PROFECÍA
DicTB
 

SUMARIO: I. La profecía en el AT: 1. El profetismo en el ambiente oriental; 2. Aspectos análogos del profetismo hebreo; 3. Diferencias esenciales del profetismo bíblico; 4. Criterios para discernir al profeta auténtico; 5. Los grandes profetas de Israel; 6. Mensaje teológico de los profetas; 7. Kerigma profético e ideológico; 8. Los escritos proféticos. II. La profecía en el NT: 1. Cristo, el mayor de los profetas; 2. Los profetas cristianos; 3. Profetas "asambleares" y discernimiento de los espíritus. III. Conclusión.


I. LA PROFECÍA EN EL AT. El profetismo hebreo, en su especificidad, constituye un fenómeno único en la historia religiosa de la humanidad; preparó la revelación del Verbo de Dios en el cristianismo, y con el cristianismo permanece como punto de referencia para discernir la auténtica comunicación del Dios altísimo a los hombres de todos los tiempos; como dijo un gran pensador (K. Jaspers), es "el acontecimiento cardinal de la historia del mundo". El Vat. II declara que todo el pueblo de Dios participa de la misión profética de Cristo y que entre los fieles el Señor distribuye también hoy los carismas de los que Pablo veía rebosantes a los cristianos de Corinto, comprendidos los de las curaciones, de los milagros y de la profecía: "El pueblo santo de Dios participa también del don profético' de Cristo, difundiendo su vivo testimonio... La universalidad de los fieles que tienen la unción del Espíritu Santo (cf 1Jn 2,20 y 27) no puede fallar en su creencia, y ejerce su peculiar propiedad mediante el sentimiento sobrenatural de la fe de todo el pueblo... Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que, `distribuyendo sus dones a cada uno según quiere' (1 Cor 12,11), reparte entre los fieles gracias de todo género, incluso especiales, con las que dispone y prepara para realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le otorga la manifestación del espíritu para común utilidad (1Cor 12,7)" (LG 12).

En la Iglesia de los siglos pasados, como en la de nuestro tiempo, se manifestaron siempre figuras carismáticas, consideradas comúnmente portadoras de un proyecto sobrehumano: san Benito, san Francisco de Asís, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Avila y, en nuestros días, el papa Juan XXIII y varios fundadores de congregaciones religiosas, por no hablar de los fenómenos de sincera inspiración de muchos movimientos que están imprimiendo una vitalidad nueva a las colectividades eclesiales.

Algunos hablan de manifestaciones del Espíritu también fuera del mismo seto cristiano; piénsese en el mahatma Ghandi y en tantos promotores de una concordia universal en nombre del amor, y en los llamados cristianos anónimos. ¿Cómo juzgar todos estos hechos? ¿Son simples proyecciones de una fe, intuiciones geniales de la psique humana, efectos de una interacción colectiva? ¿Tenemos la posibilidad de conocer su proveniencia y de discernir lo que es auténticamente trascendente de lo que es puramente humano? ¿Qué constituye lo específicamente profético? Estimamos que se podrá dar una respuesta cuando hayamos examinado en su origen y en su esencia el gran fenómeno profético de la historia judía y de la Iglesia cristiana primitiva.

1. EL PROFETISMO EN EL AMBIENTE ORIENTAL. El profetismo no apareció de improviso en Israel, sin precedente alguno. Parece incluso que está arraigado en lo íntimo del horno religiosus un cierto videntismo. El hombre en su contingencia siente la necesidad de ser sostenido por la voz del que lo sabe y lo puede todo, y se ha puesto a buscarla. Con frecuencia ha creído captarla o haber descubierto el medio de conseguirla. De aquí han surgido en casi todas las religiones, en el curso de milenios, toda suerte de adivinaciones, de oniromancias, de respuestas de oráculos. Se los ha encontrado entre las poblaciones asiáticas (con chamanes antiguos y actuales), entre los germanos (con los druidas), en los grecolatinos (con la Pitia y las sibilas), entre los árabes (con los kahini). La lectura de numerosos documentos de Mesopotamia y de Egipto nos ha permitido conocer mejor en los últimos decenios este aspecto particular de la religiosidad de los pueblos del Oriente medio. Se pensaba que la divinidad tenía interés en revelar su pensamiento sobre un tema dado o sobre algún problema de sus fieles, pero se reservaba hacerlo a través de intermediarios (el barú, especie de adivino, y el muhhu, extático, de los asirobabilonios; hazin, videntes, de los cananeos, que usaban técnicas especiales de adivinación: videntismo adivinatorio) o por una inspiración interna o una visión contemplada en sueños (videntismo intuitivo del reino de Mari), o también por medio de una alienación de los sentidos (trance), producida a veces, y a veces inesperada (videntismo extático-convulsivo). El modo de expresarse de estos videntes adopta poco a poco estructuras típicas: fórmula del envío o del mensajero: "Vete, yo te mando; dirás: `Así dice el dios...'"; fórmula de tranquilización: "No temas, yo estoy contigo, a tu lado"; amenaza a distancia de los enemigos del país; el recuerdo de los beneficios del pasado según el esquema de la alianza sagrada (fiera) con amenazas y promesas condicionadas; comunicación del dabar —palabra solemne y eficaz de una divinidad. En Egipto se observa, para la indagación de lo oculto y del futuro, una técnica racional más que un influjo inspiratorio: las llamadas "profecías de Neferti" y "del sabio Ipuwer" no son más que sagaces predicciones ex eventu, según el principio del Maát (la alternación natural de la luz y de las tinieblas, del caos y de la armonía, elevado a divinidad), y los oráculos recibidos en los santuarios famosos de Menfis, Tebas, Abidos... hábiles manipulaciones de los simulacros y de las barcas sagradas por parte de los miembros del culto en respuesta a las preguntas de los fieles. En compensación, en los "vaticinios" egipcios encontramos los amplios horizontes sobre el futuro de todo un país, la participación de los fenómenos cósmicos en la suerte de los hombres, la puesta por escrito de largas previsiones, elementos que se encontrarán luego en algunos tratados del profetismo hebreo.

2. ASPECTOS ANÁLOGOS DEL PROFETISMO HEBREO. Creemos que no se puede negar toda posible relación entre este estadio del profetismo oriental y algunos aspectos del profetismo bíblico. Desde los comienzos de la historia de Israel tropezamos con un cierto profetismo extático: en torno al gran legislador del Sinaí explotó de improviso, nos informa Núm I I,24s, la exaltación religiosa de sus 70 consejeros, penetrados del espíritu de Yhwh, mientras que Moisés expresa el deseo de que todo el pueblo sea lleno de él: "Moisés salió fuera y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Reunió a los setenta ancianos del pueblo y los puso alrededor de la tienda... Cuando el espíritu se posó sobre ellos se pusieron a profetizar, pero no continuaron". Fue prácticamente una manifestación temporal. Pero dos siglos después vemos reaparecer el mismo fenómeno en grupos, probablemente más numerosos, bajo la guía de Samuel, con tal impulso que contaminaba a los presentes, a Saúl y sus mensajeros y al mismo David (ISam 10; 19,18-24), y parece que continuaron en forma más o menos similar hasta la cautividad de Babilonia; lo podemos deducir de varios testimonios bíblicos (1Re 18,13; 22,6-8; 2Re 23,2; Jer 29,26s; Zac 13,4s). Otro tipo de videntismo (consultas y respuestas) está atestiguado en la época de los jueces: los israelitas se dirigían a Débora "la profetisa" para escuchar las respuestas a sus preguntas (Jue 4,4s), o a los sacerdotes del arca para la aplicación de los urim y tummim; Saúl va a preguntar por las asnas perdidas al "vidente" de Ramá (lSam 9,6-11); y, más tarde, oprimido por la angustia, pedirá en vano una respuesta del Señor "por los sueños, los urim y los nebim" (ISam 28,5); David consultará a menudo al amigo y vidente Gad; los ciudadanos particulares, al profeta Eliseo en los momentos establecidos (2Re 4,22-25); los gobernantes recurrirán a ellos particularmente con ocasión de guerras o de grandes calamidades: "Entonces el rey de Israel reunió a los profetas, cuatrocientos, y les dijo: `¿Debo atacar a Ramot de Galaad o no?"' (1 Re 22,6); "El rey rasgó sus vestiduras y ordenó...: `Id y consultad al Señor por mí, por el pueblo y por toda Judá acerca de las palabras de este libro que se ha encontrado' "(2Re 22,11s). Miqueas reprochaba a los videntes que daban oráculos en proporción de las ofrendas recibidas (Miq 3,5), y Ezequiel a los nebîm que engañaban a sus clientes con respuestas complacientes (Ez 14,9-11).

