HOMOSEXUALIDAD Y TRANSEXUALIDAD
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. Premisa.

II. La cuestión homosexual:

1. Las causas de la aparición del fenómeno:
    a)
En el plano objetivo: la tesis organicista, la tesis psico-social, el terreno cultural,
    b)
En el plano subjetivo: una gama indefinida de variables;
2. Criterios de valoración moral:
    a)
La posición de la moral católica,
    b)
La articulación del juicio en las diversas situaciones.

III. El fenómeno de la transexualidad:
1.
Elementos de análisis de la vivencia transexual:
    a)
La génesis del fenómeno,
    b)
La interpretación de la experiencia;
2. La problemática moral.

IV. Orientaciones pedagógico pastorales:
1.
Atención al factor educativo;
2. La incidencia del dato sociocultural;
3. La tarea de la acción pastoral.

 

I. Premisa

Los fenómenos de la homosexualidad y de la transexualidad han adquirido en nuestro tiempo gran importancia en el cuadro de la reflexión teológico-moral. La afirmación de los derechos civiles de las "minorías", por un lado, y el desarrollo de la investigación científica tanto en el campo biológico como en el psico-social, por otro, han contribuido a determinar la exigencia de una aproximación más correcta a unos procesos cuyas dinámicas son complejas y de no fácil interpretación.

La investigación moral se ve, pues, instada a redefinir su posición, evitando tanto la indulgencia con actitudes complacientes dictadas por puro seguimiento de las modas culturales como el cierre preconcebido, derivado de esquematismos demasiado simplistas. El objetivo es ofrecer, mediante un análisis del fenómeno y de sus causas, una interpretación en clave de valores que permita elaborar criterios precisos y seriamente motivados de valoración del comportamiento.

II. La cuestión homosexual

La dificultad con que se tropieza en primer término al abordar el fenómeno homosexual es la de su definición. La homosexualidad, en efecto, presenta diversas características, no sólo a nivel cuantitativo, sino sobre todo cualitativo, según las situaciones personales y de los contextos socioculturales.

Por otra parte, el dimorfismo sexual resulta evidente sólo para el sexo genético, el sexo genital y el sexo gonádico, mientras que los otros elementos: sexo hormonal, caracteres sexuales secundarios, sexo psicológico, presentan cada uno un carácter de continuidad. Esto equivale a decir que entre los dos estereotipos sexuales, el masculino o el femenino, existe una correlación de semejanza; o, más radicalmente, que lo "masculino" y lo "femenino" son una dimensión ontológica constitutiva del hombre lo mismo que de la mujer, si bien se expresan en formas y con acentos diversos y hay que redefinirlos continuamente dentro de cada cultura y de cada sistema social.

Puede ser útil, en orden a la reflexión que aquí se intenta, aceptar, aun reconociendo sus límites, la definición que da J. Marmor: "Prefiero definir al homosexual en sentido clínico como un individuo que es motivado en la edad adulta por una decidida atracción erótica preferencial hacia los miembros del mismo sexo, y que habitual, pero no necesariamente, tiene relaciones sexuales con ellos" (L'inversione sessuale, 9). Esta definición permite establecer la diferencia entre orientación y comportamiento homosexual en un estado permanente de disposiciones y de preferencias eróticas. Pues no siempre el comportamiento es indicio de orientación; igual que, por otra parte, la orientación no siempre se traduce en un comportamiento efectivo.

I. LAS CAUSAS DE LA APARICIÓN DEL FENÓMENO. Considerado desde el punto de vista histórico-genético, el fenómeno homosexual se presenta como un fenómeno complejo, vinculado al entrelazamiento articulado de un conjunto de factores de índole variada y de importancia diversa. De ahí la tendencia a primar, según las circunstancias, uno u otro de los factores, según una lógica pendular dictada por precomprensiones ideológicas que no facilitan su valoración objetiva.

a) La tesis organicista, que veía en la homosexualidad una forma de intersexualidad somática de base hereditaria y que actúa esencialmente a través de los dinamismos de la sexualidad hormonal, es en nuestros días cada vez menos tenida en cuenta. El desequilibrio hormonal, en los casos en que puede probarse, no parece asumir un papel importante, y las curas hormonales se manifiestan incluso contraproducentes.

