VERDAD
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

En la cultura contemporánea, después de Marx y de Nietzsche, dicen los filósofos que nos encontramos frente a una "inmensa crisis de la idea de verdad" (A, del Noce), que asistimos a una auténtica "eliminación de la verdad" (F.M. Sciacca). También algunos teólogos abundan en esta idea, especialmente en el contexto del reto de las religiones: para poder participar del /diálogo interreligioso, sienten algunos la tentación de considerar sólo el valor salvífico de las diversas religiones y de poner entre paréntesis el problema de su verdad (o eventualmente de sus errores). La pregunta por la verdad, sin embargo, es insoslayable si se quiere evitar el peligro de caer en el sincretismo o de reducir el diálogo a una simple fenomenología de las religiones (l Religión: fenomenología). Pues bien, si uno se interroga por la verdad de las religiones, debe honestamente hacerlo también con el cristianismo. Pero ¿cuál será su punto de referencia? Para un. cristiano sólo puede serlo la verdad cristiana. Pero ¿qué significa esta expresión? También aquí es necesaria la reflexión cristiana, pues se corre el peligro de reducir la verdad al dogma (para el católico) o bien de identificarla con las propias tradiciones teológicas (para todos los cristianos); es decir, con ciertos sistemas de nociones que no necesariamente pertenecen a la esencia del cristianismo.

Para hacer esta valoración se necesita, por tanto; 'un criterio: hay que partir de una cierta idea de verdad. En la historia de la filosofía existen muchas concepciones diversas sobre la verdad (recordamos, p.ej.: Aristóteles, santo Tomás, Hegel, Marx, Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger). Pero en el campo de la teología, por desgracia, muchos teólogos no parecen siquiera saber que existe una concepción propiamente cristiana de la verdad, y que ésta debe ser la norma fundamental para todo el trabajo teológico. ¿Qué es entonces la verdad cristiana? Decíamos que sería excesivo querer identificarla con el dogma: la verdad es más amplia que el dogma, aun cuando lo comprende. La concepción - cristiana de la verdad sólo puede ser la de la misma l revelación, la de la Sagrada Escritura, que se encarga luego de recoger y actualizar la tradición, a veces con nuevos acentos, que han de valorarse siempre a la luz de la concepción bíblica, dado que la Sagrada Escritura, por ser la palabra de Dios, tiene que ser siempre "como el alma de la teología" (cf DV 24).

En resumen, puede decirse que según la Sagrada Escritura, la verdad es precisamente la revelación, es decir, la revelación histórica y progresiva del plan salvífico de Dios, que culmina en Jesucristo. Esta concepción, preparada ya en el AT, es elaborada en el NT, en donde se dice que Jesucristo mismo es "la verdad" (Jn 14,6) y que su obra se prolonga gracias a la acción del. Espíritu de la verdad en la Iglesia.

1. LA CONCEPCIÓN BÍBLICA DE LA VERDAD. a) Antiguo Testamento. En los libros del AT la palabra hebrea `emet (verdad) ha tenido una clara evolución semántica. En los libros más antiguos significaba fundamentalmente solidez, estabilidad, y también, por tanto, fidelidad (la fidelidad a la alianza). Pero después del destierro, especialmente en la tradición apocalíptica y en la sapiencial, "verdad" va tomando progresivamente un sentido nuevo, que prepara el NT: -designa la revelación del designio de Dios; y luego también la sabiduría, la doctrina de la salvación, según la cual tienen que vivir los hombres.

Es significativo que el sustantivo "verdad" aparezca varias.veces yuxtapuesto a "misterio" y se utilice con los verbos: no esconder, manifestar, revelar. Así, por ejemplo, en Tob 12,11: "Os voy a decir toda la verdad, y no os ocultaré nada... Es bueno guardar el secreto del rey y hay que celebrar y publicar las obras de Dios". En uno de los himnos de Qumrán, el autor habla del "secreto de la verdad"; dirigiéndose a Dios, habla de sus "maravillosos misterios" (1QH 11,9-10). Se comprende, por tanto, que esta concepción de la verdad, como revelación del misterio, se encuentre especialmente en la tradición apocalíptica y sapiencial. En las visiones de Daniel sobre el mundo celestial, "el libro de la verdad" (10,21) es el libro divino en el que está escrito el proyecto divino para el tiempo de la salvación (que sigue estando escondido). El libro de la Sabiduría anuncia que, en tiempos del juicio escatológico, los justos "comprenderán la verdad" (Sab 3,9): entonces se revelará plenamente a sus ojos la sabiduría del designio providencial de Dios, que durante su vida seguía siendo para ellos "la paradoja de la salvación" (5,2).

