FRAY LUIS DE GRANADA, QUINTO CENTENARIO
ABC / JOSÉ ASENJO SEDANO Escritor
CUANDO Medina del Campo -26 de noviembre de 1504- se vestía de
luto y doblaban sus campanas por la muerte de Isabel, Reina de Castilla y de
España, nacía en Granada Luis de Sarriá, quien, más adelante, fraile de Santo
Domingo, pasaría a llamarse Fray Luis de Granada. En la raya del mediodía,
escuchando los versos de Fray Antonio de Montesinos, Coplas a la Pasión del
Señor, escritos expresamente para ella, moría la Reina más grande de España.
Noviembre, mes de vientos y fríos inminentes. Luego, el cuerpo de la Reina sería
llevado en cortejo fúnebre -capellanes, cantores y caballeros- por viejos
caminos conocidos: Arévalo, Ávila, Toledo, Jaén... hasta su reposo en el
convento de San Francisco, en Granada, con descanso definitivo en la Capilla
Real -1521- junto a Don Fernando, su marido, el Rey católico.
Nacía en Granada Fray Luis de Granada, niño pronto huérfano pobre acogido a la
caridad de los frailes dominicos y a la del conde de Tendilla, alcaide de la
Alhambra, entonces fortaleza pétrea y almenada, sin su hermoso bosque, que
llegaría después. El niño de la lavandera de los frailes se convertiría en paje
de los hijos del marqués de Mondéjar, capitán general del reino y costa de
Granada, creciendo a la clara luz de la ciudad desde sus altos miradores. Abajo,
la Granada reconquistada levantando sus iglesias y monasterios, la catedral y
sus dos ríos. La Granada del siglo XVI, la de Alonso Cano y San Juan de Dios. La
Granada que restañaba heridas.
Profesaría en la Orden de Predicadores en 1525. Le sobraba talento al paje de
los niños del conde de Tendilla. De 1529 a 1534, estudiaría en el Colegio de San
Gregorio de Valladolid y sería discípulo de Bartolomé de Carranza, Melchor Cano
y Diego de Astudillo. Y aunque estuvo a punto de marchar a Indias, se quedó en
Andalucía como vicario del convento cordobés de Escalacoeli, después de una
intensa formación en Granada, como cuenta Álvaro Huerga en su tratado sobre Fray
Luis de Granada. En Córdoba conocería al padre Juan de Ávila, con quien
mantendría, toda su vida, una importante correspondencia epistolar, decisiva en
su vocación ascética. Leo en el Epistolario de San Juan de Ávila una primera
carta dirigida a un Fray Luis joven, respuesta a dos cartas suyas en las que
pide consejo para la vida de predicador que se dispone a comenzar. «Debe, pues,
vuestra reverencia, para el oficio a que ha sido llamado, atender mucho que no
se amortigüe en el espíritu de hijo para con Dios, padre común, y el espíritu
del Padre para los que Dios le diere por hijos». Hijos no de la carne, sino de
un lazo más fuerte, como es la gracia. Y, experimentado, le dice, «a llorar
aprenda quien toma oficio de padre...»
En el mismo Epistolario, hay otra larga carta que el padre Ávila dirige a un
discípulo suyo (han pasado ya los años), en la que le aconseja la Vita Christi:
«Le aprovechará leer a Fray Luis de Granada, donde trata de la pasión», obra
para leer y meditar. La carta termina con una sabrosa meditación sobre la
muerte, momento en el que, como un desgarro, «el ánima se arranca de las
carnes».
En cartas a sus hijas, Felipe II (que escribió más de seis mil a lo largo de su
vida, muchas de ellas en el archivo del palacio Doria-Pamphili, vía del Corso,
en Roma) cuenta cómo le encantaba escuchar los sermones en Lisboa de un Fray
Luis ya viejo, casi ciego y desdentado.
Fray Luis de Granada -conviene recordar- es uno de los más brillantes escritores
de la lengua castellana. Para algunos, el mejor de nuestros escritores. «Fray
Luis de Granada -escribió Azorín- no escribe; es decir, empapa su subconsciencia
de arte, polariza hacia el arte toda su personalidad, no necesita pensar cómo va
a escribir. Escribe sin pensar. Su sensibilidad va directa de los nervios a las
cuartillas. Por eso no hay en nuestra literatura estilo más vivo, más
espontáneo, más vario y más moderno».
Leer a Fray Luis de Granada es un verdadero placer. Conservo como oro algunas de
sus obras: La Guía de Pecadores (que dedica a la Muy Magnífica Señora doña
Elvira de Mendoza, en Montemayor el Nuevo), dos ediciones de la Vita Christi, la
traducción del «Contemptus Mundi», de Kempis, y la Introducción del Símbolo de
la Fe, mi preferida literariamente. Son muchas más las que escribió, el
granadino fue un escritor prolífico y un altísimo intelectual, que renunció a
obispados y prebendas por su trabajo. No fue un místico, aunque sí hombre de
oración, y sobre oración escribió obras memorables, conocidas en todo el mundo.
Con Erasmo coincidía -como ha escrito Bataillon- en la supremacía de la oración
mental. Fue un gran hombre de fe, un gran misionero cuya impronta recayó en
figuras como Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz; y el mismo Fray Luis de León,
desde la cárcel, se cuenta pidió como consuelo a sus soledades su Libro de la
Oración y Meditación... Un maestro espiritual.
Falleció Fray Luis en Lisboa el 31 de diciembre de 1588 y sus restos descansan
en la iglesia de Santo Domingo de aquella ciudad, en rico monumento de mármol
blanco y jaspes de diversos colores costeado con limosnas recogidas por el
también dominico español de aquel convento Fray Gaspar de Toledo. Su fama es
universal. Se merece este recuerdo.