LA IGLESIA PASCUAL EN EL EVANGELIO DE S. MATEO
P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.
1. LA PROMESA DE JESÚS.
2. EL PODER DE JESÚS.
La última página del Evangelio según S. Mateo sólo nos la transmite él y es la clave de todo su Evangelio: nos presenta el Misterio Pascual, el poder de Cristo muerto y resucitado en su Iglesia. Nos encontramos en el momento culminante de la vida de Jesús (que ha predicado, muerto y resucitado) y de la vida de la Iglesia (que debe empezar su obra, que se prolongará hasta el final de los tiempos).
LA PROMESA DE JESÚS.
Termina el Evangelio con la afirmación de Jesús: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Empecemos por las últimas palabras, que hacen referencia al tiempo de la promesa: "hasta el fin del mundo". Expresión que se encuentra en otras escenas del Evangelio de Mateo, como cuando los discípulos preguntan a Jesús, frente al Templo: "¿Cuándo ocurrirá esto y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?" (24, 3). La consumación de nuestra vida y de nuestra historia, del correr del tiempo, se pone en relación con la Parusía del Señor, con su retorno glorioso. Las mismas palabras aparecen en dos parábolas. En la parábola de la cizaña mezclada con el trigo bueno se nos dice que en nuestro tiempo se siembra y se debe crecer, aunque no nos falten contradicciones y dificultades. Sólo cuando llegue la siega, el fin del mundo, desaparecerá la cizaña (13, 39). Lo mismo nos indica la parábola de la red que recoge peces de toda clase. Nosotros hemos de vivir una experiencia de mezcla y convivencia entre lo bueno y lo malo dentro y fuera de nosotros. Esto terminará en el fin del mundo (19, 34).
En esta experiencia temporal, histórica, confusa, ambigua, en la que nos encontramos, en la que es muy difícil distinguir el bien del mal, ahí el Señor está con nosotros. Las palabras de Jesús nos garantizan su presencia, no para un mundo ideal, ya hecho y terminado, sino para este mundo real, en crecimiento, lleno de confusiones y de ambigüedades. Jesús promete su presencia "todos los días". Por lo tanto, en ningún momento, ni en los más terribles, nos deja solos.
Las últimas palabras se refieren al tiempo de la promesa. Un poco antes encontramos el contenido de la promesa: "He aquí que yo estoy con vosotros". En numerosos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento encontramos afirmaciones similares, desde los tiempos de Moisés: "He aquí que yo estoy contigo" (Ex 3, 12-14). La promesa a Josué es similar: "Yo estaré contigo como estuve con Moisés" (Jos 1, 5-9). La Alianza es la continua promesa de Dios de estar con su pueblo y la podríamos resumir en la siguiente afirmación: "Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo".
Estas palabras resumen toda la experiencia de Israel y también todo el Evangelio de S. Mateo, hasta el punto de que encontramos, al inicio del mismo, la siguiente profecía: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios con nosotros" (1, 23). Y eso que poco antes había dicho "le pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de los pecados" (1, 21). Si Mateo subraya la profecía del nombre del Mesías (Dios con nosotros) al inicio de su Evangelio es para ponerlo en paralelo con la promesa de Jesús al final del mismo (Yo estoy con vosotros). Todo el Evangelio narra cómo Jesús fue el Dios con nosotros, la manifestación y la presencia de Dios entre los hombres.
Hemos visto el tiempo y el contenido de la promesa. Veamos ahora los destinatarios: "Yo estoy con vosotros". Ese "vosotros" no es algo genérico e indeterminado, sino un grupo de personas muy específico, que acaba de recibir de Jesús una misión muy concreta: "Id y haced discípulos míos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándolos a guardar todo lo que yo os he dicho" (28, 19). Jesús está en y con la Iglesia confesante y evangelizadora, que continúa su obra, que cumple su misión entre los hombres. Jesús se hace presente cuando anunciamos el Evangelio y celebramos los sacramentos, dando sentido y valor a lo que hacemos.
Notemos la expresión de Jesús: "enseñándoles a guardar", a cumplir. No basta con que aprendamos y transmitamos ideas, teorías (por muy ortodoxas que sean). El Señor nos manda guardar, cumplir, vivir su palabra (recordemos la parábola de la casa construida sobre la roca o sobre la arena. 7, 21-27). Se nos pide algo superior a nuestras fuerzas: que cumplamos las palabras de Jesús, expuesta en el Sermón de la Montaña y resumidas en su "Sed perfectos como vuestro Padre del Cielo es perfecto" (5, 48). Si comprendemos que estas exigencias superan nuestras capacidades, aceptaremos que todo esto no depende principalmente de nosotros, sino de aquél que había dicho "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra" (28, 19).
EL PODER DE JESÚS.
Pensemos en el acto de fe que Jesús pide a los discípulos cuando les dice esto. Ellos habían sido testigos de la debilidad de Jesús, de su fracaso en la cruz. Ahora Jesús les invita aceptarlo como quien tiene poder para salvarles y salvar a todos los pueblos y por eso les envía entre los hombres: "Yo tengo poder... por tanto id a todos los pueblos... que yo estoy con vosotros en esta misión".
Para comprender mejor el texto, veamos otros momentos en que se habla del poder de Jesús. Después de curar y perdonar al paralítico, "las gentes glorificaban a Dios, que había dado ese poder a los hombres" (9, 8). Aquí se ve ya el poder de Jesús y de su Iglesia (a los hombres) para perdonar. Por tanto, Jesús está con nosotros en la función reconciliadora y purificadora. El Evangelio nos dice que Jesús transmite a sus discípulos el poder "para expulsar demonios y curar toda clase de enfermedades" (10, 1); es decir, para hacer lo mismo que él hacía, para salvar.