En cambio, cada vez goza de más crédito la tesis psico-social, que ve en la homosexualidad el producto de condicionamientos educativos o de una alteración del desarrollo psico-sexual. En otros términos, prevalece una interpretación de carácter cultural, que tiende a relacionar la aparición de la homosexualidad con los procesos de desarrollo de la persona y con los modelos sociales que los condicionan. Investigaciones recientes -realizadas sobre todo en USA- parecen, sin embargo, colocar en primer plano las motivaciones de orden biológico, con particular referencia a la importancia del sexo genético.

Estas continuas oscilaciones interpretativas evidencian la complejidad del fenómeno y la necesidad de acercarse a él mediante una serie de aproximaciones complementarias de naturaleza interdisciplinar. Está fuera de duda la incidencia del dato psicológico, particularmente con referencia a algunas fases de evolución de la sexualidad sumamente delicadas -piénsese en la fase del complejo edípico o en la adolescente-; pero no se puede excluir del todo el influjo del dato biológico y, sobre todo, del cultural, o sea, de los modelos sociales dominantes, que ejercen un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y de las relaciones intersubjetivas. Las mismas motivaciones psicológicas, por lo demás, están estrechamente ligadas al contexto socio-cultural, de forma que se puede hablar de una constante interacción entre factores psíquicos y factores culturales. La crisis de la figura paterna, hasta el punto de que la sociedad actual es a menudo definida como "sociedad sin padres"; la absolutización del modelo masculino y la tendencia a la anulación de las diferencias sexuales son otros tantos elementos que inciden profundamente en los procesos de identificación subjetiva.

Se puede afirmar, en definitiva, que el terreno cultural asume el significado de horizonte complexivo, dentro del cual es obligado colocar el fenómeno homosexual sise quiere captar el conjunto de los aspectos que lo caracterizan y al mis;no tiempo formular una hipótesis ánLerpretativa capaz de dar ras ón en términos histórico-concretos del entrelazamientQ de las causas que lo producen.

b) Si del plano objetivo y general de indicación de la situación se pasa al más propiamente subjetivo, chocamos inevitablemente con unagama indefinida de variables que hacen arduo el análisis y problemática la interpretación.

La incidencia de los componentes bio-psíquicos y/ o socio-culturales se diversifica, en efecto, profundamente, de acuerdo con cada uno de los casos; su interacción asume proporciones y significados diversos en relación con la diversidad de los contextos educativos y de la estructura originaria de la personalidad. El influjo de los hábitos del ambiente es obviamente mayor allí donde existe una inestabilidad psicológica más intensa o donde se dan descompensaciones de índole biológica.

Más intrincada es al respecto la posibilidad de medir la actitud homosexual por la variedad de los niveles en los que se da la percepción de la identidad, niveles que no se presentan nunca en estado puro, sino que aparecen a menudo entrecortados hasta confundirse. Por eso no es fácil en el plano teórico distinguir el nivel de la perversión del neurótico o también del de la homosexualidad como modo de ser, en el mundo, ni tampoco es fácil la aplicación de estas distinciones en el terreno del análisis de la condición subjetiva, dond`, junto a las complicaciones debidas al conjunto de los diversos niveles, representa sobre todo la dificultad de hacer luz de modo preciso sobre las situaciones personales, ya que están marcadas por variables indefinidas.

2. CRITERIOS DE VALORACIÓN MORAL. Es evidente entonces la necesidad de articular el juicio moral teniendo en cuenta la diferenciación cualitativa y de grado según la cual se expresa la homosexualidad. Pues es diverso el caso de la perversión, que hay que condenar radicalmente, del de la neurosis, en el cual se impone un tratamiento psicoterapéutico, o también del de la pulsión homosexual como modo de ser en el mundo, connotado por una percepción subjetiva específica de la sexualidad y del encuentro humano. En la realidad se asiste a veces, como se ha indicado, a la acumulación de estos niveles, aunque permaneciendo la posibilidad, al menos en la mayor parte de las situaciones, de establecer cuál de ellos prevalece y, consiguientemente, cuáles son las raíces profundas del enómeno para el sujeto particular. Por lo tanto, la valoración ética supone una seria comprobación de la condición subjetiva para captar el significado existencial qué reviste el fenómeno.

a) La posición de la moral católica. La Iglesia católica ha expresado siempre una valoración rígidamente negativa respecto a la homosexualidad motivándola principalmente con el hecho de la inautenticidad de un amor que no respeta las leyes internas del lenguaje de la sexualidad.

