RESURRECCIÓN
DicTB
 

SUMARIO: I. Los primeros testimonios de la resurrección de Jesús: 1. Las profesiones de fe; 2. Las fórmulas de anuncio; 3. La tradición autorizada de la resurrección. II. La resurrección de Jesús en los evangelios y en los Hechos: 1. El anuncio de la resurrección junto al sepulcro; 2. Los relatos de aparición de Jesús resucitado: a) Apariciones de reconocimiento, b) Apariciones de misión; 3. El anuncio de la resurrección en los Hechos. III. La resurrección: promesa de Dios y esperanza humana: 1. La resurrección en el AT y en la tradición judía; 2. Jesús anunció su esperanza de resurrección; 3. La resurrección de los muertos en los evangelios; 4. La resurrección de los cristianos; 5. Experiencia histórica y misterio de la resurrección: a) Lenguaje y modelos expresivos, b) Resurrección y esperanza humana.

La palabra resurrección evoca inmediatamente a los lectores el acontecimiento que ocupa el centro de la fe cristiana y que constituye su núcleo unificador y germinador. Los testimonios sobre el acontecimiento de la resurrección de Jesús son varios y múltiples, diseminados, y están en el canon de las Escrituras cristianas. De la experiencia inicial se pasa a la formulación lingüística del encuentro con Jesús resucitado, hasta la comunicación en forma de anuncio. Así pues, la historia de la resurrección de Jesús corre paralela a la génesis y al desarrollo de los textos cristianos.

Pero hay un segundo aspecto conexo con la resurrección. Se trata de la esperanza humana frente a la muerte, que se funda en la fidelidad del Dios vivo, en su dominio, al cual no escapa ni siquiera el reino de la muerte. Los dos aspectos: la resurrección de Jesús y la resurrección de los muertos, se entrecruzan, tanto a nivel de vocabulario y modelos expresivos como al nivel más profundo de experiencia espiritual y religiosa. Jesús es el primero en afirmar su esperanza frente a la muerte, apelando a la iniciativa de Dios, el viviente, que resucita a los justos y glorifica a los mártires. Por tanto, el tratamiento de este tema debe recorrer la historia de la experiencia cristiana desarrollada en torno a la resurrección de Jesús y los precedentes de la tradición bíblica y judía respecto a la esperanza humana frente a la muerte.

I. LOS PRIMEROS TESTIMONIOS DE LA RESURRECCIÓN DE JESÚS. Un dato histórico indiscutible es el de la existencia del movimiento cristiano en la primera mitad del siglo 1. Los convertidos del judaísmo y del paganismo que constituyen las primeras comunidades de creyentes se proclaman seguidores de Jesús de Nazaret, un judío de Palestina, al que dieron muerte al principio de los años treinta, y que ahora es reconocido, venerado y proclamado en las pequeñas comunidades cristianas como el Cristo (Jristós en griego), el mesías hebreo, el Señor (en griego, Kyrios). Los primeros escritos cristianos datables son las cartas de / Pablo, de las cuales al menos siete se reconocen unánimemente como auténticas. Estas se distribuyen en un lapso de tiempo que corre des-de los principios de los años cincuenta al sesenta d.C. Dentro de estos escritos se pueden reconocer algunas fórmulas que son el eco de la vida de fe de las comunidades. Junto a ellas se encuentran también frases que re-presentan la proclamación o el anuncio hecho a los de fuera, judíos y paganos.

1. LAS PROFESIONES DE FE. Las fórmulas de profesión de fe más antiguas reflejan el uso del ambiente, de la cultura y de la lengua aramaico-palestinense. Un fragmento de estas profesiones de fe se puede reconocer en la frase referida por Pablo antes de la bendición final en la primera carta a los Corintios: "Maldito sea el que no ama al Señor; Maranatha: ven, Señor nuestro" (lCor 16,22). En una carta escrita en griego Pablo cita esta invocación, que remite al contexto litúrgico de lengua aramaica. En aquel ambiente judío se llama a Dios en arameo Mareh, en paralelismo con 'Elaha (Dios), y corresponde al griego Kyrios. Una confirmación de este origen palestinense se podría obtener de un texto de la Didajé, de la segunda mitad del siglo I, donde, al final de la oración eucarística, se menciona esta declaración: "Si alguno es santo, venga; si alguien no lo es, que se convierta; Maranathá. Amén" (Did. X, 6). La expresión aramea Maranatha se puede traducir como invocación: "Maránatha, Señor, ven", o bien como una aclamación: "Maran-athá, el Señor viene". Este último significado podría sugerirlo el comentario catequístico que hace Pablo de la fórmula tradicional de las palabras sobre el pan y sobre el cáliz, enviada a la comunidad de Corinto: "Pues siempre que coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (lCor 11,26).

"Jesús es Señor" corresponde a la profesión de fe referida por Pablo en la misma carta, y se hace depender de la acción del Espíritu de Dios (ICor 12,3b). Esta confesión es para Pablo el criterio para discernir el origen de los dones espirituales o carismas. El apóstol vuelve sobre este contenido esencial de la fe cristiana en una amplia reflexión de la carta a los Romanos al final de los años cincuenta. El contenido de la profesión de fe (homologuía) cristiana consiste en esto: "Jesús es el Señor" (Rom 10,9). A ésta corresponde el fragmento de un himno cristológico, citado por Pablo en la carta a los Filipenses para fundar la comunión profunda entre los creyentes. A la inmersión de Jesucristo en la historia humana, vivida hasta la forma extrema de la muerte de cruz, corresponde la iniciativa eficaz de Dios, que lo ha exaltado sobre todo y le ha dado "un nombre que está por encima de cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2,10-11).

En resumen, se puede decir que los vestigios de la antigua profesión de fe conservados en los textos de las cartas paulinas se compendian en esta proclamación solemne del señorío de Jesucristo, conexo con su resurrección.

2. LAS FÓRMULAS DE ANUNCIO. La comunidad cristiana, que se reúne para el culto, elabora también las fórmulas y los esquemas para comunicar esta experiencia de fe al ambiente externo, lo mismo al judío que al griego-pagano. El eco de estas fórmulas se encuentra todavía en las cartas paulinas, donde se remite al anuncio fundante inicial para motivar la exhortación parenética o los desarrollos catequísticos. Un ejemplo de estas fórmulas se encuentra en la primera carta escrita por Pablo a la comunidad de Tesalónica. Al término de una rápida retrospectiva sobre la actividad evangelizadora y sobre el nacimiento de la comunidad cristiana, el apóstol puede recordar el cambio de la conversión y de la fe: "Dejasteis la idolatría y os convertisteis para servir al Dios vivo y verdadero, con la esperanza de que su Hijo Jesús, al que resucitó de entre los muertos, vuelva del cielo y nos libre la ira venidera"(1Tes 1,9-10). La referencia a la conversión como paso del culto de los ídolos a la fe en el Dios vivo y verdadero remite al contexto del anuncio del evangelio a los paganos. Pero la fórmula citada por Pablo sobre la resurrección de Jesús tiene su origen en el contexto judío palestinense, en el cual se proclama la victoria sobre la muerte por iniciativa de Dios.

Esto lo confirma una segunda cita de la misma carta en el contexto más amplio de la catequesis sobre la esperanza cristiana frente a la muerte. A los cristianos en crisis por el deceso de sus parientes, Pablo les insta apremiantemente a no abandonarse a la tristeza "como los que no tienen esperanza". Y sigue invocando el motivo y el fundamento de la esperanza cristiana: "Porque si creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado, así también reunirá consigo a los que murieron unidos a Jesús" (ITes 4,14). La primera parte de esta cita paulina menciona el contenido esencial del anuncio cristiano, que es también la base de la fe. Jesús ha muerto y ha resucitado. Esta estructura binaria antitética, donde la resurrección se contrapone a la muerte, se encuentra en una serie de otros textos distribuidos por las cartas auténticas de Pablo: Rom 4,25; 8,34; 14,9; 2Cor 5,15: "Cristo ha muerto y ha vuelto a la vida". Esta constancia de las fórmulas referidas por Pablo remite a una tradición que está detrás de él, probablemente de origen judeo-cristiano.

Al mismo ambiente con toda probabilidad hay que hacer remontar la fórmula acreditada que cita Pablo al principio de la carta a los Romanos como síntesis del evangelio de Dios (Rom 1,3-4). Este evangelio, dice Pablo, ha sido prometido por medio de los profetas en las Sagradas Escrituras y se refiere al Hijo de Dios. El texto paulino continúa así: "Nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santificación por su resurrección de la muerte, Jesucristo, nuestro Señor"(Rom 1,3b-4). También en esta fórmula se puede reconocer la estructura binaria: por una parte, la solidaridad histórica de Jesús en la línea del mesianismo davídico, y por otra su exaltación y constitución en la función de Hijo de Dios en la línea del Espíritu de santificación mediante la resurrección de los muertos. El doble aspecto de la función de Jesús: "según la carne y según el Espíritu", transcribe de modo original la dialéctica pascual "muerto según la carne, resucitado y vuelto a la vida según el Espíritu" (1Pe 3,18).

Así pues, en las cartas de Pablo se encuentran las fórmulas que son eco de la fe de las primitivas comunidades cristianas y los esquemas del anuncio hecho hacia fuera, y que se convierten a su vez en síntesis del credo cristiano.

