ESCUELA
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. Los cometidos de la escuela:
1.
La formación profesional;
2. La socialización;
3. La educación.

II. Los instrumentos educativos de la escuela:
1.
La cultura:
    a)
Como conocimiento instrumental,
    b)
Como legitimación social,
    c) Como sistema de significados.

III. Educación moral y religiosa en la escuela:
1.
La transmisión de los valores;
2. La enseñanza religiosa.

IV. La escuela católica:
1. Sus
razones;
2. Su identidad;
3. Sus objetivos:
    a)
Síntesis entre fe y cultura,
    b)
Integración entre fe y vida.

V. Educar a través de la convivencia escolar:
1.
El modelo democrático;
2. El colectivo escolar,
3. La contribución de la escuela católica.

 

La escuela desarrolla en la sociedad contemporánea, en la que ha adquirido dimensiones y niveles de desarrollo nunca alcanzados en el pasado, funciones diversas, todas ellas igualmente importantes para la misma sociedad y decisivas para la formación de las personas particulares.

I. Los cometidos de la escuela

Simplificando, podríamos decir que los cometidos confiados por la sociedad a la escuela consisten esencialmente en la iniciación a la profesión y al trabajo, en la socialización y en la educación.

 1. LA FORMACIÓN PROFESIONAL.

La formación en la actividad profesional o laborable en una sociedad de estructuras económicas complejas como la nuestra, donde también las profesiones que antaño se consideraban "bajas" exigen una preparación específica que supone la intervención de la escuela, interesa sobre todo a los últimos años de los diversos currículos y luego los estudios universitarios, los superiores medios de las escuelas técnicas y los medio-inferiores de escuelas profesionales.

Las sociedades industriales avanzadas necesitan, para el mantenimiento de sus niveles de tecnología y de productividad económica, una prolongación creciente del período de formación escolar, con el consiguiente retraso en el ingreso de las nuevas promociones de trabajo en la actividad productiva. Por lo demás, esto es un lujo que esas sociedades pueden permitirse justamente por su nivel de prosperidad económica. Naturalmente, semejante prolongación de la edad escolar mantiene a los jóvenes por bastante tiempo en una llamada "zona de aparcamiento", en la que están privados de toda responsabilidad y de toda función social reconocida.

Desde el punto de vista educativo esto comprende una serie de problemas relacionados sobre todo con una cierta e inevitable dificultad en la formación del sentido de responsabilidad [!Educación moral 111, 5], que es uno de los rasgos indispensables de una personalidad moralmente madura. Por otra parte, todos los problemas de la ética del /trabajo y de la profesión, que son una parte muy significativa de la ética social, se reflejan en esta función de iniciación en el trabajo ejercida por la escuela.

Así los problemas de una selección precoz de los candidatos a las profesiones menos prestigiosas, menos remuneradas y menos abiertas en sí mismas a las formas más elevadas de vida cultural, son sólo una proyección en el mundo de la escuela del problema más general de ética social que consiste en la realización de condiciones iguales de partida para todos los ciudadanos. Así el problema de las relaciones entre la cultura técnico-científica, exigida por la preparación profesional, y la cultura humanista, requerida por una formación más global del hombre, refleja en el ámbito de la escuela un problema más general de equilibrios culturales, propios de toda sociedad. Y no se trata sólo de un problema de proporciones cuantitativas o de cocientes ponderables de importancia; es también un problema de conexiones y de compenetración recíproca; nuestra época está llamada probablemente a hacer surgir las posibilidades de crecimiento cultural y humano implícitas en el mundo de la técnica y al mismo tiempo a animar este mundo, amenazado continuamente por la tentación del funcionalismo y de la aridez espiritual, con los valores más directamente espirituales de una cultura de la gratuidad y de la búsqueda de sentido.

