REINO DE DIOS
DicTB
 

SUMARIO. Introducción. I. Raíces en la ideología y experiencia de la realeza en el AT y en la apocalíptica: 1. Dios es el rey de los reyes: a) El Señor reina sobre Israel, b) El arca de la alianza es el trono de Yhwh, c) Yhwh rey de los gentiles y del universo; 2. El rey mesías: a) Los primeros oráculos sobre el rey mesías, b) El descendiente del rey David; 3. Israel es el reino de Dios: a) Reino de Dios = propiedad de Dios, b) Israel se convierte en reino de Dios con la observancia del pacto sinaítico; 4. El reino en la literatura del judaísmo tardío: a) El reino mesiánico en clave política, b) El reino celestial, c) Tomar sobre sí el yugo del reino de los cielos. II. El anuncio del reino: 1. En el evangelio de Marcos: a) El reino está cerca, b) Conocer el misterio del reino, c) Bendito el reino que viene, d) Dimensión presente y futura del reino; 2. En los escritos del tercer evangelista: a) El reino mesiánico, b) El anuncio del reino, c) El objeto de la misión: el anuncio del reino, d) El reino pertenece a los pobres y a los niños, e) Reino futuro, f) Reino presente, g) Síntesis de las dos dimensiones; 3. El cuarto evangelista: a) Ver el reino y entrar en él, b) Jesús es el rey de Israel, c) La revelación suprema de la realeza de Cristo. III. El evangelista del reino de los cielos: 1. La incidencia del tema del reino en el primer evangelio; 2. La proclamación del reino: a) El evangelio del reino, b) Los hijos del reino, c) Los miembros del reino: 3. El reino mesiánico: a) La oración por la venida del reino, b) La búsqueda del reino, e) El signo de la presencia del reino, d) El crecimiento del reino; 4. La consumación del reino: a) El reino de los cielos, b) El juicio final y la parusía. IV. El reino en el epistolario del NT y en el Apocalipsis: 1. El epistolario paulino; 2. Las otras cartas apostólicas; 3. El Apocalipsis. V. Reino e Iglesia: 1. En el primer evangelio; 2. El reino sacerdotal. VI. Reino y escatología.


INTRODUCCIÓN. En la Sagrada Escritura encontramos con mucha frecuencia las locuciones "Yhwh reina", "el reino de Dios", "El Señor es rey" y similares. Evidentemente, se trata de un lenguaje simbólico y analógico para expresar verdades y realidades divinas partiendo de la experiencia del mundo humano, en el cual el gobierno, el dominio, el poder y la soberanía se ejercen de modo eminente por los monarcas, por los reyes, por los rectores de los pueblos. Con esas expresiones concernientes a la realeza divina la Biblia quiere enseñar y revelar que Dios es el supremo soberano del universo. Pues el Señor crea, reina, gobierna y domina los fenómenos cósmicos, todos los seres vivientes y la historia humana hasta la consumación escatológica, cuando su reino, es decir, su señorío, se establecerá de modo pleno y perfecto en la gloria del cielo; cuando él lo será todo en todos y su amor triunfará definitivamente de las fuerzas del odio y del mal, con la derrota plena y completa del príncipe de las tinieblas, Satanás.

La Sagrada Escritura narra y describe cómo ocurrirá la instauración de ese reino celeste, después del revés del señorío de Dios provocado por el pecado de la criatura. La Biblia nos manifiesta los diversos estadios o fases y los diferentes modos con los que el Señor reina y dominará en el mundo, pero de modo particular en su pueblo. Pues el reino se encuentra en una relación especialísima con el mesías, cuya venida a la tierra tiene por fin principal la inauguración del señorío de Dios entre los hombres. Este personaje, esperado durante largos siglos por la humanidad, hará que reinen el amor, la verdad, la justicia y la paz, preparando la consumación del dominio soberano del Señor sobre el universo entero, acontecimiento reservado al último día de la historia.

I. RAÍCES EN LA IDEOLOGÍA Y EXPERIENCIA DE LA REALEZA EN EL AT Y EN LA APOCALÍPTICA. La expresión "reino de Dios" o "reino de los cielos" forma uno de los temas dominantes de la alegre nueva de la salvación en el NT. Pero esa realidad divina no se presenta como una novedad absoluta, porque hunde sus raíces en la revelación veterotestamentaria y en toda la tradición judía. Aunque en los ciclos de los patriarcas apenas se dice palabra de la realeza de Yhwh, sin embargo de vez en cuando, incluso en los estratos más arcaicos del AT, aflora ese aspecto o función propia del Señor de reinar de modo soberano y de ejercer su dominio real, sobre todo para defender y salvar a su pueblo, puesto que Israel es el reino de Yhwh por excelencia.

1. DIOS ES EL REY DE LOS REYES. Las naciones, las regiones, las ciudades y los pueblos paganos son gobernados y regidos por reyes, faraones y soberanos (Gén 14,lss.l7ss; Ex 1,8.15; etc.). Por eso los israelitas le piden al juez Samuel que establezca sobre ellos un rey que los gobierne, como ocurre en el mundo que los rodea (lSam 8,5). Los soberanos en la antigüedad eran exaltados e idolatrados hasta ser considerados como divinidades; sin embargo, en la valoración de la Biblia son simples mortales, limitados en sus poderes, e incluso con frecuencia débiles e impotentes ante las fuerzas de la naturaleza, y sobre todo cuando el Señor interviene en la historia. En semejantes actos salvíficos Yhwh se revela realmente como el rey de reyes, como el Señor de los señores, como el supremo soberano del cielo y de la tierra, de los mares y de todos los abismos.

a) El Señor reina sobre Israel. Yhwh manifiesta su realeza sobre todo cuando obra en favor de su pueblo e instaura en él su dominio divino. Las intervenciones salvíficas del Señor en la historia de Israel son presentadas frecuentemente como acciones reales del soberano más fuerte y poderoso que exista. En el antiquísimo canto de Moisés, los estupendos prodigios realizados por Yhwh durante el éxodo, y en particular en la travesía del mar Rojo, son considerados intervenciones regias del Dios excelso, del santo, del omnipotente, que reina eternamente (Ex 15, 11-13.18; cf Dt 3,24; 11,2ss; Núm 23,21s).

En los estratos más arcaicos del AT aparece con evidencia la fe de que Yhwh es el único rey de Israel, por lo cual este rey no tiene necesidad de reyes terrenos. Esta temática aflora sobre todo en los momentos de crisis nacional, cuando los israelitas desean un soberano que reine sobre ellos, como ocurre entre los gentiles. Gedeón, aunque altamente benemérito por sus empresas heroicas en favor de Israel, no desea reinar sobre Israel, y menos aún establecer una monarquía hereditaria, porque sabe que Yhwh es el único rey de su pueblo (Jue 8,23). Cuando los israelitas, hacia el final del gobierno de I Samuel, pidieron un rey a semejanza de todas las naciones, este profeta se entristeció profundamente (1Sam 8,5s), porque sabía muy bien que el único soberano de Israel debía ser el Señor (lSam 12,12). En realidad, con aquel acto los israelitas rechazaban la realeza de Yhwh, como lo reveló éste a su siervo (lSam 8,7s). Samuel comunicó a todo el pueblo aquel repudio de la soberanía real del Señor (ISam 10,18s).

El primero y el último, el santo, el único verdadero Dios y el señor de los ejércitos es el rey de Israel, porque él lo ha creado, salvado y redimido (Is 43,15; 44,6). No sólo en el pasado, en el primer éxodo, sino también librando a Israel de la esclavitud de Babilonia, el Señor se revela como rey de su pueblo; la alegre noticia que los mensajeros de paz llevan a Sión consiste en esa realidad salvífica: tu Dios reina. De ese modo se manifiesta él concretamente como el soberano divino que redime a su pueblo (Is 52,7; cf Sal 96,10). Pues Yhwh es el omnipotente que quita el aliento a los reyes de la tierra, manifestándose como espléndido guerrero que aniquila carros y caballos, pone en fuga a los enemigos valerosos de su pueblo y de ese modo salva a los humildes de la tierra (Sal 76,5ss). El Señor fuerte y poderoso es el rey de la gloria (Sal 24,7ss); él se ha revelado como gran rey sobre toda la tierra, sometiendo todos los pueblos a los israelitas (Sal 47,3s.7s). De ese modo Yhwh revela la espléndida gloria de su reino; por eso el salmista invita a la alabanza y a la gloria: "El Señor es el rey; que se alegre la tierra y exulten las islas innumerables" (Sal 97,1; cf Sal 145,10-13).

b) El arca de la alianza es el trono de Yhwh. El Señor reina sobre su pueblo estableciendo en él su soberanía, librándolo de todos los enemigos y defendiéndole de todos los males. Además, ofrece un signo visible, concreto y permanente de esa presencia salvífica real en el santuario que custodia el arca de la alianza; aquí el Dios de la gloria habita en medio de Israel (Ex 25,8; 40,34s). El arca constituye el trono real de Yhwh (2Sam 6,2), él vive como un soberano encima de ella (Is 6,1ss); desde allí habla con sus siervos: Moisés (Ex 25,22; Núm 16,20ss), Isaías (Is 6,8s), etc.; desde allí se aparece a todo el pueblo (Núm 14,10ss; 16,19; 17,7). Durante el éxodo, cuando el Señor avanza sobre el arca en medio de su pueblo (Ex 40,36s; Núm 9,15ss; 10,33ss), en el traslado de este trono real de Yhwh al monte Sión y en el templo de Jerusalén se forma el cortejo real del Dios de Israel (2Sam 6,12ss; 1 Re 8,lss; Sal 68,25ss; 132,6ss). Desde este trono santo reina el Señor sobre todos los pueblos y sobre toda la tierra (Sal 99,1-5).

c) Yhwh rey de los gentiles y del universo. Sin embargo, el Señor no ejercita su dominio real sólo sobre Israel; en la Biblia es presentado también como rey de todas las naciones: "Sólo del Señor es el imperio, él es el Señor de las naciones" (Sal 22,29). Al final de los tiempos "el Señor reinará sobre toda la tierra; en aquel día el Señor será único, y único será su nombre" (Zac 14,9).

Todo en los cielos y en la tierra pertenece a Yhwh, que es el soberano de todas las cosas y de todos los seres vivientes (1Crón 29,11). Si el Señor mora de modo muy especial en el templo de Jerusalén, sin embargo tiene su trono en los cielos (Sal 11,4); él asienta su trono encima de la tempestad (Sal 29,10); a él pertenece el universo con sus habitantes, porque es el rey de la gloria (Sal 24,1s.7ss; Sal 103,19). Y si el cielo es el trono de Dios, la tierra es el escabel de sus pies (Is 66,1; Mt 5,34s) y es rey de ella (Sal 47,3.8). El Señor muestra su realeza cuando se rodea de esplendor, se reviste y se ciñe de fuerza, haciendo firme su trono que es el mundo (Sal 93,1 ss).

2. EL REY MESÍAS. Con el nacimiento y el desarrollo del filón mesiánico en el AT se explicitó también que el Señor reinaría sobre la tierra y entre los pueblos por medio de su consagrado, el Cristo; éste sería el instrumento privilegiado para la instauración del reino de Dios en el mundo. El fin de la venida del mesías en realidad consiste en la inauguración de la presencia salvífica de Yhwh entre los hombres para preparar su reinado o dominio real pleno y perfecto en el universo [t Mesianismo].

a) Los primeros oráculos sobre el rey mesías. La bendición de Jacob a su hijo Judá (Gén 49,8ss) contiene el anuncio de la venida del personaje mesiánico que gobernará a todos los pueblos con el cetro real (v. 10). Balaán, en uno de sus oráculos, preanuncia el despuntar de la estrella de Jacob y el surgir de un cetro real de Israel para dominar a todas las naciones (Núm 24,17ss; cf Ez 21,32).

Las alusiones de estos textos al rey mesías se hacen claras y explícitas en la profecía de Natán a David sobre el futuro glorioso de su reino, por medio de un descendiente suyo, cuyo trono será estable para siempre (2Sam 7,12.14.16). El salmista comenta poéticamente esta alianza davídica que tiene por objeto al rey mesías: "Yo haré de él mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra... Afirmaré para siempre su dinastía y su trono durará como los cielos... Su dinastía durará por siempre y su trono durará tanto como el sol" (Sal 89,28.30.37); [/ Salmos IV, 6; / Samuel III, 1].

El rey mesías es una persona divina que extiende el reino del Señor hasta los confines de la tierra: "Proclamará el decreto que el Señor ha pronunciado: "Tú eres mi hijo; yo mismo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra" (Sal 2,7s; cf 110,Iss).

b) El descendiente del rey David. La realeza del mesías se acentúa en los oráculos de los profetas, porque este personaje es presentado a menudo como el descendiente del rey David, que deberá restaurar el reino paterno y establecer el reinado de Dios sobre la tierra.

Isaías [/ II, 2], ve el despuntar de una gran luz en el nacimiento del descendiente davídico, el príncipe de la paz, sobre cuyas espaldas está el signo de la soberanía real y divina, para inaugurar el reino eterno de la paz en el derecho y en la justicia (Is 9,1.5s). Este retoño de Jesé, lleno del Espíritu de Yhwh, instaurará el reino de la justicia y de la felicidad, de la paz y de la sabiduría (Is 11,1-9).

