PUEBLO/PUEBLOS
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SUMARIO: I. Pueblo de Dios, realidad histórica y categoría teológica: 1. Constitución del pueblo; 2. Ejército; 3. Comunidad de Yhwh; 4. Nuevo pueblo de Dios. II. Estructuras socio-políticas del pueblo: 1. La teocracia; 2. La monarquía; 3. La democracia. III. El pueblo en relación con Dios: 1. La elección; 2. La alianza-compromiso. IV. Relaciones del pueblo en su interior. V. El pueblo de Israel frente a los demás pueblos. VI. El pueblo de Israel y la tentación del particularismo. VII. Política internacional. VIII. Los "goyim "y los oráculos contra las naciones: 1. Amós; 2. Isaías; 3. Jeremías; 4. Ezequiel. IX. Tabla de los pueblos. X. La representación monogenista de los orígenes de la humanidad. XI. Los no cristianos. XII. La perspectiva universalista mesiánico-escatológica.


I. PUEBLO DE DIOS, REALIDAD HISTÓRICA Y CATEGORÍA TEOLÓGICA. El concilio Vaticano II, al presentar la Iglesia en la historia de la salvación en el número 9 de la Lumen gentium, dice expresamente: "Del mismo modo que ya Israel según la carne, peregrino por el desierto, es llamado Iglesia de Dios (2Esd 13,1; cf Núm 20,4; Dt 23,1ss), así también el nuevo Israel de la era presente, que camina en busca de la ciudad futura y permanente (cf Heb 13,14), se llama también Iglesia de Cristo..." El pueblo hebreo fue señalado como ecclesia Dei. El texto griego de la Biblia (los LXX) para traducir la expresión quehal Yhwh utiliza los términos synagóghé y ekkMsía del Señor. Para comprender el significado de esta expresión es de gran utilidad conocer la historia del pueblo de Dios, que atraviesa el desierto para ir hacia la tierra prometida.

Mientras que el Génesis trata de Dios, del mundo y del hombre, el Éxodo de la redención y de la alianza, el Levítico de la liturgia y el Deuteronomio de los principios de la moral, el libro de los Números es en particular un tratado sobre el pueblo de Dios (o Iglesia) y sobre su progreso espiritual.

La visión del pueblo de Israel descrito en su formación y en sus instituciones aparece bajo un triple aspecto.

1. CONSTITUCIÓN DEL PUEBLO. El pueblo de Dios está siempre articulado en tribus, clanes y familias. En el libro de los Números hay diversos textos que nos hablan de los censos hechos por Israel para tomar conciencia de su vinculación a / Jacob y a / Abrahán como único pueblo de Dios. El autor sacerdotal, que escribió gran parte de este libro, quiere darnos a conocer la naturaleza y el papel del pueblo de Dios. Se trata de una raza, de un ejército dispuesto al combate y de una comunidad sagrada. Los "hijos de Israel" son censados siempre por tribus, clanes y familias, de manera que cada una de las personas se encuentra vinculada a Jacob y a los patriarcas que recibieron la promesa divina. El número enorme de hombres censados permite subrayar la extraordinaria fecundidad del pueblo elegido (Gén 12,2; 13,16; 46,27). El pueblo aparece como la "comunidad de los hijos de Israel" descendientes de Jacob, heredero de la promesa, que había bajado a Egipto en número escaso, pero que se había convertido luego en una gran muchedumbre (Núm 1,46; 11,21).

2. EJÉRCITO. En él se calculan solamente los hombres aptos para las armas (Núm 1,3). Las doce tribus están articuladas en cuatro batallones, que forman con los levitas cinco campamentos romanos dispuestos a intervenir en la / "guerra santa" [III, 1]. Sus objetivos son la conquista de la tierra prometida, pero también el exterminio del mal y del pecado. Esta acción de guerra es considerada más bien como un acto sacerdotal que como una operación militar. No se trata de conquistar un territorio ni de vencer a unos adversarios, sino de eliminar el mal castigando a todos los que "enseñaron el sacrilegio contra Yhwh" (v. 16) y de preservar al pueblo de la contaminación del pecado. Su objetivo es igualmente la victoria en el combate escatológico anunciado por los oráculos de Balaán.

La perspectiva es escatológica, porque Israel no es un pueblo como los demás; es "un pueblo que vive aparte y que no se puede contar entre las naciones", ya que "Yhwh, su Dios, está con él". De esta manera el ejército es algo muy distinto de un ejército: es la "comunidad de Yhwh".

3. COMUNIDAD DE YHWH. Israel es un pueblo distinto de las demás naciones; por eso, de ordinario, no se le indica con el término "pueblo" (am), sino con el término "comunidad" ('edah).

El término `am en la Biblia hebrea es frecuente en los libros históricos y proféticos; pero es raro.en el libro de los Números, donde lo encontramos sobre todo en las capas yahvistas y elohístas. Los términos "nación" y "pueblo" en el AT son más bien correlativos que verdaderos sinónimos. Solamente en algunos casos góy (nación) y `am (pueblo) son intercambiables. También la frecuencia con que estos términos se usan tiene su importancia: el término `am se utiliza 1.800 veces, y góy 500 veces.

Algún biblista ha observado justamente que el término góy o nación indica un grupo, entendido en términos de afiliación política y territorial, mientras que `am o pueblo caracteriza a un grupo en términos de consanguinidad. Sobre esta base, Israel era tanto una nación como un pueblo; pero la importancia de Israel es claramente de carácter más religioso que político.

La versión griega de los LXX, al traducir la palabra hebrea `am, sigue una orientación precisa cuando utiliza el término laós; designa como laós al pueblo hebreo, mientras que los demás pueblos son indicados por éthné, traducción del término goyim.

El término `edah, usado 16 veces en Josué y en Jueces, es muy raro en los textos anteriores al destierro, pero se encuentra frecuentemente en los textos posexílicos. Con este término se indica a la comunidad de Israel, a la comunidad de los hijos de Israel o también a la comunidad de Yhwh. Su uso con artículo, sin complemento, la comunidad, no indica sino al pueblo israelita en cuanto que está vinculado a Yhwh, como el equivalente griego synagóghé. Cuando es convocada o reunida por Dios o por su palabra, la comunidad lleva el nombre de qahal (asamblea): "La asamblea de la comunidad de los hijos de Israel" o "la asamblea de Yhwh". Así esta palabra llega a ser casi sinónimo de `edah. Mientras que los traductores griegos del libro de los Números la traducen también por synagóghé, los traductores de Josué y Jueces la traducen generalmente con ekklésía (iglesia), que tiene siempre un significado religioso.

