Dramático dualismo «actividad» - «objeto»

 

Huir del resplandor de la verdad conduce a una manera «perversa» de pensar. El profesor Kiely lo ilustraba acertadamente a propósito de la Encíclica Veritatis splendor

 

Hemos recordado hace unos días con un buen amigo y colaborador, que gracias a la magia de Internet pude asistir -ahora hace poco menos de un año- desde mi mesa de trabajo, a las comunicaciones de los profesores Leo Elders SVD y Bartholomew Kiely, S.J., Prof. de Teología Moral en la Pontificia Universidad Gregoriana y Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dentro del programa del Congreso Internacional de Teología Moral organizado por la Universidad de San Antonio (UCAM). Con telón de fondo, la memorable Encíclica de Juan Pablo II Veritatis Splendor. Se conmemoraba el décimo aniversario de la publicación de esa encíclica, así como el vigésimo quinto aniversario del pontificado de Juan Pablo II. El pasado día 7, insistía el Papa al recibir a los miembros de la Comisión Teológica Internacional, que «el hombre es capaz de conocer la verdad sobre la conducta moral objetiva»; contra quienes señalan que la moral es "relativa". Todo esto me ha movido a poner de nuevo en primer plano lo que escribí hace poco menos de un año en este mismo sitio:

Leo Elders dictó una clásica lección impecablemente tomista, como se había anunciado, sobre La relación entre verdad y libertad en la vida. Isistió en que la libertad si no encuentra su vinculación a la verdad pierde pie y se queda, por decirlo a mi modo, como una brújula sin norte: no sirve para nada, no tiene sentido y acaba en la angustia o náusea del existencialismo ateo. En el fondo, el dualismo o dicotomía verdad - libertad se establece sobre la base de un escepticismo radical acerca de la posibilidad de conocer la verdad: no somos capaces de conocer la verdad, al menos la verdad religiosa o la verdad moral. Elders subrayó la posibilidad de descubrir la verdad ética en nuestra naturaleza. Es posible; exige esfuerzo, pero es posible. «No somos periodistas que crean (hacen) ellos mismos las noticias creyendo que la realidad acabará adaptándose a lo que ellos quieren» (no estaba haciendo un chiste, por cierto).

Bartholomew Kiely habló de LA DIMENSIÓN MORAL DE LA CORPOREIDAD HUMANA. LA COMPRENSIÓN DE LA PERSONA HUMANA EN SU “TOTALIDAD UNIFICADA” FRENTE A LOS DUALISMOS ANTROPOLÓGICOS.

Kiely, primero descarta el dualismo espíritu - cuerpo de estilo platónico o cartesiano. El hombre es una unidad. Me acordaba de lo que solía decir Gabriel Marcel: «yo soy mi cuerpo» (también lo ha dicho Kiely). No es toda la verdad, pero es verdad. Cuando alguien me da un puñetazo en la nariz, explica Kiely, no sólo golpea mi nariz, me golpea «a mí». Continúa el profesor con una anécdota conocida por testimonio directo: el papa Juan XXIII –hoy beato-, recién elevado a la Cátedra de Pedro, encontró incómoda la cama utilizada por su venerado antecesor Pío XII. Tomó personalmente el teléfono, y llamó a una tienda: «Soy el Papa, necesito un colchón para un cristiano». Así era de grande la humanidad, el cuerpo, el alma, el corazón de Juan XXIII; así la unidad, en él, de alma y cuerpo, de espíritu y materia.

