SÍMBOLO
DicTB
 

SUMARIO: I. El vocablo y sus empleos: 1. Determinaciones lexicales: a) Pluralidad de significados, b) Una determinación de significado; 2. Distinciones: a) Símbolo y signo, b) Símbolo, metáfora y metonimia, c) Símbolo y alegoría, d) Símbolo y tipo, e) Símbolo y otras figuras. II. Simbologías: 1. Las características del símbolo: a) La constitución del símbolo, b) Las funciones del símbolo; 2. Interpretaciones: a) Clasificaciones, b) Interpretaciones filosóficas, c) Interpretaciones psicoanalíticas, d) Análisis simbólico, e) El análisis semiótico. III. Símbolos bíblicos: 1. Símbolos cósmicos: a) El cielo, b) La tierra, c) Las cuatro direcciones del cielo; 2. Simbolismo de la naturaleza inanimada: a) Los elementos constitutivos de la naturaleza, b) Los fenómenos naturales, c) Los metales, d) Las piedras preciosas, e) Los colores; 3. Simbolismo del mundo vegetal; 4. Simbolismo del mundo animal: a) Animales primordiales, b) Los monstruos, c) Querubines y serafines; 5. Simbolismo de la vida corporal y psíquica; 6 Simbolismo de las costumbres de la vida: a) La vivienda, b) Las cosas de la vida cotidiana, c) Las instituciones y los acontecimientos, d) Los hombres, e) Los números y las letras del alfabeto; 7. Simbolismo de la historia bíblica.


I. EL VOCABLO Y SUS EMPLEOS. Las lenguas modernas toman la palabra "símbolo" del griego por mediaciones diversas en la formación y en el desarrollo de cada lengua. En sus empleos hay coincidencias y diferencias entre lengua y lengua y entre los usos particulares de una misma lengua, pues en ellas se manifiestan significados diversos, que por una parte dependen de concepciones filosóficas y lingüísticas y por otra condicionan el análisis de lo que se considera "símbolo" y su reconocimiento en la interpretación, también en la de la Biblia.

1. DETERMINACIONES LEXICALES. Los significados codificados y registrados por los léxicos corrientes corresponden a la amplia gama de contenidos semánticos que tenía la expresión en el griego tanto profano como religioso.

a) Pluralidad de significados. En los LXX el vocablo recurre sólo en Os 4,12, con el significado de objeto vano, que interpreta 'es, "leño" del hebreo, con referencia al instrumento de la adivinación infiel a Yhwh; Sab 2,9: expresiones externas de la alegría de los impíos; Sab 16,6: emblema, con referencia a la serpiente de bronce que salva de las consecuencias de los mordiscos de las serpientes venenosas. En el NT no se usa. Los empleos antiguos del vocablo son los más variados. En los contextos jurídicos y comerciales significa: pacto, convención, acuerdo, contrato, impuesto, tasa, título de crédito, recibo.

En los otros empleos significa: señal, signo, contraseña, indicio, estandarte, emblema, figura, acontecimiento extraordinario, impronta, realización particular de algo que se define en un conjunto, significado de una expresión y de un gesto, especialmente ritual, fórmula ritual lo mismo pagana que cristiana, objeto cúltico pagano, rito como exterioridad, pero también rito sacramental en su totalidad de sacramento, en particular del bautismo y de la eucaristía, los elementos eucarísticos, tipo como imagen de realidades celestes, realidad que se parece, pero que no es como los ídolos, los sacrificios y la observancia de la ley, fórmula de fe, y por tanto el "credo", tipo del AT, expresión figurada, dicho alegórico. En esta amplitud de significados, junto a la variedad de los objetos, de los acontecimientos reales o literarios, de las personas que pueden entrar en relaciones simbólicas, destaca la variedad de las relaciones mismas que constituyen el símbolo. Esta situación ha continuado hasta el presente en la tradición religiosa, filosófica, literaria y artística. Por eso existen simbologías diversas no sólo en las interpretaciones, sino también en el conjunto de los hechos que hay que interpretar. La variedad existe también en el estudio de la simbología bíblica, e incluso en la colección misma y en la catalogación de los símbolos de la Biblia. Así, por ejemplo, un repertorio general de los símbolos como el de J. Chevalier-A. Gheerbrant, Dictionnaire des symboles. Mythes, réves, coutumes, gestes, formes, figures, couleurs, nombres, Laffont et Jupiter, París 1969; reed., Seghers, París 19776 (trad. esp., Diccionario de los símbolos, Herder 1986), comprende muchas figuras típicas bíblicas, como Adán, Abrahán, y tiene un lema "Anges", además de los dedicados a figuras particulares de seres celestes; en cambio, el repertorio especializado de M. Lurker, Wdrterbuch biblischer Bilder und Symbole (K6sel, Munich 19782), no les reserva lemas propios.

b) Una determinación de significado. De la evolución semántica se sigue un significado nuclear, determinable no como el significado verdadero, originario, etimológico, sino como conjunto de rasgos semánticos que son fundamento de las otras denotaciones, codificadas en los léxicos de las diversas lenguas, y de las connotaciones, más o menos estables y codificadas o idioléticas. Originariamente, símbolo (de syn, "con", y bállo, "arrojar", por tanto "poner junto") significa la necesidad y la realidad del acercamiento y del contacto del margen de ruptura de dos elementos originados de una unidad. El símbolo se origina en una unidad que se rompe, y existe sólo como función de la restauración de la unidad. Designó las dos partes rotas de una tableta o de un anillo o de cualquier otro objeto, para que dos amigos en el momento de separarse o dos que hacían un contrato las conservasen como señal de reconocimiento recíproco de los propios descendientes o expresión de reconocimiento de la obligación contraída. Así el símbolo es más bien "para algo"que "de algo" (cf F. Vonessen, Der Symbolbegriff im griechischen Denken, 6-8); y los objetos símbolo expresan la correspondencia del que los posee, la unidad de una endíadis reconocida. Un rasgo semántico propio del símbolo es el del "reconocimiento". El símbolo desvela una realidad mediante la asociación de homogeneidad de significantes o de significados que es su misma constitución; aunque la realidad le sea extraña, ahora existe entre simbolizante y simbolizado una relación de homogeneidad que es la simbolización. Además el símbolo desvela proyectándose en lo simbolizado, y por tanto justamente cubriéndolo de sí, velándolo. En este significado, símbolo es el resultado de un uso de signos, que es una actividad específica del pensamiento, de la palabra y en los varios procesos de la comunicación.

2. DISTINCIONES. Toda realidad puede ser asumida en relaciones simbólicas, es decir, puede ser determinada también por una asociación de significantes o significados homogéneos; sin embargo, la asociación simbolizadora se distingue entre las muchas relaciones que definen la unidad de sentido en la comunicación. La oposición de la simbolización a las otras relaciones que constituyen las figuras salvaguarda al símbolo del peligro de desvanecerse por la pérdida de su especificidad en análisis y en interpretaciones no adecuadas a su vigor [I Hermenéutica].

a) Símbolo y signo. El desarrollo actual de la semiótica aclara las diferencias existentes entre ellos. El signo es unidad de significante y de significado, que son elementos por su naturaleza no homogéneos. Su relación, que es la significación, es inmotivada, porque ninguna secuencia de rasgos gráficos o de fonemas es homogénea con el significado que expresa; es también necesaria para constricciones del código particular que instituye aquella función sígnica: significante y significado son necesarios el uno al otro, y sólo pueden existir por su interdependencia. En cambio, el símbolo está constituido por una relación motivada, porque entre simbolizante y simbolizado existe asociación de significantes o de significados homogéneos. La asociación supone estos dos elementos homogéneos, y por tanto supone signos; el símbolo es justamente uso de signo, aunque el signo se instituya en el momento mismo de su uso de simbolización. Al poder existir simbolizante y simbolizado sin su relación, ésta no es necesaria; la establece el que utiliza los signos a causa de la homogeneidad que percibe y expresa en la simbolización.

b) Símbolo, metáfora y metonimia. La motivación de la asociación simbolizadora puede colocarse en dos ejes de la existencia del signo: el eje de la copresencia de las unidades mínimas del significante y del significado, es decir, el eje sintagmático; el eje de las asociaciones de las unidades mínimas, siempre respectivamente del significante y del significado, dentro de las cuales son posibles las sustituciones de unidades presentes con unidades ausentes en una operación de cambio del signo, o sea el eje paradigmático. Considerando el significado como la composición de unidades sémicas, es decir, unidades mínimas de significado, operaciones retóricas en el eje paradigmático son operaciones de metáfora; en el eje sintagmático son metonimia. En la metáfora la operación se basa en la identidad de parte de las unidades sémicas que componen dos significados; y en este sentido se debe entender la interpretación de la metáfora como sustitución por "semejanza". En la metonimia la operación se basa en la interdependencia de unidades sémicas de dos componentes que un código cultural acerca; y así la metonimia es interpretada como sustitución por "contigüidad". Metáfora y metonimia son, pues, operaciones del signo con traslación de significado, y lo ponen en la condición de poder ser usado en aquella asociación motivada por la homogeneidad de los significados que es la simbolización.