El futuro rey de Israel, cuyos orígenes se remontan a la antigüedad y a los días más remotos, vendrá de Belén de Efrata (Miq 5,1), es decir, será un descendiente de David. En la era escatológica el Señor suscitará un rey sabio y justo, capaz de salvar al pueblo de Dios, ya que será un personaje divino (Jer 23,5). El rey mesías, humilde y manso, profeta y defensor de los pobres, instaurará el reino universal de la paz y de la justicia en todo el mundo (Sal 72, l s.5.8). El anuncio de ese maravilloso reino de Dios realizado por el mesías no puede dejar de suscitar profunda alegría: "Salta de júbilo, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén, porque tu rey viene a ti..." (Zac 9,9). El profeta Ezequiel presenta la realeza del mesías en perspectiva pastoral: el descendiente de David regirá al pueblo de Dios como un pastor bueno, sabio y fuerte, que eliminará todas las bestias peligrosas y establecerá un reino de paz (Ez 34,23s; 37,24s).

3. ISRAEL ES EL REINO DE DIOS. Si Yhwh es el rey del universo y de todos los pueblos, si el rey mesías reinará de un mar al otro también sobre las naciones, es indiscutible que Israel es el reino de Dios por excelencia. El pasaje de Ex 19,5s es muy explícito a este respecto. Este texto es muy precioso, porque no sólo indica en qué consiste concretamente ser reino del Señor, sino también con qué condiciones se hace uno miembro de ese reino.

a) Reino de Dios = propiedad de Dios. La expresión "reino de sacerdotes" está puesta claramente en paralelo con las locuciones "propiedad del Señor" y "pueblo preciosísimo", como lo muestra el texto estructurado:

"Vosotros seréis para mí,
la propiedad entre todos
los pueblos...

Vosotros seréis para mí
un reino de sacerdotes
y un pueblo preciosísimo"
(Éx 19,5s).

Por tanto, ser un reino sacerdotal para Yhwh significa ser un pueblo santo, propiedad del Señor; pertenecer completamente a Dios; ser su bien personal, sagrado y el más precioso (segullah; gr., perioúsios).

Con la / alianza sinaítica, Israel se convierte en cosa sagrada para el Señor, es decir, en su propiedad (Jer 2,3); Moisés declaró ese privilegio de los hebreos, fruto del amor de predilección de Yhwh: "El Señor se fijó en vosotros y os eligió, no por ser el pueblo más numeroso entre todos los pueblos, ya que sois el más pequeño de todos. Porque el Señor os amó y porque ha querido cumplir el juramento hecho a vuestros padres" (Dt 7,7s; cf 14.2; Is 43,21; Sal 74,2). Pues el Señor escogió a Jacob como posesión suya (Sal 135,4); lo libró de la esclavitud del faraón, realizando prodigios y portentos en Egipto y en el paso del mar Rojo, para hacerlo su propiedad: Israel es el pueblo que Yhwh ha adquirido para hacerlo suyo para siempre (Ex 15,16). La versión griega de los LXX en Ex 23,22 aduce un texto muy similar al de Éx 19,5s, como aparece por la sipnosis:

19,5

"Y ahora, si con docilidad [lit., con escucha] escucháis mi voz y custodiáis mi alianza, seréis para mí un pueblo precioso entre todas las naciones, pues mía es toda la tierra; vosotros seréis para mí un sacerdocio real y un pueblo santo".

 

23,22 (LXX)

"Si con docilidad [lit., con escucha] escucháis mi voz y hacéis todo lo que os mando y custodiáis mi alianza, seréis para mí un pueblo precioso entre todas las naciones, pues mía es toda la tierra; vosotros seréis para mí un sacerdocio real y un pueblo santo".

 

b) Israel se convierte en reino de Dios con la observancia del pacto sinaítico. Esa pertenencia exclusiva al Señor no puede ni debe ser concebida de modo mecánico, casi mágico, prescindiendo de cualquier esfuerzo de la parte humana; la alianza, aunque ha de ser considerada en la perspectiva de una elección gratuita (se trata, en efecto, de un don, de un favor, fruto del amor divino), contiene cláusulas, condiciones: Israel debe observar cuanto Yhwh le prescribe; más aún, se convierte en reino de Dios, o sea en su propiedad preciosísima, sólo a condición de vivir las exigencias del pacto sinaítico. El pasaje que acabamos de citar y comentar de Ex 19,5s es muy explícito al respecto: los hijos de Israel serán para el Señor un reino sacerdotal y su posesión exclusiva, y por tanto pertenecerán al Dios omnipotente, sólo si le obedecen, viviendo las cláusulas de la alianza. La pertenencia al reino de Dios depende de la fidelidad al pacto mosaico (Dt 26,18s).

Por desgracia, Israel fue infiel a la alianza; por eso dejó de ser el reino de Dios y fue castigado severamente con la destrucción y la deportación a una tierra impura y a regiones paganas; pero en la era escatológica el Señor reconstruirá su reino, purificando y renovando a su pueblo para hacerlo fiel a su palabra, a la alianza de paz, por medio del rey pastor, el mesías davídico (Ez 37,23-26). En esta época mesiánica los temerosos de Dios, o sea los paganos que observen los preceptos del Señor honrando su nombre, participarán del privilegio de Israel, convirtiéndose en propiedad de Dios, en miembros de su reino (Mal 3,16s).

4. EL REINO EN LA LITERATURA DEL JUDAÍSMO TARDÍO. En los últimos siglos de la historia de Israel, ante las desventuras de la monarquía y la destrucción del reino davídico, paralelamente a los movimientos nacionalistas que seguían soñando con su futuro reino mesiánico terreno de fuertes tintas políticas y guerreras, se afirmó, sobre todo en las corrientes religiosas apocalípticas, una concepción diversa del reino de Dios en clave más espiritual, casi celeste.

Así en el estadio final de la revelación veterotestamentaria asistimos a la formación de dos concepciones del reino muy diversas: por una parte, las sectas más politizantes alimentan la esperanza de la restauración del reino davídico, como fruto de sangrientas guerras santas, en las cuales los opresores de Israel serán derrotados y aniquilados para siempre; por otra, los movimientos más espirituales del pueblo elegido invitan a mirar al cielo, inculcando la idea de un futuro divino espiritual ultraterreno.

a) El reino mesiánico en clave política. En la fase última de la revelación bíblica se afirma y se difunde una concepción / política y terrena del reino de Dios. La expectación popular estaba orientada hacia un mesianismo nacionalista, marcado no sólo por la paz, fruto de la derrota de los enemigos de Israel, sino también por la abundancia de todos los bienes, de la fertilidad de la tierra, de la fecundidad y de la longevidad. El reino mesiánico aparece, pues, de orden temporal. En el libro de los t Macabeos encontramos semejante ideología: el reino de Dios es una realidad terrena y se ha de instaurar con la violencia, armándose y organizándose militarmente para cornbatir contra los enemigos de Israel, que han destruido la monarquía davídica y hecho esclavos a los judíos.

Esa mentalidad aflora también en los evangelios. Los hijos del Zebedeo, cuando le piden a Jesús sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda (Mc 10,37), ciertamente están impregnados de un mesianismo real político de carácter triunfalista; por algo la redacción del evangelista emplea explícitamente el término "reino" de Cristo (Mt 20,21). En una de las tentaciones, el diablo presenta ante el profeta de Nazaret la fascinación del mesianismo mundano, que consiste en el dominio de todos los reinos de la tierra (Mt 4,8s y par). Asimismo la pregunta de los apóstoles al Señor resucitado de si estaba para reconstruir el reino de Israel (He 1,6), adolece de esa concepción triunfalista de un mesianismo real político. También el cuarto evangelista deja traslucir semejante expectativa popular de un reino mesiánico terreno en la reacción entusiasta de la multitud ante el signo de la multiplicación de los panes y en el intento de arrebatar a Jesús para proclamarlo rey (Jn 6,14s).

Los antiguos documentos literarios del judaísmo, escritos entre el fin de la era veterotestamentaria y el principio de la nuestra, ilustran a menudo con elocuencia esa concepción de un reino mesiánico político impuesto por la violencia y las armas. A este respecto baste remitir a algún pasaje de la obra precristiana de los Salmos de Salomón (cf 17,23-51) o del Libro de la guerra, de Qumrán (cf 6,6; 19,5-8).

b) El reino celestial. En los escritos / apocalípticos del judaísmo tardío se pone en evidencia la dimensión ultraterrena y celeste de su reino: sería inaugurado con el juicio de Dios, después del castigo y de la aniquilación de los malvados y de los impíos. El reino de Dios no es ya concebido como una realidad terrena e intramundana; se trata de un orden nuevo, que será instaurado al final de los tiempos, cuando el Señor haga justicia a sus fieles y destruya a los impíos, inaugurando su dominio real, que será fuente de felicidad y de vida eterna para su pueblo. El libro de la / Sabiduría deja traslucir esa concepción del reino de Dios. Con el juicio del Señor se instaurará la era feliz de la gloria de los justos, aunque éstos en la tierra hayan sido torturados; en cambio, los impíos, que han vivido despreciando a los santos y como rebeldes, sufrirán un tremendo castigo (Sab 3,110). Más aún; los justos serán premiados con la vida eterna y con el don de una espléndida corona (Sab 5,15s).

Las visiones de / Daniel no raras veces tienen por objeto la instauración del reino de Dios. El final del sueño que tuvo Nabucodonosor sobre la gran estatua de pies de arcilla lo explica el vidente judío en relación con la inauguración del reino escatológico (Dan 2,44). La visión celeste del anciano que da al Hijo del hombre el reino eterno ilustra con elocuencia el carácter ultraterreno y trascendente del reino mesiánico. En efecto, el Altísimo en esta escena es descrito como el juez supremo que se sienta en su terrible trono delante de la corte celeste para examinar el comportamiento de los hombres al término de la historia (Dan 7,9ss). En este acto final y supremo se inaugura el reino escatológico por medio del personaje celeste que es el Hijo del hombre (Dan 7,13ss). Así pues, con el juicio divino al final de los tiempos se instaurará el reino eterno y universal del Señor sobre todos los pueblos y sobre todos los imperios (Dan 7,26s).

En los antiguos escritos apocalípticos judíos, tales como el Primer libro de Henoc, la Asunción de Moisés y el Cuarto libro de Esdras, encontramos una análoga concepción escatológico-celeste del reino. En la era final de la historia humana, después del aniquilamiento de los reyes y de los soberanos terrenos, los justos reinarán en la gloria (1 Henoc 38,5), guiados por el mesías, el elegido de Dios, que se sienta en el trono celeste; pues el Señor hará que su consagrado more entre los santos y transformará el cielo en una luz eterna y en una felicidad sin fin, haciendo habitar allí a sus elegidos, después de haber prohibido la entrada a los pecadores y a los impíos (1 Henoc 45,3-5). Entonces los justos vivirán en el esplendor del sol y los elegidos en la luz de la vida eterna (1 Henoc 58,3). Esa glorificación en el reino de Dios ocurrirá en la Jerusalén celeste, cuando Israel suba a lo alto y Dios lo coloque en el firmamento; desde estas alturas de las estrellas se verá a los impíos yacer en los tormentos del infierno (Asunción de Moisés 10,8ss).

c) Tomar sobre sí el yugo del reino de los cielos. En la literatura judía antigua, sobre todo en los escritos rabínicos, encontramos otro elemento interesante, visto ya en algunos libros del AT: la necesidad de observar los compromisos de la tórah, tema expresado con la frase "tomarsobre sí el yugo del reino de los cielos" (cf Berakót, M. 2,2; 2Henoc 34,1). Con esta locución reconoce el judío el señorío de Dios y se somete a su ley, considerada norma de vida, para convertirse en miembro del reino, es decir, para participar del esta-do de amistad y de gracia con el artífice de la salvación y de la plena felicidad, gozando de la abundancia de sus bienes. Además, la expresión rabínica que examinamos insinúa también la libre opción del hombre y la invitación al creyente a no rechazar ese yugo. Pues sólo los impíos se lo sacuden de encima, aunque encaminándose de ese modo a la perdición (2Henoc 48,8s). El empeño constante en la observancia de las cláusulas del pacto sinaítico, o sea en la práctica de todas las prescripciones de la ley mosaica, es fuente de vida.

El profeta de Nazaret considera demasiado pesado el yugo de las imposiciones ordenadas por los escribas y por los fariseos: fatigan y oprimen; sólo la ley de su evangelio, el evangelio del reino (Mt 4,23; 9,35; 24,14) se presenta como yugo suave, amable y ligero (Mt 11,28ss). Pablo de Tarso, en particular, presenta la legislación mosaica, con especial referencia a la imposición de la circuncisión, como un yugo de esclavitud (Gál 5,1); por su parte, Lucas hace que Pedro pro-clame, en el concilio de Jerusalén, que la tórah ha de considerarse un yugo pesadísimo, pues ningún judío pudo jamás llevarlo (He 15,10).

II. EL ANUNCIO DEL REINO. Las consideraciones precedentes han insinuado el peso y la incidencia no común del reino divino en la revelación veterotestamentaria y en los antiguos escritos judíos; muestran además la orientación mesiánica y escatológica de esta temática: Yhwh instaurará su reino al fin de los tiempos por medio de su elegido, el Cristo; la monarquía davídica fue sólo una anticipación y se presenta como un signo imperfecto del futuro reino mesiánico, en el cual finalmente se establecerán para siempre y de modo perfecto la paz, la felicidad, la justicia y la vida.

Jesús de Nazaret abre su predicación proclamando el cumplimiento del tiempo escatológico y anuncian-do la inminente irrupción del reino en la tierra; más aún, según el primer evangelista, incluso el precursor de Cristo comunica esa alegre noticia: "Convertíos, pues el reino de los cielos se acerca" (Mt 3,2).