El P. B. Kiely entra a fondo en el agudo problema que presenta la ignorancia religiosa en nuestros días (llega un novicio a Roma sin saber cuáles son los llamados "tres consejos evangélicos", pobreza, castidad, etc.). Pasa después a desvelar una profunda y tremenda dualidad en el hombre contemporáneo, concretamente entre su actividad y el objeto de su actividad. Se concede mucha más importancia a la actividad del sujeto que a su objeto. Anteriomente Elders había subrayado la eliminación del objeto como criterio de moralidad en el pensamiento moderno y contemporáneo. Ahora Kiely profundiza. Dice que ese dualismo «actividad-objeto» es «perverso»... Palabra grave, dicha en tono bajo de tristeza conmovente. Piénsese en la actividad sexual. Lo que importa sobremanera es la actividad. Tengase en cuenta que lo que en la teoría se llama «objeto», en este caso, en la realidad, de un modo u otro es una «persona»: pero que sea persona y tal persona es –en el modo de pensar que consideramos- lo de menos. La actividad es mucho más importante que el objeto (o sea, que la persona). Lo ilustra el profesor: si yo soy un profesor que me levanto irritado y voy a dar clase y descargo mi irritación sobre un alumno para desfogarme y quedarme yo tranquilo, con esto manifiesto una estructura, una conducta per-ver-sa. Dar más importancia ahora a mi actividad que al objeto, es lo perverso. Igualmente, dice, si mi cristología es más importante que Jesucristo, mi estructura intelectual es perversa. Si mi actividad de hablar es más importante que aquello que digo, que el aburrimiento o el deleite de quienes me escuchan, mi estructura es perversa. Se entiende que el profesor adjetive de «perversa», con todas las letras, una estructura semejante y que duela ver hasta dónde hemos llegado en el siglo XXI, con la modernidad y postmodernidad.

Se realizan esfuerzos titánicos para negar el hecho evidente de la enfermedad y de la muerte, en la búsqueda del placer a toda costa, del dominio absoluto de las circunstancias. No se respeta el objeto de las acciones, ni siquiera se respeta la propia vida: se pretende el derecho sobre la propia vida con la eutanasia, el suicidio asistido. En el fondo existe una visión profundamente pesimista de la vida y del mundo, objeto de manipulación, objeto a la vez de uso y de abuso, de construcción y de destrucción.

¿Cómo se conciben actualmente las relaciones entre personas humanas? En consecuencia, al modo del liberalismo individualista (yo diría, al modo de las "mónadas"). Aquí el profesor pega un salto impresionante a la Veritatis splendor: en la encíclica se encuentra un concepto que resulta central -aparece nueve veces-, es el concepto de «don de sí mismo». Este concepto, dice, sólo se comprende a la luz de nuestra Fe. El énfasis que hace la encíclica es genial, deshace nudos teóricos dificilísimos de deshacer, hace que la vida concreta, en la práctica resulte mucho más fácil. Existencialmente, no puede perderse de vista que al final «no queda nada» del mundo, nada podemos llevarnos de él. Al final, sólo dos posibilidades: perder lo que tenemos o entregarlo. No hay tercera posibilidad de opción. La posibilidad real liberadora es el «don de sí».

Así llega el profesor a descubrir que la única manera de vivir verdaderamente la libertad es aceptando de alguna manera la cruz de Cristo. Este punto está subrayado en Veritatis Splendor. «Ustedes están aquí escuchándome porque han tomado esta opción excluyendo muchas otras posibles, como por ejemplo, el turismo. Cada decisión -cada acto de libertad humana- lleva dentro de sí un trocito de la cruz de Cristo». Pero sucede que la libertad es como el dinero, para gastarlo. Si fuera sólo para llevarlo en el bolsillo no serviría para nada, sería como si no existiera. La libertad es para el don.

En el «lenguaje del cuerpo» -tema tan querido y bellamente tratado por Juan Pablo II- el don encuentra su sentido pleno sólo a través de «nuestro cuerpo». Sólo así hacemos «el don de nosotros mismos»; el único don, cabe decir, es el que podemos hacer con nuestro cuerpo, incluso el último que podremos hacer al final de la vida será el abrazo, con nuestro cuerpo, a «nuestra hermana la muerte del cuerpo».

Acaba el profesor aludiendo al tema del «poder». La pasión por el poder. Una noción importante. Para algunos habría que superar la naturaleza con el poder de la libertad. Pero se engañan. Cuando hoy se habla de poder, sólo se refiere al poder de algunas personas sobre otras personas. Ahora bien, esta libertad no es liberal, ni liberadora.

Añadiré, por mi cuenta, que la importancia del objeto no ensombrece la relevancia del sujeto en la valoración crítica de la acción moral. Si tengo que valorar una acción de un sujeto que no soy yo, sino otro, tendré que intentar "meterme" en su subjetividad, para conocer y comprender su acción, lo cual no me exime de pensar en el "objeto" de mis actos a la hora de juzgarme a mí mismo.

En fin, sugerencias no faltarán para seguir ponderando despacio y por largo tiempo, con Veritas Splendor de fondo, o a la vista, asuntos de tan hondo calado para orientar la vida de la persona cara a sí misma y a los demás.
Arvo Net, 10 de octubre 2004