RECONCILIACIÓN
DicTB


SUMARIO: Premisa. I. Confesión: 1. En el AT; 2. En el NT. II. El pecado. III. Contrición: 1. Reconocer y confesar; 2. Arrepentimiento y "retorno": a) Alejarse; b) Corazón nuevo; c) La acción divina. IV.
Los salmos penitenciales. V. La reconciliación en el NT: 1. Juan Bautista; 2. Predicación de Jesús. VI. La reconciliación en la enseñanza de san Pablo: 1. La iniciativa divina; 2. Efectos de la reconciliación; 3. El misterio de la reconciliación; 4. La reconciliación universal; 5. Reconciliación entre judíos y gentiles.


PREMISA. En la palabra reconciliación subyacen términos hebreos y griegos con notables matices, que no afloran normalmente en nuestro lenguaje. Los términos más ordinarios interesados en nuestra palabra son el griego metánoia y el hebreo tesühbah, además del verbo súb. Las diversas ediciones españolas de la Biblia atestiguan la variedad de las acepciones de estos términos: arrepentirse, hacer penitencia, convertirse, cambiar de idea, cambiar de sentimientos. Cada una de esas versiones expresa en parte el sentido que encontramos en el AT, y luego en el NT, y nos pone en la necesidad de especificar lo que la Biblia quiere decirnos: necesidad radical, ya que para Jesús la palabra metánoia define el mismo ser cristiano (Mc 1,15). El término, una vez bien entendido, nos introducirá mejor en el significado de lo que habitualmente llamamos arrepentimiento y penitencia, si los confrontamos con el valor original del mensaje de Jesús.

En el griego común, el sustantivo metánoia y el verbo metanoéín designan siempre el cambio de juicio o el pesar y la desaprobación de una acción que antecedentemente se había aprobado; pero en la Biblia se trata siempre del cambio de todo el hombre. Este cambio de significado tuvo lugar cuando la Biblia fue traducida del hebreo al griego. Sin entrar ulteriormente en particulares histórico-lingüísticos, estas indicaciones intentan exclusivamente justificar el esquema aquí seguido.

I. CONFESIÓN. Para reconciliar es preciso haberse adherido a algo o a alguien; para volver es preciso haber tenido un punto de partida.

1. EN EL AT. La tradición histórica del AT se caracteriza por una profesión de fe que se desarrolló a partir de unas pocas fórmulas conocidas como credo histórico o profesión de fe. En ellas se reconocen las intervenciones de Yhwh en la historia del antiguo Israel. El acto fundamental que más frecuentemente se trae a la memoria es la liberación de Egipto. A esta primera profesión de fe (Ex 20,2; Lev 19,36; Núm 23,22; 24,8; Dt 5,6; 8,14) se juntan otras que reconocen la promesa divina a los patriarcas, la guía a través del desierto, la revelación en el Sinaí. En formas literarias diversas, la continua confesión de la asistencia divina a lo largo de todos los momentos de su historia es un elemento típico de la fe de Israel, que tiene su formulación clásica en Dt 26,5-9: "Mi padre era un arameo errante, que bajó a Egipto. Allí se quedó con unas pocas personas más; pero pronto se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una cruel esclavitud. Pero nosotros clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, que escuchó nuestra plegaria, volvió su rostro hacia nuestra miseria, nuestros trabajos y nuestra opresión, nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo fuerte en medio de gran terror, prodigios y portentos, nos trajo hasta aquí y nos dio esta tierra que mana leche y miel".

Manifestaciones hímnicas de esta fe surgen en la exposición detallada de la historia, por ejemplo, en Jue 5,6; Jos 24,2ss; Sal 105; 135; 136. Son profesiones de fe que dicen estrecha relación histórica con hechos pasados que dan una orientación a la historia presente e infunden confianza para la historia futura.