b) Nuevo Testamento. 1) A partir de este trasfondo sapiencial, apocalíptico y escatológico se fue formando progresivamente la noción cristiana de verdad. El paso de la concepción judía ala cristiana aparece claramente en un texto de Pablo: denuncia la ilusión de los judíos que se jactan de "tener en la ley la norma de la ciencia y de la verdad" (Rom 2,20), es decir, de encontrar en la ley. mosaica toda la revelación de la voluntad de Dios. Para Pablo, "la verdad de la ley" ha sido sustituida ahora por la "verdad del evangelio" (Gál 2,5.14): la "palabra de la verdad" (Ef 1,13; cf Col 1,5; 2Tim 2;15) es "el evangelio de vuestra salvación". Los cristianos que "han aprendido de Cristo" (Ef 4,20) saben ahora que "la verdad está en Jesús" (4,21). Pero después de su partida, es decir, desde el momento en que Cristo fue "asumido en la gloria", los cristianos saben también que él sigue estando con ellos hasta el final de los tiempos (ef Mt 28,20). En todo este tiempo escatológipo, el "misterio de la piedad", es decir, el misterio (pasado) de la manifestación de Dios en la carne (1 Tim 3,16), es proclamado en la "Iglesia del Dios vivo", que por-eso mismo sigue siendo para los creyentes "la columna y el fundamento de la verdad"(1 Tim 3,15). Pero esta verdad cristiana está destinada a todos: en efecto, Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (2Tim 2,4-6).

En algunos de estos textos del NT se percibe todavía su origen apocalíptico; para Pablo se trataba de su experiencia del camino de Damasco, cuando se le reveló el Hijo de Dios (cf Gál 1,16). Allí vio "el esplendor del evangelio en la gloria de Cristo, imagen de Dios"; lo vio brillar "en el rostro de Cristo" (2Cor 4,4.6); por eso podía decir que predicaba sólo a "Jesús mesías Señor" (4,5); no había "falseado la palabra de Dios"; su ministerio había sido siempre "la manifestación de la verdad" (2Cor 4,1-2); esa verdad era la verdad de Cristo.

2) Esto nos introduce directamente en san Juan. A diferencia del mundo clásico o del mito, gnóstico, Juan no coloca nunca la verdad en lo absoluto del ser, en la trascendencia de Dios. Para él, la verdad-revelación va siempre ligada a la misión temporal de Jesús, a su palabra y al don del Espíritu, y luego también a la acogida de esa verdad por parte de los creyentes. "Aquel que es la Palabra se hizo carne..., lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14); "la gracia de la verdad fue manifestada por Jesucristo" (1,17). Él mismo declaró en la última cena: "Yo soy la verdad" (14,6).

La novedad y la audacia de una afirmación semejante fueron subrayadas por san Jerónimo: "En ninguno de los patriarcas, en ninguno de los profetas, en ninguno de los apóstoles existió la verdad. Sólo en Jesús. Los demás conocían en parte..., veían como en un espejo, confusamente. La verdad de Dios se apareció sólo en Jesús, que dijo sin vacilación alguna: Yo soy la verdad" (In Eph., 4,21: PL 26,507A). El hombre Jesús es verdaderamente para nosotros "la verdad", ya que en él se ha manifestado el misterio de su filiación divina, de la que estamos llamados a ser partícipes; la verdad de que hablaba Jesús era "la manifestación de sí mismo a los hombres y, por medio del conocimiento de sí mismo, el don que se les hacía de la salvación" (Apolinar de Laodicea).

