UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. Hacia el redescubrimiento del significado del sacramento de la unción: 
1.
Algunas razones de la indiferencia hacia el sacramento: 
    a)
Concepción del sacramento como unción de los moribundos, 
    b)
Alejamiento de la idea de la muerte, 
    c) Hospitalización y medicalización; 
2. La enfermedad como condición critica de la existencia humana; 
3. El gesto de la proximidad de Dios y de la solidaridad eclesial. 

II. Referencias al desarrollo histórico del sacramento: 
1.
Fundamento bíblico; 
2. El desarrollo de la tradición; 
3. Concilio Vat. II y posconcilio: 
    a)
Las implicaciones de la preferencia terminológica del Vat. II, 
    b)
El esclarecimiento posconciliar. 

III. Dificultades y perspectivas permanentes: 
1.
Resistencias perdurantes; 
2. La urgente tarea de la catequesis; 
3. Carácter dialogal y eclesial de la unción de los enfermos.


 

I. Hacia el redescubrimiento del significado del sacramento de la unción

En nuestro siglo la práctica del sacramento de la unción de los enfermos (UE) ha caído en una crisis tan profunda que resulta urgente la instancia de una reforma incisiva. La crisis, preparada por una concepción secular y poco atractiva del sacramento como veredicto de muerte, se ha ido agravando cada vez más en nuestros días bajo el influjo de una mentalidad secular. El peligro de un rechazo sustancial del sacramento provocado por ese contexto general ha colocado a la Iglesia ante la tarea improrrogable de esclarecer teológicamente su auténtico significado y valor existencial.

1. ALGUNAS RAZONES DE LA INDIFERENCIA HACIA EL SACRAMENTO. La actual indiferencia hacia la UE es consecuencia sobre todo de dos factores convergentes, uno histórico y otro cultural.

a) Concepción del sacramento como unción de los moribundos. La herencia histórica más pesada a nivel de praxis se remonta al medievo. Esa tradición nos ha transmitido una concepción del sacramento que configuraba la sagrada unción como preparación inmediata a la muerte; por eso se la denominaba coherentemente extremaunción o unción de los moribundos. Esa praxis tiene un antecedente histórico en los siglos vi-vil, cuando se impuso el uso de diferir la reconciliación para el final de la vida. Con ello la extremaunción comenzó a adquirir un significado preferentemente penitencial, según se desprende claramente de la antigua fórmula del ritual romano: "Por esta sagrada unción y por su bondadosa misericordia te perdone el Señor todos los pecados que has cometido". Semejante costumbre favoreció también el proceso de privatización de la UE. Con ello, aunque siempre se permitió su iteración, de hecho la unción se confería una sola vez, normalmente durante la agonía, y en el plano del lenguaje social equivalía a un veredicto de muerte inminente. Esa práctica se prolongó hasta el Vat. 11, y aún no ha desaparecido del todo. Concebida exclusivamente como acto que sanciona la despedida de la vida, la UE presenta de todas formas un rostro poco atractivo y testimonia la permanencia de una comprensión errónea del significado del sacramento.

b) Alejamiento de la idea de la muerte. En Occidente el problema de la práctica de la UE se agrava con el fenómeno socio-cultural -influjo al que están sometidos también.los creyentes- del alejamiento de la idea de la muerte; alejamiento causado por los resultados de la exasperada secularización en las sociedades del bienestar, en las cuales la felicidad terrena se contempla con insistencia cada vez mayor como el único imperativo de la existencia humana. Por consiguiente, el hombre contemporáneo, orientado a encerrar el significado de la existencia en el espacio y tiempo presente, se siente profundamente turbado ante el pensamiento de la muerte y de cuanto hace referencia a ella.