La traslación semántica, la constitución del tropo, puede ser contemporánea a la institución del símbolo, y también justamente en función del mismo.

c) Símbolo y alegoría. La alegoría es "enunciado de otra cosa" de aquello para lo cual se usan las expresiones según la codificación lexical. En la metáfora y en la metonimia hay traslación semántica; en la alegoría pura los vocablos conservan los significados codificados en el léxico, pero ahora son unidades de otro código. Como los vocablos conservan su significado, el enunciado constituido por ellos se refiere a la realidad para la cual son usados según el léxico de la lengua; pero, en realidad, debido a la superposición del otro código, no existe ya referencia a la primera realidad y el enunciado resulta ser "otro". A menudo coexisten traslación semántica y alegoría en la misma expresión. Esta es la razón de las diferentes interpretaciones de una expresión figurada y de la afinidad entre símbolo y alegoría en virtud de los lazos entre traslación semántica y uso del signo en la simbolización. Pero se da siempre la diferencia. En la alegoría pura la realidad de referencia de las expresiones según su significado codificado no tiene ya su consistencia real, porque justamente la apariencia de realidad en la referencia sin traslación de significado es para dar la concretez de lo real al otro enunciado. Y el otro de la alegoría, situado en un plano diverso del de referencia a lo real, es analizable en conceptos, mediante la analogía, como toda abstracción, no obstante la apariencia de lo real concreto. Pero la alegoría no es el discurso propio sólo del que niega la realidad o considera imposible reconocer en ella una consistencia autónoma; más bien es una consideración de lo figurado, y por tanto en el eje de la relación entre él y la figura, abstrayendo de la realidad de ésta, que, sin embargo, aparece en toda su concreten.

Pablo (Gál 4,22) considera alegoría la narración bíblica de Sara y Agar; esta interpretación del apóstol se ha de integrar con la otra tipológica.

En cambio, en el símbolo el simbolizante y el simbolizado son siempre las dos realidades complejas y extrañas entre sí del mundo existente o imaginado, y sólo por la traslación semántica de los vocablos usados para referirse a él se ha instituido la asociación simbolizadora motivada por la homogeneidad de los significados.

La alegoría puede desembocar además en el alegorismo: entonces la figura es puro revestimiento de los conceptos en el rechazo de la realidad. Este puede ser no sólo la característica de obras literarias, sino también de una interpretación. Los estoicos, al rechazar la "realidad", aunque sea fantástica, de los relatos homéricos y míticos por estar en contraste con sus concepciones del mundo y del obrar, los interpretaron alegóricamente, es decir, como figuraciones de sus conceptos sobre las razones cósmicas e históricas. También Filón interpretó así textos del AT. Y la tendencia al alegorismo apareció también en la exégesis cristiana, pero más para sacar enseñanzas del análisis de la figura mediante la analogía, a veces de manera sorprendente, que no por el rechazo de la realidad histórica de los acontecimientos narrados o de la validez histórica de las normas transmitidas.

d) Símbolo y tipo. Pablo (Rom 5,14) dice que Adán es tipo de Cristo; yen 1Cor 10,6.11 afirma que acontecimientos de la peregrinación en el desierto "fueron tipos nuestros" y que "todo les acaecía de modo típico, y que fue escrito como aviso para nosotros, a quienes nos ha llegado la plenitud de los tiempos". En I Pe 3,21 se dice que "el agua bautismal antitipo nos salva ahora también a nosotros", refiriéndose al agua del diluvio, que por tanto es tipo. En Heb 9,24 se lee: "Pues Cristo no entró en un santuario hecho por mano de hombre, antitipo del verdadero, sino del cielo mismo": el santuario celeste tuvo su tipo en el construido por el hombre. Tipo es estampillado, impronta de sello, modelo, forma, imagen, figura. Y las personas y acontecimientos del AT tipos de personas y acontecimientos del NT, en la exégesis patrística son denominados también símbolos. La relación tipológica es entre realidad del AT y realidad del NT por una homología que se funda en la narración bíblica de las realidades y en las tradiciones derivadas de ella. Por eso la reconocida relación tipológica es asociación simbolizadora. La percepción de la homogeneidad de los significados expresados en la descripción de los acontecimientos antiguos, hechos así tipo-símbolo de los nuevos, se basa en la fe en la continuidad de la historia guiada por Dios hacia su cumplimiento. Entonces en la sucesión de los acontecimientos se produce una anticipación preanunciadora en la figuración y un cumplimiento revelador del pasado y exigido por éste, porque mientras lo prefiguraba lo anticipaba. Estas características diferencian al tipo bíblico del símbolo en general. Pues entre tipo y antitipo hay siempre una distancia histórica, porque el antitipo es futuro, y la relación simbólica tipológica sólo se reconoce con la presencia del antitipo. La relación, ya instaurada en la continuación de la única historia, se manifiesta sólo entonces en la homogeneidad de los significados reveladores. Esta simbología, por reverberación del antitipo sobre el tipo, es comparada a menudo con la presencia de la sombra; ésta depende de la presencia de la luz, pero es la figura neta de rasgos de los objetos, y es justo la sombra la que revela a veces un objeto no percibido pero presente en la luz. Además, el símbolo tipo expresa en la misma asociación por homología de significados la superación del tipo en el antitipo, que es de una novedad inigualable, porque en la continuidad de aquella historia en la que se instituye la relación tipológica se cumple el acontecimiento innovador y único de Jesús. La simbología tipológica bíblica es única, como lo es la historia de la que es parte. La relación simbólica tipológica entre AT y NT se constituye en criterio hermenéutico. Se lo aplica de modo amplio en la carta a los Hebreos; inspira gran parte del evangelio de Juan y, aunque de manera no tan manifiesta, los otros escritos del NT. Además, Pablo especifica todavía su interpretación tipológica uniéndola a su interpretación alegórica. Pero justamente la presencia simultánea en Pablo de alegoría y de tipo muestra que la alegoría, la "enunciación distinta", lejos de ser rechazo de la historia es más bien método interpretativo que descubre la novedad en la continuidad justamente de la historia en la relación tipológica. La asociación simbólica tipológica entre acontecimientos de una única historia es afirmada mediante una interpretación alegórica.

e) Símbolo y otras figuras. A veces se considera afín al símbolo la semejanza. Es ésta una asociación de dos realidades constituida mediante la expresión de su relación. Como en el símbolo, la asociación es por homología consiguiente a una traslación semántica. La semejanza difiere del símbolo porque en éste lo simbolizado está presente sólo por medio de lo simbolizante y en ello, mientras que en aquélla los dos términos correlativos están ambos presentes de modo manifiesto, y en la misma expresión de su relación le evidencia la distinción singular.

Lo mismo que del símbolo se diferencia de la comparación. Y ésta se diferencia de la semejanza porque en ésta la relación entre los dos términos es directa: x como y, o formas equivalentes, mientras que en aquélla la relación se establece por expresiones correlativas: como... así, de la manera que... de la misma manera, cuanto... tanto, cual... tal, etc.

II. SIMBOLOGÍAS. Las diversas investigaciones sobre el símbolo consideran sobre todo su naturaleza y funciones, su referencia a la realidad en la construcción de una visión del mundo, su aparición como imagen de cuanto en el fondo de la psique ninguna palabra de significado determinado puede expresar, su manifestación como característica de la literatura.

1. LAS CARACTERÍSTICAS DEL SÍMBOLO. En el símbolo se da toda la complejidad de la producción y comunicación de sentido.

a) La constitución del símbolo. En él, a diferencia de otros tipos de comunicación, están involucrados los múltiples planos de la experiencia, y no sólo el de la continuidad lineal de las ideas. Él es energía y movimiento de interacción entre los diversos planos de la experiencia que constituyen la comunicación simbólica. Pues aunque la asociación simbólica ocurra por homogeneidad de significados, el símbolo es proceso comunicativo mediante la asociación de realidad y acontecimientos. El león que ruge, en Am 3,8 en referencia a la vocación profética, no comunica solamente la idea de lo imperioso a lo cual es imposible sustraerse, del terror que al mismo tiempo paraliza y empuja a la búsqueda angustiosa de un abrigo siempre inseguro, y todos los demás contenidos analizables en conceptos, sino que hace también partícipe de la emoción del pastor que, tranquilo con sus ovejas —visión y sentimiento de serenidad—, se siente agitado por el imprevisto rugido. El símbolo proviene de la totalidad del hombre y a él se dirige: razón y emoción, espíritu y cuerpo. Su sentido no puede reducirse a la unidad organizada de los significados definidos con precisión lógica por sus mutuas relaciones en el sistema en el que se constituyen. La riqueza de la simbología bíblica es la expresión de quien experimenta toda la realidad, infrahumana, humana y divina, como universo solidario de fuerzas vitales que interactúan con correlaciones inagotables, articulado en ámbitos permeables de existencia, y no como naturaleza objeto seccionable y analizable. En la Biblia la relación personal es "conocer", y los centros propulsores de la vida son el corazón y las entrañas, no el cerebro. La determinación de asociaciones por homología, es decir, por igualdad o correspondencia de relaciones internas en realidad diversas, está limitada sólo por las exigencias de la comunicación. Toda realidad puede convertirse en símbolo, adquiriendo también el sentido de esta relación, que la cultura ambiente puede apropiarse de modo más o menos estable. El símbolo está "motivado" por la homología de los significados, pero la percepción de ésta en la construcción del símbolo depende de factores culturales y personales de órdenes diversos e inconmensurables. Por eso el símbolo es asociación imprevisible y autónoma. Pero al mismo tiempo la "motivación" no le garantiza al símbolo la perennidad y la universalidad; e incluso su valor específico, a la vez que solicita la interpretación, lo condiciona a las circunstancias en las que se lo interpreta. Imprevisibilidad y autonomía no significan irracionalidad y anarquía; al contrario, el símbolo, en su movilidad y en la multiplicidad no del todo aferrable de las relaciones entre los términos de la asociación, es presencia bien definida en la psique y en la comunicación por cohesión y organización internas propias. Estas son su misma formatividad, que lo hace existir como unidad en sí total. El es la presencia de un lógos que no es la razón dialéctica; mientras ésta unifica lo real en una comprensión que es sistema de conceptos distintos, el símbolo es simultaneidad de las diferentes percepciones en la experiencia completa de lo real en sus varios ámbitos.