En el libro de los Números, con ocasión del relato sacerdotal de la rebelión de Coré (c. 16), se lee una espléndida descripción de la qahal: "Se amotinaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: `¡Esto ya es demasiado! Si todos los miembros de la comunidad (`edah) son santos (gedosim) y el Señor está en medio de ellos, ¿por qué os levantáis vosotros por encima de toda la asamblea del Señor?(qehal Yhwh)?'"(v. 3). La palabra qahal tiene aquí el sentido de comunidad, pero es claramente sagrada: sus miembros son "santos" (qedosim) y la presencia del Señor está en medio de ellos. En este mismo relato, que supone una asamblea in actu, reunida en torno a la tienda y asistiendo a una función litúrgica, qahal indica expresamente en el versículo 33 la reunión de todo el pueblo.

Si se exceptúa este caso, que pertenece a la tradición sacerdotal, en otros lugares de los libros históricos qahal significa siempre comunidad, agrupación; pero no en sentido litúrgico, como sucede por el contrario en la tradición deuteronomista, donde qahal está constituido por estos cuatro elementos: convocatoria, presencia de Yhwh, ley y sacrificio. Cuando la asamblea se reúne para celebrar una fiesta litúrgica, se llama migra' gódes (convocación santa), por la santidad de su objeto. La presencia del Señor en medio del pueblo se manifiesta por la nube que cubre el tabernáculo, especialmente cuando Dios quiere hablar al pueblo. Lo precede en su camino y le da la orden de partir o de detenerse, retirándose en señal de castigo. Presente además en medio de su pueblo a través de su miskan (morada), Yhwh es su rey, puesto que es su protector, su guía y también su padre.

En relación con Yhwh se definen igualmente las funciones, la dignidad, las prerrogativas y los deberes de los diferentes miembros del pueblo de Dios, cuya jerarquía se basa en los carismas, las consagraciones rituales, las funciones sagradas, el celo y las virtudes, más que en relación con el nacimiento, la fuerza y las cualidades humanas, como ocurre en el resto de los pueblos.

4. NUEVO PUEBLO DE Dios. Al leer el NT nos damos cuenta de que la / Iglesia es llamada "nuevo pueblo de Dios" en relación con el "antiguo pueblo de Dios", que era Israel. Lucas, Pablo, Pedro y los demás escritores del NT utilizan la expresión de los LXX: laós theoú (pueblo de Dios). Esta expresión se encuentra en el NT 140 veces; de ellas, 80 veces tan sólo en los escritos lucanos.

Si Cristo es el cumplimiento al que tienden la ley y los profetas, la comunidad de Cristo es el verdadero laós theoú, como es el verdadero Israel de Dios (Gál 6,16), la verdadera semilla de Abrahán (Gál 3,29), la verdadera circuncisión (Flp 3,3), el verdadero templo (lCor 3,16), el verdadero qehal Yhwh; la Iglesia es el verdadero laós de Dios.

En la primera carta de Pedro leemos un párrafo particularmente sintético en donde el apóstol, para describir la Iglesia como pueblo de Dios, recoge expresiones típicas que se usaban en el AT para indicar a Israel: "Vosotros, por el contrario, sois linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, para anunciar las grandezas del que os ha llamado de las tinieblas a su luz maravillosa: los que en un tiempo no erais pueblo de Dios, ahora habéis venido a ser pueblo suyo; habéis conseguido misericordia los que en otro tiempo estabais excluidos de ella" (1 Pe 2,9-10). Es fácil reconocer el origen de las expresiones "linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada", que provienen de Ex 19,6, mientras que las últimas expresiones están sacadas de Os 1,6.9; 2,1.23.

II. ESTRUCTURAS SOCIO-POLÍTICAS DEL PUEBLO. Desde el punto de vista socio-político, el pueblo de la antigua alianza se presenta como una realidad muy compleja en el curso de la historia. Son tres las estructuras que parecen deducirse de él: la teocracia, la monarquía, la democracia [/ Mesianismo III-IV; / Política 1].

1. LA TEOCRACIA. La teocracia consiste en la convicción, y consiguientemente en un modo de vivir, según el cual se ve a Dios como único guía y único señor del pueblo. Es ésta una estructura no exclusiva del pueblo hebreo, ya que todos los pueblos del Medio Oriente antiguo tenían la convicción de que Dios era su rey y que se servía de unos hombres considerados como divinidades; por ejemplo, en Mesopotamia y en Egipto.

Se trata de una estructura utilizada particularmente en la época nómada de Israel, cuando su organización se basaba en el parentesco de sangre y en la unión de las diversas tribus que sentían a Yhwh como su Dios. El Dios del pueblo es un Dios que lo guía, que no se queda fijo en un lugar, sino que acompaña al pueblo en sus desplazamientos, habitando en medio de su pueblo y combatiendo a su lado. El Israel del desierto es una comunidad cultual en torno a la tienda, morada de Dios, en el centro del campamento; es un ejército en el campo de batalla, conducido por Dios, que combate al frente de ellos.

Pero la Biblia nos ha conservado también el relato dramático de la aparición de la monarquía en Israel.

2. LA MONARQUÍA. La monarquía nació en Israel en tiempos de Samuel (al final de la época de los jueces, en el siglo xl a.C.), y mientras que al principio surgió de acuerdo con "los derechos de Yhwh", poco a poco se fue haciendo laica. De todas formas, Israel no consideró nunca al rey —al estilo de los demás pueblos que le rodeaban— como un dios; era más bien como un delegado suyo, un representante suyo en la tierra. La monarquía es una fuerza organizativa socio-política nueva. Para el hebreo, el Estado es el reino, y por tanto la forma normal es la mamlaka (reino). La época monárquica, que a continuación se consideró siempre como la época ideal para Israel, fue la davídico-salomónica, época en la que parecían haberse realizado las promesas hechas por Dios a los padres.

Después de la muerte de Salomón tuvo lugar la división de las "dos casas de Israel", el reino del norte y el reino del sur. El primero cayó con la destrucción de Samaría en el 721 a.C.; el segundo sobrevivió todavía dos siglos, hasta la deportación del pueblo a Babilonia, en el 587 a.C.

3. LA DEMOCRACIA. La democracia es otra característica estructural de Israel, que lo acompañará a lo largo de toda su historia. Será siempre el pueblo el que determine cada toma de posición por parte de la autoridad. El pueblo tiene derecho a hablar, a estar presente en las decisiones que le atañen y a ser escuchado.

Antes de la monarquía las grandes decisiones se tomaban siempre a través de consultas populares. Moisés, en el Sinaí, selló la berit (alianza) tan sólo después de haber convocado a los "ancianos del pueblo". Josué, después de la entrada de las tribus en Canaán, discutió en Siquén "con los ancianos, los jefes y los inspectores del pueblo" los problemas religiosos y políticos del momento. Después de una reunión de "todo Israel", Samuel aceptó ser "juez" del pueblo (l Sam 7, 5-7). Pero después de la muerte de Salomón, mientras duró la división del reino, fue disminuyendo cada vez más la autoridad del pueblo. Sin embargo, los profetas, además de ser "hombres de Dios", fueron también "hombres del pueblo", capaces de representar la voluntad popular, portadores de las instancias del pueblo, y contribuyeron así a impedir todo absolutismo despótico por parte del rey.