Esa posición ha sido recientemente reiterada por la declaración de la Congregación para la doctrina de la fe del 29 de diciembre de 1975, en la que, en el número 8, se lee: "Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable. Son condenadas por la Sagrada Escritura como depravaciones graves y presentadas incluso como la funesta consecuencia de un rechazo de Dios. Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos aquellos que sufren esta anomalía sean personalmente responsables, pero atestigua que los actos de homosexualidad son intrínsecamente desordenados y que en ningún caso pueden recibir aprobación alguna" (EnchYat 5, 1729).

Aquí se reafirma la distinción tradicional entre juicio objetivo del acto y valoración de la responsabilidad subjetiva. Pues mientras que se condenan como "intrínsecamente desordenados" los actos homosexuales, no se excluye que los sujetos que los realizan puedan no ser personalmente responsables.

Hay que añadir que el documento citado no se limita a afirmar genéricamente la existencia de diversas situaciones subjetivas con las que el fenómeno homosexual puede presentarse, sino que hace propia -considerándola por lo menos no inmotivada- la distinción "entre los homosexuales cuya tendencia, por derivar de una falsa educación, de falta de evolución sexual normal, de hábito contraído, de malos ejemplos o de otras causas análogas, es transitoria o al menos no incurable, y los homosexuales que son definitivamente tales por una especie de instinto innato o de constitución patológica juzgada incurable" (n. 8: Ench Yat 5,1728). El documento, aunque no acepta que "en lo que se refiere a los sujetos de esta segunda categoría" se pueda concluir que su "tendencia es de tal manera natural que debe pensarse que justifica en ellos relaciones homosexuales en una sincera comunión de vida y de amor análoga al matrimonio porque se sienten incapaces de soportar una vida solitaria" y rechazando que se pueda "usar algún método pastoral que, estimando estos actos conformes con la condición de aquellas personas, les otorgue una justificación moral", no obstante sostiene que "su culpabilidad" ha de ser "juzgada con prudencia" (n. 8: ib, 1729).

Estas reflexiones permiten suponer que el juicio moral no sólo ha de tener en cuenta los atenuantes ligados a las particulares condiciones de los sujetos particulares, sino también la objetiva diversificación existente entre formas de ejercicio de la homosexualidad de entrada objetivamente diversas, debidas, en otros términos, a personas que viven diversamente la tendencia homosexual.

b) La articulación del juicio en las diversas situaciones. Ante todo es evidente la necesidad de pronunciar un juicio gravemente negativo en el caso de la perversión, donde la homosexualidad se manifiesta como placer de la transgresión, busca del mal por el mal, voluntad continua de autojustificación y necesidad de destruir los valores que no se es capaz de vivir. Mas justamente la condena tajante de este nivel deja ver la exigencia de una mayor cautela en la valoración del comportamiento homosexual inducido por situaciones neuróticas. Pues en este caso no se puede considerar que es más fácil resistir a las exigencias de una sexualidad "normal" que a las de una sexualidad desviada, arraigada en un terreno neurótico, que comprende siempre una cierta debilidad del yo personal.

Más arduo es todavía el juicio cuando se afrontan situaciones subjetivas en las que la homosexualidad se presenta preferentemente, y a veces exclusivamente, como modo de ser en el mundo, es decir, como inversión global de la sexualidad en la relación intersubjetiva. Ante tales situaciones, cualquier actitud de tipo rígidamente positivista, orientada lo mismo a convertir en tabú que a la plena legitimación, es inaceptable. Pues en ambos casos el peligro está en entender mal el horizonte más radical y, en último análisis, nunca totalmente objetivable, dentro del cual se coloca la homosexualidad; horizonte marcado por una comprensión precisa del sentido de la existencia y de vivir las relaciones con los demás y con la naturaleza de acuerdo con una óptica particular de asunción de la propia dimensión sexual. En otros términos, lo que termina por escapar es la singularidad de la vivencia homosexual, su densidad ontológica, su referencia al contexto existencial de producción de las orientaciones de fondo que guían al sujeto en la búsqueda de la propia identidad y de su autorrealización.