2. LA SOCIALIZACIÓN. Un segundo cometido de, la escuela es el de la socialización. Entendemos por socialización la inducción en el alumno de actitudes interiores y de comportamientos socialmente conformes, o sea, capaces de hacer de él un miembro leal de las instituciones y de la filosofía social en que se inspiran, capaz de responder de modo positivo a las expectativas sociales y de soportar las frustraciones que imponen. Con la socialización la sociedad persigue objetivos de control social (a través de un cierto nivel de interiorización de las normas sociales por parte de los alumnos) y de autorreproducción, o sea de perpetuación de sí en las nuevas generaciones.

A pesar de la resonancia afectiva inmediata del término, el concepto de socialización prescinde de por sí de los métodos usados por las diversas entidades socializadoras [l Estado y ciudadano; !Familia] para obtener estos objetivos de consenso social. Tales objetivos no comprenden necesariamente formas de violencia, de plagio o de manipulación de las conciencias. Por lo demás, "el socializando no es jamás puramente pasivo al recibir por transmisión el mensaje cultural (...). Al contrario, posee una capacidad más o menos amplia de reaccionar a los estímulos culturales, de seleccionarlos, de caracterizarlos con su propia subjetividad" (G.C. MILANESI, Cultura, 159).

Los cometidos de socialización representan de todos modos para la escuela un lugar de emergencia de problemas éticos. Está en juego ante todo el difícil equilibrio entre adaptación y transformación social en el ámbito de la educación en las virtudes sociales. El consenso y la adaptación social parecen objetivos incompatibles con la capacidad crítica y con la tensión renovadora de las estructuras sociales existentes, crítica y renovación que son exigidas no solamente en general por carácter ineludiblemente parcial y contingente de toda estructuración política concreta de la convivencia humana, sino también, más en particular, por las estridentes injusticias y por el carácter ampliamente inhumano de las estructuras de la sociedad en que hoy estamos de hecho llamados a vivir.

Justamente el sínodo de los obispos de 1971, después de haber observado que "la forma de educación que en su mayoría está aún vigente en nuestros días favorece un mezquino individualismo" y que la escuela y los medios de comunicación social "permiten formar únicamente al hombre como lo quiere el orden mismo, a saber: hecho a su imagen, no un hombre nuevo, sino la reproducción del hombre tal como es", propone un nuevo modelo de educación social que exija "la renovación del corazón, basada en el conocimiento del pecado en sus manifestaciones individuales y sociales". Según el sínodo, esta educación debería suscitar "la facultad crítica, que lleva a reflexionar acerca de la sociedad en que vivimos y en sus valores, preparando a los hombres a abandonar definitivamente estos valores cuando dejan de ser útiles a los hombres. Esta educación, en cuanto capaz de hacer a todos más humanos, ayudará a los hombres del futuro a no ser objeto de manipulación" (SÍNODO DE LOS OBISPOS 1971, La justicia en el mundo, 10: AAS [1971] 935).

Nos parece que la comunidad eclesial sigue registrando divisiones e incertidumbres sobre este problema. Parece oscilar entre la recepción pasiva del conformismo social y la defensa del orden constituido y un rechazo unilateral, inspirado demasiado a menudo a su vez en mistificaciones ideológicas al servicio de otras formas de dominio no menos inhumanas que las que desearía combatir.

No pretendemos entrar aquí en el problema de la valoración de las diversas formas concretas de organización social; lo que nos interesa es la actitud general de las personas frente a la organización misma en cuanto objetivo de la socialización escolar. El problema no puede tener más que una solución dialéctica, que realice un equilibrio en tensión entre los dos polos opuestos de la alternativa.

La escuela debería educar juntamente en la solidaridad y en la capacidad crítica, en la adaptación y en el compromiso por la transformación social, evitando por una parte al mismo tiempo los extremos de la asocialidad y de la desadaptación patológica, y la integración conformista y acrítica por otra. Una función positiva particular en la realización de este equilibrio podría desarrollarla la escuela mediante una confrontación seria y continua con la cultura (experiencia y ciencia) económica. La /economía obliga a medirse por el cálculo de las posibilidades y las compatibilidades y educa en el esfuerzo por la valoración realista y sin ilusiones, que necesitan siempre la crítica y la ingeniería social.

