VERDAD Y VERACIDAD
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. El hombre y la verdad: 
1.
Ser para la verdad y en la verdad: 
    a)
La dinámica de la verdad, 
    b)
La verdad como historia; 
2. La verdad hoy: 
    a)
La situación contemporánea, 
    b) ¿"Krisis"
o "kairós'? 

II. Fenomenología de la verdad: 
1. Aproximación teórica: 
    a)
La verdad como "adaequatio", 
    b)
Significados emergentes e integrantes; 
2. Aproximación semántica: 
    a)
La verdad del tener, 
    b)
La verdad del sentido; 
    c) La verdad del obrar; 
3. Aproximación bíblico-teológica: 
    a)
Concepción bíblica, 
    b)
Mediación teológica. 

III. "Ethos" de la verdad: la veracidad: 
1. Escucha; 
2. Sinceridad; 
    a)
Consigo mismo, 
    b)
Con los otros; 
3. Veracidad: 
    a)
Fidelidad a la verdad 
    b)
Fidelidad al destinatario; 
4. Testimonio; 
5. Diálogo y tolerancia.


 

I. El hombre y la verdad

El hombre se mide por la verdad y es medido por ella. Este ser, que es centro y señor del universo, no está por encima de todo, no es dueño y árbitro de una existencia carente de significado. Él está por debajo de la verdad, de la cual todo el ser y el existir recibe sentido y valor. La verdad hace la vida: la funda, la dirige, la finaliza. El hombre la busca y la acoge como promesa de libertad y creatividad.

I. SER PARA LA VERDAD Y EN LA VERDAD. La verdad es un bien-valor constitutivo y decisivo del ser humano. Éste, a diferencia de lo infrahumano, es un ser consciente y conocedor, y por lo mismo proyectado hacia la luz de lo real. No experimenta la realidad como predeterminado e inconsciente existir y fluir de datos y acontecimientos. Su existir no es un estar ahí o en otra parte, sino un ser consciente y libre que se asoma con su espíritu al mundo de las cosas.

a) La dinámica de la verdad. Este asomarse del sujeto al mundo de los objetos es fundamento y fuente de la dinámica de la verdad, que contradistingue al ser humano. 0 Es una dinámica que abarca al hombre en todas sus dimensiones y perspectivas: él es conciencia de sí, y toda la realidad está relacionada o es solidaria de él; él es conciencia del mundo. D Es una dinámica irreductible, como expresión no del deseo voluble, sino de la libertad constitutiva de la persona humana. La persona es la libertad: el espíritu es libertad. Y ésta es ante todo inteligencia; por eso mismo, invenciblemente proyectada al conocimiento de lo real. La verdad es su posibilidad, y en ella la libertad encuentra la paz. Ser para la verdad y en la verdad: tal es el hombre. Por eso el escepticismo es una contradicción que el espíritu rechaza. Y cuando aflora en la historia del pensamiento, va acompañado siempre de pesimismo y derrotismo. El hombre por sí mismo sufre la ausencia de verdad, pero ni desconfía de su posibilidad ni se resigna a la insignificancia.

En realidad, puede toma¡ por error la verdad, preferir a ella utilitaristamente la mentira, tener de la verdad una concepción reductiva o unilateral, bloquearse en verdades parciales, pero no puede desconfiar, de la inteligencia y renunciar a la verdad; sería desconfiar de sí _y renunciar a la vida. La verdad solicita al hombre y le inquieta; es el polo de atracción y de significado de toda la existencia. Él es lo que la verdad le hace ser. 0 Es una dinámica permanente, como expresión y solicitación del camino. de la vida. Y por ello, de una verdad ulterior que debe siempre encontrar; la verdad que profundizar, armonizar y unificar; de la verdad fontal y última, que hace de fermento estimulante y atrayente de todo el camino. El-hombre es cotidianamente llamado e instado, por decirlo en términos bíblicos, a "hacer la verdad", a "caminar en la verdad", a "permanecer en la verdad".

b) La verdad como historia. El camino de la verdad jalona el existir de todo hombre en su singularidad y la existencia humana a lo largo de los siglos. La historia del hombre es de manera eminente y ejemplar la historia del pensamiento, proyectado sin solución de continuidad a establecer el primado del espíritu sobre las cosas y sobre los acontecimientos mediante la acción inteligente e iluminadora del pensamiento. De esta manera la humanidad progresa en el conocimiento de la verdad, lo cual significa una intensificación de la verdad: la humanidad crece en la verdad, es una extensión de la verdad; la humanidad camina en la verdad. Así pues, la verdad es el factor primero y más alto de humanización; el hombre cumple el cometido de dominar el mundo a través de la acción verídica de su espíritu.

Es una acción simultáneamente polarizada en el extra se y en el in se del hombre: no sólo en el mundo que tiene delante, sino también en su propio mundo interior. Pues él no puede eludir la verdad de sí: la verdad no sólo de colocarse junto a otros objetos, sino ante todo de su emerger como sujeto inteligente, y por tanto como ser libre, relacionado y trascendente.

Por eso la verdad como historia es un camino integral y que involucra toda la realidad, en su estructuralidad física y en su naturaleza metafísica. Sin fugas reductivistas, en uno u otro sentido, a las que el pensamiento humano ha repetidamente cedido, derivándose hacia metodologías y concepciones de la verdad unilaterales y adulteradas.

i. LA VERDAD HOY. No pudiendo desarrollar aquí un análisis histórico del camino de la verdad, nos limitaremos al modo de referirse el hombre hoy a la verdad.

a) La situación contemporánea. Nuestra época se caracteriza, por una parte, por la masiva explosión de la ciencia en función de la técnica, que ha generado una concepción eficientista de la verdad; por otra, por la proliferación de las ideologías, que, absolutizando verdades parciales o aspectos de la verdad, exasperan la cuestión de la verdad.

Todo esto es expresión y fruto de la cultura de la crisis: de la escisión de la verdad de su reducción positivista y de su unidimensionalismo ideologizante. El hombre pierde la integralidad y la unidad de la verdad. Y, a pesar de la multiplicación de las verdades, pierde la verdad. Por eso ésta no es la totalidad de un 'complejo, sino la unidad y la.pcofundidad del ser. Por eso mismo las verdades de las que el hombre dispone no le revelan a sí mismo, ni le revela al mundo, sino que lo extravían y atomizan en una pluralidad de conocimientos fragmentarios y parciales, que, totalizados o absolutizados, le esclavizan en vez de liberarlo.

Así pues, el hombre hoy parece moverse entre delirio, angustia e indiferencia. Delirio por la exaltación hasta el fanatismo, provocado por la monoideización eficientista o ideologista de la verdad, a la cual se atribuye un significado inútilmente revelador y salvífico, de modo que el hombre se aliena en la pseudo-verdad. Angustia por el envilecimiento paralizador, debido a una confianza traicionada; es la confianza colocada en una verdad que no da sentido ni redime, por lo cual el hombre desespera de la verdad: Indiferencia por el reflujo del hombre desilusionado.-desencantado por el delirio y sustraído al vértigo desesperante- que vuelve sobre sí mismo; pero no a la interioridad trascendente de su espíritu, sino al pequeño mundo de vulgaridad y mezquindad de sus hobbies e intereses, sin grandes ideales ni proyectos, en una zona de apatía a la verdad y a la falsedad, por lo cual el hombre se protege de la verdad.

b) ¿"Krisis" o "kairós"? La cultura de la crisis multiplica, alterna y complica estas actitudes, diluyéndolas o exasperándolas paroxísticamente. Mas por eso mismo agudizando el problema de la verdad como anhelo profundo e insuprimible del hombre.

