Los Gnósticos
¿Quiénes son? ¿Qué creen? ¿De dónde vienen?

Williams Barkley

La aparición de las herejías

Uno de los favores importantes que enfrentaba la iglesia cuando se escribió el cuarto Evangelio (Escrito alrededor del año 100) era el surgimiento de la herejía en el seno de la iglesia. Había pasado setenta años desde la crucifixión de Jesús. Por entonces la iglesia era una organización y una institución.

Se estaban pensando y afirmando teologías y credos; y era inevitable que el pensamiento de por lo menos algunas personas siguiera caminos equivocados, y resultara en herejías.

Muy rara vez una herejía surge cuando se acentúa indebidamente una parte, una faceta de la verdad. Podemos ver al menos dos de las herejías y errores que estaba tratando de combatir el autor del cuarto evangelio.


a)- Había algunos cristianos, en especial cristianos Judíos, que otorgaban un puesto demasiado elevado a Juan el Bautista. Había algo en Juan que fascinaba a los judíos. Juan pertenecía a la sucesión profética, y hablaba con la voz de los profetas. De hecho sabemos que más adelante existió una secta aceptada de Juan al Bautista dentro de la fe judía ortodoxa.

En Hechos 19:1-7 nos encontramos con un pequeño grupo de doce hombres que están en los límites de la iglesia cristiana pero que nunca pasaron del bautismo de Juan. Una y otra vez, el cuarto evangelio relega a Juan, de manera silenciosa pero definitiva, a su propio lugar.

Una y otra vez el mismo Juan niega que él jamás haya pretendido o poseído el lugar supremo, y cede incondicionalmente ese lugar a Jesús. Ya hemos visto que en los otros Evangelios el ministerio de Jesús no comienza hasta después del encarcelamiento de Juan, mientras que en el cuarto Evangelio el ministerio de Jesús y el ministerio de Juan se superponen.

Juan puede muy bien haber empleado ese arreglo para mostrar el encuentro de Juan y Jesús, y cómo el Bautista había usado esos encuentros para reconocer, y alentar a otros a reconocer la supremacía de Jesús.

Se señala con todo cuidado que Juan no es esa luz (1:8). Se muestra a Juan renunciando en forma terminante a toda pretensión mesiánica (1:20; 3:28; 4:1; 10:41). Ni siquiera se permite pensar que el de Juan sea el testimonio más importante (5:36).

No hay en el cuarto evangelio crítica alguna a Juan; pero hay un reproche para aquellos que quisieran dar a Juan un lugar que corresponde a Jesús y nada más que a Jesús.

b)- En la época en que se escribió el cuarto Evangelio había cierta herejía muy difundida. Se le da el título general de GNOSTICISMO. Sin una comprensión somera de esta herejía se perderá buena parte de la grandeza y del propósito de San Juan.

La doctrina básica (que luego derivó en múltiples variantes) del gnosticismo era que la materia es esencialmente mala y el espíritu es esencialmente bueno. Los gnósticos pasaban a afirmar que siendo esto así, Dios no puede tocar la materia, de manera que Dios no creo el mundo. Lo que hizo Dios fue lazar una serie de emanaciones.

Cada una de estas emanaciones se alejó más de Dios, hasta que por último hubo una emanación tan lejana que pudo tocar la materia. Esa emanación fue la que creó el mundo. La idea en sí ya es suficientemente mala, pero la empeoraban con un agregado.

Los gnósticos sostenían que cada emanación conocía cada vez menos a Dios, Hasta llegar a un punto en que las emanaciones no sólo ignoraban a Dios sino que le eran hostiles. Así legaban, finalmente, a la conclusión de que el dios creador no sólo era distinto del Dios verdadero, sino que lo ignoraba y el era activamente hostil. CERINTO, uno de los líderes de los gnósticos, afirmaba que el mundo fue creado, no por Dios, sino por cierto poder muy separado de él, y muy lejano de ese Poder que está por encima del universo, e ignorante del Dios que está por encima de todas las cosas.
Los gnósticos creían que Dios no tenía nada que ver con la creación del mudo.

Por eso Juan comienza su Evangelio con esta resonante afirmación: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3) Por eso insiste en que “de tal manera amo Dios al mundo” (Jn. 3:26).

Frente a los gnósticos que tan equivocadamente espiritualizaban tanto a Dios que lo convertían en un ser que no podía tener nada que ver con el mundo, en respuesta a lo que sólo podía ser un mundo sin Dios, Juan presentó la doctrina cristiana del Dios que hizo el mundo y cuya presencia inunda el mundo que él hizo.

Las creencias de los gnósticos influían en sus ideas sobre Jesús, a las cuales afectaban en dos formas distintas.

(1)- Algunos de los gnósticos sostenían que Jesús era una de las emanaciones que procedían de Dios. Sostenían que Jesús no era divino en ningún sentido real; que sólo era una especie de semi-dios que estaba más o menos distante del Dios verdadero; que era sólo un eslabón más de la cadena de seres inferiores que estaban entre Dios y el mundo.

(2)- Otros afirmaban que Jesús no tenía un cuerpo real. Según sus creencias, Jesús no podía haber tenido un cuerpo. Un cuerpo es materia y Dios no podía haber tocado la materia; de manera que sostenía que Jesús era una especie de fantasma sin carne ni sangre reales. Afirmaban por ejemplo, que cuando pisaba el suelo no dejaba huellas, porque su cuerpo carecía de peso y sustancia.