El principio democrático fue respetado siempre incluso en la concepción bíblica del ministerio. En fecto, los que tenían una función particular eran siempre sacados del pueblo. Por ejemplo, el profeta será tomado "de en medio de tus hermanos" (Dt 18,15.18); el sacerdote y el rey son nombrados por el pueblo. "Pondrás por rey a uno de tus hermanos" (Dt 17,15). Además, son considerados como un don de Dios para el pueblo. El mismo servicio de Dios al que están dedicadas estas personas se realiza siempre para la salvación del pueblo.

Pero todavía es más complejo determinar las estructuras del nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia del NT. Es necesario recorrer cada uno de los escritos del NT para ver cuál es la descripción de la Iglesia que allí se hace. Lucas, por ejemplo, es testigo de las estructuras comunitarias distintas que se iban determinando a partir de las exigencias concretas de la evolución de la comunidad primitiva. No cabe duda de que están presentes las dos dimensiones —la estructura carismática y la estructura jerárquica—, como aparece por ejemplo, en las cartas paulinas a la Iglesia de Corinto, por una parte, y en las pastorales, por otra.

III. EL PUEBLO EN RELACIÓN CON DIOS. El pueblo de Israel tiene su propia consistencia en sí mismo y en relación con los demás pueblos por el hecho de vivir en una relación particular con Dios. "Yo soy vuestro Dios y vosotros sois mi pueblo" es la fórmula típica de la alianza, que resume esta relación y que gira en torno a dos elementos: la elección y la alianza.

1. LA ELECCIÓN. Uno de los nombres con que todavía hoy se indica a Israel es el de pueblo elegido. En efecto, el verbo babar (elegir) aparece a menudo, especialmente en el Deuteronomio, para hablar de las relaciones particulares que Dios establece con su pueblo. Es un verbo que indica elegir, preferir, amar de una forma especial.

Hay en la Biblia un texto sintético que resume los términos y el motivo de fondo de esta / elección. "Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios. El Señor, tu Dios, te ha elegido para pueblo suyo entre todos los pueblos que hay sobre la tierra. El Señor se fijó en vosotros y os eligió, no por ser el pueblo más numeroso entre todos los pueblos, ya que sois el más pequeño de todos. Porque el Señor os amó y porque ha querido cumplir el juramento hecho a vuestros padres, os ha sacado de Egipto con mano poderosa y os ha liberado de la casa de la esclavitud, de la mano del faraón, rey de Egipto" (Dt 7,6-8). De aquí aquel conjunto de expresiones que muestran al pueblo como "propiedad de Dios". Dios ha "adquirido a Israel para sí" (Ex 15,16), lo ha "tomado" de la mano (Jer 31,32), lo ha "rescatado" (Dt 7,8), lo ha "liberado" de la esclavitud de Egipto" (Ex 6,6). De aquí surge también la idea de "separación" de Israel de Egipto y de los demás pueblos (Lev 20,24.26). "Cuando el Altísimo distribuyó su herencia entre los pueblos, cuando dividió a los hombres, estableció las fronteras de los pueblos según el número de los hijos de Israel. La porción del Señor fue su pueblo; Jacob, la parte de su herencia" (Dt 32,8-9).

El signo de la separación de los demás y de la pertenencia a Dios es la circuncisión. La tradición sacerdotal en Gén 17,11 la presenta en el contexto de la alianza entre Dios y Abrahán. La circuncisión aparece allí como el signo de esta particular elección y amor de Dios por los miembros de su pueblo.

Las imágenes que utiliza el AT para mostrar este vínculo. especial son muchas. Además de "la propiedad" o "la plantación de Dios", encontramos: "la viña" (Is 5,1-7), la "vid"(Jer 2,21), el "rebaño" (Is 40,11; Sal 95,7), el "hijo" (Sab 18,13) y la "esposa" de Yhwh (Os 2,17). Se trata de conceptos que aparecen también en el NT aplicados a la Iglesia y recogidos luego más tarde por el magisterio eclesiástico.

2. LA ALIANZA-COMPROMISO. Es el núcleo del mensaje bíblico. Se resume en la fórmula de la / alianza que ya hemos citado. Los antiguos consolidaban su amistad y su colaboración por medio de alianzas. De formas diversas, pero bastante significativas, la Biblia utiliza también esta categoría para expresar la relación existente entre Yhwh y su pueblo: "Hoy habéis comparecido todos ante el Señor, vuestro Dios: vuestros jefes de tribu, ancianos..., con el fin de comprometerse, bajo juramento, en la alianza que el Señor, tu Dios, hace hoy contigo; a ti te constituye hoy en pueblo suyo y él se constituye para ti en tu Dios, según se lo prometió y juró a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob" (Dt 29,9-12).

Hay tres términos en la Biblia que aparecen en los contextos de alianza y en los que vale la pena centrar la atención: a) yada` (conocer): significa que lo mismo que Dios conoció y reconoció a Israel, así ahora el pueblo tiene que conocer y reconocer solamente a Yhwh como Dios suyo; b) 'ahab (amar): Dios éscogió a su pueblo como "propiedad" suya porque lo amó; así también Israel tiene que responder a la alianza observando el gran mandamiento: "Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6,5); c) hesed (fidelidad y amor): es el contenido de la alianza, tanto por parte de Dios, que es "rico en amor (hesed) y en fidelidad ('emet)", como por parte del pueblo: "Porque yo quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, y no holocaustos" (Os 6,6).

IV. RELACIONES DEL PUEBLO EN SU INTERIOR. La unidad interna del pueblo queda asegurada por algunos elementos comunes, como la unidad de estirpe, de instituciones, de destino, una patria común, la unidad de lengua como vehículo de una cultura y de una concepción común del mundo, la unidad religiosa que va del culto a un solo Dios hasta una forma común de ofrecer sacrificios. Los que luego hacen más fáciles y favorecen estas relaciones dentro del pueblo son los sacerdotes, que tienen la función primaria de servir a Yhwh y de "estar en su presencia"; los profetas, llamados y enviados por Dios con la misión concreta de comunicar al pueblo sus deseos, de ayudar al pueblo a captar en los acontecimientos históricos la lógica de Dios; los jefes del pueblo, que a lo largo de la historia fueron asumiendo diversas fisonomías. Pero lo que en la antigua alianza asegura sobre todo las relaciones dentro del pueblo es la tórah (ley), que es el verdadero corazón de la vida del pueblo. Moisés la recibió de Dios como guía segura para el camino de Israel. De manera particular el Deuteronomio ve en la observancia de la ley la esencia misma de la religión y de la ética hebrea.

