II. Realización mesiánica

El mesianismo constituye para la teología fundamental uno de los temas más característicos y al mismo tiempo de los más difíciles. En él convergen tanto los resultados más heterogéneos de la investigación bíblicoteológica como otros elementos ,que se derivan del judaísmo, y datos particulares de la teología neotestamentaria; todos ellos intentan de alguna forma realizar una síntesis en torno a este único centro.

Si para algunos el mesianismo representa un dato relativo en la jdentificación del propio credo religioso, para otros constituye más bien el elemento básico en torno al cual se mueve la novedad de la fe. De hecho nos encontramos frente a un fenómeno que permite mantener unidos el AT y el NT; en efecto, el mesianismo es esencialmente signo de una esperanza que nunca falló.

Podría decirse que a la sombra del mesianismo transcurren casi cuatro mil años de historia religiosa. Para los dos milenios primeros tenemos un pueblo que esperó de varias maneras la realización de la promesa que se le había hecho; para los dos milenios sucesivos, otro pueblo nuevo que, hundiendo sus raíces en el antiguo, proclama que se ha mantenido la promesa y que se ha realizado definitivamente en Jesús de Nazaret.

El fenómeno del mesianismo como realidad religiosa no es específico de Israel. También se encuentran formas de mesianismo en el antiguo Egipto, en Mesopotamia y en Grecia. Sin embargo, es peculiar de cada pueblo y de cada cultura comprender, vivir y expresar fenómenos comunes con rasgos y mediaciones que son propios de cada uno. En este sentido se puede decir que el mesianismo es una creación original de Israel, en cuanto que se realizó en las formas religioso-políticas del pueblo con ciertas características que lo especifican frente a otras formas mesiánicas.

1. LA ESPERANZA MESIÁNICA. El hebreo mashiah, con el correspondiente arameo meshiha, es el participio del verbo masahah, y significa ungido. El griego la tradujo por jristós, que quedó latinizado en Christus. Indica con preferencia al rey o al sumo sacerdote, pero en algunos casos es utilizado para representar un sujeto con funciones especiales, como el profeta (1 Re 19,16) o un rey extranjero (Ciro: Is 45, i).

El mesías es, por tanto, el ungido, el que actúa según la voluntad de Dios. Como el óleo utilizado para la unción es un óleo especial, en conformidad con la ley (Éx 30,22-32), igualmente el que es ungido con ese óleo es considerado como una persona a la que se encargan unas funciones especiales, o, mejor dicho, consagrada para realizar en medio del pueblo una misión específica.

Para el AT, el mesías tiene una connotación particular. En torno a esta definición se esconden diversas ideas y diferentes aspiraciones. El mesianismo indica ante todo una concepción particular de la historia proyectada hacia un cumplimiento; señala, además, la esperanza de una salvación que se dará, y refleja, finalmente, la espera de un libertador o el establecimiento de un nuevo sistema político.

Así pues, en torno al mismo término confluyen acentuaciones y significados diversos, que se mueven entre coordenadas de carácter religioso o de carácter político, típicas de un sistema teocrático. Esta evolución de significados no permite tener un concepto absoluto y monolítico de mesianismo para el AT; en la base, como si se tratara de un denominador común, sólo es posible ver el sentimiento de esperanza de un pueblo que en diversas épocas, bajo el cambio de las circunstancias históricas, concretó de este modo la aspiración a ser guiado por una persona justa e iluminada.

Una teología del AT, conservando esta pluralidad de significados, puede mostrar diversas teologías de mesianismo que se fueron formando a lo largo de los siglos. Pueden describirse cuatro por lo menos; real, sacerdotal, profética y apocalíptica.

a) Mesianismo real. Es ciertamente la idea que se impone sobre todo en la historia de Israel. A partir de la profecía de Natán a David (2Sam 7,1-16), la dinastía real entra a formar parte de la tradición sagrada de Israel. Los títulos que se atribuían anteriormente al pueblo para indicar su calidad de "elegido", "escogido", "consagrado" para rendir culto a Dios, ahora se le aplican al rey. Éste pasa a ser ahora el partner de una relación privilegiada con Yhwh, en el que se cumple una alianza nueva, signo de un compromiso renovado de Dios de salvar a su pueblo.

