REDENCIÓN
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SUMARIO: I. El problema en la cultura moderna. II. Tema y método. III. Antiguo Testamento: 1. Los verbos "ga'al" y "padah": solidaridad y redención; 2. El Dios liberador en Éxodo; 3. Déutero-lsaías (Is 40-55) y otros profetas; 4. Los Salmos. IV. El Nuevo Testamento: 1. Problema terminológico; 2. Jesús redentor en los evangelios; 3. La muerte de Cristo es redentora; 4. La redención en Pablo.


I. EL PROBLEMA EN LA CULTURA MODERNA. La cultura contemporánea es una cultura de la crisis; al hacer al hombre el redentor de sí mismo, registrando por otra parte sus continuos fracasos, es incapaz de ofrecer esperanza y acentúa las razones de la inseguridad, de la desorientación y de la duda. Se convierte incluso en una cultura nihilista. El gran filósofo marxista heterodoxo E. Bloch ha trazado la figura del hombre de la crisis en su "héroe rojo" así descrito: "Confesando hasta la muerte la causa por la cual ha vivido, avanza claramente, fríamente, hacia la nada, en la que ha aprendido a creer en cuanto espíritu libre. Por eso su sacrificio es diverso del de los antiguos mártires: éstos morían, sin excepción, con una oración en los labios, creyendo así haber ganado el cielo. En cambio, el héroe comunista, bajo los zares, bajo Hitler o bajo cualquier otro régimen, se sacrifica sin esperanza de resurrección". El héroe rojo es el hombre adulto, racional, sin ilusiones, pero también nihilista de la cultura moderna, que lucha por un mundo más justo y humano, sabiendo que va hacia la nada. Es el hombre que pretende redimirse a sí mismo, aquí y ahora, y no esperar la salvación de otro.

La "redención" cuyo sentido bíblico indagamos es, en cambio, la acción liberadora de Dios, que llega a nosotros aquí y ahora, confiándonos el don-cometido de testimoniar con una praxis renovada los nuevos cielos y la tierra nueva que están ya germinalmente presentes en esperanza, pero que encontrarán pleno cumplimiento en la venida del Señor Jesús.

Al héroe rojo blochiano se contrapone la esperanza del apóstol Pablo: "Si lo que esperamos de Cristo es sólo para esta vida, somos los hombres más desgraciados. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias de los que mueren. Porque como por un hombre vino la muerte, así por un hombre la resurrección de los muertos; y como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo" (1Cor 15,19-21). Del hombre viene la muerte, de Cristo viene la vida; del hombre no viene la esperanza, pero Cristo da motivo para esperar también más allá de la muerte, porque él ha vencido la muerte.

Frente al desafío de la cultura moderna, el cristiano está llamado a responder de su fe en el redentor. La / fe cristiana, en efecto, no cree solamente en un Dios que da, como lo admitía también Aristóteles, sino que perdona. Y del perdón redentor de Dios nace la esperanza del cristiano. Pero Dios redime a través del acontecimiento histórico, particular y singularísimo, de la muerte-resurrección de Jesús; de ese acontecimiento brota la salvación para todos. Es una redención divina, verificada a través de la mediación humana e histórica de la vida de Jesús, para cuya comprensión hay que interrogar a toda la Biblia.

II. TEMA Y MÉTODO. "Redención" es un vocablo que arrastra consigo un racimo de otros términos pertenecientes a la misma área semántica: / liberación, rescate, salvación, expiación, adquisición, / justicia, justificación, purificación, etc. La variedad y la riqueza del léxico bíblico que interesa a este campo semántico pone en guardia contra la absolutización de una sola categoría o término o imagen, y es igualmente indicio del carácter misterioso, inagotable y proteiforme de la acción inaferrable pero realísima de Dios por el hombre pecador. Justamente el hombre pecador es el que es redimido; pero aquí no profundizaremos el concepto bíblico de / pecado.

Más que seguir la variedad terminológica con el intento filológico de determinar exactamente los diferentes aspectos de la aproximación bíblica a la "realidad" de la redención, optamos por dejarnos guiar por la idea que está subyacente y es común. Entendemos, pues, por "redención" la acción con la cual Dios, directamente o por medio de mediaciones/mediadores, viene en socorro del hombre y lo libra de la culpa/ pecado, entendido últimamente como rechazo de la oferta divina de hacernos participar de su vida. En otros términos, redención es el sí victorioso y perennemente válido de Dios en su entrega absoluta y definitiva por la vida del hombre, el cual se opone, en cuanto pecador, a su Dios con su cierre y su negativa.

Desde el punto de vista terminológico, para el AT estudiaremos sobre todo los textos donde aparece el verbo redimir (ga'al y padah) y salvar (js'), mientras que para el NT seguiremos los diversos modelos interpretativos puestos de manifiesto por un léxico diversificado y propondremos breves síntesis.

III. ANTIGUO TESTAMENTO. 1. LOS VERBOS "GA'AL" Y "PADAH": SOLIDARIDAD Y REDENCIÓN. Dos raíces hebreas: ga'al) (118 veces) y padah (70 veces) tienen una función peculiar para determinar el concepto veterotestamentario de redención. En ambos casos es común la idea de "rescate" de una situación jurídica de esclavitud, de deuda; en general, de necesidad. Mas mientras que padah no es típico y exclusivo de un determinado sector del derecho, ga 'al nace y se desarrolla sobre todo en el ámbito del derecho de familia, del clan, de la tribu. Tratándose de verbos "jurídicos", somos remitidos al contenido de la legislación israelita, y por tanto a la "liberación" o al "rescate" onerosos de propiedades o de personas por obra de otros hombres con vistas a la libertad o para salvar la misma vida.