Así pues, ¿krisis irreversible y fatal o kairós inédito y provocador de nuevas posibilidades? Para un análisis que no consigue comprenderse a sí mismo, por estar ligado a una lectura cuantista. y marginal de la conciencia actual de la verdad, la situación aparece irremediablemente crítica. En cambio, para una mirada que busca captar la profundidad humana del dato cultural, esto se revela como precursor de nuevas posibílidades.

Por más que el hombre hoy se aliene, desespere y se proteja de la verdad; es más, justamente por esto, pone al desnudo "una inquietud por la verdad" que lo provoca profundamente. A diferencia de épocas en las cuales el hombre tenía un sentido "obvio" (por así decir) de la verdad, hoy tiene un sentido agudo, penoso y problemático de ella. Percibe que no es cuestión de tener, sino de ser. A pesar de todo, no está saciado por verdades-posesión, sino que se ve interiormente solicitado y atraído por un sentido menos cuantitativo y más cualitativo, menos cósico y más, personal de la verdad y de su valor irreductible e imprescindible. Todo esto es revelador, aunque entre contradicciones y paradojas, de una nueva sensibilidad del hombre a la verdad. Una sensibilidad que a menudo no aflora a la conciencia humana de modo reflejo y explícito, pero que la provoca secreta e invenciblemente a la verdad de la vida.

II. Fenomenología de la verdad

La verdad es un concepto denso y poliédrico, que hay que considerar en la unidad de su valor y en la pluralidad de las dimensiones y comprensiones. Hasta aquí se ha hablado de verdad simplemente, tomándola en su acepción unitaria. Para una reflexión analítica hay que proceder a una distinción de los diversos aspectos o dimensiones y de las posibles significaciones. Evidentemente, no es posible aquí adentrarse en el problema filosófico, hermenéutico, lingüístico y psicológico de la verdad. Será necesario limitarse a las evidencias más significativas y relevantes de una fenomenología de la verdad de acuerdo con tres aproximaciones diversas.

1. APROXIMACIÓN TEÓRICA. Es la óptica de reflexión que mira a captar el proprium de la verdad, a definirla sintéticamente y a comprenderla analíticamente, evidenciando sus momentos y significados.

a) La verdad como "adaequatio" : La definición de verdad a la que pueden reducirse todas las demás o de la que las demás acentúan un aspecto o con la que todas las demás se miden, es la clásica e irrenunciable de "adaequatio rei et intellectus": la verdad es la conformidad de la inteligencia con el ser de la cosa. Esta definición pone en relación los dos polos del proceso de la verdad: el ser objetivo de una cosa con la acción de la inteligencia humana. La verdad es la resultante de un encuentro entre ser y pensamiento, entre la realidad tal como es y la mente humana que la comprende. Por tanto, se distingue una verdad ontológica, originaria y objetiva, y una verdad lógica, formal y derivada.

- La verdad ontológica es la verdad del ser en cuanto es. Por el hecho de ser y existir, un ente tiene, o mejor es, su verdad: "ser y verdad son convertibles" ("ens et verum convertuntur"). Por eso la primera verdad es la verdad de lo que es: "verdad es lo que es" ("verum est id quod est": san Agustín, cit. por santo Tomás en De veril. I, 1). Es la verdad originaria y fundamental: verdad trascendental. Es la determinación de todo ente simplemente en cuanto es y existe.

Lo que es y existe se manifiesta y es perceptible. La percepción es la inteligencia inmediata del ser manifiesto de una realidad, de su esencia. Como tal, es siempre verdadera.

La verdad del ser no es una verdad fragmentaria o monádica, expuesta a una indeterminación mutable y engañosa. Es tal en relación a un pensamiento que la ha concebido y del cual refleja su idea, su proyecto creador, de la manera como toda cosa refleja la idea originante de su artífice. Este pensamiento último y absoluto es Dios, pensamiento subsistente y verdad perfecta, fundamento y fuente de toda verdad particular, de la cual por eso mismo toda verdad es revelación. Así, todo ser es verdadero en sí porque en su esencia o forma íntima coincide con la idea que Dios tiene de él. Ignorar esta relación inmanente y constitutiva de la verdad ontológica con la verdad perfecta significa abrir las puertas al relativismo: la verdad no es ya función del ser, sino de la subjetividad; pierde valor objetivo, reduciéndose a opinión.

- La verdad lógica. La verdad ontológica, irradiación de la verdad creadora divina, es todavía independiente de la acción humana de la verdad. Ella simplemente nos dice la intrínseca luminosidad e inteligibilidad del ser, por la que algo simplemente es lo que es y la inteligencia la aprende como tal. Se requiere una apertura crítica de la inteligencia humana al ser, un juicio suyo, para que algo pueda llamarse verdadero o falso: "Lo verdadero y lo falso no están en las cosas, sino en la razón" (ARISTÓTELES, Metafísica VI, 4).

De la relación de la mente humana al ser procede "la noción formal de la verdad" (SANTO TOMAS, De veril. I, 1): su relevancia categorial, personal y existencial. La mente humana está en la verdad en la relación de adecuación al ser objetivo; está en la falsedad en la relación inadecuada. Esta verdad, enunciada por la razón en el concepto interior y expresada en la comunicación exterior, es la "verdad lógica". Sin adentrarnos en una teoría del conocimiento, limitémonos a observar que la verdad lógica es la verdad del juicio, con el que afirmamos o negamos -mediante una síntesis lógica de sujeto y predicadoun estado de cosas, estructurando y haciendo así consciente y significativo el ser percibido de modo simple y primitivo, o sea la verdad ontológica.

El juicio es así el lugar de la verdad: "Una cosa se dice verdadera por adecuación al entendimiento" (SANTO TOMÁS, De veril. I, 2). En cambio, el ser es su fundamento: "El ser de la cosa causa la verdad del entendimiento" (S.Th., I, q. 16, a. 1). En el juicio nuestra mente es, por tanto, medida de la verdad; pero medida por la verdad ontológica de las cosas conocidas; medida a su vez por la verdad perfecta de Dios, que las ha pensado y querido en el ser (cf SANTO TOMÁS, be veritate 1, 2; S. Th., I, q: 16, a._ 1).