Más allá de una concreción inmediata de la figura mesiánica, que podía sugerir el nacimiento del heredero del trono en la dinastía davídica, la profecía abre un camino que dej a vislumbrar una promesa que supera aquel momento histórico especial y que se impone progresivamente en Israel como la esperanza de un empeño renovado de Dios de intervenir en favor de su pueblo.

Los llamados "salmos reales" (Sal 2; 18, 20; 21; 45; 72; 89; 101; 110; 132) son el ejemplo clásico de una relectura no ya solamente en clave política, sino también espiritual, de la esperanza mesiánica que se establece en Israel. La figura del mesías real se transforma progresivamente hasta llegar a identificarse no ya con el último de la serie de reyes en la dinastía davídica, sino con el modelo del rey perfecto, de aquel que reinará según la voluntad de Yhwh.

b) Mesianismo sacerdotal. El período posterior al destierro, con la muerte de Zorobabel, el último rey de la dinastía davídica; marca una nueva reflexión sobre la esperanza mesiánica. La persona del sumo sacerdote, que empieza a condensar en sí mismo los poderes civiles, militares y espirituales (cf Zac 6,9-15), representa ahora la mediación privilegiada tanto de la alianza como de la promesa de salvación.

Lo mismo que al rey davídico se le había prometido una alianza eterna, así ahora los autores sagrados insertan en las tradiciones (Éx 40,15; Núm 25,13) la promesa de, un sacerdocio eterno hecha a Aarón y a toda la casa sacerdotal.

Cerca ya del período neotestamentario, la derrota de los Macabeos volverá a proponer esta lectura mesiánica, confirmada en otros puntos por la interpretación que se daba en Qumrí3n del doble mesías: el davídico y el "mesías de Aarón",que habría de ser el nuevo sacerdote, el árjiereús jtistós, el mediador único y definitivo de la alianza.

c) Mesianismo profético. El profetismo es una realidad peculiar de Israel. En las diferentes épocas históricas representa la conciencia crítica que vigila por la pureza de la fe. Con la monarquía, los profetas serán signo de una autoridad superior a la del rey; en el período del destierro se transformarán en presencia consolatoria, y en la del posexilio, en mensaje de esperanza.

El "día del Señor" es como la síntesis de su mensaje, ya que evoca al mismo tiempo la obligación de observancia de la Torah por parte del pueblo y la fidelidad inconmovible de Yhwh a su promesa.

La figura de Moisés, que será siempre en la historia de Israel la imagen prototipo del profeta, marca también la esperanza de que en el futuro surgirá uno como él, capaz de renovar los signos y prodigios del éxodo (Dt 18,15-18).

El año 585 a.C. constituye el momento culminante de la crisis del pueblo. En un solo momento, la historia de Israel parece tocar fondo y da la impresión de estar acabada. La destrucción del templo, la deportación y el destierro, el hundimiento de la monarquía parecen destruir en un instante las esperanzas de siempre:

La figura de tres profetas: Jeremías, Ezequiel y el- Déutero-Isaías son las únicas voces que surgen y representan una violenta apelación a la esperanza en la salvación, a pesar del sentimiento de desconfianza y del escepticismo más profundo que reina en los ánimos de todo el pueblo. En relación con el cumplimiento de las esperanzas mesiánicas, la mirada se desplaza ahora ulteriormente respecto a la primitiva tradición real. Se empieza a hablar de realización de la promesa, pero no ya en el orden de una descendencia davídica, sino más bien pensando en el pueblo entero (Is 55,1-5).

El Déutero-Isaías es el profeta que nos ofrece más que los otros la imagen más adecuada a la esperanza mesiánica. Partiendo de la propia experiencia vital, invita a mirar más allá de sí mismo para revelar la imagen de un profeta futuro que habría realizado plenamente la misión profética.

Dentro del "libro de la consolación" (Is 40-55) se encuentran cuatro pasajes de elevada poesía, llamados comúnmente los "cantos del siervo de Yhwh". No están todavía de acuerdo los exegetas sobre la subdivisión de estos textos; pero una lectura minimalista, que encuentra una aceptación general, nos presenta el siguiente cuadro:

Primer canto: Is 42,1-4; en este texto se describe la misión del profeta: es un elegido, un "ungido", que ha recibido la misión de anunciar el derecho de Yhwh.

Segundo canto: Is 49,1-6; se describe en él la respuesta del siervo;' la difícil situación histórica en que se encuentra el pueblo hace eco a algunas indicaciones de carácter biográfico.