La historia humana de las relaciones sociales crea condiciones de esclavitud, de injusticia, de miseria, de las cuales el derecho israelita estimula a salir mediante una serie de obligaciones jurídicas. En particular, dos principios inspiran el derecho de Israel: a) la libertad del individuo supone un mínimo de independencia económica; b) solamente en una relación armoniosa con la comunidad (familia, clan, tribu) está el individuo en condiciones de realizar su libertad. La "redención" es, pues, restitución de la libertad en un contexto de armoniosas relaciones con la comunidad.

Por ejemplo, la utópica legislación sobre el año sabático y sobre el año jubilar (Lev 25) tiende a garantizar la propiedad familiar, que con el jubileo vuelve a las familias de origen: "Si tu hermano empobrece y tiene que vender una parte de su propiedad, venga su pariente más próximo (go aló haqqarob) a ejercer el derecho de rescate (ga'al) sobre cuanto vende el hermano" (Lev 25,25). Por tanto, la familia israelita vive libremente sólo sobre la base de una propiedad de terreno. La institución jurídica del go el (= pariente próximo que rescata) —que encontramos en el estupendo relato de Rut— se funda bien sea en la solidaridad familiar, bien en el principio de la radicación de la familia en la propiedad del terreno. La redención es, pues, un acto de solidaridad con vistas a la restitución de la libertad de la miseria, de la esclavitud o, en una palabra, de la marginación social de la comunidad de los hombres libres con plenos derechos.

No solamente las propiedades, sino las mismas personas pueden ser vendidas, por lo cual tienen necesidad de rescate: "Si el huésped o extranjero residente en medio de ti se enriquece, y un hermano tuyo empobrece contrayendo deuda con aquél y se ve obligado a venderse al huésped o al extranjero o a un descendiente de su familia, gozará del derecho de rescate (ge'ullah) una vez vendido; uno de sus hermanos, su tío, su primo o un pariente cercano, lo podrá rescatar; y si llega a tener medios, puede rescatarse a sí mismo" (Lev 25,47-49). Es siempre la solidaridad familiar la que funda el derecho-deber del rescate, incluso en el caso de la "venganza de la sangre" (cf Núm 35,9-29) [/ Levítico].

El sentido de la "redención" en las relaciones sociales se puede definir como "liberación del poder extraño de lo que pertenece a la familia" (K. Koch). Si luego la gran familia es la nación, entonces el go'el de todos los oprimidos es el rey: "El liberará al pobre que suplica, al miserable que no tiene apoyo alguno; se cuidará del débil y del pobre; a los pobres les salvará la vida; él los defenderá contra la explotación y la violencia; su sangre tendrá un gran precio a sus ojos" (Sal 72,12-14).

La propiedad, la libertad de las personas, la vida humana son bienes fundamentales, que obligan a todos los miembros de la comunidad (familia, clan, tribu, nación) en la recíproca corresponsabilidad y solidaridad. Sobre la base de la solidaridad de tipo familiar que une a los israelitas entre sí nace y se afirma el derecho-deber de la redención.

Presentes sobre todo en los textos jurídicos, comprendida la legislación cultual (cf, p.ej., Ex 34,19-20, sobre el rescate de los primogénitos), las dos raíces verbales mencionadas se usan también en el lenguaje religioso para designar el rescate por parte de Dios. Siendo el derecho israelita de carácter religioso, es decir, estando considerado como ley divina, es lógico que Israel considerara la redención interhumana como reflejo e imitación de la acción redentora de Dios. Sin embargo, históricamente está demostrado que algunas costumbres de manumisión de cosas o personas (cf, p.ej., Ex 21,30) por medio de una suma de rescate corresponden a las leyes babilónicas de Esnunna (§ 54) y del código de Hammurabi (§ 251).

2. EL Dios LIBERADOR EN /ÉXODO. El uso religioso del término/concepto de "redención", expresado además de por los verbos ga'al y padah, también por jasa' (= hacer salir), jasa` (= salvar) y nasal (= sustraer), pierde su connotación jurídica y sobre todo deja caer la idea de pago de un contravalor por el rescate. Dios libra y salva gratuitamente, sin deber nada a nadie. También en el uso religioso de los verbos indicados permanece, en cambio, la idea de la solidaridad como razón de la intervención liberadora.

En el ámbito religioso, el acontecimiento fundamental de salvación-redención es la liberación de la esclavitud de Egipto orientada a la "formación" del pueblo de Dios. De hecho, es en las tradiciones del Éxodo donde aparece con frecuencia el léxico de la redención.

La liberación del Éxodo es una iniciativa totalmente libre y gratuita de Dios: "Di a los israelitas: Yo soy el Señor; yo os libertaré Os) de la opresión de los egipcios; os libraré (nsl) de su esclavitud y os rescataré (g'l) con gran poder y haciendo justicia. Yo os haré mi pueblo, seré vuestro Dios, y vosotros reconoceréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, el que os libró (is) de la esclavitud egipcia" (Ex 6,6-7). Aquí la liberación de Egipto es parangonada, en virtud del uso de los verbos indicados, a un rescate de la esclavitud, pero no hay pago alguno de precio; Dios obra como "amo", con gran fuerza y poder, tomando lo que es suyo. En el versículo 5 —"Me he acordado de mi / pacto"— se afirma explícitamente que Dios encuentra en sí mismo, en su libre promesa de salvación, la razón de su intervención redentora. Precisamente porque ha querido comprometerse con Israel, escogerlo como su "familia" o / "pueblo" ('am), estableciendo así una solidaridad familiar indisoluble, Dios se ha convertido en el go'el de Israel. Yhwh es el redentor porque es el "creador" de Israel; es decir, ha escogido y bendecido a Israel porque desde siempre, en su plan redentor, pensaba tomarlo como su pueblo y ser su / Dios. La comunión o alianza con Israel es el fin de toda la acción redentora divina.