- La no verdad. Se sigue entonces que la no verdad en el plano ontológico es el esconderse o cerrarse en el ser del existente; su no dejarse aprehender. Se determina para el sujeto como no saber. En el plano lógico, en cambio, la no verdad asume la forma del error y de la mentira. Hay error por insuficiente adecuación a la verdad. Aquí la realidad se manifiesta y la verdad es sinceramente buscada, pero el juicio no la alcanza. En el que yerra no falta el sentido de la verdad, que él se esfuerza en buscar, pero que alcanza sólo parcialmente. Se da mentira por desconocimiento de adecuación a la verdad: pues el que miente reniega de la verdad reconocida, la rechaza destruyéndola [! Mentira I].

b) Significados emergentes e integrantes. La teoría de la adaequatio, aunque se afirma como la más apta para traducir la dinámica de la verdad, permanece siempre sujeta a los límites de toda teorización. Por ello no ha estado exenta de observaciones críticas e integradoras. Sobre todo en relación con las diversas sensibilidades de momentos y corrientes culturales que privilegian y acentúan aspectos o dimensiones particulares, en primer lugar uno de los dos polos de la relación de la verdad: la inteligibilidad del ser y la intencionalidad de la razón. Depurada de los fáciles y erróneos unilateralismos, estas aportaciones, con sus denuncias y las perspectivas que abren, concurren a preservar la integridad de la verdad, respondiendo además a las emergencias de los tiempos.

Se prescinde aquí de un análisis histórico de estas diversas acentuaciones y comprensiones de la verdad; tampoco se toman en consideración los dos extremos opuestos del pensamiento moderno: el idealismo, que ha suprimido el ser, resolviendo toda la verdad en la subjetividad del yo pensante: el ser (esse) está todo él en ser percibido (percipi) y la verdad está en las cosas pensadas (cogitata) del que piensa (cogitans); y el materialismo, que con el ser ha suprimido también la razón, en una espiral de nihilismo y de escepticismo, pero en la cual el hombre de la praxis, de la técnica y de los asuntos no sucumbe aún, sino que se exalta, como disfrutador de una multiplicidad de verdades factuales y empíricas, que acumula, emplea, negocia y consume. Nos detenemos más bien en algunas aportaciones parciales pero significativas del pensamiento contemporáneo exentas de los radicalismos a que han podido dar lugar.

- El significado subjetivo de la verdad: sacado a la luz por el pensamiento existencialista en la perspectiva abierta por S. Kierkegaard. Aquí subjetividad no quiere decir subjetivismo, sino interioridad existencial, de la que toda concepción racionalista, objetivista y totalitaria ha despojado a la verdad. Es la recuperación del valor y de la profundidad personal de, la verdad.

- El significado apofántico de la verdad: reivindicado por M. Heidegger, en oposición polémica con el subjetivismo idealista. La verdad encuentra el sentido etimológico de la alétheia griega. Ésta es el no estar oculto; y por lo mismo el desvelamiento, la apertura del ser, que se automanifiesta en las estructuras existenciales de la existencia (Dasein) a la libertad, que ahí en ella se expone y la acoge. Es la recuperación del realismo ontológico de la verdad, expropiado por el poder hegemónico y más aún nihilista de una razón elevada, desde Descartes en adelante, a principio absoluto de verdad.

- El significado pragmático de la verdad: evidenciado con fuertes tintas por el amplio abanico de las filosofías de la acción y de la experiencia. Es verdad lo que vale, lo que triunfa, lo que tiene un aspecto operativo humano. Al margen de todo utilitarismo de la verdad. Verdad es liberación -y promoción. Es la recuperación de la ortopraxis como criterio, también el decisivo, de verdad, y que una ortodoxia intelectualista ha dejado caer en el olvido. Es la atención a las implicaciones operativas de la verdad como elementos suyos de credibilidad.

- El significado empírico de la verdad: puesto de manifiesto por el amplio y rápido desarrollo de las cienciás positivas. Aquí la verdad coincide con la verificabilidad; es verdad lo que es comprobable y cuantificable, pero en la superación de todo monismo positivista. Es la atención a las verdades científico-técnicas, a su legítima autonomía y a su contribución decisiva, si bien relativa, al progreso de la verdad y de su función humanizante.

- El significado histórico de la verdad: puesto de manifiesto preferentemente por la sensibilidad hermenéutica de la investigación actual de la verdad. Por una parte, la verdad no se dice nunca en estado puro, sino mediatizada por estructuras simbólicas y por precomprensiones culturales en devenir histórico. Por otra parte, la verdad nos supera con su inagotabilidad, por lo cual sólo podemos alcanzarla históricamente, o sea en una aproximación gradual y progresiva, en el devenir revelador de las experiencias y de los acontecimientos, en el. intercambio humano de las certezas conseguidas, en una conquista que se autorrenueva y que caracteriza el camino mismo de la humanidad. En uno y otro sentido la verdad tiene forma histórica: la verdad se hace históricamente, la verdad hace la historia. No es reducción historicista, sino atención a la dimensión evenencial de la verdad, que una concepción esencialistay quiditativa ha desatendido.

Se trata de aspectos destacados de la sensibilidad actual, que contribuye a darnos una visión integral y profundamente significativa de la verdad. Para, ella la adaequatio de la verdad no es ni una abstracción ni una incrustación de la verdad, sino un encuentro concreto, viviente, dinámico, intensivo, creativo y reconciliador del pensamiento con la realidad.

2. APROXIMACIÓN SEMÁNTICA. La verdad es especificada por una pluralidad de contenidos, según los diversos ámbitos de iluminación de lo real y los diversos niveles de inteligibilidad humana. Se los puede reducir sustancialmente a tres: el ámbito de las cosas, de los significados y de los valores. Les corresponden los niveles cognoscitivos de la ciencia, de la metafísica y de la ética, expresiones respectivamente de la verdad del tener, del sentido y del obrar. No es posible aquí adentrarse en una epistemología de la dinámica de la verdad. Nos limitaremos a lo específico de cada uno de los ámbitos y niveles y a su interacción integradora.

a) La verdad del tener. Es la verdad-objeto, la verdad de lo que tengo delante (ob jectum), y por lo mismo objeto de observación y de comprobación mediante una lógica de la evidencia, según la cual es verdad lo que es válido para todos, para no importa quién. Es una verdad totalmente independiente del sujeto, de su libertad; verdad general, impersonal, abstracta. Es la verdad de las cosas: verdad cuantitativa. Concierne también al ser humano en lo que hay en él reducible a objeto de observación y cuantificación.

Aquí verdad es todo y sólo lo que puede verificarse y describirse de un ser. Es la verdad propia de las ciencias experimentales, que legitima su método y circunscribe su radio. Es verdad-saber, por la cual la inteligencia explora y descubre los secretos del universo, estableciendo su dominio sobre ellos. Es verdad-tener, que el sujeto y la humanidad se apropian, adquiriendo un patrimonio de conocimientos. -

b) La verdad del sentido. El hombre que indaga y descubre la verdad de lo que es y acaece ante él está él mismo en juego. No como objeto, sino como sujeto de verdad. Como tal, es irreducible a la verdad-resultado de las ciencias, incluso de las propiamente humanas; como objeto de la biología, de la psicología y de la sociología, el hombre no tiene ningún privilegio respecto a las cosas. Tiene una dignidad de sujeto autoconsciente y trascendente, adaptado por lo mismo a un orden de verdad metafísica. Es la verdad del ser, del ser propiamente humano, y por tanto del sentido: del significado profundo y último del existir humano, que el hombre busca como la verdad decisiva (cf GS 14-15).