Tercer canto: Is 50,4-9a; recordando el estilo de las lamentaciones de Jeremías, el siervo expresa aquí su confianza en Dios que lo librará de los sufrimientos.

Cuarto canto: Is 52,13-53,1-2; señala la victoria del siervo. Progresivamente se van revelando los rasgos del sufrimiento del profeta: primero silencioso y dócil, luego cansado y humillado, más tarde maltratado y burlado, y, finalmente, tan desfigurado por el sufrimiento y los ultrajes que m siquiera puede ser reconocido con un rostro humano. Su sufrimiento y su muerte se describen como vicarios, es decir, como soportados en lugar del pueblo, para que la victoria y la salvación puedan llegar de modo definitivo.

La importancia de estos cánticos para la teología se determina por la lectura neotestamentaria que de ellos se hizo. En el intento de explicar el misterio de su propia muerte a la luz del acontecimiento salvífico, el mismo Jesús utilizó la figura del siervo doliente como una peculiar mediación suya de revelación (l Cristología: títulos cristológicos).

d) Mesianismo escatológico. Con la inserción en Israel de la literatura apocalíptica, también la esperanza mesiánica adquiere una nueva mediación.

Las figuras que tienen que expresarla no se derivan ya del terreno de la historia particular del rey, del profeta, del sacerdote o del pueblo, sino de la intervención de Dios mismo. El mesianismo escatológico se refiere, por tanto, a la misericordia de Dios, que ha decidido intervenir finalmente para salvar al pueblo mediante sus propios representantes.

El ángel de Yhwh el mal'k Yhwh (cf Éx 23,22; Núm 22,22-35; Mal 3, 1-2), representa la concreción de la concepción apocalíptica en el período anterior al destierro. El ángel de Yhwh aparece en los textos sagrados bajo dos formas: en algunos casos se identifica con la presencia misma de Dios (p.ej., Gén 16,11; 31,11 (E); Éx 3,2 (J); Núm 22,22-35); otras veces se distingue de él, pero representa a su mediador más cualificado, hasta el punto de que desobedecer al ángel equivale a desobedecer a Yhwh (Ex 23,22).

El segundo ejemplo es la personificación de la sabiduría (Prov 1,2023; Si 24,10), de la que se ofrece una descripción que recoge en sí misma las funciones que eran específicas del rey, del sacerdote y del profeta. En efecto, la sabiduría "predica" y "llama a la conversión" (Prov 20,20-23), actividad típica del profeta; presta su servicio en presencia de Dios (Si 24,10, donde se usa el verbo leitourgein), servicio peculiar del sacerdote; y, finalmente, se la describe como "engendrada", "ungida" por Dios (Prov 8,12-36), como al rey davídico.

La última figura es la del hijo del hombre en la visión de Dan 7,13-14, que encontrará amplio eco en el uso neotestamentario por el hecho de representar la única forma que se encuentra siempre y solamente en labios de Jesús de Nazaret para expresar la claridad de su conciencia mesiánica.

2. JESÚS EL MESÍAS. Estas diferentes concreciones de una única esperanza adquieren de forma especial una nueva vida en tiempos de Jesús. La comunidad de Qumrán representa sin duda un papel particular en su identificación del maestro de justicia con el profeta escatológico de Dt 18,15. Los fariseos y los diversos partidos de la época, por su parte, mantienen viva la esperanza en una liberación más o menos inmediata; no faltan finalmente rasgos de fanatismo que se encarnan en algunos personajes particulares (pensemos en los zelotes con Teudas o en el "egipcio" que se menciona en He 21,37-38).

La euforia religiosa popular, el descontento por la esclavitud romana, la obligación de observar unas leyes dictadas por la cultura pagana, junto con la rabia por el pago de unos impuestos que sólo servían para enriquecer a los extranjeros, son una base suficiente para comprender que la esperanza mesiánica de los tiempos de Jesús asumía las características de una esperanza de liberación de todas estas formas de injusticia.

La espera en un líder político capaz de unir las voluntades de todos en torno a su figura para acabar con la situación de esclavitud y de opresión es por tanto la que se impone como dato de síntesis y clave de comprensión de este momento histórico (! Mesianismo, I).