De la acción redentora de Dios aprende, pues, Israel a conocer quién es su Dios: "Sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios, que os ha sacado de la opresión de Egipto". Por la soteriología, es decir, por la acción salvífica de Yhwh, Israel tiene acceso al misterio ontológico de Dios: solamente Yhwh salva; por eso sólo él es Dios.

La redención del pueblo de Egipto tuvo lugar "porque el Señor os amó y porque ha querido cumplir el juramento hecho a vuestros padres" (Dt 7,8). Israel ha sido salvado porque era la heredad de Yhwh, que lo ha redimido con su grandeza (Dt 9,26). El israelita debe, pues, recordar siempre la redención del Exodo: "Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que el Señor tu Dios te dio la libertad (padah)" (Dt 15,15; cf 24,18). En el Dt el verbo preferido para indicar la liberación del Exodo es padah: Dios aparece así como el que hace valer sus derechos sobre el pueblo que le pertenece.

La epopeya del éxodo culmina, y es reasumida, en el canto de Éx 15,2: "Mi fortaleza y mi cántico es el Señor; él ha sido mi salvación". Israel hará continuamente "memoria" del éxodo para proclamar y afirmar su fe en el Dios que salva.

La redención de la esclavitud de Egipto no fue una liberación sólo socio-política, sino también "interior", en el sentido de que miraba a crear al "pueblo de Dios", es decir, la comunidad de los que creen en Yhwh, su redentor. La esclavitud de Egipto no es solamente socio-política, sino que es también esclavitud de la idolatría y de los pecados, que son su fruto: Dios, en efecto, libera dando una ley en el Sinaí, instituyendo una relación vital íntima con sus fieles (el culto), estableciendo su presencia en medio del pueblo (tienda sagrada). Interior y socialmente, por don gratuito de Dios, pero también mediante la llamada divina a la responsabilidad activa y al compromiso generoso, el pueblo liberado de la esclavitud de Egipto se convierte en una comunidad nueva, íntegramente renovada y estructurada por la acción de su Dios. El pueblo de Dios es, pues, simultáneamente "misterio", en cuanto criatura de Dios, que escoge habitar en medio de él, y "sujeto histórico", en cuanto comunidad histórica que hace historia. Lo que caracteriza al pueblo de Dios es la memoria permanente y viva de la redención divina que lo ha hecho nacer, y al mismo tiempo la misión de testimoniar, frente al mundo, las maravillas de su Dios.

La redención divina no excluye, antes bien implica, una mediación humana: "Israel vio el prodigio que el Señor había obrado contra los egipcios, temió al Señor y creyó en él y en Moisés, su siervo" (Ex 14,31). Así también Dios, en el desierto, da la / ley liberadora mediante / Moisés. Y todo israelita creyente que observa la ley sobre el rescate se convierte de algún modo en "mediador" y representante de la redención divina recibida en don.

3. DÉUTERO-ISAÍAS (IS 40-55) Y OTROS PROFETAS. Con particular insistencia, el Déutero-Isaías llama la atención sobre el tema de Dios como redentor (go'él), uno de los títulos preferidos junto con "creador". Es más, se puede resumir el pensamiento del anónimo profeta del exilio juntando la idea de creación y de redención: "De la nueva redención de Israel a la creación del entero mundo de Israel; de la creación del entero mundo de Israel a la creación del mundo entero simpliciter; de la creación del mundo entero a la redención de este mundo" (C. Stuhlmueller).

Yhwh rescata a su pueblo porque es su go 'el, ligado por una "familiaridad" generadora-creadora: "Esto dice el Señor, tu redentor, el que te formó desde el seno materno: Yo soy el Señor, el que lo ha hecho todo; el que despliega, él solo, los cielos; el que afirma la tierra sin ayuda alguna" (Is 44,24). Yhwh está unido a Israel porque él lo ha creado y redimido; es para él como una madre (cf Is 49,15).

Sin embargo, la solidaridad casi familiar no es para Yhwh una necesidad de intervenir: "Por mí, sólo por mí lo haré" (Is 48,11).

Dios es movido únicamente por su amor libérrimo e incondicional. Nada fuera de él le urge a obrar. El salva porque ama.

Por la redención de Israel, Dios no debe pagar ningún precio: "Esto dice el Señor: `Gratis habéis sido vendidos, y también sin pagar seréis rescatados (ga'al)'"(Is 52,3). Pues Dios es el dueño soberano; no es deudor de nadie.

La acción redentora equivale a un "plasmar", a un crear o un llamar a la existencia: "Pero ahora esto dice el Señor, tu creador, Jacob; aquel que te formó, Israel: No temas, pues yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; mío eres" (Is 43,1). La redención conduce al "matrimonio" con el esposo divino: "Tu esposo es tu creador, cuyo nombre es Señor todopoderoso; tu redentor, el Santo de Israel, que se llama Dios de toda la tierra" (Is 54,5). Una relación íntima, amorosa, esponsal une a Yhwh con su pueblo redimido. Pues Yhwh "salva" a la viuda Israel casándose con ella.