1. EN EL EVANGELIO DE MARCOS. A nivel histórico parece poco verosímil que la predicación de Juan Bautista tuviera como objeto explícito la aproximación del reino; el más arcaico de los evangelios ignora ese ele-mento, y nos informa, en cambio, de que el precursor proclamaba el bautismo de conversión (Mc 1,5) y la inminente venida del mesías (Mc 1,7ss). Para el segundo evangelista, la proclamación del acercarse del reino fue hecha por el profeta de Nazaret (Mc 1,15). En realidad, el anuncio del reino de Dios forma el objeto principal de la predicación de Jesús.

a) El reino está cerca. En Mc 1,15 se citan las primeras palabras de Cristo en el contexto del comienzo de su ministerio (Mc 1,14s). El profeta de Nazaret proclamada cercanía del reino porque el t tiempo del fin se ha cumplido; en esa situación escatológica hay que convertirse creyendo en el evangelio. El kairós indica, en realidad, la fase última de la historia salvífica, cerrada con el fin de este mundo (Mc 13,33; Lc 21,8) y abierta con la predicación del reino (Mc 1,14s). Los misioneros de Cristo deberán proclamar la cercanía de ese reino salvífico (Mt 10,7; Lc 10,9.11). Por tanto, tampoco con la predicación de los primeros discípulos hallegado aún el reino de Dios, aunque se ha acercado.

Aquí, con gran probabilidad, el reino de Dios indica el acto final de la historia, con la vuelta de Cristo en el poder del Padre para juzgar a todos los hombres e inaugurar el reino celeste. El pasaje de Mc 8,38-9,1 (y par) es al respecto muy claro, pues en él la venida del reino de Dios está estrechamente asociada a la venida del Hijo del hombre en la gloria del Padre, acompañado de los santos ángeles al fin de los tiempos. Con su pasión, muerte y resurrección Jesús entra en el reino de Dios (Mc 14,25 y par), en el cual será revestido de la gloria y del poder del Padre (Mc 8,38). Se trata, pues, del reino celeste, en el cual entrará el que en esta tierra se haga violencia para reprimir los malos instintos (Mc 9,47). Aquí el reino de Dios equivale a la vida eterna, como lo indica con claridad el paralelismo sinonímico entre este versículo y los precedentes (Mc 9,43. 45), donde se emplea la expresión similar "entrar en la vida (eterna)". En este reino celeste muy difícilmente entrarán los ricos (Mc 10,23ss y par). Con su predicación el profeta de Nazaret llama la atención de sus oyentes sobre la inauguración de la fase final de la historia, y por tanto de la aproximación del reino glorioso de Dios, que se instaurará definitivamente con el juicio final.

b) Conocer el misterio del reino. En el curso de las / parábolas, Jesús ilustra la realidad del reino con semejanzas, oscuras para los incrédulos, pero explicadas a los discípulos (Mc 4,3ss.26ss.30ss). Al término de la primera parábola, la del sembrador (Mc 4,3ss), Cristo declara a sus "doce" amigos: "A vosotros se os ha dado conocer los secretos del reino de Dios; pero a los demás, a los que están fuera, todo les llega en parábolas" (Mc 4,11; cf par). Este misterio del reino concierne al significado de la parábola, que ilustra simbólicamente la suerte de la "palabra" en las diferentes clases de oyentes, como lo explica el maestro (Mc 4,14ss y par). En las dos parábolas siguientes el reino de Dios se ilustra con el crecimiento espontáneo, casi automático (en griego, automáté), de la semilla hasta la maduración (Mc 4,26ss), y por la extraordinaria expansión de esta realidad divina, tan pequeña, que se hace tan grande, como el granito de mostaza que se transforma en árbol (Mc 4,30ss).

En estas parábolas el reino indica una realidad divina presente, en relación con la palabra del evangelio proclamado por Jesús; en efecto, el que siembra la palabra de Dios es el profeta de Nazaret; los oyentes son los judíos que escuchan, no todos bien dispuestos hacia la predicación de Cristo (Mc 4,14ss). Esta semilla de la "palabra" contiene una fuerza divina intrínseca, y por tanto se desarrolla sola (Mc 4,26ss); es más, crece de modo extraordinario, suscitando admiración (Mc 4,30ss). Por eso el reino se identifica con el poder de Dios, presente en la palabra del evangelio; se trata de una fuerza divina que se impone por sí misma, haciendo irrupción en la tierra y difundiéndose de modo extraordinario en virtud de la carga dinámica de su potencia divina. Esta realidad es, pues, misteriosa y portadora de salvación, como su autor; por esa razón Jesús la presenta como misterio del reinó de Dios (Mc 4,11 y par).

Los evangelios hablan del misterio sólo en este contexto, mientras que en las cartas paulinas lo encontramos con más frecuencia. En Rom 11,25 indica el desconcertante designio salvífico divino sobre el endurecimiento de los judíos en la incredulidad para hacer posible la salvación de los paganos, mientras que en la doxología final de esta carta (Rom 16,25s) y en otros pasajes del epistolario paulino (cf Ef 1,9s; 3,3s.9s; Col 1,26s) se refiere a la economía del plan salvífico, callado o bien oculto a lo largo de los siglos y ahora revelado por medio de Jesucristo [/ Misterio III, 3-4].

En Ef 6,20 recurre la expresión "el misterio del evangelio", mientras que en la carta a los Colosenses el misterio de Dios parece identificado con Cristo, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2,2s), y que el apóstol quiere anunciar (Col 4,3). Estos últimos pasajes nos ayudan a penetrar el significado del misterio del reino (Mc 4,11); se trata en verdad de una realidad divina arcana que Jesús explica e ilustra a sus amigos, mientras que a los extraños se les propone en un lenguaje parabólico y oscuro, a fin de que no se abran a la luz del evangelio y se conviertan (Mc 4,12 y par). Así como el misterio de la economía salvífica centrada en el evangelio, o sea en Cristo, se ha manifestado a los creyentes, así el misterio del reino se ha desvelado a los discípulos; está constituido por la semilla divina de la "palabra", proclamada por el profeta de Nazaret, que lleva a cabo la salvación de cuantos lo acogen, dando frutos de vida eterna (Mc 4,20 y par).

El reino de Dios debe ser acogido con la sencillez y la humildad características de los niños (Mc 10,15). Los escribas, con los fariseos y cuantos rechazan la predicación y la persona de Jesús, son constitucionalmente incapaces de comprender y de acoger el misterio del reino; el orgullo y la autosuficiencia les impiden abrirse a la luz divina que emana del evangelio, y por tanto convertirse y entrar en la vida eterna. Al adherirse al mensaje proclamado por Cristo, el hombre es penetrado e invadido por la fuerza extraordinaria de esta semilla divina y permite a ese germen que dé frutos copiosos en su corazón. De este modo la acción salvífica de la "palabra" se hace presente y operante en la tierra por medio de los oyentes atentos que la acogen con docilidad y sencillez.

c) Bendito el reino que viene. Durante la entrada mesiánica de Jesús en la ciudad de Jerusalén la multitud entusiasta aclama la llegada del reino en la persona de Cristo (Mc 11,9s y par). Mientras que en el tercero y en el cuarto evangelio la bendición de los presentes tiene por objeto al rey (de Israel) que viene en nombre del Señor, sólo Marcos habla del reino que viene, colocado en paralelo con el que viene; en efecto, la aclamación del pueblo en el segundo evangelio está formada por un quiasmo, como lo muestra el texto estructurado:

A) ¡HOSANA!
B) Bendito el que viene en el nombre del Señor.
B') Bendito el reino que llega, de nuestro padre David.
A')
HOSANNA en los (cielos) altísimos.

La correspondencia entre los dos elementos centrales muestra que el mesías (el que viene en el nombre del Señor) inaugura el reino, aunque los judíos lo entienden en sentido político, como restauración de la monarquía davídica.

El elemento interesante en la redacción de Marcos lo observamos en la venida del reino: con la entrada mesiánica de Jesús, el reino de Dios está presente en la tierra y comienza a manifestarse. De ese modo la oración del discípulo: "Venga tu reino" (Mt 6,10 y par), comienza a ser escuchada por el Padre, porque "el reino llega" (Mc 11,10), irrumpe en el mundo con la persona de Cristo.

El mesías inaugura el reino de Dios al tomar posesión de la ciudad sa'ta y purificar el templo arrojando a los mercaderes y a los demás profanadores (Mc 11,15s y par); luego desarrolla su actividad didáctica, suscitando la admiración del pueblo judío (Mc 11,18.27ss), y con ello muestra concretamente la llegada del reino ligada a la persona del mesías. La doctrina correcta de Marcos es presentada como un signo del reino: el escriba que responde correctamente, confirmando la enseñanza de Jesús, es considerado por el maestro cercano al reino de Dios (Mc 12,34). Por lo demás, el profeta de Nazaret enseña en la sinagoga o en el templo con autoridad, contraponiéndose a la doctrina de los escribas y suscitando la admiración de las multitudes (Mc 1,21s; 12,35ss); de ese modo insinúa que es el Cristo quien inaugura en la tierra el reino de Dios.

d) Dimensión presente y futura del reino. En verdad Marcos considera el reino de Dios no sólo como sinónimo de vida eterna, por lo cual no lo presenta sólo en perspectiva escatológico-futura, sino que piensa que está ya inaugurado en este mundo con la predicación y la obra salvífica del mesías. Por eso el reino es una realidad compleja, pues se presenta a la vez como celeste y terrestre; se trata de la presencia salvífica —o señorío— de Dios, que irrumpe entre los hombres: el rey inmortal de los siglos obra y actúa por medio de su Cristo eficazmente en esta tierra; hace sentir su influjo benéfico divino en la humanidad, con el fin de invitarla y prepararla a la entrada en la gloria del cielo.

El lóghion del Señor referido por Mc 10,14s contiene una síntesis de estos dos elementos, porque Jesús habla aquí del reino como de una realidad a la vez presente y futura. En efecto, el maestro enseña que para entrar en el reino de Dios hay que acogerlo con la actitud espiritual de los niños, ya que pertenece a los niños. La expresión "entrar en el reino" significa claramente entrar en la vida eterna; ya lo hemos comprobado. Se trata, pues, de la entrada en la gloria del Padre después de la muerte; por eso el maestro se refiere manifiestamente a la dimensión futura del reino.

Pero esta realidad divina hay que acogerla desde ahora, imitando la sencillez de los niños (Mc 10,15); por tanto, el reino de Dios está presente, porque se lo puede acoger o rechazar, como ocurre con la semilla de la "pa-labra" (Mc 4,20). En verdad el evangelio proclamado por Cristo contiene en germen el reino, como ya lo hemos mostrado. Por eso el reino de Dios es una entidad salvífica a la vez presente y futura, pues se trata de la acción real del Señor que obra la salvación de los creyentes. Con la venida del mesías esta presencia salvífica divina irrumpe en la tierra y comienza a dar frutos de vida eterna, como una se-milla que se desarrolla y crece; pero la plena maduración y manifestación de este germen divino de la palabra evangélica ocurrirá después de la muerte y al fin de los tiempos, cuando el discípulo de Cristo entre en la vida eterna y sea revestido de la gloria celeste.

2. EN LOS ESCRITOS DEL TERCER EVANGELISTA. Lucas, en sus dos libros, trata frecuentemente el tema del reino de Dios, sobre todo en el evangelio. Obsérvese al respecto un dato estadístico: mientras Marcos emplea el término basiléía 20 veces, en el tercer evangelio este sustantivo aparece 46 veces, y en los Hechos se lo usa ocho veces. La frecuencia se presenta como índice de interés o de complacencia.

a) El reino mesiánico. Uno de los elementos más característicos de la teología lucana es la sensibilización al tema del reino mesiánico desde el evangelio de la infancia. El ángel del Señor, en efecto, anuncia a la virgen María que su hijo heredará el trono de David, su padre, y que reinará en la casa de Jacob, e incluso que su reino no tendrá fin (Lc 1,32s).

En estas palabras se escucha el eco de los oráculos mesiánicos sobre el excepcional descendiente del rey David (2Sam 7,12ss; Is 9,6) y sobre el hijo del hombre en la visión de Daniel (Dan 7,14), donde se anuncia de antemano el reino eterno del consagra-do del Señor. El hijo de la Virgen realizará de lleno tales profecías. Por algo éste, cuando estaba para entrar en la ciudad de David, es aclamado por la multitud de los discípulos como el rey mesiánico que viene en el nombre del Señor (Lc 19,38), es decir, como el Cristo, dada la cita explícita del salmo mesiánico 118 (v. 26). Además, el profeta de Nazaret, cuando fue conducido al pretorio por los jefes y acusado de proclamar-se rey, no rechazó aquella imputación, sino que respondió afirmativamente a Pilato, que le interrogaba si era él el rey de los judíos (Lc 23,2s). La causa de su crucifixión y muerte fue su realeza mesiánica (Lc 23,38 y par).

