SABIDURÍA (Libro de la)
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SUMARIO: I. Una obra multiforme y "ecuménica". II. Un hábil trenzado entre estructura y mensaje: 1. "Su esperanza está llena de inmortalidad" (cc. 1-5); 2. "La sabiduría, irradiación de la luz eterna" (cc. 6-9); 3. El gran "midrás" sobre el éxodo (cc. 10-19): a) El septenario de los dípticos antitéticos, b) El septenario de las idolatrías.


I. UNA OBRA MULTIFORME Y "ECUMÉNICA". Pequeña joya de la literatura judía alejandrina, compuesto entre el siglo II y el I a.C.,quizá el último escrito deuterocanónico del AT, el libro de la Sabiduría (= Sab), colocado como de costumbre bajo el patronazgo ficticio de Salomón —sabio perfecto y perfecto estadista , es difícil de catalogar dentro de un esquema literario único y de una única definición. Con capítulos de fina poesía se mezclan páginas de prosa rimada en un estilo antológico colmado de alusiones, de motivos inéditos y conocidos, de amaneramientos y de erudición preciosista, que no alteran, sin embargo, la linealidad sustancial de la obra. El autor permanece en el anonimato a pesar de los esfuerzos de quien ha querido ver en él la mano del traductor griego de Si [/ Sirácida II]; su lengua es un griego bien poseído, aunque no exento de infiltraciones hebraizantes. Un libro profundamente fiel a la genuina tradición de la espiritualidad bíblica, pero también auténticamente "progresista" en su apertura, en su aliento ecuménico, en su optimismo sobre el destino del hombre, en sus felicísimas intuiciones para el futuro de la revelación bíblica. En cierto sentido, este libro es el saludo de la antigua alianza a la nueva inaugurada por Cristo.

Un libro multiforme también a nivel de género literario, aunque permaneciendo firme su cualidad sapiencial general [/ Sabiduría IV, 1]. Sin embargo, es también un tratado teológico embrional sólidamente estructurado, aunque joven aún, no triunfal y lujuriante como el sistema del posterior filósofo judío alejandrino Filón. Los temas más originales de este tratado, como lo ha puesto de manifiesto C. Larcher, son los antropológicos. Sab es también un protéctico, es decir, un folleto exhortatorio dirigido a los judíos víctimas de las primeras persecuciones y marginaciones en el ámbito helenístico-romano (2,10-20; 3,1-9); luego será significativa la Legatio ad Gaium, de Filón, libelo apologético infaustamente destinado al emperador Caligula. Nuestro autor quiere mostrar, por un lado, la apertura de espíritu del judío de la diáspora, y, por otro, quiere exhortar a sus correligionarios a la fidelidad, a la confianza optimista en que el Señor "lo ha regulado todo con número, con peso y con medida" (11,20: cf 12,15-18). El libro aparece entonces también como un escrito catequético deseoso de enriquecer la propuesta cultural hebrea con elementos tomados del mundo en el que vive la diáspora, pero atento también a corregir las desviaciones de aquellos judíos que, fascinados por la propuesta griega, en la práctica habían apostatado del judaísmo.

Por consiguiente, Sab es también una obra kerigmático-misionera. La ósmosis con algunos elementos del helenismo y el intento de diálogo "ecuménico" son visibles en el esfuerzo por filtrar la antropología hebrea a la luz de la terminología y de la mentalidad griega; en el conocimiento crítico del materialismo heracliteoepicúreo (2,2-3); en la aplicación de algunos datos de la filosofía estoica (7,22.24; 14,3; 17,2); en una reticencia casi platónica respecto a la materia (9,15); en la consistencia atribuida a la psyche ("alma" en sentido griego o nefeJ hebrea, es decir, ¿el "ser vital" en su globalidad?), capaz de hacer sospechar la idea de preexistencia (8,19-20), en proponer una reedición de la crítica "evemerista" (explicación racionalista de la religión idolátrica: 14,15-21); en las no raras conexiones con el platonismo popular, y en particular con el Timeo (6,19; 11,17; 12,1; 13, lss), conocido quizá a través de algún florilegio platónico; en la celebración del metabolismo de los elementos según los cánones de algunas cosmologías helenísticas (19,6ss); en calibrar el concepto de resurrección, nunca explicitado, a fin de evitar reacciones de rechazo por parte griega (cf He 17).