En la redención divina está en juego la situación espiritual de Israel pecador: "Mas tú, Jacob, no me has invocado; tú, Israel, no te has inquietado por mí...; sólo con tus pecados me has oprimido, me has agobiado con tus iniquidades. Soy yo, soy yo, quien tengo que borrar tus faltas y no acordarme de tus pecados" (Is 43,22.24-25).

El interés principal del libro del Déutero-Isaías es el de proclamar la capacidad de Yhwh de salvar de la necesidad, del pecado mortal simbolizado por la falta de agua: "Los humillados y los pobres buscan agua y no la hay; su lengua de sed está reseca. Yo, el Dios de Israel, no los abandonaré" (Is 41,17).

Dios no cesa de ser poderoso, capaz de ayudar; la polémica del Déutero-Isaías contra la inanidad y vacuidad de los ídolos (cf, p.ej., Is 41,21-29) y el recurso a la idea de la creación tienen la función de subrayar enérgicamente la idea de que Yhwh quiere y puede realizar su plan de salvación: "¿Sería acaso mi brazo demasiado corto para libertar (padah) o me faltaría fuerza para salvar?" (50,2).

Lo que opone resistencia a la redención divina es el pecado, la rebeldía de Israel. El mismo destierro no es solamente un asunto político, sino la consecuencia de una conducta pecaminosa: "Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle que se ha cumplido su servicio, que está perdonado su pecado, que ha recibido de la mano del Señor el doble de castigo por todos sus pecados" (Is 40,2; cf 50,1: "Por vuestras culpas fuisteis vendidos").

El retorno espiritual de Israel producirá también el retorno geográfico a la patria: "el camino del Señor" (40,3) es el camino por el cual viene el Señor con poder para salvar, pero es también el camino de conversión por el cual el pueblo quita todo obstáculo que impide la venida redentora del Señor. La redención del Señor es, pues, inseparable de la conversión religioso-moral y del perdón.

El poder salvífico divino, que no se arredra ni siquiera ante la muerte, había sido cantado por el profeta Oseas poniendo de manifiesto la fuerza irresistible de Dios: "Pero yo los libraré (padah) del poder del abismo (se'ol); los salvaré (ga'l) del poder de la muerte. ¿Dónde están, muerte, tus estragos? ¿Dónde están, abismo, tus azotes?" (Os 13,14). La redención no ocurre porque el pueblo la necesita o la invoca, sino porque Dios es el redentor (go'el) de su pueblo. En Os 7,13 se repite la promesa divina: "Cuando yo los quería salvar (padah), proferían mentiras contra mí".

Con el Déutero-Isaías la salvación de Yhwh se manifiesta como redención para todos los hombres: "Y todo mortal sabrá que yo, el Señor, soy tu salvador y tu redentor, el fuerte de Jacob" (Is 49,26). Así en Is 52,10: "El Señor desnuda su brazo santo ante los ojos de todos los pueblos, y todos los confines de la tierra verán la salvación de nuestro Dios". El horizonte universal de la redención y su naturaleza divina en Déutero-Isaías hacen comprender que no se trata obviamente de una liberación solamente política de Israel. Es toda la historia humana la que está bajo el amor salvífico de Dios, que libra al hombre del mal, no sólo político, en sentido radical.

Al Israel disperso en el destierro se le anuncia la liberación del más fuerte que él: "El que dispersó a Israel lo reúne, lo guarda como un pastor su rebaño. Sí, el Señor ha redimido (padah) a Jacob, lo ha librado (ga 'al) de una mano más fuerte" (Jer 31,10-11). La repatriación de los exiliados, la reunión del pueblo, la liberación del "más fuerte" son el contenido de la redención, vista en la perspectiva de la unidad y de la vida del pueblo de Dios, no tanto de la "nación" en sentido político.

El pueblo de Dios está constituido por los que son liberados y se convierten a la justicia divina: "Sión será redimida con el derecho y sus convertidos con la justicia" (Is 1,27). Pues solamente el poder salvífico divino puede establecer una vida comunitaria armoniosa y solidaria, es decir, la justicia. Inmediatamente, la "redención" es política; pero la perspectiva es últimamente escatológica, como en Zac 10,8: "Daré un silbido y los reuniré, porque yo los he rescatado (padah), y los haré tan numerosos como antes". Una vez más la redención se verifica con la reunión del pueblo de Dios.

4. Los SALMOS. En los / Salmos [IV, 2], sobre todo en las súplicas o lamentaciones, se invoca con obstinada confianza la redención. Ella da cuerpo al grito del orante: "Rescátame (padah), Señor, y ten piedad de mí" (Sal 26,11); "Ven junto a mí, rescátame" (Sal 69,19); "Rescátame de la opresión de los hombres" (Sal 119,134).

El orante no da razones; no pretende, no avanza derechos: "Levántate, ven a socorrernos; rescátanos por tu misericordia" (Sal 44,27). Confía en la misericordia (hesed) divina, que es la única razón a la que apelar para invocar la redención. La misericordia de Dios, o sea su capacidad y disponibilidad para salvar es el fundamento de la confiada / oración del israelita.

