UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
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SUMARIO: I. El problema del sufrimiento y de la muerte. II. La actividad taumatúrgica de Jesús y de los apóstoles. III. El texto de Santiago sobre la unción de los enfermos: 1. Fe y curación; 2. La unción en la tradición bíblica; 3. Unción y oración; 4. Los efectos de la unción sagrada; 5. Dimensión sacramental de la unción de los enfermos.


I. EL PROBLEMA DEL SUFRIMIENTO Y DE LA MUERTE. Hay un problema que desafía desde siempre no sólo a la inteligencia humana, sino a la misma fe, y es el problema de la enfermedad, del dolor y de su término inevitable, la / muerte [/ Mal; /
Dolor].

La razón encuentra en ello motivo de escándalo; porque, en un mundo lleno de orden, de armonía y de sentido, el dolor, y sobre todo la muerte, interviene como elemento de perturbación y no parece justificar otra actitud que la rebeldía ante algo absurdo e irracional, o la aquiescencia fatalista a un límite insalvable de nuestro ser humano, tanto más irritante cuanto más la ciencia parece en el presente encaminada hacia la superación de todas las barreras de lo cognoscible.

La fe pura encuentra en ello un motivo de turbación, porque todo ello parece empañar la imagen del Dios bueno y amigo del hombre, justo en sus juicios, que no hace sufrir a sus hijos, amante de la vida y no de la muerte. El caso de / Job es ejemplo de cómo también para un creyente, no dispuesto en modo alguno a poner en duda su fe, el problema del dolor suscita dificultades y hasta rebeldía: no es fácil describir al Dios que permite el dolor y la muerte y que no ha librado de ella ni siquiera a su Hijo: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,39).

Sin embargo, justamente la experiencia de Cristo nos revela el sentido del dolor y de la muerte, porque en él estos acontecimientos trágicos se convierten en instrumento no sólo de salvación, sino de sublimación de las energías interiores del hombre y de entrega total a Dios. Jesús no ha querido salvarnos permaneciendo fuera de nuestra condición de sufrimiento, sino que se sumergió en ella hasta beber sus últimas heces, para decirnos que, aunque es un límite, el sufrimiento y la muerte no son algo "irracional"; son más bien la consecuencia del t pecado y del desorden introducidos por el hombre en el mundo, de los que él puede rescatarse siguiendo el ejemplo de Cristo y en virtud de su muerte y su / resurrección.

Después de haber pasado Cristo a través del sufrimiento y la muerte, también para el creyente adquieren no sólo su significado de prueba y de purificación, sino el de certeza de victoria, tanto sobre el pecado, que es su causa, como sobre sus nefastas consecuencias.

II. LA ACTIVIDAD TAUMATÚRGICA DE JESÚS Y DE LOS APÓSTOLES. Sobre este fondo hay que considerar la actividad taumatúrgica de Jesús, que cura todo tipo de enfermedad y hasta resucita a los muertos. Y este mismo poder lo confiere a sus discípulos: "Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, echad a los demonios; gratis lo habéis recibido, dadlo gratis" (Mt 10,8).

Es la afirmación y la demostración de que el reino de Dios está ya actuando en la historia, porque la enfermedad y la muerte están finalmente vencidas, aunque sólo en parte y como prefiguración de la restauración final, cuando "no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni pena, porque el primer mundo ha desaparecido" (Ap 21,4). En espera de ello, el cristiano, dentro incluso de los aprietos del dolor y la muerte, sabe darles un sentido de purificación del pecado y de mayor confianza en el Señor, sin dejarse abatir interiormente, como si estuviera para ser tragado por el abismo de la nada. Su modelo seguirá siendo siempre Cristo, el cual "encomienda en las manos del Padre" su espíritu (Lc 23,46).

Esto no significa que el creyente, precisamente en los momentos agudos del sufrimiento y en el peligro ante la muerte, no sienta el vértigo del extravío, incluso del miedo y de las vacilaciones de la fe; por lo cual tiene entonces más necesidad de la ayuda de toda la comunidad.