3. LA TRADICIÓN AUTORIZADA DE LA RESURRECCIÓN. En la primera carta enviada a la Iglesia de Corinto, a mediados de los años cincuenta, Pablo refiere una síntesis del anuncio cristiano, que está en la base del credo tradicional. El mismo Pablo llama a este texto el "evangelio que él ha anunciado" y que los corintios han recibido. La condición de su eficacia salvífica es conservarlo en la forma en que ha sido anunciado (lCor 15,1-2). Luego el apóstol cita las bases del anuncio y del "credo", anteponiendo una fórmula protocolar de la tradición autorizada. "Os he transmitido en primer lugar lo que ami vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y resucitado al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Pedro y luego a los doce" (lCor 15,3-5). La estructura de la fórmula tradicional citada por Pablo está articulada en dos pequeñas unidades, que a su vez están constituidas por dos frases: "Murió por nuestros pecados..., fue sepultado/y resucitado... y se apareció". El sujeto único de estos cuatro verbos es Cristo, aunque la fórmula pasiva "fue resucitado... y fue visto" remite discretamente a la acción e iniciativa de Dios. El análisis de la estructura gramatical y sintáctica —parataxis— confirma el origen judeo-aramaico de esta tradición. También el nombre dado al primer testigo autorizado, "Cefas-Pedro", remite al mismo ambiente. Así pues, el texto podría tener su origen en la comunidad bilingüe de Jerusalén o de Antioquía de Siria, a mediados de los años treinta. Pero sobre la estructura arcaica originaria se han hecho algunas ampliaciones de tipo interpretativo en clave soteriológica, "por nuestros pecados", y la referencia escritural, que subraya la conformidad con el plan de Dios: "según las Escrituras". También la lista de los testigos cualificados, distribuidos en dos grupos, que constituyen, respectivamente, cabeza a Cefas (los doce) y a Santiago (los otros apóstoles), se resiente de un trabajo de ampliación e integración (lCor 15,5.7). El elenco de los testigos confirma la realidad y exactitud de la experiencia de Cristo resucitado por iniciativa de Dios. Sólo en una perspectiva secundaria se advierte la función legitimadora de la aparición de Jesús a los testigos cualificados, en cuya serie, aunque sea en el fondo, se coloca el mismo Pablo. Pero el intento fundamental es el de definir la eficacia salvífica del anuncio y de la fe que en él se funda: "Pues bien, tanto ellos como yo, esto es lo que predicamos y lo que habéis creído" (lCor 15,11).

Así pues, la fórmula mencionada es más breve que las referidas por Pablo. Representa una especie de síntesis esquemática del anuncio y de la catequesis fundada en la resurrección de Jesús. Las fórmulas de fe y de anuncio se apoyan en el hecho y acontecimiento de la resurrección, que es atribuido a la iniciativa de Dios. El protagonista o destinatario de esta acción de Dios es Cristo, que pasa de la muerte a la vida mediante la resurrección, que tiene como efecto final su exaltación gloriosa. Los títulos que resumen esta fe pascual son al mismo tiempo la síntesis del anuncio cristiano. Son atribuidos a Jesús, proclamado Cristo, Señor e Hijo de Dios. En el primer título se afirma la mesianidad trascendente de Jesús, fundada en su resurrección. El título de Señor expresa el señorío de Jesús, asociado al de Dios. Como hijo, Jesús lleva a cumplimiento no sólo la esperanza mesiánica, sino que transmite la dignidad filial mediante el don del Espíritu a todos los creyentes.

II. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS EN LOS EVANGELIOS Y EN LOS HECHOS. De la experiencia originaria de la resurrección, expresada en las fórmulas de la fe y del anuncio, se pasa progresivamente a una expresión más articulada en forma narrativa (modelo evangélico) o al esquema de anuncio-predicación, dirigida a los diversos destinatarios judíos o gentiles (Hechos de los Apóstoles). Ambas formas responden a los diversos ambientes culturales y a las exigencias de la vida interna de la comunidad que celebra el culto y practica la catequesis de formación, y responde a las objeciones formuladas por el ambiente externo.

1. EL ANUNCIO DE LA RESURRECCIÓN JUNTO AL SEPULCRO. El kerigma tradicional mencionado por Pablo en la primera carta a los Corintios alude a la sepultura de Jesús, pero sin darle particular relieve bajo el aspecto catequístico o apologético. Se habla de la sepultura de Jesús según el esquema biográfico bíblico, donde se dice a propósito de todos los reyes: "Murió y fue sepultado". Existe, sin embargo, un dato tradicional común subyacente a los cuatro evangelios y que se refleja también en los Hechos de los Apóstoles: Mc 16,1-8; Mt 28,1-8; Lc 24,1-10; Jn 21,1-2. Esta tradición común se puede condensar en los puntos siguientes: a) la visita de algunas mujeres, entre las cuales descuella el nombre de María de Magdala; el plural del evangelio de Juan confirma la tradición común de un grupo; b) estas mujeres visitan el sepulcro de Jesús en Jerusalén por la mañana temprano: "el primer día de la semana después del sábado"; c) el fin es el de completar los ritos fúnebres junto a la tumba de Jesús, llanto o lamentaciones; d) las mujeres encuentran el sepulcro abierto y vacío, y corren a informar a los discípulos de Jesús, entre los cuales destaca la figura de Pedro; e) algunos de los discípulos, entre ellos Pedro, corren a inspeccionar el sepulcro de Jesús. Se puede pensar que la base histórica de esta tradición común es fidedigna por los siguientes motivos. Ante todo, el papel de las mujeres en la experiencia del sepulcro vacío no puede haber sido inventada, ya que contradice el valor testimonial en el contexto judeo-palestinense. Es probable que la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén conociera la ubicación y la identidad de la tumba de Jesús. La visita de algunas mujeres corresponde a los usos judíos acerca de los ritos fúnebres. Finalmente, el sepulcro vacío no tiene un papel determinante en la catequesis apologética y en los esquemas de anuncio. Tampoco los relatos de aparición, que insisten en la realidad y la identidad de Jesús resucitado, remiten a la experiencia y comprobación de la tumba vacía. Por tanto, este elemento no es funcional ni para la apologética ni para la catequesis cristiana, por lo cual podría ser un residuo de una tradición históricamente atendible.

Sobre la base de esta tradición común se alza la interpretación de cada uno de los textos evangélicos. El evangelio de Marcos parte de la visita de las mujeres a la tumba de Jesús para proclamar el anuncio de la resurrección y el de la aparición a los discípulos y el de su misión en Galilea (Mc 16,6-7). A este fin, el evangelista ha amplificado algunos elementos de la tradición común, enumerando a las tres mujeres que van a la tumba de Jesús para embalsamar su cuerpo. También la reflexión que hacen las mujeres sobre la piedra del sepulcro, que no se puede retirar por ellas, prepara la aparición y el anuncio del ángel intérprete. Marcos subraya particularmente la reacción "religiosa" de las mujeres ante el enviado celestial: "Tuvieron miedo". Y como conclusión del anuncio y encargo del ángel, Marcos anota: "Ellas salieron huyendo del sepulcro, porque se había apoderado de ellas el temor y el espanto; y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo" (Mc 16,8). Este extraño final de Marcos, que ha estimulado integraciones a finales del siglo 1 y principios del II, corresponde a la perspectiva global de su evangelio. El anuncio de la resurrección de Jesús junto a su tumba, abierta y vacía, y el encargo de avisar a los discípulos sobre el encuentro prometido en Galilea son el vértice de la revelación de Dios, que debe ser acogida con la actitud de discreción y reserva propias de la fe cristiana.

También el evangelio de Mateo se funda en la tradición común, que es amplificada e integrada en su perspectiva redaccional. Característico del primer evangelio es el cuadro apocalíptico, en el cual se inserta la resurrección de Jesús: "De pronto hubo un gran terremoto; pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella. Su aspecto era como un rayo, y su vestido blanco como la nieve" (Mt 28,2-3). Estos rasgos apocalípticos, tomados del escenario bíblico del "día del Señor", sirven para expresar el tema de la victoria de Dios sobre la muerte. Análogamente, Mateo encuadra la muerte de Jesús en el Calvario en un marco apocalíptico: "La tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron" (Mt 27,51-52). La poderosa manifestación de Dios junto a la tumba de Jesús provoca la reacción aterrada de los guardias que los judíos colocaron para controlar el sepulcro de Jesús: "Los guardias temblaron de miedo (por la aparición del ángel del Señor) y se quedaron como muertos" (Mt 28,4). En cambio, al grupo de las mujeres —dos en Mateo— el ángel le comunica el anuncio pascual, que reproduce sustancialmente el de Marcos. Pero, a diferencia del segundo evangelista, Mateo refiere que las mujeres, aunque abandonaron deprisa el sepulcro, corren con temor y gran alegría a comunicar el anuncio a los discípulos de Jesús. A lo largo del camino tienen el primer encuentro y_la revelación de Jesús resucitado. El les renueva el encargo, dado ya por el ángel, de ir a anunciar "a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán" (Mt 28,9-10).

Así pues, el primer evangelista desarrolla el motivo apologético ya anticipado en la reacción aterrorizada de los guardias ante la aparición del ángel del Señor junto a la tumba de Jesús. La sección apologética de Mateo responde a la polémica contra la resurrección del ambiente judío (cf Mt 28,11-15; 27,62-66). Este elemento caracteriza al primer evangelio junto con la aparición de Jesús a las mujeres en el camino del sepulcro con el encargo del anuncio pascual que han de llevar a los discípulos, llamados por Jesús "mis hermanos". Es notable el hecho de que entre estos discípulos no se mencione expresamente a Pedro, como se hace en el texto paralelo de Marcos.