El salmista, en las súplicas, se encuentra en estado de necesidad a causa de los "enemigos", proyección de todos los males que le angustian y le amenazan. El grita: "En tus manos encomiendo mi espíritu; tú me rescatarás, Señor, Dios verdadero" (Sal 31,6). La mención de los enemigos es clara en los versículos 9.12.14.19; en este caso probablemente los enemigos son la proyección de la enfermedad (cf vv. 10-11) que le ha herido.

Entre la culpa y los males que se abaten sobre el hombre existe una secreta conexión; más aún, el pecado es el mal más profundo: "Si tienes en cuenta nuestros delitos, ¿quién podrá resistir, Señor? El redimirá a Israel de todos sus delitos" (Sal 130,3.8). Perdonando los pecados y librando de las culpas, el Señor lleva a cabo la redención radical que pone término al estado de necesidad del orante. Por eso sus siervos, que confían en él, experimentan la verdadera redención: "El Señor rescata la vida de sus siervos, los que en él se refugian no serán castigados" (Sal 34,23).

Las declaraciones de liberación de los salmos se refieren en su mayoría a estados de necesidad concretos y terrenos; entre ellos, además de la enfermedad y de la muerte, están en primer plano los enemigos. Declaraciones generales que vayan más allá del caso singular son raras. Las encontramos solamente en Sal 34,23, en un horizonte en el que a duras penas se puede decir que rebasa este mundo, y en Sal 130,7s en una visión tímidamente orientada en sentido escatológico. El hecho de que sea dominante la situación concreta y terrestre no constituye un límite. Es consecuencia de la conciencia de que el hombre en todo pone su confianza en Dios, el cual sale a su encuentro enla fortuna o en la desventura. Si bien de ese modo la desventura, el estado de necesidad y la hostilidad pierden su carácter de callejones sin salida ni esperanza, no por eso sueltan la presa que aferran. De ello da la medida justamente el hecho de que su eliminación es presentada no solamente como un salvar (nasal hifil/malat piel), sino también como un rescatar o liberar" (J.J. Stamm).

Los redimidos del Señor cantan en la oración de acción de gracias la misericordia del Dios que los salva: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Que lo digan los que el Señor ha liberado, los que ha rescatado de la mano de los opresores" (Sal107,1-2). La redención divina experimentada históricamente por Israel no sólo se convierte en el objeto y en la razón del agradecimiento, sino también en la sustancia de la memoria cultual: "Yo te ensalzaré con el arpa por tu fidelidad, Dios mío, y con la cítara tocaré para ti, oh Santo de Israel; porque tú has rescatado mi vida, tocaré para ti, mis labios cantarán alegres" (Sal 71,22-23). La súplica tiene la garantía de ser escuchada en el hecho de que el Señor ya en el pasado rescató a sus siervos que recurrieron a él con confianza. Y en la acogida y reconocimiento de la redención divina, el hombre percibe concretamente y reconoce su necesidad de redención y pasa por la experiencia más radical de su culpa frente al amor gratuitamente libre, no debido ni condicionado, de su Dios.

IV. EL NUEVO TESTAMENTO. 1. PROBLEMA TERMINOLÓGICO. La realidad de la redención, es decir, el perdón y la autocomunicación liberadora y vivificadora de Dios al hombre, la expresa el NT con una notable riqueza de vocabulario, que indica ya sea el acontecimiento o el acto de la redención, ya la condición objetiva de ser redimido. Limitamos nuestra reflexión al acontecimiento de la redención y queremos ilustrar —obviamente dentro de los límites que se nos imponen o remitiendo a otras voces [/ Liberación, / Justicia, / Fe, / Reconciliación, / Pecado, / Misericordia]— la acción y la oferta de perdón de Dios a la libertad del hombre.

Los escritos del NT recurren a esquemas o modelos interpretativos diferentes:

a) Modelo social: hace uso de los vocablos redimir/ redención (apolytroún), liberar/ liberación (eleutheroún), comprar (exagorázein). El vocabulario mencionado remite a la experiencia de la liberación de los esclavos o de los prisioneros, pero es innegable la evocación de la institución del go'el del AT. Por ejemplo, leemos en Rom 3,24; "Ahora son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús". La redención (apolytrosis) supone una condición de esclavitud, de la cual Cristo libra "gratuitamente"). En Rom 6,18 leemos: "Libres del pecado, os habéis entregado al servicio de la justicia". Liberación-esclavitud, pecado justicia describen ámbitos de existencia opuestos.

b) Modelo jurídico: hace uso de los vocablos justificar/justificación (dikaiosyne), justicia, juzgar, juicio. El vocabulario forense se pliega al servicio de la lógica divina, que no condena al impío, sino que lo transforma y lo hace justo mediante la fe. Así Rom 4,5: "Dios justifica al culpable"; Rom 3,28: "Decimos con razón que el hombre es justificado por la fe sin la observancia dé la ley". En el "proceso forense" entre Dios y el hombre no se da solamente la condena de los culpables y la absolución de los inocentes, sino, mediante la fe, la redención de los culpables, hechos justos por el juez divino.

c) Modelo ritual: hace uso de los vocablos expiar/expiación (hiláskomai), purificar/ purificación. Estimamos que con expiación se evoca la fiesta del kippur (cf Lev 16), es decir, la libre iniciativa con que Dios le ofrece a Israel la posibilidad de un intercambio como gesto de pacificación con él. Leemos, por ejemplo, Rom 3,25: "Dios lo ha preestablecido (a Jesús) para servir como instrumento de expiación [hilastérion] por medio de la fe". La expiación no implica una sustitución del inocente que paga la pena en lugar del culpable, sino que indica la mutación y la reducción de la pena hasta su cancelación con vistas a la reconciliación.