III. EL TEXTO DE SANTIAGO SOBRE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS. Teniendo presente esta situación, se comprende mejor el pasaje de la carta de Santiago, en el cual se exhorta no sólo a orar por el hermano que cae enfermo, sino a realizar un rito particular de "unción" a fin de ayudarle en sus dificultades físicas y espirituales: "¿Está afligido alguno de vosotros? Que rece. ¿Está alegre? Que cante. ¿Está enfermo? Que llame a los presbíteros de la Iglesia para que recen por él y lo unjan con aceite en nombre del Señor. Y la oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido. Confesaos los pecados unos a otros, para que os curéis. La oración fervorosa del justo tiene un gran poder" (Sant 5,13-16).

El autor debe referir aquí una práctica muy conocida en la Iglesia antigua, y por eso no se demora en describir sus particulares, algunos de los cuales puede ser que se nos escapen; en todo caso, no se nos escapa el conjunto de gestos y de oraciones hechos "en el nombre del Señor" por los responsables de la comunidad para ayudar al enfermo.

1. FE Y CURACIÓN. El uso del aceite para curar lo encontramos ya en los evangelios. De los apóstoles, enviados para una primera experiencia de predicación, se dice que "se fueron a predicar que se convirtieran; echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,13).

Evidentemente, hay que tener presente todo el conjunto del cuadro: no es sólo el ungir con aceite lo que cura, como si se tratase de una medicina mágica, sino sobre todo la aceptación del anuncio salvífico del evangelio. Ya hemos visto cómo, en la perspectiva bíblica, material y espiritual, sufrimiento y pecado se mezclan entre sí. Siguiendo el ejemplo de Cristo, también los apóstoles se preocupan del hombre concreto, que es espíritu y cuerpo al mismo tiempo: el reino de Dios ha de realizarse en todas las dimensiones del vivir, y también del sufrir humano. La unción de los enfermos hecha por los apóstoles con aceite es un gesto simbólico que quizá quiere expresar como una especie de endulzamiento de la enfermedad, la cual de hecho, si desaparecía, era sólo en virtud del poder recibido de Cristo y del anuncio del evangelio.

2. LA UNCIÓN EN LA TRADICIÓN BÍBLICA. Realmente, el aceite tiene en la tradición bíblica una gran importancia: no era solamente signo de alegría, de riqueza, de felicidad (Sal 23,5; 104,15; 133,2; Miq 6,15, etc.), sino que se lo consideraba también como una medicina capaz de devolver la salud o de aliviar los dolores (Is 1,6; Lc 10,34) y de dar fuerza.

Justamente por estas cualidades, el que era ungido con aceite era capaz de realizar cosas extraordinarias: piénsese en la unción de Saúl como rey (1Sam 10,1-6), en la de David (1Sam 16,13; 2Sam 23,1-2) o en el mesías: "El espíritu del Señor Dios está en mí, porque el Señor me ha ungido" (Is 61,1; Lc 4,18-19). La unción es como el vehículo del Espíritu de Dios, que reviste de la fuerza necesaria a las personas que el Señor ha elegido para que correspondan a la vocación a la cual los llama.

Justamente con referencia al Espíritu habla san Juan por dos veces de una "unción" jrisma) que el cristiano ha recibido y que le permite distinguir la verdadera doctrina de la falsa: "Vosotros, sin embargo, habéis recibido la unción que viene del Santo, y todos tenéis conocimiento" (Un 2,20; cf 2,27). Aunque sin excluir una referencia al / bautismo, aquí se trataría sobre todo del Espíritu Santo (recibido también a través de aquel sacramento), el cual introduce al fiel "en toda la verdad" (cf Jn 14,26; 15,26; 16,13-14) y le da la fuerza de vivir según el evangelio [/ Confirmación; / Imposición de las manos].

3. UNCIÓN Y ORACIÓN. A la luz de lo que acabamos de decir resulta mucho más claro el párrafo de Santiago antes citado. Ante todo, es evidente el contexto de fe en que se mueve todo el discurso: predomina la oración, tanto de alabanza como de súplica. El caso examinado es el de un enfermo (asthenéin = estar enfermo) que puede disponer con plena responsabilidad de sí mismo, y por ello manda llamar a "los presbíteros" de la Iglesia.