2. EN EL NT. Tampoco en el NT se deja la profesión de fe a la libre elección del hombre, porque es necesaria para la salvación: "Con la fe del corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa la fe para la salvación" (Rom 10,10). Como la fe, también la confesión está continuamente presente en la comunidad (lTim 6,12-14); y se distingue, porque no se trata de la adhesión a una verdad cualquiera, sino a la persona histórica de Jesús. Como ya en el AT, también en el NT el mensaje de la fe se articula en unas pocas frases esenciales, pero puramente cristológicas, que miran a la afirmación de la resurrección y exaltación de Jesucristo (lCor 15,1-11; He 10,36-43; etc.).

El dato central de la primera fe cristiana se amplía luego por la reflexión teológica, y es también formulado del modo más conciso en la confesión "Jesús es Señor": "Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te, salvarás" (Rom 10,9; Flp 2,11). El que confiesa es por el hecho mismo introducido como miembro en la comunidad de los creyentes, en la Iglesia. "Columna y fundamento de la verdad, la Iglesia debe confesar su fe, que es su naturaleza y la razón de su ser. El martirio es la forma más perfecta del público testimonio que la Iglesia debe dar ante el mundo; por eso el martirio fue pronto considerado, al principio del cristianismo, la forma más perfecta de público testimonio de los cristianos, y por tanto de la Iglesia. Pero al lado del testimonio del martirio en períodos de excepción existió siempre para todos la confesión de cada día, que corresponde a la vida vivida en armonía con la fe de la Iglesia. En todo cristiano está vivo el dicho: `Yo creo lo que cree la Iglesia"'.

II. EL PECADO. Desviación de la confesión del fiel, desviación de su nuevo ser en la comunidad de Israel iniciado con la alianza y la circuncisión o desviación del cristiano de su nuevo ser en la t Iglesia iniciado en el / bautismo es el / pecado. Ya sea que se tome en consideración el pecado original, ya que se prescinda de él, el pecado —en ambos casos (del israelita y del cristiano)— marca una ruptura, una desviación. De ahí la necesidad de la conversión, no de la fe o de la alianza, sino del pecado: la admisión ante la comunidad de una ruptura de los vínculos con ella, y por medio de ella, con Dios. La necesidad de reconciliarse con la comunidad y con Dios es evidente: es el restablecimiento de las nuevas y ya naturales relaciones. Y aquí está la esencia de la reconciliación en sus múltiples contenidos, como se verá a continuación.

III. CONTRICIÓN. Reconocer las culpas propias, confesarlas abiertamente, arrepentirse, restablecer nuevamente las relaciones normales con Dios es lo que los profetas del AT suelen encerrar en un único verbo, súb, de complejo significado, como se verá. El mismo significado se contiene en metanoein en el NT, con sólo dos excepciones: Lc 17,3-4 y 2Cor 7,9-10, donde el verbo griego tiene nuestro significado de "arrepentirse". Sin embargo, para llegar a una visión más clara de las sucesivas fases de la contrición, es preciso proceder por grados.

1. RECONOCER Y CONFESAR. La autoacusación es el supuesto necesario para la reconciliación, y designa sobre todo aceptación y manifestación de penitencia. Un texto ejemplar de este género lo tenemos en la confesión pública y solemne de Nehemías. El largo capítulo comienza con la confesión de Dios, creador del universo, que llamó a Abrahán de Urde los caldeos, libró a Israel de Egipto, se manifestó y dio su ley en el Sinaí, guió al pueblo a través del desierto y lo introdujo en la tierra de promisión. El orante llega luego a la confesión de los pecados: "Pero nuestros padres se obstinaron, endurecieron su cabeza, no obedecieron tus órdenes. No quisieron obedecer, olvidándose de las maravillas que tú habías realizado para ellos". La continuación de la oración intercala los beneficios divinos y las culpas del pueblo: "Se rebelaron contra ti y echaron tu ley a sus espaldas..." Es todo un alternarse de faltas, de castigos, de oraciones escuchadas, de nuevas faltas, de nuevos castigos, etc.: "Los soportaste muchos años, los amonestaste pero no hicieron caso..." El recuerdo de la alianza por una parte, y de la presente desventura por otra, anuncia el fin de la oración en el más clásico de los modos, es decir, con la renovación de la misma alianza: "Aceptamos hoy un compromiso firme... Y todos juntos juraron y prometieron caminar en la ley que Dios había dado por medio de Moisés "y observar fielmente todos los mandamientos de nuestro Señor" (Neh 9,6-10.31).