Es verdad que Jesús no se definió nunca con el título de mesías. En su actitud se palpa siempre una resistencia frente a cualquier fórmula que pueda definirlo con claridad. La expresión hijo del hombre (l Cristología: títulos) es la única que aparece en sus labios y que puede aceptarse como histórica, precisamente por la fluidez de significados que encierra.

Sin embargo, los textos neotestamentarios proponen en varias ocasiones este título, que se va utilizando progresivamente como el nombre propio del maestro. Con este hecho estamos ante un fenómeno de evolución semántica de los más impresionantes: el sentimiento genérico de esperanza se convierte en proclamación precisa de un acontecimiento, que sirve luego de base a una fe, que llega a transformar el adjetivo "Cristo" en un nombre propio, para atribuírselo a una persona histórica: Jesús de Nazaret.

Estos pasos no pueden ser solamente el fruto de la fe de algunos hombres y mujeres. Como hijos de su tiempo, también ellos están ligados a la condición cultural-religiosa del pueblo, y por tanto su concepción mesiánica no podía ir más allá de los limites de una liberación política.

El mesianismo con el que nos pone en relación el NT es, sin embargo, de otra naturaleza: profundamente original y en discontinuidad total con las esperanzas del pueblo.

Con el mesianismo neotestamentario la esperanza genérica de la época se revela, por el contrario, arraigada en la concreción de la palabra de un sujeto histórico, que expresa de forma peculiar su conciencia de ser la intervención definitiva de Dios en medio de su pueblo y el cumplimiento de las promesas del pasado; más aún: con su llegada y con su persona, él mismo afirma que se ha inaugurado el reino mesiánico tan esperado.

A nivel general, la primera impresión que se saca de los evangelios es la profunda discreción a la que está sometido este título. Particularmente en el evangelio de Marcos es posible señalar que en varias ocasiones el mismo Jesús impone silencio a los que quieren profesar su fe en su mesianidad (cf Mc 1,34; 1,43-44; 3,12; 5,43). Es el hecho que se conoce con el nombre de "secreto mesiánico".

El primero en explorar esta pista fue, a comienzos de siglo, W. Wrede (Das Messiasgeheimnis in den Evangelien, Gotinga 1901). Basándose en el texto de Mc 9,9, sostenía que la imposición del silencio sobre la mesianidad de Jesús era una creación de la comunidad primitiva, que de este modo podía justificar tanto su predicación actual como la falta absoluta de conciencia mesiánica en Jesús.

Los estudios posteriores han mostrado la parcialidad de esta tesis y su lectura demasiado radical; entre los autores más representativos se pueden recoger a O. Cullmann y V. Taylor por parte protestante, y a E. Sijdberg y G. Minette de Tillesse por parte católica. Con estos estudios, la temática del secreto mesiánico se ha anclado más en los datos que provienen de la historia de Jesús de Nazaret. De esta manera Jesús quiso proteger y conservar la peculiaridad de la interpretación mesiánica de su mensaje y no someterla a las tergiversaciones de sus contemporáneos.

Es verdad que Marcos, a diferencia de los demás evangelistas, tomó como característica y como estructura literaria particular este secreto mesiánico, pero lo hizo por fidelidad a lo que había señalado el mismo Jesús.

En un nivel más específico, es posible encontrar algunos textos ejemplares que permiten comprender más directamente la conciencia mesiánica expresada por Jesús.

Uno de los textos básicos en este sentido es el logion que refiere Mt 11,2-6 (Lc 7,18-28). El Bautista envía desde la cárcel a sus discípulos a preguntar a Jesús, en términos inequívocos, si era el mesías. La fórmula de la pregunta, que utiliza el participio presente ho erjómenos, refleja una concepción popular de la esperanza mesiánica. Que se trata de esta espera lo confirma toda la predicación de Juan y el tono mismo de su mensaje. En efecto, hablando de su misión, Juan la ve como propedéutica de la de "uno que viene detrás de mí" (Mt 3,11), que tiene en su mano el bieldo para limpiar la era y recoger su trigo en el granero, quemando la paja en el fuego (Mc 3,12 con referencia a Is 41,16 y Jer 15,7).

Así pues, el Bautista pregunta expresamente a Jesús que indique la identidad de su mesianismo: ¿es él el juez escatológico que traerá finalmente la salvación, premiando a los justos y castigando a los pecadores, o será preciso seguir esperando?