Se los llama en cuanto "jefes" de la comunidad, en su condición de responsables de un determinado grupo de creyentes. Pues con el nombre de "presbíteros", en el lenguaje del NT, se designa a los jefes espirituales de las varias comunidades (cf He 11,30; 14,23; 15,2.4.6.22.23; 20,17; lTim 5,1.2.17.19; Tit 1,5; IPe 3,1.5, etc.).

Ellos deben realizar sobre el enfermo una "unción" sagrada, según el ejemplo de los apóstoles que hemos recordado, junto con la oración: "Que llame a los presbíteros de la Iglesia para que recen por él y lo unjan con aceite en nombre del Señor" (v. 14). La última expresión no debería referirse simplemente a la invocación del nombre del "Señor", que es aquí ciertamente Jesús, como si se tratase de una fórmula mágica. Sin excluir la invocación del nombre de Jesús, la expresión debería indicar más bien la fuente de la que los presbíteros sacan su "poder" de curación y de salud, sea física o espiritual, tal como de hecho se desprende del contexto, a saber: el poder de Cristo resucitado: el término "Señor" (Kyrios) remite, en efecto, al Cristo glorioso.

No hay que olvidar las últimas palabras del Resucitado a los apóstoles: "A los que crean les acompañarán estos prodigios: en mi nombre echarán los demonios..., pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc 16,17-18). El rito litúrgico, compuesto de la unción sagrada y de la oración de los presbíteros, a fin de cuentas no es más que la institucionalización de este último mandato de Jesús a sus discípulos.

4. Los EFECTOS DE LA UNCIÓN SAGRADA. Después de describir el desarrollo del rito litúrgico, se describen sus efectos, que se han de considerar unitariamente en el doble aspecto material y espiritual, por la intrincada relación entre cuerpo y espíritu, entre salvación física y salvación espiritual, que hemos recordado al principio: "Y la oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido" (5,15).

Nótese que el autor insiste en la dimensión de la fe ("la oración hecha con fe"), como para subrayar que todo adquiere valor en la dimensión de la fe. No se trata de un rito mágico ni de una escenificación que puede ejercer influjo benéfico psicológico: la sagrada "unción", unida a la oración de "fe" de toda la comunidad, expresada por los "presbíteros", tiene por virtud divina el poder de "salvar" al enfermo.

La primera salvación va justamente al cuerpo, como lo dice claramente el texto: "Y la oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo restablecerá': Este último verbo debe referirse al alzarse del lecho donde se consideraba que yacía antes el enfermo (kámnonta literalmente: yacente en el lecho, extendido). La segunda salvación es la liberación del pecado, si el enfermo se encuentra en esa condición: "Le serán perdonados los pecados que haya cometido". Y ello por la relación indefectible que la Biblia ve entre enfermedad y pecado, considerando la primera como efecto del segundo, no tanto en cada uno de los casos particulares„ sino como situación general de la humanidad: "Por el pecado entró en el mundo la muerte" (cf Rom 5,12).

Todo lo que hemos dicho no significa que la unción sagrada haya de producir "siempre" todos los efectos que hemos recordado; la voluntad de Dios, de la cual dependen nuestra vida y nuestra muerte, puede disponer también las cosas diversamente. Ello no quita valor al rito de la sagrada unción, porque tendrá siempre como resultado purificar nuestro espíritu del pecado y hacernos dóciles al querer de Dios, de modo que aceptemos el sufrimiento y la misma muerte como ofrenda suprema de amor al Señor, igual que lo hizo Jesús en la cruz.

De esa manera no padecemos la muerte, sino que somos protagonistas de ella y la convertimos en un acto de vida, rescatándonos de su miedo y también de un sentido de rebeldía ante lo que aparentemente parece ser sólo un fracaso y la derrota de nuestra experiencia humana.

5. DIMENSIÓN SACRAMENTAL DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS. El sacramento constituye, pues, "un remedio para el cuerpo y para el espíritu de todo cristiano, cuyo estado de salud se ve seriamente comprometido por enfermedad o vejez. Los dos elementos —corporal y espiritual— están por su naturaleza siempre unidos y han de tenerse presentes si se quiere comprender el signo y la gracia de la unción de los enfermos. Pues la enfermedad física agrava la fragilidad espiritual propia de todo cristiano, y podría llevarlo, sin una gracia especial del Señor, a cerrarse egoístamente en sí mismo, a rebelarse contra la providencia y hasta a la desesperación" (CEI, Evangelizzazione e sacramento dell'unzione degli infermi, 1974, n. 140).