2. ARREPENTIMIENTO Y "RETORNO". Veamos el proceso de la reconciliación de modo más detallado, desde el punto de vista psicológico y religioso, dejándonos llevar sobre todo por las observaciones de los dos profetas Jeremías y Ezequiel, que más profundizaron este proceso y resumieron preferentemente los actos con el verbo sûb, "retornar", "convertirse".

a) Alejarse. El alejamiento del mal, del camino hasta entonces seguido, es el primer acto que prepara para la reconciliación. Dice / Jeremías: a veces Dios decide arrancar, destruir, aniquilar; pero si el malvado se convierte de su maldad, Dios se arrepiente del mal que había pensado hacer (Jer 18,8). Ante las dudas y las vacilaciones del profeta, Dios lo anima: "Tal vez te escuchen y se conviertan cada uno de su mal camino; entonces yo retiraré el castigo que pensaba darles por sus malas acciones..." (Jer 26,3; cf 36,3).

Más analítico en medir la conducta que debe asumir el pecador para llegar a la reconciliación, pero igualmente aseverativo de la primera actitud, es el profeta / Ezequiel: "Si el delincuente se convierte de todos los delitos que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica la justicia y el derecho, no morirá...; debido a la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Es que yo me complazco en la muerte del delincuente... y no más bien en que se convierta y viva?" (18,21-23). Un pensamiento sobre el cual le gusta volver es el de la alegría divina por la reconciliación y su tristeza por la muerte del pecador: "No me complazco en la muerte del malvado, sino en que se convierta de su conducta y viva. Convertíos de vuestros perversos caminos; ¿por qué queréis morir?" (Ez 33,10-11). Más aún; el profeta se siente como un centinela ante el pueblo para amonestarlo, a fin de que se aparte "de su mal camino" y viva (Ez 3,16-19): "Si tú adviertes al justo para que no peque y él no peca, vivirá" (Ez 3,21). Este cambio interior exigido por Jeremías y por Ezequiel no es un aspecto exclusivo de ellos. Véase, por ejemplo, también Am 5,14-15 e Is 1,11-19. Ciertamente es singular su insistencia y el análisis interior que manifiestan. En parte se debe al período dramático en el que ambos vivieron, al menos por algún tiempo; son los años en que el reino de Judá ha perdido la libertad (Jeremías) y de comienzos del destierro babilónico (Ezequiel). En conclusión, escribe Ezequiel: "Si yo digo al injusto: ¡Morirás!, y él se convierte de sus pecados y practica la justicia y el derecho..., vivirá y no morirá" (Ez 33,14-16).

De una manera más bien oscura, a su modo, y sin embargo bien inteligible, subraya un texto gnóstico, al tratar de la caída y de la reconciliación, el aspecto misterioso de todo esto: "Es un misterio de caída, es un misterio que deja de alzarse, gracias al descubrimiento del que ha venido por el que quiere hacer volver. Este retorno se llama conversión" (Evangelio de la verdad 35,18-19).