Dentro de este contexto cultural, el sentido de la sagrada unción tiende a invertirse en su contrario: la UE se trueca de celebración de la esperanza que supera la muerte y momento de alivio en el sufrimiento en acontecimiento que genera tal carga de angustia que suscita el rechazo tanto en el enfermo como en quienes se ven implicados por razones de parentesco o de asistencia. Esa reacción emotiva agrava ulteriormente lo que la instrucción introductoria al nuevo Ritual de la UE (1972) define como "ceder al riesgo" (Praenot. 13) de diferir lo más posible la visita del sacerdote, el cual, en consecuencia, llega normalmente cuando el enfermo no puede ya darse cuenta de lo que ocurre a su alrededor.

Por eso es más fácil comprender que semejante contexto cultural contribuye más a consolidar la actitud de frialdad respecto a la UE, interpretada como declaración de una muerte segura, ofuscando con ello la percepción de su genuino significado teológico y pastoral.

c) Hospitalización y medicalización. El fenómeno moderno de la hospitalización de los enfermos [l Salud, enfermedad y muerte] ha planteado nuevos problemas y dificultades a la pastoral de los enfermos, que no existían cuando la enfermedad se vivía normalmente en familia. Hoy, por motivos de eficacia terapéutica, los ambientes en que a menudo se vive la enfermedad, a veces hasta la muerte, son el hospital o la clínica. Esos ambientes se han ido configurando como lugar en el que domina cada vez más la burocracia y la tecnología médica sofisticada, mientras que falta la atención a otras necesidades y exigencias, como las de orden religioso.

Sin embargo, no se trata sólo de problemas de dislocación logística; a ellos se añaden las dificultades de carácter cultural, En realidad, en nuestros días la medicina, debido a su rápido progreso científico-tecnológico y a los resultados conseguidos, ha provocado en amplios estratos de la población una confianza a veces exorbitante en sus posibilidades de curación. Esta imagen casi milagrosa de la medicina suscita la tendencia a buscar en el ámbito médico la solución a problemas y dificultades de otro orden. Esa indebida medicalización de la existencia humana ha despertado serias perplejidades y posiciones críticas. En lo que atañe a nuestro tema, el proceso de medicalización, al tender a marginar la consideración de la dimensión religiosa de la existencia humana y de las necesidades relativas, agrava la frialdad hacia la práctica de la UE.

2. LA ENFERMEDAD COMO CONDICIÓN CRÍTICA DE LA EXISTENCIA HUMANA. La actitud de confianza en la medicina no impide, sin embargo, que la enfermedad de una cierta gravedad someta a la persona a la experiencia de la radical pobreza de su ser de criatura. Aunque no esté vinculada a un pronóstico de muerte, es un anuncio previo de ella; y en los casos en que los tratamientos médicos son prolongados y llevan la dependencia de instrumentos mecánicos, el sentido de precariedad y fragilidad se experimenta más aún. En estos casos la enfermedad se presenta como una fuerza disgregadora que amenaza la integridad y la misma existencia de la persona. Sobre ese fondo se asoman y alternan sentimientos de extravío, de desconfianza, de angustia, reacciones de rechazo y de rebeldía, junto con fases de depresión y de aceptación. Los psicólogos describen otras posibles actitudes de carácter involutivo o regresivo, que denotan el estado de crisis en que se encuentra el enfermo.

La enfermedad grave constituye ciertamente un momento delicado, y a veces dramático, de la existencia humana; engendra en la persona, de manera más o menos consciente, la percepción de una indigencia humanamente insuperable. Esa condición crítica podría transformarse en una grave tentación de desconfianza, que el creyente está llamado a superar con una renovada decisión de fe y confiando en la certeza de la esperanza. En el aspecto teológico, es justamente el estado de crisis peligrosa lo que legitima la existencia del sacramento de la UE, cuyo don peculiar de gracia ayuda al enfermo a trocar en lugar de salvación la condición crítica de la enfermedad.