La verdad que nos ha traído el Jesús histórico sigue estando presente, también para Juan, después del momento en que dejó el mundo para ir al Padre (cf Jn 16,28): se actualiza en la Iglesia por obra del Espíritu. Por eso Juan puede escribir: "El Espíritu es la verdad" (Un 5,6); y regularmente utiliza en sus escritos (y sólo él en el NT) la expresión "el Espíritu de la verdad" (Jn 14,17; 15,26; 16,13; Un 4,6). El Espíritu, había dicho Jesús "os guiará a la verdad completa" (Jn 16,13). No es que él traiga una nueva verdad, distinta de la de Jesús (Joaquín de Fiore), sino que tenemos necesidad del Espíritu de la verdad que es el Espíritu de Jesús (cf 1,33; 7,38-39; 19,34; 20,23) para que nos recuerde y nos haga comprender todo lo que él ha dicho (Jn 14,26), haciéndonos penetrar así en la verdad completa (16,13): Por eso la verdad tendrá necesariamente un papel decisivo en la vida nueva del creyente. Vivir cristianamente, para Juan, significa vivir "en la verdad y en el amor" (2Jn 3). Esa verdad es siempre la verdad de Cristo, pero actualizada por el Espíritu. El camino de la vida cristiana es descrito por Juan con muchas fórmulas diversas: cuando por primera vez un hombre se ve enfrentado con la verdad de Cristo, tiene ante todo que "hacer la verdad", es decir hacerla entrar dentro de sí mismo; bajo el influjo de la verdad que "permanece en él", podrá luego progresivamente "conocer la verdad", dejarse guiar en su comportamiento por aquella verdad interior, esto es "ser de la verdad"; la vida del verdadero cristiano consistirá entonces en "vivir en la verdad": la verdad inspirará todo su camino: su amor a los hermanos, su adoración del Padre, su santificación. Cuanto más se haga discípulo de Jesús y cooperador de la verdad, tanto más será un hombre "liberado por la verdad", es decir, liberado por el mismo Cristo, por el hijo de Dios.

3) Lo esencial de esta enseñanza bíblica sobre la verdad ha sido felizmente condensado por algunos autores antiguos: "El que persevera en el recuerdo de Jesús está en la verdad" (apotegma); "nuestro título de hijos (de Dios) expresa la primavera de toda nuestra vida: la verdad que hay en nosotros no envejece; y toda nuestra manera de ser queda regada por esa verdad" (Clemente de Alejandría).

2. LA VERDAD EN LA TRADICIÓN CRISTIANA. Se abre aquí ante nosotros un campo inmenso de investigación, que está aún por explotar. Por eso nos limitaremos a indicar brevemente las corrientes principales de la tradición cristiana en que se usaba el término verdad.

a) El encuentro con el helenismo. Cuando el cristianismo se difundió por el mundo helenista, se encontró con la noción griega, especialmente platónica, de la verdad. En la filosofía griega la verdad es una noción metafísica: la verdad designa la sustancia del ser, la naturaleza última de las cosas; según el platonismo, se encuentra en el mundo de las ideas, en el mundo trascendente de lo divino, que era llamado "la llanura de la verdad" (Fedro, 248b). La tradición platónica identifica así a Dios con la verdad. Se comprende entonces que algunos padres digan que "la verdad es Dios" (GREGORIO DE NISA, Vita Moysis II, 19). También Agustín habla varias veces de la aeterna veritas o de Deus veritas. Santo Tomás recoge esta concepción incluso al comentar el versículo de Jn 14,6, donde habla Jesús ("Ego sum... veritas"): "Él (Cristo) es al mismo tiempo el camino y el término: el camino según su humanidad y el término según su divinidad. Por eso, como hombre, dice: Yo soy el camino; y como Dios añade: la verdad y la vida" (In Joh., 1868). Pero Juan no dice nunca en sentido ontológico que Dios sea verdad; para él, la verdad-revelación viene a nosotros en el hombre-Jesús, en su automanifestación como hijo de Dios. Por eso, observaba agudamente un teólogo ortodoxo, "el único punto de partida para una concepción cristiana de la verdad es la cristología" (J.D. Zizioulas).