El tercer evangelista, Lucas, relee esta tradición de la visita de las mujeres y del anuncio pascual junto a la tumba de Jesús de acuerdo con su perspectiva teológica y espiritual. Son dos los ángeles que como testigos e intérpretes autorizados hacen el anuncio de Jesús resucitado a las mujeres, las cuales no encuentran en el sepulcro el "cuerpo del Señor Jesús" (Lc 24,1-4). El mismo autor hará intervenir dos ángeles intérpretes en el momento de la ascensión de Jesús al cielo (He 1,10).

El anuncio pascual conserva algunos rasgos característicos del tercer evangelio. Los ángeles invitan a las mujeres atemorizadas a no buscar entre los muertos al que está "vivo". Esta presentación de Jesús resucitado como "vivo" responde a la perspectiva lucana (cf He 1,3). Luego, el anuncio de la resurrección se funda en el recuerdo de las palabras proféticas de Jesús acerca del destino del Hijo del hombre: "Recordad lo que os dijo estando aún en Galilea, que el Hijo del hombre debía ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y resucitar al tercer día" (Lc 24,6-7). El anuncio de la resurrección de los ángeles a las mujeres junto al sepulcro de Jesús es el cumplimiento de las palabras proféticas de Jesús sobre su destino de rechazado por los hombres, pero resucitado por Dios. Pues el hecho de Jesús crucificado y resucitado responde al plan de Dios, revelado en las Escrituras (cf Lc 9,22; 18,31-33). En la edición lucana falta el encargo hecho a las mujeres de llevar el anuncio a los discípulos con la cita del encuentro en Galilea. En el texto lucano, Galilea es sólo el ambiente en el que Jesús hizo el anuncio profético de su muerte y resurrección. A pesar de esta tendencia del tercer evangelista a excluir a Galilea de las experiencias pascuales, se menciona el hecho de que las mujeres "anunciaron todo esto a los once" y a todos los demás. Sólo aquí enumera Lucas a las mujeres, entre las cuales destaca la figura de María de Magdala, recordada por la tradición común.

Pero el evangelista se apresura a indicar que el relato y las palabras de las mujeres no fundan la fe pascual. Pues estas palabras de las mujeres son consideradas "por los apóstoles" un delirio (Lc 24,9-11; cf 24,22-23). El tercer evangelista refiere también la tradición particular de la visita hecha por Pedro, junto con otros, al sepulcro (Lc 24,12; 24,24). Pero tampoco esta visita e inspección de los discípulos, que encuentran el sepulcro vacío pero no violado, son origen y fundamento de la fe pascual de la comunidad cristiana: "Pedro regresó a casa maravillado de lo ocurrido" (Lc 24,12b).

Esta última nota lucana acerca de la visita de Pedro al sepulcro es ampliada por el cuarto evangelista. Juan conoce la tradición común, en la que se relata la visita hecha por María de Magdala, "el primer día de la semana, al rayar el alba, antes de salir el sol", a la tumba de Jesús. La encuentra abierta y vacía. La mujer corre entonces a informar a los discípulos, los cuales a su vez corren a inspeccionar el sepulcro de Jesús. En el ambiente juanista se conoce también la hipótesis de la sustracción del cadáver, desarrollada en la sección apologética de Mateo (cf Jn 20,2.11). Pero el relato de Juan se concentra en el episodio de la visita hecha por Pedro y por el otro discípulo a la tumba de Jesús. La escena sirve para llamar la atención sobre el contraste entre las dos figuras, las de Pedro y del discípulo. Pedro "ve" los lienzos por el suelo y el sudario con que le habían envuelto la cabeza a Jesús, doblado aparte; pero no concluye nada. En cambio, el otro discípulo "vio y creyó" (Jn 20,6-8). En consecuencia, el evangelista termina con una reflexión sobre la relación entre fe en la resurrección y Escritura: "Pues no habían aún entendido la Escritura según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos" (Jn 20,9). En este caso la reflexión de Juan desarrolla la función del ángel intérprete de la tradición sinóptica. Es notable también el paralelismo entre el "debía" resucitar de entre los muertos de Juan y el de la tradición lucana.

El relato del cuarto evangelio sigue con la historia de María Magdalena, que llora junto al sepulcro de Jesús. En este contexto se introducen los dos ángeles, como en la tradición lucana. Pero no ejercen un papel determinante en la experiencia pascual; sirven únicamente para reiterar la hipótesis de la sustracción del cadáver. A la pregunta que hacen a María: "Mujer, ¿por qué lloras?", ella responde: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto" (Jn 20,13). En este punto, el evangelista refiere la cristofanía a María de Magdala, que tiene su paralelo en la tradición referida por Mateo, donde Jesús se aparece a las mujeres en el camino del sepulcro. El diálogo con el misterioso personaje del huerto, que al final se revela como el Señor, se desarrolla de acuerdo con el esquema de las apariciones de reconocimiento. Termina con el anuncio de la resurrección hecho a María por el mismo Jesús en términos juanistas —"subida al Padre"— y con el encargo de llevar la buena noticia pascual a los discípulos: "Anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17). El relato se cierra con la ejecución de este encargo pascual por parte de María de Magdala, la cual anuncia a los discípulos: "He visto al Señor", y también lo que le había dicho (Jn 20,18).

Por este análisis de los textos evangélicos acerca de la visita de las mujeres al sepulcro de Jesús, que encuentran abierto y vacío, se ve claramente que la tradición común sirve para mencionar la primera experiencia y el anuncio de Jesús resucitado según los esquemas de la tradición kerigmática y según la perspectiva de cada uno de los evangelios.

Un eco de esta interpretación pascual del sepulcro vacío de Jerusalén se encuentra también en el segundo libro de la obra de Lucas, los Hechos de los Apóstoles. Aquí se menciona la sepultura de Jesús por los judíos (cf He 13,29). En los discursos misioneros se intenta también una interpretación mesiánica de la tumba vacía sobre la base de la exégesis de carácter actualizante del Sal 16,10 y de la promesa de 2Sam 7,12; Sal 132,11. El sepulcro vacío de Jesús es un signo de que él es el "santo y justo" librado de la corrupción, según se le prometió al mesías (He 2,25-32; 13,35-37).

Así pues, el examen de los textos evangélicos y el de los Hechos confirma el dato común de la tradición acerca de la tumba de Jesús en Jerusalén, conocida en el ambiente de la comunidad judeo-cristiana. Este dato no lo pone en discusión el frente judío que impugna su significado religioso y mesiánico. En aquel ambiente se habla de sustracción del cadáver (Mateo y Juan). Pero lo que le interesa a la tradición evangélica es el significado del sepulcro de Jesús, encontrado abierto y vacío. Este hecho es el signo de la victoria de Dios sobre la muerte y la confirmación de la mesianidad de Jesús crucificado. Pues la visita de las mujeres al sepulcro de Jesús el primer día de la semana es el contexto en el que se hace el anuncio de la resurrección por parte del ángel o ángeles enviados por Dios, sobre la base de las palabras de Jesús o de la Escritura.

2. Los RELATOS DE APARICIÓN DE JESÚS RESUCITADO. El núcleo más antiguo del kerigma referido por Pablo en la primera carta a los / Corintios hace referencia a las apariciones de Jesús y da la lista de los testigos cualificados: Cefas y los doce, Santiago y todos los demás apóstoles, así como los hermanos (cf lCor 15,5-7). Al final de esta lista coloca Pablo su propia experiencia personal de encuentro con Jesús resucitado (lCor 15,8). En el evangelio de Marcos la aparición de Jesús a los discípulos es sólo preanunciada, pero no referida. Las que se refieren en el final no marcan o son producto de una síntesis tardía de las tradiciones evangélicas, releídas en clave popular (Mc 16,9-14). En cambio, las experiencias de apariciones de Jesús a los discípulos son referidas ampliamente por los evangelios de Lucas y de Juan. Entre los textos de estos dos evangelios se encuentra una afinidad en la estructura general del relato, así como en los temas y motivos particulares. Pero lo que llama la atención al lector actual de los evangelios es la diversa ubicación de la experiencia de encuentro o aparición de Jesús a los discípulos. Se puede distinguir un primer ámbito de tradiciones, que refiere las experiencias de los discípulos en Jerusalén (Lucas-Hechos, Juan, Mateo, aparición a las mujeres; y también Lucas, aparición a los dos discípulos de Emaús). Otra serie de experiencias está ambientada en Galilea (Mateo, Juan en el apéndice, Marcos en la final tardía). También los destinatarios de estas manifestaciones o apariciones están distribuidos en diversos grupos. Destaca la figura de Pedro, unánimemente mencionado en la síntesis kerigmática y catequística de Pablo (lCor 15,5) y en la declaración de Lucas, referida en el momento en que los dos discípulos de Emaús a Jerusalén se encuentran con los once y los otros discípulos. "Realmente, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón" (Lc 24,34). Junto a Pedro está el grupo de los once, a los que se añaden grupos particulares de otros discípulos: los siete del apéndice de Juan, los dos de Emaús, las mujeres y los "hermanos".