3. EL GESTO DE LA PROXIMIDAD DE DIOS Y DE LA SOLIDARIDAD ECLESIAL. La crisis existencial que se origina dentro de una enfermedad arriesgada es uno de esos momentos en que el enfermo siente más intensamente la necesidad de comprensión solidaria. La UE es el momento culminante de la respuesta de Cristo y de la Iglesia a esa necesidad. El NT atestigua con marcada evidencia la atenta solicitud de Jesús por los enfermos. Los Hechos de los Apóstoles resumen este aspecto relevante de la vida de Jesús de manera incisiva: "Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el demonio" (10,38). Marcos subraya la resonancia popular de las solícitas curaciones realizadas por Jesús: "Adonde entraba, aldeas, ciudades o caseríos, ponían a los enfermos en las plazas y le pedían que les dejase tocar al menos la orla de su manto, y todos los que lo tocaban quedaban curados" (6,56). El mismo Marcos presenta la: curación de los enfermos como una de las funciones esenciales que deben acompañar a la obra de evangelización, confiada por Jesús a los apóstoles: "Pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán" (16,18).

La Iglesia ha aprendido justamente de Jesús la solícita atención al cuidado de los enfermos y la prolonga en el tiempo, expresándola de múltiples formas. Su cometido esencial es ayudar al enfermo a transformar la experiencia crítica de la enfermedad en un acontecimiento de salvación, sosteniéndole en la actitud de fidelidad al Padre. Ante el poder devastador de la muerte, que se asoma en el horizonte de toda grave enfermedad, la Iglesia le ofrece al enfermo la posibilidad de experimentar el poder victorioso de la gracia de Cristo concedida a través del sacramento y de la concreta solidaridad de los hermanos en la fe. El texto de la carta de Santiago expresa claramente esta doble presencia de solidaridad junto al enfermo: la del Señor, que con su gracia lo "salva" y le "alivia", y la de la Iglesia, que ora "por él" después de ungirle los ancianos con el óleo en el nombre del Señor (cf 5,14-15).

II. Referencias al desarrollo histórico del sacramento

La UE ha experimentado cambios a lo largo de los siglos. Señalemos sólo algunos momentos salientes, deteniéndonos principalmente en la aportación del Vat. II y del posconcilio.

1. FUNDAMENTO BÍBLICO. Para el contexto bíblico general, además de lo ya- dicho respecto a la atenta solicitud de Jesús hacia los enfermos, hay que señalar el texto de Marcos (6,7-13), en el que Jesús confía a los apóstoles la misión de evangelizar. La perícopa se cierra con una observación del evangelista sobre la acción de los apóstoles, que, según el concilio de Trento (DS 1695), "anuncia" el sacramento de la unción: "Ellos se fueron a predicar que se convirtieran; echaban muchos demonios, .ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13). El texto fundamental, en el que el mismo concilio ve la promulgación del sacramento (DS 1695), es el de la carta de Santiago: "¿Está alguno enfermo? Que llame a los presbíteros de la Iglesia para que recen por él y lo unjan con aceite en nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido" (5,14-15).

Según la interpretación común, el texto de Santiago testimonia una práctica consolidada de la solicitud de la Iglesia apostólica hacia los enfermos. Luego, a partir de la cita de ese texto en relación con la UE hecha por el papa Inocencio I en la carta del 19 de marzo del 416 a Decencio, obispo de Gubbio, las palabras de Santiago se convirtieron en punto de referencia constante para afirmar que la unción con aceite acompañada de la oración sobre los enfermos y por los enfermos constituye un sacramento especial de la Iglesia relacionado con la situación de enfermedad.

En resumen, puede decirse que en armonía con el ejemplo y las palabras de Jesús, y en particular con el precioso testimonio de la carta de Santiago, interpretada por la tradición viva, la conciencia de la Iglesia evolucionó muy pronto hacia la afirmación de que la UE constituye uno de los siete sacramentos de la salvación queridos por Cristo, y como tal fue definido por el concilio de Trento (DS 1696).

2. EL DESARROLLO DE LA TRADICiÓN. En Occidente la evolución histórica de la práctica y de la concepción de la UE presenta cambios notables en orden al efecto específico, al destinatario y al ministro.