Más tarde la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se mantiene unida, no sólo gracias al crecimiento espiritual que le garantiza la presencia del Espíritu, sino también por las diversas funciones comunitarias que enumeran los escritos del NT, particularmente las epístolas paulinas, y que van desde los apóstoles hasta los evangelistas, los maestros, los pastores...

En el NT se describe la Iglesia como una comunidad jerárquica. Su cabeza es Cristo, pero representado por los responsables de la comunidad, cuya actividad no debe ser ejercida como la de los poderosos de este mundo, sino como la de Cristo, teniendo que ser esencialmente servicio. Por eso Pablo dice repetidas veces que está al servicio no solamente de Cristo, sino también de la Iglesia.

V. EL PUEBLO DE ISRAEL FRENTE A LOS DEMÁS PUEBLOS. En el momento mismo en que Dios escoge a un pueblo como su predilecto, los demás pueblos quedan excluidos de la elección. De este modo el pueblo de Dios aparece diferenciado de los demás pueblos.

Lo primero que hay que captar de las relaciones del pueblo elegido con los otros pueblos es su compromiso de aislarse de ellos, de no contaminarse con los pueblos paganos. La idea de separación aparece subrayada especialmente en la tradición elohísta: "Es un pueblo que vive aparte, que no se cuenta entre las naciones" (Núm 23,9); pero es recogida y elaborada por el Deuteronomio y encontrará un desarrollo ulterior en las corrientes nacionalistas que brotaron después del destierro.

La separación religiosa de los demás pueblos mueve además a Israel a practicar con empeño el herem (el anatema), que consiste en destruir por completo a la población de las ciudades vencidas, incluidos los ancianos, los niños y los mismos animales [/ Guerra santa III, 1.3]. Pues bien, semejante manera de obrar, que nos repugna a nosotros, era común entre los pueblos antiguos y asumía además un significado cultual, ya que indicaba la ofrenda en sacrificio al propio dios de todo lo que se le sustraía al dios del pueblo enemigo derrotado. Israel tiene que destruir todo lo que pertenece a los pueblos paganos para evitar contaminarse con ello, ya que es "un pueblo consagrado al Señor" (Dt 7,1-6).

Este aislamiento de los demás pueblos es consecuencia de su elección y un polo de esa dialéctica particularismo-universalismo que acompañará a Israel a lo largo de toda su historia. Siempre que Israel intentó acercarse a los demás pueblos —intentando actuar "al modo de los egipcios" o "al modo de los cananeos", o bien haciendo "lo que hacían los pueblos paganos, que Yhwh había desechado frente a los israelitas"—, eso supuso para él un fracaso. En los tiempos sucesivos al destierro, bajo la dirección de Esdras y Nehemías, el pueblo continuó la línea de este nacionalismo religioso.

Las mismas actitudes de Jesús al comienzo de su misión parecen resentirse de esta mentalidad particularista: "El respondió: `No he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel' "(Mt 15,24). "El le respondió: `Deja que se harten antes los hijos, que no está bien tomar el pan de los hijos para echárselo a los perros"' (Mc 7,27).

Pero junto a este elemento aparece también la conciencia que Israel siempre tuvo de haber sido creado en favor de los demás pueblos. La capa más antigua del Pentateuco se debe al yahvista, a quien podemos definir como "el teólogo de la salvación universal". El yahvista quiere demostrar que la historia de Israel es una historia de salvación para toda la humanidad, y lo hace poniendo antes de la historia de Israel una larga introducción sobre los orígenes del mundo y del hombre (Gén 2-11).

Si atendemos a la revelación bíblica en su conjunto, nos damos cuenta de que ha sido siempre ésta la pedagogía de Dios: escoger a un pueblo para llevar la salvación a todos los hombres. La elección de Israel no es tanto un privilegio de algunos como una tarea en favor de todos. Una tarea que Yhwh ejerce por medio de un pueblo particular en el que hace resplandecer su gloria y su poder.

Los dos profetas del destierro, el Déutero-Isaías y Ezequiel, repiten en todos los tonos (Ez 37,27; Is 43,10ss) que la llamada y la elección de Israel fue realizada por Dios para que todos los pueblos pudieran reconocer que él es Yhwh, y ningún otro. La expresión "Israel, pueblo sacerdotal" significa en el fondo esta misión suya de ser un pueblo mediador universal de salvación, mediante el cual quiere el Señor salvar a todos los hombres. Israel sintió siempre esta función suya de pueblo misionero, pero esta conciencia se acentuó especialmente después del destierro, cuando la experiencia de mezcla con los demás y de diáspora le hizo conocer mejor a su Dios como un Dios al que pertenecen todos los pueblos.

Las formas de pertenencia de los demás pueblos al pueblo de Israel son muy variadas, y van desde la sumisión de los paganos al dominio de Israel hasta su incorporación al pueblo de Dios y su participación en el culto de Israel (cf 56,3ss). La traducción griega de los LXX, con su fuerte acentuación universalista, es especialmente testigo de este compromiso misionero.

El fenómeno de la diáspora (dispersión) de Israel en medio de los otros pueblos comienza con el destierro de Babilonia y se prolongará a lo largo de toda su historia. Será una característica del judío ser "peregrino y extranjero" en medio de los demás pueblos. Y ésta sigue siendo igualmente la situación fundamental del cristiano: vive en este mundo, pero con la actitud de quien se siente huésped y extranjero, esperando ser conducido de nuevo a la unidad, precisamente como el antiguo pueblo de Israel.

La Iglesia primitiva se presenta como una comunidad abierta a todo, a pesar de las dificultades que le plantean sobre todo los llamados "judaizantes", los cuales pretenden que los paganos, para hacerse cristianos, tienen que pasar primero a través de la ley de Moisés.

Los apóstoles habían recibido del Señor resucitado la misión de predicar el evangelio a todos los hombres para obtener el perdón de los pecados. Y Lucas recoge, al comienzo de los Hechos, el programa confiado a los apóstoles: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para que seáis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra" (He 1,8).

La iniciativa de abrirse a los paganos es presentada por los Hechos como tomada por el mismo Espíritu Santo (He 10,10ss). Y será precisamente Pablo, antiguo perseguidor de los cristianos, el que se convierta en "apóstol de las gentes" y el que afirme insistentemente que el bautismo, al hacernos "nuevas criaturas" e "hijos de Dios", realiza la verdadera comunidad escatológica vislumbrada ya por los profetas, especialmente por Jeremías y Ezequiel.

VI. EL PUEBLO DE ISRAEL Y LA TENTACIÓN DEL PARTICULARISMO. La dialéctica particularismo-universalismo que acompañó al pueblo de Israel a lo largo de toda su historia y de la que hablamos en el párrafo anterior, hizo sentir algunas veces a Israel con gran fuerza la tentación de encerrarse dentro de sí mismo, es decir, la tentación del particularismo.

