LA IGLESIA PASCUAL

EN EL EVANGELIO DE S. LUCAS

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

1. EMAÚS: PAN Y PALABRA (Lc 24, 13-35).

2. EL DÍA ÚNICO.

3. LA SUBIDA A JERUSALÉN.

4. LA PALABRA RECORDADA.

5. LA FE NACE DE LA PALABRA.

6. LA CATEQUESIS DE JESÚS Y DE LA IGLESIA.

7. EL PAN PARTIDO.

8. DE LA INCREDULIDAD A LA FE.


 

EMAÚS: PAN Y PALABRA (Lc 24, 13-35).

Al morir Jesús, sus discípulos se dispersaron: unos volvieron a Galilea o a sus lugares de origen y otros permanecieron escondidos en Jerusalén. Todos se encontraban confundidos, asustados, desesperanzados. La escena de los discípulos de Emaús puede ayudarnos a comprender el proceso por el que pasaron los primeros creyentes: desde la huida a la reunificación, del desánimo al entusiasmo. Proceso que se realiza a partir del encuentro con Jesús resucitado en la explicación de las Escrituras y en la Fracción del Pan. Jesús falleció un Viernes por la tarde y fue sepultado al caer el sol. El sábado no se podía viajar (y menos en el día de Pascua), bajo penas que podían llegar a la muerte. Cuando pasa el sábado, al cantar el gallo, en el momento en que se abrían las puertas de las murallas para que pudieran salir los que debían trabajar a los campos o entrar los que se acercaban a la ciudad, un grupo de mujeres se acerca al sepulcro para embalsamar el cadáver del Señor con aromas, siguiendo la tradición; lo que no habían podido realizar el viernes por las premuras. Aquí comienza la historia de este día primero (el inicio de la creación) que se convierte en el día octavo (el cumplimiento último de la misma).

EL DÍA ÚNICO.

El capítulo 24 de Lucas es el último del Evangelio. Sirve para concluir todo el libro y para comprender tanto lo que viene delante (el Evangelio, la historia de Jesús) como lo de detrás (los Hechos de los Apóstoles, la historia de la Iglesia). Es un capítulo largo y denso, que comienza "El primer día de la semana, muy temprano" (Lc 24, 1), cuando las mujeres van al sepulcro y se encuentran con dos hombres que anuncian la resurrección del Maestro. Ellas regresan a la ciudad y se lo cuentan a los discípulos, a quienes les parece una fantasía (v. 11). Pedro mismo va al sepulcro y no encuentra el cadáver de Jesús, por lo que regresa sorprendido (v. 12). Los discípulos piensan que alguien ha robado el cadáver y que les esperan nuevos sufrimientos, por lo que algunos huyen mientras tienen tiempo: "ese mismo día dos discípulos iban de camino hacia Emaús, a unos treinta kilómetros de Jerusalén" (v. 13). Jesús mismo les sale al encuentro y les recuerda lo que los profetas anunciaban sobre su muerte y resurrección. Al anochecer llegan a su pueblo y después de reconocerlo, "se levantaron para ir a Jerusalén. Allí encontraron a los once y a los del grupo..." (vv. 33-35). Si tardaron un día en marchar, necesitarían otro para volver. De todas formas, las puertas de la ciudad no abrían hasta el amanecer, por lo que no pudieron entrar antes. En Jerusalén descubren que también se había aparecido a Pedro. "Mientras estaban hablando de todo esto" (v. 36), Jesús se hace presente y les recuerda que "todo esto os lo había dicho... y les abrió la mente para que pudieran entender las Escrituras" (vv. 44-45). Les instruye, les promete el Espíritu y los conduce hasta cerca de Betania. Allí, al final del día, "mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo" (v. 51). Todavía volvieron los discípulos a Jerusalén, al Templo, en este día larguísimo. Precisamente Lucas, que al inicio de los Hechos nos explica cómo la Ascensión sucedió 40 días después de la Resurrección y Pentecostés 10 días más tarde, aquí nos dice que todo sucede en el día único, el de la Resurrección. Un día sin fin, que ha dado inicio a una realidad totalmente nueva y que perdurará hasta el final de los tiempos.