El supuesto de fondo al que hay que apelar entonces es, ante todo, el de la aceptación del "misterio" de la persona, de la acogida de la experiencia ajena en el signo de una reciprocidad que permita una penetración en el mundo del otro mucho más profunda que la que es posible realizar a través de las necesarias mediaciones científicas y culturales.

El criterio de valoración moral es en este caso el de la interpersonalidad, es decir, de la posibilidad concreta de vivir la reciprocidad en condiciones que se presentan como particulares. No se puede negar a este respecto que la condición homosexual se caracteriza por elementos de precariedad que hacen objetivamente más difícil la comunicación y el don recíproco. Piénsese en la tendencia al rechazo del principio de realidad, que conduce a la pretensión de huir del tiempo, del ambiente, del utilitarismo mediante una aparente desencarnación, que se traduce con frecuencia en caídas cargadas de sentimientos de culpa o de frustración; o también en la tentación del narcisismo, para la cual el movimiento hacia el otro no implica siempre un verdadero diálogo, sino que oculta a veces el deseo inconsciente de recuperación del propio cuerpo y del propio yo.

Por otra parte, no se puede negar que la búsqueda de sí connota a menudo también la relación amorosa heterosexual y que, a pesar de la mayor dificultad para salir del círculo cerrado de una conciencia narcisista de sí, el homosexual puede realizarse en una auténtica relación humana. Por tanto, el esfuerzo que es preciso hacer en el plano moral ha de seguir la dirección de la oferta al que vive en tales condiciones de parámetros idóneos para valorar críticamente el significado comunicativo del propio comportamiento, no comprendiendo las propias opciones como definitivas, sino como un momento abierto a posibles aperturas existenciales que pueden conducir también a modificar el comportamiento precedente.

La propuesta de la castidad conserva en este contexto todo su valor si no se impone autoritativamente como mero instrumento represivo, sino que se la indica como camino para recuperar a fondo el valor de la propia sexualidad y la posibilidad de un encuentro humano maduro que se ha de vivir bajo el signo de una amistad que favorezca el desarrollo de las relaciones humanas.

III. El fenómeno de la transexualidad

Se puede definir la transexualidad como el fehómeno por el cual un sujeto se vive como perteneciente al sexo opuesto al que biológicamente pertenece, con el consiguiente deseo de la transformación anatómica de su cuerpo. Se trata, en otras palabras, de una alteración relativa a la identidad sexual, determinada por el contraste entre sexo "psicológico" y sexo "biológico", alteración que comprende la necesidad de comportarse en coherencia con el sexo al que se está convencido de pertenecer.

La percepción de la propia identidad personal profunda en dirección opuesta a las características genéticas, fisiológicas y morfológicas conduce al transexual a la convicción de que representa un "error de naturaleza", y le induce al rechazo del cuerpo; ya que testimonia una identidad contraria ,a la que presume tener.

ELEMENTOS DE ANÁLISIS DE LA VIVENCIA TRANSEXUAL. Una aproximación correcta a la vivencia transexual exige que se preste atención tanto a las dinámicas histórico-genéticas como a la interpretación profunda del significado que reviste la transexualidad, o sea, al modo propio y específico de percibirse y de ser en el mundo del sujeto que vive en tal situación. Ello equivale a decir que es necesario conjugar los datos de las ciencias -sobre todo psicológicascon los resultados a que se llega mediante una exploración de carácter más estrictamente existencial y fenomenológico.

a) La génesis del fenómeno. La transexualidad se presenta como un fenómeno complejo, en cuyo centro se encuentra el drama de una percepción conflictiva de sí, es decir, caracterizada por una especie de desdoblamiento de la identidad. La convicción del sujeto de pertenecer al sexo opuesto al fenotípico le induce a vivir el propio cuerpo como algo "extraño", y por ello a rechazarlo, sobre todo en lo que se refiere a los órganos genitales.