Jesús, hijo de la virgen María, instauró en la tierra el reino de Dios, del cual había sido señal el reino davídico; pues él no solamente proclamó la buena nueva de la libertad y de la salvación a los pobres (Lc 4,16-21) y anunció el reino de Dios en las regiones de Palestina, sino que lo inauguró con su pasión, muerte y resurrección (Lc 22,16.18).

b) El anuncio del reino. El profeta de Nazaret es el rey mesías, que debe ante todo proclamar el reino de Dios; el fin principal de su predicación consiste en anunciar esta realidad divina (Lc 4,43; 8,1; 9,11). En estos tres pasajes encontramos tres expresiones características de la redacción lucana, que no se encuentran en los textos paralelos de los otros evangelistas; nos presentan el ministerio de Jesús como un esfuerzo por anunciar el reino de Dios. La fuente de Lc 4,43 cita estas expresiones del Maestro: "Vamos a otra parte..., a predicar también allí" (Mc 1,38); el tercer evangelista modifica la frase del modo siguiente: "Debo anunciar también el reino de Dios a las demás ciudades", indicando claramente que el objeto de la predicación de Cristo es el reino e insinuando que la buena nueva por él proclamada contiene el reino de Dios. En otro pasaje redaccional, pero que tiene un buen paralelo en Mt 9,35, nuestro evangelista describe la actividad misionera de Jesús, presentándola como proclamación y anuncio del reino de Dios en las ciudades y en los pueblos de Galilea (Lc 8,1). En la introducción al relato de la multiplicación de los panes, Lucas transforma su fuente, que habla genéricamente de la enseñanza del Maestro (Mc 6,34), especificando que se trataba del anuncio del reino de Dios (Lc 9,11). Por tanto, la predicación de Cristo se caracteriza, según el tercer evangelista, por el anuncio del reino porque contiene ese mensaje: el profeta de Nazaret habla del reino de Dios; por eso su evangelio es el evangelio del reino.

El ministerio de Jesús se especifica por el anuncio del reino de Dios, mientras que la economía veterotestamentaria llega hasta Juan Bautista; en un lóghion del Señor, característico del tercer evangelio, encontramos, en efecto, estas expresiones del Maestro: "La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia el reino de Dios" (Lc 16,16). El pasaje paralelo de Mt 11,12, aunque contiene muchas palabras similares, tiene un sentido muy diverso, pues presenta el reino de los cielos como objeto de violencia. Por tanto, sólo para Lucas aquí el anuncio del reino es el elemento caracterizador de la predicación de Cristo, por lo cual su palabra se centra en el reino de Dios y contiene esta realidad divina. El fin de la misión profética de Jesús consiste en proclamar la buena nueva del reino; por eso el evangelio de Cristo es el evangelio del reino.

En efecto, la locución "anunciar el reino" equivale en los escritos lucanos a las frases "anunciar la palabra (del Señor)" (He 8,4; 15,35), "anunciar al Señor Jesucristo" (He 5,42; 8,35; 11,20). A este respecto parece particularmente significativa la correspondencia entre la expresión "anunciando la palabra" (He 8,4) y "anunciaba en torno al reino de Dios" (He 8,12). De modo análogo, la frase "proclamar el reino" (Lc 8,1; 9,2; He 20,25; 28,31) aparece como sinónimo de las locuciones "proclamar a Cristo" (He 8,5), "proclamar a Jesús" (He 9,20; 19,13). Para Lucas el reino de Dios simboliza la "palabra". A este respecto es muy significativa la explicación de la parábola de la semilla en la redacción del tercer evangelio, porque sólo Lucas identifica la semilla con la palabra de Dios (Lc 8,11). Pues bien, también para nuestro evangelista las parábolas simbolizan los misterios del reino de Dios (Lc 8,10), y, por tanto, el reino indica la palabra proclamada por el profeta de Nazaret, o sea la buena nueva de la salvación, el evangelio. Más aún, este mensaje contiene al Señor Jesús, el cual es el centro del anuncio evangélico.

c) El objeto de la misión: el anuncio del reino. Si los otros sinópticos enseñan claramente que los enviados de Cristo deben proclamar sobre todo la inminente irrupción del reino en la tierra, Lucas acentúa fuerte-mente este elemento; es más, en los Hechos presenta con frecuencia la acción misionera de los discípulos como un anuncio del reino de Dios. Esta doctrina forma uno de los elementos más característicos de la teología del tercer evangelista.

Lucas enseña ante todo que el profeta de Nazaret asoció a su misión de proclamar el reino no sólo a los "doce", sino también a los setenta y dos discípulos. Por lo que concierne al envío del primer grupo de amigos más íntimos, el tercer evangelista concuerda sustancialmente con Mateo; pero en la redacción lucana destacamos un elemento característico, que confirma las precedentes reflexiones sobre el contenido del reino; pues mientras que según Mateo los misioneros deben proclamar: "El reino de Dios está cerca" (Mt 10,7), para el tercer evangelista los "doce" son enviados a proclamar el reino de Dios (Lc 9,2), insinuando que está ya presente en la palabra del evangelio. Sin embargo, en la misión de los setenta y dos discípulos, éstos deben anunciar la aproximación del reino (Lc 10,9.11). Probablemente tal variante en el envío del segundo grupo, sin paralelo en los otros evangelios, se debe a la alusión a la futura misión entre los paganos. Efectivamente, el número 72, según Gén 10, indica todos los pueblos de la tierra; por tanto, en el envío de los "setenta y dos" tendríamos una anticipación profética de la evangelización de los gentiles. En semejante hipótesis hay que hablar de la proximidad del reino, porque durante la existencia terrena de Jesús los paganos no fueron evangelizados, pero tampoco ellos estaban ya lejos de escuchar y de acoger la palabra del reino.

La incumbencia principal del discípulo de Cristo debe ser la de anunciar el reino de Dios, dejando a los muertos el cuidado de sepultar a sus muertos (Lc 9,60). En este lóghion del Señor, exclusivo del tercer evangelio, observamos no sólo el lenguaje fuerte y paradójico propio del radicalismo lucano, sino también el valor supremo del anuncio del reino; ese empeño debe ocupar el primer puesto en el orden de los valores. El que da la preferencia a otros deberes humanos, no se muestra digno del reino (Lc 9,62), es decir, de la vida eterna, de la gloria celeste.

Después de la ascensión del Señor, los primeros discípulos se consagraron seriamente a anunciar el reino de Dios; los Hechos de los Apóstoles describen detalladamente la evangelización del mundo operada por la Iglesia; y no es raro que Lucas, en este libro segundo suyo, emplee la expresión "evangelizar el reino" para indicar la actividad misionera de los creyentes: del diácono Felipe (He 8,12) y del gran apóstol de los gentiles, Pablo de Tarso (He 19,8; 20,25; 28,23.31). Como ya lo hemos observado, esta locución, en He 8,12 es paralela a la frase análoga de He 8,4, donde Lucas, en un breve sumario, describe la actividad misionera de los discípulos que han huido de Judea a causa de la persecución; éstos anunciaban la palabra de Dios, que evidentemente indica el evangelio. De modo análogo Felipe anunciaba a los samaritanos el reino de Dios, o sea la buena nueva de la salvación, centrada en el Señor Jesucristo (He 8,12). Aún más claramente, en He 19,8, el anuncio del reino indica el evangelio, porque aquí Pablo se dirige a los judíos de Efeso e intenta persuadirlos del camino del Señor, o sea de la nueva doctrina cristiana (He 19,9). Un contexto análogo puede encontrarse en He 28,23, porque aquí se describe la acción misionera del gran convertido de Damasco en favor de sus correligionarios de Roma; es más, aquí el testimonio de Pablo sobre el reino se explica con su intento de persuadir a los judíos sobre Jesús, partiendo de la ley de Moisés y de los profetas. Por eso parece inequívoco el significado cristológico del reino de Dios, ya que indica el anuncio evangélico.

En su testamento espiritual (el discurso de Mileto), el infatigable apóstol de los gentiles sintetiza su actividad misionera como un anuncio del reino: "... Todos vosotros, entre los cuales he pasado predicando el reino de Dios" (He 20,25). Evidentemente, Pablo proclamó al Señor Jesús, predicó su mensaje entre los gentiles; el anuncio del reino indica, pues, la proclamación del evangelio. El libro de los Hechos se cierra con el sumario de la actividad misionera del apóstol de los gentiles, en el que dos expresiones paralelas marcan la equivalencia entre la predicación del reino y la doctrina del Señor Jesús. Pues Pablo en Roma, durante dos años, desde su llegada a esta metrópoli acogía a todos, "predicando el reino de Dios y enseñando las cosas referentes al Señor Jesucristo" (He 28,31).

De este modo la misión evangélica centrada en el reino, partiendo de Galilea, había llegado a los confines de la tierra, después de haber pasado de Judea y de Samaría a las regiones paganas de Asia Menor y de Grecia.

d) El reino pertenece a los pobres y a los niños. El segundo evangelista nos ha enseñado que el reino de Dios es de cuantos se asemejan a los niños, es decir, muestran su misma sencillez, humildad y confianza (Mc 10,14s); [l supra, II, lb] Lucas acoge plenamente tal doctrina, citando a la letra esta fuente suya, contentándose con añadir una simple conjunción "y" (griego, kaí; Lc 18,16s), Igualmente el tercer evangelista reproduce de forma sustancialmente idéntica el texto de Mc 10,23.25 sobre la extrema dificultad de que los ricos entren en el reino de Dios: le es más fácil a un camello entrar por el agujero ae una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios (Lc 18,24s).

El elemento nuevo en el tercer evangelio concierne a la felicidad de los pobres, porque a ellos pertenece el reino de Dios (Lc 6,20). Realmente también el primer evangelista refiere una bienaventuranza semejante (Mt 5,3); pero aquí, como veremos, son proclamados felices los pobres de espíritu, es decir, los humildes, que confían sólo en Dios y no en las riquezas del mundo. En cambio el Cristo lucano declara dichosos a los pobres en sentido social, es decir, a los que no tienen pan para quitarse el hambre y lloran en la miseria (Lc 6,20s); y éstos se contraponen a los ricos, a los que gozan, a los epulones, contra los cuales Jesús lanza terribles "ay" (Lc 6,24s). Estos pobres son los discípulos de Cristo (Lc 6,20a), que viven como su maestro en la / pobreza [IV, 2] más completa; se los representa por el pobre Lázaro, en antítesis con el rico epulón (Lc 16,19ss).

Los pobres son proclamados felices porque el reino es su propiedad: "Dichosos (vosotros) los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (Lc 6,20b). El lugar o estado de la felicidad plena está reservado a los pobres; pues aquí serán saciados de todo bien y gozarán de modo perfecto (cf el símbolo del "reír": Lc 6,20s). Así como el pobre Lázaro fue conducido después de la muerte por los ángeles al seno de Abrahán, es decir, a la felicidad plena (Lc 16,22s.25), así los discípulos de Cristo, si son pobres, son de derecho miembros del reino y entrarán en la vida eterna, el paraíso, como el buen ladrón (Lc 23,43).

e) Reino futuro. También para Lucas el reino tiene una dimensión futura; más aún, el tercer evangelista acentúa fuertemente este aspecto. En el lóghion del Señor, exclusivamente lucano, sobre el seguimiento radical (Lc 9,62), se afirma que no es digno del reino de Dios el que pone mano en el arado y se vuelve atrás. Tenemos aquí una alusión transparente a la gloria del cielo. Aparece clarísimo el significado escatológico futuro del reino en las expresiones conclusivas del breve discurso sobre la puerta estrecha, en las cuales se describe el juicio, cuando los operarios injustos serán condenados a la infelicidad, mientras ven a los patriarcas y a los profetas, junto con los paganos justos, en el reino de Dios (Lc 13,28). Evidentemente, el reino indica aquí la gloria y la felicidad del paraíso, donde se vivirá en el gozo eterno, participando del banquete celestial (cf Lc 14,15). En este reino dichoso, preparado por Jesús para sus discípulos fieles y perseverantes, se comerá y se beberá a la mesa del Señor, sentados en tronos (Lc 22,29s), lenguaje simbólico que expresa la felicidad perfecta y la plena comunión con el Señor en la gloria del cielo. Nótese que estos últimos pasajes, lo mismo que el de Lc 13,28, son redaccionales; en cambio, las frases sobre la dificultad de que los ricos entren en el reino de Dios (Lc 18,24s) son citadas también por los otros dos sinópticos.

Ese significado escatológico futuro del reino aparece con claridad en la exhortación de Pablo a los discípulos de Galacia meridional, convertidos no hacía mucho: éstos deben permanecer firmes en la fe, porque sólo a través de muchas tribulaciones se puede entrar en el reino de Dios (He 14,22). Así como Cristo hubo de sufrir los dolores de la pasión y de la muerte para entrar en su gloria (Lc 24,26), así los creyentes pueden participar de la felicidad eterna del reino celeste por medio de la perseverancia en la fe, también en los momentos de prueba, de dolor y de dificultad (cf Lc 8,15).

En el pasaje, exclusivamente lucano, que menciona la súplica del buen ladrón a Jesús moribundo de que se acuerde de él cuando vuelva a la tierra al fin de los tiempos a inaugurar su reino mesiánico (Lc 23,42), se insinúa fuertemente la dimensión escatológico-futura del reino. En el discurso escatológico, después de haber descrito el retorno del Hijo del hombre al término de las convulsiones cósmicas (Lc 21,25ss y par), el tercer evangelista, hablando de los signos precursores del fin (Lc 21,29ss y par), con un toque redaccional presenta la inauguración del nuevo orden como un aproximarse del reino (Lc 21,31), en el cual los creyentes serán definitivamente redimidos (Lc 21,28), es decir, experimentarán la salvación eterna. Obsérvese, en efecto, la correspondencia entre las dos frases:

"Se acerca vuestra redención" (v. 28).

"Está cerca el reino de Dios" (v. 31).

Así pues, el reino escatológico celeste se inaugurará con la vuelta del Hijo del hombre, cuando se instaure el nuevo orden de la gloria indefectible en la vida eterna.