El símbolo se caracteriza también por su índole vicaria: está presente, pero sólo en función de la presencia de lo simbolizado. Puede entonces ocurrir que la homología entre los dos términos se establezca también mediante algún rasgo propio de lo simbolizado prestado al símbolo, a fin de que éste sea más adecuado a su función. Por ejemplo, la solicitud amorosa y la amargura en el canto de la viña de Is 5,1-6 son ya las de Dios más que las del agricultor; pues bien, justamente la realidad de estos sentimientos en el agricultor concreto de la figura es lo que da vigor a la asociación simbólica.

Asociación no es identidad; y homología es igualdad de relaciones dentro de las realidades asociadas, pero no igualdad de las realidades. El símbolo es siempre también tensión: la asociación se establece en la dualidad, y la homología en la diferencia; pero multiplicidad, separación, distancias temporales .y espaciales son las condiciones de posibilidad en función de la unificación. El símbolo, a la vez que se afirma a sí mismo, afirma lo no afirmable sin mediante sí; se da como conocido para hacer conocer lo desconocido; se expresa en la comunicación para comunicar lo inexpresado. Y la tensión es siempre hacia lo alto: de lo infrahumano a lo humano, de lo corporal a lo espiritual, de lo humano a lo divino. Es expresión unificadora del universo también en aquellas culturas que consideran el mundo como conjunto de planos de experiencia distintos más que universo de seres que interactúan. Como el símbolo existe para lo simbolizado, que es otro, diverso y desconocido, es palabra que resuena eficazmente en el silencio que la ha precedido y que todavía la rodea. Pues es cierto que revela lo simbolizado; pero el valor pleno de la homología asociativa se captaría sólo en el conocimiento total de lo simbolizado, que, sin embargo, permanece desconocido en el resto de su realidad. La luz del símbolo resplandece siempre en la sombra que perdura y se proyecta de lo simbolizado. Y ésta es la condición misma de la existencia del símbolo: para un sentido del todo manifiesto, un símbolo no puede ser verdadera comunicación nueva. Además, la permanencia de desconocido en que se encuentra el símbolo es también su posibilidad de expresar otras homologías, de decir más. La unidad de luz y de sombra en el símbolo y la asociación por él realizada, que ponen en movimiento a la vez las capacidades intelectivas y los sentimientos suscitados por la realidad simbolizante son las razones de su eficacia comunicativa y de lo inadecuado de una interpretación para expresar todo su contenido. El símbolo está siempre dispuesto a nuevas y múltiples interpretaciones que no sean disfraces, no sólo porque también él puede y debe ser releído y reinterpretado como toda expresión, sino sobre todo porque se da en él la sobreabundancia, expresable en interpretaciones múltiples, de la participación de la experiencia del conjunto, incluso emotiva, de la realidad tanto simbolizante como simbolizada.

b) Las funciones del símbolo. Este tiene su puesto en la vida psíquica, que se compone de las experiencias del hombre indiviso. La unidad indivisa del hombre le hace sentirse solidario de los lazos entre diversos ámbitos constitutivos de un único universo, y ella sirve de fundamento al símbolo, que asocia los diversos planos de la realidad. Los lazos simbólicos no son ni los abstractos de la analogía, especialmente entre divino y humano, ni los mecánicos de la causalidad. El símbolo es conocimiento típico del hombre. En él se da ya sea la abstracción del dato empírico en los conceptos y en el establecimiento de relaciones no reducibles a la experiencia, ya la constante operatividad de la imaginación como exigencia de lo concreto. El símbolo es también vehículo de revelación para el hombre compuesto de cuerpo y espíritu. En él la experiencia inmediata y concreta del simbolizante remite a otra realidad que hay que experimentar: de lo sensible, y por tanto de fácil experiencia, a lo espiritual, menos accesible. Sobre todo de lo humano a lo divino. Frente a esto la función reveladora del símbolo estriba también en su capacidad de expresar un sentido que sin embargo no es definido con claridad; su luz no ilumina del todo ni siquiera aquella realidad de lo desconocido que no obstante es simbolizada, y ello justamente porque lo es según la experiencia global. Con esto enlaza también la posibilidad de interpretaciones múltiples. Por estas características suyas, el símbolo es en sí mismo la figuración del misterio y de lo que se sustrae a la finitud. Puede iluminar algo del misterio, el cual justamente así se muestra en su carácter insondable. El lenguaje religioso está tejido de símbolos. En la Biblia tienen importancia destacada los de los profetas. No son revestimiento externo para la comunicación del mensaje o con fin pedagógico; son inseparables de la experiencia mística profética; la experiencia humana global del misterio divino, que se revela y permanece inaccesible, es inseparable del símbolo, que expresa de la experiencia global justamente también su índole indefinible.

2. INTERPRETACIONES. La complejidad del símbolo y la gran variedad de las simbologías han sido investigadas con métodos diversos y considerando aspectos diversos de la actividad simbolizadora.

a) Clasificaciones. La clasificación es ya el comienzo de un análisis, cuando no es una simple agrupación más o menos ordenada según el ámbito de pertenencia de las realidades simbolizadoras, aunque también en este caso se manifiesta la hipótesis acerca del objeto de la investigación. Están las clasificaciones de los símbolos según las estructuras subyacentes a las diferentes manifestaciones simbólicas o según los arquetipos como estructuras a través de las cuales enlazan los símbolos con actitudes del cuerpo. La compleja simbología de una cultura, también de la bíblica, o de un texto, se explica por las relaciones fundamentales que rigen la aparición de los varios símbolos; se notan equivalencias y diferencias y se observan las capacidades del símbolo al estructurar una obra o una expresión de experiencia, también religiosa. Con los resultados de estos estudios se pueden también abrir caminos para la interpretación de los símbolos de una cultura en otra. Están las clasificaciones particulares de los símbolos de la vida religiosa. Por ellas se ve cómo la trascendencia de la religión de Israel se ha expresado en las formas de la cultura contemporánea, según la economía de la encarnación: hay también una correlación de símbolos, pero en una historia única, en la cual asumen y expresan sentidos nuevos y experimentan también cambios de figura, en los cuales se forman otros originales y propios.

b) Interpretaciones filosóficas. En los símbolos se estudia la actividad simbolizadora. La obra de E. Cassirer Philosophie der symbolischen Formen, cuyo primer volumen se publicó en Berlín en 1923, ha ejercido también gran influencia en el desarrollo posterior de la semiótica. El símbolo produce sentido trasfigurando el mundo, con posibilidades de creaciones siempre nuevas e ilimitadas. Es lo que hace el lenguaje; ésta es su función "simbólica" en la articulación y la conceptualización de la realidad. La actividad simbólica es la propia del hombre: "animal symbolicum". Las formas simbólicas: ellenguaje, el mito, la religión, el arte, la ciencia, la historia, "forman" el mundo. Es una filosofía con intereses gnoseológicos, recogidos por el neocriticismo de la escuela de Marburgo.

