IRENEO
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

El tema ireneano de la revelación va vinculado a Mt 11,27 (Lc 10,22), en pugna con valentinianos y marcionitas. Las páginas de mayor interés figuran en Adversus Haereses IV, 6. Indiquemos según ellas: 1. El planteamiento y exégesis valentinianos; 2. Los planteamientos y exégesis ireneanos.

1. PLANTEAMIENTO Y EXÉGESIS VALENTINIANOS. Ireneo aduce el logion y su sentido obvio, para ofrecer enseguida la exégesis adversaria: "Hi autem qui peritiores Apostolis volunt esse. (=valentiniani) sic describunt: `Nemo cognovit Patrem nisi Filius, nec Filium nisi Pater, et cui voluerit Filius revelare' Et interpretantur quasi a nullo cognitus sit verus Deus ante Domini nostri adventum, et eum Deum qui a prophetis sit annuntiatus dicunt non esse Patrem Christi" (Adv. Haer. IV, 6, 1,9ss; I, 20, 3,39ss).

Ireneo no presenta batalla en las variantes, sino en el sentido que dan sus adversarios al logion. Mientras él (siguiendo a san Justino) ve en el oráculo evangélico la expresión de una economía universal, sin límites de espacio y tiempo, los sectarios urgían el aspecto cronológico de ambos verbos egnd y apokalypsai. Y según eso nadie hasta la predicación de Jesús anunció al Padre.

La letra evangélica por sí sola no parece abonar la postura herética. Marción -que en sana lógica buscaba apoyo en Le 10,22- podía leer en presente, lo mismo que Ireneo y Tertuliano, o con su misma despreocupación para las formas verbales; y, sin embargo, coincidía en buena parte con las gnosis heterodoxas.

Había prejuicios, leyérase el verbo en presente o en aoristo. Entre valentinianos mediaba el significado técnico de los dos verbos. Conocer (ghignóskein, epí) tenía para los nognósticos un alcance obvio. Entre valentinianos, afiliados a la gnosis, adquiría uno muy característico. Dígase lo propio de revelar (apokalyptein), merced al tecnicismo correlativo de conocer.

El logion (Mt 11,27) atribuye al Padre la gnosis del Hijo; silencia su revelación. Asigna en cambio al Hijo la gnosis del Padre y su revelación (a los hombres). La gnosis mutua de Padre e Hijo no tiene por qué ser equívoca. Indica con toda probabilidad el conocimiento intuitivo, perfecto. Falta saber si la. revelación atribuida al Hijo alcanza,, por correlación con la gnosis, la altura del conocimiento que quiere comunicar; y en consecuencia, si a la revelación del Verbo responde en los hombres una gnosis perfecta. Ahora bien, entre los valentinianos, sólo los "pneumáticos" poseen la gnosis perfecta de Dios. Solamente, pues, los espirituales, aptos por naturaleza (fysei) para la gnosis -no los "psíquicos", y menos los "hílicos"- serán capaces de la revelación estricta y plena del salvador.

El logion resulta según eso equívoco. Ambos verbos (conocer y revelar), en el sentido más estricto, se aplican únicamente el mensaje del salvador para los "pneumáticos". Entre éstos, el conocimiento divino, correlativo a la revelación de Jesús, alcanza el mismo nivel que la gnosis del Padre por el Hijo, o del Hijo por el Padre. La misma familiaridad (oikeiótes) que une a Jesús con Dios, a los espirituales con Jesús.

Ireneo registra los. verbos evangélicos, pero no denuncia el tecnicismo valentiniano. No causa ninguna extrañeza que piense de ordinario en la mediación del Verbo encarnado, y no en la del simple-Logos. La soteriólogía angélica no entra en su horizonte. Le interesa la salvación del hombre mediante el Hijo hecho hombre.

Extraña que jamás aplique a los verbos (cognoscere, revelare) el sentido fuerte que le daban los valentinianos. Situado en los antípodas de los herejes, hace incluso dudar de si, según él, hay posibilidad en el hombre de una gnosis perfecta. Los valentinianos creían poseer ya en este mundo, a partir de la iluminación, una ciencia cabal de los misterios de Dios; adecuada al menos a la gnosis del Hijo. Ireneo, no contento con negarla aquí abajo por arbitraria, parece descubrir en la futura ciencia de los santos un conocimiento indefinidamente perfectible. Aun en la otra vida, Dios tendrá siempre misterios que comunicar, y el hombre que recibir. La gnosis, compatible entonces con la fe y la esperanza, j amás será en absoluto perfecta ni podrá medirse con la de Dios.