Puesto que no se trata de verdadóbjeto, la razón no la indaga, la sabe y la posee como un tener, sino que la busca, la percibe y la acoge como una luz. Es una verdad racionalmente fundada y motivada, pero que trasciende siempre el ámbito de la observación y de la descripción. Es del orden de lo inverificable y de lo inefable: allí donde los senderos de la razón se abren y se adentran en los de la fe, y el pensamiento se encuentra y se reconcilia con la verdad, a cuya luz alcanza la verdad del ser y del existir humano.

c) La verdad del obrar. El ser humano es un ser proyectivo, dinámico; no coincide con el mero "estar ahí", a la manera del existir infrahumano, sino que vive como deber-ser la propia existencia. Es una libertad llamada a decidir de sí mediante el obrar. Por ello está bajo la instancia de la responsabilidad: responde de sí y de la realidad solidaria de él. Como tal, busca la verdad del deber-ser, la verdad que dirige su propio obrar.

Esta verdad es a la vez valor y cometido. E] Es verdad-valor, que da la conciencia de los bienes fundamentales y decisivos de la persona. Irradia del ser de persona humana en sí misma, de su co-existir social y trascendente, de su ser en el mundo y en la historia. La conciencia del ser es una conciencia de la verdad de valores, que da forma a la libertad moral de la persona. 0 Es verdad-cometido, porque el valor es una verdad exigente que induce a la acción. Por lo cual, por una parte, el obrar humano no está dominado por la indiferencia, sino profundamente significado y motivado; por otra, está solicitado y llamado a la elección y a la realización humana y humanizadora de sí, de la sociedad y del mundo.

La verdad del obrar por sí misma subordina la verdad del tener: no en el ámbito de los medios y de los métodos, donde toda ciencia goza de legítima autonomía, sino en el de los valores y de los fines, que anteponen las exigencias del ser a las del tener: Y es sincrónica con la verdad del sentido, porque ambas son expresión del ser; de la verdad trascendente del ser, la metafísica; de la verdad axiológica del ser, la ética. La primera como revelación de sentido; la segunda como camino de su realización.

3. APROXIMACIÓN BÍBLIC0-TEOLÓGICA. Con la razón el hombre procede dialécticamente, de verdad en verdad, hasta llegar a la verdad fontal y última, poniendo por lo mismo las condiciones de posibilidad de una iniciativa, de una intervención de la verdad en la historia de los hombres. Por ello la verdad se da al hombre revelándose; y el hombre se abre a ella acogiéndola; es el encuentro de la fe, el "lumen fidei".

En la economía de la razón, el hombre busca la verdad y la revela: verdad de desvelamiento y de adecuación. Aquí la verdad es palabra del hombre. En la economía de la fe, la verdad busca al hombre y se revela: verdad de encuentro y de fidelidad. Aquí la verdad es palabra de Dios. Por eso la fe es gracia y es virtud teologal. Es la posibilidad dada al hombre de participar de la verdad indeducible e indisponible de Dios.

En la fe el hombre se encuentra con la revelación, con el evangelio: la verdad de Dios, el "misterio escondido desde los siglos" (Col 1,26), que en la Palabra se ha hecho "pro nobis" e "in nobis", haciéndose sabiduría y salvación del hombre. El evangelio es la revelación de este misterio "mantenido en secreto desde tiempo eterno, pero manifestado ahora por los escritos proféticos, dado a conocer a todas las naciones por orden del Dios eterno para que abracen la fe" (Rom.16,26).

a) Concepción bíblica. - El AT nos da una concepción dinámica de la verdad, fundada en la confianza. El término emeth tiene su raíz en el verbo aman: ser consistente, estable, fundado. Por ello emeth es la cualidad de lo que es sólido, constante y cierto; aquello en lo que podemos apoyarnos, de lo que podemos fiarnos. Verdad es confianza y fidelidad. Al contrario de mentira, séger, que es inconsistencia y nulidad.

Más que un concepto ontológico, emeth es un concepto de relación: es la confianza que alguien o algo suscita y funda: "la confianza, la seguridad absoluta que una cosa o una palabra garantizan, y por tanto también la fidelidad que las personas demuestran" (W. PANNENBERG_Che cos é la veritb?, 230).

En este sentido Yhwh es la emeth definitiva primera y fundamental: Dios -su palabra, su ley- es la verdad. De la confianza que suscita la verdad-fidelidad de Dios procede la alianza: la relación de verdad que revela a Dios -la estabilidad inquebrantable y eterna de Dios- al hombre, y en la cual el hombre, al confiarse, está cierto, seguro y firme de la verdad creadora y salvífica divina.

Este carácter relacional-evenencial de la verdad, este su acaecer en la contingencia de los, acontecimientos humanos, le da una connotación histórica que, a .la vez que la sustrae a toda preconfección atemporal e impersonal, la articula en la responsabilidad del hombre: en su libertad de acogida o de rechazo. Una verdad que está bajo la instancia de la historia está al mismo tiempo bajo la instancia del futuro que ella abre como horizonte y meta: una verdad que adviene abre el futuro de su cumplimiento; una verdad que es fidelidad y confianza es una verdad-promesa (pro-missio) que remite al futuro de su cumplimiento. A diferencia de la concepción griega, para la hebrea "la verdad no es algo que estaría en cierto modo bajo o detrás de las cosas y que se descubriría cuando se penetra en su profundidad, en su intimidad; la verdad es lo que se pondrá de manifiesto en el futuro" (H. vON SODEN, Was ist Wahrheit?, 16, cit. de W. PANNENBERG, 230).

El NT está en línea de continuidad con la emeth veterotestamentaria dentro de la novedad del acontecimiento-Cristo. La alétheia neotestamentaria, en su significado básico y nuevo, es la verdad y fidelidad de Dios, que se ha hecho máxima y definitivamente presente en Jesús, "lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14): el testigo de la verdad (Jn 18,37; Ap 3,14), en el cual está la verdad (Ef 4,21) por ser él mismo la verdad (Jn 14,6).

En Jesús está la posibilidad nueva, suprema y última, dada por Dios a1 hombre, de hacer verdad, es decir, de dar sentido (estabilidad y consistencia) a su vida. Cristo es la verdad que se autoda en el don del Espíritu que obra la verdad: no verdad-idea o verdad-objeto, sino verdad-acontecimiento salvífico: verdad que libera (Jn 8,32) y santifica (Jn 17,17). El hombre se abre en ella a la escucha (2Tes 2,12-13) obediente (Gál 5,7; 1Pe 1,22) a la fe. -En la escucha: mediante la cual el cristiano acoge "la palabra de la verdad" (Ef 1,13; Col 1,15; 2Cor 6,7) para "llegar al conocimiento de la verdad" (2Tim 3,8). Esta escucha está bajo la acción del Espíritu de verdad, que lo "guía a la verdad entera" (Jn 16,13); verdad que ilumina y santifica, porque en ella palabra y acto se identifican. Así el cristiano es de la verdad (Jn 18,37; 1Jn 3,19) y ésta mora en él (2Jn 3-4). -En la obediencia: mediante la cual el cristiano "se hace" de la verdad. La verdad constitutiva de la vida nueva en Cristo dinamiza todo el obrar del cristiano; es principio interior de vida moral. Por eso, coherentemente, el cristiano debe "caminar en la verdad" (2Jn 4; 3Jn 3s), "hacer la verdad" (Jn 3,21; 1Jn 1,6; Ef 4,15), "amar en la verdad" (2Jn 1; 3Jn 1); expresiones todas ellas de la actividad de la verdad, de su exigencia e incidencia ética. Es la vida moral cristiana como fidelidad a la verdad.

b) Mediación teológica. La concepción bíblica, y por eso específicamente cristiana, de la verdad no es alternativa y contrapuesta a la griega y propiamente racional. Ante todo, ésta no es extraña a la Biblia, que no la ignora y la comprende en su visión específica. En segundo lugar, la concepción griega ha sido recogida por la tradición agustiniano-tomista, aunque no armónicamente integrada en la bíblica, e incluso terminando poco a poco con superarla y relegarla en cierto modo al olvido. De ahí la necesidad. de una recuperación de lo específico cristiano para una integración y unidad de la verdad, en la cual el hombre pueda reconocerse y comprenderse.