Además de esta diversificación de ambiente y de destinatarios, se puede captar en la actual edición de los textos evangélicos la diversa presentación de la experiencia o visión de Jesús resucitado. Sustancialmente se pueden distinguir dos formas de relato de aparición. Una, en la que se pone el acento en el reconocimiento de Jesús, subrayando su realidad e identidad. Otra segunda serie de relatos se centra en las palabras de Jesús, que encarga a los discípulos la misión.

a) Apariciones de reconocimiento. Los dos evangelios de Lucas y de Juan contienen los relatos en los que Jesús se aparece a los discípulos y se da a conocer como el Señor. Estos textos siguen un esquema común articulado en algunas secuencias fijas. La estructura base se puede reconstruir en estas fases: a) situación de los discípulos reunidos; b) iniciativa del resucitado, que se manifiesta o se hace el encontradizo en medio de los discípulos (saludo); c) reconocimiento de la identidad de Jesús por medio de sus palabras y de los gestos por él realizados; d) separación de Jesús del grupo de los discípulos. Esta afinidad a nivel de estructura y de motivos temáticos remite a un contacto entre las dos tradiciones que están en el origen de los evangelios de Lucas y de Juan. Pero éstos se distinguen por la diversa perspectiva cristológica y eclesial que se puede deducir del conjunto unitario del texto.

El evangelio de Lucas coloca el relato de la aparición de Jesús a los discípulos en el cuadro más amplio de un itinerario de fe que va de la duda y la perplejidad iniciales hasta la plena adhesión de fe (Lc 24,12.52). La visita de Pedro y de los otros discípulos a la tumba de Jesús es simplemente la ocasión para subrayar su estupor y consternación (Lc 24, 12.22-24). En cambio, el vértice de la experiencia pascual se tiene al final, cuando Jesús es llevado o elevado al cielo: "Y ellos lo adoraron y se volvieron a Jerusalén llenos de alegría" (Lc 24,52).

Un ejemplo de este proceso o itinerario de fe lo representa el episodio de fe de los dos discípulos de Emaús. Es un relato típico de reconocimiento, que utiliza una tradición lucana peculiar. En ella se conserva el recuerdo de una aparición de Jesús al grupo de los parientes o "hermanos". De hecho, uno de los dos protagonistas de la historia de Emaús, Cleofás, es el hermano de José; por tanto, tío de Jesús (cf Lc 24,18). El amplio relato lucano centrado en estos dos discípulos, que dejan la comunidad de Jerusalén para volver a su pueblo de Emaús, insiste en el diálogo con Jesús, que se les junta bajo el aspecto de un peregrino. Pero sus "ojos —observa el evangelista— eran incapaces de reconocerlo" (Lc 24,16). Sólo después del diálogo con Jesús, en el que su palabra y su gesto remiten al recuerdo histórico y a las promesas de Dios consignadas en la Escritura, puede notar el evangelista: "Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron"(Lc 24,31). Entre estas dos indicaciones extremas tiene lugar el encuentro de reconocimiento pascual de Jesús. Ante todo, las palabras de los dos discípulos manifiestan la profunda crisis que se ha abatido sobre el grupo. Es una relectura del episodio de Jesús, "profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo". Su fin trágico en Jerusalén, con la condena a muerte y la crucifixión, ha roto las esperanzas de liberación mesiánica nacional: "Nosotros esperábamos que él sería el liberador de Israel" (Lc 24,21). La experiencia del sepulcro vacío de las mujeres y la inspección por parte de algunos discípulos no han modificado esta situación de profunda crisis.

En este punto es la palabra de Jesús la que hace renacer la esperanza y abre los ojos de los discípulos. Apela él a la palabra profética de la Escritura, que debe cumplirse en el mesías. El episodio trágico de Jesús no contradice al designio de Dios, sino que lo lleva a su cumplimiento de manera paradójica. Pues el mesías sólo entrará en la gloria a través del sufrimiento. "Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras" (Lc 24,27). Esta interpretación profética y cristológica de la Escritura recibe su sello en el gesto de Jesús, que, invitado por los dos discípulos a sentarse a la mesa con ellos, hace de presidente de ella. Los gestos rituales y la oración de bendición de la mesa recuerdan los de la última y profética cena antes de la muerte: "Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio" (Lc 24,30). Este acto es la revelación definitiva de Jesús a los dos discípulos, que lo pueden reconocer gracias a la palabra de Dios interpretada por él y al gesto que remite al don y a la oferta de su vida. Mas en ese momento Jesús no está ya disponible, porque su modo de ser presente es diverso al de la relación puramente física. Es él el que toma la iniciativa de manifestarse o de sustraerse a la relación con los discípulos: "Pero él desapareció de su vista" (Lc 24,31b). Los dos discípulos interiorizan la experiencia del encuentro con Jesús, que tiene su núcleo fecundo en la interpretación de las Escrituras. Entonces cambian de dirección y vuelven a Jerusalén, donde encuentran a los once y a los otros discípulos. Aquí, en la comunidad de Jerusalén, donde se encuentra el grupo de los discípulos históricos de Jesús, reciben el anuncio pascual: "Verdaderamente, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón" (Lc 24,34). Y refieren ellos cómo encontraron a Jesús y le reconocieron en el gesto de la fracción del pan.

Directamente conexa con el episodio de los dos discípulos de Emaús está la manifestación de Jesús a los once de Jerusalén (Lc 24,36-42). Jesús se aparece en medio del grupo de los discípulos y los saluda con el anuncio de la paz mesiánica. La reacción de los discípulos, estupefactos y atemorizados, da pie al evangelista para una profundización catequística, en la cual se subraya la identidad entre el crucificado y Jesús resucitado, y el realismo de su cuerpo resucitado: "Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. El les dijo: `¿Por qué os asustáis y dudáis dentro de vosotros? Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que tengo yo'. Dicho esto, les mostró las manos y los pies" (Lc 24,37-40). La reacción emotiva de los discípulos remite a un estereotipo de los encuentros con Jesús, del cual hay huellas también en la tradición de Marcos y Mateo (cf Mc 6,49; Mt 14,26: encuentro de Jesús con los discípulos en el lago de noche). En el contexto de la catequesis lucana esta contraposición entre el "fantasma" y el cuerpo real de Jesús resucitado responde a una de las características dificultades del ambiente greco-helenístico, donde se tiende a confundir la resurrección de Jesús y su manifestación con la supervivencia de los espíritus separados del cuerpo. La ostensión de los signos de la pasión: las manos y los pies, confirma a los discípulos en la identidad real entre Jesús crucificado y el Señor que se les revela. Una confirmación ulterior y signo de la plena pertenencia de Jesús al mundo de los vivos es la petición a los discípulos de algo que comer; en su presencia, Jesús come un trozo de pez asado (Lc 24,41-42; cf Lc 8,55). Este aspecto convival de la manifestación de Jesús resucitado a los discípulos se subraya particularmente en la reconstrucción hecha al principio de los Hechos de los Apóstoles y en algunos fragmentos de los discursos misioneros (He 1,3-4; 10,40-41).

La misma insistencia en el reconocimiento de Jesús y en el realismo de su corporeidad de resucitado se encuentra en el cuarto evangelio. La presentación de María de Magdala, con la eliminación de las otras figuras femeninas, le sirve a Juan para trazar el itinerario ideal de la fe del discípulo que busca a su Señor. Es la iniciativa de Jesús la que le hace posible a la Magdalena el reconocimiento del misterioso hortelano que le pregunta: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" (Jn 20,15). Las palabras de Jesús le permiten a María "volverse" hacia él en la justa actitud de la fe y reconocerlo como "su Señor y maestro". "Jesús le dijo: `María'. Ella se volvió y exclamó en hebreo: `Rabbuní' (es decir, maestro)" (Jn 20,16). Jesús le recuerda entonces a María la nueva relación que se ha establecido entre él y los discípulos en virtud de la resurrección: "Suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17). La resurrección de Jesús, según el cuarto evangelio, es un proceso dinámico iniciado ya con el don que Jesús hizo de sí en la muerte y acelerado por la resurrección, pero que tiene su pleno cumplimiento con la ascensión y glorificación de Jesús. El realiza de ese modo la plena y definitiva comunión entre Dios, el Padre, y los hombres, los hermanos.

A esta escena del encuentro de María, figura del discípulo, y Jesús sigue en el texto de Juan el encuentro de Jesús con los otros discípulos. Esto ocurre en dos fases distintas en el tiempo en un intervalo de ocho días (Jn 20,19-23.24-29). El primer encuentro tiene lugar la tarde de aquel día, el primero de la semana. Jesús se aparece en medio de los discípulos en el lugar en que están encerrados por miedo a los judíos. El saludo pascual de Jesús corresponde a su promesa de la paz (Jn 14,27). Sigue la manifestación de Jesús, que muestra a los discípulos las manos y el costado. La novedad respecto al texto lucano es este último particular, que remite a la escena de la muerte de Jesús, donde el evangelista llama la atención sobre el costado traspasado por la lanza (Jn 19,33-37). No hay dudas y perplejidades en el grupo de los discípulos, que "se llenaron de alegría al ver al Señor" (Jn 20,20b). A esta escena implícita de reconocimiento, en la que Jesús aparece como el Señor resucitado, idéntico al que ha muerto en la cruz, sigue el encargo de misión con una fórmula característica juanista: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros" (Jn 20,21b). El don del Espíritu, comunicado a los discípulos con el gesto simbólico de la creación inicial (cf Gén 2,7), capacita a los discípulos para su cometido de perdonar o retener los pecados en la comunidad (Jn 20,22-23).