Los testimonios de los primeros tiempos de la Iglesia son pocos. En la oración de bendición del aceite de la Tradición apostólica de Hipólito (principios del s. III) se pide fuerza y salud para los que lo usan. En la carta de Inocencio I a Decencio está claramente atestiguada la sacramentalidad de la unción; en ella el papa prohíbe la unción de los penitentes públicos, porque a ellos se les negaban también los demás sacramentos, antes de su reconciliación con la Iglesia. De la misma carta se desprende además que pueden ungir con óleo bendito los obispos, los sacerdotes y los fieles.

De las varias fórmulas citadas por los sacramentarios de los siglos vvilt, así como de los escritos dejados por Cesáreo de Arlés (470/ 1542), por Beda el Venerable (672-735) y por otros testimonios, podemos deducir algunos elementos importantes, que sustancialmente caracterizan a ese largo período hasta la reforma carolingia: el aceite consagrado por el obispo recibe del Espíritu las virtudes de curar; es aplicado a los enfermos no sólo por los presbíteros, sino también por los laicos; los destinatarios son los enfermos, no los moribundos; la curación corporal es el efecto principalmente invocado. Los fieles llevan a casa el aceite bendito y se ungen a sí mismos y también a sus familiares.

A finales del siglo viii, con la reforma carolingia, tiene lugar un cambio. El ministro del sacramento es sólo el sacerdote, que lo administra al enfermo ante la inminencia de la muerte junto y después de los sacramentos de la penitencia y del viático. El principal efecto de la sagrada unción es la purificación del alma. Así la unción adquiere un carácter casi exclusivamente penitencial y escatológico.

En los siglos sucesivos la configuración penitencial de extremaunción se consolida. Los teólogos de la escolástica, mientras que por una parte esclarecen los elementos constitutivos del sacramento de la unción, por otra prevén como condición para la administración que el destinatario esté en peligro de muerte, confirmando así la praxis vigente de extremaunción. Esto vale para Pedro Lombardo (1095-1160), para Buenaventura (1217 J 18-1274), para Tomás de Aquino (1225-1274) y, generalmente, para todos los demás. G. Duns Scoto (1265-1308) exaspera ulteriormente el aspecto escatológico de preparación a la gloria, reservando la unción para el agonizante, justamente porque éste no está ya en condiciones de poder pecar y de poner en peligro el bien de la vida eterna. El concilio de Trento, en la sesión XIV, de noviembre de 1551, no acepta el texto preparatorio, según el cual los destinatarios del sacramento son exclusivamente (dumtaxat) los moribundos. Esa reacción a la concepción común del tiempo es muy importante para la apertura a la interpretación de la sagrada unción como sacramento de los enfermos y no de los moribundos.

El aspecto específico del sacramento es visto en la fuerza física y en el robustecimiento espiritual conWa los asaltos de las tentaciones, mientras que el perdón de los pecados y la curación corporal son considerados como efectos eventuales y condicionados (DS 1696). Sin embargo, el concilio afirma también que la unción es administrada especialmente (praesertim) a los enfermos en peligro de muerte, "por lo que se llama también sacramento de los moribundos" (sacramentum exeuntium, DS 1698). A pesar de la atenuación expresada con el "también", de hecho el concilio confirma la práctica vigente de "extremaunción", adoptando también la misma terminología. Ministro del sacramento es sólo el sacerdote. Tal concepción se prolonga hasta el Vat. II, mientras que estudios e investigaciones precedentes llevan a su madurez nuevos fermentos para una aclaración doctrinal más profunda y para la reforma litúrgico-pastoral de la UE.