La respuesta de Jesús (Mt 11,4-5) sólo en apariencia dala impresión de ser evasiva. En efecto, estamos ante una respuesta clara y evidente dada al Bautista; pero no en la lógica de éste, sino más bien en el horizonte que transforma por completo su concepción mesiánica. La apelación y el recuerdo de las "obras del Cristo" no dejan duda alguna sobre la conciencia de Jesús de que él es el mesías; pero remitiendo a las obras que está realizando señala que su mesianismo se sitúa en otro nivel; no es el castigo y la violencia, sino la misericordia y el perdón lo que caracteriza a su mesianismo.

La inesperada bienaventuranza que concluye la escena confirma esta lectura. Proclamar a uno "dichoso" significa ante todo hacerlo partícipe del reino mesiánico; pero aquí Jesús va más allá. En efecto, le pide al Bautista que no se detenga en su propia concepción mesiánica y que no ponga "escándalo", es decir, tropiezo, en aceptar una nueva modalidad de realización del mesianismo, la que él está encarnando y que es la que quiere el Padre.

Esta perícopa, de clara connotación mesiánica, muestra la evidente toma de posición de Jesús respecto al mesianismo. Él es ciertamente el que tiene que venir", pero realizará el juicio definitivo de Dios de otra manera. La índole arcaica del relato (estamos en presencia de un apotegma), junto con una profunda discontinuidad con la mentalidad de la época, es necesariamente una confirmación de la historicidad del hecho.

Otro ejemplo se nos ofrece en Me 8,27-30: Pedro profesa expresamente en nombre dejos doce la fe mesiánica en Jesús.

Un análisis del texto muestra que ya en el nivel redaccional Marcos parece construir su evangelio de tal manera que progresivamente quiere llegar precisamente a este punto. Toda la primera parte (1,1-8,26) está orientada al versículo 29; y la segunda (8,34-16,20) es una clarificación del mismo.

Todo parece confluir hacia la descripción de la escena de Cesarea de Filipo: un indicio literario muestra que el término jristós sólo se usó anteriormente en 1,1; se encuentran algunos relatos "tipológicos", como las preguntas de Herodes (Mc 6,14-16) y la curación del ciego de Betsaida (8,22-26), que parecen creados intencionalmente para favorecer el paralelismo con esta escena; en una palabra, en este trozo estamos en el centro mismo del evangelio de Marcos.

Jesús.les pregunta a los discípulos qué piensa la gente del Hijo del hombre; después de varias respuestas que manifiestan las diversas esperas de los hombres, Pedro profesa: "Tú eres el Cristo".ampoco en este caso Jesús rechaza el título; pero, según su costumbre (especialmente en Marcos; cf el "secreto mesiánico', impone silencio a los discípulos.

Sin embargo, a partir de entonces su enseñanza, que tenía antes un carácter genérico, se hace precisa, explícita y clara (Mc 8,31). Jesús empieza a hablar del sufrimiento y de la muerte del mesías, imagen que contrasta más todavía si se piensa en el uso de la expresión "hijo del hombre", que recordaba directamente la gloria y el poder del mesías escatológico. Que esta enseñanza fue mal entendida y no aceptada lo demuestra la reacción del mismo Pedro (Mc 8,32-33: un logion ciertamente histórico, dada la reprobación tan dura de Pedro por parte de Jesús, inconcebible para la comunidad primitiva que lo aceptaba y veneraba como al primero de los apóstoles) y el abandono y el miedo de algunos discípulos (Mc 10,32; Jn 6,66).

La escena de fe mesiánica nos ha llegado en la redacción de los cuatro evangelistas (Jn 6,67-70 obtiene cada vez mayor consenso sobre la interpretación de la confesión mesiánica hecha en Cesares, con lo cual tenemos un atestado múltiple), pero puede aceptarse también como una explicación necesaria para explicar muchos datos quede otra manera quedarían en la oscuridad, como el cambio inmediato en la enseñanza de Jesús, las reacciones en contra de los discípulos y el reproche de Pedro. Difícilmente puede dudarse de su historicidad.

Con esta página del evangelio no sólo estamos ante la fe de la comunidad primitiva, sino que asistimos a la revelación del misterio de la persona de Jesús, que se presenta como mesíasglorioso, aunque bajo los rasgos del siervo doliente.