De acuerdo con el texto bíblico, no hemos hablado nunca de sacramento, excepto en la última cita; hemos preferido hablar de rito litúrgico de la unción. Pero, en realidad, tenemos todos los elementos que constituyen un verdadero y auténtico "sacramento": ministros (los presbíteros), destinatarios (los enfermos), el rito constituido por elementos materiales (unción) y espirituales (la oración), efectos que conseguir (restitución de la salud y remisión de los pecados) y el presupuesto de todo sacramento (la fe).

Por eso con razón el concilio de Trento, en contra de los protestantes, estableció que se trata de un verdadero y auténtico sacramento "instituido por Cristo nuestro Señor (cf Mc 6,13) y promulgado por el bienaventurado Santiago apóstol" (Sant 5,14), y no de un mero rito recibido de la tradición de los padres o de una invención humana (cf DS 1716).

No nos interesa aquí entrar en sutiles disquisiciones teológicas. Sólo queremos recordar la urgencia de descubrir el significado profundo del sacramento de la unción de los enfermos, que nos ayuda a redescubrir no sólo el sentido de la enfermedad y de la muerte en un tiempo en el que se tiende a trivializar o simplemente a biologizar estos hechos traumatizantes, sino también la misión de Cristo, "médico" de los cuerpos y de los espíritus, como nos lo presenta el evangelio.

Por tanto, un sacramento que hay que evangelizar más para vivir con mayor serenidad nuestro sufrimiento y también nuestra muerte.

BIBL.: Sobre la noción bíblica de la "enfermedad", ver: BERTRAGS A., Il dolore nella Bibbia, Ed. Paoline, 1967; CRESPY G., Maladie et guérison dares le NT, en "Lumiére et Vie" (1968) 45-69; GIBLEr J., GRELOT P., Malattia-Guarigione, en Diz. di Teol. Biblica, Marietti, Turín 1965, 545-550; GRABER F., MOLLER D., iáomai, en DTNT IV, Sígueme, Salamanca 1980, 138-141; LINK H.-G., asthenes (debilidad), en DTNT II, 9-11; LACE F., Jesús ante los enfermos, en "Rev. Cat. Int. Communio" 5 (1983) 405-416; MACGIONI B., Gesú e la Chiesa primitiva di fronte alla malattia, en "Riv. Liturgica" 4 (1974) 471-489; OEPKE A., iáomai, en GLNT IV (1968) 667-724; STÁHLIN G., asthenés, en GLNT I (1965) 1303-1312. Para la "unción de los enfermos" propiamente dicha, ver: AA.VV., 11 sacramento dei malati, Elle Di Ci, Turín 1975; AA.VV., La unción de los enfermos, en "Rev. Cat. Int. Communio" 5 (1983) (todo el número); BoROBIO D., Sacramento en comunidad, DDB, Bilbao 1984, 271ss.; BRUNOTTE W., aleípho (ungir), en DTNT IV, 303-304; ID, élaion, ib, 303; COENEN L.; egheíro (resurrección) en DTNT IV, 91-95; CoLOMBo G., Unción de los enfermos, en NDL, Paulinas, Madrid 1987; COPPENS J., Jacq. V, 13-15 et 1' oraison des malades, en "ETL" 53 (1977) 201-207; DAVANZO G., Unción de los enfermos, en DETM, Madrid 19783; FEINER J., Los enfermos y el sacramento de la unción de los enfermos, en Mysterium Salutis V, Cristiandad, Madrid 1983, c. V, III, 467ss; FERRARO G., "I1 Signore ti sa/vi e ti sollevi", en "La Civiltá Cattolica" 131 (1980) 350-369; FEDRIZZI P., L'unzione degli infermi e la sofferenza, Padua 1972; FOERSTERS W., sózo y solería, en GLNT VII (1971) 989-999; GOZZELINO G., L'unzione degli infermi, Elle Di Ci, Turín 1976; OEPKE A., egheíro, en GLNT I (1965) 230; ID, élaion, en GLNT II (1966) 468; SCHNEIDER J., sózo (Redención), en DTNT IV (1982) 60-66.

S. Cipriani