3. CONCILIO VAT. II Y POSCONCILIO. En el contexto de la gran reformaJitúrgica contemplada en la constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum concilium (4 de diciembre de 1963) el Vat. II, instado por instancias maduradas ya antes del concilio, inició un proceso de aclaración que encontrará un desarrollo adecuado en el período posconciliar, bajo el pontificado de Pablo VI.

a) Las implicaciones de la preferencia terminológica del Vat. 11. En la base de las aclaraciones que tienen su origen en el Vat. II está la indicación del destinatario del sacramento. La importancia decisiva del establecimiento del destinatario radica en el hecho de que de ella se deriva la comprensión misma del significado específico del sacramento. ¿A quién está destinada la sacra unción? ¿Sólo a los moribundos, como ocurría de hecho en la tradición, o preferentemente (praesertim) a ellos, como quería el concilio de Trento, o bien más propiamente a los enfermos de una cierta gravedad? Puede decirse que en el concilio prevalece esta última orientación, pero no se afirmó con la resolución formulada en el texto preparatorio. El concilio aprueba la siguiente formulación, que es fundamental para la evolución sucesiva: "La `extremaunción', que también, y mejor, puede llamarse `unción de enfermos', no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez" (SC 73). El texto es ambiguo, como fruto de un compromiso que tiende a conciliar dos tendencias diversas: la de quienes consideran la sagrada unción como sacramento de los moribundos y la de quienes la consideran como sacramento de los enfermos, sin la condición de la amenaza de la muerte. Sin embargo, el texto, aun dentro de su ambigüedad, abre de hecho el camino a una mejor comprensión de la naturaleza específica del sacramento. En este sentido es altamente significativa la preferencia ("mejor' expresada por el mismo concilio por la denominación de "unción de los enfermos", considerando no apropiada la tradicional de "extremaunción", que había ligado en la práctica el sacramento con el estado de agonía. El concilio no usará ya como terminología propia la expresión "extremaunción"; y ya en los números 74 y 75, dedicados también a los principios de revisión del sacramento, la misma constitución emplea exclusivamente la denominación "unción de los enfermos". Esta preferencia marca el comienzo de una renovada reflexión sobre la teología de la UE, si bien la ambigüedad del texto sólo será superada en los documentos y en la reflexión teológica del posconcilio. Ya la constitución dogmática Lumen gentium habla sólo de "enfermos" (aegrotantes), sin determinar más las condiciones del destinatario del sacramento (LG 11). Más significativamente, el decreto sobre las Iglesias orientales Orientalium ecclesiarum (21 de noviembre de 1964) reconoce la praxis de las Iglesias orientales separadas, que confieren la unción también a quien cae enfermo sin peligro, y permite disfrutar de ese ministerio también a los fieles católicos "siempre que lo aconseje la necesidad o un verdadero provecho espiritual y sea física o moralmente imposible acudir a un sacerdote católico" (OE 27).

En realidad, los estudios y las investigaciones preconciliares habían mostrado lo insostenible de la concepción de la sagrada unción como sacramento de los moribundos (sacramentum exeuntium),- por eso bajo la cuestión del cambio de la terminología está sobrentendido el verdadero problema de la recuperación del sacramento de la unción en su significado pleno y específico de fortalecimiento espiritual y de consuelo operados por la gracia en la situación crítica de la enfermedad.

La misma constitución sobre la liturgia contribuye a la recuperación de la identidad específica de la UE como sacramento de los enfermos al afirmar que, en caso de "rito continuado", "la unción se confiera al enfermo (aegroto) después de la confesión y antes del viático"(SC 74). Esta determinación de la sucesión cronológica tiene un sentido doctrinal. Implícitamente afirma, por una parte, que el efecto especial y propio de la UE no consiste en el eventual perdón de los pecados y, por otra, que el sacramento "extremo" es la eucaristía conferida en forma de viático.