b) Corazón nuevo. Este aspecto misterioso de la reconciliación no escapó a los profetas. El cambio y la confesión, el reconocimiento de las culpas propias, el alejamiento del mal y la vuelta al Dios abandonado, la reconciliación no son cosas de poca monta; se trata de un cambio profundo e innovador. Pero es un retorno fácil de comprender superficialmente y difícil de realizar. "Convertíos", exclamaba Ezequiel apostrofando a los exiliados, "de todos vuestros pecados..., formaos un corazón nuevo y un espíritu nuevo... Convertíos y viviréis" (Ez 18,30-32). Una mayor reflexión sobre el espíritu humano y sobre la realidad que le rodeaba, junto con la consideración de la grandeza de Dios, lo llevaron fácilmente a comprender cómo aquella conversión-retorno era imposible sin una acción divina profunda en el espíritu humano. La reconciliación es indispensable para el hombre, pero es imposible sin la ayuda divina. Jeremías lo había reconocido en una de sus penetrantes reflexiones: "¿Puede un negro cambiar su piel o un leopardo sus manchas? ¿Y vosotros, habituados al mal, podréis hacer el bien?" (Jer 13,23). Se comprende por qué los profetas expresan la reconciliación lapidariamente con las palabras: "Haz que vuelva y volveré, pues tú eres el Señor, mi Dios" (Jer 31,18).

c) La acción divina. Para los profetas, pues, la reconciliación era no una acción, sino una cadena de acciones, un comportamiento, una vida; tenía exigencias profundas y que involucraban todo el ser. Incluso se dieron cuenta de que aquel retorno era imposible si Dios no había realmente preparado la reconciliación del hombre: "Les daré un corazón capaz de conocerme..." (Jer 24,6); "les daré un solo corazón e infundiré en ellos un espíritu nuevo... para que caminen conforme a mis leyes... Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios" (Ez 11,19-20); y también: "Infundiré en vosotros mi espíritu" (36,26-27). Sólo luego, en el NT, encontraremos intuiciones tan profundas sobre la reconciliación. Se trata, en efecto, de una obra que el hombre inicia, pero no sin una acción divina, y que sólo Dios lleva a cumplimiento; una obra en la cual Dios actúa con el hombre desde el principio al fin: "Pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jer 31,33).

Si en la predicación profética todo está de acuerdo en afirmar que no se puede realizar la reconciliación, y por tanto obtener la salvación, sin una especial intervención divina, en el período del rabinismo, o sea en el posexilio tardío, se abrirá camino una convicción en la cual la confianza total en Dios —característica de los profetas— para una verdadera reconciliación se habrá desvanecido en gran medida; la reconciliación es considerada todavía una acción de Dios en el hombre, pero se afianza la convicción de que, el primado es del hombre: el primero en obrar es el hombre; luego, Dios.

IV. LOS SALMOS PENITENCIALES. La expresión literaria más poética del ansia de reconciliación en el AT, la encontramos en los / Salmos. Religiosamente, la línea espiritual sigue siendo la de los profetas, con los cuales concuerdan en ver el camino de la reconciliación no en prácticas externas, tales como sacrificios, ayunos y formas múltiples de penitencia. En ellos no encontramos una polémica estéril contra tales prácticas ni tampoco una espiritualización unilateral de ellas, sino que constantemente se subraya que lo importante no es colocarse superficialmente en el gran número de los penitentes, sino sentirse personalmente tocados por el Dios que se dirige al particular antes que a la comunidad. De los Salmos se desprende claramente que no es tanto el pecado particular lo que se ha de expiar en el sufrimiento cuanto la necesidad de que la persona del pecador sienta la urgencia de una nueva relación con Dios. En los salmos penitenciales, después de una invocación a Dios, el fiel presenta su estado interior, los motivos de su tormento, entre los cuales el mayor es sentir lejano a su Dios; por eso la parte más extensa suele reservarse a la descripción de los propios males, a la confesión de las culpas propias y a la petición de perdón. En las invocaciones a Dios, del cual se siente lejano de un modo innatural, el salmista no recuerda solamente sus desventuras, sino que intenta enternecer a Dios recordándole la bondad tantas veces demostrada, la fragilidad del hombre, la brevedad de la vida; termina su oración expresando la certeza de ser escuchado, la promesa del agradecimiento, que a menudo incluso se anticipa también con la respuesta divina que asegura al orante. Estos salmos son el núcleo más humano y cautivador de todo el Salterio, pues en ellos se expresa con claridad y sinceridad el esfuerzo del hombre solo, la lenta ascensión a Dios a través del sufrimiento, el sentido profundo de extravío por el alejamiento de Dios y el deseo ardiente y sincero de reconciliación. Se trata de salmos que muy pronto individuó la oración cristiana (son más de una treintena), demostrando hacia ellos sus preferencias, y de los cuales eligió siete, los más sentidos y universales de todos, que al menos desde el siglo tv constituyen un pequeño librito entrañable para todos los cristianos y predilecto también de la liturgia: son los siete salmos penitenciales, a saber: los salmos 6; 32; 38; 51; 102; 130; 143. Entre ellos los más célebres son el Miserere (Sal 51) y el De profundis (Sal 130).