d) Modelo interpersonal: hace uso de los vocablos reconciliar/ reconciliación (apokatallássein), pacificar/pacificación. Es un modelo que se inspira en las relaciones entre amigos, entre marido y mujer, entre grupos sociales, entre Estados. La iniciativa es de Dios, que elimina la ruptura, la separación, el alejamiento. Leemos, por ejemplo, en 2Cor 5,18-20: "Todo viene de Dios, que nos reconcilió con él por medio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Pues Dios, por medio de Cristo, estaba reconciliando el mundo, no teniendo en cuenta sus pecados y haciéndonos a nosotros depositarios de la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por nosotros. En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios".

e) Modelo sapiencial: hace uso de los verbos arrancar, sustraer (rhyomai) y salvar (sózein). Se sobrentiende la amenaza de un peligro mortal del cual somos salvados. La redención es, pues, un escapar a la muerte total gracias a una intervención liberadora divina. Léase, por ejemplo, Ef 2,5-8: "(Dios) nos dio vida juntamente con Cristo (pues habéis sido salvados por pura gracia) cuando estábamos muertos por el pecado... Habéis sido salvados gratuitamente por la fe; y esto no es cosa vuestra; es un don de Dios". La redención arranca de la muerte y hace vivir, hace pasar de la muerte a la vida (cf Jn 5,24: "El que cree... ha pasado de la muerte a la vida"). El léxico neotestamentario de vivir, vida, vida eterna entra también en el lenguaje de redención; sobre todo san Juan recurre a él abundantemente.

La multiforme variedad del lenguaje de redención posee dos puntos firmes fundamentales: en primer lugar, el acontecimiento redentor tiene su raíz y principio en una libre voluntad divina de perdón, que cambia las condiciones del hombre en el que termina; en segundo lugar, el amor misericordioso de Dios sale al encuentro de todo hombre partiendo de la particular existencia concreta y singularísima de Jesús de Nazaret. Por consiguiente, Jesús es la figura histórica plena y definitiva de mediador de la salvación divina para todos los hombres. Toda la vida histórica de Jesús es el "lugar" particular y singular del cual brota la iniciativa salvífica divina en favor de la humanidad.

2. JESÚS REDENTOR EN LOS EVANGELIOS. LOS evangelios son el mensaje de la salvación llevada a cabo por / Jesús, cuyo nombre significa "Yhwh salva" (Mt 1,21). La persona de Jesús, en los evangelios, se enfrenta con las varias formas de enfermedad y de pecado, de miseria y de opresión, de angustia y de muerte de la humanidad. Jesús viene a cambiar la calidad de la vida humana de las personas que encuentra mediante la liberación sobre todo del pecado: "El salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21).

Es, pues, del acontecer histórico de la vida de Jesús de donde viene el perdón de Dios: "Animo, hijo —dice Jesús—, tus pecados te son perdonados... Pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,2.13). No es la historia humana la que condiciona o determina de algún modo la libérrima iniciativa divina de / amor: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). La autocomunicación vital de Dios es el fin de la misión y vida de Jesús: "Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante" (Jn 10,10). Para darnos la vida divina, Jesús dio su propia vida hasta la muerte de cruz. El vivió, murió y resucitó "por nosotros".

Así pues, la salvación nace de la preexistencia histórica de Jesús; es la entrega de Dios a nosotros hasta modificar o cambiar las condiciones de vida del hombre (enfermedad, angustia, pecado, muerte). Con Jesús ha llegado a los hombres la salvación de Dios, como se le dice a Zaqueo: "Hoy ha entrado la salvación en esta casa" (Lc 19,9).

Con Jesús, el Dios de Israel "ha visitado y redimido a su pueblo" (Lc 1,68): a la luz de la liberación del éxodo (cf Sal 111,9), Lucas ve en Jesús al que da libertad al pueblo de Dios. Jesús, pues, lleva a su cumplimiento la espera de la redención de Jerusalén (Lc 2,38; cf Is 52,3.9): la profetisa Ana representaba a los pobres de Yhwh, que esperaban la salvación del pueblo de Dios. La redención, llevada a cabo por Dios a través de Jesús, tiene como mira no sólo a los particulares, sino más bien al pueblo. Creemos no equivocarnos entendiendo estos pasajes en el sentido de que Jesús realiza la redención reuniendo y juntando a su alrededor al pueblo de Dios, la / Iglesia.

El nexo entre redención y comunidad cristiana es reiterado por Mc 10,45: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos" (cf Mt 20,28). Estas palabras aparecen en el contexto de la regla comunitaria (vv. 43-44: "Entre vosotros no debe ser así..."), cuya motivación da (v. 45a: gar = pues). "La muerte expiadora de Jesús es indicada como fundamento de la comunión de vida y del estilo de la vida del cristiano. El mismo Jesús aparece como el 'grande' (v. 43) y el `primero' (v. 44), que se ha manifestado como el siervo de la comunidad y el esclavo de todos en su misión de Hijo del hombre, que dio su vida en lugar y en favor de muchos, y en su servicio caracterizado por la muerte expiatoria indicó el modelo de servicio que se ha de seguir dentro de la comunidad: `En esto hemos conocido el amor: en que él ha dado su vida por nosotros; y nosotros debemos también dar la vida por nuestros hermanos' (Un 3,16). No la afirmación de sí mismo en la emulación (cf 8,35-37), sino la abnegación en favor de otros hace de la comunidad cristiana la nueva sociedad de la salvación" (R. Pesch).