No se intenta aquí establecer una confrontación diferencial y critica entre concepción propiamente humana y específicamente cristiana de la verdad procediendo a una integración sistemática. Nos limitaremos a una correlación mediadora e integradora de lo específico cristiano con la cultura actual de la verdad, evidenciando algunos rasgos de la verdad cristiana que responden a tendencias e instancias hoy emergentes.

- La tendencia a la verdad del sentido y a la unidad de la verdad. A la tendencia humana a la verdad del sentido responde el carácter axiológico-redentivo de la verdad cristiana. Esta no es la idea que está detrás de la realidad o en el pensamiento del hombre. La verdad cristiana "es la realidad de Dios y del hombre celebradas en el encuentro, a partir de Dios y sobre el fundamento de su gracia libre, con la criatura de su interés" (G. PATTARO, Veritá, dogma e teologia, en Veritá di Cristo..., 177).

Es revelación iluminadora para la libertad, que se nos abre en el. encuentro. Es verdad-gracia que se da a una fidelidad de acogida. Frente a ella el hombre es libre, y en la respuesta acogedora es liberado. Por eso mismo es verdad que involucra y dinamita a todo el hombre, al margen de toda intelectualización: es verdad-sentido, verdad-salvación. Por ello el hombre no es informado e instruido por la verdad, sino valorado y redimido. Esta verdad ha venido con Jesús: en él se ha hecho historia, ha tomado las formas de la comunicación humana, haciéndose luminosa para los hombres. A cuantos la han acogido con libertad y fidelidad "les ha dado el poder de ser hijos de Dios" (Jn 1,12).

A la tendencia humana a la unidad de la verdad responde el carácter histórico-escatológico de la verdad cristiana. A la problematización de la verdad, por la cual ésta se atomiza en las innumerables verdades de lo cognoscible humano, le sirve de contrapartida la tendencia del hombre a la unidad de la verdad. P. Ricoeur ha hecho ver que en esta profunda aspiración humana se apoyan todas las pseudounificaciones de la verdad, impuestas a través de la acción totalizante del poder, a la sombra de la ideología imperante. En esta perspectiva la concepción cristiana de la verdad desempeña un papel profundamente liberador. La inflexión histórica de la verdad cristiana -por la cual ya ha venido, es conocida, es iluminadora, pero prolécticamente, en tensión hacia el todavía no escatológico- coloca a la unidad absoluta y última de la verdad en el futuro de la recapitulación final en Cristo (Ef 1,10). "Así pues, todas las verdades están en esperanza en la única verdad" (P. RiCOEUR, Histoire et verité, 177). La unidad de la verdad queda así sustraída a toda fácil y deformante totalización y confiada al ad-venir escatológico de la verdad, a lo largo del camino de la historia. Es la "plenitud de la verdad", que lleva al Espíritu (Jn 16,13), y a la cual "la Iglesia en el curso de'los siglos tiende incesantemente" (DV. 8).

- Las instancias de la verdad. Lo específico cristiano, alcanzado bíblicamente, choca con algunas instancias de verdad .hoy surgidas. Esto ocurre en una ósmosis de escucha acogedora y estimulante y de respuesta valorativa y sublimadora según una dialéctica de liberación de toda exasperación .unilateral y de promoción de la .plenitud, de la verdad.

Exponemos sintéticamente tres de estas instancias.. La instancia histórica afluye de todo el contexto histórico-salvífico de inherencia de la verdad cristiana; tiene su centro fontal en el acontecimiento-Cristo. Él es la verdad, que se ha hecho historia y que guía a la historia a su verificación meta-histórica. La verdad del cristiano es reconocida, acogida y correspondida en el hoy y en el progresar de la historia, a través de la mediación histórica desempeñada por la Iglesia. La historia, a su vez, no es otra cosa que este hacerse de la verdad en el hombre. La instancia existencial, ligada a la sensibilidad pragmático-positiva actual, la pone de manifiesto el valor salvífico de la verdad cristiana. Jesús es revelador no de las deidades de Dios, sino del Dios para nosotros; de la Verdad que libera y. da la vida. Es la verdad-vida, que llama a la fidelidad y al testimonio. La instancia personal es particularmente sensible a la interioridad de la verdad, al primado de la verdad-sujeto sobre la verdad-objeto, porque "in interiore homine habitat veritas" (SAN AGUSTÍN, De vera religione, 39,72: PL 34,154). Esta instancia es asumida y desarrollada por la acción interiorizadora del Espíritu. Él es el pedagogo de la verdad (Jn 16,13), que la suscita en el hombre como fruto suyo (Ef 5,9). Más acá del Espíritu, la verdad es letra, palabra exterior. Por la acción creadora y re-creadora del Espíritu, la verdad penetra en el corazón del hombre haciéndolo verdadero en su ser/deberser de persona nueva en Cristo. Por ello el cristiano no conoce simplemente la verdad; está en la verdad. Y su anuncio es más que una enseñanza; es un testimonio.

III. "Ethos" de la verdad: la veracidad

La libertad asume como tarea lo que la conciencia reconoce como valor. A la autbcónciencia del valor= verdad le sigue el cumplimiento ético de la veracidad en la plüridiinensiopalidad de las exigencias .y réspons,a bilidades que la verdad, comporta y suscita. Son exigencias de escucha, de sinceridad, de veracidad, de testimonió, de, diálogo y tolerancia.

La veracidad es /virtud moral. Como tal es actitud de toda la persona: disposición de la libertad, que yo soy, a la verdad. Y es virtud social, que abre a los demás, cualificando y promoviendo las relaciones. La veracidad es virtud de fidelidad: fidelidad a la verdad y en la verdad. Es respeto y amor de la verdad, atención y búsqueda, comunicación y atestación, docilidad y servicio de la verdad. La veracidad hace verdadera a la persona de la verdad que profesa eficazmente en su vida. Y la hace ministro de la verdad, o sea de Dios, del que toda verdad es refracción reveladora. Dios es el veraz, la verdad que se autocomunica en Cristo por medio del Espíritu y que hace veraz al hombre. La veracidad es por sí misma fidelidad a la verdad creadora y liberadora de Dios igual que Cristo es logos veraz de Dios y en comunión con Cristo; de cuyo logos el cristiano es constituido signo y testimonio.