Había también un videntismo más elevado, que prescindía de toda técnica adivinatoria y ofrecía espontáneamente, sin petición previa, un mensaje (videntismo inspirado por una misión sobrehumana); se comprueba en el anónimo nabf'del tiempo de los jueces, el cual, movido interiormente por el Espíritu, se presenta animosamente a sus conciudadanos reprochándoles su infidelidad al Señor (Jue 6,1-10); en el profeta Natán en tiempo de David, el cual en nombre de Dios somete a juicio al mismo rey (2Sam 12,1-14); en Ajías y Semayas, que intervienen osadamente por iniciativa de lo alto en los acontecimientos de la división de Israel (lRe 11,31; 12,22s), y luego en Elías, Eliseo y una larga serie de los profetas "clásicos". Encontramos en sus mensajes y en sus correspondientes relatos todo un formulario que cuenta ya con una sólida tradición: la referencia al dabar (dicho dinámico) de la divinidad, que para el hebreo, como para todo oriental, era una fuerza viva; los nombres de las personas y de las cosas se consideraban como proyecciones de la realidad a la que se referían; el pronunciarlos, especialmente por parte de Dios omnipotente, equivalía a dominar y dar ser a aquellas mismas realidades; por eso se profesaba sumo respeto a las palabras de un mensajero inspirado: se comprende por ello el interés por parte del vidente por la fórmula del mensajero y del envío, y el cuidado, por parte de los oyentes, en retener en su mente sus dichos y en transmitirlos con fidelidad; como también el recuerdo de la alianza estipulada y de las cláusulas en ella contenidas: "Tu palabra cantaba ya un himno sumerio— ha sido establemente fundada..., tu palabra es verdadera, tu alto dicho no se puede explicar...; vete al rey como el día esplendoroso" (himno a la diosa Baba). "La palabra del Señor se hace eco el salmista— es pura, dura para siempre" (Sal 19,10), "porque él lo mandó y fueron creados..., puso unas leyes que no cambiarán" (Sal 148,5). Son rasgos comunes a toda el área del profetismo antiguo oriental.

3. DIFERENCIAS ESENCIALES DEL PROFETISMO BÍBLICO. En el ambiente de este humus profundo, de la confrontación de los dos sectores se desprenden diferencias esenciales. Ya en el videntismo hebreo más antiguo está presente un monoteísmo dinámico que se hace cada vez más trascendente a la vez que inmanente. El Dios que llama a los primeros antepasados hebreos (Abrahán, Jacob) es el mismo Señor del universo, el cual se interesa por su clan y le da la seguridad de un perenne futuro (Gén l2ss). La misma concepción reaparece en la nueva llamada de un descendiente suyo en tierra extraña: el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob aparece como el dominador omnipotente de todos los pueblos al ordenar y realizar de manera inesperada la evasión del clan israelita de Egipto hacia la tierra prometida. A Moisés, que se consideraba inepto para aquel cargo, le sugiere el Señor modos de obrar y palabras con las cuales presentarse a los interesados y superar todos los obstáculos. Se le concede así vencer el endurecimiento del faraón y la resistencia de los hebreos, mostrarles en los acontecimientos providenciales que se suceden la acción benévola del Dios de los padres y dictar las normas básicas del verdadero culto a Yhwh y de una armoniosa convivencia humana (Ex 3ss). Luego, cuando, camino de Canaán, un vidente pagano intenta desalentar a aquel grupo de fugitivos con sus maleficios, Dios interviene haciendo sentir sus bendiciones y sus perspectivas de triunfo (Núm 22-24). Se trazan desde entonces las características fundamentales de un nuevo profetismo: la manifestación espontánea del Dios del universo a determinados individuos para que comuniquen a sus contemporáneos sus proyectos de justicia y de bien; él vigilará para que los acontecimientos estén en correspondencia, aunque dejando que las voluntades humanas interfieran en ellos libremente. Se evidencia de ese modo la iniciativa de una solicitud sobrehumana, su inserción en el corazón del hombre, su designio en favor de muchos, su dinamismo en los acontecimientos, su respeto a la libre explicitación del querer humano. Se revela también el contraste radical con manifestaciones de otra proveniencia, tendentes a apartar los ánimos de la auténtica relación con Dios.

Después del establecimiento en Canaán, al contacto con las formas adivinatorias de los cananeos y luego con la exaltación de los adoradores de Baal (IRe 18,26-29), se intensifica entre los hijos de Israel el deseo de consultar el juicio de sus dioses sobre los casos de la vida y el celo por su nombre. En consecuencia, se hace más frecuente el recurso a la respuesta de los `urím y tummim (probablemente las 21 letras hebreas, que sacadas a suerte del 'efod daban palabras significativas), a la interpretación de los sueños, y sobre todo a las intuiciones de los videntes, aquellos hombres especiales que, animados por un vivo entusiasmo por el Señor, fueron considerados investidos de su Espíritu, como los antiguos jueces (Jue 3,10; 6,34), y por tanto capaces de percibir su querer, ya sea que viviesen solos en su casa, ya que se reunieran en grupos en los varios santuarios para celebrar las alabanzas de Yhwh (1 Sam 9,6; l Re 22,6-11); llamados en los primeros momentos ro'im u hozím (videntes, contemplantes), a semejanza de los videntes cananeos, luego, probablemente para distinguirlos de éstos, se los denominó nebíím (puede que a través de una raíz extrahebrea, naba, con el significado de "anunciar", "proclamar"). Israel se guardó mucho también en este campo de practicar aquellas categorías y aquellos ritos que estaban en abierta disonancia con la concepción monoteísta trascendente de su fe: nigromantes, adivinos, artes mágicas; el que lo hubiera intentado se hubiera apartado de la comunidad elegida, como le ocurrió al mismo primer rey, Saúl: "La mujer le respondió: `Tú sabes bien lo que ha hecho Saúl, que ha expulsado del país a los nigromantes y adivinos. ¿Por qué tiendes insidias a mi vida para hacerme morir?'" (lSam 28,9); "Samuel respondió: `¿Por qué me consultas, si el Señor se ha retirado de ti y se ha hecho tu enemigo?'" (ISam 28,16).

Pero sucedía que no siempre las previsiones de aquellos hombres "inspirados" eran confirmadas por los acontecimientos; en lugar de una victoria se producía una aparatosa derrota; en lugar de la curación, la muerte. Surgía entonces la sospecha: ¿Eran todos verdaderos portavoces de Yhwh? ¿De cuáles de ellos se podía fiar? ¿Quién de ellos ofrecía más seguras garantías?

En tiempo de Saúl había seguramente muchos videntes en el país, pero la gente acudía con preferencia a Samuel (1 Sam 9,6.12-14); en la época de Ezequías se dirigían al profeta Isaías (2Re 19); durante el reino de Josías, a la profetisa Juldá (2Re 22); luego, a Jeremías; en el destierro, a Ezequiel, y a continuación a Ageo, Zacarías...