Otra investigación, en la dirección de la fenomenología, es la de P. Ricoeur, La métaphore vive (París 1975). Parte de Aristóteles y se desarrolla siguiendo también la nueva retórica de inspiración semiótica. En el estudio de la metáfora se consideran los problemas de la forma, de la traslación de sentido y de la referencia a la realidad en las creaciones figurativas.

c) Interpretaciones psicoanalíticas. El símbolo es considerado revelación de los estados profundos de la psique y se interpreta en relación con éstos. Hay, pues, una interpretación no "literaria", que es más bien componente de una teoría científica de la psique. Los resultados de la misma pueden aclarar algunos elementos formadores también de la experiencia religiosa y de su expresión mediante el símbolo.

d) Análisis simbólico. La exégesis patrística y medieval de la Biblia prestó gran atención al símbolo en la lectura "espiritual" y en la búsqueda de los "cuatro sentidos", en continuidad con la exégesis alegórica de san Pablo. La crítica histórica interpretó el símbolo en su sentido "histórico", y cuando se vio influida por el cienticismo y el positivismo no le reservó al símbolo mucha parte. En los años inmediatamente sucesivos a 1880 apareció en Francia el movimiento poético del simbolismo, inaugurado por Mallarmé: la poesía es creación de tierra nueva y de cielos nuevos mediante los símbolos. El renacimiento del interés por el símbolo, muy diverso ciertamente del manifestado por la exégesis antigua, se consolidó y se afirmó en la crítica simbólica, presente en nuestra cultura, en la cual el símbolo es un concepto polarizador. La situación es consecuencia de la producción literaria simbólica, de las reflexiones filosóficas, de la consideración de la literatura en lo que tiene de específica ya en el análisis estilístico, luego en el New Criticism americano, en el formalismo ruso y en la lingüística estilística iniciada por C. Bally, de la revalorización del lenguaje mítico y de los nuevos análisis de los símbolos sobre todo por parte de los antropólogos. La teoría de la literatura reconoce en el símbolo una característica constitutiva de la obra literaria. El análisis simbólico interpreta el símbolo por su función en la unidad orgánica que es toda obra literaria, y son las huellas estilísticas propias de la obra los indicios de la función articuladora y estructurante del símbolo. La unidad individual de la obra literaria resulta de muchos procedimientos estilísticos, que comprenden ya sea, por ejemplo, las metáforas o las imágenes, ya las asonancias, las cadencias rítmicas, etc.; y significativos en la obra literaria son no sólo los vocablos con sus significados, sino también los otros elementos de estos procedimientos. Se los puede asumir en asociaciones simbólicas. En estos casos, aunque diversos de aquellos en los cuales el símbolo está motivado por la homología de los significados de los vocablos, se verifica también, de modo eminente, la comunicación de un sentido de la globalidad de la experiencia mediante asociación de una experiencia presente, simbolizadora, a la otra, simbolizada, que se quiere comunicar.

e) El análisis semiótico. Después de los estudios semióticos de Peirce y de Morris, la semiótica tuvo un gran desarrollo por influjo de la lingüística estructural iniciada por Saussure. La semiótica general y la neorretórica han determinado la función sígnica, sus producciones en la comunicación y las relaciones particulares que constituyen las varias traslaciones semánticas. La naturaleza y las características del símbolo han sido así determinantes en una investigación de mayor adecuación interpretativa. A partir de los años 1960 se ha ido construyendo una semiótica textual, que considera el texto como unidad de redes de relaciones existentes a diversos niveles productora de sentido. El análisis semiótico textual, al presente el más fructuoso, analiza las estructuras narrativas que rigen la acción —que se desarrolla en todo texto, incluso en un ensayo filosófico o en una poesía de pura contemplación—, y luego las estructuras discursivas que configuran la acción del texto. De estos dos análisis resultan las unidades figurativas y sus relaciones. Un nivel sucesivo de análisis determina, según el modelo de las relaciones lógicas de contradicción, de contrariedad y de inclusión, las Aposiciones constitutivas de los valores semánticos fundamentales en el mundo unitario que es el texto. En estos varios momentos del análisis, elsímbolo es interpretado por la posición que ocupa en la acción del texto y en las relaciones figurativas; y luego por las relaciones lógicas de sus grandes unidades semánticas, las cuales, integradas en la estructura de las relaciones lógicas fundamentales de todo el texto, son su valor en la producción textual de sentido. Estos análisis no agotan la interpretación del símbolo. Pues éste produce sentido no por la simple composición de las unidades semánticas de los signos que aparecen, sino mediante la asociación de dos realidades, sobre la base de las homologías de los significados, a fin de que la experiencia que se tiene de una de ellas, el simbolizante, sea vehículo de la experiencia del otro, el simbolizado. Entonces ninguna red de relaciones lógicas determinadoras de significados puede agotar el valor del símbolo. Es un límite implícito en la definición de esta semiótica, la cual, a pesar de ello, no resulta inadecuada para explicar la producción textual de sentido. Alguna vez los valores fundamentales que son el universo semántico del texto son llamados sus valores simbólicos fundamentales, constitutivos de la visión del mundo propia del texto. Pero son siempre valores semánticos definidos por relaciones lógicas y se pueden llamar simbólicas como formas fundamentales de una particular figuración del mundo. El análisis semiótico de los textos bíblicos está despegando, aunque con lentitud y vacilaciones.

III. SÍMBOLOS BÍBLICOS. En el vastísimo simbolismo de la Biblia hay símbolos formulados en base a la cultura contemporánea, que por tanto podían encontrarse también en otros pueblos vecinos de Israel, aunque para Israel fueron expresión de una experiencia caracterizada por la situación de pueblo de Yhwh. Hay luego símbolos para los cuales sólo la historia particular de Israel proporciona la realidad misma simbolizante. En todo símbolo, las homologías asociativas son coherentes con la solidaridad que existe para el oriental antiguo entre todos los seres dentro del universo único, sin una separación de planos; y son también coherentes con la concepción que, también por esta solidaridad, tiene de sí mismo, de Dios y de toda la realidad. En cada una de las culturas, justamente también los significados denotativos primeros son definidos en una red de relaciones diversa de la que define los significados de expresiones correspondientes en otras visiones del mundo. Sobre las denotaciones vienen luego las traslaciones semánticas instauradas en los símbolos. También los símbolos de valores como belleza, verdad, bondad, justicia, etc., expresan las percepciones que toda cultura, y a veces cada autor, tiene de ellos. Por ejemplo, en la celebración de la belleza de la amada en Cant 4,1, "tus cabellos son como rebaño de cabras que descienden por las pendientes de Galaad": es la admiración entusiasta del pastor, que goza de aquella visión con la íntima participación de lo que es también la razón de su vida: aquellos cabellos son el vello en el que se hunde la mano complacida de la caricia y el lento ondular de la bajada que el pastor amoroso contempla con serena satisfacción de lo que es suyo. La traslación semántica no siempre se verifica en el uso textual simbólico. Además de cada realidad, se pueden establecer homologías por asociaciones simbólicas. Un conjunto de símbolos según los varios ámbitos del mundo no es una clasificación de intentos interpretativos, sobre todo si se considera que no es adecuada a la percepción de solidaridad orgánica que entonces caracterizaba la vida psíquica; sin embargo, sirve para dar mayor relieve a la amplitud de las experiencias conscientes en el que sabe expresarse con tantos símbolos.

1. SÍMBOLOS cósmicos. Se fundan en la concepción tripartita del universo: el cielo es la figura de lo divino y de cuanto está asociado a ello; la tierra, de cuanto es creado, pasajero y caduco; los infiernos, frecuentemente como elemento acuático, de cuanto es tinieblas, como la tumba, y por tanto de las fuerzas hostiles y negativas de la muerte [/ Mito; l Cosmos; I Muerte].

a) El cielo. El sol es símbolo de Dios, que ilumina la nueva ciudad, Is 60,19s y Ap 1,16; "Para el que teme su nombre, despuntará el sol de la salvación", Mal 3,20. Sol es Jesús, Lc 1,78s; y el sol y su luz son elementos narrativos de la transfiguración, Mt 17,2. Los justos "resplandecerán como el sol en el reino de su Padre", Mt 13,43. El oscurecimiento del sol es signo escatológico, Mt 24,29; se produce en la muerte de Jesús, Mt 27,45. También las estrellas son asociadas a lo divino. Entran en la teofanía de Abrahán como signo de lo inconmensurable del don divino, Gén 15,5; en el sueño de José, anuncio de los acontecimientos por designio divino, las estrellas son las tribus, y el sol y la luna el padre y la madre, Gén 37,9ss. En Núm 24,17 son símbolo mesiánico. En Ap 1,20 simbolizan a los siete ángeles de las siete iglesias. Están presentes en las narraciones escatológicas, y los hechos extraordinarios de estrellas son signo de la proximidad del juicio, Mt 24,29. El gran signo en el cielo es "una mujer vestida del sol, con la luna bajo los pies y una corona de doce estrellas en la cabeza", Ap 12,1. La estrella de la mañana es el rey de Babilonia en Is 14,12; es Cristo en 2Pe 1,19 y Ap 22,16. También la luna está entre los signos del juicio, Jl 2,10; 4,15. Su duración simboliza la perennidad de los tiempos mesiánicos, Sal 72,5. El uso de la media luna como adorno, Is 3,18, o en el cuello de los animales, Jue 8,21, muestra que era también símbolo de fecundidad.

b) La tierra. A ella se asocia de modo particular el hombre. El mismo nombre, adam, lo recuerda: 'adamah, "el terreno"; y cuando se le quita el soplo vital, vuelve a la tierra como todos los animales, Gén 2,7; 3,17ss; 18,27; Si 40,1; 2Cor 4,6s. La tierra es su lugar propio, de modo que su morada no es más que fango, Job 4,19. Por eso es necesario que su corazón no se apegue a lo terreno y caduco, sino a lo celestial, Mt 6,19; Col 3,2: habitar en la tierra reviste también un significado moral de caducidad. Postrarse en tierra o yacer en el suelo significan el reconocimiento de la propia pequeñez pecadora, y es gesto de súplica, 2Sam 12,16s; Job 4,19.

c) Las cuatro direcciones del cielo. Forman parte de las descripciones de la realidad cósmica: los cuatro ríos, Gén 2,10-14; el camino de los cuatro seres vivientes, Ez 1,10; los cuatro ángeles en los cuatro ángulos de la tierra con los cuatro vientos, Ap 7,1, cf Dan 7,2; los mismos cuatro ángulos del altar, Ex 27,1ss; la orientación de los muros cuadrados del templo, Ez 42,15-20, Ap 21,12s. Son el símbolo de la totalidad. Además del oriente, por el simbolismo del sol naciente, también el norte es un símbolo particular, porque es una plaga del cielo misteriosa, reservada a las potencias superiores: aquí está el monte de la asamblea de los dioses, Is 14,13; y el mismo monte Sión es "confín del norte, capital del gran rey", Sal 48,3. En Lev 1,11, el lado norte del altar significa una ofrenda particular. La olla de la visión de Jeremías, anuncio de desventura, tiene "su cara del lado del septentrión", Jer 1,13s; 4,6.