Los apóstoles piensan que después de su resurrección Jesús va a inaugurar este reino mesiánico, porque de él habla el Señor en sus apariciones antes de la ascensión (He 1,3); pero el maestro les advierte que el tiempo del principio de ese acontecimiento pertenece al Padre; sin embargo, no será inminente, porque primero es necesaria la difusión del evangelio entre todos los pueblos (He 1,6-8). Sólo entonces Cristo glorioso volverá a la tierra (He 1,11) para inaugurar el reino de Dios en su plenitud.

f) Reino presente. El tercer evangelista nos habla frecuentemente del reino de Dios también como de una realidad presente; en parte lo hemos comprobado ya donde hemos mostrado la identificación del reino con la palabra del evangelio (l supra, b-c). Lucas subraya mucho también la dimensión presente del reino. El lóghion del Señor sobre el seguimiento (Lc 9,23ss y par) se cierra con las expresiones sobre la inminente realización del reino de Dios: algunos de los presentes verán su inauguración en la tierra (Lc 9,27). Probablemente nuestro evangelista piensa aquí en el nacimiento de la Iglesia y en la difusión y crecimiento de la "palabra", la cual contiene el evangelio del reino (cf He 2,41; 6,7; 12,24). El reino de Dios, en efecto, se asemeja al grano de mostaza, que crece y se convierte en árbol (Lc 13,18s). Está presente en el mundo como el fermento en la masa de harina, para transformar la humanidad (Lc 13,20s). Los discípulos deben orar al Padre para esta instauración del reino (Lc 11,2); porque la acogida de la palabra evangélica o conversión a Cristo es obra de Dios, que abre el corazón (cf He 16,14). Un signo de esa presencia del reino en la tierra puede verse en la acción de Jesús, que expulsa los demonios con el dedo de Dios (Lc 11,20), o sea con su poder.

El reino de Dios se hace presente en la persona del mesías; se lo contrapone al AT (a la ley de Moisés y a los profetas), que llega hasta Juan Bautista. Con la predicación del evangelio por obra de Jesús queda inaugurada la era del reino, el cual por eso irrumpe en la tierra (Lc 16,16). Con esa obra evangelizadora el reino de Dios está presente en este mundo, se encuentra en medio de las personas que están interrogando al profeta de Nazaret (Lc 17,20s).

Con igual claridad se indica la presencia del reino en la tierra en la versión lucana de la respuesta de Jesús a Pedro, centrada en la recompensa reservada al que abandona todas las personas queridas y todos los bienes por el reino (Lc 18,29). Aquí, en la fuente, encontramos la expresión "a causa del evangelio" (Mc 10,29), que el tercer evangelista modifica en "a causa del reino de Dios", insinuando la equivalencia de las dos expresiones, y por tanto mostrando la dimensión presente del reino. Esta realidad divina se encuentra en el alegre mensaje de la salvación proclamado por Cristo, que asoció a los suyos a tal función, los cuales por ello, para llevar a cabo con mayor prontitud la misión evangelizadora, deben abandonarlo todo.

La introducción lucana a la parábola de las diez monedas habla del próximo establecimiento del reino, que el mesías, simbolizado por el hombre noble, está a punto de realizar (Lc 19,1lss). A pesar de la perspectiva del juicio final, propia de la parábola, el tercer evangelista superpone aquí algunos elementos que invitan a una lectura en clave mesiánica, por estar claramente referidos a la situación histórica de Jesús, rechazado por los judíos como rey (Lc 19,14) y castigados severamente por ello (Lc 19,27), con una transparente alusión a los destrozos causados por el ejército romano con ocasión de la ocupación de Palestina hacia finales de los años 60 d.C. Este reino mesiánico está a punto de ser inaugurado por el profeta de Nazaret en Jerusalén (cf Lc 19,11) con su pasión, muerte y resurrección.

En efecto, Jesús en la cruz muestra que es el rey mesías, no aceptando el desafío de bajar de su patíbulo (Lc 23,37.39), sino muriendo en él para salvar a la humanidad pecadora, de la cual el buen ladrón es las primicias (Lc 23,43). El hoy de la salvación aquí, como en los otros pasajes del tercer evangelio (Lc 4,21; 19,9), tiene significado escatológico en una perspectiva de realización presente, pero abierta al cumplimiento pleno y perfecto en la consumación final al fin de los tiempos.

g) Síntesis de las dos dimensiones. A pesar de la distinción, frecuentemente bastante clara, entre reino futuro y reino presente, estas dos dimensiones aparecen íntimamente conexas; se trata de una única realidad divina, aunque compleja. El reino es una entidad trascendente: su sede natural es el cielo; se trata evidentemente del dominio de Dios, de su presencia, de su persona. Pues bien, este reino divino viene a la tierra, desciende a este mundo, para dejar sentir su acción benéfica y salvífica a los hombres y prepararlos a la entrada en la gloria del cielo. Ese nexo íntimo en el tercer evangelio está insinuado más de una vez en pasajes que contienen las dos dimensiones, porque se habla del reino en perspectiva futura y al mismo tiempo presente, o viceversa; más aún, en algunos no resulta fácil ver si nuestro autor habla de una o de otra.

En los lóghia sobre el seguimiento radical de Lc 9,60-62, el reino de Dios indica primero el mensaje de la buena nueva que el discípulo debe anunciar (v. 60), y luego el premio futuro, la vida eterna, de la cual no es digno el que pone la mano en el arado y luego se vuelve atrás (v. 62). El dicho del Señor sobre los niños asocia íntimamente las dos dimensiones del reino, porque Jesús declara que sólo entrará en el reino de Dios el que lo acoja como un niño (Lc 18,17); la acogida del reino es evidentemente una realidad presente, mientras que la entrada en él es un acontecimiento futuro. La frase inmediatamente precedente —"de los que son como ellos (los niños) es el reino de Dios" (Lc 18,16)— contiene las dos dimensiones juntas, pues indica bien la acogida del evangelio, bien la participación en el reino celeste futuro.

En el pasaje de Lc 12,31s el reino es presentado primero como objeto de búsqueda por parte de los discípulos (v. 31) y luego como don del Padre (v. 32). Los creyentes no deben afanarse por el alimento y el vestido; su ocupación primaria ha de estar orientada a los intereses de Dios: la difusión de su palabra; ese esfuerzo será premiado con la entrada en la gloria del reino en el cielo. Se trata, pues, de una realidad a la vez presente y futura.

Esta doble perspectiva del reino aparece también en el relato de la última cena, donde Jesús afirma que ya no comerá el cordero pascual hasta la consumación del reino de Dios (Lc 22,16) y que no beberá el vino hasta que llegue el reino de Dios (Lc 22,18). Estos pasajes contienen las dos dimensiones del reino, porque en el primero encontramos una indicación transparente del reino escatológico futuro llegado a su plenitud, mientras que en el segundo se habla de la venida de esta realidad divina a la tierra.

De estos textos se desprende la complejidad y la riqueza de nuestro tema: el reino significa no sólo la realidad divina del cielo, de la gloria eterna, de la vida bienaventurada, o sea del paraíso, donde Dios ejerce de modo pleno y perfecto su señorío, fuente de felicidad y de inmortalidad, sino que indica también su irrupción en la tierra mediante la acción evangelizadora y salvífica de Cristo, la cual debe ser continuada por sus discípulos, difundiendo la buena nueva de la salvación en el mundo. Por tanto, la Iglesia ha sido investida de la función de instaurar el reino de Dios en la tierra, predicando el evangelio a todos los pueblos, para preparar con esa misión el futuro reino escatológico con la entrada de los creyentes en la gloria del cielo, donde poseerán en plenitud la vida eterna.

3. EL CUARTO EVANGELISTA. En el evangelio de Juan, el profeta de Nazaret habla del reino de Dios o de su reino sólo en dos ocasiones: en el diálogo con Nicodemo y en su respuesta al gobernador romano que le Interroga sobre sus ambiciones reales. Sin embargo, el cuarto evangelista acentúa fuertemente la realeza de Jesús, sobre todo en la representación del proceso romano y en la escena de la contestación del título de la condena.

a) Ver el reino y entrar en él. En las primeras frases de su diálogo con Nicodemo, el maestro presenta el nacimiento de lo alto o del Espíritu Santo como condición indispensable para ver el reino de Dios (Jn 3,3). ¿Qué entiende el evangelista con esa expresión? ¿Se refiere a la temática de los sinópticos? La locución "ver el reino de Dios" en el NT sólo aparece en este pasaje de Juan, en Mc 9,1 y en Lc 9,27, donde indica la experiencia del poder de la venida del reino de Dios a la tierra, o sea la instauración de este poderoso reino celeste. Que en Jn 3,3 habla el evangelista de una experiencia personal del reino lo insinúa la expresión muy parecida "ver la vida" (Jn 3,36). Ahora la vida divina no se ve; pero se posee, se experimenta. Por tanto, "ver el reino" es una locución semítica para indicarla experiencia vital de esta realidad divina, a saber: la entrada en el reino de Cristo ya desde esta tierra, la posesión de la vida eterna y de la salvación por medio de Jesús y en él, el rey que da testimonio de la verdad, es decir, que revela las realidades divinas.

Dada la semejanza de la acepción semítica de la locución "ver el reino", también la sentencia "entrar en el reino" (Jn 3,5) no puede menos de indicar una realidad presente, aunque en los sinópticos se refiere a la entrada en la vida eterna después de la muerte. Tenemos aquí una concretización de la escatología anticipada o realizada. El cuarto evangelista habla de la entrada presente en el reino de Dios, es decir, en el aprisco, por la puerta que es Jesús (Jn 10,1s.9). Para Juan, el reino de Dios es el aprisco de Dios, en el cual se entra por la fe, aceptando y asimilando la verdad, es decir, la revelación de Cristo. Para entrar en este reino, o sea para experimentar la vida eterna y la salvación divina, es necesario nacer de lo alto, ser engendrados por el Espíritu Santo, que debe hacer nacer en el corazón del discípulo una fe profunda que oriente la existencia hacia el Hijo de Dios.

b) Jesús es el rey de Israel. En el cuarto evangelio el reino de Dios adquiere una dimensión cristológica fuertemente acentuada poque se concentra casi en la persona del Hijo de Dios, que es el rey de Israel; tal es la profesión de fe formulada por Natanael (Jn 1,49). Jesús es el rey mesías, el "hijo de David", como se expresan los sinópticos (cf Mt 9,27; 20,30s; Mc 10,47s). Pero Juan asocia la realeza de Jesús a su filiación divina (Jn 1,49). Al profeta de Nazaret le gustó la profesión de fe de Natanael, porque aquí la realeza tiene un significado preferentemente religioso; en cambio, rehuyó las multitudes de Galilea que querían proclamarlo rey, porque su realeza se entendió en sentido exclusivamente político y temporal (Jn 6,14s).

Con el signo de los panes multiplicados, Jesús se reveló como el profeta escatológico (Jn 6,1 ss); él es verdaderamente el personaje mesiánico del que habla Dt 18,15ss, esperado para el fin de los tiempos. Pero los galileos entienden mal esa función real, porque la toman en clave política, y por eso intentan arrebatar a Jesús para hacerlo rey de Palestina (Jn 6,14s). El profeta de Nazaret es rey, pero en sentido religioso, en cuanto que revela autoritativamente la vida divina (Jn 18,33-38). También cuando hace la entrada solemne en la ciudad del mesías, en Jerusalén, y es aclamado entusiásticamente por la multitud como "el rey de Israel" (Jn 12,13), Jesús es perfectamente consciente de que su reino no es de este mundo (Jn 18,36).

c) La revelación suprema de la realeza de Cristo. En el relato de Juan de la pasión y muerte de Jesús observamos un fuerte acento de su realeza, y al mismo tiempo la presentación de la justa perspectiva de esa dignidad o función de Cristo.

En el diálogo de Jesús con Poncio Pilato se desarrolla considerablemente este tema; el gobernador romano abre el interrogatorio preguntando a su prisionero si es el rey de los judíos (Jn 18,33); éste responde al principio de modo evasivo, para saber si la pregunta se la han sugerido otros o si es espontánea (Jn 18,34); pero ante la réplica desdeñosa de Pilato, aclara la naturaleza de su reino y de su realeza: éstos no son de carácter político o mundano, porque trascienden esta tierra (Jn 18,36). Más aún; cuando Pilato pide una confirmación más explícita de su dignidad real, Jesús proclama sin equívocos que no sólo es rey, sino que el fin de su venida al mundo lo constituye su realeza de orden religioso, que se identifica con la actividad y la misión reveladora del Cristo (Jn 18,37).

En la pregunta de Pilato a la multitud sobre si desea la liberación del rey de los judíos (Jn 18,39), el cuarto evangelista enlaza con la tradición sipnótica. También la escena de la coronación de espinas es referida por Marcos y por Mateo; pero mientras que en los sinópticos destaca con evidencia el aspecto de burla y escarnio con los golpes de la caña en la cabeza, con los esputos y con las befas (Mc 15,17ss y par), Juan calla casi del todo estos elementos para invitar a una lectura más profunda del acontecimiento: los soldados romanos involuntariamente han proclamado a Jesús verdadero rey, porque le han puesto en la cabeza la corona, le han vestido la púrpura y le han saludado como rey de los judíos (Jn 19,2s).

La escena del Litóstrotos es característica del cuarto evangelio (Jn 19,13-15) y está centrada en la realeza de Jesús. En pleno mediodía, Pilato, representante de la máxima autoridad política y militar de la tierra, entroniza a Cristo como rey, haciendo que se siente en el tribunal (cf TOB-NT, París 1985, 349) y proclamándolo oficialmente rey de los judíos con la expresión: "He ahí a vuestro rey" (Jn 19,13s).