Poco a poco, con la experiencia y una cierta intuición religiosa, la élite de Israel aprendió a distinguir. Se percató ante todo de que muchos nebíím, a pesar de declarar que hablaban en nombre de Yhwh, insinuaban una concepción errónea de él, como si fuese un dios de la naturaleza, que concedía favores en proporción a los homenajes recibidos, sin preocuparse de la moralidad de sus adoradores; otros observaban ellos mismos una conducta poco conforme con las normas éticas de la tórah mosaica: ávidos de dinero, complacientes con las autoridades, mentirosos, adúlteros, nada preocupados de la verdadera prosperidad de sus hermanos, nunca "en la brecha" en oración para alejar los castigos que les amenazaban (Ez 13,22). En otros, en cambio, se podía comprobar una estrecha correspondencia entre lo que decían experimentar en su interior y lo que en fuerza de aquella experiencia se verificaba en su vida y a su alrededor. Atestiguaban que recibían mensajes divinos, de fuera de ellos, con la orden de transmitirlos a los demás; se trataba de indicaciones en su mayoría contrarias a las expectativas de los oyentes, a propósito para suscitar ásperas reacciones. En primer lugar se les exhortaba a no eximirse de aquel encargo, por arriesgado que fuera. De hecho obedecen constantemente incluso a costa de la vida, comportándose siempre con coherencia según lo que anuncian. Profesando el más puro yahvismo, en sintonía con la fe de los padres, denuncian sus deformaciones y aberraciones dondequiera que las descubren; en los jefes, en la corte, en los sacerdotes, en los nebíím, en la masa del pueblo, mostrando con rigor las consecuencias de sus amenazas, hasta la destrucción del templo y el destierro de todo Israel. Muchas de sus predicciones se realizan ya en aquellos años. Ellos adquieren cada vez más crédito. El que se siente ofendido y se encierra en su egoísmo, responde a veces con la burla o la violencia. El que está más abierto a la verdad y al temor de Yhwh (los humildes, los `anawim) acoge con respeto sus palabras, las conserva en su corazón, las consigna también por escrito en hojas sueltas, las comunica en las asambleas sagradas: es el grupo de simpatizantes, de los discípulos, que se reúne en torno a uno de estos grandes personajes y perpetúa fielmente su mensaje y su memoria. "Encierra el testimonio, sella esta revelación entre mis discípulos", propone Isaías, rechazado por los dirigentes de su pueblo.

4. CRITERIOS PARA DISCERNIR AL PROFETA AUTÉNTICO. Hacia el siglo vii se estuvo en condiciones de determinar algunos criterios de discernimiento respecto a ellos. Han quedado registrados en el famoso libro de la segunda ley, el código deuteronomista, en los capítulos 13 y 18: "Si aparece entre vosotros un profeta o un soñador, si te propone una señal o un prodigio, y éstos se cumplen, pero luego te dice: `Vamos tras otros dioses...', no escuches las palabras de tal profeta ni los sueños de tal soñador" (Dt 13,2-4); "El profeta que tenga la osadía de anunciar en mi nombre lo que yo no le haya ordenado decir..., ese profeta morirá... Si ese profeta ha hablado en nombre del Señor y su palabra no tiene efecto ni se cumple, entonces es cosa que no ha dicho el Señor" (Dt 18,20.22). No sería genuino aquel nabi' que indujese con cualquier medio a otros a alejarse del Dios de los padres para servir a los ídolos o adorarlos con cultos falsos, supersticiosos o animistas (Dt 18,10); ni el que incita con su mal ejemplo o con sus complacientes declaraciones a perseverar en el mal: "Si un profeta se deja seducir y anuncia la palabra, yo lo engañaré y extenderé mi brazo contra él... Ambos sufrirán la pena: como es la culpa del que le ha interpelado, así será la culpa del profeta" (Ez 14,9s; criterios negativos).

En contraste, ofrece garantías de autenticidad el que sinceramente puede atestiguar que ha oído la voz del Dios vivo y al mismo tiempo es capaz de indicar su realización efectiva en los acontecimientos, o sea en los hechos históricos a los que se refería, y en la conducta del mismo profeta y de aquellos hombres a los que iba dirigida la voz: pues la palabra de Yhwh es dinámica, creativa, indefectible: "El profeta que haya tenido un sueño, que cuente su sueño. Y el que ha recibido mi palabra, que anuncie fielmente mi palabra. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano?... ¿No es mi palabra como el fuego, como el martillo que deshace la roca?" (Jer 23,28s; criterio positivo).

Así se afirmó en el pueblo elegido la conciencia de una neta distinción entre la simple aspiración a percibir el pensamiento de Dios en las varias vicisitudes de la historia y la comunicación objetiva de su juicio y de sus designios. Y se vio largamente convalidada por la aparición de personalidades proféticas excepcionales y por la criba constante de una comunidad carismática que les acompañaba.

5. Los GRANDES PROFETAS DE ISRAEL. Estos suelen dividirse en dos categorías: profetas preclásicos, desde los siglos xi al ix, y profetas clásicos o "escritores", desde los siglos viii al iv a.C. Tanto su presentación en los libros "históricos" de 1-2Sam y 1-2Re, como sus mensajes, consignados generalmente en los libros "proféticos", nos llegan a través de la comunidad israelita que los escuchó, los valoró y los actuó de generación en generación; una comunidad formada en parte en su escuela, pero que llevaba en sí desde los orígenes el carisma de una asistencia divina especial, en virtud de una promesa de bendición reiterada a lo largo de los siglos a sus padres (Gén 12,15; Dt 12; 2Sam 7). Por la eminente figura de / Moisés, "el profeta que hablaba con Dios cara a cara" (Ex 33,11; Dt 34,10), se modelan en la predicación y en las actitudes / Samuel, Ajías, Semayas, Natán en los siglos xi-x; Jananí (Anán), / Elías, Miqueas hijo de Yimlá, en el siglo ix; l Amós, / Oseas, / Isaías, l Miqueas, en el siglo viii; l Sofonías, / Jeremías, en los siglos vii-vi; / Ezequiel, el Déutero-Isaías, durante el exilio babilónico (598-538), / Ageo, / Zacarías, / Joel, / Malaquías y otros, después del destierro. Describamos a algunos en sus líneas más características.

Samuel en los antiguos estratos de 1-2Sam es presentado como el guía iluminado y providencial en un momento crítico de la historia hebrea. Hombre de oración e íntegro en todo su comportamiento, recibe del Señor la palabra con la que deberá amonestar y dirigir: por inspiración de lo alto designa al primer rey de Israel, le reprende en sus desviaciones, anuncia el éxito de las armas al pueblo arrepentido: "El Señor estaba con él; no dejó de cumplirse ni una sola de sus palabras. Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor."

En la corte del sucesor de Saúl [/ Samuel III, 3; / David III] se impone la figura de Natán. Actuaba también como consejero del soberano; pero cuando el Señor le revelaba en el silencio de su retiro un mensaje, estaba pronto a cambiar la opinión expresada precedentemente y a reprocharle al gran David sus transgresiones (2Sam 7,8-16; 12,1-14). La larga serie de los herederos davídicos en el trono de Judá y la verificación del castigo anunciado confirma aún más el origen de sus vaticinios (2Re 25,27ss; Ez 21,32; Gén 29,10).

Otros ejemplos de osadía y de pura inspiración son el "hombre de Dios" Semayas, el cual en nombre de Dios hace desistir al ejército de Roboán de marchar contra la tribu hermana del norte (IRe 11,22-24); Jananí (Anán) "el vidente", que echa en cara al poderoso Asá su alianza con un reino idólatra, terminando en la cárcel (2Crón 16,1-10); y Miqueas hijo de Yimlá, que, al contrario que sus 400 colegas, predice al rey de Israel el desastre militar, como de hecho se verificó (IRe 22,17ss).