V. LA RECONCILIACIÓN EN EL NT. También en el NT la reconciliación constituye un problema central para el hombre en su indispensable relación con Dios; su necesidad y su naturaleza se ilustran de un modo nuevo, pero además ampliadas a todo el universo.

1. JUAN BAUTISTA. El precursor reanuda la voz de los antiguos profetas con acentos todavía más fuertes, porque siente que la acción definitiva de Dios supera inmediatamente al hombre: "Por aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo: 'Convertíos [metanoeîte]' "(Mt 3,2). La invitación a la conversión va dirigida no sólo a los pecadores y a los paganos, sino también a las personas piadosas que piensan que no tienen necesidad de ello: "Dad frutos dignos de conversión, y no os ilusionéis con decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abrahán" (Mt 3,8). Enseguida se ve que se trata de una reconciliación que debe durar toda la vida. Además, Juan une la predicación con el bautismo, y la presenta como una oferta escatológica de Dios (Mt 3, 7-12).

2. PREDICACIÓN DE JESÚS. También la predicación de Jesús comienza con la misma invitación, a la cual se añade, sin embargo, algo que en parte desconcierta y en parte precisa: "Después de ser Juan encarcelado, Jesús fue a Galilea a predicar el evangelio de Dios; y decía: `Se ha cumplido el tiempo y el t reino de Dios está cerca. Convertíos [metanoeite] y creed en el evangelio"' (Mc 1,15). Los hombres deben escuchar la buena nueva (el evangelio), que establece un diálogo nuevo con Dios; es un diálogo en el cual la intervención de Dios es de primaria importancia; sólo después viene la conversión, la reconciliación del hombre.

Para comprender el contenido de la conversión y reconciliación en el anuncio de Jesús no es posible limitarse a unas cuantas citas, sino que hay que considerar también las diversas parábolas. La reconciliación supone siempre lo que está oculto en la palabra y en la acción de Jesús, a saber: por una parte la presencia de Dios, y por otra el "sí" del hombre caído, que puede aceptar o rehusar. La parábola del sembrador enumera una larga serie de "noes" (Mc 4,1-9). En la reconciliación se ve verificada la ley de la historia de la salvación, según la cual Dios ensalza a los humildes y rebaja a los soberbios (Lc 1,52-53, 1Cor 1,26-28). También la parábola de los invitados a la boda repite la distinción entre los llamados (Mt 22,1ss; Lc 14,16ss).

Las figuras de los dos grupos hacen resaltar la necesidad de la respuesta, pero también la naturaleza de los llamados que responden a la invitación a la reconciliación: unos están al margen de la sociedad religiosa y social. Según el juicio usual y tradicional, saben que no tienen nada que esperar de los hombres, y de Dios no se atreven a esperar nada; son realmente siervos inútiles (Lc 17,10). Se encuentran en condiciones de conocer su poquedad y tienen aquella apertura de mente que corresponde al obrar de Dios. Los dos estados de ánimo emblemáticos son descritos esculturalmente en la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18,9-14), en la prontitud de los apóstoles en secundar la llamada de Jesús y en la negativa del joven rico, que "se fue muy triste porque tenía muchos bienes" (Mc 10,17-22). En la reconciliación, Dios se dirige a cada uno de modo diverso, pero todos se encuentran situados ante el mismo problema.