3. LA EDUCACIóN. La escuela, finalmente, se propone y realiza cometidos de educación verdadera y propia. La educación estrictamente dicha se diferencia bastante netamente de los procesos de socialización que, sin embargo, supone. Si los objetivos de la socialización se centran por su naturaleza en la sociedad y están subordinados a los intereses de la organización social concretamente existente, los objetivos de la educación están esencialmente centrados en la persona y se orientan a su autorrealización, aunque teniendo en cuenta su relacionalidad esencial.

La educación "consiste en el encuentro libre y querido entre una demanda educativa y una propuesta educativa, donde la demanda se configura como petición de entrar en relación humana significativa para crecer hacia la plena realización de la propia humanidad, y la propuesta representa una oferta de un modo de vida sostenida por un testimonio personal coherente" (G.C. MILANESI, Cultura, 159).

La educación no mira primariamente a la formación del ciudadano, aunque la incluye, sino a la formación del hombre como tal. Por eso es algo más global y más profundo que la simple socialización; pretende llegar al núcleo central de la personalidad, crear en el educando no sólo una visión contingente y condicionada de la realidad o determinados comportamientos funcionales a un cierto tipo de sociedad; más allá de esto, quiere suscitar en el educando actitudes de fondo frente a la vida. Apela a las energías interiores del educando; no quiere inyectarle una escala de valores prefabricada, sino estimularle y guiarle en el descubrimiento y la realización personal de una escala "suya" de valores. Supone que el hombre logrado, al que tiende, está ya presente, como en germen, en la riqueza concreta de la vida del educando, y sólo mira a hacer aflorar de este germen vital la plenitud de autorrealización del hombre maduro.

La verdadera y auténtica educación excluye por definición la vereda del autoritarismo, del adoctrinamiento y del plagio, y cuenta con una metodología pedagógica de respeto y de diálogo que no excluye la aceptación leal del disenso y de la diversidad. Por otra parte la educación no es ni pasiva ni carente de intenciones precisas: "Educar no es asistir pasivamente al desarrollo del individuo o a los procesos automáticos de socialización, sino estimular el crecimiento mediante una propuesta de valores rica, articulada y testimoniada" (G.C. MILANESI, Cultura, 160).

II. Los instrumentos educativos de la escuela

Las empresas educativas, en una sociedad articulada y compleja como la nuestra, son múltiples y complementarias.

1. LA CULTURA. La escuela se especifica entre ellas por el instrumento que utiliza de manera privilegiada, que es la cultura. En efecto, la escuela es "lugar de formación integral a través de la asimilación sistemática y crítica de la cultura" (CONGREGAC. DE LA EDUCAC. CAT., La escuela católica, 1977, 26). No es fácil definir qué significa cultura en nuestro contexto.

Quizá sea más fácil decir qué elementos o niveles comprende.

a) Como conocimiento instrumental. Partiendo del nivel más bajo, pero no carente ciertamente de importancia, se puede definir la cultura ante todo como el conjunto de los instrumentos, técnicas y conocimientos con los que el hombre domina la naturaleza para someterla a sus propios fines en un determinado contexto histórico-social. Transmitir habilidades técnicas y conocimientos instrumentales no es sólo asegurar la supervivencia del hombre en un mundo hostil y asediado por la indigencia; es transmitir una cierta interpretación de la relación del hombre con la naturaleza; esa interpretación varía en los diversos contextos histórico-culturales y constituye una parte importante de la imagen que el hombre se hace de sí y que entra a constituir su esencia cultural. La transmisión de la cultura es, en este nivel, sobre todo formación profesional. La escuela no es ciertamente la única empresa de iniciación de los jóvenes en el trabajo productivo, pero es aquélla en que el conocimiento instrumental se transmite específicamente como elemento de la cultura.