Pero por encima de todos brilla el tesbita Elías. Sus rasgos, trazados con sobriedad por los discípulos del taumaturgo Eliseo, nos muestran su elevación y veracidad. Movido interiormente por Yhwh, se atreve a desafiar a la corte de Samaría, dominada por la fenicia Jezabel, mujer de Ajab, primero con la predicción de una sequía de tres años y luego con la súplica de que un fuego celeste descendiera sobre su holocausto. Verificados ambos acontecimientos y restablecida la fe del Dios de los padres entre el pueblo, el enviado de Yhwh se ve obligado a esconderse, buscando refugio justo en el Horeb, el monte de la revelación mosaica. Aquí, en medio de la calma, oye de nuevo la voz de su Dios, que lo conforta y lo envía de nuevo a la trinchera a proseguir la lucha contra la idolatría y la injusticia: "Al fuego siguió un ligero susurro de aire... Y una voz le preguntó: `¿Qué haces aquí, Elías?'. Respondió: `Me he abrasado en celo por el Señor todopoderoso, porque los israelitas han abandonado tu alianza...' Y el Señor le dijo: `Anda, vuelve a emprender tu camino por el desierto hacia Damasco'" (1Re 19,12-15); "Entonces el Señor dijo a Elías, el tesbita: `Anda y vete a ver a Ajab, rey de Israel... Le dirás: Esto dice el Señor: ¡De modo que después de haber matado robas!... En el mismo lugar en que los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán también la tuya'"(lRe 21,17-19). El profeta genuino es el que puede demostrar que habla por la sola iniciativa del Dios que se reveló a los padres; que puede temblar y huir ante la persecución, pero no desiste de proclamar los mensajes recibidos; es coherente con la fe en el verdadero Dios y con su justicia y puede ofrecer en su propia firmeza y en los mismos acontecimientos el dinamismo de un dabar sobrehumano.

Amós, el primero de los profetas cuyas palabras se nos han transmitido por escrito, actúa también en el norte; pero es un colono proveniente del sur de Jerusalén y predica un mensaje de aviso y de ruina. El círculo de sus simpatizantes que nos transmitieron sus oráculos debió advertir claramente la trascendencia de su misión (Am 1,1; 3,3-8). Denuncia él con vigor las culpas morales y religiosas de sus connacionales; como él mismo relatará en sus noticias autobiográficas (Am 7-9), en un primer momento vio la posibilidad de un cambio de rumbo en sus oyentes, y por tanto de un cambio de la sentencia punitiva; pero en un cierto punto le fue revelado el veredicto definitivo: la ineludible destrucción del reino de Samaría (Am 7,7s; 8,1-3). A pesar de ello, persiste en su proclamación: fustiga sin piedad el orgullo y el lujo, los abusos de los débiles, la hipocresía de los ritos sagrados: "Odio, aborrezco vuestras fiestas... Aparta de mí el ruido de tus canciones; no quiero oír el sonido de la lira. Quiero que el derecho fluya como el agua, la justicia como torrente perenne" (Am 5,21-24). Al que le reprocha aquel áspero lenguaje, le responde con el testimonio de su experiencia interior: ha escuchado una orden divina, que le ha empujado a dejar la tranquilidad de sus campos y a dedicarse a aquella misión; si profetiza, no lo hace por profesión o para procurarse una ganancia; para esto tiene rebaños y posesiones; es sólo para obedecer a aquella voz, para cooperar a sus efectos saludables en los hermanos a los que ama (Am 7,2.5), dispuesto a padecer todas las consecuencias por ello: "Amasías dijo a Amós: `Vidente, vete, retírate a la tierra de Judá; come allí el pan y allí profetiza...' Amós dijo a Amasías: `Yo no soy profeta ni hijo de profeta; yo soy boyero y descortezador de sicómoros. El Señor me tomó..., diciéndome: Vete, profetiza a mi pueblo Israel'" (Am 7,12-15). De hecho, amenazado por la autoridad real, responde impertérrito con presagios de ruina (Am 7,16s). A él le interesa cumplir hasta el fondo su misión; dedicarse, junto con el mandante divino, a la rehabilitación de sus hermanos (Am 5,14s; 9,11s). El verdadero profeta obra en sintonía con el corazón compasivo del Dios de Israel.

Oseas, algunos años después de Amós, dedica toda su vida al intento de apartar el corazón de la nación predilecta de Yhwh del borde del precipicio; acepta, por inspiración superior, tomar por esposa a una mucha-cha que se ha contaminado con ritos sexuales; y luego, después de un período de traición, intenta reconquistarla al primer amor; ¡una herida candente para su ideal de pureza levítica! La vida matrimonial y el cuidado de los tres hijos de nombres simbólicos [/ Símbolo 1II] deberían, pues, servir para proclamar el amor irreductible de Yhwh a su esposa Israel, la constante infidelidad de ella, los inminentes castigos merecidos, la perspectiva de un futuro retorno (cf Os 1-3): "Entonces dirá: `Volveré con mi primer marido, porque me iba entonces mejor que ahora'. Yo la atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón... Y ella me responderá como en los días de su juventud"(Os 2,15-17). Predica en contraste con las autoridades religiosas y políticas, atribuyendo a sacerdotes, profetas y gobernantes la falta de conocimiento y de adhesión a Yhwh de todo el pueblo (Os 4); revela el corazón misericordioso y siempre pronto al perdón del Padre de Efraín (Os 11); deja entrever horizontes más serenos después de los largos días del destierro, una vez verificada la reconciliación con el esposo divino: "Yo los curaré de su apostasía, los amaré de todo corazón, pues mi ira se ha apartado ya de ellos... Seré como el rocío para Israel... Volverán a sentarse en mi sombra" (Os 15,5s.8). Los más íntimos discípulos del profeta, que nos han transmitido sus confidencias (Os 1,3), pudieron sentir palpitar en él la hesed, compasión, y la ternura maternal, rehamím, del Dios de Jacob, y a la vez la exigencia de una respuesta gratuita y reconocida por parte de sus criaturas: la actitud de Oseas para con su esposa y con la madre de los israelitas era un reflejo maravilloso y convincente de ello.

Isaías ejerce su ministerio durante unos cuarenta años, a intervalos, desde el último período del rey Ozías (738 a.C.) al 702, bajo Ezequías. Es un aristócrata, de ideas geniales, de estilo incisivo y poético; tiene fácil acceso a la corte y goza de gran prestigio en todo el país. Pero declara que ha recibido de lo alto, en experiencias íntimas, los mensajes que deberá comunicar. Es el soberano de Israel y del universo, el Dios trascendente de Sión el que lo envía: "Vi al Señor sentado en su trono elevado y excelso; la orla de su vestido llenaba el templo... Y oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: `Aquí estoy yo, mándame a mí'. El me dijo: `Vete y dile a este pueblo...'" (Is 6,1.8s). Para afirmar sus exigencias de santidad y de rectitud no vacilará en enfrentarse a los varios reyes de Judá, a sus proyectos y a las previsiones de sus consejeros y de los nebi hablará también cuando sus ojos se oscurezcan y sus corazones se vuelvan duros (Is 6,10). Pero conservará en el fondo de sí y sugerirá a sus discípulos una firmísima confianza en el designio que le ha sido revelado, la "obra" de Yhwh, es decir, que él, el "Santo" de Israel y el Señor del cosmos, intervendrá en el momento oportuno para la supervivencia del pueblo que se ha elegido, quebrantará el orgullo de los imperios paganos cuando hayan cumplido la función que se les ha asignado, establecerá en el monte de Sión un centro de iluminación y de salvación para todas las gentes (Is 2,2-5; 8,16-18; 10,5-19). La verificación de sus previsiones inmediatas (devastación de Samaria y de Damasco, liberación del asalto asirio, derrota del faraón Sabaka: Is 7-8.19-20.37), la célebre secuencia de las páginas dedicadas al Emanuel (cc. 7ss), la sublimidad de sus concepciones religiosas, su serena amplitud de miras, la viva solicitud por la auténtica relación de su pueblo con Yhwh, testimoniaban en favor de su misión sobrenatural.