Finalmente, el pasaje concerniente al título puesto sobre la cruz de Jesús (Jn 19,19-22) subraya una vez más la realeza de Cristo. Esta perícopa pone bien de relieve, a nivel teológico juanista, la verdadera causa de la condena del maestro: su realeza. El detalle redaccional de Juan concerniente a las tres lenguas en las cuales estaba escrita la causa de condena insinúa la universalidad de la realeza de Cristo (Jn 19,20): a todos los hombres de cualquier lengua se les ha notificado solemnemente con un epígrafe oficial dictado por la autoridad política competente que Jesús ha muerto en la cruz por ser el rey de los judíos. La impugnación del título por parte de los sumos sacerdotes con la seca réplica de Pilato, en la cual éste declara que lo escrito debe permanecer inalterado (Jn 19,21s), constituye un medio típico de ironía en Juan para acentuar la realeza de Jesús: el profeta de Nazaret muere en la cruz porque es el rey de los judíos.

Por tanto, para el cuarto evangelista Jesús es proclamado rey con su pasión y muerte en la cruz. Juan ha interpretado estos acontecimientos a un nivel tan profundo que los considera como la exaltación de Cristo rey. La crucifixión de Jesús significa su glorificación regia, su entronización divina como rey de Israel. De ese modo se ha inaugurado el reino de Dios en la tierra.

III. EL EVANGELISTA DEL REINO DE LOS CIELOS. Hemos comprobado la importancia que reviste en los tres evangelios ya analizados el tema del reino anunciado por el profeta de Nazaret; sin embargo, nadie aparece más interesado en este tema que Mateo. Se puede considerar con razón al primer evangelista como el autor del NT que pone el reino de los cielos como uno de los fundamentos de su sistema teológico. Mateo considera realmente el reino como el objeto principal de la predicación de Jesús; incluso parece tenerlo por el fin principal de su misión. El profeta de Nazaret ejerce sobre todo la función de anunciar el acercamiento del reino y de inaugurarlo con su acción salvífica, haciéndolo presente en la tierra, aunque de modo germinal y oculto, para preparar su manifestación plena en el cielo al final de la historia y del tiempo. Por tanto, Mateo se presenta verdaderamente como el evangelista del reino de Dios o del "reino de los cielos", dos locuciones semejantes.

1. LA INCIDENCIA DEL TEMA DEL REINO EN EL PRIMER EVANGELIO. La expresión "reino de los cielos" se presenta como una locución semítica para indicar el reino de Dios; en el NT la emplea exclusivamente Mateo unas 34 veces. Pero el primer evangelista conoce también la locución "reino de Dios", que aparece cuatro veces. Una frecuencia tan alta indica ya la importancia del tema del reino en la teología de Mateo, que presenta realmente la obra salvífica de Jesús justamente desde la perspectiva del reino: Cristo ha venido para proclamar e instaurar en la tierra el reino de Dios; para preparar a los hombres al ingreso en ese reino, haciendo pregustar ya por anticipado en esta tierra su valor salvífico.

El contenido de la predicación de Jesús está sintetizado en la conversión del hombre para acoger el reino divino que se acerca (Mt 4,17). Después de la introducción al ministerio público del mesías, Mateo refiere el primer gran sermón de Jesús, el sermón de la montaña centrado precisamente en el reino de los cielos. El párrafo introductorio, que contiene su síntesis poética con la proclamación de las bienaventuranzas, muestra la importancia del tema. Esa intuición es confirmada por la inclusión temática del discurso entero (Mt 5,3-7,21) y por el uso de la expresión "reino de los cielos", que se encuentra en las secciones centrales (Mt 5,19s; 6,10-33). En realidad, el sermón de la montaña contiene la proclamación de la inauguración del reino de Dios con las bienaventuranzas del reino (Mt 5,3-12), la ley del reino (Mt 5,17-48), la justicia del reino (Mt 6,1-18), el desprendimiento de los bienes de la tierra con el fin de buscar en primer lugar el reino de Dios (Mt 6,19-34); el párrafo final está centrado en la práctica de la ley del reino (Mt 7, 13-28).

La sección inmediatamente siguiente, que refiere sobre todo la actividad taumatúrgica de Jesús (Mt 8,1-9,35), aparece también abarcada por la inclusión temática centrada en el reino de los cielos, citado explícitamente hacia el principio (Mt 8,11s) y en el pasaje final (Mt 9,35). Ese elemento literario, exclusivo del primer evangelista, caracteriza también esta sección; por eso presenta el ministerio taumatúrgico de Cristo a la luz del reino, insinuando que las curaciones obradas por el profeta de Nazaret constituyen la prueba de la inauguración del reino de los cielos en la tierra, o sea el signo concreto de que el reino divino ha irrumpido en este mundo, porque los milagros realizados por Jesús muestran la presencia real, poderosa y salvífica del Señor entre los hombres.

El segundo gran discurso del primer evangelio, el de la misión, está colocado bajo el signo del reino. Después de la breve introducción que describe la elección de los doce apóstoles (Mt 9,36-10,4), se refieren las exhortaciones de Jesús a sus misioneros (Mt 10,5-42), que se abren con el pasaje programático de la proclamación de la cercanía del reino (Mt 10,5-7). Así pues, el contenido esencial de la predicación de los apóstoles a los hijos de Israel tiene por objeto la irrupción en la tierra de la presencia salvífica del Señor por medio de su Cristo.

También la sección dramático-narrativa, colocada entre el segundo y el tercer gran discurso (Mt 11-12), se caracteriza por la presencia del reino, mencionado explícitamente en el primer párrafo (Mt 11,11s) yen el último (Mt 12,28).

El tercer gran sermón aparece centrado, sin lugar a dudas, en el reino de los cielos, mencionado ocho veces. En este discurso se refieren siete parábolas que ilustran la realidad del reino (Mt 13,1-52). Todas las parábolas, a excepción de la primera, se abren con las frases: "El reino de los cielos es comparable a", "El reino de los cielos es semejante a". Además, en el centro de la perícopa inicial, centrada en la parábola del sembrador (Mt 13,3-23), se menciona explícitamente el reino de los cielos (v. 11), lo cual se comprueba también en el pasaje conclusivo (Mt 13,52).

Por razones de espacio, interrumpimos aquí nuestro examen; él prueba con suficiente claridad el carácter central de esta temática: el evangelio de Mateo tiene verdaderamente por objeto principal el reino de los cielos.

2. LA PROCLAMACIÓN DEL REINO. La buena nueva del reino es anunciada por los varios mensajeros enviados por el Señor. El precursor del mesías en el desierto de Judea invita a sus oyentes a la conversión porque el reino de los cielos está cerca (Mt 3,2). Se advierte que sólo el primer evangelista pone en boca de Juan Bautista el anuncio del acercamiento del reino, mientras que concuerda con Marcos en hacer proclamar esta buena nueva por el profeta de Nazaret (Mt 4,17 y par). Las exhortaciones de estos textos al cambio de mentalidad y de vida resultan lógicas, dado el carácter trascendente y divino del reino; se trata, en efecto, de una realidad celeste, por lo cual es preciso disponerse convenientemente a acogerla.

El reino de los cielos es el objeto de la predicación de Jesús (Mt 4,23; 9,35) y de sus misioneros (Mt 10,7; 24,14). Se trata de la buena nueva de la salvación, que por eso es llamada evangelio del reino o presentada como la palabra del reino. Nótese que tampoco las expresiones sobre la proclamación del reino en estos últimos pasajes se encuentran en las frases paralelas del segundo evangelio, probablemente fuente de Mateo; por tanto, son redaccionales y muestran el gran interés de nuestro evangelista por esta temática.

a) El evangelio del reino. La expresión "evangelio del reino", empleada exclusivamente por Mateo, pone bien de manifiesto el contenido de la buena nueva proclamada por el profeta de Nazaret: ésta tiene por objeto el reino de los cielos; por tanto, la enseñanza de Jesús está centrada en este tema. Se trata, en efecto, de locuciones redaccionales que sintetizan el objeto principal de la predicación de Cristo (Mt 4,23; 9,35) o de sus enviados (Mt 24,14). Por eso el mensaje evangélico con sus múltiples articulaciones y riquezas de fondo se reduce al anuncio del reino. Por esa razón Mateo (y sólo él) emplea la expresión "palabra del evangelio" (Mt 13,19): la parábola del sembrador ilustra las diferentes reacciones a la escucha de la buena nueva anunciada por Jesús (Mt 13,3s.18ss). Entre los hombres, algunos han recibido de Dios el don de renunciar al matrimonio para consagrarse enteramente al anuncio del reino, o sea del evangelio (Mt 19,12).

b) Los hijos del reino. Acogiendo este mensaje de salvación, el hombre se transforma y se convierte en "hijo del reino". En la explicación de la parábola de la cizaña, el profeta de Nazaret aclara que el buen grano simboliza a los hijos del reino, mientras que la cizaña indica a los hijos del maligno (Mt 13,38); por tanto, el que acoge la palabra del evangelio, aunque no sea judío o circuncidado, adquiere el puesto de los herederos del reino. Jesús anuncia a sus contemporáneos que muchos paganos participarán de la gloria del cielo junto con los patriarcas; en cambio, "los hijos del reino" según la carne serán arrojados a las tinieblas y al lugar de tormentos (Mt 8,11s); más aún, a los sumos sacerdotes y a los fariseos les declara el maestro que les será quitado el reino de Dios para darlo a un pueblo que dé frutos (Mt 21,34ss). Por tanto, sólo hijos del reino en espíritu, o sea abiertos a la fe, serán colocados en el granero de Dios, es decir, participarán de la gloria del cielo después de haberse convertido en discípulos de Cristo (Mt 13,52). Obsérvese que también la expresión "hijos del reino" la emplea exclusivamente el primer evangelista.

c) Los miembros del reino. La adhesión de corazón al evangelio hace al creyente partícipe del Teino, aunque no sea hijo de Abrahán en la carne. Mas, en concreto, ¿quiénes son estos miembros del reino? Son los pobres de espíritu, los afables, los misericordiosos, los agentes de paz, los perseguidos a causa de la justicia. Las bienaventuranzas nos indican precisamente a quién pertenece el reino de los cielos. Mateo muestra con particular elocuencia las varias clases de personas partícipes del reino (Mt 5,3-10).

También los que se parecen a los niños por la sencillez y la pobreza se deben contar entre los miembros del reino; Jesús es muy explícito al respecto: cuando los discípulos querían echar a los niños, él impidió aquel gesto y sentenció que el reino de los cielos es de cuantos son parecidos a los niños (Mt 19,14), es decir, viven en la pobreza espiritual, en el abandono total y confiado al amor de Dios.

3. EL REINO MESIÁNICO. El profeta de Nazaret no sólo anunció el reino indicando a sus miembros, sino que lo inauguró con su misión. El, en efecto, se manifestó como el Cristo que cumplió las Escrituras sobre el rey-mesías, que establece en la tierra el reino de Dios. Pues Jesús es el Hijo del gran rey del universo (Mt 22,2ss). La madre de Santiago y de Juan está convencida de que el Maestro va a inaugurar este reino mesiánico, y por ello pide para sus hijos los primeros dos puestos de gobierno y de honor (Mt 20,20s). Con su ingreso triunfal en la ciudad de David cumple Jesús los oráculos proféticos del rey-mesías (Mt 21,2ss).

a) La oración por la venida del reino. Pero ese reino no es de orden político, como suponían casi todos los judíos, comprendidos los primeros discípulos de Cristo (Mt 20,21-28); por eso no se instaura con la fuerza militar o con ejércitos, sino con la oración. Más aún; el objeto primero y principal de las peticiones de los creyentes debe constituirlo justamente la inauguración del reino: "Venga tu reino" (Mt 6,10); [/ Oración I, 8].

Esta segunda petición del Padrenuestro constituye la concretización de la primera. La oración "Venga tu reino" indica cómo santificará Dios su Nombre grande: la instauración del dominio salvífico del Señor representa la prueba de la santidad de su Nombre, es decir, de su persona divina y trascendente. Pues el reino del Padre significa la presencia real y salvífica del Señor, que comienza a dejarse sentir en la tierra mediante la proclamación del evangelio, es decir, por medio del mesías. Su cumplimiento perfecto o consumación tendrá lugar al fin de los tiempos (cf Mt 7,21; 8,11; 16,28). El discípulo de Jesús debe orar al Padre del cielo a fin de que inaugure su reino, es decir, establezca su presencia salvífica entre los hombres mediante su Cristo (Mt 6,10).

b) La búsqueda del reino. Los seguidores de Jesús no sólo deben pedir a Dios la instauración de su reino, sino que tienen el deber de comprometerse seriamente por él: deben interesarse sobre todo por esta realidad divina; entonces el Padre proveerá a sus necesidades temporales, tales como la comida, el vestido, el alojamiento (Mt 6,33). La denuncia y la exclusión del ansia de medios de subsistencia se derivan del hecho de que esa inquietud constituye un obstáculo a la búsqueda del reino. En realidad, el interés principal y el esfuerzo dominante del cristiano deben tener por objeto las realidades evangélicas; él debe tener hambre y sed de justicia (Mt 5,6); es decir, debe anhelar sobre todo la instauración plena del reino; con la oración y con la acción debe favorecer el advenimiento de la presencia salvífica del Padre.

El reino de los cielos, en efecto, según la valoración de la fe, constituye el tesoro más grande, por el cual vale la pena venderlo todo; es él la perla más preciosa, en cuya adquisición hay que invertir cuanto se posee (Mt 13,44-46). Estas dos breves parábolas son exclusivas de Mateo.