Otra influencia del mundo griego se manifiesta, especialmente en la Edad Media, cuando se utiliza en teología la definición aristotélico-tomista de la verdad: "adaequatio re¡ et intellectus". Se llega así en la teología postridentina a hablar de la verdad de las proposiciones de la fe, o sea, en plural, de "las verdades cristianas". Pero no puede identificarse racíonalmente el cristianismo con una lista de verdades (incluso dogmáticas). Esta manera de hablar era desconocida de toda la tradición antigua, y ha sido abandonada por el Vaticano Il, que ha vuelto a la concepción bíblica: "omnem veritatem in mysterio Christi conditam" (DV 26).

b) La idea bíblica de la verdad presente en la tradición. Junto al uso de la noción de verdad que provenía de la filosofía griega, se encuentra también en la tradición, en algunos padres y en la liturgia, una recuperación y un desarrollo de la concepción bíblica de la verdad, pero a veces con una mayor acentuación de su aspecto doctrinal. En general, la verdad designa entonces la fe cristiana, esto es, la revelación divina, tal como se ha transmitido en la Iglesia. En este sentido hemos de comprender la fórmula regula veritatis (sinónimo de regula fidei), usada especialmente en el siglo In. Ireneo decía que la verdad es "la enseñanza del Hijo de Dios" (Adv. haer. Ill, praef.), pero la identificaba con el mismo Cristo: "Nuestro Señor Jesucristo es la verdad" (III, 5,1); en otro lugar identifica la verdad con "la predicación de la Iglesia" (I, 27,4) o con "la tradición" (Ill, 2,1). Los gnósticos, por el contrario, eran para él transfiguratores veritatis (III, 4,2), porque "se han apartado de la verdad" (III, 4,2); de forma semejante, Cerinto era llamado "el enemigo de la verdad" (IIl, 3,4).

En el mundo latino se observa un uso análogo en Tertuliano, pero con una nota más apologética y polémica: para él son equivalentes de veritas los conceptos doctrina Christi, doctrina catholica, traditio, praedicatio; en el debate con los no cristianos utiliza con orgullo la expresión veritas nostra (ApoL, 4,3; 46,2), porque los cristianos son veritatis cultores (15,8). Algunos autores descubren la dimensión apocalíptica de la verdad; Lactancio la designa con las expresiones: "el secreto del Dios supremo" (De div. Inst. I, 1,5), "el misterio de la verdad" (V, 18,11), "la verdad revelada" (VI, 18,2). Arnobio destaca la importancia de la verdad para el encuentro entre cristianos y no cristianos: "La religión cristiana se ha introducido en el mundo y ha manifestado los secretos (sacramenta) de la verdad escondida" (Adv. nat. I, 3). Citemos, finalmente, a Gregorio Magno: para introducir una frase de Cristo en los evangelios, usa de ordinario la fórmula Veritas dixit, en lugar de las tradicionales Jesus (o Christus) dixit (es una costumbre que se mantendrá durante toda la Edad Media). La orientación general del pensamiento de Gregorio es pastoral, a menudo espiritual y a veces mística. Desea mostrar la importancia de la verdad para la vida cristiana: la designa para ello con las expresiones veritatis eloquium, doctrina veritatis, lumen veritatis, pabulum veritatis. Se subraya fuertemente el vínculo entre verdad y fe: "Todos nosotros, cuando en plenitud de la fe queremos hacer-resonar algo sobre Dios, somos instrumentos de la verdad (organa veritatis sumus)"(Mor., 30,81). Los cristianos que han llegado a la perfección de la contemplación, explica Gregorio, realizan la experiencia de una auténtica revelatio veritatis (In 1 Reg., 3,20). Las almas santas de la Iglesia, dice también maravillosamente Gregorio, son veritatis luce splendentes animae (Mor., 19,17).

Hagamos también alguna referencia a la liturgia antigua, que es "el arca santa de la tradición (Y. Congar). Cuando se dirigen a Dios, las oraciones de la Iglesia utilizan a menudo la expresión veritas tua para designar la revelación que viene de Dios para la salvación de las almas: "Oh Dios, que muestras a los que yerran la luz de tu verdad para que puedan volver al camino recto..."(lunes, 3.a semana del tiempo pascual). La identificación de la luz de la verdad con Cristo aparece en una oración del viernes santo (agnita veritatis tuae luce quae Christus est). Pero es especialmente en el contexto de la vida cristiana donde aparece en diversas fórmulas la palabra verdad: verbum veritatis, evangelica veritas, divinae veritatis praeconium, confessio veritatis, veritatis assertor. El aspecto de interiorización de la verdad que tiene que iluminar desde dentro espiritualmente a la vida cristiana está también presente en algunas oraciones: "Oh Dios, que nos has hecho hijos de la luz por la gracia de la adopción, haz que no nos veamos arrastrados a las tinieblas del error, sino que permanezcamos siempre transparentes al esplendor de la verdad" (13.er domingo del tiempo ordinario);esta oración, muy antigua, parece estar inspirada en el último texto de Gregorio antes citado.