Contemporáneo de Isaías, desarrolló su actividad en el reino de Judá el profeta Miqueas, lleno de celo por los más oprimidos y temblando por la suerte tanto del reino del norte como del sur, animado, como confesaba él, por el poderoso influjo de Yhwh (Miq 3,8). Pronuncia un terrible vaticinio contra el mismo templo de Jerusalén (Miq 3,12), pero profesa también él una fe inquebrantable en el futuro de su pueblo en la línea de la descendencia davídica (Miq 5,1-8); indica como meta para la verdadera paz con Yhwh el derecho, la bondad, la humildad (Miq 6,1-8): "Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que el Señor exige de ti. Es esto: practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con tu Dios" (Miq 6,8).

Aunque perteneciente a la nobleza de la capital, Sofonías, algunos decenios después, vuelve a fustigar en nombre de Yhwh las malas costumbres de las clases dirigentes y las extendidas prácticas de idolatría y de superstición, recurriendo al tema de Amós (Am 5,18-20) del día del Señor; día no de luz y de alegría, como esperaba la gente, sino "exterminio y de oscuridad" (Sof 1,15). Pero entrevé en aquella oscuridad un refugio y una liberación para los marginados y los humildes que confían en Dios (Sof 2,3; 3,12).

Figuras luminosas en la hora más trágica del pueblo judío son el profeta de Anatot, Jeremías, todavía en la patria (626-586); Ezequiel en el primer destierro (593-570) y el Déutero-Isaías en la segunda parte de la cautividad babilónica (556-538).

En páginas de absoluta sinceridad, Jeremías nos describe el encuentro con el interlocutor sobrehumano, que le designa portador de mensajes decisivos para los connacionales; al sentirse incapaz de ello, intenta eximirse, pero es tranquilizado (Jer 1); y cuando, a causa de las oposiciones y de los escarnios que provoca, piense en desistir de aquella insoportable misión, experimentará tal angustia interior que estima preferible cualquier otro sufrimiento: "La palabra del Señor es para mí oprobio y burla todo el día. Yo me decía: `No pensaré más en él; mo hablaré más en su nombre'. Pero había en mi corazón como un fuego abrasador encerrado en mis huesos; me he agotado en contenerlo, y no lo he podido soportar" (Jer 20,8s). Debe gritar de continuo la general corrupción y el formalismo cultual; pronunciar terribles amenazas contra el rey, la nación entera y el templo; intentar contener la marea que los está arrastrando; lo contradirán, lo aislarán y lo buscarán para darle muerte; pero él permanecerá fiel a la consigna recibida hasta el fin, en obsequio al ser divino que le envía y al amor a los suyos; se fiará plenamente de aquella voz que obra ya en su corazón, le conforta y le permite entrever en la realización de algunos acontecimientos un futuro de arrepentimiento y de salvación: "Cúrame, Señor, y quedaré curado; sálvame y seré salvado, porque tú eres mi gloria" (Jer 17,14; 31,31-34).

Ezequiel es exhortado por la visión de Yhwh, que le llega de improviso en tierra del destierro, a aceptar también él la invitación a referir oráculos de amonestación y de lamentos: no se adivinan más que repulsas y resistencias (Ez 1-3). Sus veredictos de condena de la ingrata Jerusalén se verifican puntualmente (Ez 24) y es reconocido como auténtico portavoz del Dios de la alianza por los compañeros de destierro (Ez 24,27). Mas, en contra de su pesimismo, emprende una nueva predicación: repudio de las infidelidades pasadas y profunda adhesión al Señor (Ez 11,14-20; 36,25-32) en espera de la reconstrucción nacional y religiosa en el monte Sión (Ez 40-48).

En pos de sus huellas parece que se mueve el llamado Déutero-Isaías [/ Isaías III], anónimo vidente, que en nombre del Señor anuncia a los desterrados de Babilonia, desalentados y desconfiados, una liberación inminente, exhortándoles a renovar su fe y a reformar su conducta (Is 40-47); mientras, elogia y consuela a la élite de los que, en medio de la indiferencia general, han permanecido confiados en las promesas de Yhwh y han contribuido así a la conversión y la redención de sus hermanos (el siervo de Yhwh en el sentido de una colectividad fiel: Is 49,1-6; 52,13-53,12).

Los videntes posteriores al destierro aparecen también por sus escritos empeñados en reavivar la fe en el Dios de los padres y en sus proyectos salvíficos y en reconducir a los repatriados por los senderos de la nueva alianza, contemplando tiempos de gracia y de paz en consonancia con las intuiciones de sus predecesores: juicio de los pueblos paganos, / Abdías; era de purificación y de reconciliación, Malaquías, Zacarías; efusión general del Espíritu de Yhwh, Joel; nueva Sión, Is 24-27; nuevo templo, Ageo; nuevos cielos y nueva tierra, Is 65-66 (/ Isaías IV]. Es toda una cadena espléndida y singular de heraldos del Dios vivo, que se eleva a una cima altísima sobre cualquier tipo de videntismo y de nabismo; como la luz del mediodía que se distingue decididamente de los primeros inciertos albores del crepúsculo.

6. MENSAJE TEOLÓGICO DE LOS PROFETAS. Pero lo que hace más admirable a los profetas bíblicos es su mensaje religioso y su específica intuición escatológica. Partiendo de la sólida convicción de un monoteísmo dinámico, cual estaba arraigado en la conciencia de Israel, poco a poco consiguen percibir y explicitar un monoteísmo absoluto y universal. Yhwh es el único, el omnipotente, digno de ser adorado (Elías); el que juzga y dirige los destinos de los pueblos, también de los no israelitas (Am); el totalmente otro, que llena con su fulgor el universo y coordina los sucesos de la humanidad hacia un proyecto suyo en Sión (ls); el creador de todo lo que existe y sucede, dominador del cosmos y de la historia (Déutero-Isaías); el ser misterioso que puede ordenar a su criatura también lo incomprensible y del cual nos podremos siempre fiar (Jer, I Habacuc); el que puede transformar, respetando plenamente la libertad, el corazón del hombre mediante su Espíritu (Jer, Ez, J1); el que puede hacer servir a sus fines salvíficos el sufrimiento pacífico y heroico de sus testigos (Déutero-Isaías, Ez). Con la trascendencia divina, experimentan y descubren una insondable inmanencia. Proceden también aquí, por un lado, de la más antigua concepción religiosa hebrea. Yhwh es el Dios que se ha comprometido desde los comienzos con su estirpe por medio de un "pacto", berit. Está como implicado en la suerte de las tribus de Israel: interesado en reinar sobre ellas (Samuel, Elías) y dispuesto por ellas a intervenir prodigiosamente (Moisés, Elías). Mora en Sión, en medio de su pueblo, y desde allí envía a sus mensajeros para intentar el salvamento extremo (Am). Es el padre afectuoso, el esposo irreductible de la nación predilecta; no se rendirá nunca ante cualquier infidelidad, aunque respetando las exigencias de su santidad y de la libre decisión humana (Os); irá por tanto a llamar al corazón de Israel con incansable solicitud, incluso cuando ese corazón parezca del todo endurecido (Is); se cansarán sus portavoces, pero no él..., seguirá esperando con infinita delicadeza (Jer, Déutero-Isaías); tiene la serena certeza, comunicada también a sus confidentes, de que al final sus hijos se acordarán de su amor indeclinable, le abrirán su alma (Ez, Déutero-Isaías) y llorarán de compunción (Zac 12,10-14). De aquí la exposición de las divinas y sublimes exigencias, que tienen siempre como base las de la berit: una respuesta de plena adoración y de confianza ilimitada, el abandono de cualquier ídolo y de toda injusticia en perjuicio de los hermanos amados de Dios (Samuel, Elías), con ulteriores profundizaciones: culto sincero que incluye la estima del otro y respeto de sus derechos (Am), adhesión amorosa, misericordia fraterna, humildad (Os, Miq), fe viva y santidad de obras (Is), circuncisión del corazón y confianza exclusiva en Yhwh (Jer), conversión, arrepentimiento, observancia fiel de la tórah (Ez)... En cuanto al futuro, descubren algo más preciso y más grandioso que la genérica bendición prometida a los antepasados. Para Natán habrá una perenne descendencia davídica en el gobierno de su pueblo (2Sam 7); Amós prevé la restauración de la casa de David que ha caído en la ruina (Am 9); la idea de un rey davídico redivivo, lleno de los dones del Espíritu (Is 11), recorre toda la predicación sucesiva, desde Oseas a Miqueas, Jer, Ez, Zac; Sión se convierte entonces en la sede de un reino feliz y santo en las visiones de Is 2, de Miq 4, de Jer 30-31, de Ez 17,37.40, de Is 54,60-62 y de los otros profetas posexílicos: en medio de ellos se erigirá el nuevo santuario de Yhwh y se posará la acción transformadora de su Espíritu; Dios hablará al corazón de su esposa y la atraerá a sí (Os); el conocimiento profundo del Señor se difundirá alrededor del monte elegido (Is); se escribirá en lo íntimo de los israelitas una nueva alianza de amor, por lo cual se sentirán inducidos a buscar a Dios (Jer 31); su corazón de piedra quedará cambiado en un corazón dócil, humilde, lleno de disgusto por los errores pasados (Ez 36); la salvación obtenida por el camino del dolor y de la intercesión de los justos penetrará en las multitudes (Is 52-53). Florecerá una era nueva de paz verdadera con Yhwh y de fraterna armonía en el pueblo de Sión, y las gentes acudirán para alcanzar luz y justicia: "El monte de la casa del Señor será afincado en la cima de los montes y se alzará por encima de los collados. Afluirán a él todas las gentes..., pues de Sión saldrá la ley y de Jerusalén la palabra del Señor...; trocarán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces... Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor" (Is 2,2-5). Era ésta la realidad misteriosamente esperada por todos los profetas bíblicos para una época imprecisa, be`aharít hajamin (cf Os 5), "para la sucesión de los días" o "después de aquellos días" (no traducido exactamente por "al fin de los días", de donde ésjatos, último, escatología). Su pleno cumplimiento en Cristo y en el pueblo nuevo guiado por el Espíritu la aclarará a las mentes de los transmisores de aquellos mensajes.