Heredera de, la tradición apostólica, la Iglesia es incapaz de resolver todas las cuestiones que plantean las Escrituras. Aun en el siglo futuro, en presencia de Dios, habrá cosas que aprender. Dios es siempre maestro; el hombre, siempre discípulo.

 "De las cosas sometidas a examen en las Escrituras -(pues) todas las Escrituras son espirituales-, algunas las resolvemos por gracia de Dios, y otras se las encomendamos a Dios: y no sólo en este siglo, sino aun en el futuro, de suerte que siempre enseñe Dios, y aprenda siempre el hombre las cosas que vienen de Dios" (Adv: Haer. II, 28, 3,59ss).

Lo ratifica el apóstol (fCor 13,913): "Destruidas las demás partes, perseveran entonces éstas, a saber: la fe, la esperanza, la caridad. Porque la fe en nuestro maestro perdura siempre firme. Él nos asevera que es el único verdadero Dios; y que le amemos siempre por ser él único Padre, y esperemos recibir después- algo más y aprender de Dios, pues es bueno y posee riquezas interminables, reino sin fin y doctrina que aprender sin medida" (Adv. Haer. II, 28, 3,65ss).

Destruido en la otra vida lo imperfecto, persevera lo perfecto: fe, esperanza y caridad (cf ICor 13,13). La fe, porque se consolidará nuestra fe en el maestro, único verdadero Dios. El amor: le tendremos siempre como a solo Padre. La esperanza: tendremos siempre algo que recibir y aprender de Dios. Bueno corno es, posee riquezas inagotables, reino sin fin, disciplina (o magisterio) sin medida ni término.

Para los valentinianos, la gnosis habida ya en este mundo desaloja la fe y la esperanza. Para Ireneo, ni siquiera la gnosis del otro inundo, otorgada al hombre como "salus carnis", desaloja la fe. El hombre contemplará de hito en hito al Creador; la contemplación nutrirá su fe en él, como único verdadero Dios_y fuente de verdades sin término. La vista del Creador alimentará la esperanza del hombre, descubriéndole interminables riquezas, sólo eternamente asequibles.

Gnosis y pistis irán, para Ireneo, juntas, como elpís y agape: testimonio de la infinita distancia entre el maestro Dios y el hombre discípulo.

Los valentinianos, llenos de necia hinchazón, se lisonjean de conocer ya aquí los misterios de Dios. El Hijo afirmó que al Padre tocaba saber el día y hora del juicio. Discípulos superiores al maestro, los "espirituales" entienden el modo de la procesión del Verbo, el tiempo y modo de la creación de la materia, la razón por la que unos ángeles transgredieron y otros no (cf Adv. Haer. II, 28,6-7). Da la impresión de que la gnosis recibida del salvador los iguala de golpe al maestro Cristo y al propio Dios.

Según Ireneo, la gnosis, sin caridad, es vana. Sólo la caridad confiere y sella la perfección (cf Adv. Haer. IV, 12, 2,36ss). La gnosis misma, en el grado sumo de intuición, se ordena a la caridad. Porque "de mayor precio es la caridad que la gnosis" (ib, IV, 33, 8,146ss). En vez de erigirse ésta como "cima y corona de la regla" cristiana, con autonomía sobre la feesperanza-caridad, según quieren los sectarios, ha de sumarse humildemente a la pistis y someterse a la caridad, reina del cristiano, en este mundo y en el futuro.

El logion, en la pluma de Ireneo, exalta el conocimiento humilde y amoroso de fe. No el perfecto, definitivo, de unos privilegiados. La gnosis pistis se ofrece a todos,'y reserva sus tesoros para cuando se revele directamente al Hijo, que es gnosis personal del Padre. La agnición del Hijo y del Padre, por acatamiento libre al testimonio del salvador, es gnosis como ciencia auténtica de Dios, y pisos como ciencia condicionada por el régimen actual de salvación.