A este primer encuentro sigue otro segundo, colocado ocho días después, en un plazo semanal, que recuerda los ritmos de las celebraciones comunitarias en la Iglesia primitiva. En esta nueva escena es protagonista Tomás, uno de los doce, que representa y concentra la figura del discípulo dudoso e incrédulo. Pues al anuncio hecho por los otros discípulos: "Hemos visto al Señor", replica él con la contraposición característica del cuarto evangelio entre "ver" y "creer": "Si no veo en su$ manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo" (Jn 20,25). El nuevo encuentro de Jesús con los discípulos sirve para definir el verdadero estatuto del discípulo creyente. La escena está modelada según el esquema de la precedente: Jesús aparece en medio de los discípulos, estando las puertas cerradas; les dirige el saludo pascual de la paz, y luego invita a Tomás a verificar la identidad y la realidad de su cuerpo de crucificado: "Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente" (Jn 20,27). La reacción de Tomás representa la cumbre de la profesión de fe cristológica en el cuarto evangelio: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20,28). Entonces Jesús, en forma de macarismo, traza el estatuto del auténtico discípulo, que funda su fe no en "ver", que es sólo un elemento limitado de la fe pascual de los discípulos, sino en su testimonio, que se ha convertido en anuncio y tradición: "Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto" (Jn 20,29).

También la escena sucesiva, añadida en apéndice al cuarto evangelio, conserva algunos rasgos de la manifestación de Jesús a los discípulos a orillas del lago de Tiberíades en forma de aparición de reconocimiento. Siete discípulos vuelven a pescar con Simón Pedro. Después de una noche infructuosa, ven a Jesús en la orilla del lago, "pero no sabían que era Jesús" (Jn 21,4). Por su palabra, que les invita a echar la red a la parte derecha de la barca, consiguen una pesca maravillosa. Entonces el discípulo al que Jesús amaba, que representa al verdadero creyente, se dirige a Pedro diciendo: "Es el Señor" (Jn 21,7). Pedro gana a nado la orilla y encuentra preparado en unas brasas pescado y pan. Luego Jesús invita a los discípulos a comer. En este punto observa el evangelista: "Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: `¿Tú quién eres?', pues sabían que era el Señor" (Jn 21,12). Así pues, también ésta es una escena típica de reconocimiento, donde la palabra y el gesto convival de Jesús hacen que los discípulos pasen de la duda a la plena adhesión de la fe en su presencia. El editor del cuarto evangelio concluye esta escena de reconocimiento con esta observación: "Esta fue la tercera vez que se apareció a los discípulos después de haber resucitado de entre los muertos" (Jn 21,14).

Un eco de este tema de la duda de los discípulos en el encuentro con Jesús resucitado lo tenemos en el primer evangelio, donde se relata la manifestación de Jesús a los discípulos en el monte de Galilea. Los once discípulos, al ver a Jesús, "se postraron ante él; pero algunos dudaban" (Mt 28,17). La iniciativa de Jesús, que se acerca a los discípulos, y su palabra hacen que los discípulos pasen de la duda y de la incredulidad a la plena adhesión de la fe.

Los elementos constantes de estos relatos de aparición, donde el acento se pone en el progresivo reconocimiento de Jesús, se pueden resumir en estos datos. Ante todo se pone de relieve la iniciativa de Jesús resucitado, que se manifiesta con sus palabras y con gestos a los discípulos, bien solos, bien reunidos en grupo. Un segundo elemento que se hace resaltar en los relatos evangélicos es la resistencia de los discípulos a reconocer al Señor y a aceptarlo en la fe. Su duda y perplejidad, diversamente motivadas, son superadas por la palabra de Jesús y por sus gestos. Este conjunto de datos tiene un valor catequístico, que corresponde a las diversas intenciones de los evangelistas. Ellos quieren subrayar el realismo de la resurrección de Jesús y su perfecta identidad. El que ha sido crucificado es ahora el Señor resucitado. Los discípulos han llegado a esta conclusión de fe, superando las resistencias iniciales, gracias a la acción misma del Señor, que se ha hecho encontradizo con ellos.

b) Apariciones de misión. Las manifestaciones de Jesús a los discípulos están orientadas a la misión. Esta se entrevé como tendencia común desde el primero y más antiguo esquema de anuncio pascual referido por Pablo. La aparición a Cefas y a los doce, a Santiago y a los otros apóstoles, como la hecha de modo excepcional a Pablo, es el origen de su testimonio y misión autorizadas (1 Cor 15,3ss). También el anuncio hecho a las mujeres junto al sepulcro y la misma manifestación de Jesús al grupo de los discípulos o a particulares están estructuralmente orientados al encargo de misión. María de Magdala en Juan o el grupo de las mujeres (Marcos-Mateo) son encargados de anunciar a los discípulos el mensaje pascual: el Señor ha resucitado (cf Jn 20,18).

Pero son los evangelios de Lucas y Mateo los que refieren los discursos más amplios, en los cuales Jesús encarga a los discípulos la misión pascual. Lucas, en la organización de su texto de forma unitaria, menciona en la cumbre de la aparición de reconocimiento el encargo de misión (Lc 24,44-49). En sustancia, se trata de una relectura de los textos bíblicos en clave cristológica. Esto, por lo demás, es un tema constante del relato pascual lucano (Lc 24,7.25-27.44). Jesús se dirige a los once, después de su reconocimiento: "De esto os hablaba cuando estaba todavía con vosotros: `Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos'. Entonces les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras" (Lc 24,44-45). Después de esta evocación del cumplimiento de las palabras proféticas de la Biblia, que da pleno significado al misterio de pascua, Jesús mismo traza el programa misionero de los discípulos, fundándolo también en el testimonio de la Escritura. Tanto el contenido del anuncio como la determinación de los destinatarios se establecen sobre la base de la palabra de Dios: "Estaba escrito que el Mesías tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que hay que predicar en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén" (Lc 24,46-47). El contenido del anuncio misionero de los discípulos es el kerigma pascual, la muerte y la resurrección de Jesús; y este anuncio se convierte en el fundamento de los dones de Dios en favor de todos los pueblos: "la conversión y el perdón de los pecados". El programa de la misión de los discípulos es histórica y geográficamente definido por Jesús. Deben esperar en Jerusalén el don del Espíritu prometido, que los capacita para el testimonio autorizado (Lc 24,48-49). A ese modelo de la misión pospascual de los discípulos corresponde el cuadro reconstruido a principios del libro segundo de la obra lucana, los Hechos de los Apóstoles. En su última manifestación a los discípulos, Jesús les invita a superar las nostalgias de la restauración mesiánico-nacional, prometiéndoles, en cambio, la fuerza del Espíritu Santo, que les hace testigos suyos "en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra" (He 1,8).

El evangelio de Juan sólo ha conservado un eco de este encargo pascual de misión, porque ya ha hablado ampliamente de ello en el discurso o testamento de adiós (cf Jn 20,21). En cambio, el primer evangelio ha centrado el único encuentro o aparición de Jesús a los discípulos en este tema (Mt 28,16-20). Es el vértice del evangelio entero, que concluye con la autopresentación de Jesús y el encargo a los discípulos de la misión universal. Jesús se les manifiesta en el monte de Galilea, en el lugar prefijado del encuentro, como el Hijo de Dios constituido en la plenitud de poderes. Luego los envía a "hacer discípulos en todas las naciones" por la adhesión a la comunidad mediante el rito bautismal y la observancia de todo lo que él ha mandado. La última palabra de Jesús es la promesa mesiánica de su presencia de Señor hasta el fin de la historia: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20b). De ese modo la promesa del nombre dado a Jesús, cumplimiento de las expectativas mesiánicas, Emanuel, llega con estas palabras finales a su plena verificación. En resumen, el relato de Mateo representa la autorización de la misión universal de los discípulos, fundada en el reconocimiento del señorío de Jesús resucitado.

Este texto conclusivo del primer evangelio es particularmente significativo, si se tienen presentes algunas anticipaciones prepascuales de la misión de los discípulos, en las cuales Pedro juega un papel preeminente. El eco de la manifestación pascual a Pedro, que está en la base de la fe de la comunidad, se encuentra en algunos relatos del evangelio de Mateo. Jesús se revela a los discípulos en el lago de noche y salva a Pedro con un gesto simbólico (Mt 14,28-33). A Pedro, hijo de Juan, que reconoce la plena mesianidad de Jesús y su condición de Hijo del Dios vivo, Jesús le anuncia su función de fundamento de la comunidad mesiánica asociada a su victoria sobre el poder del mal y de la muerte (Mt 16,16-19). Un eco de esta función de la misión de Pedro, relacionada con la experiencia pascual, lo tenemos en el evangelio de Lucas. Jesús anuncia la crisis de fe de Pedro, conexa con su pasión; pero al mismo tiempo asegura la superación de la prueba gracias a su oración eficaz. De ese modo Pedro podrá confirmar la fe de sus hermanos (Lc 22,31-32; cf Lc 24,34). También el cuarto evangelio ha conservado el eco del cometido confiado a Pedro después de haberse rehabilitado en su fe. El cometido pastoral de Pedro como prolongación del de Jesús es transmitido al discípulo reintegrado a su relación de amor (Jn 21,15-19). Se trata de un motivo constante de la única tradición, reproducida en los varios textos evangélicos teniendo en cuenta la situación vital de las comunidades destinatarias de los evangelios.