LA SUBIDA A JERUSALÉN.

Lucas habla abundantemente de la relación de Jesús con Jerusalén. Allá subió al poco de nacer para ser presentado en el Templo (2, 22-38). Allí volvió cada año para celebrar la Pascua (2, 41), especialmente al cumplir los doce años, cuando los niños leían por primera vez la Biblia en público (2, 42-50). Entonces anunció que debía ocuparse de las cosas de su Padre. María y José lo buscaron durante dos día y lo encontraron al tercer día, explicando las Escrituras, aunque no comprendieron lo que les dijo Jesús. Esto que sucede al final de la infancia del Señor se repetirá al final de sus días, cuando dos discípulos también "pierden" dos días a Jesús y lo reencuentran al tercero, explicándoles las Escrituras. La tercera tentación, al inicio de la vida pública, tiene lugar en el pináculo del Templo de Jerusalén (4, 9). La última tentación, al final de los días de Jesús tiene lugar en el huerto de los Olivos, frente al Templo de Jerusalén (22, 42). Ambas hacen referencia a la manera de cumplir la voluntad del Padre manifestada en las Escrituras.

Sólo Lucas nos recoge el tema de conversación entre Jesús y Moisés y Elías (la Ley y los Profetas) durante la Transfiguración: "conversaban sobre su Éxodo, que había de cumplirse en Jerusalén" (9, 31). Además, "cuando se acercaba el tiempo en que debía salir de este mundo, emprendió decididamente el camino hacia Jerusalén" (9, 51). Él es consciente de que "no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén" (13, 33). Varias cosas le suceden "de camino hacia Jerusalén" (17, 11), pero él avanza decidido, "precediendo a los demás" (19, 28). "Al ver la ciudad lloró por ella", porque no le había reconocido (19, 41ss). Varias veces habla de su pasión, muerte y resurrección, que habrían de suceder en Jerusalén: "Ahora subimos a Jerusalén y va a cumplirse todo lo que escribieron los profetas..." (18, 31ss), aunque insiste el evangelista en que "los Doce no entendían estas palabras" (18, 34), llegando a afirmar después de uno de estos avisos que "ellos no comprendían estas palabras. Algo les impedía comprender su significado y tenían miedo de pedir una explicación" (9, 45). Jesús recomienda a sus discípulos que permanezcan en Jerusalén y allí muere.

Ahora podemos comprender mejor el desconcierto de estos discípulos que se alejan de Jerusalén. Los últimos meses de la vida de Jesús, los más intensos, habían sido un gran viaje a Jerusalén, donde debían suceder cosas grandiosas, donde se debía establecer el Reinado de Dios. Cuando Jesús hablaba de sufrimiento no se atrevían a preguntar y preferían seguir con sus propias ideas sobre la manifestación del Mesías. En Jerusalén ellos no vieron lo que se esperaban, sino el fracaso de Jesús y de su proyecto. Ahora se vuelven a sus casas con el corazón roto, sin esperanza: "Nosotros esperábamos..." (24, 21). Pero ya no esperan nada más. Ahora realizan el camino contrario al que hicieron con Jesús y se van hacia la oscuridad, entran en la noche.

LA PALABRA RECORDADA.

Todos los evangelistas insisten en que Jesús había hablado de su muerte y de su victoria sobre la muerte. S. Lucas recoge tres anuncios de su muerte y resurrección (9, 22; 9, 44; 18, 31). ¿Por qué los discípulos no "guardaron en su corazón" estas palabras?, ¿por qué las olvidaron? A las mujeres que fueron al sepulcro el domingo de Pascua se les dijo: "Recordad lo que os dijo cuando todavía estabais en Galilea: El Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado y resucitar al tercer día. Ellas entonces recordaron las palabras de Jesús" (24, 7-8). Las mujeres anuncian estas cosas a los discípulos, que no las creen. Pedro mismo va al sepulcro, lo ve vacío, se sorprende, pero tampoco cree. Ellos creen a los datos: Jesús ha muerto y ha sido sepultado, su cuerpo no está en el sepulcro, todo está como dijeron las mujeres, "pero a él no lo han visto" (24, 24). Éste es el problema fundamental: ellos quieren ver, pero no basta ver para creer. Lucas subraya que hemos de recordar, conservar las palabras de Jesús en el corazón (como María) para creer. Si no se conservan las palabras de Jesús, cuando él desaparece de nuestra vista, la Comunidad se dispersa, cada uno se va a su casa, como estos dos discípulos de Emaús. La Comunidad sólo puede permanecer unida en torno a la Palabra recordada. Y no en torno a cualquier palabra, sino a la Palabra de Jesús.