Dado el valor excepcional del reino para la salvación, el que obstaculiza el ingreso en el mismo o su posesión comete un delito gravísimo; de ahí el significado de los "ay" que el profeta de Nazaret lanza contra los escribas y los fariseos, los cuales se manchan también con ese reprobable pecado (Mt 23,13).

c) El signo de la presencia del reino. Con la venida de Jesús y con la predicación del evangelio irrumpe en la tierra el reino de los cielos, comienza a realizarse el reino mesiánico. Pues el profeta de Nazaret es el que debe venir; es el Cristo que obra los signos mesiánicos (Mt 11,2-6), entre los cuales hay que enumerar arrojar a los demonios de los posesos (Mt 12,22ss). Con ese gesto mesiánico el reino de Belcebú queda minado en la base y a punto de ser destruido. Jesús arroja a los demonios por medio del Espíritu de Dios, mostrando en concreto la instauración del reino entre los hombres (Mt 12,28). Por tanto, para el primer evangelista (y sólo para él) los prodigios excepcionales realizados por Cristo en el Espíritu Santo deben ser considerados como el signo tangible de la presencia del reino mesiánico en este mundo.

d) El crecimiento del reino. La presencia del reino en la tierra no se ha de concebir de modo estático, sino en perspectiva dinámica, porque es una realidad divina en evolución, que crece siempre. Las parábolas, sobre todo en el primer evangelio, ilustran este aspecto. Así como una viña crece y se desarrolla si se ve favorecida por el interés del dueño que adquiere obreros que la trabajen, así el reino de los cielos crece con la colaboración de las diversas personas llamadas a dedicarse a la misión evangélica (Mt 20,1 ss). Ese desarrollo se insinúa también en otra parábola, también ella, como la precedente, exclusivade Mateo, a saber: la del grano sembrado por el amo y de la cizaña arrojada en el campo por su enemigo: la buena semilla crece, brota de la tierra y se desarrolla hasta su maduración (Mt 13,24ss).

Pero el desarrollo dinámico del reino se ilustra sobre todo con las dos breves parábolas del grano de mostaza y del fermento (Mt 13,31-33). Así como esta semilla tan pequeña crece hasta convenirse en árbol y como un poco de levadura hace fermentar toda la masa de harina, así el reino de los cielos, aunque aparezca casi imperceptible e insignificante, se desarrolla de modo sorprendente hasta extenderse por toda la tierra.

4. LA CONSUMACIÓN DEL REINO. El reino de los cielos mediante la obra del mesías, a través de la predicación del evangelio y de los prodigios por él llevados a cabo, se establece en la tierra; pero es una realidad divina y alcanzará su madurez o consumación plena en el cielo, donde vive y reina Dios y adonde ha vuelto su Hijo. Al término de la historia y del mundo, con el juicio final se instaurará para siempre el dominio del Padre en todos los seres vivientes. Entonces los justos y los creyentes, que han practicado la palabra de Cristo, participarán de modo pleno, definitivo y perfecto, de la alegría y de la gloria del reino en los cielos con la posesión de la vida eterna.

a) El reino de los cielos. La dimensión trascendente y divina del reino la acentúa fuertemente el primer evangelista; la misma locución "reino de los cielos", característica de nuestro autor, insinúa ese aspecto. El reino es una realidad celeste, aunque provisionalmente y en parte desciende a la tierra. Su dominio perfecto, su expansión plena, la manifestación total de su riqueza, fuerza y gracia no pueden poseerse en este mundo perecedero, sino sólo en el cielo, donde Dios reina de modo soberano y donde todas las criaturas racionales son invitadas a vivir en la felicidad perfecta y en la gloria imperecedera e inmortal.

Mas en este reino dichoso entrarán sólo las personas que se hayan esforzado en cumplir y en enseñar la revelación de Cristo (Mt 5,19s), haciendo de ese modo la voluntad del Padre (Mt 7,21). Este lugar o estado de felicidad plena, simbolizada por el banquete celestial, está reservado a cuantos muestran una fe auténtica en Cristo, aunque no sean judíos ni estén circuncidados (Mt 8,lls). Para entrar en este reino hay que cambiar de mentalidad y de vida, volviéndose como niños, rechazando las ambiciones, las vanidades y el poder del mundo (Mt 18,1-4); más aún, es necesario vivir como pobres, pues muy difícilmente se les concederá a los ricos esa entrada (Mt 19,23s). El reino se les negará a los hijos que no cumplen la voluntad del Padre, mientras que se dará a los publicanos y a las prostitutas que han cambiado de vida con una conversión sincera (Mt 21,28-32). Sólo las personas que tienen el aceite, símbolo del compromiso concreto por cumplir la voluntad de Dios (cf Mt 7,21), participarándel banquete nupcial, mientras que las vírgenes necias, que se contentaron sólo con bonitas profesiones de fe, serán excluidas (Mt 25,1ss). Estos símbolos convivales ilustran bien la perfecta alegría, la felicidad plena y la vida exuberante en el reino.

b) El juicio final y la parusía. La participación de los fieles en el reino se inaugurará con el juicio final, cuando el Hijo del hombre volverá en las nubes para juzgar a los vivos y a los muertos. La parusía constituye el principio del estadio último y definitivo del reino. La parábola de la cizaña y del buen grano simboliza el juicio, con el cual se abrirá la fase final del reino: al segarla, la hierba mala será atada en haces y quemada, mientras que el grano será celosamente guardado en el granero (Mt 13,30). Este lenguaje simbólico, ya transparente, se explica en la perspectiva de un juicio al final de la historia: la siega indica el fin del mundo, cuando los ángeles separarán a los malvados y a los agentes de la iniquidad de los justos; estos últimos brillarán como el sol en el reino del Padre; en cambio, aquéllos serán arrojados en el horno ardiente de los tormentos eternos (Mt 13,39-43). El discurso de las parábolas en el primer evangelio se cierra con el símbolo de la red que recoge toda suerte de peces, los cuales, sin embargo, son seleccionados: los buenos son recogidos en cestos, mientras que se tira los malos (Mt 13,47s). El juicio final está aquí simbolizado con transparencia; no obstante, Jesús lo explicita: "Así será al fin del mundo. Vendrán los ángeles, separarán a los malos de los justos y los echarán al horno ardiente: allí será el llanto y el crujir de dientes" (Mt 13,49s). Estas dos parábolas son exclusivas de Mateo, como lo es la del siervo despiadado, que ilustra también el juicio final (Mt 18,23ss). Este hombre malvado fue condenado a los tormentos eternos porque no usó de misericordia con su compañero, que le debía algún dinero (Mt 18,32ss). "Así —sentencia Jesús como conclusión— hará mi Padre celestial con vosotros, si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano" (Mt 18,35).

Al término del discurso escatológico encontramos en el primer evangelio la descripción del juicio final que el Hijo del hombre, rey glorioso, realizará el último día en el momento de la parusía, separando a los justos de los malvados, caracterizados los primeros por el amor concreto a los más pobres y abandonados entre los hombres, y marcados los otros por la indiferencia hacia estos hermanos del rey. Por eso los justos serán introducidos en el reino (Mt 25,31ss) con la siguiente invitación: "Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo" (v. 34). Al contrario, cuantos se han mostrado duros de corazón con los indigentes y los que sufren serán condenados al fuego eterno (vv. 4lss). También esta perícopa, tan sugestiva y estimulante, se encuentra sólo en el primer evangelio. Por tanto, Mateo aparece particularmente rico en ilustrar el estadio último de la historia salvífica, con el cual se inaugura el reino celestial, es decir, el ingreso en la vida eterna (Mt 25,46), cuando los justos serán revestidos del esplendor de la gloria divina por todos los siglos (Mt 13,43).

IV. EL REINO EN EL EPISTOLARIO DEL NT Y EN EL APOCALIPSIS. Fuera de los evangelios y de los Hechos, el término "reino" (basileía) se emplea muy poco; sólo el Apocalipsis parece ser una excepción, pues de las 19 veces que aparece en el epistolario y en Ap, nueve se encuentran en este último escrito.

1. EL EPISTOLARIO PAULINO. En las cartas paulinas no se trata con frecuencia el tema del reino ni se presenta con gran originalidad. Pablo exhorta, en lTes 2,12, a sus fieles a comportarse de manera digna de Dios, el cual los ha llamado a su reino y a la gloria; en 2Tes 1,5 se congratula, en cambio, por su fe y paciencia en las tribulaciones que soportan para ser encontrados dignos del reino de Dios, por el cual sufren. Este reino se instaura en el mundo no con palabras, sino con la fuerza (dynamis) divina, contenida en el evangelio, que anuncia a Cristo crucificado (lCor 1,17s.23ss; 4,20). Los que predican la buena nueva centrada en el Señor Jesús colaboran a la difusión del reino de Dios (Col 4,11), que por eso es también el reino del Hijo y del amor del Padre, al cual los creyentes han sido trasladados después de haber sido liberados del poder de las tinieblas (Col 1,13). Viviendo la realidad divina del reino, no hay que perderse en discusiones nocivas, y hasta inútiles, sobre comidas y bebidas; el creyente debe preocuparse de no ser ocasión de ruina para el hermano, por el cual ha muerto Cristo (Rom 14,13-17).

Además, Pablo declara no rara vez que los inmorales y los injustos no heredarán el reino de Dios (Gál 5,21; ICor 6,9s; Ef 5,5), es decir, no obtendrán la vida eterna, porque no podrán entrar en ella después de la muerte. Ese reino escatológico futuro se instaurará en el cielo cuando Cristo, en la parusía, lo entregue al Padre, después de haber aniquilado todas las potencias enemigas de Dios (ICor 15,24; cf 1Tim 6,14; 2Tim 4,1). En este reino serán superadas la carne con la sangre y la corrupción, es decir, la naturaleza terrena, para que se produzca una maravillosa transformación en la gloria inmortal (ICor 15,50ss). Pablo está convencido de que tomará parte en ese reino divino al cabo de sus días (2Tim 4,18). Por lo demás, Dios llama a todos los creyentes a su reino de gloria en el cielo (lTes 2,12) y los hará dignos de tal premio porque sufren por el reino (2Tes 1,5).

2. LAS OTRAS CARTAS APOSTÓLICAS. En las restantes cartas del NT el tema del reino se toca sólo en cuatro pasajes, dos de ellos en la carta a los Hebreos. En este tratado de cristología, el reino forma la inclusión de todo el escrito, si prescindimos del apéndice del capítulo 13, que contiene recomendaciones y exhortaciones varias; ese tema, en efecto, hace su aparición en el párrafo inicial, donde se aduce la prueba escriturística en favor de la trascendencia del Hijo en relación con los ángeles (Heb 1,5-14); esta superioridad es demostrada también con la eternidad del reino de Cristo (v. 8). Ese reino divino instaurado en el cielo, donde el Hijo reina con el Padre, forma la herencia de los creyentes (Heb 12,28); pues se trata de la Jerusalén de arriba, de la ciudad del Dios vivo, donde entrarán los fieles que no volvieron las espaldas a Cristo (Heb 12,22ss).

Santiago, el hermano del Señor, especifica que los herederos de este reino divino son los pobres del mundo que se muestran ricos de fe; ellos han sido elegidos por Dios para heredar la vida eterna (Sant 2,5). A los creyentes, empeñados en profundizar y hacer más segura su vocación y elección, les está abierta ampliamente la entrada en el reino eterno del Señor y salvador Jesucristo (2Pe 1,10s).

En estos últimos textos encontramos sólo la dimensión escatológica y futura del reino, porque se lo presenta como una realidad divina celestial, en la cual los cristianos serán introducidos después de la muerte si perseveran en la adhesión vital al Hijo de Dios; se trata, en efecto, de la gloria inmortal prometida en herencia a los fieles.

3. EL APOCALIPSIS. El último libro del NT nos presenta el tema del reino en su riqueza y complejidad de realidad divina, presente en el mundo y orientada hacia la consumación en la Jerusalén celestial.

En la doxología inicial el autor alaba y da gracias a Cristo, que ha amado a su Iglesia, haciendo de ella un reino sacerdotal para el Padre (Ap 1,5s). Jesús es el cordero de Dios, que con su sangre ha hecho de los creyentes un reino de sacerdotes, que reinarán sobre la tierra (Ap 5,10). Juan se considera un hermano, miembro de este reino, que es el pueblo de Dios (Ap 1,9).

En otros pasajes nuestro autor nos describe la consumación del reino mesiánico. Al sonido de la séptima y última trompeta se proclamará la inauguración del reino eterno de Cristo en la Jerusalén del cielo: "El imperio del mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías; él reinará por los siglos de los siglos" (Ap 11,15). Al final de la historia Satanás será aniquilado para siempre (Ap 12,7ss; 16,10; 17,17s); por eso puede comenzar el reino de Dios y de su Mesías: "Ahora ha llegado la victoria, el poder, el reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías" (Ap 12,10).

V. REINO E IGLESIA. De la investigación que antecede se sigue con suficiente claridad que el reino de Dios no se identifica simplemente con la comunidad cristiana, aunque existen relaciones mutuas y profundas entre las dos realidades, porque la Iglesia está formada por el pueblo creyente sobre el cual ejerce el Señor su dominio y en el que deja sentir su benéfica presencia salvífica real. Si el reino indica en el NT sobre todo la expansión de la vida y del amor de Dios a través de la proclamación del evangelio, esta palabra de salvación es acogida y vivida especialmente en la comunidad de los discípulos de Cristo, por lo cual no raras veces asistimos a una íntima asociación entre Iglesia y reino de Dios. Cuando el autor de la carta a los Colosenses declara que los ministros del evangelio han colaborado en el reino de Dios (Col 4,11) y enseña además que Dios ha trasladado a los creyentes al reino de su Hijo querido (Col 1,13), insinúa claramente la dimensión eclesial del reino. Pues, ¿dónde se concretiza y se experimenta el reino de Cristo, o sea su presencia salvífica, sino en la comunidad cristiana, es decir, en el nuevo pueblo de Dios?