2. SIMBOLISMO DE LA NATURALEZA INANIMADA. El gran libro de la naturaleza, que el occidental moderno escribe sobre todo mediante sus investigaciones científicas, el antiguo israelita lo lee como la enciclopedia universal de los signos y de los símbolos referidos a su vida.

a) Los elementos constitutivos de la naturaleza. El monte es lugar privilegiado del culto, Gén 22,2.14; Ex 3,12. Los dioses de las naciones celebran su asamblea en el monte, Is 14,13; sobre todo Yhwh se revela en el monte a su pueblo, convoca a Moisés y a los ancianos y desde allí habla, Ex 19,24; el monte Sión, por su parte, es el lugar de su residencia y de la irradiación de su magnificencia [/ Jerusalén/ Sión]. También Jesús hace la solemne proclamación del reino en el monte, Mt 5,1; en el monte elige a los doce, Mc 3,13s; en el monte revela su gloria celeste en la transfiguración, Mt 17,1-8; su misión tiene su cumplimiento con la subida a Jerusalén, Lc 18,31, al monte de los Olivos, donde será detenido, Lc 22,39, y donde se revelará también en plenitud su realidad divina, He 1,12. La nueva Jerusalén sobre el monte es el lugar del cumplimiento de la escatología y del goce de los bienes divinos, Is 2,2-5; Zac 8,3; Ap 21,10 [/ Apocalipsis].

La peña, la roca, la piedra son el símbolo de la seguridad que Dios garantiza al que confía en él, Gén 49,24; Dt 32,31; 2Sam 22,2s; Is 17,10; Sal 31,4; observar la palabra de Dios es construir sobre la roca que da estabilidad, Mt 7,24s. Jesús funda su Iglesia sobre la roca, Mt 16,18. Mientras que la roca de Dios es seguridad y estabilidad, los ídolos son incapaces de permanecer firmes, Is 46,1s. Pero Dios es también "piedra de tropiezo" para las dos casas infieles de Israel, Is 8,14. Y piedra es el endurecimiento del corazón, Ez 11,19; Job 41,16. Es importante sobretodo la piedra angular, que da solidez a una construcción; Dios la pone en Sión para el que cree, Is 28,16. Tales piedras son los jefes de la nación, Zac 10,4. Lo es más que todos Jesús, piedra angular de salvación segura para el que cree, pero piedra de tropiezo y de muerte para el incrédulo, Mc 12,10; He 4,11; 1 Pe 2,7s. El es la piedra angular de la Iglesia, Ef 2,20s.

El manantial, la fuente, da el agua que es vida, como es vida el río de verdosas orillas. El signo de la bendición de Dios, Gén 26,15; más aún, Dios mismo es la fuente de la vida, Sal 36,14; fuente de agua viva, en oposición a las cisternas agrietadas de los ídolos, Jer 2,13; 17,13. En Si 24,23-27, el río es símbolo de la sabiduría. Jesús se revela como la fuente del agua de la vida eterna, contraponiéndose a la fuente de Jacob, que da el agua del judaísmo que no sacia, Jn 4,7-14; y la fe en él hará surgir en el creyente el agua viva del Espíritu, Jn 7,38s. La fuente es también símbolo del seno generador, Lev 20,18; Is 51,1s. "Fuente sellada, pozo de aguas vivas" es la amada en Cant 4,12-15. El agua, así como tiene una función fundamental en los relatos de los orígenes, la tiene también en los apocalipsis. Tiene también una función importante en la historia de la salvación y en el servicio del templo, en particular en los ritos de purificación. El mar, realidad primordial y mundo inferior y de muerte, es símbolo que está presente también en las descripciones de los tiempos escatológicos. Sus olas simbolizan las alternas vicisitudes de los pueblos, Is 17,12, que Dios domina, Sal 65,8. Y es también símbolo del mundo, al cual son enviados los apóstoles a pescar, Mc 1,17, y cuya actividad última es una pesca, Mt 13,47 [/ Agua].

El simbolismo del desierto se funda en la realidad física y en la experiencia que de él tiene Israel [/ Desierto].

La caverna, además del simbolismo por el nexo con el subsuelo y la tumba, está relacionada con las teofanías, como lugar de abrigo ante la gloria deslumbrante e inescrutable de Dios, Ex 33,17-23; 1 Re 19,9-13. La arena y el polvo simbolizan los innumerables frutos de la promesa, Gén 13,16.

b) Los fenómenos naturales. El rayo y el trueno son el signo de la majestad sobrehumana de Dios y de su presencia en las teofanías, Ex 19,16; Dan 10,6; Job 20,25; Sal 19; Ap 4,5; 8,5; 10,4. Son también elementos de los apocalipsis, y la súbita venida de Cristo es comparada al rayo, Lc 17,24, igual que la caída veloz de Satanás, Lc 10,18. Con frecuencia, en las escenas de teofanías y en las apocalípticas está también el trueno. El arco iris es señal de la alianza de Dios y prenda de su misericordia, Gén 9,12-16. Por eso es símbolo de la divinidad, lo mismo que de su magnificencia celeste, Ez 1,28; Ap 4,3; 10,1. De este esplendor celeste está rodeado también el sumo sacerdote en su ministerio, Si 50,7. El viento es símbolo del espíritu y expresión de los modos de comunicación de Dios que se revela [1 Espíritu Santo]. La sucesión del día y de la noche, con los momentos y los fenómenos anexos, es la base del amplio simbolismo de la luz y de las tinieblas [1 Luz/Tinieblas]. La nube es una característica de la teofanía, especialmente en la escatología. Lluvia y rocío son bendición, Ez 34,26; Sal 47,8; la palabra de Dios es lluvia y nieve fecundante, Is 55,1s; como rocío y lluvia se manifiesta la salvación de Dios, Is 45,8; y Dios mismo es lluvia que sacia al que quiere conocerlo, Os 6,3. El rocío divino es un "rocío luminoso", que hace revivir a los muertos, Is 26,19. En cambio, la sequía es desgracia y castigo, 2Sam 1,21, como son castigo la tempestad y el granizo, Ex 9,23-26; Is 30,30; Ag 2,17; Sal 18,13; Ap 8,7; 16,21.

c) Los metales. Con el becerro de oro se expresó la idolatría de Israel, Ex 32,4. A Dios no se le puede representar ni siquiera con metales preciosos, He 19,29. Sin embargo, encima del arca recubierta de oro estaban los dos querubines de oro, Ex 25,10-18, y el templo de Salomón era rico en oro, 1Re 6,20-30; y en Job 22,25 se dice que en la reconciliación "será el Omnipotente tu oro". La opulencia real se manifiesta en el oro, 1 Re 10,14-17; y es símbolo de realeza, Sal 45,10.14. Por eso es también símbolo mesiánico, Is 60,6, del esplendor celestial, Ap 14,15, y de la dicha escatológica, Ap 21,18. Su índole preciosa, aumentada por la purificación mediante el fuego, lCor 3,12, es símbolo de lo preciosa que es la fe, IPe 1,7, como por lo demás la sabiduría es más preciosa que el oro más puro, Prov 8,10. Es término de comparación para indicar el altísimo precio del rescate llevado a cabo por Jesús con su sangre, 1Pe 1,18; porque, a pesar de ser precioso, es terreno y caduco, IPe 1,7.

La plata se junta a menudo con el oro, aunque siempre se la considera después de éste, y las palabras del Señor se asemejan a plata pura, Sal 12,7.