b) Como legitimación social. En un nivel ulterior, la cultura es la imagen que la sociedad se hace de sí misma, el conjunto de los significados que atribuye a las relaciones sociales que se establecen dentro de ella; en una palabra, la legitimación ideológica de su estructuración concreta, históricamente condicionada. En este nivel la cultura es el instrumento ideológico de la socialización. Toda la sociedad es ella misma instrumento de transmisión de la cultura como legitimación social; pero la escuela lo es con uná especificidad suya particular, en cuanto lugar de elaboración y transmisión de una concepción ideológica de lo social refleja y tematizada. Como tal, la escuela es también lugar de reflexión crítica sobre las ideologías sociales, y por ello igualmente la elaboración de proyectos sociales alternativos.

c) Como sistema de significados. En su nivel más alto la cultura funciona como una interpretación refleja de toda la existencia humana, interpretación que asigna un sentido a las actividades y a las pasividades de la vida humana, al trabajo y al saber, a las alegrías y al dolor, a la vida y a la muerte. Se trata de un sistema omnicomprensivo de significados, que aspira de suyo a un cierto grado absoluto, pero que al mismo tiempo queda siempre prisionero de la contingencia y del propio condicionamiento histórico de todas las realidades humanas. Así pues, la cultura en su significado más alto es la imagen que el hombre se hace de sí mimo, de su puesto en el mundo, de su vocación ética, de su destino y de sus esperanzas. La escuela es lugar de elaboración y transmisión de la cultura sobre todo en esta última acepción: "Pues la escuela es un centro en el que se elabora y transmite una concepción específica del mundo y de la historia" (La escuela católica, 8).

III. Educación moral y religiosa en la escuela

1. LA TRANSMISIÓN DE LOS VALORES. De manera muy particular la escuela está llamada a transmitir una cierta escala de valores éticos y a realizar una educación moral verdadera y auténtica. Mas esto supone cierta dificultad en una sociedad donde el pluralismo cultural entraña también una pluralidad de concepciones éticas [l Tolerancia y pluralismo]. Por eso la espuela debería atenerse a la presentación de aquellos valores éticos que constituyen, en el lenguaje de la pedagogía alemana, el "Mindestkonsens", es decir, aquella plataforma mínima de concepciones morales que goza del consenso prácticamente unánime de las diversas tradiciones culturales de la sociedad y que ha encontrado expresión en formulaciones particularmente solemnes y compartidas, como las varias "Declaraciones de los ! derechos del hombre" o las constituciones de los diversos Estados.

2. LA ENSEÑANZA RELIGIOSA. Naturalmente, toda educación moral incluye una exposición de los significados del obrar humano, y culmina por último en una pregunta sobre el sentido último de la vida: "La referencia a una determinada concepción de vida es ineludible" (La escuela católica, 29). Sólo algo que trascienda al hombre particular y sus intereses inmediatos puede imponérsele como bien moral y como deber incondicionado. El fundamento íntimo de la ética tiene siempre una valencia religiosa; incluso cuando niega explícitamente toda referencia a lo divino, se presenta en cierto modo como una respuesta al problema del sentido último, de la vida, que es siempre de naturaleza religiosa. Sobre todo a través de esta referencia la escuela se convierte en lugar de educación: "En la escuela se instruye para educar" (La escuela católica, 29): De ahí se siguen serias responsabilidades morales para todos los educadores. En efecto, en una situación de pluralismo cultural como es la de nuestra sociedad, ello puede entrañar problemas.

La escuela deberá evitar, por una parte, el extremo de una violación de la libertad de conciencia mediante la presentación facciosa de una visión religiosa particular y, por otra, el extremo opuesto de una reticencia sistemática frente al problema del sentido último de la vida, o frente a las respuestas a este problema, que de hecho están históricamente presentes en la sociedad.