La esencia de la reconciliación la expresa Jesús, de manera simple y ejemplar, en las dos parábolas del tesoro y de la perla: el pobre jornalero encuentra el tesoro de modo absolutamente inesperado, mientras que el rico comerciante lo encuentra buscando. La fortuna descubierta es para ambos un don por su actividad cotidiana; para ambos el encuentro es fuente de alegría, y en su alegría lo venden todo para adquirir el campo con el tesoro o la perla. Dicho sin imágenes: la invitación a la reconciliación se hace al que es activo; exige una condición de espíritu capaz de comprender y al mismo tiempo de renunciar al resto. La expresión reiterada "vendedlo todo..." es muy densa, y se la debe entender partiendo de la expresión: "El que intente salvar su vida la perderá, y el que la pierda la encontrará" (Lc 17,33; cf Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; Jn 12,25). Para la reconciliación el hombre debe desembarazarse de toda clase de seguridades y posesiones, para entrar sin reservas en la aventura de lo que ha encontrado y construir su historia con la "historia" del Dios con nosotros.

La exigencia de la reconciliación corresponde también al mensaje de la conversión sentido por los profetas, y además con la presencia determinante de Jesús.

VI. LA RECONCILIACIÓN EN LA ENSEÑANZA DE SAN PABLO. La reconciliación perfecta y definitiva la realizó Jesús: "Hay un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, también él hombre" (lTim 2,5). La reconciliación no es más que un aspecto de la / redención, pero hay motivos justificados para considerarla desde este ángulo.

1. LA INICIATIVA DIVINA. El hombre es incapaz de reconciliarse con su creador, del cual se ha alejado, por un conjunto de elementos que forman parte de la historia de la salvación. La acción divina está en el principio de la reconciliación y tiene un efecto decisivo: "Todo viene de Dios, que nos reconcilió con él por medio de Cristo" (2Cor 5,18); cuando éramos enemigos nos amaba, y Cristo ha muerto por nosotros (Rom 5,8-10); el misterio de la reconciliación se une al de la cruz (Ef 2,4).

2. EFECTOS DE LA RECONCILIACIÓN. No sólo Dios no tiene en cuenta el pecado, sino que la acción reconciliadora de Dios "crea una nueva criatura" (2Cor 5,17), porque la reconciliación implica una renovación completa y coincide con la justificación (Rom 5,9-10) y la santificación (Col 1,21-22). De enemigos que éramos por nuestra conducta (Rom 1,30; 8,7), ahora podemos "gloriarnos en Dios" (Rom 5,11), que nos hace comparecer en su presencia sin mancha e irreprensibles (Col 1,22). Cristo es así nuestra t paz, por habernos reconciliado con Dios en un único cuerpo "por medio de la cruz, destruyendo en sí mismo la enemistad...; por él tenemos acceso al Padre en un mismo espíritu" (Ef 2,14-18).

3. EL MISTERIO DE LA RECONCILIACIÓN. Como el misterio de la salvación, también el de la reconciliación ha tenido ya cumplimiento por parte de Dios; pero por parte del hombre prosigue hasta la parusía. Por eso san Pablo puede en cierto modo definir la actividad apostólica como un ministerio de reconciliación: "Pues Dios, por medio de Cristo, estaba reconciliando el mundo, no teniendo en cuenta sus pecados y haciéndonos a nosotros depositarios de la palabra de la reconciliación" (2Cor 5,19). De ahí la apremiante exhortación del apóstol: "En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios" (2Cor 5,20). En su ministerio los apóstoles se aplicarán a ser los artífices de la paz que anuncian (2Cor 6,4-13).