Por eso la veracidad no es tanto la ley que prohibe la mentira como la autoconciencia cargada de exigencia de una fidelidad. Es fidelidad a la verdad, y por tanto a Dios, fundamento, fuente y plenitud de la verdad. Y, así mismo, a la verdad que me hace verdadero; y a los otros, encontrados en la verdad que une y hace la comunidad. Por eso la infidelidad a la verdad es decreadora, y la Escritura la identifica con el maligno y su acción.

1. ESCUCHA. La primera veracidad se da frente a la verdad misma. K. Rahner la ha llamado " el sentido de la verdad" (La veracitá, 289), como sensibilidad vigilante y constante del hombre a la verdad. No puede haber comunicación de verdad sin comunicarse con la verdad. De ahí el cometido primario de la apertura y de la permeabilidad a la verdad, de su búsqueda, de su intensificación: "Todos los hombres... son impulsados por su propia naturaleza a buscar la verdad, y además tienen la obligación moral de buscarla... Y están obligados así mismo a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad" (DH 2).

Esta forma originaria de la veracidad se basa en la confianza. No solamente en las posibilidades del hombre de encontrarse y reconciliarse con la verdad, sino ante todo en la realidad de la verdad y en sus posibilidades reveladoras de valor y de sentido. A esta confianza se le entrega la verdad, sobre todo en la medida en que no se trata de verificarla y de tomarla, sino de reconocerla y dejarse tomar. Sin embargo; el hombre atraviesa hoy una crisis de desconfianza en la verdad, aunque no sea sino porque ha perdido su sentido y valor, desviándolo y reduciéndolo a verdades periféricas y empíricas, por lo cual se mide sólo con éstas, cayendo en el monismo de la verdad, de modo que cuanto rebasa este nivel goza no del beneficio de lo verdadero, sino de lo opinable.

Pero la veracidad no está constituida por la opinión, ni siquiera por la dominante o estadísticamente más sostenida. La veracidad se consigue a sí misma a la luz reveladora del ser y de la realidad. En este significado originario la veracidad es "la apertura [...] del hombre como espíritu hacia el ser simplemente tal -en el que se fundamenta todo el ser de los seres-, como la aceptación del misterio, que es el fundamento en que se basa toda realidad, y al que llamamos Dios, como la verdad primaria que tiene en sí misma su pleno sentido, aunque no sea útil para nada, aunque no pueda ser técnicamente utilizada y puesta al servicio del progreso biológico, del avance en el nivel de vida, de las distracciones y de las diversiones; el sentido de la verdad que es severa, exigente y se da a sí misma con esos caracteres, que no sólo se dirige y llama a la racionalidad del hombre técnicamente refinado, sino que posibilita y exige su espíritu, la decisión última de la libertad y al hombre todo" (K. RAHNER, La veracidad, 249).

Para realizar esta primera y decisiva veracidad se necesita una disponibilidad de escucha acogedora, lograda mediante el recogimiento con el que la libertad se sustrae a la dispersión y se asume a sí misma; de silencio, por el que, obligando a callar todas las distracciones, abre el espíritu a las profundidades trascendentes de la verdad; de contemplación, con la cual relativiza y trasciende la actitud del espectador, elevándose a la lógica de la participación, o sea del conocimiento más comprometido y adherente, la única que es capaz de alcanzar la profundidad y la plenitud de la verdad.

2. SINCERIDAD. La fidelidad a la verdad que hace verdadera la vida propia se proyecta como fidelidad en la verdad a sí mismo y a los demás; es la manifestación del propio ser verdadero, por el cual la persona se ofrece en la verdad. Es la veracidad como sinceridad: ser verdaderos.

Es el emerger que se automanifiesta del propio ser personal, la continuación de la propia realidad como presencia de sí a sí y a los otros; el darse puro, simple, sincero de la verdad. Por eso veracidad y verdad, como en la emeth bíblica, son la misma cosa: la verdad del propio ser que se auto-revela, "la veracidad de la propia verdad para los otros" (K. RAHNER, La veracidad, 273) en la libertad y en el amor. -En la libertad, porque esta autoapertura no procede necesariamente, sino como acto dé fidelidad a la verdad del propio ser y a los demás, a los cuales se abre la verdad. Ello comporta el riesgo ético y la posibilidad inversa de la infidelidad como interaceptación manipuladora y desviada de la propia verdad a los otros. En el amor, porque aquí veracidad es autodonación de la verdad que yo soy, y por tanto de mi ser verdadero al otro. Es gracia: reflejo de la verdad dé Dios, que se automanifiesta y da a nosotros. Por eso la insinceridad es siempre un acto de rechazo egoísta de darse en la verdad.

a) Consigo mismo. El primer alter, el primer tú al que me abro y ofrezco en la verdad soy yo mismo para mí. Por eso la primera sinceridad es consigo mismo; es la imagen que se da de sí. Cada uno secunda los fenómenos de la represión, de la racionalización, de la autojustificación, de la pseudoconciencia, de la íntima ficción, con los que de manera más o menos refleja procede a la adaptación utilitaria y gratificante de la verdad de sí a sí mismo. Por eso nos concedemos una imagen ficticia, fuente de complacencia satisfactoria.

En cuanto la libertad experimenta este condicionamiento de la verdad, está llamada, por una parte, a una conversión radical de toda certificación instintiva y emocional de sí; por otra, a una liberación autocrítica de toda imagen torcida e inauténtica: por la confrontación abierta con la realidad íntima y genuina, con la experiencia, con los otros, con la autoridad, con la comunidad, con la palabra de Dios; en vigilante y confiada docilidad a la acción liberadora y sinceradora del Espíritu, del que es don y fruto la verdad de nuestro ser.

En la autoconciencia según la verdad, el hombre es verdaderamente libre porque se autoposee en el ser y en el deber ser. En el ser, por el que simplemente es, sin el afán de la apariencia ni la angustia del límite. En el deber ser, porque tiene la serena conciencia de sus posibilidades y de sus obligaciones y se abre a la conversión, a la fidelidad y a la esperanza.

b) Con los otros. Todo hombre es él mismo delante de los otros: se muestra. Mostrarse es ofrecerse a la mirada; revelar el propio rostro, comunicar en la verdad del rostro. De esta reciprocidad de rostro y mirada procede la dinámica social de comunión y comunidad; es la propia sinceridad ofrecida a los otros en una fidelidad simultánea e indivisible a sí mismo y a los demás.

Pero el hombre no se ofrece a la mirada a la manera de una cosa o de un animal. En el animal hay autoidentidad, porque es naturaleza. En el hombre hay auto-espíritu, porque es persona: sujeto consciente y libre. Faltándole la natural auto-identidad del animal, el hombre se ofrece a la mirada según la imagen que ofrece él de sí. El animal está todo él en su exterioridad; es lo que aparece de sí. A diferencia de la persona que es una interioridad, no transparente por sí misma, sino por la mediación reveladora de la exterioridad. De ahí el papel decisivo de la libertad en esta mediación de la verdad: el hombre puede ofrecerse en la transparencia del rostro o en su enmascaramiento, en la unidad de la sinceridad o en la doblez de la hipocresía.

