciles los vivió con confianza en
Dios y encomendándose a la Virgen. La fe del pobre es difícil verla “desde
afuera”, hay que hacer como Jesús para verla: acercarse con amor a ellos y
compartir sus vidas, sólo así podemos percibir esa fe que -según dijo Benedicto
XVI en Aparecida- está en el alma de los pueblos latinoamericanos.
En esta reflexión apenas nos internamos en dos objeciones sobre la fe de los
pobres. Seguramente son muchas las objeciones que se nos pueden presentar, y en
la medida que nos van apareciendo tenemos que ir buscándole alguna solución,
para no dejar que un juicio erróneo sobre la vida de los pobres nos impida
acompañarlos en este camino de salvación por el que Dios los lleva.
La
pastoral popular es la acción evangelizadora que el pueblo hace de sí mismo.
Para entender un poco más esta idea hay que hacer un poco de historia. Durante
la conquista de latinoamérica, los españoles no sólo explotaron a los indios,
también les transmitieron una fe. Esa fe les reconocía un lugar en la sociedad
(cosa que le fue negada a los indígenas colonizados por los ingleses), que si
bien era el último les permitía reconstruir su sistema de relaciones que había
sido destruido por la conquista. A esto hay que agregar la providencial
presencia de la Virgen que desde Guadalupe se mostraba como protectora de los
pueblos pobres de toda latinoamérica.
Es así que con el correr del tiempo se fue formando un pueblo nuevo: pobre,
sometido, hijo del mestizaje del indio con el español y con una gran confianza
en la presencia maternal de la Virgen y una natural identificación con el Cristo
crucificado.
La gran mayoría de los pobres de latinoamérica participan de este pueblo que
nació hace cinco siglos. Este pueblo en su movimiento propio, al transmitir
valores de generación en generación, transmite su fe cristiana. Fe que es vivida
según acentos propios que pone el pueblo, que no siempre son los acentos que
impulsan los pastores de la Iglesia (por ej: la Iglesia propone a los santos
como modelo de vida y el pueblo los toma como intercesores). Sin embargo esta fe
popular reconoce a la Iglesia y su jerarquía en su autoridad.
La pastoral popular busca -entre otras cosas- acompañar este movimiento
evangelizador que está en lo más profundo del pueblo, y facilitarle la
transmisión de la fe según sus modos propios.