En conclusión se puede afirmar que, a pesar de incertidumbres y ambigüedades, ya los textos conciliares ofrecen elementos reales para identificar la UE como el sacramento de los enfermos; de ese modo se contempla la posibilidad de una ampliación de la gama de destinatarios. El desarrollo de la reflexión posconciliar centrará cada vez más la atención en el hecho de que la UE confiere la gracia de estado para vivir cristianamente la condición crítica de la enfermedad.

b) El esclarecimiento posconciliar. Intérprete atento de las nuevas instancias de la Iglesia del Vat. II es el papa Pablo VI, que el 30 de noviembre de 1972 publica la constitución apostólica Sacram unctionem infirmorum. En ella Pablo VI establece como destinatarios de la UE a "los enfermos en grave peligro" (infirmis periculose aegrotantibus) (Praenotanda 8). Se evita, y no al azar, la expresión "peligro de muerte", y se afirma explícitamente que se puede repetir el sacramento si, después de restablecido, el enfermo, "en el curso de la enfermedad, llegara la situación a ser crítica" (Praenotanda 9).

Coherentemente con la perspectiva de que la UE no es el sacramento de los moribundos, el papa modifica "con autoridad apostólica" la fórmula sacramental del modo siguiente: "Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad (allevet)" (Ritual, p. 9). Nótese, como recuerda la misma constitución, que la fórmula sacramental usada hasta 1974 indicaba como efecto específico el perdón de "todos los pecados que has cometido"; es decir, el sacramento se confería en función específicamente penitencial. En cambio, la nueva fórmula indica el efecto propio del sacramento en un acontecimiento de salvacióx, que afecta a la persona y sostiene, en cuanto totalidad corpóreo-espiritual: "te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad (allevet)". La reflexión teológica ha aclarado al mismo tiempo que el efecto penitencial y la dimensión escatológica no se excluyen, sino que se consiguen en cuanto están relacionados con el efecto directa y específicamente buscado por el acontecimiento sacramental. De modo que la administración de la UE libra también del pecado eventual, porque no sería compatible con la gracia de la UE, que busca robustecer al enfermo en la lucha contra las dificultades derivadas de la situación de la enfermedad. Igualmente se puede decir que la UE prepara también a la muerte y a la bienaventuranza, pero sólo por el hecho de que la gracia sacramental sostiene al enfermo en la fidelidad amorosa a la voluntad del Padre incluso si la muerte hubiese de ser el término inevitable de la enfermedad.

Este razonamiento sobre el destinatario y sobre el efecto específico de la UE es aclarado ulteriormente en la instrucción introductoria (= Praenotanda) al nuevo Ritual de la unción de los enfermos y de la pastoral, publicado por decreto de la Congregación para el culto divino el 7 de diciembre de 1982 y ya aprobado "con autoridad apostólica" por Pablo VI en la constitución antes mencionada. En los Praenotanda se afirma que los destinatarios de la UE son "los fieles que, por enfermedad o avanzada edad, vean en grave peligro su vida" (Praen. 8). Los Praenotanda intentan tranquilizar a los interesados acerca del juicio sobre la gravedad de la enfermedad: "Para juzgar de la gravedad de la enfermedad, basta con tener un dictamen prudente y probable de la misma, sin ninguna clase de angustia" (ib). Ciertamente no se conferirá la UE por un malestar pasajero y banal; pero el hecho de que baste un juicio "prudente, sin ninguna clase de angustia" para valorarla gravedad del mal, indica que la nueva orientación cambia profundamente la praxis de la extremaunción. Es fácil comprender que en esta perspectiva se puede conferir la UE a los ancianos "aun cuando no padezcan una enfermedad grave" (Praen. 11): su acentuada debilidad física, debida sencillamente a la condición senil, es ya motivo suficiente para ofrecer el sostén del sacramento. Además, basándose en una concepción antropológica integral, y no dicotómica, la instrucción afirma la globalidad de eficacia de la que es portadora la gracia de la unción: "El hombre entero es ayudado en su salud, confortado por la confianza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte, de tal modo que pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos, e incluso conseguir la salud..." (Praen. 6). Consiguientemente, se deplora, según ya se ha indicado, que se ceda "al riesgo de retrasar indebidamente el sacramento" (Praen. 13). De semejantes afirmaciones se desprende con claridad que el efecto específico de la gracia sacramental de la UE no dice relación inmediata con la muerte ni con la curación física, sino que consiste en ayudar a vivir de modo positivo y salvífico la situación de enfermedad. Éste es el efecto que se obtiene de modo cierto recibiendo el sacramento con fe; los otros efectos son eventuales y condicionados.