2. PLANTEAMIENTOS Y EXÉGESIS IRENEANOS. Dios envió a su Logos unigénito al mundo para la humana salvación. La revelación del Hijo, humana por su destino a los hombres, lo es también por el medio escogido; la encarnación, suprema "apocalipsis" de Dios al hombre (cf Adv. Raer. IV, 6,3,40ss). Dios, inenarrable, es irrevelable a todos menos a su Hijo. Tres cosas se requieren para que nos lo revele el Logos: a) que él personalmente, en cualquier estado, conozca al Padre incognoscible; b) que al incognoscible e irrevelable le haga en sí =en la persona del Hijo- revelable; c) que le haga además humanamente revelable a los hombres.

La primera no ofrece dificultad. La segunda: en virtud de la "inenarrable" generación divina del Logos, el infinito se circunscribe en la persona del Hijo, imagen y medida sustancial del Padre. La tercera: fruto de la divina generación, el Logos es también humanamente engendrable para la salvación de los hombres.

Hay, pues, en el Hijo dos revelaciones (sustanciales). del Padre a los hombres: las dos generaciones, divina y humana.

Asimismo hay dos revelaciones del Hijo a los hombres; la creación y la manifestación salvífica. La sola creación es preliminar a la manifestación saludable.

Los sectarios coincidían con Ireneo en hacer la filiación natural de Dios el único radical título para conocer al Padre. Sin Dios nadie llega a Dios. Ni sin e1 Hijo al Padre, ni sin el Padre al Hijo. Sectarios: sin naturaleza o linaje divino nadie es llamado por el Hijo a la posesión del Padre. Eclesiásticos: sin vocación (y libre respuesta de fe) divina nadie llega por medio del Hijo a Dios. Los valentinianos presuponen la consustancialidad divina del individuo antes de la revelación del Hijo. Ireneo reclama sólo del individuo que sea libre para responder meritoriamente al mensaje del Logos.

"Et ad hoc Filium revelavit Pater ut per eum omnibus manifestetur, et eos quidem qui credunt ei juste in incorruptelam et in aeternum refrigerium recipiat -credere autem ei est facere ejus voluntatem- eos autem qui non credunt et propter hoc fugiunt lumen ejus in tenebras quas ipsi sibi elegerunt juste recludet" (Adv. Haer. IV, 6, 5,77ss).

He ahí el origen de la economía de la salvación. Quiso el Padre darse á conocer a los hombres. No pudiendo hacerlo personalmente, hubo de mediar el Hijo. Tampoco era factible revelar el Hijo a los hombres -con eficacia bastante para elevarlos a la salvación (de la carne)- si primero no le hacía infante con el infante (hombre con el hombre). Envióle, pues, al seno de la Virgen para -encarnado y nacido de ella-darse a conocer al mundo, disponiéndole (en la humana carne) a la visión.

La revelación del Hijo encarnado, por sí sola, era insuficiente. A la revelación debía responder la fe. Había que aceptar como auténtico el testimonio de Jesús, reconociendo en él al Logos unigénito del Padre.

Ireneo no se detiene a declarar los signos de la filiación divina de Jesús, las pruebas de su misión por el Padre. Son suficientes para obligar a creer en su persona y en su testimonio: ofrecen a todos opción para -mediante la fe-- subir a la incorruptela y descanso con el Padre, y por lo contrario -sin fe- apartarse definitivamente-de él.

Podría uno justamente no seguir al Logos, si Dios no se lo hubiera hecho a todos asequible. Quien escatima los medios indispensables para el conocimiento de la propia voluntad, ¿puede en justicia exigir su cumplimiento? Dios ofreció a todos los medios necesarios: enviándoles a su. Hijo, sin excluir a nadie de su conocimiento; hecho a todos visible -Con las logofanías o mediante la encarnación- (ef Adv. Haer. IV, 6, 5,83ss).

Los judíos no le dieron fe, y se perdieron por su culpa. Tuvieron los medios para creer. Vieron lo que todos, y oyeron lo que los demás. ¿Contemplaron todos -como los judíos contemporáneos de Jesús- al Logqs hecho hombre, y oyeron el mensaje de revelación que traía del Padre? Está claro que no. Pero, aunque Dios no le hizo igualmente visible a todos, se lo hizo asequible en. una medida suficiente para llevarlos a la fe.