En una libertad de lealtad el hombre es él mismo y fuente de confianza y de fiabilidad. Se mide con la verdad, no con la ventaja, la bonita figura o la buena opinión que necesitan garantizarse mediante el consenso humano. No se sobrevalora ni se ufana, no simula ni disimula; está en paz consigo y con los demás; se siente serenamente seguro, sin necesidad de defenderse de nada ni de nadie. Y se ofrece en la verdad. De él podemos fiarnos, de él no nos defendemos. Su sinceridad conquista y desarma, porque conquista para la verdad y la lealtad, anulando y rompiendo la espiral perversa de ficción y contraficción. De la confianza que la sinceridad funda y derrama procede la comunión y vive la comunidad humana. Por ella nos encontramos de persona a persona, en la reciprocidad donante y acogedora del amor.

3. VERACIDAD. "Verum est diffusivum su¡", dice la ontología clásica. En términos de filosofía personalista podría traducirse: "La verdad está cargada de destino". La verdad es verdad para otros. Se afirma para decirse; se acoge para ser comunicada. Como tal, toma cuerpo en la palabra: es llevada por la palabra. Y se hace mensaje.

De esta manera la palabra se convierte en el lugar-vector de la verdad y termina desempeñando un papel decisivo. Pues en ella la verdad encuentra su fuerza mediadora: mediante la palabra, la verdad atraviesa el espacio y el tiempo y se hace presente, convincente, operante. Pero encuentra también su fragilidad, porque sigue su suerte. No es ya simplemente verdad; es palabra verdad, lo cual significa que puede convertirse en palabra falsa. No por autocontradicción de la verdad, sino por inadecuación o traición de la palabra; por infidelidad de la palabra a la verdad.

La palabra es siempre dicha por alguien; es palabra de un sujeto humano. La persona es la que se hace palabra, que por eso lleva la responsabilidad de la palabra según verdad. Y ésta es tal cuando es verídica, o sea por doble y simultánea fidelidad a la verdad y a su destinatario.

a) Fidelidad a la verdad. La veracidad es fidelidad a la verdad, por lo cual el hombre cuando habla debe decir la verdad. Puede callarse; incluso muchas veces es prudente y obligado callarse; el silencio es virtud. Exhorta el apóstol. "Todo hombre debe ser pronto para escuchar, pero lento para hablar" (Sant 1,19). Pero cuando habla, debe decir la verdad. La palabra es acto humano; el hombre no la vive como fenómeno puramente natural, sino como acontecimiento propiamente humano, que compromete su libertad. Ésta la asume como obligación de lealtad, de palabra según verdad. Es un cometido que requiere también valor: el valor de decir la verdad.

Descuidar esta obligación significa mentir: traicionar la verdad con la palabra. Y esto es la l mentira: infidelidad a la verdad. Pero puede ser más que mentira cuando se trata, de la verdad de alguno; su distorsión o falsificación puede convertirse en maledicencia, denigración y calumnia. A la traición de la verdad se añade una traición del derecho y del amor.

La veracidad no es nunca manifestación pura y simple del pensamiento, porque no puede separarse de la prudencia y de la caridad. Una palabra indiscreta que revela un secreto, una palabra impúdica que pone al desnudo una intimidad, aunque responda a la verdad, no puede responder al amor hacia aquél de quien hablamos.

b) Fidelidad al destinatario. La palabra por sí misma activa una relación; se hace mensaje de un emisor a un destinatario, que por lo mismo entran en relación. Para ser una comunicación humana, o sea creadora de una socialidad humanizante, debe producirse en la verdad, debe ser don e intercambio de verdad. En la verdad los.hombres se hacen creíbles y fiables, y la comunidad progresa en la justicia y en el amor.

En la comunicación verdadera el destinatario es afirmado y confirmado en, su dignidad de persona: de sujeto con valor de fin, nunca de medio. Hablarle es más que darle verdades-. noticia„ que tratarlo de objeto de información. Hablarle es darle la palabra, suscitar en él la palabra que lo hace sujeto de verdad en la comunicación y en la comunión. Al contrario, la comunicación falsa coloca al destinatario a merced de la voluntad instrumental del emisor; éste no le da la palabra de verdad, sino que lo confunde para su propio uso o placer. Esto se verifica no sólo en la mentira bonita y buena, sino en todas las formas pilotadas y parciales de comunicación, en las cuales la verdad no hace verdaderos, sino que ideologiza; no humaniza, sino que funcionaliza.

Hay que concienciarse de estas posibilidades y riesgos en relación con la extensión masiva y planetaria de las relaciones que la palabra hoy activa y entrelaza. Son posibilidades inesperadas y cargadas de promesa para la afirmación de la verdad y la promoción social humana, Pero al mismo tiempo comportan un enorme riesgo de monopolización y de manipulación de la verdad y de la comunicación, que es preciso contrastar y conjurar con valor atento y crítico: Aquí el problema ético de la veracidad se vuelve al mismo tiempo político, y la responsabilidad moral queda activamente involucrada a nivel de gestión del poder y de control del poder (! Comunicación social V, 5).

Como la verdad de aquél de quien hablo, tampoco la verdad a aquél a quien hablo está nunca sin el amorcaridad. No se trata de hablar de cualquier manera, sino de hablar en la sintonía de la caridad, en la longitud de onda del amor. Una verdad echada en cara, proferida de malos modos o en-.un momento inoportuno; una verdad que deprime, -ofende, aleja o destruye, es verdad sin amor. Pero una lisonja, una mentira piadosa o benévola, es amor sin verdad. Verdad y amor son inseparables en la palabra; ésta es dictada por el amor y se mide por la verdad.

4. TESTIMONIO. La consistencia personal de la verdad, por la cual la persona se ofrece en la verdad y se hace palabra de verdad, da a la veracidad un carácter atestativo: La veracidad es testimonio, testimonio de la verdad con uno mismo entero, con la propia vida.

Todo testimonio es siempre a partir de una experiencia personal de la verdad, de una escucha fiel y operante de ella. Por eso la verdad me identifica y mi ser se convierte en el rostro revelador.

Por mi testimonio el otro es más que informado o instruido; es implicado y renovado. Porque información e instrucción son funciones del tener; entre yo y el otro hay comunicación de datos. El testimonio, en cambio, es expresión del ser/ ser-con: yo comunico simplemente algo, pero me comunico; y el otro no adquiere una verdad-objeto, sino que acoge una verdad-persona en una comunicación que es comunión.

En el testimonio la vivencia precede a la palabra y la hace verdadera; y el sujeto es veraz no por las pruebas que sabe ofrecer o por el poder con que se impone, sino por la credibilidad que sabe suscitar, por la coherencia atractiva y arrolladora con que vive la verdad que profesa. Su presencia testificadora es la demostración primera y decisiva de la verdad. El otro, más que convencido o persuadido, es conquistado para la verdad, convirtiéndose en testimonio suyo a su vez.

El testimonio es a la vez una exigencia ética de la verdad-valor-sentido, que llama a la coherencia operativa; y del amor-caridad, que llama al anuncio, a la comunicación, a la comunión en la verdad. Es una tarea que implica a todos. Cada uno, en efecto, responde del testimonio que está llamado a ofrecer en la condición específica de su situación y de su-elección profesional y vocacional. Nadie puede sustraerse, porque la renuncia al testimonio no es la nada de hecho, sino el testimonio de una indiferencia a la verdad, de un gris axiológico; de una insignificancia que son ya un antitestimonio, de cuyos efectos involutivos es responsable el sujeto.