3. EL ANUNCIO DE LA RESURRECCIÓN EN LOS HECHOS. A la obra lucana pertenece el segundo libro, conocido como Hechos de los Apóstoles, donde la tradición pascual lucana es releída según una perspectiva cristológica y eclesial particular. En ella se tiende a subrayar la continuidad histórica y salvífica entre las promesas hechas a Israel y su cumplimiento realizado a través de la resurrección de Jesús y en la historia de la Iglesia primitiva. El comienzo de los Hechos recoge y relee, con algunos retoques, el final del primer libro, el evangelio (He 1,3-11; Lc 24,36-52). En esta sección se relatan de nuevo el encuentro y la manifestación de Jesús a los discípulos. En un contexto convival, se revela como el Señor vivo. Después de haber trazado el programa de la misión mediante el don del Espíritu de lo alto que los capacita para dar testimonio en Jerusalén y hasta los confines de la tierra, Jesús se separa definitivamente de sus discípulos con la ascensión. De ese modo entra él en el mundo de Dios y se sienta a su derecha como Señor.

El mensaje relativo a la resurrección se encuentra en aquellas secciones que marcan el ritmo de los Hechos y que se llaman "discursos". Se trata, en realidad, de esquemas de anuncio, que utilizan fórmulas y modelos arcaicos, pero que están influidos por la revisión redaccional lucana. En efecto, se puede reconstruir un esquema común de estos discursos atribuidos a Pedro o a Pablo. A pesar de la diversidad de los destinatarios y de los ambientes: los judíos de Jerusalén o de la diáspora y los greco-paganos de fuera de Palestina, los diversos discursos siguen un desarrollo sustancialmente estereotipado. Por lo que atañe al tema de la resurrección de Jesús, se pueden distinguir tres elementos constantes:

1) La contraposición dialéctica entre el rechazo de Jesús por parte de los judíos, los jefes de Jerusalén, que lo han condenado a muerte, y la acción eficaz de Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos. Pedro en su primer discurso a los judíos de toda la diáspora, convocados en Jerusalén para Pentecostés, recuerda con rápidos rasgos la vida de Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios en medio de ellos con milagros, prodigios y señales, al que "vosotros matasteis por manos de los paganos; pero Dios lo ha resucitado, rompiendo las ligaduras de la muerte, pues era imposible que la muerte dominara sobre él" (He 2,22-24).

2) En un segundo momento se insiste en el testimonio dado por los discípulos acreditados a la resurrección de Jesús: "Dios ha resucitado a este Jesús, de lo que todos nosotros somos testigos" (He 2,32).

3) En tercer lugar, se pasa al testimonio de la Escritura. El predicador recuerda algunos textos de la tradición bíblica, en particular salmos y profetas, para mostrar la conformidad entre la vida de Jesús, sobre todo su muerte y resurrección, y el designio de Dios preanunciado en las Escrituras proféticas. Pablo, dirigiéndose a los judíos de la diáspora y a los temerosos de Dios durante una liturgia sinagogal en Antioquía de Pisidia, proclama en estos términos el contenido del kerigma: "Porque los habitantes de Jerusalén y sus jefes han cumplido, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado... Y así que cumplieron lo que acerca de él estaba escrito, lo bajaron del leño y lo sepultaron" (He 13,27.29). La referencia constante a las Escrituras permite dar un significado mesiánico y salvífico en particular a la resurrección de Jesús, que se contrapone al escándalo de la muerte (cf He 3,18). También la entronización celestial de Jesús como Señor y juez universal corresponde al designio de Dios, anunciado en la Escritura (cf He 2,34; 3,22.24; 10,42). Normalmente la predicación concluye llamando a la conversión para obtener el perdón de los pecados y la salvación (He 2,38; 3,26).

El tema de la resurrección, además de en los grandes discursos misioneros de los Hechos, se encuentra en otra sección dedicada a la apología de Pablo ante las autoridades judías o las romanas. Estas audiencias del largo proceso paulino son ocasión de dar un testimonio valiente de Jesús mesías y señor. Pablo, ante el sanedrín de Jerusalén, resume su posición en estos términos: "Yo soy juzgado por la esperanza en la resurrección de los muertos" (He 23,6). Esta declaración, en la perspectiva lucana, de la cual se hace Pablo portavoz, responde a la esperanza histórica de Israel y de los padres (cf He 24,21; 26,6; 28,20). De ese modo el anuncio cristiano, en el cual se proclama la resurrección de Jesús, se sitúa dentro de la historia salvífica; su primer acto lo tiene en las promesas hechas a Israel, y llega a su cumplimiento en la resurrección de Jesús; ésta a su vez se convierte en garantía de esperanza para todos los creyentes.

III. LA RESURRECCIÓN, PROMESA DE DIOS Y ESPERANZA HUMANA. La resurrección de Jesús es el núcleo central de la experiencia cristiana y el fundamento de la fe, en la cual se proclama a Jesús Cristo y Señor. Ella es también el cumplimiento de las promesas de Dios, de las cuales es portador el Israel histórico, y que están consignadas en la Sagrada Escritura: la ley, los profetas y los salmos (los Escritos). Intérprete de esta esperanza bíblica es la tradición judía, la cual, frente a la muerte, relee su fe en clave de resurrección. Se comprende entonces que el Jesús histórico expresara su esperanza ante su propia muerte apelando a la tradición bíblica y a los modelos lingüísticos del ambiente judío. Su resurrección como victoria definitiva sobre la muerte se convierte en la garantía de vida de todos los hombres, cambiando el significado de la condición humana en el mundo y en la historia.

1. LA RESURRECCIÓN EN EL AT Y EN LA TRADICIÓN JUDÍA. La fe explícita en la resurrección de los muertos se encuentra en los textos bíblicos del siglo 11 a.C., en la época de la crisis macabea. El primer texto que formula en términos claros la fe en la resurrección de los muertos es un párrafo de Daniel. En el contexto de la crisis, evocada en un escenario apocalíptico como la gran tribulación, se anuncia en términos proféticos la rehabilitación de los justos y de los mártires: "Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán; unos para la vida eterna, otros para la vergüenza y la ignominia perpetua. Los santos brillarán entonces como el resplandor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia brillarán como las estrellas por toda la eternidad" (Dan 12,2-3). En este texto se afirma claramente la resurrección de los justos, mientras que para los otros se anuncia la corrupción o la muerte. Los maestros de justicia serán asociados al mundo divino en una condición gloriosa, "como el resplandor del firmamento..., como las estrellas". Este texto profético es el fundamento de la sucesiva tradición judía reflejada en los textos apócrifos. En cambio, la tradición rabínica apelará a la ley (tórah) para fundar su creencia en la resurrección de los muertos.

El segundo texto es el de la historia de los Macabeos, escrito en griego en el siglo II o 1(2Mac 7, donde se relata el martirio de los siete hermanos). En este amplio relato, que refleja la cultura y el gusto retórico de los griegos, la fe en la resurrección se funda en el poder creador de Dios, que ha hecho el mundo y es el Señor de la vida. Así pues, en el libro de los Macabeos se afirma la resurrección de los justos que han permanecido fieles a Dios también a costa de la vida (mártires). Probablemente el texto macabeo representa una precisión y un desarrollo ulterior respecto al párrafo de Daniel, que coloca la resurrección al fin de los tiempos, en un contexto escatológico. En todo caso, en ambos textos no se intenta definir ni el tiempo ni la modalidad de la resurrección. Lo que cuenta es la certeza de la resurrección de los muertos, garantizada por la fidelidad misericordiosa de Dios creador.

Los precedentes bíblicos de esta fe en la resurrección de los muertos, reflejada en los dos textos mencionados, se encuentran en la tradición profética que va de Oseas a Ezequiel. Los relatos populares de los dos profetas taumaturgos del reino del norte, Elías y Eliseo, que recuerdan la resurrección —llamada a la vida— de dos jóvenes, pueden representar el principio de esta tradición (cf 1 Re 17,17-24; 2Re 4,31-37). Pero es un texto de Oseas el que recurre al lenguaje de resurrección para hablar del trastorno de una situación de desastre nacional en un contexto de liturgia penitencial (Os 6,1-3). La misma metáfora emplea el profeta Ezequiel en la célebre parábola de los huesos vivificados por el Espíritu creador de Dios (Ez 37,1-14). También un texto de Isaías, inserto en un contexto apocalíptico (Is 26,19), anuncia la rehabilitación salvífica por iniciativa de Dios, sucesiva a la crisis o drama del exilio. En resumen, los textos proféticos, más que hablar de la resurrección de los muertos, utilizan el lenguaje de la resurrección para proclamar la fidelidad de Dios, el único que puede salvar a su pueblo de la amenaza o que lo rehabilita después de la crisis de la dispersión. Sin embargo, esta iniciativa eficaz del Dios fiel se convierte en signo o prefiguración de la salvación final o escatológica. Y precisamente éste es el sentido que tienen los textos proféticos mencionados, en particular de Oseas y Ezequiel, y así son interpretados por la sucesiva tradición judía.