Esto nos lleva a considerar las formas de revelación del Verbo. Escribe Ireneo: "Pues el Verbo revela al Dios creador mediante la creación misma; y al Señor, demiurgo del mundo (lo revela) por medio del mundo; y el artífice que plasmó (al hombre) -por medio del plasma; y al Padre que engendró al Hijo (lo revela) mediante el Hijo. Y estas cosas las afirman todos entre sí parecidamente, mas no las creen por igual. Igualmente el Verbo anunciábase a sí, y al Padre por medio de la ley y los profetas; todo el pueblo (lo) oyó parecidámente, mas no todos (le) creyeron por igual" (Adv. Haer. IV, 6, 6,88ss).

He aquí varios modos universales de revelación. En todos ellos el Logos revela al Padre; mas no por igual ni conforme a un mismo aspecto. Son revelaciones múltiples (y saludables) del único Verbo de Dios.

Una es la creación. Por haber creado Dios Padre la materia amorfa, el Logos revela mediante la creación primera a Dios. A esta primera revelación responde el hombre, como conviene, por la sola fe: acoge saludablemente el lenguaje del Verba a través de la creación, para subir al Padre.

Otra revelación es el mundo, la ,materia fabricada (= creación segunda). Por su medio llega el hombre al "fabricador del mundo", es decir, al Logos Señor. A diferencia de la revelación per conditionem (= mediante la creación primera), en que se sube de la sustancia de la materia (o materia informe) a Dios Padre, autor; en ésta per mundum (= mediante la creación segunda o demiurgía) se llega al demiurgo Logos.

Tercera forma de revelación es el plasma o cuerpo del hombre. El misterio del plasma, modelado a imagen y semejanza de. Dios, no se descubre con la simple mirada. Se requiere especial revelación del, Logos para entender la dimensión ivina del,cuerpo humano y subir de él al Padre, que compromete al Hijo y ; al Espíritu Santo para su continua formación.

Cuarta y última forma de revelación: el Verbo hecho carne ("per Filium'~. Su novedad no está en la filiación natural divina, del. Lqgos, sino en la filiación (personal) ..del plasma humano (en Cristo)., El Hijo del hombre es Hijo de Dios. .A través de la creación, del mundo y Jel:cuerpo humano ha de penetrar la fe hasta la persona del Hijo, que vive en el seno del Padre, y descubrir en la vida de Jesús el misterio inenarrable del Dios supremo. Nadie con los solos sentidos descubre en Jesús la revelación de Dios. .Se requiere la revelación del Logos. El mismo que manifiesta el sacramento de la creación obra del Padre, del mundo obra del Verbo, y del humano plasma tarea conjunta del Padre con sus dos manos divinas, revela el misterio de la forma servil adoptada por el Hijo para manifestarse a los hombres y anunciar al Padre.

Las cuatro formas de revelación, comunes como sonsa todos e igualmente sensibles, debieran conducir, sin distinción, al conocimiento salvífico de Dios. Pero fundadas en la fe, humanamente actuables sólo por libre reconocimiento, no se imponen. Unos aceptan la revelación y otros no.

La forma per ipsam conditionem no halló igual acogida entre los hombres; a pesar de haberse extendido a todos. Dígase otro~tanto de las formas per mundum, per plasma y per Filium. La historia de Jesús lo demuestra: sólo los creyentes acogieron la revelación del Logos encarnado.

"Et haec omnes similiter quidem colloquuntur, non autem similiter credunt" (Adv. Haer. IV, 6, 6,91ss). Todos -herejes y eclesiásticos- emplean iguales términos, como si todos subieran igualmente "mediante la creación" al autor del universo, " mediante el mundo" a su demiurgo y "mediante el cuerpo humano" a su artífice. Pero no es así. Los herejes, por los tres caminos de revelación, llegan hasta el demiurgo animal, sin dar con el Logos dé Dios ni descubrir su mediación. Les falta la disposición humilde y amorosa para reconocer la palabra de verdad. Con decir externamente lo mismo, no creen igual, porque, a la postre, no creen.