Un último ejemplo que ilustra la conciencia mesiánica en Jesús y la fe en él lo tenemos en los relatos del proceso, que en las diversas redacciones siguen manteniendo el objetivo común: mostrar los motivos de su condenación a muerte (cf Mt 26, 62-65; Mc 14,60-64; Lc 22,67-71; Jn 18,12-40; 19,1-6).

Lo que directamente se refiere a nuestro tema procede del contenido del interrogatorio que sufre Jesús ante el sumo sacerdote: "¿Eres tú el Cristo?" Caifás, impacientado por el largo silencio de Jesús y por la inconsistencia de los diversos testimonios contra él, le plantea tendenciosamente la pregunta sobre su identidad mesiánica.

Si Jesús hubiera respondido afirmativamente, habría orientado a los jefes del pueblo y a los sacerdotes hacia una interpretación política de su mesianismo y éstos habrían podido acusarle entonces fácilmente de amotinar al pueblo contra la autoridad romana; y si hubiera respondido negativamente, se habría desdicho él mismo de su predicación.

El carácter evasivo de la primera parte de la respuesta de Jesús ("tú lo has dicho": Mt 26,64; "si os lo digo, no me vais a creer": Lc 22, 67) queda inmediatamente corregido por la precisión de las palabras posteriores, en las que se anuncia el regreso glorioso del Hijo del hombre ("os declaro que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir sobre las nubes del cielo": Mt 26,64).

En una palabra, el contexto de sufrimiento y de pasión en que se planteó la pregunta no permite confundir el anuncio de la venida gloriosa del mesías ni identificarlo con la perspectiva de un mesianismo político. La unión de dos figuras, como la del hijo del hombre de Dan 7 con la del rey glorioso del salmo 110, mientras que por un lado permite la proclamación del establecimiento del reino mesiánico en la persona de Jesús, por otro identifica claramente la lógica necesaria para la llegada de este reino: la pasión y la muerte vicaria como signo de la obediencia filial al proyecto del Padre.

3. LA FE EN EL MESiAS. La fe de la comunidad pospascual se refirió a unos hechos históricos y sobre todo a la palabra del maestro. Los discípulos "lo habían dejado todo" para seguir al Señor (Mc 10,28), ya que en el encuentro con él, en sus palabras y en su comportamiento, habían visto que se estaba realizando en él la promesa de esperanza en la que desde la infancia habían comenzado a creer.

Es verdad que, como en la lógica de la revelación, el plan de Dios pasaba a través de un camino que no encontraba ningún -otro parecido en su formación; por eso Jesús, en su originalidad y según sus particulares dotes pedagógicas, los fue introduciendo progresivamente para que comprendieran las modalidades de realización de un nuevo mesianismo, el que asumía ahora las características de la universalidad y se abría al compromiso personal en la fe y en el seguimiento.

Jesús de Nazaret mesías indica a la fe cristiana que la salvación se ha dado ya definitivamente en él.

La esperanza en una liberación genérica, fruto de diferentes acontecimientos históricos, se ve sustituida ahora por la certeza que reconoce en Jesús mesías a Dios mismo interviniendo para la salvación de su pueblo.

Pues bien precisamente basándose en la palabra del mesías, la comunidad creyente sigue hasta hoy esperando el cumplimiento de la liberación plena y definitiva. La presencia del mal y de la injusticia provocan al nuevo pueblo mesiánico para que sintonice con su Señor. La certeza de la salvación dada en el acontecimiento del misterio pascual no libra, sino que obliga a cada uno de los creyentes a hacerse instrumento de justicia y de misericordia en donde predomina todavía el mal.

La teología fundamental puede encontrar en el estudio del mesianismo un elemento que, tanto en el plano religioso como simplemente cultural, está compartido por otras expresiones de fe y por otros pueblos en nombre de una esperanza común de justicia y de liberación.

Hay, sin embargo, un elemento específico y propio, al que nunca podrá renunciar la fe cristiana: el del anuncio de la realización histórica ya acontecida del mesianismo en Jesús de Nazaret, por lo que no se dan otros mesías fuera de la unicidad de su _ persona: "Entonces si alguno os dice: `El mesías está aquí o allá', no lo creáis" (Mt 24,23). El mesías ya ha llegado y el reconocimiento de su preseiicia histórica está ahora en aquel pueblo que ininterrumpidamente lo proclama mesías y Señor.

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R. Fisichella