La tendencia a enfatizar la identidad opuesta a la que genéticamente se pertenece alimenta el deseo de transformación del cuerpo, engendrando estados de angustia y desarrollo de formas de comportamiento anómalo, tales como el travestismo o la homosexualidad. No obstante, es importante subrayar la diferencia sustancial que existe entre el ejercicio de la homosexualidad propio del homosexual y el propio del transexual. En el primer caso, en efecto, se trata de una búsqueda de lo "semejante" percibido como tal, mientras que en el segundo lo es de lo semejante percibido como "desemejante".

Las causas que han producido tal desorden de identificación sexual son todavía hoy difíciles de establecer. Las disfunciones relativas a la evolución biológica y neurológica, aunque no se han de subestimar, son en conjunto insuficientes para justificar el fenómeno. Tampoco los resultados ofrecidos por las ciencias psicológicas parecen presentar una explicación del todo plausible. Sucesivamente se ha dado importancia al proceso de imprinting, a la dinámica edípica, a las expectativas de los padres, etc., pero sin llegar a una interpretación global del fenómeno.

Probablemente, también aquí, como en el caso de la homosexualidad, hay que ampliar la búsqueda a un conjunto de factores biopsíquicos y socio-ambientales que adquieren una justa importancia en la medida en que se los considera en sus recíprocas interacciones.

b) La interpretación de la experiencia. Más interesante, y desde el punto de vista ético más productivo, es quizá el intento de interpretar fenomenológicamente el significado de la transexualidad, que se presenta fundamentalmente como modificación de la experiencia del cuerpo, el cual, aunque reconocido en su morfología real, es vivido como un extraño, y por ello rechazado.

La conciencia de la propia personalidad, o sea del propio yo particular, está estructuralmente ligada a la experiencia del cuerpo, la cual por lo demás se vive siempre en términos ambivalentes. En efecto, el sujeto humano tiende, por un lado, a identificarse con el cuerpo y, por otro, a experimentarlo como objeto y a usarlo como instrumento. Equivale esto a decir que en la conciencia del hombre están contemporáneamente presentes el cuerpo-sujeto y el cuerpoobjeto. En el caso del transexualismo la ambivalencia descrita se traduce en una auténtica y radical ruptura entre el yo y el cuerpo, ya que el Leib (cuerpo propio) asume el carácter casi exclusivo de KÚrper, o sea, de cuerpo considerado como cosa, como el objeto que se describe en anatomía. Esta es la razón por la que el transexual vive el cuerpo como peso y amenaza y lo siente extraño a él mismo, a pesar de reconocer que el cuerpo le pertenece y que posee una morfología inequívoca. De ahí el rechazo y la detestación, junto con el deseo de conseguir mediante la transformación lo que él estima que es de suyo la situación de normalidad.

i. LA PROBLEMÁTICA MORAL. La cuestión central que se plantea a nivel moral es la relativa a la legitimidad de la intervención quirúrgico-plástica para restablecer la armonía entre el sexo "biológico" y el sexo "psicológico".

Ante todo hay que observar que no existen aún al respecto posiciones oficiales del magisterio de la Iglesia, y menos aún indicaciones precisas que poder tomar de la revelación y de la tradición eclesial. La posibilidad de intervenir y operar tales modificaciones es en realidad más bien reciente.

Las posiciones asumidas en la investigación teológico-moral pueden reducirse fundamentalmente a dos, y dependen además de la perspectiva con que se acerca uno al fenómeno, del diverso juicio formulado sobre el significado y la eficacia de la intervención.

La primera posición, netamente negativa, se basa esencialmente en que en este caso no se puede aplicar el concepto de intervención terapéutica, ya que el órgano en que se ejerce no está enfermo y no causa daño alguno al organismo; pero sobre todo porque el resultado de la intervención consistiría en una verdadera y auténtica "castración" del sujeto, a saber: en la ablación de las gónadas y del aparato reproductivo interno, con la consiguiente pérdida de la capacidad de procrear que existe, al menos potencialmente, en gran parte de los sujetos.

La segunda posición, en cambio, caracterizada por ser más matizada y problemática, se apoya en una interpretación extensiva del concepto de terapéutica, aplicando el principio de totalidad. El que sigue esta última orientación tiende a justificar en algunos casos la intervención, porque sería funcional al bien de la persona globalmente considerado, incluida la salud psíquica.

