Cuando el Vaticano volvió a ser Estado

LA VANGUARDIA
11-II-2004

 

Hoy se cumplen 75 años de los pactos de Letrán, que sellaron la reconciliación entre Italia y los papas

Fueron casi 60 años de claustrofóbico limbo jurídico. Desde 1870, fecha en que los italianos arrebataron Roma a los papas a cañonazos para hacer de ella la capital de la Italia recién unificada, hasta 1929, cuando el Estado fascista selló la reconciliación italiana con el papado, el Pontífice fue “el prisionero del Vaticano”, como le llamaban los romanos. Cinco papas vivieron este extraño cautiverio voluntario, sin salir jamás de los confines de San Pedro durante esos 60 años de desencuentro con el país nacido de la liquidación de los antiguos Estados Pontificios, hasta que Benito Mussolini, deseoso de zanjar la “cuestión romana” y de ganar adeptos para la causa fascista, tendió la mano al papado con los pactos de Letrán, de cuya firma se cumplen hoy 75 años. De esos pactos nace, jurídicamente, el minúsculo Estado de la Ciudad del Vaticano, con sus 44 hectáreas, su independencia y su peculiar relación con la católica Italia que lo circunda y protege.

“Durante todos aquellos años los papas nunca salían del Vaticano y los católicos italianos no podían intervenir en la vida pública”, explica monseñor José Tomás Martín de Agar, cordobés, experto en concordatos de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma, regida por el Opus Dei. Sólo un grupo de nobles de la llamada “aristocracia negra” se mantenía fiel al Papa como soberano con poder temporal además de espiritual. El Risorgimento, movimiento político del siglo XIX que buscaba unir la península Itálica, veía en los papas y en el reino de las Dos Sicilias, en el sur, los grandes obstáculos para su proyecto. Liderados por el conde de Cavour, por Giuseppe Garibaldi y por el rey del Piamonte, Víctor Manuel II de Saboya, los ejércitos de la nueva Italia se lanzaron a la conquista de territorio.

En 1861, fecha oficial de la unificación, faltaban Venecia y Roma. Venecia se une a Italia cinco años después, y Roma, defendida por la Guardia Suiza y por cuanto resta de los ejércitos papales, es tomada en 1870 por las tropas piamontesas. Pío IX, que ese mismo año había proclamado la infalibilidad pontificia y que enfatizó el absolutismo tras un inicial talante liberal, se recluye en el Vaticano para siempre. Y así, intramuros, transcurrieron cinco pontificados y llegó el siglo XX: tras Pío IX (beatificado por el actual Papa), llegaron León XIII, Pío X (canonizado en 1954), Benedicto XV y Pío XI. Mientras, Mussolini había marchado sobre Roma y logrado que Víctor Manuel III, nieto del monarca de la unificación, avalara la creación de un Estado fascista.

“A pesar de ser anticlerical porque venía del socialismo, Mussolini comprendió que había que resolver el problema, y que el fascismo saldría ganando”, sostiene Giuseppe dalla Torre, rector de la Universidad Lumsa de Roma, que fue secretario de la delegación italiana que negoció el concordato revisado de 1984. “Mussolini logró así el consenso de los católicos de Italia –explica Dalla Torre–, pero también una mejor actitud hacia el fascismo a nivel internacional.” Los pactos fueron firmados por el Duce y el cardenal Pietro Gasparri el 11 de febrero de 1929 en el palacio de San Juan de Letrán, anexo a la basílica. Arribar a ellos costó dos años y medio de negociaciones, en las que se llegó a ofrecer al Pontífice una salida al mar, cosa que rechazó. “Había cambiado la mentalidad –aclara Martín de Agar–. En 1870 el Papa era un monarca destronado, pero en 1929 la Iglesia católica ya veía que lo conveniente era un Estado simbólico y con poco territorio.”

Los pactos de Letrán son, en realidad, dos textos: un tratado que crea el Estado de la Ciudad del Vaticano y garantiza su inmunidad como país, y un concordato que regula el estatuto de la Iglesia católica en Italia. “El tratado dio independencia al Vaticano, mientras que con el concordato la Iglesia logró un espacio de libertad dentro de un Estado con un régimen cada vez más totalitario”, explica Torre. Los pactos no gustaron a todos los católicos, pues una parte de ellos veía en la llamada Conciliazione (reconciliación) un instrumento del fascismo. “Ahora están contentos los clericales-papistas y están contentos los fascistas; para Mussolini es un triunfo”, se lamentó Alcide de Gasperi, futuro primer ministro democristiano.

Con aquella firma en Letrán surgió el Vaticano como ente jurídico, con el Papa como jefe de Estado con plenos poderes ejecutivo, legislativo y judicial, soberano de un país diminuto de apenas 400 ciudadanos de nacionalidad vaticana (la mayoría cardenales), pero con una vasta influencia religiosa sobre los 1.071 millones de católicos del mundo