Buenos y malos, creyentes e incrédulos, testimoniaban los milagros y enseñanzas de Jesús. Hasta los demonios atestiguaban en él al Hijo de Dios. Acordes todos en ver, oír y aun proclamar de palabra al Hijo de Dios, y por su medio al Padre, no todos creyeron en el Logos ni en el Padre hecho visible en él. No reconocieron al Hijo y al Padre, según conviene (saludablemente); no aceptaron, en orden a la salvación, la revelación de ambos mediante el Verbo.

Nadie llamó "Dios" a Jesús en forma directa. Muchos le llamaban en genitivo "Dios". Dos ejemplos aduce Ireneo, poniéndolos en boca-del diablo o de los demonios: "Santo dé Dios, Hijo de Dios': La denominación "Dios" aplicada en genitivo a Jesús era la mejor prueba de que hasta los demonios confesaban a ambos: a Dios (Padre) y al Hijo:

"Et propter hoc omnes Christum loquebantur praesente eo, et Deum nominabant. Sed et daemones videntes Filium dicebant (Mc 1,24; Lc 4 34):'Scimus te qui es, Sanctus Dei'. Et temptans diabolus videns eum dicebat (Mt 4, 3; Le 4,3): `Si tu es Filius Dei', omnibus quidem videntibus et loquentibus Filium et Patrem, non autem omnibus credentibus" (Adv. Haer. IV, 6, 6,100ss).

En paráfrasis: por eso todos, aún los demonios, a raíz de su presencia en carne, no sólo le confesaban oralmente ("loquebantur") por el Cristo, sino que al llamarle Hijo de Dios nombraban juntamente a su Padre.

El testimonio diabólico adquiere singular relieve contra algunos errores. Confirma; en boca nada sospechosa, la verdad anunciada por Cristo. Condena el fanatismo de quienes se niegan a profesar lo que hasta los demonios abiertamente afirmaban ante la evidencia de los hechos (cf Adv. Haer. IV, 6, 7,107ss).

Evidencia contra los judíos la facilidad con que habrían llegado, a raíz de la encarnación del Logos; al conocimiento (saludable) del Padre y del Hijo.

Parecida acusación valdría contra los valentinianos. Habían éstos gratuitamente inventado la distinción de personas entre el unigénito Hijo de Dios y el Cristo carnal. Los hechos decían otra cosa. No había uno que hablaba (= el Cristo carnal), y otro (=él unigénito), conocido del Padre,-lo conocía a su vez para revelárselo a los espirituales. Uno mismo, verdadero Dios y verdadero hombre, conocía y revelaba: el unigénito hecho hombre y venido para revelar al Padre.

Entendemos ahora algunos perfiles. El logion (Mt 11,27; Le 10,22) alude a una revelación saludable. El Hijo revela al Padre a quienes lo oyen en fe. La revelación (saludable) del Logos no requiere que el medio objetivo del conocimiento esté vinculado a Dios por el mismo género de causalidad. La creación, el mundo, el hombre vienen de Dios de manera muy distinta a como el Hijo viene de él. La revelación del Logos no trata de suplir en lo físico el orden causal, como si el medio objetivo no se bastara físicamente para manifestar a Dios: trata únicamente de suplir, para efectos sobrenaturales, lo que el conocimiento físico no da. Deja la verdad objetiva en lo que es pero la hace objeto de conocimiento de fe.

Se comprende asimismo la disposición que reclama Ireneo entre los propios gentiles. El Verbo no puede revelar la noticia (salvadora) de Dios mientras tropiece con un ánimo dominado por la idolatría y las.concupiscencias. El testimonio de un Epicuro sobre la existencia de Dios no entra en el horizonte ireneano. Por su régimen disoluto de vida era incapaz de un conocimiento "saludable".

Ireneo jamás habló de conocimiento "natural" y "sobrenatural". Tal vocabulario es ajeno al siglo II. No así la realidad. La distinción entre la noticia natural (de sola razón) y sobrenatural (de fe), lejos de ser "quoad rem" prematura en san Ireneo, traía historia. Estaba la distinción valentiniana de los dos órdenes ("psíquico" y "pneumático") y la de los teólogos paganos entre el conocimiento de la sola existencia (de Dios) y el de la esencia, con las dos vías físicas (resp. cósmica) y divina (=espiritual, "secundum cognationem'~. La antítesis entre el conocimiento no-saludable de paganos, judíos incrédulos, espíritus malignos, y el de fe positivamente otorgado por el Verbo recuerda asimismo nuestra moderna distinción natural/ sobrenatural.