La necesidad de oponerse al paganismo, a su mentalidad, a su culto, tanto en los tiempos bíblicos como en los posbíblicos, continuó en la secta de los fariseos y de los esenios; la reacción frente al antisemitismo, a veces meramente inconsciente, en la época moderna ha movido muchas veces a Israel a encerrarse en sí mismo y a vivir durante algunos siglos aquella experiencia tan triste que se llama "el gueto".

Ya el profeta / Jonás, que se enoja porque Dios se muestra benévolo y misericordioso con los ninivitas, encarna el particularismo de los judíos tras el destierro, los cuales esperan el día de Yhwh y se escandalizan de que Dios no extermine a los pueblos paganos según las previsiones de los profetas. Esdras y Nehemías deciden la separación de Israel de todos los extranjeros: "Reconoced vuestra culpa ante el Señor, Dios de nuestros padres, y cumplid su voluntad: separaos de las gentes paganas y de las mujeres extranjeras" (Esd 10,11-12). El esfuerzo por ser judíos a toda costa en oposición a los demás pueblos los movió a un rígido separatismo, aunque esto no afectó a todos los judíos, como puede deducirse de algunas fuentes bíblicas. En efecto, Nehemías vive un momento histórico en que era necesario insistir en la unidad del pequeño grupo hostilizado por todas partes; Daniel y los Macabeos viven en una situación histórica particular de resistencia y de oposición al paganismo imperante que intenta acabar con el hebraísmo.

Pero el hebraísmo en su historia bimilenaria ha demostrado siempre interés por las civilizaciones con que entraba en contacto. De su encuentro y de sus choques con las civilizaciones se aprovechó para ampliar y enriquecer su propia cultura; todo ello hasta el momento en que quedó bloqueado a principios del siglo xvi por el gueto, que obligó a los judíos de Europa a vivir en un ámbito cerrado y sin la posibilidad de comunicarse con el mundo exterior. Después de tres siglos, al comienzo de la época moderna, a los judíos no les quedaban más que dos caminos abiertos: o integrarse en los demás pueblos, con el riesgo de perder su propia identidad hebrea, o conservar su propia identidad abandonando el gueto y procurando integrarse lo mejor posible. Pero todos los intentos de asimilación o de integración quedaron bloqueados por el antisemitismo, que reforzó la tendencia separatista del hebraísmo, y por lo que más tarde sería llamado el "sionismo", es decir, la convicción de que los judíos, para conservar y manifestar plenamente su propia diversidad, tienen que reunirse en un territorio y poner fin a la diáspora. De este modo comenzó el fenómeno moderno del regreso a la tierra de los padres y el nacimiento del Estado de Israel.

No es posible olvidar los lazos religiosos e históricos entre el pueblo hebreo y el país de los patriarcas a la hora de comprender esta exigencia de los judíos de volver a la tierra de sus padres a fin de conservar también en su propia tierra la identidad de pueblo elegido, que espera alcanzar algún día la Jerusalén celestial. Se trata de una dimensión "terrena", que no es posible olvidar cuando se hace una teología cristiana del judaísmo, aun cuando se trate de un problema delicado por sus obvias implicaciones políticas. Es preciso comprender tan sólo que la individuación histórica y geográfica de Israel es esencial también para su misión en la historia de la salvación de los hombres.

Pero si recorremos hacia atrás la historia del pueblo de Israel, nos damos cuenta de que, a pesar de la tentación del particularismo, ya desde sus primeros orígenes el hebraísmo tuvo siempre una tendencia universalista. Su particularismo no excluye necesariamente el universalismo; los dos pertenecen esencialmente a la historia de la salvación. Dios no salva a la humanidad en general; salva a este pueblo, y a través de este pueblo alcanza también a todos los demás pueblos.

VII. POLÍTICA INTERNACIONAL. El pueblo de Israel no vive fuera de la realidad histórica; por eso ya desde el comienzo de su historia mantuvo con otras naciones relaciones que le hicieron emprender una auténtica política internacional. La mayoría de las veces estas relaciones fueron de carácter belicoso y hostil, ya que Israel tuvo que defender su originalidad y su identidad, especialmente religiosa, entre las naciones paganas. Basta recorrer un momento su historia: la esclavitud en Egipto, cuando no era todavía un pueblo unido; las guerras con las diversas poblaciones cananeas antes de establecerse definitivamente en la tierra prometida; los encuentros con potencias internacionales como Egipto, Asiria, Babilonia, especialmente durante la época de la monarquía; los conflictos de la época de los Macabeos; finalmente, la persecución por parte de Roma del cristianismo inicial. Pero además de esta cara de la moneda hemos de pensar en la otra.

Dios tuvo desde siempre proyectos sobre todas las naciones, de las que es Dios universal, como nos lo recuerda el gracioso relato posexílico de Jonás. Isaías presenta a Asiria como instrumento en manos de Dios, de castigo y de destrucción de los reinos de Israel y de Judá: "¡Ay de Asiria, vara de mi cólera, bastón que blande mi furor! Yo la enviaba contra una nación malvada; la mandaba contra un pueblo que me ha irritado, para robarlo, saquearló y pisotearlo como el lodo de las calles...." (Is 10,5-6). Asiria fue también instrumento de la ira de Dios contra Israel.

Pero Dios se sirve además de algunos paganos para la realización de sus proyectos. En el Déutero-Isaías, el rey Ciro recibe el calificativo de "ungido del Señor" (Is 41,1-5), ya que permitirá a los israelitas el retorno a la patria. Algunas mujeres, como Tamar, Rajab y Rut, representan un papel importante en la preparación de la venida del mesías y fueron insertadas más tarde por Mateo en la genealogía de Jesús (Mt 1,1-5).

VIII. LOS "GÓYIM" Y LOS ORÁCULOS CONTRA LAS NACIONES. En casi todos los profetas encontramos oráculos contra los enemigos tradicionales de Israel (cf Am 1-2; Is 13,27; Jer 46-51; Ez 25-32). Se trata de una praxis que se remonta a los tiempos más antiguos: cf, por ejemplo, los textos egipcios de execración (siglo xIx a.C.) con los que se maldecía a los pueblos enemigos; cf también los oráculos de Balaán contra Israel (Núm 22-24). La finalidad de estos oráculos no era únicamente de carácter histórico-político, es decir, mostrar cuáles eran los enemigos de Israel en la época de los profetas, sino también, y sobre todo, de carácter religioso, esto es, señalar las dificultades con que tropezó Israel para mantenerse como pueblo elegido, como mediador de una salvación universal.

1. Amós. El ejemplo más antiguo lo tenemos en / Amós [II, 1] el cual abre su libro con una serie de oráculos contra los vecinos enemigos de Israel, para terminar ciñéndose al mismo Israel, al que acusa de ser más culpable que los pueblos extranjeros, y por consiguiente merecedor del juicio y del castigo de Dios. Se trata de siete naciones, que va mencionando el profeta en el centro de una estrofa: Siria, Filistea, Fenicia, Edón, Ammón, Moab, Judá... (Am 1-2).