También la comunidad cristiana está expuesta al odio y a la burla, a la calumnia y a la persecución; pero está invitada a alzar la cabeza, "porque la redención vuestra está cerca" (Lc 21,28). El contexto es el comunitario, no el individual. La redención está unida a la venida del Hijo del hombre con gran poder y gloria (v. 27). Lucas no deja ver claramente si se trata de la muerte-resurrección de Jesús o de los acontecimientos de la parusía: la venida de Jesús en la carne y su venida en gloria no son independientes. Lo que importa aquí es la seguridad dada a la comunidad cristiana de la redención como acontecimiento único y definitivo realizado por la venida de Jesús, Hijo del hombre.

3. LA MUERTE DE CRISTO ES REDENTORA. El amor misericordioso de Dios se manifiesta y se realiza espléndidamente y de modo históricamente irreversible en la / muerte de Jesús, que da su vida: "El Hijo del hombre ha venido... a dar su vida como rescate por todos" (Mc 10,45). El acontecimiento histórico de la muerte de Jesús "cumple" su servicio y su autoentrega incondicional por la / vida de los hombres. La "verdad" de Jesús emerge y refulge en su amor hasta la muerte; y de "aquella" muerte particular, fechada aunque singularísima, viene la salvación para todos.

Jesús murió en la cruz como mediador de salvación: "Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para liberarnos a todos" (1Tim 2,5-5). Es el hombre Cristo Jesús, es su muerte en la cruz lo que realiza la redención, precisamente en cuanto don de sí total e irreversible. "Rescate" no significa "pago" a alguien, sino que es una metáfora de la liberación llevada a cabo. Jesús dio su vida en cuanto es el hombre Cristo Jesús, en todo solidario de los hombres, excepto el pecado.

La redención tiene como resultado la pertenencia a Dios y la constitución del pueblo de Dios: "(Jesús) se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos y hacer de nosotros un pueblo escogido, limpio de todo pecado y dispuesto a hacer siempre el bien" (Tit 2,14).

Con su muerte, Jesús no es tanto el que "sacrifica" algo a Dios en el culto, sino el que se da a sí mismo como sacrificio vivo y personal. La muerte de Jesús es el sacrificio "existencial", real, y no ritual, porque no se ofrece una víctima diversa del sacrificador. Así pues, toda la existencia humana de Jesús, culminada en su muerte, es la que, dándose por nosotros, nos reconcilia con Dios.

El don libre y voluntario de sí hasta la muerte es un tema desarrollado sobre todo por Juan (18,4-8) en el momento del arresto de Jesús, el cual se entrega con soberana libertad a sus acusadores. El amor de Dios, encarnado en Jesús, ha llegado hasta el télos y cumplimiento perfecto (tetélestai) en la muerte de Jesús en cruz (Jn 19,30). Y Jesús muere por amor y para comunicar el amor de Dios, es decir, el Espíritu, que brota, simbolizado por el agua (Jn 19,37), del costado traspasado del crucificado.

La muerte de Jesús es una muerte "particular", y no solamente un caso particular de la muerte de un justo; y la / resurrección hace resaltar la singularidad de la muerte de Jesús. La singularidad de la muerte de Jesús la ponen de manifiesto las mismas palabras del crucificado: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34); "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). Es la muerte del Hijo, que puede gritarle Abba a Dios. La muerte de Jesús es salvífica y redentora porque en ella no está Dios ausente, sino presente y operante como Dios que salva. "Por la gracia de Dios gustó la muerte en beneficio de todos" (Heb 2,9). Y la resurrección de Jesús no es sólo una ratificación sucesiva, sino el "abrirse" de la presencia divina victoriosa en la muerte de Jesús.

4. LA REDENCIÓN EN PABLO. Ya se ha aludido a la riqueza terminológica del NT, y en particular de / Pablo, para expresar el misterio de la redención. ¿Es posible intentar una breve síntesis del pensamiento paulino? Nos atrevemos a proponer algunas líneas de fondo.

Ante todo, el protagonista de la redención es Dios Padre: Jesucristo no recibe nunca el título de "redentor". Fuera del cuerpo paulino se da el título de "salvador" ya sea a Dios (1Tim 1,1; Tit 1,3; 2,10), ya a Jesús (Tit 1,4; 2Pe 1,11). En los escritos paulinos, solamente en Flp 3,20 se llama a Jesús "salvador". El autor de la redención, que se lleva a cabo mediante Jesús como "instrumento" o mediador absoluto de pacificación (kapporet), es Dios Padre: "(Todos) son ahora justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús" (Rom 3,24). De Dios Padre tiene origen la libre iniciativa gratuita de suprimir todo obstáculo a la pacificación con los hombres. "Por obra de Dios (Padre) se ha convertido (Jesús) para nosotros en sabiduría" (del Padre), que implica para nosotros "justicia, santificación y redención" (1Cor 1,30). El único deseo de Dios Padre es salvarnos: "Si Dios (Padre) está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente con él todas las cosas? ¿Quién podrá acusar a los hijos de Dios? Dios (Padre) es el que absuelve" (Rom 8,33). A través del don del Hijo se revela y se comunica a nosotros el amor del Padre: "(Nada) podrá jamás separarnos del amor de Dios (Padre), en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,39).