Nunca hubieran podido decir: “Y aquel Verbo fue hecho carne” (Jn. 1:14). Agustín nos relata cómo, leyendo gran parte de las obras de los filósofos de su tiempo, había hallado mucho que se parecía a lo que estaba en el Nuevo Testamento, pero, decía: “`Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros` no lo leí allí.”

Es por eso que, en su primera epístola, Juan insiste en que Jesús ha venido en carne, y declara que cualquiera que niega ese hecho está movido por el espíritu del anticristo (1Jn. 4:3). A esta herejía en particular se la conoce con el nombre de DOCETISMO.

Docetismo viene de la palabra griega dokein que significa parecer; y se le da ese nombre a la herejía porque sostenía que Jesús sólo parecía ser un hombre.

(3)- Había algunos gnósticos que sostenían una variante de esa herejía. Afirmaban que Jesús era un hombre en quién el Espíritu de Dios penetro en el bautismo; ese Espíritu permaneció en él durante toda su vida hasta el final; pero como el Espíritu de Dios jamás podía sufrir y morir, lo abandonó antes de la crucifixión.

Según ellos la exclamación en la cruz fue: “Poder mío, poder mío, ¿Por qué me has abandonado?” Y en sus libros contaban de personas que en el monte de los Olivos hablaban con una forma idéntica a Jesús, mientras el hombre Jesús moría en la cruz.

De manera que las herejías gnósticas aparecían bajo la forma de una de dos creencias. Los gnósticos creían, o bien que Jesús no era en realidad divino sino simplemente uno en la serie de emanaciones de Dios, una especie de semi-dios, o que no era humano en ningún sentido, sino que era una especie de fantasma con forma de hombre. Las creencias gnósticas destruían tanto la deidad como la humanidad real de Jesús:

La humanidad de Jesús

El hecho que Juan se haya propuesto corregir estas dos tendencias gnósticas explica un doble énfasis paradójico que aparece en su Evangelio. Por un lado, no hay otro Evangelio que acentúe en forma tan absoluta la auténtica humanidad de Jesús. Jesús se indignó con los que compraban y vendían en el templo (2:15); estaba físicamente cansado cuando se sentó junto al pozo cerca de Sicar en Samaria (4:6); sus discípulos le ofrecieron comida en la misma forma que se la hubieran ofrecido a cualquier hombre que sintiera hambre (4:31); siente simpatía por quienes sienten hambre y por aquéllos que experimentan temor (6:5,20);

Conocía el dolor y derramaba lágrimas como lo hubiera hecho cualquiera que estuviera de duelo (11: 33, 35, 38); en la agonía de la cruz el grito de sus labios secos fue: “Tengo sed” (19:28).
El cuarto Evangelio nos muestra un Jesús que no era ninguna figura docética, fantasmal; nos muestra alguien que conocía el cansancio de un cuerpo exhausto y las heridas de una mente y un corazón desconsolados. El que nos presenta el cuarto Evangelio es el verdadero Jesús humano.

La deidad de Jesús

Pero, por otro lado, ningún otro Evangelio nos presenta una visión semejante de la deidad y divinidad de Jesús.

(a) Juan subraya la pre-existencia de Jesús. “Antes que Abrahán fuese” dijo, “yo soy” (8:58). Habla de la gloria que tuvo con el padre antes que el mundo fuese (17:5). Una y otra vez se refiere a su descenso del cielo (6:33, 38). Juan veía en Jesús alguien que había existido siempre aun antes del comienzo del mundo.

(b) El cuarto evangelio acentúa más que cualquiera de los otros Evangelios la omnisciencia de Jesús. Juan considera que Jesús conocía, de manera evidentemente milagrosa, el pasado de la mujer de samaria (4:16-17); aparentemente sin que nadie se lo dijera sabía durante cuánto tiempo había estado enfermo el hombre junto al estanque (5:6);

Antes de hacer la pregunta conocía la respuesta de lo que le preguntó a Felipe (6:6); sabía que Judas lo traicionaría (6:61-64); supo que Lázaro Había muerto antes que nadie se lo dijera (11:14). Juan veía en Jesús alguien que poseía un conocimiento especial y milagroso, independiente de cualquier cosa que nadie le pudiera decir.

Según su concepto, Jesús no necesitaba formular preguntas porque conocía todas las respuestas.

(c) El cuarto Evangelio subraya el hecho, siempre según el punto de vista de Juan, de que Jesús siempre actuaba completamente por propia iniciativa y sin experimentar influencia alguna de ninguna otra persona.

No fue el pedido de su madre lo que lo movió a hacer el milagro de Caná de Galilea, fue su propia decisión personal (2:4); las palabras de sus hermanos no tuvieron nada que ver con la visita que hizo a Jerusalén durante la fiesta de los tabernáculos (7:10); ningún hombre le quitó la vida, nadie podía hacerlo; él la puso voluntariamente y ejerciendo su libre albedrío (10:18; 19:11).

Tal como lo veía Juan, Jesús poseía una divina independencia de toda influencia humana. Sus determinaciones y sus acciones eran resultado de su propia decisión.

Vemos, pues, que para enfrentar a los gnósticos y sus creencias extrañas, Juan nos presenta un Jesús que era indiscutiblemente humano y que, sin embargo, también era indiscutiblemente divino.

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