II. UN HÁBIL TRENZADO ENTRE ESTRUCTURA Y MENSAJE. Es interesante notar que el volumen gira en torno a tres componentes que definen globalmente la estructura, aunque en su interior está refinadamente construido hasta en los detalles, según lo han demostrado muchos estudios como los de M. Gilbert, J.M. Reese, A.G. Wright y C. Larcher. No podemos entrar en estos detalles; en orden a nuestra exposición, nos contentamos con seguir las tres grandes áreas estructurales de los capítulos 1-5; 6-9; 10-19, que contienen en su interior también los tres principales nudos ideológicos de la obra.

1. "SU ESPERANZA ESTÁ LLENA DE INMORTALIDAD" (CC. 11-55). Con la primera sección de la obra (pero con indicaciones diseminadas también en otras partes), llega a una clara formulación la doctrina de la inmortalidad (athanasía/aphtharsía), surgida a través de un lento proceso de formación en la fe secular de Israel ("asunción" de Henoc y de Elías; Sal 16; 49; 73; Dan 12; 2Mac 7; por medio de una cierta simbología) y ayudada por la atmósfera platónica respirada por el autor, sobre el fondo de las creencias populares del Delta. Pero se trata de una inmortalidad "dichosa"; no es fruto de deducción metafísica de la espiritualidad del alma sobre la base de las especulaciones platónicas codificadas sobre todo en el Fedón (que también el autor parece conocer), sino puro don divino. Pues implica una plena comunión con Dios, eflorescencia de aquella intimidad de que goza el fiel ya durante la existencia terrena a través de su justicia (1,15). Este don es definitivamente ofrecido con una solemne episkopé, una "visita juicio" de Dios dentro de la historia (1,9; 3,7; 4,20). En cambio, los impíos son abandonados en el abismo (el se'ol bíblico), que no es ya la mansión indiferenciada de los difuntos, como en la visión hebrea clásica, sino que se puede identificar cada vez más con el infierno (4,18ss).

Este destino inmortal positivo o negativo es presentado sobre todo en los capítulos 3-4 (el c. 5 es una grandiosa escena de juicio, o mejor, de "autojuicio" de las almas) con una secuencia de dípticos antitéticos, en los cuales a una escena que representa el destino glorioso y feliz del justo (3,1-9; 3,13-15; 4,1-2; 4,7-16) se opone una escena oscura con el destino del impío (3,10-12; 3,16-19; 4,3-6; 4,17-20). Es significativo que el justo sea ejemplificado con casos sorprendentes y "progresistas" respecto al fondo tradicional bíblico (Dt 23,2; Gén 25,21; Is 47,9): la mujer estéril y el eunuco, aunque eran considerados como una "rama seca" del antiguo Israel, si son justos y fieles recibirán un puesto cualificado en el templo celestial futuro (3,13-15); el justo muerto prematuramente, considerado un maldito en la teoría de la retribución, es exaltado, en cambio, por Sab como un amado de Dios (4,7-16). Siempre en la línea de la finura y de la originalidad del escritor hay que considerar también el fresco del juicio del capítulo 5. La acusación de los impíos no es extrínseca y judicial, sino psicológica; brota de su misma autoconciencia, de su amarga autocrítica (5,3-13).

El remordimiento de conciencia permanece en el más allá como instrumento desgarrador de castigo y se transforma en un veredicto de autocondena. En la otra vida, encaminarse hacia el castigo o el premio es espontáneo; nace de una especie de afinidad electiva. Se descubre así el esfuerzo de hermenéutica que el autor lleva a cabo sobre los datos realistas, "objetivos" y simbólicos del juicio, según el esquema tradicional bíblico.