En síntesis, la fe en la resurrección de los muertos en la tradición bíblica se desarrolla en torno a algunos elementos que están en su origen y que condicionan los desarrollos de su formulación. La resurrección de los muertos es la respuesta al drama de la muerte; una respuesta fundada en la fe en Dios, señor de la vida y de la muerte (Dt 32,35). Dios creador, fuente y señor de la vida, establece con el justo una relación que ni siquiera la muerte puede interrumpir. La esperanza de los justos, de la cual se hacen portavoces los salmistas, expresa la certeza de la plena comunión con Dios, que no puede ser atacada por la muerte (Sal 16,23; 49,16; 73,23-24). Esta certeza se funda en la justicia de Dios y en su fidelidad a la alianza. Dios justo y misericordioso está en la fuente y en el fundamento de la fe, que en el siglo n se expresa en el modelo lingüístico cultural de la resurrección. A la formulación de este lenguaje y modelo pueden haber contribuido en parte los mitos agrarios y los ciclos estacionales de matriz cananea, y, después del destierro, el mito persa de la restauración universal y cósmica.

Finalmente, el elemento acelerador en el proceso de formulación del credo bíblico en la resurrección de los muertos es la crisis persa y helenística. Ante la persecución de los justos y la muerte de los mártires se renueva la certeza en la victoria y en el triunfo de Dios sobre la muerte, a los cuales asocia él a los justos y a los mártires.

La sucesiva tradición judía se desarrolla según un amplio abanico de concepciones antropológicas y escatológicas. Dados los intercambios entre cultura judía y helenística, no puede extrañar que se encuentre junto al lenguaje antropológico monista también la terminología tomada del mundo greco-helenístico, donde se habla de inmortalidad. Sobre el fondo de la fe judía, reflejada en los textos de la literatura intertestamentaria (apócrifos) [/ Apocalíptica], está la gran tradición bíblica. Estos textos no se interesan por los particulares descriptivos tomados de la cultura o de la tradición, sino que colocan el acento en el hecho de que los justos son asociados al esplendor de Dios, parangonados a los astros y a los ángeles. Ellos participan del triunfo definitivo sobre la muerte y de la plenitud de vida prometida a los que son fieles a Dios y a su ley. Dentro de la pluralidad de concepciones y formulaciones de la esperanza judía, se distinguen dos modalidades fundamentales: por una parte, el modelo de la resurrección; por otra, el de la elevación o ensalzamiento.

También el judaísmo fariseo, que coloca en su interior como artículo de fe la resurrección de los muertos (Sanh. X, la), presenta una pluralidad de expresiones no siempre coherentes, debida en parte al influjo helenístico. En esta tradición se insiste con acentuado realismo en la corporeidad física y en la identidad de los resucitados. La resurrección de los muertos se hace dimanar de la iniciativa de Dios creador y se deriva del testimonio de la tórah.

2. JESÚS ANUNCIÓ SU ESPERANZA DE RESURRECCIÓN. LOS textos evangélicos citan concordemente una serie de sentencias, en las cuales Jesús expresa su confianza en Dios ante la amenaza de muerte. En estas sentencias se reflejan diversos modelos lingüísticos. Un elemento constante es el esquema de anuncio, muerte y resurrección, que refleja la estructura del kerigma cristiano pospascual. La tradición sinóptica común refiere tres palabras proféticas de Jesús sobre su destino en forma de instrucción o catequesis dirigida a los discípulos (Mc 8,31; 9,31; 10,33-34). El elemento constante en estos tres anuncios se refiere al sujeto o protagonista, el Hijo del hombre, que debe sufrir un destino de humillación, que culmina en la condena a muerte; pero después de tres días debe resucitar (Mc 8,31). La referencia a los "tres días" no coincide con la fórmula catequística "al tercer día". Probablemente la primera expresión reproduce un modo de decir hebreo y de la tradición judía, en el cual se indica la intervención salvífica de Dios "después de breve tiempo". A la misma tradición se puede hacer remontar la sentencia profética de Jesús sobre la destrucción del templo, interpretada en la tradición sucesiva como anuncio de su resurrección (Mc 14,58; cf Jn 2,19-20). También las palabras sobre el signo de Jonás ponen el acento en esta iniciativa de Dios, que rehabilita al profeta escatológico (Mt 12,38-42; cf Lc 11,29-32).

En otros términos, Jesús formuló su esperanza con el lenguaje de la tradición bíblica y judía acerca de la intervención de Dios en favor del justo, del profeta perseguido y del mártir. La novedad en la esperanza de Jesús consiste en su perspectiva de anunciador e inaugurador del reino de Dios (Mc 14,25; cf 9,1).

3. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS EN LOS EVANGELIOS. La triple tradición sinóptica refiere, en la serie de las controversias de Jesús con los representantes y los responsables del mundo judío de Jerusalén, un debate acerca de la resurrección de los muertos (Mt 22,23-33; Mc 12,18-27; Lc 20,27-40). Los interlocutores de Jesús son los saduceos, los cuales niegan que haya resurrección (Lc 20,27). Para ridiculizar la esperanza judía de la resurrección, defendida de forma fuertemente realista por los fariseos, refieren la historia de la mujer casada sucesivamente con siete hombres en virtud de la ley del levirato. De ese modo muestran la abierta contradicción entre la fe en la resurrección de los muertos y el tenor de la letra de la tórah. La respuesta de Jesús, citada de forma unánime por los evangelios, corrige la mentalidad de los fariseos acerca de la modalidad de la resurrección y afirma al mismo tiempo decididamente el hecho de la resurrección por el poder del Dios vivo. Los que resucitan son colocados en una condición diversa de la histórica y mundana, pues son asimilados a los ángeles y asociados al mundo espiritual de Dios. En apoyo del hecho de la resurrección, Jesús recurre a un texto del Éxodo, donde Dios se presenta como el Dios de los padres o de los vivos (Ex 3,6; tórah).

Complementarios de este texto evangélico sobre la resurrección de los muertos son algunas secciones del evangelio de Lucas, donde se afronta expresamente el destino individual después de la muerte. El justo o el que es salvado por Dios participa de la comunión con él inmediatamente después de la muerte (Lc 23,43; cf 14,14; 16,22a). Esta condición de salvación del justo no excluye la resurrección escatológica o final. La enseñanza evangélica sobre la resurrección de los muertos hunde sus raíces en la tradición bíblica y toma del ambiente de la cultura judía las fórmulas y modalidades expresivas. La novedad la constituye la nueva motivación y el fundamento de la fe en la resurrección. Es el anuncio del reino de Dios, ligado al destino personal de Jesús, que inaugura el tiempo nuevo y definitivo, y se convierte en la segura garantía de victoria sobre la muerte.

4. LA RESURRECCIÓN DE LOS CRISTIANOS. La catequesis cristiana más amplia sobre la resurrección la ofrece Pablo en el capítulo último de la primera carta a los Corintios (1 Cor 15,1-58). A través de esta articulada reflexión, fundada en el kerigma y credo tradicional, Pablo responde a las dificultades de los cristianos de Corinto. Hay algunos en aquella comunidad que, aunque adhiriéndose al anuncio evangélico de la resurrección de Jesús, niegan la resurrección de los muertos (lCor 15,12). Probablemente esta crisis ha de relacionarse con el dualismo griego, que desemboca en algunos casos en un espiritualismo entusiasta, preludio quizá de aquel movimiento de matiz gnóstico, que anticipa la resurrección en la historia (lCor 4,8; cf 2Tim 2, 18). La catequesis paulina se desarrolla en dos grandes cuadros. Después de recordar el acontecimiento fundante: la resurrección de Jesús, proclamada al principio de la evangelización de la comunidad (lCor 15,1-11), el apóstol muestra la eficacia salvífica de la resurrección para todos los creyentes (ICor 15,12-34).

Luego afronta un segundo frente de dificultades acerca del mundo de la resurrección y la cualidad del cuerpo de los resucitados (ICor 15,35-58). La eficacia salvífica de la resurrección de Jesús es el corazón mismo del mensaje cristiano. Estaría "vacío" y sería ineficaz el anuncio; estaría "vacía" y sería ineficaz la fe, si Jesús no hubiese resucitado. Pues el contenido del anuncio cristiano, que proclama a Jesús resucitado, sería una contradicción; y los cristianos, que lo han aceptado y han fundado en él su adhesión de fe, estarían aún en sus pecados, porque la fe en Jesús no los libraría del destino final, que es la muerte. La eficacia salvífica de la resurrección de Jesús se funda en la solidaridad que liga a todos los hombres, por una parte con el cabeza Adán, para la muerte, y, por otra, con la nueva cabeza que es Jesús, para la resurrección y la vida (ICor 15,20-22). Pablo describe luego en un cuadro apocalíptico las sucesivas fases que van desde la resurrección de Jesús hasta la instauración del pleno dominio de Dios (lCor 15,23-28).

En la segunda parte de la catequesis desarrolla Pablo algunas reflexiones acerca del cuerpo y la modalidad de la resurrección. Existe una discontinuidad real entre el cuerpo que es "sembrado" o sepultado y el cuerpo que resucita; es un cuerpo mortal el que es sembrado, y glorioso el que resucita. Pero esta ruptura no impide a Dios mantener una relación vital con los que mueren y resucitan. De hecho, es el gesto creador el que ayuda a comprender la resurrección de los muertos según el modelo de la de Jesús. Si Adán es el prototipo del ser humano que termina en la muerte, Jesús, nuevo Adán, constituido mediante la resurrección en fuente del espíritu vivificador, es el prototipo del ser humano llamado a la resurrección (1Cor 15,44-48). El nuevo cuadro apocalíptico trazado por Pablo subraya la necesidad de que todos sean transformados, para que lo que es corruptible sea revestido de incorruptibilidad. Estas afirmaciones de Pablo y su respectivo lenguaje remiten a una tradición ya testimoniada por las primeras cartas y diseminada por casi todo el corpus auténtico del apóstol (cf lTes 4,15-18; 2Cor 4,7-5,10; Flp 1,21-24; 3,9-14). En el texto más maduro de Romanos, Pablo asocia a la resurrección de los hijos de Dios y a la manifestación de su condición de gloria la liberación del mundo, actualmente sometido a un proceso de degradación y a la corrupción a causa de su solidaridad con el pecado humano (Rom 8, 18-23).