El hierro es símbolo de situación de dureza en las varias circunstancias del alejamiento de Dios, Jer 17,1; Sal 107,10, de modo que la misma tierra, como castigo, no se la podrá arar y será dura como el hierro, Dt 28,23.48. La barra de hierro es la del dominio y del juicio de Dios y de su mesías contra los rebeldes, Sal 2,9; Ap 2,26s. Su incapacidad para amalgamarse con la arcilla expresa un poder que tiene en sí los motivos de su inestabilidad y de su hundimiento, Dan 2,41ss. El bronce es símbolo de dura resistencia, tanto en sentido de aprecio como de reprobación, Is 48,4; Jer 15,20. Como el hierro, también él indica el castigo de la tierra improductiva, Lev 26,19. Metal usado para los utensilios del culto, especialmente para la gran pila, exige la purificación y la expiación [/ Liturgia/Culto]. Su brillo lo hace metal noble, celeste, Ez 1,7.24; Dan 10,6; Ap 1,15. Su sonido es la vanidad impalpable y fugaz de un don de lengua sin la caridad, lCor 13,1. La pesadez del plomo es la del necio obtuso, Si 22,14; simboliza las impurezas que se eliminan con el fuego, Is 1,25; Ez 22,18.

d) Las piedras preciosas. La descripción del pectoral del sumo sacerdote con las doce piedras, Ex 28,17-21, significa al mismo tiempo la dignidad del sacerdote, la magnificencia de la gloria de Dios y las doce tribus de Israel. Las piedras preciosas son símbolo de divinidad, Dan 10,6; Ap 4,1, y de su presencia, Ez 24,10; Is 54,11s; Tob 13,14; Ap 21,11.19s. Expresan la belleza real de la esposa, Cant 5,14. Son también los símbolos de la potencia humana que el Señor destruye, Ez 28,13; Ap 17,4; 18,12. El zafiro y el diamante, por encima de todas, son símbolos de la divinidad, de la santidad y de la belleza. El diamante es también símbolo de la solidez y de la resolución del que confía en Dios, Ez 3,9; pero también de la dureza del corazón incrédulo, Jer 17,1; Zac 7,12.

e) Los colores. Están ante todo los colores de significado cósmico: rojo, oriente; negro, norte; blanco, occidente; verde pálido, sur. Los colores de los cuatro caballos, Zac 6,6, simbolizan las cuatro direcciones del mundo. En Ap 6,2-8, la sucesión de los colores es diversa que en Zacarías, pero ahora los colores están en relación con lo que ocurrirá: blanco es el poder victorioso, rojo es la guerra, negro el hambre, verde pálido la muerte. También en el culto se manifiesta la preferencia por algunos colores: el escarlata, el rojo oscuro, el púrpura violeta, el blanco, Ex 26,1-31; 39,22ss. El rojo, con el escarlata, es el color de la idolatría, Sab 13,14, del pecado, Is 1,18, de la gran meretriz y de su monstruo, potencia enemiga del pueblo de Dios, Ap 17,3s. El rojo da color también a la acción de Dios vengador y liberador de su pueblo, Is 63,1 ss; Nah 2,4. Es el color de la expiación, Núm 19,1-10. El blanco es el color de las realidades celestes, escatológicas y divinas, y del gozo común de los redimidos, Ap 1,14; 7,9 [/ Gozo]. En contraste con el rojo y con el negro, Lam 4,7s, simboliza la inocencia y la pureza. El negro, además de culpa, es amenaza de castigo, Jer 4,28. El púrpura es símbolo privilegiado de dignidad y de realeza, Est 8,15; Lc 16,19; Jn 19,2.

3. SIMBOLISMO DEL MUNDO VEGETAL. Algunos símbolos de origen mítico, especialmente relativos a los orígenes, están tomados del mundo vegetal, como el árbol de la vida y el de la ciencia del bien y del mal. El mundo vegetal es solidario de la condición del hombre, ligado a la tierra, Is 61,1. Por una parte, simboliza su caducidad y su efímera consistencia, como hierba que al punto se seca y es quemada sin que quede nada de ella, o como flor que enseguida se marchita; por otra, la exuberancia de la vegetación representa la prestancia, la belleza, el vigor y la fecundidad del hombre por la riqueza de los frutos, tanto en la vida física como en la moral. Sobre todo la prestancia y el vigor del cedro del Líbano, la belleza y la fecundidad de la palmera, el esplendor y la abundancia del olivo, que da el preciado aceite y alimento primario, son las figuras que aparecen con referencia a diversas circunstancias, e incluso contrarias entre sí, de la vida humana. Al mundo vegetal pertenecen los símbolos de los perfumes. Entre las figuras del mundo vegetal y de la vida de los campos destacan las que son frecuentes para expresar la historia particular de las relaciones de Dios con su pueblo: la viña, la vid, la semilla, el trigo, las zarzas y los cardos espinosos, la cizaña, la siega, el agricultor, los colonos, los jornaleros. Son los símbolos que empleará Jesús en el anuncio del reino [/ Parábola].

4. SIMBOLISMO DEL MUNDO ANIMAL. En el variado y vasto bestiario simbólico de la Biblia, se distingue el simbolismo de los / animales de origen mítico en las descripciones de las situaciones extremas, primordiales o escatológicas, o referentes al mundo divino.

a) Animales primordiales. Las figuras de Tiamat, de Leviatán, de Raab y del dragón están ligadas al elemento acuático originario, y a veces identificadas con él, Gén 1,2; Is 51,9; Job 26,12s; Sal 74,13s. Son potencias sobre las cuales domina Dios como señor en beneficio de los hombres. Como símbolos de tales potencias representan lo que es adversario del hombre y del pueblo de Dios, los enemigos, Is 27,1s, donde el Leviatán es serpiente en paralelismo con el dragón, Sal 89, 10s; el faraón, Ez 32,2; Nabucodonosor, Jer 51,43. El dragón es identificado con Satanás en Ap 12; 20,10.

b) Los monstruos. Están compuestos de miembros de animales diversos, reuniendo en sí la fuerza bruta de los diversos animales y simbolizando el desorden, el mal y su prepotencia. Por eso representan las potencias mundanas enemigas del pueblo de Dios, Dan 7,3-8; Ap 13,1-18. Animales particulares y extraños son los cuatro seres vivientes de Ez 1,5-12, que son también figuras mixtas y se encuentran en Ap 4,6-8, pero con aspectos distintos. Simbolizan la manifestación de la magnificencia y potencia divinas. Los ojos de que están llenos son símbolo divino celestial y estelar, y dicen referencia a la omnisciencia divina. Su caminar los asocia a los símbolos cósmicos de las cuatro direcciones celestes. Los del Apocalipsis han sido interpretados como símbolos de los evangelistas.

c) Querubines y serafines. También ellos son figuras extrañas, mezcla de animales y de hombres, alados. Forman parte de la corte, ya sea de la celestial o de la terrena; su presencia indica el lugar de la divinidad o de la soberanía, y tienen una función de custodia y de guardia. Sus representaciones estatuarias se colocan delante de los palacios de los soberanos asirios; dos querubines son colocados como guardia a la entrada del paraíso, Gén 3,24; dos representaciones suyas se encuentran encima del arca de la alianza, Ex 25,17-22. Isaías ve serafines oficiando el culto celeste, Is 6,2s.

5. SIMBOLISMOS DE LA VIDA CORPORAL Y PSÍQUICA. Las expresiones referentes al cuerpo, a sus partes, a sus movimientos, a los alimentos, a los vestidos, a los ornamentos y a toda la vida psíquica que se desarrolla en el cuerpo, tienen frecuentemente un significado figurado y se usan como símbolos según las concepciones hebreas del hombre [/ Corporeidad; / Psicología; / Alimento; / Imposición de las manos; / Belleza].

Especialmente en el ejercicio del ministerio profético, junto a las visiones y a los sueños ricos en símbolos [t Profecía], hay acciones simbólicas particulares. Ajías de Siló rompe el manto nuevo en doce, pedazos y hace que Jeroboán coja diez para indicar la constitución del reino del norte bajo él, IRe 11,29-32. Isaías va desnudo y descalzo para anunciar la deportación de egipcios y etíopes a Asiria, Is 20,3-4. Las vicisitudes matrimoniales de Oseas simbolizan las relaciones entre Dios y el pueblo, Os 1,2-3,4 [/ Matrimonio]. / Jeremías compra un cinto y lo esconde en una grieta, donde se pudre, para decir que el Señor consumirá la gran soberbia de Judá, Jer 13,1-19; no se casa, anticipando la desgracia, por castigo, del cese del gozo de la vida matrimonial, 16,1-10; el vaso recompuesto en presencia del profeta significa la acción de Dios, que puede rehacer a su pueblo infiel, 10,1-6; la vasija rota en el valle de Ben-Hinnón anuncia que por el castigo deberá llamarse valle de la matanza, 19,1-6; las dos cestas con higos buenos y malos se refieren al cuidado que el Señor tendrá de los deportados fieles de su pueblo, mientras que abandonará a la ruina al que todavía maquina sin escuchar su palabra, 24,1-8; el yugo que se impone es para invitar al rey y a sus secuaces a aceptar la situación para salvar lo que aún se puede, 27,1-15; la adquisición de un campo, cuando está para sobrevenir la ruina de parte de Babilonia, es símbolo de restauración de la vida nacional, 32; el rótulo escrito con la profecía de desventura contra Babilonia es arrojado al Éufrates, donde se hunde, como se hundirá la misma Babilonia, 51,59-64. Ezequiel es encerrado en casa, atado y dejado mudo, como recuerdo a los israelitas que no quieren escuchar las palabras del Señor, Ez 3,22-27; el tratamiento de sus cabellos y de su barba cortados con una hoja afilada figura la suerte de Jerusalén, 5,1-5; su salida de la ciudad en actitud de emigrante es un aviso para el "príncipe de Jerusalén", 12,3-13; su viudez y su dolor secreto, sin luto exterior, figura el castigo de Israel y su conducta subsiguiente, 24,15-24. También Jesús realiza el gesto profético de la entrada mesiánica en Jerusalén y de la purificación del templo para expresar su misión, Mt 21,1-17. Luego maldice a la higuera sin frutos, aunque no era la estación de ellos, para significar que Israel es la planta infructuosa, incapaz de satisfacer las esperanzas de su Señor presente, y por ello es condenada a secarse, Mc 11,12ss.20s. El profeta Agabo, en Cesarea, al atarse las manos y los pies con el cinto de Pablo, le anuncia su arresto inminente, He 21,10s.