7. KERIGMA PROFÉTICO E IDEOLÓGICO. En este conjunto de temas habrá que distinguir ciertamente el aspecto, llamémoslo ideológico, del kerigma verdadero y propio. Bajo el impulso de la inspiración, el vidente experimenta la trascendencia del Señor y su acción en el mundo de manera más elevada cada vez, comprende cada vez más vivamente el amor a Israel y a los pueblos, descubre una relación cada vez más pura entre el divino interlocutor y sus criaturas para las épocas venideras. Pero no puede expresar todo esto más que con términos y categorías de su ambiente. Usará ante todo los conceptos histórico-religiosos tradicionales: la promesa-elección (Dios ha elegido en los antepasados como pueblo suyo al clan israelita y se ha comprometido a darle una salvación: Gén 12,15); la alianza, berit (otro tipo de compromiso del soberano divino con toda la colectividad, sugiriendo normas de comportamiento e imprimiéndolas luego en los corazones: Ex 20); el éxodo antiguo y el éxodo nuevo hacia un futuro mejor (Déutero-Isaías, el pacto con David y sus herederos: 2Sam 7; Is 7,29); la idea'de un resto purificado (Is 6,13), de un sacrificio expiatorio (Is 52s) y de un templo como sede de Dios en medio de su pueblo (Ez 40ss). Se servirá luego de un lenguaje típico y altamente simbólico: forma de mensajes ("así dice Yhwh...", "me envía Yhwh"), con estilo jurídico según la ley del talión (rib o disputa entre dos contendientes, uno de los cuales demuestra tener razón: "juicio", con acusación y veredicto de condena correspondiente); vaticinios de desgracias, lamentaciones..., imágenes tomadas del ambiente familiar, cultual, agrícola... Pero mientras que la mentalidad común empleará estos conceptos y estos símbolos para confirmarse en la creencia de una inviolabilidad mágica de las instituciones humanas, los auténticos profetas los dirigirán a ilustrar el pensamiento y juicio genuinos de Yhwh sobre la situación existencial de su pueblo. Será cometido de la exégesis desentrañar, dentro de los límites de lo posible, lo que pertenece al núcleo esencial de su anuncio inspirado de lo que es más bien contingente y descriptivo.

8. Los ESCRITOS PROFÉTICOS. Los profetas pronunciaron seguramente muchos más oráculos que los que se nos han transmitido. Parece que escribieron de su propio puño sólo pocas páginas (Is 8,16; 30,8; Jer 36; Ez 24): su primera intención era amonestar e iluminar a los oyentes directos; lo demuestra el estilo y el ritmo decididamente oral de sus dichos. Los que conservaron y luego nos transmitieron generalmente sus palabras fueron los círculos de los discípulos y simpatizantes. Establecida la genuinidad de un vidente y la rectitud de su mensaje, se imprimían en la mente los varios oráculos, generalmente en verso, con la eficaz mnemotécnica oriental, los repetían en las reuniones sagradas y los iban poniendo poco a poco por escrito; primero en pequeñas colecciones y luego en grupos cada vez mayores, siguiendo procedimientos muy simples [agregación por analogía de temas o de palabras clave, o bien según un esquema genérico: a) oráculos de ruina; b) oráculos contra los paganos; y c) oráculos de salvación]. Algunas de estas colecciones se compilaron todavía en vida del profeta; otras en épocas posteriores sobre todo durante el exilio. Por la comparación con los duplicados y conociendo el respeto que inspiraba la palabra profética, tenemos una gran seguridad en cuanto a la autenticidad sustancial de los mensajes proféticos que nos han llegado, aunque la crítica puede comprobar en algunos párrafos amplificaciones y actualizaciones de una generación a otra; ello no impide distinguir el genuino pensamiento de los grandes heraldos del pueblo elegido, e incluso nos ayuda a descubrir su exacta orientación hacia la meta suprema a la que miraban.

II. LA PROFECÍA EN EL NT. En la plenitud de los tiempos se realizó aquella salvación en la que "centraron sus estudios e investigaciones los profetas que anunciaron la gracia que Dios os tenía reservada. El Espíritu de Cristo que estaba en ellos les dio a conocer de antemano lo que Cristo tenía que sufrir" (lPe 1,10-11): aquella revelación plena del Padre, de la cual los antiguos videntes habían sido un reflejo y preludio: "Dios, después de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días que son los últimos nos ha hablado por el Hijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas" (Heb l,ls). En Jesús y con Jesús se inicia un nuevo diálogo de Dios con la humanidad; él es el enviado de Yhwh por excelencia, y continúa su acción profética en el mundo a través de sus portavoces.

1. CRISTO, EL MAYOR DE LOS PROFETAS. En el evangelio de Lucas el nuevo rabbi de Nazaret se presenta como el ungido por el Espíritu del Señor, predicho por los libros santos, que había de llevar a los pobres y a los oprimidos la buena nueva de la liberación y de la divina benevolencia: "Le entregaron el libro del profeta Isaías..., y encontró el pasaje en el que está escrito: `El Espíritu del Señor está sobre mí..., me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres..., a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor'. Enrolló luego el libro, se lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó... Comenzó a decirles: `Hoy se cumple ante vosotros esta Escritura'. Todos daban su aprobación, admirados de las palabras tan hermosas que salían de su boca" (Lc 4,17-22). El Espíritu actúa, efectivamente, en él en el momento de la encarnación (Lc 1,35), en la inauguración de su ministerio (Lc 3,21s), durante toda su predicación (Lc 10,21; 11,20). Al escucharle y observar sus obras, la multitud no tiene la menor duda: "Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16); él es más que Jonás y que Salomón (Mt 12,6.41); es el supremo profeta prometido en Dt 18,15, al que todos deben escuchar (Mt 17,5), y cuyas palabras no pasarán jamás (Dt 24,35); el que es la luz del mundo (Jn 1,4s), guía para la auténtica relación con Dios en espíritu y verdad (Jn 4,23), el único mediador de la revelación del Padre y de sus misterios (Mt 11,27; Lc 10,22; Jn 3,35), el unigénito que contempla desde siempre la esencia del Padre (Jn 1,18) y que nos revelará de manera única su insondable misericordia con la exigencia de una generosidad análoga en el corazón de sus hijos (Mt 7,Is).