Parece obligado, en la articulación del juicio moral, tener en cuenta las motivaciones subyacentes a una y otra posición en el cuadro de una visión de conjunto de la autorrealización subjetiva. Pues si es verdad, por una parte, que no se puede subestimar la vivencia del individuo respecto a su identidad sexual y al propio cuerpo,-especialmente cuando esa vivencia, va acompañada de un malestar psíquico tan grande que se traduce en comportamientos autolesivos-, no lo es menos, por otra, que los tratamientos hormonales y quirúrgicos no determinan un "cambio de sexo" verdadero y auténtico, sino que transforman en realidad el cuerpo en una especie de cuerpo "neutro", ni macho ni hembra, dejando sin resolver del todo las contradicciones en el terreno psicológico, contradicciones que aparecen ligadas al fantasma o al ideal del deseo, que constituye un más allá que nunca es posible colmar del todo.

Por otra parte no se puede negar la legitimidad de buscar la identidad sexual, que tiene en la conciencia de sí su referente último. La esencia de la sexualidad viene dada por la relación existente en la conciencia que cada uno tiene de sí como macho 0 hembra y por el dato biológicamente definido. Sin embargo, donde permanece insoluble el contraste entre estos dos factores parece indudable que, aunque la sexualidad no pueda reducirse a la conciencia que de ésa se tiene, debe imponerse el dato psicológico. La legitimidad de la intervención quedaría así justificada, a pesar de estar subordinada a la necesidad de una rigurosa psicoterapia explorativa encaminada a seleccionar los sujetos en los cuales la perturbación de la identidad sexual es sólo señal de una estructura psíquica establemente perturbada o momentáneamente descompensada por otros sujetos, que son los "verdaderos" transexuales. Estos últimos tienen un buen contacto con la realidad y una estructura del yo suficientemente estable y fuerte, lo mismo que un deseo constante de transformación quirúrgica del sexo.

También en este caso la intervención, por otra parte, deberá ir precedida de una psicoterapia preparatoria que valore el nivel de tolerancia del estrés causado por asumir la nueva función, la capacidad de adaptación a las modificaciones inducidas por el tratamiento hormonal, pero sobre todo la posibilidad efectiva de adaptación psico-social, y por tanto la utilidad global de la modificación.

Más complejo es el juicio moral que puede expresarse acerca de la posibilidad de acceso al matrimonio del transexual. Mientras que en el caso del paso del fenotipo femenino al masculino, de acuerdo con la actual legislación canónica, parece subsistir la incapacidad de contraer válidamente matrimonio -dada la imposibilidad de la cópula-, en el caso del paso del fenotipo masculino al femenino el ejercicio de la sexualidad es de por sí posible en el plano físico. Sin embargo, subsiste el problema de la no perfecta identidad sexual ya que la intervención está orientada sólo a la reconstrucción de los genitales externos y no se verifica la posibilidad de perseguir el acto generativo.

IV. Orientaciones pedagógico-pastorales

El esfuerzo ante fenómenos como los de la homosexualidad y la transexualidad ha de estar orientado sobre todo a su concreta profilaxis y a la creación de condiciones de respeto y de aceptación para el que vive tales experiencias.

1. ATENCIÓN AL FACTOR EDUCATIVO. Bajo este aspecto reviste gran importancia ante todo el factor educativo. A menudo, detrás de tales fenómenos hay un pasado que ha favorecido y determinado su orientación. Por eso la prevención lleva aneja la cuestión de la l educación sexual, entendida sobre todo como toma de conciencia y posibilidad de desarrollo del propio "ser hombre" o "ser mujer". La homosexualidad y la transexualidad son, a veces, efecto de una falta de correcta diferenciación sexual, ligada a la relación padres e hijos. La falta de una verdadera figura paterna y/ o materna y una educación que no favorece la recuperación de la propia identidad mediante una suficiente articulación de los respectivos roles por parte de los padres dan lugar a formas desviadas.

La posibilidad de que el hijo se identifique con el padre y la hija con la madre es una buena garantía de un desarrollo ordenado de la vida sexual. Los hijos, al hacerse mayores, tienden a reproducir más o menos los, modelos de sus padres. De particularmente delicada, bajo el aspecto negativo, es luego la fase de la pubertad, en la cual las primeras experiencias pueden resultar decisivas. La brutal revelación de un potencial afectivo y sexual capaz de ser satisfecho en la dirección equivocada puede ser suficiente para hacer que la balanza se incline hacia el lado de la anomalía.