La reconciliación es un misterio, como ya lo habían entrevisto los profetas. El hecho de que Dios sea el autor primero y principal de la reconciliación no induce a creer que el hombre tenga una parte meramente pasiva; debe acoger el don divino de la reconciliación. La acción divina sólo se realiza en quienes la acogen con fe operante.

Al unísono con el pensamiento de san Pablo, afirma un antiguo texto cristiano: "El fin consiste en conocer a aquel que está oculto. Y éste es el Padre, del cual proviene el principio y al cual volverán todos los que de él provienen" (Evangelio de la verdad 38, lss; cf 1Cor 15,24-28).

4. LA RECONCILIACIÓN UNIVERSAL. Probablemente cuando Pablo escribía que la "pérdida" de los judíos "ha servido para la reconciliación del mundo" (Rom 11,15), y que "Dios, por medio de Cristo, estaba reconciliando el mundo" (2Cor 5,19), tenía presentes sobre todo a los hombres. Pero en las cartas de la cautividad (/ Col, / Ef) el horizonte del apóstol se ha ampliado; en estas cartas la reconciliación, como todo lo hace creer, designa la salvación colectiva del universo. Después de la plena reconciliación con Dios, los seres se reconcilian entre sí: "En él quiso el Padre que habitase toda la plenitud. Quiso también por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, tanto las de la tierra como las del cielo, pacificándolas por la sangre de su cruz" (Col 1,19-20). También el mundo material es solidario del hombre en la reconciliación, como lo fue en su caída. Enlazamos con el pensamiento expresado en la carta a los / Romanos: "La creación fue sometida al fracaso no por su propia voluntad...; la misma creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rom 8,20-21). Del mismo modo es sometido a Cristo aquel turbio y oscuro mundo de las potencias intermedias enemigas del hombre: "Destituyó a los principados y a las potestades..." (Col 2,15), contra las cuales lucha el cristiano con "la armadura de Dios" (Ef 6,12-13).

5. RECONCILIACIÓN ENTRE JUDÍOS Y GENTILES. San Pablo corona su enseñanza sobre la reconciliación ilustrando la acción de Cristo "nuestra paz": los gentiles son integrados en el pueblo elegido por el mismo título que los judíos; la época de la separación y del odio ha terminado. Todos los hombres forman ya, dice Pablo, un solo gran templo y un solo cuerpo en Cristo, el cual creó en sí mismo de los dos un solo "hombre nuevo" y estableció la paz. "Con su venida anunció la paz a los que estabais lejos y a los que estaban cerca" (Ef 2,14-18) [/ Pueblo/ Pueblos].

BIBL.: AA.VV., Grandi temi biblici, Edizioni Paoline 19694; AA.VV., La conversión (metánoia), inicio y forma de la vida cristiana, en Mysterium salutisV, Cristiandad, Madrid 1984, 109-123; AA. V V., Reconciliación, en DTNT IV, Sígueme, Salamanca 1980, 36-48; AA.VV., Con-versión, penitencia, arrepentimiento, en DTNT 1, Sígueme, 1980, 331-338; BEHM J.-WURTWEIN E., metanoéo, metánoia, en GLNT VII, 1106-1195; BOCHSEL J., katalásso, katallaghé, en GLNT I, 680-693; CULMANN O., Christologie du Nouveau Testament, Neuchátel 1958; ID, Las primeras confesiones de la fe cristiana, en La fe v el culto en la Iglesia primitiva, Stvdium, Madrid 1971, 63-121; DELORME J. (dir.), El ministerio y los ministerios según el NT, Cristiandad, Madrid 1975; POHLMANN H., Die Metanoia als Zentralbegriff der christlichen Frómmigkeit, Leipzig 1938. SJOBERT, Gott und Sünder in paldstinischen Judentum, Stuttgart 1938; WOLFF, Das Thema Umkehr in der alttestamentilichen Prophetie, en "ZTK" 48 (1952) 129-148.

L. Moraldi