De todas formas, la escuela pluralista debería presentar una forma al menos mínima de enseñanza religiosa para todos; se trata de una enseñanza religiosa que no tiene nada que ver con la catequesis, y mucho menos con el proselitismo en favor de una religión particular; más bien debería iniciar a los jóvenes en la problemática religiosa haciendo aflorar el problema del significado último de la vida. Silenciar del todo esta problemática, dejando a las nuevas generaciones en la indiferencia inconsciente de una vida vivida en la trivialidad y en la superficialidad sería incluso desde un punto de vista meVamente humano, una grave omisión educativa.

La enseñanza religiosa en la escuela pluralista debería al menos preparar a una elección religiosa consciente y madyra, cualquiera que fuere. Pero además debería iniciar en un conocimiento de la historia de las tradiciones religiosas del propio país; esta dimensión constitutiva de la fisonomía cultural y moral de un pueblo no se puede ignorar. Semejante enseñanza religiosa no comporta de suyo ninguna violación de la libertad de conciencia ni del derecho primario de las familias a la educación de.los hijos; responde más bien a una demanda cultural y educativa precisa, y actualiza en el educando un dinamismo que es parte insuprimible de sus potencialidades de vida espiritual.

IV. La escuela católica

1. SUS RAZONES. No se puede decir ciertamente que la escuela pública en nuestra sociedad se inspire verdaderamente en estos principios y esté siempre a la altura de sus responsabilidades educativas. Por eso no debe maravillar que la Iglesia, que desempeñó en tiempos de un monolitismo ya lejano un cierto monopolio de las entidades educativo-culturales, tienda a conservar y a defender dentro de los límites de sus actuales posibilidades aquel patrimonio de instituciones escolares que le ha quedado, y que se conoce generalmente con el nombre de escuela católica.

La escuela católica expresa por una parte la convicción de la Iglesia de que sus funciones específicas de evangelización y de promoción humana requieren su presencia directa en el mundo de la escuela, y por otra cierta desconfianza de su lado (no del todo infundada) del modo como la escuela pública, gestionada directamente por el Estado, consigue asegurar un auténtico pluralismo cultural, en el que haya un espacio real también para la cultura cristiana.

Desde este punto de vista la escuela católica se propone, más que la creación de compartimientos estancos aislados sustraídos al general pluralismo ideológico y religioso, la reintegración de un pluralismo más auténtico en una situación en la que el mensaje cristiano y el patrimonio cultural cristiano son a menudo facciosamente marginados de la escuela pública: "La escuela católica ante esta situación se propone ofrecer una alternativa adaptada a los miembros de la comunidad eclesial que la deseen" (La escuela católica, 20). Es el llamado pluralismo de las instituciones que, juntándose al pluralismo en las instituciones, garantiza tina verdadera pluralidad de propuestas ideológicas y religiosas dentro de la escuela. Esto, al menos en la intención, no debería alejar a los católicos del diálogo intercultural y de la confrontación con las diversas visiones de la vida. Ld escuela católica desearía más bien ser el instrumento concreto de un diálogo entre las culturas que enriquezca al mismo tiempo a la Iglesia y a la vida civil.

2. SU IDENTIDAD. En todo caso la escuela católica se caracteriza por una referencia explícita a la fe cristiana: "Lo que la define es su referencia a la verdadera concepción cristiana de la realidad. De esa concepción es Jesucristo el centro" (La escuela católica; 34).

La centralidad de Cristo en la interpretación cristiana de la realidad no debería de suyo perjudicar a la legítima autonomía de las diversas disciplinas, y por tanto tampoco de las actividades y de los valores humanos de los que son reflejo; la concepción cristiana de la cultura ve en Jesucristo al hombre perfecto,-en el que todos los valores humanos encuentran su plenitud y su sentido último sin perder nada de su consistencia humana. "Por tanto sería erróneo considerar las disciplinas escolares como simples auxiliares de la fe o como medios utilizables para fines apologéticos" (ib, 39). La escuela católica debería más bien educar en el respeto y en la aceptación de cuantos no comparten la concepción cristiana de la vida, haciendo suyos los anhelos y las esperanzas de todos los hombres. Por lo demás, precisamente en cuanto orientada a la transmisión de la fe, hecho de libertad radical, la escuela católica está obligada al respeto más sincero y total de la libertad de cuantos están de algún modo comprometidos e involucrados en ello.