Las cartas sucesivas de la tradición paulina ven anticipada y garantizada la resurrección en la solidaridad con Jesús resucitado, inaugurada por la experiencia bautismal y por la fe (Col 3,1-4; Ef 2,6). En tonos diversos, se expresa la misma realidad en el único texto totalmente apocalíptico del NT. En el cuadro final del Apocalipsis, después del choque entre Cristo vencedor y los representantes del mal histórico, el dragón, la bestia y el falso profeta, se anuncia la resurrección de los mártires, asociados para siempre al triunfo real de Cristo (Ap 21,4-6). Esta es la primera resurrección, que libra a los mártires definitivamente de la muerte. En cambio, se prevé una especie de resurrección para todos los muertos, a fin de comparecer ante el juicio de Dios (Ap 21,12-13).

5. EXPERIENCIA HISTÓRICA Y MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN. El acontecimiento de la resurrección de Jesús, como el de la resurrección final o escatológica, escapa a la experiencia directa. Se lo vive en la fe y se lo formula en lenguaje humano para su comunicación y transmisión según los diversos modelos culturales. Para reconstruir la experiencia histórica de la resurrección y captar el núcleo central de este misterio de la manifestación de Dios, hay que tener en cuenta la evolución del lenguaje, de los modelos culturales y de su impacto en la concepción antropológica y en la perspectiva de la historia humana y del mundo.

a) Lenguaje y modelos expresivos. El vocabulario bíblico de la resurrección gira en torno a dos áreas fundamentales. La primera está representada por los verbos "vivir-revivir", hebr. hajah; la segunda, por los verbos "surgir-resurgir, estar en pie", hebr. qúm, heqis, 'amad. Los respectivos verbos griegos, en la versión de los LXX, son: zén, zoopoieín, egueírein y anistánai. Un tercer ámbito semántico minoritario está representado por los verbos "elevar, asumir", hebr. laqah, referidos a la experiencia del justo (Elías, Henoc), con el correspondiente griego analambánesthai. Entroncando con esta tradición bíblica y la respectiva versión griega alejandrina, el NT reproduce y amplifica el lenguaje de resurrección según dos ámbitos fundamentales: la resurrección: "vivir, hacer vivir", y la exaltación, "exaltar", gr. hypsoústhai; "glorificar", gr. doxásthai; "subir", gr. anabaínein; "ser asumido", gr. analambánesthai. Los dos modelos a través de los cuales se expresa la experiencia de la resurrección son los de resurgir/ vivir y ser exaltado/glorificado. Ambos modelos tienen sus raíces en el contexto judío palestinense, donde se habla de la rehabilitación del justo y del mártir. La iniciativa de la resurrección parte de Dios. Esto se expresa a través de las formas pasivas de los verbos respectivos. La evolución de estas formas va desde la simple y breve declaración hasta la dramatización del proceso en fases sucesivas: Jesús resucitado y vivo es glorificado por Dios, llevado al cielo y entronizado a su diestra (cf Lc 24,50-52; He 1,9-11).

Para completar el cuadro del lenguaje y de los modelos expresivos hay que tener en cuenta también el vocabulario y los esquemas empleados en los textos del NT para hablar de las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos. El área lingüística privilegiada es la relacionada con los verbos "ver", gr. horán en la forma pasiva "fue visto/se hizo ver", tomado de la tradición bíblica de los LXX, donde se pone el acento en la iniciativa de Dios (lCor 15,5; lTim 3,16). Los otros verbos de matriz helenística son phaínein y phaneroún (Lucas-Hechos y Juan). En la tradición de Pablo se conoce el verbo de la tradición profética "revelar", gr. apokalyptein (Gál 1,16). A través de estos diversos lenguajes se expresa la experiencia real de encuentro y de comunicación de los discípulos con Jesús resucitado, gracias a la iniciativa de Dios.

b) Resurrección y esperanza humana. La resurrección de Jesús hace que los discípulos lo reconozcan como el Cristo, el Señor y el Hijo de Dios [/ Jesucristo]. Estos títulos, que resumen la fe cristiana, expresan la nueva relación de Jesús con Dios, con la humanidad y con el cosmos. Pues si la resurrección como acción de Dios escapa al control humano, a través de la persona de Jesús que se encuentra con los discípulos después de la muerte, la fuerza de la resurrección se refleja también en la historia humana y del mundo. En efecto, cambia la concepción del ser humano en sí y frente a la muerte. Se modifica la visión del ser humano amenazado por la muerte en sus exigencias vitales y de relaciones cumplidas y felices. La resurrección de Jesús ilumina ante todo la antropología. El ser humano en su unidad profunda de cuerpo personalizado o de persona corpórea está destinado a la salvación total. La resurrección ilumina no sólo el destino humano, sino también el del mundo en virtud de la solidaridad que existe desde la historia de la creación hasta la encarnación. El mundo, aunque sometido a la caducidad y degradado a causa de la solidaridad en la historia del pecado, aspira a la redención anticipada por la victoria de Jesús sobre la muerte. El sentido último de la historia y del mundo es definido por la resurrección de Jesús, que se convierte no sólo en modelo, sino también en fuente de aquel dinamismo de liberación de las fuerzas de muerte que amenazan no sólo la vida humana, sino el mundo. La resurrección de Jesús, acogida como manifestación histórica de la acción salvadora de Dios, es garantía y anticipación de aquella plenitud de vida a la cual están destinados todos los seres vivos y el mundo físico.

 

BIBL.: AA.VV., La risurrezione, Paideia, Brescia 1974; AA.VV., Dibattito sulla risurrezione di Gesú, Queriniana, Brescia 1969; AMMASSARI A., La risurrezione nell'nsegnamento, nella profezia, nelle apparizioni di Gesú 1, Cittá Nuova, Roma 1975; ID. La risurrezione: La gloria del Risorto nelle testimonianze ricevute dalla prima chiesa II, Cittá Nuova, Roma 1976; BROWN R.E., La conceziones verginale y /a risurrezione corporea di Gesú, Queriniana, Brescia 1977; CABA J., Resucitó Cristo, mi esperanza. Estudio exegético, BAC 475, Madrid 1986; DHANIS E., Resurrexit. Actes du Symposium International sur la Résurrection de Jésus (Roma 1970). Libr. Ed. Vaticana, Cittá del Vaticano 1974; GHIBERTI G., Gli Alti di un simposio e la discussione successiva, en "RBIT" 23 (1975) 413-1424; ID, Aggiornamento bibliografico, en ib, 424-440; ID, La risurrezione di Gesú nella problematica attuale, en Problemi e prospettive di Teologia fondamentale, Queriniana, Brescia 1980, 279-314; ID, La risurrezione di Gesú: realtó storica e interpretazione, en Problemi e prospettive di Scienze bibliche, Queriniana, Brescia 1981, 345-385; ID, La risurrezione di Gesú, Paideia, Brescia 1982; KESSLER H., La resurrección de Jesús. Aspecto bíblico, teológico y sistemático, Sígueme, Salamanca 1989; LÉON-DUFOUR X., Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Sígueme, Salamanca 19854; MARTIN-ACHARD R., Résurrection dans /Anclen Testament et le judaisme, en "DBS" (1981) 437-487; MARXSEN V., La resurrección de Jesús de Nazaret, Herder, Barcelona 1974; ID, La resurrección de Jesús como problema histórico y teológico, Sígueme, Sala-manca 1979; MUSSNER F., La resurrección de Jesús, Sal Terrae, Santander 1971; O'COLLINS G., Jesús resucitado. Estudio histórico, funda-mental y sistemático, Herder, Barcelona 1988; PESCH R., El "sepulcro vacío"y la fe en la resurrección, en Rey. Cat. Int. Communio 1(1982) 724-740 (todo el número está dedicado a la resurrección); Pozo C., Teología del más allá, BAC 282, Madrid; RAMSEY A.M., La resurrección de Cristo, Mensajero, Bilbao 1971; RIGAUX B., Dio l'ha risuscitato. Esegesi e Teologia bíblica, Edizioni Paoline 1976; RUCKSTHUL E., PEAMMATTER J., La risurrezione di Gesú Cristo. Realtá salvífica e centro della fede, AVE, Roma 1971; SCHLIER H., La resurrección de Jesucristo, Bilbao 1970; SCHMITT J., Résurrection de Jésus dans le kérygme, la tradition, la catéchése, en "DBS" (1982) 487-582; SEIDENSTICKER Ph., La risurrezione di Gesú nel messaggio degli evangelisti, Paideia, Brescia 1979; ID, Testi contemporanei al messaggio pasquale dei vangeli, Paideia, Brescia 1980; VIDAL S., La resurrección de Jesús en las cartas de Pablo, Sígueme, Salamanca 1982; WILCKENS U., Resurrección, Sígueme, Salamanca 1981; ZARELLA P., La risurrezione di Gesú, Cittadella, Assisi 1973.

R. Fabris