Ireneo tiene sus fórmulas predilectas. Una de ellas contrapone los conocimientos secundum magnitudinem/secundum dilectionem (cf Adv. Haer. IV, 20, l,lss; IV, 20, 4,72ss). Si la majestad divina es invisible e inasequible, el amor infinito la hace asequible al hombre.

"Según la magnitud no hay modo de conocer a Dios; resulta imposible medir al Padre. Empero, según el amor -éste nos lleva mediante su Logos a Dios- con docilidad a él aprendemos siempre (antes y después de Cristo) que existe tan gran Dios y es él quien por sí estableció y eligió y adornó y contiene todas las cosas" (Adv. Haer. IV 20, 1 lss).

Dios no muda. Salva el abismo infinito entre lo incognoscible suyo y el humano intelecto gracias al amor o benignidad inmensa con que a todos invita, aunque indignos, al convite de bodas (cf Adv. Haer. IV, 36, 5-6).

La benignidad o el amor no explican por sí solos el conocimiento de Dios por el hombre. Indican sólo el título inicial de la economía de la salvación orientada hacia la gnosis de Dios.

El medio o formas de conocimiento arrancan, como la dispensación de toda la salvación, del amor gratuito de Dios al hombre; mas no se confunden con él. El hombre jamás conocerá a Dios mediante el .amor, como por medio cognoscitivo; le conocerá mediante el Verbo, su Hijo, expresión visible del invisible.

La complejidad de aspectos en torno a la revelación, que apunta Ireneo sin salir de la exégesis de Mt 11,27 (Lc 10,22), responde a contrario a la doctrina de sus grandes adversarios, en particular a los valentinianos.

Una es, según éstos, la gnoseología del demiurgo psíquico, y otra la del Dios Espíritu. El logion evangélico se limita a la revelación (o conocimiento) del Dios Espíritu. La mediación del Verbo no afecta al conocimiento del Creador. Por un camino se llega al dios carnal, y por otro al Dios Espíritu.

Frente a los valentinianos, urge Ireneo la identidad demiurgo = Dios Espíritu, la unicidad de la economía del Antiguo y Nuevo Testamento y la mediación del Verbo para llegar al conocimiento salvífico del hombre.

Por ser uno el Dios de ambos Testamentos, uno el Logos unigénito del Creador y Padre, uno el plasma llamado a la salvación en virtud de la gnosis de Dios, una la economía que preside la historia del hombre antes y después de Cristo, no hay por qué multiplicar los caminos de la salvación: gnosis para las "espirituales" y pistis para los "psíquicos"; ni distinguir, según los vanos linajes humanos, las formas de revelación: al margen del Logos, en el AT; mediante el Logos, en el Nuevo.

La economía de la salvación, común a ambos Testamentos, arranca del amor y benignidad del Creador, del cual provienen las cuatro principales formas de revelación del Logos: la creación, el mundo, el plasma y el Hijo (= Verbo encarnado). Tan necesaria es la mediación del Logos para entender las tres formas primeras de revelación como la última.

BIBL.: Houssmu, A., L éxégése de Matthieu XI, 17b selon saint Irénée, en "Ephemerides Theologicae Lovanienses"26 (1953) 328-354; La Christologie de saint Irénée, Lovaina 1955, 7273; LucKHnaT R., Matthew 11,27 in the "Contra Haereses"of Saint Irenaeus, en "Revue de 1'Université d'Ottawa" 23 (1953) 65'-79'; OCHAGAvtn J., Visibile Patris Filius, Roma 1964, 62-69; Escown L., Saint Irénée et la connaissance naturelle de Dieu, en "Rev. des Scienc. Relig. Strasbourg" 20 (1940) 252-270; LEBRETON, J., La connaissance de Dieu chez saint Irénée, en "Rech. Sc. Reí." 16 (1926) 38506, y los dos artículos míos a que remito al lector: San Ireneo y el conocimiento natural de Dios, en "Gregorianum" 47 (1966) 441-471; 710-747; La revelación del Hijo por el Padre según san Ireneo (Adv. Haer. IV, 6), en "Gregorianum" 51 (1970) 5-83.

A. Orbe