Al igual que los grandes profetas, es impugnado por el orgullo y por la hipocresía humana, por quienes persiguen proyectos de autoexaltación y de prestigio. Rechazado, condenado por los jefes del pueblo, él, secundando un arcano designio del Eterno, deja que el curso de los acontecimientos lo arrastre y lo aniquile. Pero en su humillación y luego en su resurrección se realiza de la forma más inimaginable la intuición "escatológica" de los videntes de Israel: la manifestación plena de la infinita trascendencia de Yhwh y de su inconmensurable solicitud por el hombre, el logro de la perfecta reconciliación y comunión de vida de toda criatura con su creador, la paz inalterable entre la tierra y el cielo. En Cristo que, con sus "palabras de gracia" y sus gestos de bondad, con la aceptación voluntaria de la muerte y la gloria de su resurrección, con el don perenne de su cuerpo y de su sangre, nos revela un amor absolutamente gratuito e ilimitado a los hombres que le han rechazado, encuentra la profecía entera del AT su más alto cumplimiento, su culminación a la vez que su confirmación más válida. No podían menos de provenir del mismo supremo director, a saber: del Espíritu de Dios, por una parte aquellas experiencias sobrehumanas, aquellas heroicas proclamaciones de santidad y de misericordia, aquella espera paciente e indefectible de una purificación interior, aquel plan de salvación definitiva para los descendientes de Israel y para todas las gentes, y por otra las fúlgidas realizaciones de estas perspectivas en la obra humilde y amable del rabbi de Nazaret, el más excelso descendiente de David, el rey pacífico de la paz, el signo de contradicción para las libres opciones del hombre, el más fiel de los "siervos de Yhwh", la víctima inocente de todos los pecados de la humanidad, el vencedor de la muerte y la irradiación misma del Padre, el supremo de los profetas.

Pero Jesús, al llevar a su más alto nivel la profecía, la encaminó por nuevos senderos. Al volver a la gloria que le correspondía desde toda la eternidad, y de la cual había hecho partícipes a sus hermanos (Jn 17,5s), quiso perpetuar su presencia invisible y dinámica en medio de los hombres hasta el fin del mundo: "Yo estaré siempre con vosotros" (Mt 28,20), y dirigiéndose al Padre: "Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor que tú me tienes esté en ellos y yo también esté con ellos" (Jn 17,26). "No os dejaré huérfanos... Yo pediré al Padre que os mande otro defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad... El os lo enseñará y os recordará todo lo que os he dicho... Él os guiará a la verdad completa... El me honrará a mí, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará" (Jn 14,16s.18.26; 16,13s). Era la promesa de la bajada del Espíritu del Padre y del Hijo sobre el nuevo pueblo de Dios, nacido del corazón y de la sangre de Cristo: "Sabed que voy a enviar lo que os ha prometido mi Padre" (Le 24,49). "Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días" (He 1,5): era la realización de un antiguo vaticinio: "Después de esto, yo derramaré mi espíritu sobre todos los hombres. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán... Haré aparecer señales en el cielo y en la tierra" (J13,1.3). ¡Se inauguraba una gran nueva era profética!

2. Los PROFETAS CRISTIANOS. En la época judeo-neotestamentaria existía la convicción de que, después de los últimos profetas clásicos, el Espíritu había abandonado Israel, reservándose volver en la venida de la era mesiánica. Las manifestaciones carismáticas verificadas en las comunidades cristianas desde el día de pentecostés (He 2) indujeron a los creyentes a hablar de un profetismo renovado. Pedro ve en el fenómeno de las diversas lenguas de los apóstoles el cumplimiento de la predicción de Joel (He 2,16-21); otro tanto afirman los Hechos del primer apóstol por la eficacia de su palabra en los corazones de los judíos, por la osadía con que se presenta a los jefes de la nación, por la confirmación de sus previsiones por los acontecimientos (He 4,10.15).

Junto a él se nos indican como profetas otros varios personajes: los "profetas" que provienen de Jerusalén (He 11,27), uno de los cuales, Agabo, anuncia una gran carestía, que realmente tuvo lugar, y luego prefigurará con un gesto simbólico a la manera de los videntes antiguos el encarcelamiento de Pablo, usando la frase típica: "Así dice el Espíritu Santo..." (He 21,11); los "profetas" de Antioquía, un grupo de responsables que guiaban la comunidad y que, después de ayunar y orar, descubren a la luz del Espíritu la designación de Pablo y de Bernabé para la evangelización de Chipre y, por la imposición de las manos, les comunican aquella misión: "Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: `Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado'..., les impusieron las manos y los despidieron" (He 13,2s); están luego Felipe y sus hijas: de éstas se nos dice que "profetizaban" (He 21,9), probablemente en el sentido de 1Cor 14 y 11,4s (llevaban, como su padre, a las asambleas litúrgicas el carisma de una palabra inspirada e iluminadora); Felipe es un ardiente evangelizador de paganos, realizador de milagros; puede trasladarse prodigiosamente, como Elías, a distancia para iluminar con su inteligencia cristiana a un lector de oscuros pasajes proféticos del AT (He 8,5ss); Bernabé, del grupo de Antioquía, es llamado "apóstol y profeta" (He 13,1) y hombre de la paráclesis (He 4,36), pues tiene el don de confortar, exhortar y animar (He 11,2s.25s).

Pablo no es mencionado nunca con el título de "profeta", pero nos presenta todas sus características. Tiene una absoluta certeza de su misión sobrenatural: es el fulgor de Cristo resucitado que vino a ilustrarle cuando menos lo esperaba (Gál 1,11-17); el kerigma evangélico que lleva a los gálatas tiene el carácter de trascendencia que ni siquiera un ángel podría desmentirlo (Gál 1,6-10); muchas veces alude a las revelaciones y a los dones del Espíritu con que ha sido favorecido: "A nosotros nos lo manifestó Dios por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo penetra todo, hasta las cosas más profundas de Dios" (lCor 2,10); en virtud de esta presencia interior lo puede él todo, funda establemente las primeras comunidades entre los gentiles, dirime las cuestiones relativas a la nueva vida en Cristo, comprendida la actividad carismática de los fieles (1Cor 14,37s). En sus cartas especifica qué íntimo conocimiento se le ha comunicado del misterio de Cristo: la inescrutable riqueza del amor salvífico que hay que extender mediante la fe y la luz del Espíritu a todas las gentes, según el designio benévolo del Padre (Ef 1,7; 3,5), pues la nueva comunidad (la Iglesia) edificada por el Padre deberá tener siempre una solidísima piedra angular, que es Cristo Señor, y un fundamento indefectible, que son justamente los testigos de su vida y resurrección (apóstoles) investidos por el poder del Espíritu (profetas): "Edificados sobre el fundamento de los apóstoles, la piedra angular de este edificio es Cristo Jesús, en el que todo el edificio, perfectamente ensamblado, se levanta para convertirse en un templo consagrado al Señor" (Ef 2,20s); Pablo ciertamente se considera entre ellos. Así como los heraldos de Dios en el AT partían de la tórah y de la alianza desarrollando sus virtualidades con su experiencia e inteligencia sobrenatural, así ahora los enviados del Señor Jesús tienen la función de exponer y aclarar incesantemente el misterio de Cristo, que vivió en medio de nosotros, bajo el influjo de su Espíritu: apóstoles en cuanto testigos de su realidad histórica y gloriosa, profetas en cuanto confortados por la luz interior del Espíritu.