La redención divina es cristocéntrica, es decir se realiza mediante Jesucristo, en cuya muerte y resurrección obra Dios Padre, el redentor. Como se ha dicho en Rom 5,9, somos "justificados por su sangre". Jesús, nuestro Señor, "fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación" (Rom 4,25). Muerte y resurrección de Jesús son para Pablo el centro del acontecimiento redentor. En el acontecimiento histórico de la muerte y resurrección de Jesús entra definitivamente en la historia la voluntad de perdón de Dios y se ofrece a todo hombre que cree. Pues Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados para sacarnos de este mundo perverso, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre" (Gál 1,4). Coherentemente afirma Pablo: "Mi vida presente la vivo en la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,20). La resurrección de Jesús es el cumplimiento salvífico de la muerte: el obrar redentor de Dios, que estaba presente en la muerte de Jesús, se manifiesta de forma definitiva y victoriosa en la resurrección. Dios ha vencido la muerte, "el último enemigo" (lCor 15,26).

Los efectos de la redención son la liberación del pecado ("El nos ha obtenido con su sangre la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia": Ef 1,7; cf Col 1,14; además, cf Tit 2,14; Heb 9,12-13), del diablo ("El nos rescató del poder de las tinieblas y nos transportó al reino de su Hijo querido, en quien tenemos la liberación y el perdón de los pecados": Col 1,13-14; 2,15; cf Heb 2,14) y de la muerte ("El amor de Dios se ha manifestado ahora con la aparición de nuestro Señor, Cristo Jesús, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la vida y la inmortalidad por el evangelio": 2Tim 1,10; cf Heb 2,14-15). Diablo, pecado y muerte son, en el pensamiento paulino, y en general en el neotestamentario, situaciones negativas objetivas, potencias de destrucción, "datos objetivos". La redención de Jesús —con el cumplimiento de su destino en la resurrección— cambia radicalmente la "situación" histórica de la humanidad: todo hombre, mediante la fe en el Señor Jesús, puede hacer suya la nueva "situación" de salvación realizada mediante Cristo. El pecado del que hemos sido redimidos es la condición de alienación de Dios, que tiene relación profunda con el diablo y conduce a la muerte total. La redención es, pues, "reconciliación" con Dios (2Cor 5,18-20) [/Mal/Dolor; / Angeles/ Demonios].

El efecto positivo fontal de la redención es el don del Espíritu de Cristo: "También vosotros los que habéis escuchado la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, en el que habéis creído, habéis sido sellados con el Espíritu Santo prometido, el cual es garantía de nuestra herencia, para la plena liberación del pueblo de Dios y alabanza de su gloria" (Ef 1,13-14). El / Espíritu de Cristo es una "marca de propiedad" puesta en el pueblo de Dios rescatado; como hijos mediante el Espíritu (Gál 3,2-3; 4,6-7; Rom 8,12-17), los redimidos forman el pueblo de Dios, es decir, el pueblo que es propiedad de Dios.

Un texto no paulino, la carta a los Hebreos, en una solemne y profunda meditación del misterio cristológico de la redención, pone ante los ojos de los cristianos la figura de Jesucristo sacerdote y el acontecimiento de su sacrificio sacerdotal como acontecimiento de solidaridad con la humanidad: "Por lo cual debió hacerse en todo semejante a sus hermanos, para convertirse en sumo sacerdote misericordioso y fiel ante Dios, para alcanzar el perdón de los pecados del pueblo. Pues por el hecho de haber sufrido y haber sido probado, está capacitado para venir en ayuda de aquellos que están sometidos a la prueba" (Heb 2,17-18). Indudablemente, también para Pablo la solidaridad de Jesucristo, "nacido de mujer, nacido bajo la ley" (Gál 4,4) para rescatarnos y hacernos hijos de Dios, es el horizonte en el cual hay que pensar correctamente la redención.

La solidaridad de Dios con los hombres pecadores ha llegado al punto de que "al que no conoció pecado, le hizo pecado en lugar nuestro, para que nosotros seamos en él justicia de Dios" (2Cor 5,21). Jesús se solidarizó también con los efectos nefastos del pecado, el poder productor de muerte y ruina. Y así Dios "condenó el pecado en la carne" (Rom 8,3) de Cristo, convertido en hombre pasible y mortal como nosotros pecadores, pero inocente y sin pecado.1609

"La creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios... No sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,21.23). El destino del hombre está ligado a su cosmos, y por consiguiente la creación entera participará de la redención definitiva del hombre realizada por Cristo. Aquí está sintetizada la visión paulina sobre el futuro del hombre y del cosmos.

La salvación, que se refiere al hombre solidario con el cosmos, es salvación en la esperanza (Rom 8,24). "Es la esperanza del hombre en la resurrección (Rom 8,17-18.23.25) lo que permite a san Pablo hablar de la esperanza de toda la creación: la esperanza cristiana lleva al universo al futuro de la salvación" (J. Alfaro). La redención del "cuerpo" del hombre está ya presente, aunque aún no completada; y, mediante la corporeidad humana, el mismo cosmos está ya —si bien aún no perfectamente—integrado en el destino del hombre.

La redención de Jesucristo involucra a todo el hombre, tanto como individuo como comunidad, lo mismo como alma que como cuerpo ligado a su cosmos, tanto en su "tiempo perdido" en el pecado como en la apertura de un futuro de esperanza. Mediante la redención de Cristo, Dios está haciendo nuevas todas las cosas para hacer nacer "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Ap 21,1).

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A. Bonora