Hay que añadir que asumen también gran relieve las influencias educativas extrafamiliares. Está probado que los ambientes monosexuales (colegios, asociaciones juveniles, grupos deportivos, etc.) pueden alimentar la tendencia homosexual, sobre todo si en ellos prevalece, consciente o inconscientemente, una actitud de desconfianza o miedo sistemáticos hacia el otro sexo, al que se mira como ocasión de pecado. Análogo razonamiento se puede hacer, por otra parte, respecto a algunos ambientes mixtos, en los cuales se tiende a eliminar toda diferencia sexual. Es, pues, fácil intuir que la complejidad y la delicadeza del proceso educativo exigen del que está revestido de tal misión un alto equilibrio personal y un vivo sentido de la medida para no incurrir en excesos opuestos, pero siempre contraproducentes.

2. LA INCIDENCIA DEL DATO SOCIOCULTURAL. Hoy asumen creciente importancia en orden a la génesis de las diversas desviaciones los factores sociales y culturales. La ambivalencia afectiva y sexual de los jóvenes puede verse favorecida por el clima permisivo que respiran y contra el cual no están suficientemente inmunizados. Entonces se hace ostentación de la homosexualidad con complacencia, y la seducción de una experiencia nueva e insólita, dorada con la fascinación de lo prohibido, puede causar víctimas también entre chicos y chicas que en realidad tienen una tendencia claramente heterosexual.

Además, cada vez se van difundiendo más, con grave peligro, teorías que minimizan la diferencia sexual, reduciéndola a un hecho puramente cultural, ala vez que se abre camino una costumbre que se expresa también a través del vehículo de moda, encaminado a igualar las diversas modalidades expresivas del "ser hombre o mujer". Está fuera de duda que los modelos culturales revisten una importante función en el desarrollo de la identidad. Un mundo que aboliera la diferencia entredós sexos terminaría favoreciendo el crecimiento de fenómenos de, desviación. Por eso es decisivo construir una sociedad en la cual se exprese en todos los niveles la presenció del hombre y de la mujer dentro del respeto de su diversidad, a la vez que potenciando su reciprocidad.

3. LA TAREA DE LA ACCIÓN PASTORAL. La acción pastoral ha dé favorecer ante todo la comprensión y el respeto de quien vive experiencias como la homosexualidad y la transexualidad. Es fundamental tener en cuenta el hecho de que nadie es responsable de tendencias que encuentra en sí mismo. Con demasiada frecuencia se juzga con excesiva severidad situaciones que no se conocen, acentuando indebidamente el sentido de culpa ya tan fuertemente presente en el que vive una situación anómala.

Con todo, sería igualmente grave concurrir a crear una conciencia de plena adecuación a la situación y de absolución a priori de cualquier comportamiento. Sin duda, la posición de ,lhomosexual ante el pecado plantea mayores problemas que los de quien vive en situación heterosexual; problemas más delicados y demás difícil solución. "El drama del homosexual religioso -ha escrito M. Eck- está en la convicción de encontrarse en un estado permanente de pecado por el mero hecho de ser homosexual. Aunque haya conseguido no considerar ya su homosexualidad como pecaminosa en sí, está convencido de que no puede vivir su vida sin caídas. Mas ¿quién puede ufanarse de vivir sin pecado? Si el orgullo del propio mal es a menudo culpa del homosexual, el pecado contra la esperanza no es menos frecuente... Reconocerse pecador no significa querer ser pecador" (L ómosessualitá, 268-269).

Justamente por eso se exige una gran atención y discreción , a la vez que competencia, para ayudar al que vive en tales situaciones a valorar lo que pertenece constitutivamente a su estado y lo que, en cambio, depende de la propia voluntad.

Sólo una aproximación madura y seriamente ponderada a tales estados de vida permite formular, en definitiva, juicios morales correctos sobre los sujetos que tienen tales tendencias y procurarles un apoyo concreto para aceptar su condición y expresar, dentro de ella, posibilidades positivas de crecimiento.

[! Ciencias humanas y ética; ! Corporeidad; i Educación sexual; l Etología y sociobiología; l Sexualidad].

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G. Piana