6. SIMBOLISMO DE LAS COSTUMBRES DE LA VIDA. LOS lugares de las viviendas, las cosas de la vida cotidiana, las instituciones, los acontecimientos familiares, nacionales o internacionales, los signos que todo pueblo tiene como propios en su ordenamiento, tales como nombres, números y signos alfabéticos, proporcionan un copiosísimo simbolismo.

a) La vivienda. Para un israelita, la ciudad es Jerusalén, donde están el templo y el palacio del rey. La casa simboliza la familia, la tribu. La casa de Judá y la casa de Israel son los dos reinos del sur y del norte; la casa de Jacob es todo el pueblo. La casa de Dios es el templo; en el NT es el templo del cuerpo de Jesús, Jn 2,19-21, y el espiritual del nuevo pueblo de Dios, 2Cor 5,1; I Pe 2,5. La tienda es símbolo del desierto y de la peregrinación, Lev 23,33-43; y sobre todo aquella en la que Dios habita y es también su misma presencia, Ex 40; es símbolo de la protección misericordiosa de Dios, Sal 27,5. Pero simboliza también la vida pasajera del hombre, Is 38,12; 2Pe 1,13s, la peregrinación hacia la casa del cielo, 2Cor 5,1-4. Los muros y la torre son los símbolos de la seguridad y del refugio, así como del grandioso esplendor de la ciudad celestial, Ap 21. En Ef 2,14 representa la separación entre judíos y gentiles, rota con la muerte de Cristo. La columna es estabilidad del edificio; columna es el profeta, Jer 1,18, columnas son los apóstoles, Gál 2,9, como columna de verdad es la Iglesia, 1 Tim 3,15. La puerta puede simbolizar la ciudad, Sal 87,2; y tomar la puerta significa adueñarse de la ciudad, Gén 22,17. Es el lugar de la asamblea de los ancianos, Prov 31,23, y allí se pronuncia el juicio, ls 29,21; Sal 127,5. Jesús es la puerta de salvación de las ovejas, Jn 10,7. La escalera indica la unión y la relación entre la tierra y el cielo, Gén 28,12; cf Jn 1,51.

b) Las cosas de la vida cotidiana. El fuego_ es símbolo divino en las teofanías, Ex 3,2; 13,21; 19,18; 24,27; Dt 4,24; Jer 21,12; Ez 1,4; Dan 7,9; Sal 18,9; Heb 12,29; Ap 1,14; símbolo de los tiempos mesiánicos; Mt 3,11; Lc 12,49, y de la ira de Dios y del castigo de los tiempos escatológicos, Dt 32,22; Is 66,15; 2Pe 3,12; Ap 20,14; 21,8. El valor de sentencia definitiva está ya en la llama de la espada de los querubines de Gén 3,24. Con el fuego está relacionado el horno, que expresa también el dolor y el sufrimiento purificador, Mal 3,2s; Si 2,5. Y se añade también el carbón ardiente. También al juicio divino y a la escatología pertenecen los símbolos de la tinaja, de la hoja de afeitar y de la trompeta. Entre las diversas cosas de la vida cotidiana hay que mencionar el manto como símbolo de aceptación de encargo, l Re 19-20; el anillo, símbolo de dignidad; la llave, símbolo de poder y de magisterio, Lc 11,52; el sello indica toma de posesión, propiedad, custodia divina y arras. El bastón es símbolo de elección, de la justicia de Dios, de su señorío; pero es también esperanza, como el que tenía Moisés en sus obras y el del camino de libertad en la noche de pascua, Ex 12,11. La lámpara y el candelabro forman parte del simbolismo de la luz [/ Luz/Tinieblas]. La barca es el curso de la vida en el mar de la existencia. El ancla es la certeza de la salvación, Heb 6,19; la red es el momento del juicio [/ Parábola/ Parábolas]. Símbolo de la fragilidad del hombre es el vaso de arcilla, plasmado por Dios, Gén 2,7; Rom 9,20-23; 2Cor 4,7; y también la ceniza, como el polvo, expresa la caducidad, física o moral, del hombre. Con esta condición humana se relaciona también el lazo, símbolo de esclavitud, de muerte, de tentación, especialmente de la idolatría. El yugo es la esclavitud impuesta por el pecado. Los días de la vida de cada uno están escritos en el libro, Sal 139,16. Está el libro del juicio de Dios, Dan 7,10; Ap 20,12; el libro de la vida, en el que están los nombres de los que se salvan, Is 4,3; Lc 10,20; Flp 4,3; Heb 12,23; Ap 3,5; 21,27, y el libro sellado de los secretos de Dios, que sólo el Cordero puede abrir, Ap 5,1-9. Además está el libro enrollado de la palabra de Dios, dado en alimento al profeta, Ez 2,8s; Ap 10,8s. Finalmente, el cielo es un gran libro desenrollado que se enrolla en el juicio, Ap 6,14. Los instrumentos del canto y de la danza son los símbolos de la alegría, también escatológica.

c) Las instituciones y los acontecimientos. La vida de Israel se expresa en las instituciones fundamentales de la promesa, de la alianza (con la ley), del culto y del reino. Dentro de ellas se colocan los acontecimientos de la vida familiar, nacional e internacional. Cada una de estas instituciones se expresa en varios símbolos. La promesa se desarrolla en los símbolos de la elección y de la liberación con el don de la tierra, y Dios es el gran agricultor que planta su viña. La alianza, fundada en la promesa, se desarrolla con los símbolos de la relación padre-hijo, señor-súbdito, y con las matrimoniales. El culto se expresa con el simbolismo del templo, de sus utensilios, de los ritos, especialmente los sacrificios; el reino, con los símbolos de la soberanía universal de Dios, que muestra su poder en favor de su pueblo guiándolo en la historia, con los símbolos de la guerra y con los del mesianismo, de los cuales forma parte el símbolo del pastor. Con la soberanía de Dios se vincula también la figura del pobre, de cuyos derechos se hace juez y vengador el rey-Dios, en el cual, por lo tanto, confía el pobre. De esta manera el pobre se convierte en el "pobre de Yhwh", figura del que está en la condición en que se realiza la salvación obrada por Dios, la cual es don, y por tanto sólo puede ser recibida.

d) Los nombres. La imposición del nombre es la afirmación de la característica de la persona, como cuando Adán llama a su mujer 'issah, por estar tomado de 'ii, "hombre", Gén 2,23, o hawwah, "Eva", por ser madre de todo, haj, "viviente", Gén 3,20. Eva, cuando "adquiere", qanah, al primer hijo, lo llama "Caín", Gén 4,1. Set será el nombre del hijo "puesto" por Dios en lugar de Abel, Gén 4,25. Dios cambia el nombre de Abrahán y Sara para significar su nueva realidad de progenitores de la copiosa multitud del pueblo, Gén 17,5.15. Y también los nombres de los otros patriarcas son interpretados en relación con circunstancias de su nacimiento, Gén 16,15; 21,5s; 25,26; así José, Gén 30,24, y lo mismo Benjamín, Gén 35,18. También el pueblo fue llamado Jesurun, Dt 32,15, como para recordarle que debía ser el "justo", pero sin embargo fue infiel. Casos particulares con los nombres simbólicos de los hijos de Isaías: Se ar jasub, "un resto vuelve", para infundir valor a Ajaz, Is 7,3, y Maher salal has baz, "pronto botín-pronto saqueo", en relación con la invasión asiria, Is 8,lss. También los hijos de Oseas se llaman Izre el, contra la casa reinante en Izre'el, el reino de Jehú, Os 1,4; la hija Lo'rúhamah, "no amada", para indicar la indignación del Señor contra el pueblo infiel, Os 1,6; de hecho, al tercer hijo lo llamará Lo' ammi, "no pueblo mío", Os 1,8. Simbólico es el nombre del hijo señal para Acaz: Emanuel, o sea Dios con nosotros, Is 7,14. Y lo son los nombres del niño cuyo nacimiento es razón de gran alegría: "Consejero admirable, Dios potente, Padre eterno, Príncipe de la paz", Is 9,5. También Jesús fue llamado así en relación con su misión de salvador, Mt 1,21; Lc 1,31; 2,21. Simón será llamado "Pedro", por ser piedra fundamental de la Iglesia, Mt 16,18. También Saulo, con la conversión de su vida y para su tarea misionera, preferirá llamarse Pablo, He 13,9.