2. "LA SABIDURÍA, IRRADIACIÓN DE LA LUZ ETERNA" (cc. 6-9). Como es sabido, el concepto de sabiduría constituye el resultado de una cuidadosa reflexión llevada a cabo por la literatura sapiencial para intentar expresar de modo teológicamente nuevo la relación Dios-criatura [/ Sabiduría VIII]. Aunque permaneciendo en contacto con los análisis tradicionales hechos sobre este teologúmeno por parte de Prov 1; 8; Job 28; Sir 24; Bar 3,9-4,4, etc., la sabiduría celebrada en este libro no puede identificarse con la tórah ni reducirse a una función cosmológica de Dios, ni pretende resolver directamente el constante dilema trascendencia-inmanencia. Sin aceptar la noción hipostática platónica (peligrosa para el monoteísmo hebreo), sin embargo la sabiduría adquiere una función más consistente de mediación entre Dios y el ámbito cosmo-soteriológico. En esto Sab es ayudada por la filosofía estoica y platónica; en este sentido son ejemplares los 21 atributos que definen en 7,22ss a la sabiduría; muchos de ellos tienen una génesis ligada a la filosofía griega, aunque la trama ideológica de base es bíblica. En efecto, prevalecen las imágenes ligadas a la luz (Jn 1 y Un 1,5: la sabiduría es emanación nítida de la gloria divina, sin deslumbramiento; es irradiación de luz inextinguible; espejo terso, más brillante que el sol, superior a los astros; más luminosa que cualquier luz, triunfadora de las tinieblas del caos.

La reflexión sobre la sabiduría que nos ofrece este libro pone en práctica las bases de la teología neotestamentaria sobre el Verbo. Pablo y Juan se inspirarán justamente en estas páginas, como puede atestiguarse a través de estas concordancias:

Sab 7,26: la sabiduría es imagen de la excelencia divina. Col 1,15: Cristo es imagen del Dios invisible.

Sab 7,26: la sabiduría es reflejo de la luz eterna.
Heb 1,3:
el Hijo es reflejo de la gloria del Padre.

Sab 8,3; 9,4: intimidad de la sabiduría con Dios.
Jn 1,1.8:
intimidad del Verbo con el Padre.

Sab 7,21; 8,6; 9,1.9: función creadora de la sabiduría.
Jn 1,3.10:
función creadora del Verbo.

Sab 8,4; 9,9; 10,11.17: omnisciencia de la sabiduría.
Jn 5,20:
omnisciencia del Verbo.

Sab 7,23; 11,24.26: amor de Dios a los hombres.
Jn 3,16-17:
amor de Dios a los hombres.

Sab 7,28: amor de Dios al que ama la sabiduría.
Jn 14,23; 16,27:
amor del Padre al que ama al Hijo.

Esta segunda sección de la obra se cierra con una espléndida oración, puesta en labios de Salomón, para obtener la sabiduría (c. 9). La invocación está construida por esquema concéntrico sobre el versículo 10; pero, a su vez, las tres estrofas que la componen están distribuidas concéntricamente sobre los versículos 4. 10.17.

3. EL GRAN "MIDRÁS" SOBRE EL ÉXODO (cc. 10-19). Estos capítulos finales de Sab ofrecen una reelaboración midrásica, es decir, homilética y alegórica (praxis hermenéutica bíblica bien conocida en el judaísmo), del texto del éxodo, con particular atención a los capítulos 11-19 del Ex. Estamos en presencia de una relectura teológica y moral del gran artículo de fe de la liberación de la esclavitud egipcia. Ya el Segundo Isaías había iniciado este proceso interpretativo, aplicando el esquema del éxodo al retorno del destierro de Babilonia [/ Isaías III, 3]. En el NT, Juan aplicará a Cristo muchas categorías del éxodo, continuando libremente el camino abierto por Sab. Mas el capítulo 10 vuelve sobre los precedentes del éxodo, presentando a través de siete figuras patriarcales la historia bíblica arcaica: Adán, Noé, Abrahán, Lot, Jacob, José, Moisés. Ellos encarnan otros tantos ejemplares de justos guiados por la sabiduría. En efecto, cada pequeña escena se abre con el solemne pronombre personal femenino que indica a la sabiduría y tiene como palabra clave el adjetivo sustantivado "justo". Tenemos, pues, una relectura "típica" y ética de la historia de la salvación.

a) El septenario de los dípticos antitéticos. En un continuo contrapunto de escenas antitéticas (hebreos-egipcios = justos-impíos), la historia del éxodo se traslada en esta meditación sapiencial del plano contingente al metahistórico del destino escatológico de la humanidad. En la práctica, se asiste al encuentro constante entre bien y mal, cuyo desenlace final es el triunfo de la justicia. He aquí las siete antítesis: están regidas por elementos simbólicos cósmicos, prolongándose al final en un himno coral de los salvados, libre reelaboración escatológica del cántico de Moisés de Ex 15 (19,5-21):

  1. 11,5-14: aguas del Nilo y agua de la roca.