3. SUS OBJETIVOS. La fidelidad a esta identidad suya constitutiva le impone a la escuela católica objetivos específicos, que consisten esencialmente en la síntesis entre fe y cultura y en la integración entre fe y vida.

a) Síntesis entre fe y cultura. La síntesis entre fe y cultura supone una encarnación de la fe en las estructuras de significado de una cultura dada; con ello la transmisión de la fe es mediatizada por la transmisión de una cultura marcada por la fe. Pero toda cultura se caracteriza por la historicidad; no es un sistema estático, sino un organismo viviente; se transmite solamente dentro de una continua reelaboración. Por otra parte, la fe no se identifica nunca plenamente con ninguna cultura, sino que mantiene siempre una cierta actitud crítica frente a las mismas culturas en que se encarna sólo parcialmente, de modo que se convierte en estímulo de su revisión y de su renovación. La escuela considera, pues, toda ordenación cultural del saber humano sólo como una aprehensión parcial y provisional de una verdad que hay que seguir descubriendo siempre.

b) Integración entre fe y vida. La integración entre fe y -vida no consiste únicamente en la operatividad de la fe en el plano ético. Vida indica aquí toda la densidad de la existencia humana en todas sus dimensiones, experiencias, problemas, en la unicidad e irrepetibilidad de cada persona y de cada situación. La integración entre la fe y la vida es aquel tipo particular de asimilación personal de la fe que permite percibir y vivir el significado salvífico que posee la fe para la vida cotidiana del hombre. La fe integra en su dinamismo la vida cuando se convierte en el núcleo dinámico de la maduración de la personalidad. Por otra parte, esta integración no es de sentido único; si la fe plasma la vida, la vivencia concreta es el lugar de la autocomprensión de la fe. Así, en una especie de círculo hermenéutico, la fe ilumina la vida y la vida enriquece y autentica la fe. La escuela católica contribuye a esta integración con su aportación específica de transmisión cultural en cuanto lugar de elaboración de un sistema unitario de significados y de interpretación global de la vida.

V. Educar a través de la convivencia escolar

Pero la escuela no educa solamente a través de la transmisión de la cultura. La escuela es una forma particular de convivencia organizada y dirigida, que reproduce a escala reducida algunos aspectos de la sociedad global como convivencia educativa.

En la escuela el muchacho aprende a convivir con personas extrañas a su círculo familiar, aceptando un papel subordinado al de otras personas. En particular durante la preadolescencia, la escuela es el lugar normal de agregación del grupo de coetáneos, al que reconocen tanta importancia las teorías cognoscitivas (J. Piaget y L. Kohlberg) en la formación de la conciencia moral. Aunque entre compañeros de escuela, como por lo demás en el peer group, se formen a menudo jerarquías bastante rígidas, la participación de todos en la determinación de las reglas del juego, de la convivencia y de las pautas de comportamiento social es un hecho habitual e indudablemente educativo. La convivencil en la escuela no da lugar solamente a aquel primer nivel de solidaridad y lealtad social que es la camaradería, sino también a las primeras formas de democracia, que, aunque no lejos, preparan a la participación social y a la colaboración en orden al bien común.