2. ISAÍAS. La segunda parte del Proto-Isaías comprende los capítulos 13-27, y habla de las naciones paganas que habían entrado en contacto con el reino de Judá a través de los siglos. Es posible reconocer dos secciones distintas: a) los capítulos 13-23 hablan de cada una de las naciones; b) los capítulos 24-27 (el "gran apocalipsis" de Isaías) presentan un cuadro apocalíptico global de la destrucción del mundo y del castigo de Babilonia, mientras que la ciudad de Jerusalén quedará a salvo. La primera sección constituye una unidad literaria independiente tanto por su contenido como por el estribillo que suele aparecer al comienzo de los diversos capítulos: "Oráculo sobre ..." El redactor recogió y puso juntos diversos trozos compuestos en tiempos y lugares diferentes, pero que tienen en común a los destinatarios: las naciones paganas (Babilonia, Asiria, Moab, Filistea, Siria, Egipto, Fenicia...).

3. JEREMÍAS. La última parte del libro de Jeremías, los capítulos 46-51, recoge "la palabra de Yhwh contra las naciones", como se indica en el título de 46,1. Esta parte del libro de Jeremías resulta problemática desde el punto de vista de la historia del texto, ya que la traducción griega de los LXX sigue un orden distinto del texto hebreo en los oráculos contra cada una de las naciones. Pero más allá de los problemas críticos se justifica la presencia también de Jeremías de estos oráculos contra las naciones, dado que el profeta ve en estos pueblos a naciones que quieren impedirle a Israel la realización de su misión de salvación en el mundo, y que por tanto tienen que ser juzgados y condenados por el Señor. La orgullosa necedad de estos pueblos hace que Dios los destruya y los haga desaparecer de la faz de la tierra cuando ellos, en vez de ser instrumentos en las manos de Dios, se convierten en opresores del pueblo de Israel.

4. EZEQUIEL. Los oráculos contra las naciones, en Ezequiel, se sitúan entre la primera y la segunda predicación del profeta. El criterio de distribución es el geográfico, empezando por los países más cercanos al reino de Judá: Ammón, Moab, Edom, Filistea, Tiro, Sidón y, finalmente, Egipto. También los pecados que reprocha Ezequiel o son contra el pueblo elegido o de orgullo frente a Dios. El castigo con que se les amenaza es la destrucción de su imperio o bien una gran catástrofe. Resulta extraña la falta de oráculos contra Babilonia, quizá porque en los planes de Dios era aquél el momento del triunfo de Babilonia. Además hay otros profetas, como Isaías y Jeremías, que describen su caída. Por otro lado, Ezequiel utiliza el número siete como número simbólico y señala a los siete enemigos tradicionales de Israel. Estos oráculos tienen un significado particular: la destrucción de las ciudades enemigas de Israel aparece como una condición para que el pueblo de Israel pueda ejercer con libertad aquella función de salvación para todos los hombres que Dios había querido.

IX. TABLA DE LOS PUEBLOS. Se designa de ordinario como "tabla de los pueblos" la página bíblica de Gén 10,1-32, que presenta a los descendientes de Noé: Sem, Cam y Jafet, representando cada uno de ellos aun pueblo del que se derivan todos los demás pueblos. Pertenece a la tradición sacerdotal, aunque contiene algunos elementos yahvistas. Es de época reciente, muy probablemente del tiempo del destierro, y describe a todos los pueblos como si fueran una sola gran familia.

Las relaciones entre los pueblos no se basan en relaciones étnicas, sino más bien en relaciones históricas y geográficas. No cabe duda de que la intención del autor es teológica. Quiere demostrar cómo la bendición de Dios sobre Noé y sus hijos ha alcanzado su realización. Dios había repetido a Noé: "Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra" (Gén 9,1). De esta forma, de la misericordia de Dios nació una humanidad nueva.

Existían ya antiguas listas de pueblos que tenían este significado: nuestro pueblo está en el centro de todos, es un pueblo divino. Israel, por el contrario, con esta lista quería decir: todos los pueblos pertenecen a Dios, su creación alcanza a todos los pueblos. Se trata de la ejecución de la orden de Dios (cf Gén 1,28; 9,1; 9,7).

En esta lista cada nombre de cada uno de los pueblos resuena como un himno a Dios. La diversidad de los pueblos aparece como un aspecto de la belleza de la creación. Todos están puestos en el mismo plan. El privilegio de Israel consiste en ser el fruto de una decisión histórica de Dios con vistas al bien de todos los pueblos. La diversidad está dentro de una unidad sustancial: todos proceden de Noé. También el destino humano es único, igual para todos los pueblos, universal.

X. LA REPRESENTACIÓN MONOGENISTA DE LOS ORÍGENES DE LA HUMANIDAD. El relato de la creación de Adán y Eva se presenta en la Biblia como monogenista (es decir, existencia de una sola pareja original). El modelo dominante de la cultura científica de la época era ciertamente el monogenista, que es por consiguiente la propuesta adoptada por la Biblia para desarrollar su discurso sobre el hombre. La moderna hipótesis poligenista sólo puede aceptarse en la medida en que consigue acoger los datos de antropología teológica que nos ofrece la Biblia.

En la Biblia se utiliza a menudo el procedimiento convencional de hacer derivar de un único antepasado (llamado epónimo) a todo un pueblo (cf, p.ej., la "tabla de los pueblos" de Gén 10). De este modo la humanidad se derivaría del único Adán. Especialmente el NT —Pablo en particular (cf Rom 5,12-19)— parece estar en favor de una sola pareja humana, por cuya culpa toda la humanidad se habría hecho pecadora. La revelación afirma a menudo con energía la unidad del género humano, sobre todo cuando la ve rota por el pecado. Dios ha hecho de un solo principio toda la raza de los hombres (He 17,26).

El epónimo Adán representa de forma simbólica la unidad de la raza humana, cuyo nombre lleva. Unidad no sólo de naturaleza, sino también de origen, de vocación, de destino en el plano de la salvación universal. Pero esta unidad ha sido rota por el pecado. El autor yahvista muestra en las páginas iniciales del Génesis la primera ruptura del hombre con Dios, que dio comienzo a una ruptura progresiva de los hombres entre sí, hasta el pecado de la "torre de Babel", que representa el primer pecado social.

La unidad humana no interesa solamente a la doctrina del pecado, sino también a la doctrina de la redención, puesto que "como por la desobediencia de un solo hombre fueron constituidos pecadores todos, así también por la obediencia de uno solo serán todos constituidos justos" (Rom 5,19). Después del relato de la "torre de Babel" se narra la vocación de Abrahán. De este modo se abre la historia de Israel. Pero la unificación de todos tendrá lugar en torno al Dios vivo reconocido por todos los hombres. El profeta Isaías (2,24) ve a todos los pueblos en peregrinación hacia Jerusalén, centro del mundo, antítesis de Babilonia.