  2. 16,1-4: codornices para los justos y ranas para los impíos.

  3. 16,5-14: serpiente de bronce y langostas y moscas.

  4. 16,15-29: lluvias y tempestades para los impíos, maná para los justos.

  5. 17,1-18,4: tinieblas y luz.

  6. 18,5-25: el exterminador de los primogénitos egipcios se detiene ante Israel.

  7. 19,1-9: el mar Rojo que cubre a los pecadores y se transforma en llanura verdeante para los justos.

No faltan dentro de este contrapunto páginas deliciosas, observaciones felices y digresiones como la muy innovadora sobre la tolerancia divina, sobre la moderación misericordiosa del Creador, que ama a todas sus criaturas ("amante de la vida", 11,15). Otras páginas han recibido una interpretación nueva y libre dentro de la tradición cristiana: así ha ocurrido para la serpiente de bronce del desierto (16,7), que el autor presenta ya como "símbolo de salvación", y que se convertirá para Jn 3,14-17 en Cristo alzado en la cruz, signo de la salvación definitiva; así se ha hecho a propósito del maná, al que Sab llama "pan de los ángeles" y presenta ya como símbolo de la palabra de Dios (16,20-21; cf Sal 78,25), y que la tradición cristiana aplicará a la eucaristía; la vigorosa personificación de la palabra de Dios como guerrero inexorable que blande como espada aguda el irrevocable decreto divino (18,14-16) se ha transformado, en la celebración litúrgica cristiana, en la entrada del Verbo en el mundo por el nacimiento.

b) El septenario de las idolatrías. La secuencia de las siete antítesis del éxodo se rompe en los capítulos 13-15 con un breve tratado polémico antiidolátrico, que recoge in crescendo siete formas de degeneración de la religión:

  1. 13,1-9 idolatría astral.

  2. 13,10-19 idolatría materialista.

  3. 14,1-11 idolatría por la navegación.

  4. 14,15-16 idolatría fúnebre.

  5. 14,17-21 idolatría imperial.

  6. 15,7-13 idolatría económica.

  7. 15,14-19 idolatría animal.

El septenario se puede articular alrededor de tres formas fundamentales de aberración religiosa: la divinización de las fuerzas naturales (13,1-9), esplendor del cosmos y la fascinación "divina" que de él se desprende; el culto de los ídolos antropomórficos (13,10-15,13); la zoolatría, la forma más grave a los ojos del autor por estar testimoniada por la praxis del mundo egipcio en el que vive. El esquema es sustancialmente el de la apologética judeo-helenística, que tiene su máximo representante en Filón. Sin embargo, la polémica de Sab presenta una diferencia respecto a esa apologética y a la grecorromana de cuño filosófico: lo que para los pensadores "laicos" no es más que un error ideológico vulgar y grosero, para Sab es un crimen religioso. En este sentido, nuestro texto conecta con la sátira teológica de Is 44 y Jer 10. Hay que notar que en 13,6-9 se formula por primera vez la posibilidad del conocimiento natural de Dios a través de las realidades creadas, posibilidad afirmada también por Rom 1,19-32 y formalizada por el concilio Vaticano I.

Por lo tanto, un libro de gran cohesión y riqueza, situado en los umbrales de la era cristiana (Larcher piensa en la época misma de Augusto, la del nacimiento de Cristo, aunque es difícil precisar al respecto); un libro de gran confianza y mucho optimismo, como lo atestiguan sus últimas líneas ligadas a una metáfora musical (19,18) y a esta antífona laudativa: "De mil formas, Señor, engrandeciste a tu pueblo y lo glorificaste, y no dejaste de asistirlo en todo tiempo y lugar" (19,22). Y ahora este "tu pueblo" no es sólo el Israel de la antigua alianza, sino todos los justos que aman la verdad y la justicia.

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G. Ravasi