Se puede concluir que los documentos posconciliares presentan la UE como sacramento de vida y de esperanza, y no ya como veredicto de muerte; en este sentido, se puede hablar de una evolución positiva de la concepción de la UE, que corrige profundamente el cambio producido por la reforma carolingia.

III. Dificultades y perspectivas permanentes

En el aspecto doctrinal y pastoral, el concilio y el posconcilio han abierto ciertamente perspectivas de mayor autenticidad para la práctica de la UE. Sin embargo, prescindiendo de algunas iniciativas locales u ocasionales, en un plano general ni el aprecio ni la práctica han registrado progresos de relieve que permitan pensar en una asimilación efectiva del genuino significado de la UE.

1. RESISTENCIAS PERDURANTES. Ni la visión doctrinal ni la reforma litúrgico-pastoral han informado aún la conciencia de los fieles; y, por consiguiente, no se ha obtenido la tan deseada valorización de la UE. Se observa, con preocupación, la perdurante indiferencia que rodea al sacramento o la continuación de una práctica poco conforme con la evolución y las directrices posconciliares.

Las razones que hemos aducido como causa de la falta de inteligencia y origen de la indiferencia hacia el sacramento de la UE, subsisten como dificultades aún no superadas. La mentalidad arraigada de que la unción es solamente el sacramento del paso fatal es una de las más graves resistencias a las instancias de renovación. Sigue siendo aún la concepción imperante a nivel popular. La UE sigue siendo un rito privado que se celebra generalmente con quien está ya privado de lucidez y que se resuelve casi siempre en un gesto fugaz, a manera de presagio de muerte, cometido ingrato del sacerdote y de algún pariente.

La mentalidad tradicional ha encontrado un poderoso aliado en la actual cultura secular, que veta los temas de la enfermedad y de la muerte y, mientras exige eficiencia y eficacia en el aspecto médico, no toma suficientemente en cuenta los valores religiosos y su función humanizadora.

2. LA URGENTE TAREA DE LA CATEQUESIS. Puesto que la dificultad consiste sobre todo en una concepción mental, consolidada por la actitud cultural secularizada, hay urgente necesidad de una evangelización y de una catequesis asidua y exigente, que lleve a los fieles a redescubrir el significado y la importancia de este sacramento. La Congregación para el culto divino en la instrucción introductoria al nuevo Ritual de la UE insiste oportunamente en la función formadora de la catequesis. El futuro de una práctica convencida y fructuosa de la UE se presenta ligado principalmente, además de al contexto vital de la fe de la comunidad, a una catequesis .incisiva y sistemática impartida a los fieles en todas las fases previstas por los proyectos de formación religiosa, a partir de los niños hasta los adultos. Ha de tener como finalidad recuperar la imagen positiva de la UE, a saber: su valor existencial.

Podría preguntarse si hasta ahora se ha llevado a cabo esta obra tan importante; si presbíteros y responsables de la catequesis se han enterado, ellos los primeros, de la renovación conciliar y posconciliar a propósito de la UE. No hay datos, pero no son muchos al respecto. No obstante hay que convencerse de que el tiempo por sí solo no basta para desmantelar la inveterada mentalidad tradicional y suscitar una nueva. Por eso se comprende la insistente llamada a la catequesis por parte del magisterio. Ese trabajo de formación habrá cumplido su importante cometido cuando los fieles hayan logrado apreciar la índole dialogal y comunitaria de la UE en cuanto encuentro sacramental con Cristo en la comunidad. Estas dos dimensiones se contraponen precisamente a los dos obstáculos principales, a sabes: la praxis de extremaunción y la privatización del sacramento.