La imposición del nombre es también reconocimiento de la realidad de las cosas y afirmación de dominio, como cuando Adán da nombre a las cosas, Gén 2,19s. Un conquistador tiene derecho a dar su nombre a una ciudad, 2Sam 12,28.

e) Los números y las letras del alfabeto. Uno es el número de la divinidad. En realidad, con el pecado se produce la división: bien-mal; oposición entre hombre y mujer, mientras que antes eran una sola carne; vida-muerte. El número dos es también el número del contraste y de la elección decisiva. Pero es igualmente el número del complemento, de la polaridad, del "par": una dualidad hacia la unidad. El tres es el símbolo de la plenitud. Por eso es número de la divinidad y de cuanto se refiere a ella, especialmente en el culto, Gén 15,9; 18,1-8; Ex 23,17; Núm 6,24ss; Is 6,3; 1Re 6,3: las tres partes del templo. Tres son los hijos de Noé, cabeza de la humanidad después del diluvio, Gén 10,1; los días de oscuridad en Egipto, Ex 10,22ss; los días de permanencia de Jonás en el pez, Gén 2,1; las tres tentaciones, Mt 4,1-11; La resurrección de Jesús es al tercer día, Mt 12,40; los días de ceguera de Pablo, He 9,9. La bestia de Ap 13,1s es un monstruo de tres animales. Tres son las virtudes, lCor 13,13. Sobre todo, tres es el número de las personas divinas, Mt 28,19; IJn 5,7s. Cuatro es el número cósmico de las cuatro direcciones celestes y del viento; es el número de lo creado en su expansión total; pero también es el número particular de la tierra, porque mientras el cielo se ve como círculo, la tierra es vista como cuadrado. Es el número del tetragrama divino. Cinco es el número de los libros de la ley, el Pentateuco. En Núm 7,17.22.29 son cinco las víctimas. En el NT son cinco los panes multiplicados por Jesús y cinco mil los saciados, cinco las vírgenes necias y cinco las prudentes, cinco los talentos. El seis y el siete están en estrecha relación. El siete es el número de la semana, cómputo temporal característico de Israel; es el número de la plenitud de una realidad orgánicamente unitaria. Es la plenitud querida por Dios: la sucesión de seis tiene su cumplimiento en el siete. Seis son los días de la creación, del trabajo de los hombres, y seis años los de los campos. Seis son las tinajas en Caná y seis las obras de misericordia, Mt 25,35s. Es también el número de una extraordinaria capacidad, pero equívoca, negativa, como los seis dedos de los gigantes, 2Sam 21,20s, y el número 666 del hombre poderoso de Ap 13,18 es el de una criatura, bajo el siete divino y sagrado. Las trompetas de la escatología son seis más una. Como número de totalidad, el siete se atribuye también a las potencias enemigas, del mal, pero para indicar que son vencidas a pesar de su arrogancia, cf Lc 8,2; los siete demonios; Ap 12,3: el dragón de siete cabezas coronadas [/ Apocalipsis].

Ocho es el primero después de siete, y por tanto el número de la novedad, del principio, de la resurrección final. El nueve no tiene significados particulares. El diez, por influjo del sistema de cómputo decimal, es el número preferido de la totalidad, lo mismo en el bien que en el mal. El doce es el de las tribus; es el número del pueblo y de todo lo que a él se refiere, especialmente en el culto. En Ap 22,2 es el número del cumplimiento, y los "marcados" de Ap 7,1-8 son 144.000, es decir, 12 X 12.000. Está en relación con el zodíaco y los tiempos del año. El cuarenta, la duración de una generación, es el número de los años del desierto: necesidad y ayuno, tentación, prueba y castigo, pero también formación y educación, como los cuarenta días después de la resurrección antes de la ascensión. Cincuenta es 7 X7 más uno: es la plenitud que da alegría; la alegría de la alianza en pentecostés y la solemne y extraordinaria del jubileo. Setenta es la plenitud del siete y del diez: setenta, según una lección, son los discípulos, Lc 10,1; setenta veces siete se debe perdonar, Mt 18,22. Mil es el límite imaginable en números precisos de la plenitud del diez, Ap 20,6.

Entre los signos alfabéticos, alfa y omega indican principio y fin, Ap 1,8; 22,13; se dice de Cristo. Tau es sello de pertenencia a Dios, que marca a sus salvados, Ez 9,4ss, cf Ap 7,3. A veces se busca el simbolismo mediante el valor numérico de las letras que componen nombres propios. Así, la genealogía de Mt 1,1-17, construida con tres series de catorce generaciones cada una y que resume la historia del pueblo mesiánico cumplida en Jesús, se inspiraría en el valor numérico de las letras que forman el nombre de David: d, w, d: 4,6,4, justamente catorce, que es también el doble del número sagrado siete, y tres series como las tres letras. También el 666 de Ap 13,10 es interpretado según el valor numérico de las letras que componen el nombre de Nerón.

7. SIMBOLISMO DE LA HISTORIA BÍBLICA. Son los símbolos tipo y todas las asociaciones que se hacen con personajes y situaciones precedentes dentro tanto del AT como entre el A y el NT. En Rom 5,14 y lCor 15,45-49 se establece una asociación tipológica entre Adán y Cristo, el primero, cabeza de la humanidad del pecado y de la muerte, el otro, de la humanidad nueva de la gracia; el primero, ejemplar de la humanidad terrestre, el segundo de la nueva humanidad celestial. El arca de Noé representa la solicitud salvífica de Dios, Sab 10,4; 14,7, como el cesto en el que fue salvado Moisés, Ex 2,3-9. Los acontecimientos del diluvio prefiguran los tiempos escatológicos, Mt 24,37s; Heb 11,7, y la salvación mediante el agua en el arca en el bautismo, I Pe 3,20s. Melquisedec es el tipo del rey sacerdote nuevo, Cristo. Abrahán es la figura del justificado por la fe, Rom 4,1-25; Gál 3,6-18. La narración de las relaciones de Sara y Agar son "enunciado de otra cosa", alegoría, puesto que son los "dos testamentos", Gál 4,21-31. Moisés, el éxodo, la pascua, el cordero y su sangre, junto con la alianza y los ritos de su estipulación, son representaciones fundamentales de la obra redentora de Cristo. El arca de la alianza, símbolo de ésta, signo de la presencia de Yhwh, 1 Sam 3,3, escabel de sus pies, lCrón 28,2, es el centro del culto del templo, especialmente de los ritos de la expiación; ahora que Jesús se ha presentado como el nuevo templo, Jn 2,19-22, y el instaurador en sí mismo del culto en espíritu y verdad, Jn 4,23s, todo el culto antiguo, especialmente en la carta a los Hebreos, es considerado preparación prefigurativa del sacrificio único y perpetuado en el cielo de Jesús. Los creyentes son ahora el templo espiritual y ofrecen el sacrificio de su vida en el Espíritu. Y en Heb 9,4 se recuerda también el contenido del arca de la alianza: las tablas de la ley, el maná, la vara florecida de Aarón, símbolos de vida. En Ap 11,19, la visión del arca simboliza el cumplimiento. El éxodo y el desierto son el templo y el lugar del amor de la juventud, Jer 2,1s, y son símbolo de la liberación del exilio, Is 40,1-11; 43,14-21, pero también la prueba de la infidelidad y de la purificación. Todo lo que se escribió de ellos es "tipo nuestro, a quienes ha llegado el cumplimiento de los tiempos": la piedra, de la cual brota el agua en el desierto, es Cristo; la falta de fe y la idolatría son las continuas tentaciones también del cristiano, ICor 10,1-11; cf 2Cor 3,7-16. Para Jesús, el maná figuraba el verdadero alimento del cielo, que es él, Jn 6,31-35; la serpiente de bronce elevada para que la miraran y así salvarse de la mordedura venenosa es símbolo de Jesús alzado en la cruz para la salvación, Jn 3,14s. El don de la ley en tablas de piedra es figura de otra ley escrita en los corazones, el don del Espíritu, Jer 31,31-34; Ez 36,24-27; Rom 8,1-4. David es la figura del rey mesías. Los tiempos prósperos y gloriosos de Salomón son el símbolo de la gloria y de la atracción de la nueva Jerusalén, ls 60,1-9; cf Mt 2,1-12; 12,42; la sabiduría y opulencia del rey son mucho menos que los dones del Padre, Mt 6,29. Jerusalén-Sión es la ciudad de Dios, símbolo de la santidad y de la justicia, representada en la "hija de Sión" como pueblo ideal y fiel, centro de paz y de todos los bienes de la salvación; por eso representa la situación escatológica de la bienaventuranza.

Moisés y Elías en la narración de la transfiguración simbolizan la ley y los profetas en su función preparatoria y anunciadora, Mt 17,3. En cuanto a Elías, es el profeta precursor, que encuentra su realización en Juan Bautista, Mt 11,14. El "siervo de Yhwh" es la figura del mediador de la obra salvífica de Dios en la obediencia y en el sufrimiento expiatorio que Jesús llevará a cabo. Jonás, por su experiencia en el vientre del pez, del cual fue salvado, y por su predicación en Nínive, fue tomado como modelo de la misión y de la resurrección de Jesús, Mt 12,39-41; 16,4. Job es la figura del aguante confiad') y recompensado, Sant 5,11. Henoc es la figura del fiel que es transformado sin pasar por la muerte, Heb 11,5. También Egipto y Babilonia se convierten en símbolos de las potencias adversas, que hacen esclavo al pueblo de Dios; la segunda, en el Apocalipsis, es la figura de Roma corrompida en su riqueza prepotente y perseguidora. Finalmente, está todo el simbolismo sacramental referente a la muerte y resurrección de Jesús.

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R. Riva