Será Dios mismo el que reconstruya en el futuro la unidad humana: "Yo vendré a reunir a los pueblos de todas las lenguas, que llegarán y verán mi gloria" (Is 66,18).

El comienzo de esta reconstrucción tiene lugar el día de pentecostés, visto por Lucas en los Hechos y por los padres como la anti-Babel (He 2,1-11). Juan ve su realización plena en el mundo futuro, cuando dice en el Apocalipsis que en torno al cordero se reúne "una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9-12).

XI. LOS NO CRISTIANOS. El pueblo de Israel (y luego la Iglesia), a pesar de haber tenido siempre conciencia de su elección particular por parte de Dios con vistas a su misión universal, no excluyó nunca de sus intereses a los que nosotros solemos dar el nombre de "paganos". Y si esto ocurrió algunas veces, se trató de un grave riesgo y fue en los momentos más oscuros de la historia del pueblo de Dios.

Ya en el AT la revelación bíblica presentó a Dios como padre de todos, especialmente en el libro de Jonás, proclamando la universalidad del amor de Dios. En el segundo diálogo con Jonás Dios intenta abrirle el corazón a los hermanos paganos: "Pero Dios dijo a Jonás: `¿Piensas que tienes razón de enfadarte por este ricino?' El respondió: `Sí, tengo tazón de enfadarme hasta la muerte'. El Señor le dijo: `Tú te enfadas por un ricino que no te ha costado fatiga alguna, que no has hecho tú crecer, que en una noche ha nacido yen una noche ha muerto, ¿y no voy a tener yo compasión de Nínive, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales?'" (Jon 4,9-11).

La bondad de Dios es universal y no hace acepción de personas. Dirige la vida del mundo creado por su amor con el cuidado que todos ponen por sus cosas: "Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que hiciste, pues si algo aborrecieras no lo hubieses creado. ¿Y cómo subsistiría nada si no hubiese sido llamado por ti? Pero tú perdonas a todos, porque todo es tuyo, Señor, que amas cuanto existe" (Sab 11,24-26). El libro de la Sabiduría recoge la idea del proyecto universal de salvación que Dios tiene para todos los hombres y que encuentra luego en el NT, sobre todo en Pablo, su más alta cima. Dios le ha dado a cada uno de los hombres la sabiduría en una cierta medida, lo educa con ella, lo corrige y le ayuda a creer en él.

Pablo dice repetidas veces que la salvación es para todos los hombres: "(Dios) quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (lTim 2,4). En la carta a los Romanos, con un texto muy incisivo, dice cuál es la suerte de los paganos si observan la ley escrita en sus corazones: "Pues cuando los paganos, que no tienen ley, practican de una manera natural lo que manda la ley, aunque no tengan ley, ellos mismos son su propia ley. Ellos muestran que llevan la ley escrita en sus corazones, según lo atestiguan su conciencia y sus pensamientos, que unas veces los acusan y otras los defienden... Si los que no están circuncidados cumplen los preceptos de la ley, ¿no serán considerados como si lo estuvieran?" (Rom 2,14-15.26).

El Vaticano II ha vuelto a confirmar esta doctrina de la salvación universal ofrecida a todos los hombres, y en LG 13-16 ha especificado incluso el tipo de relaciones que los no-cristianos tienen con la Iglesia: "Finalmente, todos aquellos que no han recibido todavía el evangelio están ordenados al pueblo de Dios de varias maneras, en primer lugar los judíos en virtud de la elección..." (LG 16).

A los judíos se les reserva una consideración particular también en la declaración conciliar Nostra aetate, "sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas", teniendo en cuenta que ellos representan al antiguo pueblo de Dios en el que se injertó la Iglesia, que tuvo el privilegio singular de la elección. Vuelve a proponerse con toda claridad la doctrina paulina de Rom 9-11. El concilio ha expresado la conciencia que la Iglesia tiene de su vinculación con Israel según el proyecto de Dios: "Efectivamente, la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya, según el misterio divino de la salvación, en los patriarcas, en Moisés y en los profetas. Afirma que todos los fieles de Cristo, hijos de Abrahán según la fe (cf Gál 3,7), están incluidos en la vocación de este patriarca, y que la salvación de la Iglesia está misteriosamente prefigurada en el éxodo del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. Por esto mismo la Iglesia no puede olvidarse de que ha recibido la revelación del AT por medio de aquel pueblo con el que Dios, en su inefable misericordia, se dignó establecer la antigua alianza, y que se alimenta de la raíz del olivo bueno sobre el que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles (cf Rom 11,17-24)" (NA 4).

Es interesante destacar que el esquema que precedió al definitivo expresaba con mayor claridad la gratitud de la Iglesia a Israel, de quien los cristianos han recibido por la voluntad divina la antigua promesa. La expresión que hemos subrayado en el texto —"por medio de aquel pueblo"— era todavía más clara en el esquema anterior, ya que decía: "de aquel pueblo". Y había además en el texto precedente otra frase que se ha perdido: "La Iglesia... no puede olvidarse de que es la continuación de aquel pueblo". Es sabido que uno de los motivos principales para limar estas expresiones fue la necesidad de no herir la susceptibilidad del mundo árabe. Está en pie el hecho de que la doctrina bíblica es ésta: la Iglesia no debe olvidarse nunca de sus raíces. Ella es la continuación de aquel pueblo en el que nació Cristo, nuestro Señor.

XII. LA PERSPECTIVA UNIVERSALISTA MESIÁNICO-ESCATOLÓGICA. Esta perspectiva se observa con mucha claridad en la Biblia, aunque presentada con las ideas más diversas.

Al final de los tiempos todos los paganos subirán al monte santo de Dios. Dos oráculos proféticos (Is 2,2ss; Miq 4,1ss), recogidos más tarde en el NT, describen este acontecimiento. Los dos profetas ven en el futuro el triunfo de Jerusalén y del templo. En una visión Isaías escucha el cántico con que estos pueblos se animan mutuamente a subir "al templo del Dios de Israel" (Is 2,3) a fin de recibir allí enseñanzas de tipo práctico. Isaías presenta una visión casi teocrática del mundo y de la humanidad. Con la ley aceptada por todos los pueblos Dios guiará y juzgará a todos los hombres. En este oráculo tanto Isaías como Miqueas vislumbran un futuro ideal: una visión de gloria y de salvación para toda la humanidad. El Trito-Isaías (Is 60), más tarde, presenta a los ojos de los hebreos repatriados la gran visión de la Jerusalén futura envuelta en la luz de Dios, punto de encuentro de todos los pueblos y centro de la religión universal adonde todos los hombres, incluso los extranjeros, acudirán llevando ofrendas y cantando himnos litúrgicos (Is 60,6); el templo "se llamará casa de oración para todos los pueblos" (Is 56,7); y el Señor escogerá también entre los otros pueblos "sacerdotes y levitas", aboliendo el privilegio exclusivo de que gozaba un solo pueblo (Is 66,21). Así describe este profeta anónimo de la época posexílica la nueva Jerusalén, punto de convergencia de todos los pueblos.