1. EL MODELO DEMOCRÁTICO. A esta confianza en la eficacia formadora de la democracia compañeril dentro del peer group se reducen formas educativas muy difundidas en el mundo occidental, como el scoutismo, las llamadas ciudades de los muchachos y las múltiples formas más o menos institucionalizadas de democracia escolar. Entre ellas nos parecen típicas las Just community schools, con las que L. Kohlberg ha intentado poner en práctica sus teorías pedagógicas. En efecto, las Just community schools se proponen de modo casi exclusivo que los muchachos alcancen niveles de razonamiento moral más alto a través de meeting semanales en los que los mismos jóvenes, aunque con la presencia de sus educadores, establecen democráticamente las reglas de su convivencia. El límite de estas fórmulas nos parece ser la ausencia de toda referencia a los problemas de la sociedad global. Estas sociedades en miniatura se centran casi exclusivamente en sí mismas y en sus miembros, tienen como fin único la adaptación a las reglas de una democracia formal carente de ideales e inspirada en una concepción fundamentalmente contractualista de'la-sociedad.

2. EL COLECTIVO ESCOLAR. Radicalmente opuesta es la institución educativa del "colectivo" escolar en el ámbito de las sociedades socialistas. En una sociedad socialista la escuela, como cualquier otra entidad educativa, no se fija más fin que la formación del "hombre nuevo", capaz de dedicarse enteramente a la construcción del comunismo. La educación a través del colectivo quiere alcanzar esta meta haciendo del mismo colectivo no una sociedad autónoma en miniatura, sino una célula insertada en la sociedad y totalmente entregada a la realización de los objetivos ideales de esta sociedad. El colectivo traslada al interior de la vida escolar los problemas las metas y aspiraciones de la sociedad, comprometiendo precozmente a los alumnos en tareas de alcance social universal. A través de la educación incondicional al colectivo y a sus actividades, se le pide al alumno que se introduzca en los cometidos mesiánicos que la historia le asigna al proletariado mundial y al partido, que es su vanguardia.

Esto grava con un peso especialísimo las responsabilidades del individuo para con el colectivo y la escuela. Son lugares de intensa formación ideológica, por lo que no excluyen formas sin escrúpulos de control y de manipulación de las conciencias, de adoctrinamiento y de presión psicológica. Se trata de aspectos profundamente negativos, sólo en parte equilibrados por ideales, por lo demás a menudo puramente retóricos, que se inculcan. Todo esto nos hace con razón desconfiados respecto a un régimen escolar así ideologizado y abusivo. Sin embargo, no se debería prescindir del todo de los estímulos que ofrece.

La neutralidad ideológica de ciertas instituciones escolares occidentales esconde no raras veces una precoz iniciación en el carácter individualista y despiadadamente competitivo de las sociedades capitalistas. No pueden educar verdaderamente en las virtudes sociales las instituciones que se concentran sólo en los educandos sin proponerles ideales adecuados y creíbles.

Junto a las escuelas de régimen habría que recordar, por su explícito compromiso social, los proyectos de una escuela liberadora a través de la "concienciación" (P. Freire) y la utopía de una educación totalmente descolarizada (I. Illich).

3. LA CONTRIBUCIÓN DE LA ESCUELA CATÓLICA. Como alternativa a estos proyectos contrapuestos, la escuela católica debería tener su proyecto explícito de educación social a través de una convivencia inspirada en los valores comunitarios del evangelio. Pero esos valores, una vez más, habría que proponerlos a la libertad y a la inteligencia de los alumnos apelando a la convicción personal y estimulando una actitud crítica y autocrítica más que gregaria y servil. El fin de una verdadera educación social es la formación de hombres capaces de gobernarse por sí mismos y de servir al bien común sin coacciones externas.

Lo cierto es que, si la escuela no se inspira en una dedicación común al hombre y a la sociedad, a la esperanza de un futuro social más digno del hombre, terminará inevitablemente produciendo descompromiso e irresponsabilidad. También desde este punto de vista la escuela católica, inspirándose en los ideales evangélicos de la fraternidad humana, debería poder proponerse como comunidad educativa que sea a la vez lugar de verdadera atención al hombre y de prefiguración y preparación de la plena comunión del reino.

[/Educación moral; /Religión y moral; /Tolerancia y pluralismo].

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G. Gatti