Este tema del recuerdo de la Palabra de Jesús aparece varias veces en el Evangelio de Lucas. Jesús mismo recuerda a Jonás (11, 29ss), los días de Noé (17; 26ss) y llega a decir: "Recordad a la mujer de Lot" (17, 32) (es decir, recordad las Escrituras). Los Apóstoles recordarán las palabras de Jesús en las decisiones importantes (Hch 11, 16s). Antes de marcharse de Éfeso, Pablo dice a los ancianos: "Os encomiendo a la Palabra de Dios, que tiene poder para edificaros y para mantener unida la Comunidad" (Hch 20, 32) y les dice "en todo he actuado... recordando la Palabra del Señor" (Hch 20, 35). La Palabra de Jesús edifica la vida de los creyentes y de las comunidades, pero los de Emaús no recordaban las palabras de su Señor. Hablaban de Jesús, de lo que había sucedido, pero no lo interpretaban con las palabras de Jesús, sino con sus propios razonamientos.

LA FE NACE DE LA PALABRA.

Cleofás y el otro discípulo hablaban de la muerte de Jesús. Moisés y Elías hablaron con Jesús de su Éxodo. Lucas nos presenta dos maneras de hablar de Jesús: quedándose con las apariencias, juzgando humanamente, en el primer caso. Buscando el significado de los acontecimientos a la luz de la Escritura, en el segundo. Jesús sale al encuentro de sus ovejas perdidas y tristes, y se introduce en su conversación. Les pregunta por lo que ha sucedido en Jerusalén y ellos sólo lo juzgan con criterios humanos. Como ellos no recuerdan, Jesús mismo, con paciencia infinita, les explica las Escrituras y les recuerda sus propias palabras para que comprendan el sentido de su muerte y de su resurrección (24, 25-27). S. Lucas ya había afirmado antes que sólo se puede llegar a la fe a través de la Escritura. En la parábola del rico Epulón, éste pide a Abrahán que Lázaro se aparezca a sus hermanos, pero Abrahán responde: "Si no creen a Moisés y a los profetas no creerán ni aunque resucite un muerto" (16, 19-31). Lo que ya era verdad en la vida humana de Jesús lo sigue siendo después de su muerte y resurrección: si no se fían de las Escrituras, no creerán aunque Jesús mismo se les aparezca, porque la fe nace de la escucha de la Palabra de Dios.

Ellos dicen "han pasado ya tres días...". Aquí demuestran que no recuerdan las palabras de Jesús, que anunciaban su resurrección al tercer día (Lc 9, 22; 18, 33), ni recuerdan al profeta que había predicho: "Al tercer día nos hará resurgir y viviremos en su presencia" (Os 6, 2). Jesús insiste en que toda la Escritura se encamina a la Pascua del Señor y toda la Escritura encuentra cumplimiento en ella.

LA CATEQUESIS DE JESÚS Y DE LA IGLESIA.

Jesús explica a los discípulos, a la Iglesia, lo que ella misma debe hacer. En los Hechos de los Apóstoles vemos que los discípulos interpretan lo que le sucedió a Jesús a la luz de las Escrituras. Felipe, por ejemplo, al encontrarse con el eunuco etíope que leía a Isaías, "comenzando por aquel paso de la Escritura le explicó todo lo que se refería a Jesús" (Hch 8, 26-40). Después de bautizarle, Felipe desapareció, el eunuco no lo vio más y continuó su camino lleno de alegría (Hch 8, 39). Igual que les había sucedido a los discípulos de Emaús. El paralelismo le sirve a Lucas para explicarnos que la Iglesia sólo tiene que hacer lo mismo que hizo Jesús.