3. CARÁCTER DIALOGAL Y ECLESIAL DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS. La índole dialogal y personal y la dimensión eclesial de la UE son los dos aspectos que expresan más concretamente el significado de encuentro del enfermo con Cristo y el compromiso que se deriva para la comunidad eclesial respecto a sus miembros enfermos.

La situación crítica personal del enfermo aclara y vincula a la vez el carácter dialogal y eclesial d$ la UE, Esta situación explica la peculiar exigencia del encuentro sacramental con Cristo y la necesaria solidaridad mediante la oración y el servicio caritativo por parte de la comunidad.

a) La índole dialogal de la UE nos recuerda ante todo que el protagonista humano del acontecimiento sacramental es el enfermo. Con su libertad, necesitada de la ayuda divina, está llam do a renovar su decisión de fidelidad ~voluntad del Padre y a aceptar su as milación al misterio de Cristo. Esa cooperación activa del enfermo constituye una condición importantísima en orden a la consecución de los efectos del sacramento como el robustecimiento en la esperanza, la actitud de confianza, el alivio psico-físico, el estímulo a luchar... Semejante reacción positiva no se puede ciertamente verificar en el agonizante. Por eso la catequesis ha de hacer madurar la conciencia de los fieles en función de una participación informada en la celebración del sacramento: "En la catequesis, lo mismo pública que familiar, cuídese de educar a los fieles para que ellos mismos pidan la unción y, apenas llegue el momento, la reciban con fe y devoción grande" (EnchVat 4,1872).

- Según las actuales óriéntaciones teológicas y pastorales, la administración a los moribundos de la IJE debería constituir sólo una rara eventualidad; por desgracia, en la práctica sigue siendo aún lo normal. Por eso es preciso apropiarse de la exhortación de Santiago, la cual prevé que sea el enfermo el que llame a los presbíteros. Esa praxis- sería un signo de madurez cristiana y de superación de la mentalidad tradicional.

b) Dimensión eclesial. Si la índole dialogal de la UE solicita la atención sobre el estado de participación consciente del sujeto enfermo, la índole eclesial del sacramento plantea exigencias tanto al enfermo como a la comunidad. Del enfermo exige que viva su prueba también en beneficio de la Iglesia y del mundo, uniendo sus sufrimientos a los de Cristo con amor fiel y generoso a la voluntad del Padre, que quiere la salvación de todos los hombres. El enfermo se coloca casi en la lógica y en el dinamismo salvífico del misterio pascual.

El sentido eclesial de la UE le plantea ala comunidad exigencias no menos graves. En primer lugar recuerda la responsabilidad que pesa sobre la comunidad, sobre todo local, respecto a los hermanos enfermos. En efecto, según la voluntad del Señor, la solicitud para con los enfermos no puede separarse de la misión de testimoniar y evangelizar la salvación del reino ya presente. El significado eclesial de la UE supone, por tanto, un servicio pastoral solicito al mundo de los enfermos; en cuyo contexto la celebración del sacramento constituye el momento central, no final, de la solicitud de la Iglesia. Este compromiso es hoy más importante, ya que está ordenado a superar la condición de marginación y de soledad en que los enfermos se ven frecuentemente arrojados por la sociedad del bienestar y de la eficiencia, provocando lo que puede llamarse una nueva pobreza de los países ricos. En cualquier caso, la adhesión sincera al sentido de eclesialidad que ha de inculcar la catequesis metódica no puede resolverse en la simple participación en la celebración, más o menos solemne y episódica, del sacramento; exige más bien de la comunidad un complejo de gestos de servicio que preparen y sigan el acontecimiento de la, administración de la sagrada unción.

Una implicación comunitaria de este género podría con él tiempo liberar a la UE del estado de privatización y devolverle el significado de sacramento para la vida y para la victoria sobre la enfermedad, en el sentido más amplio del término, que es el suyo propio y originario.

[l Sacramentos; l Salud, enfermedad, muerte].

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G. R. Cambareri