Siguiendo las indicaciones de algún autor (cf N. Füglister. Estructuras de la eclesiología veterotestamentaria), vemos que los profetas definen con cinco características esta peregrinación de los pueblos:

a) Se inicia con una epifanía de Dios (Zac 2,17), que presenta ante el mundo entero su gloria: "Porque desde oriente a occidente mi nombre es grande entre las naciones, y en todo lugar se ofrece ami nombre un sacrificio de incienso y una ofrenda pura. Porque mi nombre es grande entre las naciones —dice el Señor todopoderoso—" (Mal 1,11). Dios espera verse honrado en toda la tierra, incluso fuera de Jerusalén, con un sacrificio puro, porque él (su nombre) es grande ante todos los pueblos.

b) Viene luego la invitación de Dios: "¡Reuníos y venid, acercaos todos juntos, supervivientes de las naciones...! Volveos a mí y os salvaréis, confines todos de la tierra..." (Is 45,20.22).

c) Finalmente, la marcha de los paganos: Is 19,16-25. Se trata de la segunda parte en prosa del capítulo 19 del profeta Isaías, una de las profecías más importantes del AT, con el universalismo que prosigue la línea de Is 2,2-5. Dios castiga con un amor paternal a su pueblo para conducirlo a la salvación, y hace ciertamente lo mismo con los demás pueblos.

La Biblia presenta a Egipto y a Asiria como tipo de los pueblos opresores de Israel: a Egipto en la opresión inicial, cuando Dios lleva a cabo la primera liberación; a Asiria en la agresión histórica, marcada por la sangre y la deportación. Pero estos dos pueblos no serán completamente destruidos y aniquilados, sino transformados y salvados por Jerusalén. En estos versículos se habla incluso de un culto a Yhwh en Egipto. Habrá ciudades enteras de Egipto que honren a Yhwh: "Aquel día habrá un altar dedicado al Señor en medio de la tierra de Egipto, y una estela al Señor cerca de la frontera" (Is 19,19). Y no sólo esto, sino que habrá "señal y testimonio del Señor en la tierra de Egipto. Cuando ante el opresor clamen al Señor, él les mandará un salvador que luchará por ellos y los salvará" (Is 19,20). Se ha buscado una realización de esta profecía ya en la presencia en la época helenista de un destacamento de soldados hebreos en la isla de Elefantina. También se ha pensado en la diáspora judía en Egipto, años más tarde. Testigo de ello es la gran traducción griega de los LXX, realizada precisamente en Egipto.

Pero quizá sea mejor no pensar en una realización histórica concreta. El conocimiento y el culto del Señor sobre toda la tierra es un tema que se repite con frecuencia en toda la predicación de los profetas. Hacia el final de este párrafo de Isaías se habla también de un camino que unirá a Egipto con Asiria. Será un camino de salvación para los dos pueblos, lo cual "será una bendición en medio de la tierra" (Is 19,24).

Con la vocación de Abrahán Dios había separado a Israel de los pueblos corrompidos (cf Gén 1-11) a fin de que fuese una bendición para todos los pueblos de la tierra: "Yo bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán bendecidas todas las comunidades de la tierra" (Gén 12,2-3). Esta promesa, que aparece otras muchas veces en la Biblia (cf Gén 28,13ss; Núm 24,9; Jer 4,2; Sal 72; Si 44,21; Is 2,2ss; 19,24...), comienza a realizarse ahora. En Abrahán Israel se había convertido en mediador de bendición para todos los pueblos de la tierra. Dios realiza la salvación universal por medio de Israel. No solamente la Iglesia, como dice LG 1, es sacramento de salvación, es decir, signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano, sino también Israel.

En Is 19,25 Egipto es llamado incluso por Dios "pueblo mío"; Asiria, considerada siempre como la enemiga acérrima de Israel, es la nación bendecida que Dios "ha creado", e Israel es "el pueblo que me pertenece".

d) La peregrinación de los pueblos termina en el santuario cósmico: "El mundo entero recordará al Señor y al Señor volverá; lo adorarán, postrados ante él todas las familias de los pueblos" (Sal 22,28).

e) Desde ese momento los paganos forman parte del pueblo de Dios y participan del banquete en el monte santo. El profeta Isaías, con una sugestiva intuición profética, ve a Dios mismo preparando un gran festín al que están invitados todos los pueblos de la tierra; imagen de la salvación ofrecida por Dios, escondida todavía a los otros pueblos y manifestada a Israel. Dios mismo hará desaparecer las lágrimas, el luto y la tristeza. Con este banquete preparado por Dios para todos los pueblos se relaciona también la destrucción de la muerte, así como el pensamiento de la inmortalidad: "Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni pena" (Ap 21,4). El Apocalipsis recoge el texto de Isaías para mostrar a la nueva humanidad salvada por la sangre del cordero: una muchedumbre de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas (Ap 7,9-17), que habitará para siempre en la nueva Jerusalén (Ap 21,24ss). El NT se cerrará con esta visión de esperanza, en la que la humanidad. recobra finalmente su unidad.

Esta concepción universalista había sido preparada en la época posterior al destierro por la reflexión sapiencial, así como en dos libritos muy hermosos: el de / Rut, que introduce a los moabitas en la genealogía de David y de Jesús, y el de / Jonás, que presenta a Yhwh como Dios de todos los hombres y de todos los pueblos, llevando así al universalismo profético a su mayor desarrollo. Dios tiene un único designio de salvación para toda la humanidad; con vistas a su realización concede vocaciones particulares: entre éstas, la primera es la de Israel.

Toda la literatura sapiencial, al tener como único centro de interés al hombre en cuanto tal, ofrece un carácter notable de universalidad. La l sabiduría es para Israel una manera de compartir con los demás pueblos lo que tiene en común con ellos. La "sabiduría" es el lugar de encuentro entre Israel y los pueblos, entre la filosofía y la historia de la salvación. De manera particular el libro del t Sirácida, en su esfuerzo por unir la sabiduría y la ley (especialmente los cc. 44-49), la historia de Israel y la sabiduría universal, refleja la dialéctica particularismo-universalismo, la elección de Israel y la salvación de toda la humanidad. De esta manera prepara para la salvación universal que habrá de realizar Jesús y que anunciará la Iglesia, difundiéndola "hasta los confines de la tierra" (He 1,8).

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M. Cimosa