1. EN EL PRIMER EVANGELIO. Mateo es el autor del NT que quizá presenta de modo más marcado el nexo profundo entre Iglesia y reino. El lóghion del Señor sobre la grandeza del más pequeño en el reino de los cielos, superior incluso a la de Juan Bautista (Mt 11,11), podría interpretarse en relación con los miembros de la comunidad evangélica; en esa lectura Jesús proclamaría la gran dignidad de los cristianos que pertenecen al nuevo pueblo de Dios, en el cual está sólidamente implantado el reino.

Asimismo la parábola de los obreros llamados a diversas horas del día a trabajar en la viña (Mt 20,1ss) se presta a una interpretación en clave eclesial, porque la viña del Señor, desde la época de la gran tradición profética de Israel, ha simbolizado el pueblo de Dios (cf Os 10,1; Is 5,Iss; Ez 17,5ss; 19,10; Sal 80,9ss). En esta perspectiva los obreros de la última hora (Mt 20,6ss) indican a las personas llamadas a formar parte de la comunidad mesiánica del tiempo escatológico, y por tanto simbolizan a los miembros de la Iglesia. De modo análogo, las palabras de Jesús a Simón Pedro después de la confesión mesiánica de Cesarea de Filipo, también ellas exclusivas del primer evangelista (Mt 16,17-19), tienen un significado eclesial. Cristo anuncia aquí que quiere construir su comunidad sobre la piedra que es Pedro; más aún, a este apóstol le dará las llaves del reino de los cielos con poder para atar y desatar, para cerrar y abrir, es decir, para declarar lícita o ilícita una acción. Lo que la roca de la Iglesia proclame en la tierra como permitido o prohibido será ratificado en el cielo. Por tanto, las llaves del reino simbolizan el poder extraordinario conferido al discípulo, constituido fundamento de la Iglesia.

En el discurso de las parábolas encontramos varias insinuaciones en perspectiva eclesial, aunque el reino de los cielos se refiere aquí esencialmente a la palabra del evangelio. La parábola del buen grano y de la cizaña (Mt 13,24ss), con su explicación (Mt 13,36ss), simboliza la historia de la humanidad formada por justos y por malvados, los cuales crecen y prosperan juntos. El Hijo del hombre siembra en el mundo el buen grano, es decir, los hijos del reino (Mt 13,37s); da, pues, vida, por medio de sus palabras, a la comunidad de los creyentes y de los salvados. Asimismo la parábola de la semilla de mostaza que se convierte en árbol (Mt 13,31s) simboliza la expansión del reino, y por tanto la difusión del pueblo de Dios, creado por la palabra del evangelio. De modo análogo la parábola de la levadura (Mt 13,33) contiene una fuerte carga eclesial, porque simboliza la función de la comunidad cristiana de ser fermento evangélico de la humanidad. Por algo declaró Jesús a los miembros de su familia espiritual: "Vosotros sois la sal de la tierra" (Mt 5,13), "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14). Finalmente, la parábola de la red que contiene toda suerte de peces (Mt 13,47ss) podría simbolizar la Iglesia, que recoge en su seno a muchas personas, las cuales, sin embargo, no alcanzarán todas la gloria del reino de los cielos, como se comprueba también en la parábola de la gran cena real (Mt 22,1 ss), en la cual toma parte también algún hombre sin traje nupcial, por lo cual es arrojado fuera y lanzado al lugar del llanto (Mt 22,1 lss). Por lo demás, en el cuarto evangelio la red de los apóstoles simboliza la comunidad de los creyentes, o sea, la Iglesia (Jn 21,2ss).

2. EL REINO SACERDOTAL. Las insinuaciones precedentes en clave eclesial son ulteriormente explicitadas en algunos pasajes tardíos del NT, porque en ellos la comunidad cristiana es presentada como el reino sacerdotal, anunciado ya en el AT (Ex 19,6). Pedro, en su primera carta, recuerda a los creyentes que forman una estirpe elegida, un organismo sacerdotal, real, un pueblo santo (lPe 2,9). El autor del Apocalipsis enseña que Cristo, el príncipe de los reyes de la tierra, ha hecho de los creyentes un reino sacerdotal (Ap 1,6): "(El cordero) has rescatado para Dios con tu sangre hombres de toda tribu y lengua, pueblo y nación; de ellos has hecho para nuestro Dios un reino de sacerdotes, que reinarán sobre la tierra" (Ap 5,9s). Por eso Juan se considera y se presenta como un hermano, miembro del reino, partícipe de la tribulación y de la perseverancia en Jesús (Ap 1,9). Por tanto, en el último estadio del NT asistimos casi a una identificación entre reino y comunidad de los salvados o Iglesia.

VI. REINO Y ESCATOLOGÍA. Como conclusión, queremos enfocar brevemente el aspecto escatológico del reino. En efecto, esta realidad divina irrumpe en la tierra en los últimos tiempos y es inaugurada definitivamente al final de la historia. Por tanto, el reino es de orden escatológico en el sentido más pleno y completo, puesto que anticipa en este mundo la presencia salvífica y trascendente de Dios; y, además, porque será consumado e instaurado para siempre en el cielo al término del tiempo y de la evolución de las cosas y de los seres vivos. Como lo hemos podido comprobar, los autores del NT ponen de relieve la doble dimensión, presente y futura, del reino, el cual es por eso considerado de orden escatológico; no sólo porque con la venida del mesías inicia la fase final de la historia de la salvación, sino también porque el dominio real de Dios se instaurará de modo pleno y perfecto con la parusía, cuando el Hijo entregue el reino al Padre.

Luego, en algunos textos del NT encontramos la presentación de una escatología anticipada o parcialmente realizada: el reino de los cielos comienza a difundirse entre los hombres en la tierra; esta realidad trascendente y divina, es decir, el señorío real y salvífico del Señor, irrumpe en este mundo corruptible con la proclamación del evangelio, y con la obra redentora de Cristo se hace viva y operante entre los hombres. La presencia salvífica y majestuosa del rey de los reyes, del Señor de los señores, del soberano del universo obra de modo eficaz en la tierra y comienza a difundirse en la humanidad, cambiando a las personas y a la sociedad, aunque de modo incoativo y, como tal, imperfecto. El fin de la encarnación y de la misión del Hijo de Dios en el mundo consiste precisamente en esa obra de instauración del reino del Padre en la tierra, es decir, de su presencia salvífica, mediante el anuncio de la buena nueva del evangelio y con toda su acción redentora.

Mas esta instauración del reino en el mundo es sólo incoativa, por lo cual se presenta muy imperfecta y parcial; en efecto, no todos los hombres han acogido a Cristo y su evangelio, ni en esta tierra han sido aniquilados todos los males; el odio, la guerra, la injusticia, la violencia, el egoísmo siguen reinando en nuestro globo. El reino mesiánico de paz, de amor, de fraternidad, de concordia es un ideal, si no ya una "utopía"; la sociedad de los hombres y las diversas naciones son presa de la rivalidad, e incluso de las guerras, de las luchas de clases y de las diferencias raciales. Aunque hay que admitir honestamente que con la venida de Cristo y con la acción de la Iglesia se han eliminado, o por lo menos se han impugnado abiertamente, muchas situaciones injustas y violentas de la faz de la tierra (como la esclavitud, la postergación de la mujer, la discriminación racial, etcétera), no se puede ignorar el mal todavía reinante en el mundo: el reino de Satanás está muy lejos de haber sido vencido. Sin embargo, la Biblia enseña claramente que, al final de los tiempos, el último acto de la historia lo constituirá la parusía, el retorno de Cristo a la tierra para la consumación y el establecimiento definitivo del dominio de Dios sobre todas las criaturas. Entonces cesará el tiempo y comenzará el reino de amor pleno, de felicidad perfecta y de vida rebosante; entonces el Padre será todo en todos y su presencia salvífica hará gustar a los suyos los frutos más bellos y más dulces; entonces la gloria del Señor inundará y rodeará a todos los justos y los transformará divinizándolos, mientras que los impíos, que han rechazado a Cristo y su palabra, serán condenados al suplicio eterno. El establecimiento definitivo del reino se presenta, pues, como un acontecimiento escatológico en el sentido más pleno y perfecto.

BIBL.: AALEN S., 'Reign' and `House' in the Kingdom of God in the Gospel, en "NTS" 8 (1961-62) 215-240; BONSIRVEN J., II regno di Dio, Edizioni Paoline, 1959; BRIGHT J., The Kingdom of God, Nueva York 1953; BUBER M., Kónigtum Gottes, Berlín 1932; CAMPONOVO O., Kónigtum, Kónigsherrschaft und Reich Gottes in den frühjüdischen Schriften, Friburgo (SV), Gotinga 1984; CERFAUX L., L'Église et le Régne de Dieu d'aprés saint Paul, en Recueil L. Cerfaux II, Gembloux 1954, 365-387; CHILTON B.D., God in Strenght. Jesus'Announcement of the Kingdom, Linz 1979; CHILTON B. (ed.), The Kingdom of God in the Teaching of Jesus, Londres 1984; CONZELMANN, II regno di Dio, en ID, Teología del Nuovo Testamento, Paideia, Brescia 1972, 144-154; COPPENS J., CARMIGNAC J., FEUILLET A., etc., Régne de Dieu, en "DBS" X (1981) 1-199; CULLMANN O., La realeza de Cristo y de la iglesia según el Nuevo Testamento, Stvdium, Madrid 1974; EICHRODT W., Teología del A T I, Cristiandad, Madrid 1975, 179-181, 387-393; EISSFELDT O., Jahwe als Kdnig, en "ZAW" 46 (1928) 81-105; FEUILLET A., El reino de Dios y la persona de Jesús según los evangelios sinópticos, en A. ROBERT, A. FEUILLET A., Introducción ala Biblia II, Herder; Barcelona 19703, 689-712; FLENDER H., Die Botschaft Jesu von der Herrschafi Gottes, Munich 1968; FRAINE J. de, L'aspect religieux de la royauté israélite, Roma 1954; ID, Le Royaume de Dieu, en "AssA" 15 (1965) 46-70; Fusco V., Parola e regno, Morcelliana, Brescia 1970; GARCÍA-MORENO A., Pueblo, Iglesia y Reino de Dios. Aspectos eclesiológicos y soteriológicos, Pamplona 1982; GEORGE A., Le Régne de Dieu d'aprés les évangiles synoptiques, en "La Vie Spirituelle" CX (1964) 501, 43-54; GRAY J., The Bíblica/ Doctrine of the Reign of God, Edimburgo 1979; HÉRING H., Le Royaume de Dieu et sa venue, París 1937; HOPKINGS M.H., God's Kingdom in the Old Testament, Chicago 1964; JACOS E., El reino mesiánico, en ID, Teología del Antiguo Testamento, Marova 1969, 305; JEREMIAS J., La aurora del reino de Dios, en ID, Teología del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 19804, 97-149; KARRER O., El reino de Dios hoy, Cristiandad, Madrid 1963; KLAPPERT B., Reino de Dios, en DTAT, Cristiandad 1985; KLEINKNECHT H., RAD G. VON, etc., basiléus, basiléia, etc, en GLNT II, 133-212; KRAUS K.-J., Die Kónigsherrschaft Gottes im Alten Testament, Tubinga 1951; LADD G.E., Je-sus and the Kingdom, Londres 1966; Luz U., LAMPE, P., basiléia, basiléus, en Exegetisches Wórterbuch zum Neuen Testament 1(1980) 481-498; LIPINSKI E., La royauté de Yahwé dans la poésie et le culte de 1'ancien Israel, Bruselas 1965; LOHFINK G., Die Korrelation von Reich Gottes und Volk Gottes bei Jesus, en "Theologische Quartalschrift" 165 (1985) 173-183; LLNDSTRÓM G., The Kingdom of God in the Teaching of Jesus, Edimburgo 1963; MARSHALL I.H.; The hope of a new age: the Kingdom of God in the New Testament, en "Themelios" 11 (1985) 5-15; MERKLEIN H., Die Gottesherrschaft als Handlungsprinzi. Untersuchung zur Ethik Jesu, Würzburg 19843; ID, Jesu Botschaft von der Gottesherrschaft, Stuttgart 1983; NORSIECK R., Reich Gottes - Hoffnung der Welt. Das Zentrum der Botschaft Jesu, Neukirchen-Vluyn 1980; PANNENBERG W., Teología y reino de Dios, Sígueme, Salamanca 1974; PASQUETTO V., La te-marica evangelica del "Regno'; en "Rivista di Vita Spirituale" 31 (1977) 179-199.264-286; PERRIN N., The Kingdom of God in the Teaching of Jesus, Londres 1963; SCHLOSSER J., Le régne de Dieu dans les dits de Jésus, 1-11, Gabalda, París 1980; SCHNACKENBURG R., Reino y reinado de Dios, Fax, Madrid 1970; SCHCRMANN, Gottes Reich - Jesu Geschick, Herder, Friburgo 1983; ID, Gottes Reich - Jesu Geschick (impresión parcial), Leipzig 1985; SOGGIN J.A., mélek - re, en DTAT I, 1978, 782-792; VANNI U., Regno "non da questo mondo" ma "regno del mondo". II regno di Cristo dal IV Vangelo all'Apocalisse, en "Studia Missionalia" 33 (1984) 325-358; VIELHAUER Ph., Gottesreich und Menschensohn in der Verkündigung Jesu, en Festschrift für G. Dehn, Neukirchen 1957, 51-579.

S. A. Panimolle