Otro gran profeta es el autor del / Apocalipsis (Juan evangelista o alguno de su séquito): recibe en éxtasis del Hijo del hombre la misión y los mensajes que ha de comunicar: "Oí detrás de mí una voz potente... que decía: `Lo que ves escríbelo en un libro y mándaselo a las siete iglesias' " (Ap 1,10s); se expresa en el estilo de los antiguos videntes: en primera persona, apelando a la palabra del Espíritu, con reproches, amenazas, invitaciones a la conversión; pero en el centro de sus anuncios está "el que es `el primero' y `el último', el que murió y ha vuelto a la vida" (Ap 2,8); y concluye con una firme declaración sobre el origen sobrehumano de sus previsiones: "Estas palabras son ciertas y auténticas, y el Señor Dios de los espíritus de los profetas ha enviado a su ángel a mostrar a sus servidores lo que va a suceder enseguida. Voy a llegar enseguida. Dichoso el que guarda la profecía de este libro" (Ap 22,6s).

3. PROFETAS "ASAMBLEARES" Y DISCERNIMIENTO DE LOS ESPÍRITUS. Los textos neotestamentarios, además de estos personajes específicamente mencionados, nos informan también sobre un fenómeno más genérico de profecía y nos advierten de la necesidad de un atento discernimiento. En lCor san Pablo nos habla varias veces del carisma de la profecía en conexión con las asambleas litúrgicas: "El hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta deshonra a Cristo, que es su cabeza. Y la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra al marido, que es su cabeza" (lCor 11,4); "A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para el bien común..., a uno el don de hacer milagros, a otro el decir profecías, a otro hablar lenguas extrañas... Todo esto lo lleva a cabo el único y mismo Espíritu, repartiendo a cada uno sus dones como quiere" (lCor 12,7-11); "Buscad el amor; aspirad a los dones espirituales, pero sobre todo el don de profecía" (lCor 14,1). Se trata de uno de tantos dones gratuitos del Espíritu de Cristo, que actúa en su Iglesia, que sirve para la edificación y el perfeccionamiento de toda comunidad cristiana (lCor 12,12ss); tiene la función específica de confortar, exhortar y hacer crecer (14,3: "El que profetiza habla a los hombres, los forma, los anima y consuela"; para "instruir a los demás": v. 19; para convencer a los increyentes: v. 24s). El hablar inspirado, que es superior a la glosolalia, es decir, a un lenguaje desconocido que sirve sobre todo para el coloquio personal con Dios (lCor 14,4-6), era muy estimado en las comunidades de la época; san Pablo dedica a ello todo el capítulo 14 de lCor para hacer su elogio y a la vez purificarlo de cualquier intemperancia. Siguen hablando de él con estima un siglo después el Pastor de Hermas (11 prec.), Justino en el Diálogo de Trifón (n. 82: "El hecho de existir en nuestros días el don de la profecía entre nosotros, los cristianos, debería haceros comprender que aquellos dones que se encontraban en otro tiempo entre vuestra gente [los judíos] han sido ahora transferidos a nosotros"), y también Ireneo Adv. Haer. II, 32,4; III, 11,9.

Pero en otros pasajes, lo mismo del apóstol que del resto del NT, se recomienda insistentemente la vigilancia, la prudencia, un atento examen de cada una de las personas y de los mismos mensajes que se presentan como inspirados: es preciso conocer y saber aplicar los criterios de discernimiento recomendados por la experiencia de los siglos y de cada una de las asambleas cristianas: "No apaguéis el Espíritu. No despreciéis las profecías. Examinadlo todo,y quedaos con lo bueno" (1Tes 5,19-21); "Queridos míos, no os fiéis de todos los que dicen que hablan en nombre de Dios; comprobadlo antes, porque muchos falsos profetas han venido al mundo... El que confiesa que Jesús es el mesías hecho hombre es de Dios; y el que no confiesa a Jesús no es de Dios" (1Jn 4,1-3). Ahora todo vidente que declara que recibe y comunica mensajes del Dios vivo, cualquiera que sea el nivel al que pertenezca, deberá confrontarse con la revelación del Verbo eterno hecho "carne", con el misterio de su admirable inserción en la historia del hombre. El criterio de la conformidad con la verdadera religión dada a conocer a lo largo de la historia veterotestamentaria deberá integrarse con la referencia más o menos explícita al designio del supremo Señor de "recapitular todo en Cristo" (Ef 1,10), de manifestar cada vez más "las inescrutables riquezas" del amor de Cristo (Ef 3,8) y hacer comprender "la anchura, la longitud, la altura y la profundidad" del mismo (v. 18), para que todos puedan "ser fortalecidos poderosamente por su Espíritu en orden al progreso de vuestro hombre interior" (v. 16) y "llenos de toda la plenitud de Dios" (v. 19) "para alabanza de su gloria" (Ef 1,12) y de su inefable bondad. A esto tendían todas las iniciativas de Yhwh en la comunidad elegida y en sus auténticos mensajeros, y a esta meta sublime tiende la efusión del Espíritu de Cristo en su Iglesia, en sus ministros y en cada uno de los componentes de su cuerpo místico. Por la consonancia con esas realidades se podrá reconocer la genuinidad de todo espíritu que se confiese enviado de lo alto.

III. CONCLUSIÓN. Mirando ahora todo el fenómeno de la profecía como nos lo presenta la larga tradición judeo-cristiana, podemos deducir sintéticamente algunas conclusiones. "Deus nobis locutus est per prophetas": Dios se ha dignado hablar realmente a la humanidad por medio de sus mensajeros; su voz discreta pero poderosa, respetuosa de la libertad humana pero exigente, llevaba en sí el timbre de la trascendencia. Dios, por medio de ellos, se ha puesto en comunicación con el hombre, ha manifestado su vivo interés por todos los hombres, su solicitud por su respuesta de amor y por su consiguiente participación en su gloria. No es posible dudar seriamente de ello. Pero se pueden distinguir varios niveles de manifestación profética: un nivel general, con el que Dios se revela en los acontecimientos y en los personajes de todo un pueblo y lo guía carismáticamente hacia la verdad; un nivel más específico con el envío de sus portavoces extraordinarios, como los grandes videntes del AT, y sobre todo su mismo Unigénito hecho visible, y los enviados directos de Cristo, testigos de su obra e investidos de su Espíritu, como fundamento perenne de su comunidad (a la vez "apóstoles y profetas"); un tercer nivel, con inspiraciones asamblearias ocasionales, es decir con mensajes aptos para exhortar, consolar y orientar de manera eficaz grupos o individuos de la comunidad cristiana para su plena maduración en el amor. Todo el pueblo de Dios se nos presenta así bajo el influjo del Espíritu de Cristo en sus estructuras y en sus componentes, con la posibilidad inmediata de una palabra carismática, cuando sus miembros están abiertos a las manifestaciones especiales que el mismo Espíritu quiere suscitar; es preciso estar prontos y dóciles.

¿Ha hablado Dios también fuera del ámbito judeo-cristiano? ¿Sigue hablando también hoy? No hay ningún motivo para negarlo a priori. Ya se ha visto que el que habló por medio de los profetas es el Dios del amor y de la condescendencia infinita, deseoso de estar en diálogo incensante con sus criaturas racionales. Lo que hizo con algunas de ellas en el pasado puede haberlo hecho también con otras y hacerlo en diversas épocas de un modo quizá inconcebible para nosotros. Donde haya indicios de ello, si queremos tener su convalidación sólo habremos de aplicar los criterios del recto discernimiento, ya comprobados por una experiencia milenaria.

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G. Savoca