Para el cristiano el testimonio, es más que una exigencia ética. Es la vida misma cristiana recibida como gracia y tarea sacramental: ser signo transparente , y atractivo de Cristo-verdad constitutiva y dinamizante de toda nuestra vida. La veracidad cristiana es por sí misma un testimonio (He 1,8; 10,39; 2Tes 1,10). Brota de una experiencia personal de la verdad; toma forma en una escucha observante y comprometida (Jn 14,15; 15,10; Lc 11,28;. Sant 1,22); es practicada no con el "prestigio de la palabra" (1 Cor 2,1), sino con "el ministerio del testimonio del evangelio" (He 20,24); y supone la parresia, "la franqueza valerosa" (He 4,31) de un testimonio a pesar de todo. El estilo del testimonio impregna toda la vida del cristiano; informa la vivencia de la fe, conformando a la vez toda la vida moral cristiana. Porque el testimonio de la fe es el testimonio de la verdad que la fe saca, anima y finaliza de modo indeduciblemente nuevo.

Como para todo hombre, también para el cristiano, en un sentido evangélicamente más fuerte y grave, sustraerse al testimonio es hacerse culpable de escándalo: de un testimonio frustrado o de un testimonio de la no-verdad eclesial y socialmente de-creadores. Por eso el evangelio (cf Lc 17,2-3) y el Apocalipsis (cf Ap 3,15) pronuncian una fuerte y severa condena en contra. Así como el testimonio involucra en la verdad, el escándalo es contagioso en el error y en la falsedad. Ser activamente conscientes de ello es tener conciencia de la responsabilidad social y eclesial de la verdad.

5. DIÁLOGO Y TOLERANCIA. La tendencia moral a la verdad no tolera la violencia. Busca la verdad y no se satisface más que en ella. Pero en esta búsqueda tiene la concreta conciencia de encontrarse y confrontarse con mediaciones humanas de la verdad; son mediaciones marcadas por la diversidad de individuos y comunidades, que por lo mismo recorren caminos múltiples y separados.

Sin embargo, la verdad no se nos ha dado en su forma pura, sino marcada histórica y culturalmente. Por eso es susceptible de determinaciones parciales, espúreas, unilaterales, desequilibradas; está sujeta a olvidos y descuidos, a tensiones dialécticas y reacciones emotivas, a resistencias polémicas y a conformaciones irénicas, a fugas hacia adelante y a imprevisibles reflujos. Personas y comunidades, movimientos y corrientes de pensamiento, en la búsqueda y en la defensa de la verdad padecen el influjo, no reflejo pero determinante, del propio hábitat de la verdad: la conciencia de la verdad resulta inevitablemente marcada por ello.

Esta diversificación de la verdad nos da una concepción sinfónica y pluralista de la unidad de la verdad, que orienta éticamente la libertad frente al pensamiento y a las convicciones ajenas. Tal orientación es una forma particular de la veracidad, como fidelidad a la verdad de la que el otro está personalmente persuadido. Por eso no se le refuta en la diversidad de su convencimiento y comportamiento, pero de todos modos se lo encuentra y acepta (cf GS 92).

Esta veracidad es ante todo diálogo, como confrontación e intercambio integrador de aspectos, dimensiones, y momentos de la verdad que cada uno (individuo o comunidad) siente y manifiesta de modo propio y particular. Está al servicio de aquella comprensión sinfónica de la verdad, a cuya riqueza armónica cada uno concurre con su singularidad, superando todo monolitismo uniformizante y totalitario de la verdad. Veracidad significa aquí atención y acogida de las aportaciones de todos a la luminosidad de la verdad en nosotros y alrededor de nosotros. Aquí no está en juego la verdad; la diversidad no es sentida como no-verdad, sino como acentuación y manifestación particular de la verdad.

En cambio, hay situaciones en las cuales la persuasión del otro, más que como tonalidad particular de la verdad, es sentida como una opinión discutible o inaceptable, que no se consigue compartir por respeto a la verdad. Aquí se verifica una especie de conflicto entre la fidelidad al otro exigida por el amor/ caridad y la fidelidad a la verdad que no tolera el error. Manifiestamente no se puede en nombre del amor ceder a una visión acrítica o indiferente de la verdad; de ahí se derivaría un sincretismo indiferente a la verdad y a la falsedad. Ni tampoco se puede en nombre de la verdad denunciar al otro, distanciarse de él y abandonarlo a su error.

Hay una veracidad que es amor a la verdad y al otro, que le indica a la libertad una solución dinámica y dialéctica de este conflicto. Es la tolerancia, virtud de respeto de las convicciones personales ajenas. Ella satisface a la vez las exigencias del amor y de la verdad. Y porque amor y verdad se implican indivisiblemente: el amor se complace en la verdad (1Cor 13,6) y la verdad se realiza en la caridad (Ef 4,15).

La tolerancia, sin ceder a relativismo alguno, parte del supuesto de la inherencia personal de las opiniones ajenas. Estas son expresión de las convicciones profundas de un sujeto que las ha madurado en su ambiente vital. Por tanto no se las puede tratar de acuerdo con ideas anónimas y abstractas, sino persuasiones de una conciencia personal que, en cuanto tal, merece atención, respeto y crédito.

Son actitudes que el tolerante vive activamente, porque se siente íntimamente impulsado por la veracidad a la confrontación y al diálogo crítico y veraz con el otro. La tolerancia es camino progresivo hacia la verdad que hay que buscar y alcanzar juntos. Parte de una crítica sincera y vigilante de las propias certezas y los propios criterios de verdad. Libera igualmente de una visión posesiva y preconcebida de la verdad y pone en la libertad de comprender al otro, de valorar sus convicciones y de orientar a la verdad el camino del diálogo.

La tolerancia tiene por base la humildad, por lo cual no nos sentimos dueños y árbitros de la verdad, sino fieles servidores suyos; y se basa en la confianza, por lo cual no se condena al otro a su error, sino que nos unimos a él en el camino hacia la verdad. Ella permite descubrir en él elementos y recursos imprevisibles de verdad, que el intolerante no sólo no ve, sino que reprime e impide que afloren.

La tolerancia no minimiza ni condesciende nunca con el error; no es nunca un modo de pasar por encima o de convenir como sea, sino que lo afronta y lo vence con voluntad paciente e itinerante de encuentro crítico y persuasivo.

La tolerancia es virtud ecuménica; une en una comunión de tendencia a la verdad que tenemos delante como horizonte de comprensión y luz que orienta y hace de meta de nuestro camino. La Iglesia del Vat. II ha marcado el estilo y el modo de referirse y medirse con todos los demás en la verdad.

La verdad es a la vez y siempre una fuente y una meta. Esta polaridad dialéctica dinamiza el ethos de la veracidad como fidelidad proléctica a la verdad. De esta luz fontal y final saca la veracidad no sólo conocimiento, sino también libertad: libertad de ser y deber-ser, sin ceder a fatalismo alguno de la verdad. Porque la verdad es a la vez y siempre revelación y liberación: "conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8,32).

[/Acto humano; /Comunicación social; /Información; /Mentira].

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M. Cozzoli