Toda la vida de Jesús fue una continua obediencia a la voluntad del Padre, manifestada en la Escritura. Él nos pide que cada día oremos al Padre diciendo: "hágase tu voluntad". Para conocerla hemos de amar la Escritura, leerla, escucharla, conservarla en el corazón, orarla. Si la desconocemos no podemos comprender lo que nos sucede, no podemos interpretar los signos de los tiempos, juzgaremos sólo con criterios humanos. Jesús nos había dicho: "poned atención a cómo escucháis" (Lc 8, 18) y también "mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra..." (Lc 8, 21). Jesús prometió a los creyentes que estaría con ellos todos los días hasta el fin del mundo. Aunque Lucas insiste en la Ascensión y en que Jesús está ahora junto al Padre, él se hace presente en su Iglesia en el anuncio de su Palabra y en la celebración de los sacramentos. Ahora no le vemos, pero creemos en él por el testimonio de la Escritura.

EL PAN PARTIDO.

Cuando los discípulos llegan a Emaús aún no reconocen a Jesús, a pesar de haberles explicado las Escrituras. De momento, Jesús prosigue su camino y ellos le piden que se quede en su casa. Cumplen sin saberlo la palabra de Jesús: "Fui peregrino y me hospedasteis". No reconocen a Jesús como a su Señor, pero demuestran que habían aprendido algo de él. Confiesan que se encuentran en la oscuridad ("es de noche") y Jesús se queda con ellos. "Se sentó a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo entregó" (Lc 24, 30). Vemos aquí las mismas palabras que en la narración de la Última Cena (Lc 22, 19). Ante el actuar de Jesús se abren sus ojos y le reconocen. Él les había dicho: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22, 19). Ahora repite los mismos gestos que había realizado unos días antes y ellos, finalmente, recuerdan sus palabras. Verdaderamente, la Eucaristía es el memorial de su entrega, de su muerte y resurrección. Por eso, la primera Comunidad será asidua en la escucha de la Palabra explicada por los apóstoles y en la fracción del pan (Hch 2, 42).

DE LA INCREDULIDAD A LA FE.

Ahora que los discípulos reconocen a su Señor, que se abren sus ojos, Jesús desaparece de su vista. Es el momento en que Jesús vuelve a su Padre, donde ha de ser descubierto. En esta Eucaristía encontramos el culmen del Evangelio de Lucas. No estamos en la del Jueves Santo, con Jesús que camina hacia el Calvario, sino en la celebración pascual, con Jesús que ya se encuentra en el seno del Padre.

Cuando los discípulos reconocen a Jesús, vuelven corriendo a Jerusalén. Vuelven con los Apóstoles, con la Comunidad, que ahora confiesa: "Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón" (Lc 24, 34). Cuando hablaban de él lo llamaron "profeta" (24, 19). Jesús se presentó como el "Mesías" (Lc 2, 26). Ahora la Iglesia lo confiesa "Señor", Kyrios (24, 34). Hemos pasado de la dispersión a la unidad, del temor a la confesión de fe. La Iglesia se encuentra reunida en torno a Pedro, que cumple el mandato de Jesús: "Cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (22, 32).

Jesús les bendice y vuelve al Padre, desaparece de su vista. Su separación había causado miedo y abandono en Getsemaní. Aquí provoca alegría y el rebaño se mantiene unido en torno a Pedro. Los discípulos permanecen ahora unidos en Jerusalén, "y estaban de continuo en el Templo, bendiciendo a Dios" (24, 53), esperando el don del Espíritu, perseverando en la explicación de las Escrituras y en la celebración de la Eucaristía, sabiendo que allí Jesús se hace presente como Señor. A Jesús se le puede encontrar en el hermano, en el pobre, en el peregrino, pero el vértice del encuentro personal con Cristo se realiza en la comunión de la Iglesia, al proclamar su Palabra y comer su Pan.