Una palabra más sobre el Vaticano II. En los textos del concilio el término verdad se utiliza de nuevo en su sentido bíblico y según el uso de la tradición antigua; encontramos a menudo las fórmulas siguientes: veritas Dei, veritas revelata, evangelica veritas, christiana veritas, veritas salutaris. Con este término se designa la revelación divina que "brilla para nosotros en Cristo" (DV 2). La concentración cristológica de la verdad aparece en varias ocasiones: "Cristo es la verdad y el camino, que manifiesta a todos la predicación evangélica" (AG 8; cf DH 14; DV 24). Pero el concilio habla especialmente de la verdad a propósito de la Sagrada Escritura. Ha quedado ya superada la antigua problemática de la "inmunidad absoluta del error en toda la sagrada Escritura" (DV 12, esquema preconciliar), que estaba inspirada en la concepción escolástica de la verdad; en el texto definitivo la constitución sobre la divina revelación declara: "Los libros de la Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin error la verdad que Dios quiso que fuera consignada en las sagradas letras para nuestra salvación" (DV 11). La verdad de la Escritura está en el hecho de que, siendo el instrumento de la palabra de Dios, propone la divina revelación. La veritas salutaris de la Biblia no consiste en la inerrancia absoluta de cada una de las proposiciones, sino en el hecho de que la Escritura entera está ordenada a la revelación del único plan salvífico de Dios. La verdad de la Escritura está en su valor de revelación, a través del desarrollo progresivo de la historia de la salvación. Esta concepción dinámica de la verdad aparece aún con mayor claridad en un texto de inspiración claramente bíblica (cf Jn 16,13): "La Iglesia, a lo largo de los siglos, tiende incesantemente a la plenitud de la palabra divina, hasta que se cumplan en ella las palabras de Dios" (DV 8).

3. PROBLEMAS DE HOY. Así pues, lo que la Iglesia busca es "la verdad divina", la verdad revelada, que es también "nuestra verdad" (Tertuliano). Ésta es la invitación urgente de la Iglesia a la teología contemporánea, que se encuentra inmersa en un mundo secularizado. Observan los filósofos que la verdad científica y el sentido de la historia son "los dos grandes mitos del siglo xx" (J. Brun); algún otro se pregunta si, desde el punto de vista de la ciencia, "es posible la verdad" (E. Agazzi) ¿No habrá que decir más bien que el conocimiento científico es hoy "la única fuente de una verdad auténtica"? (J. Monod). Por otra parte la teología que se ha considerado siempre como "la ciencia de la fe" Udes quaerens intellectum); la verdad que el teólogo intenta comprender no es sólo la verdad histórica o la verdad humana, sino la verdad revelada, la verdad de la fe, que sólo se puede comprender dentro de la fe. Decía Juan Pablo II en un discurso en Colonia (15 de noviembre de 1980): "En una cultura dominada por la técnica..., el concepto de verdad resulta casi superfluo e incluso a veces es rechazado expresamente". Ciertamente, el teólogo de hoy tiene que mantenerse informado de los grandes progresos de las ciencias humanas y del conocimiento histórico, pero ha de saber que su objeto formal es distinto: tiene que intentar comprender cada vez mejor la divina revelación, la palabra de Dios (Dei Verbum), tiene que busaar constantemente la forma de "llegar al conocimiento de la verdad" (2Tim 3,7). Por eso, la verdadera teología tiene que considerar siempre la Sagrada Escritura como "el alma de la teología"; la moral cristiana debe ser siempre "una moral de la fe" (Pablo VI); la exégesis bíblica, del mismo modo, tiene que ir siempre más allá de la investigación meramente filológica e histórica, para comprender cada vez mejor, en la fe; lo que Pablo llamaba "el misterio del evangelio" (Ef 6,18). El mundo del inmanentismo moderno, encerrado en sí mismo, espera quizá oscuramente de los creyentes que sepan, por lo menos ellos, como Juan Bautista, "dar testimonio de la verdad" (Jn 5,33), y que ayuden a los hombres de nuestro tiempo a encontrar de nuevo aquel "gaudium de veritate" (Conf., 10,33) con el que durante toda su vida soñó tan ardientemente san Agustín.

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I. de la Potterie