PEDRO
DicTB
SUMARIO: 1. Pedro en la tradición evangélica: 1. La figura de Pedro en los evangelios sinópticos: a) La llamada, b) El seguimiento, c) La crisis, d) La rehabilitación; 2. Pedro en la tradición joanea. II. Pedro en la tradición de la primera Iglesia: 1. Pedro en los Hechos de los Apóstoles; 2. Pedro en el testimonio de Pablo y de su tradición: a) Pedro entre las "columnas" de la Iglesia, b) La tradición petrina. Conclusión.
Pedro, después de Jesús, el Cristo, es el personaje más conocido y citado en los
textos del NT: unas 154 veces, con el sobrenombre de Petrós, asociado en
27 casos al nombre hebreo Simeón, en la forma griega Simón. Con
este nombre se le conoce al menos unas 20 veces en los evangelios. Pablo, por el
contrario, se refiere a Pedro con el apelativo arameo de Kéfa, que
aparece en total nueve veces en el NT. Simón Pedro es el hijo de Juan (Jn 1,42)
o, en la forma aramea, bar-Yona, hijo de Jonás (Mt 16,17). La figura de
Pedro, que tiene un papel tan destacado en el NT, se carga de connotaciones
todavía más relevantes en la historia de la Iglesia ya desde los primeros siglos
por el papel primacial de la sede romana, que apela a él. Así pues, son estas
dos razones las que invitan a investigar en los textos del NT, donde confluyen
tradiciones diversas, pero convergentes, a la hora de trazar el perfil histórico
de Pedro y su itinerario espiritual, propuestos a cada uno de los cristianos y a
sus comunidades.
I. PEDRO EN LA TRADICIÓN EVANGÉLICA. Se puede reconstruir una imagen petrina sobre la base de los tres evangelios sinópticos, con los que está también de acuerdo la tradición joanea. Resaltan ante todo ciertos datos biográficos comunes que remiten a una tradición sólida: el nombre, el sobrenombre o apelativo, su función en el grupo de los doce discípulos históricos de Jesús, su presencia en algunos episodios de la historia de Jesús y particularmente en el drama de la pasión y en la experiencia pascual.
1. LA FIGURA DE PEDRO EN LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS. Sobre la
base de una plataforma tradicional común, que da razón de los rangos y de los datos convergentes en la figura y en la función de Pedro, se desarrolla el trabajo redaccional de cada uno de los evangelistas. La imagen y el papel de Pedro se integran con algunos datos particulares sacados de la propia tradición; además, el perfil de Pedro asume aspectos particulares según la perspectiva de cada autor. Pero, a pesar de estas diferencias, es posible recorrer el itinerario espiritual de Pedro siguiendo la documentación evangélica.a) La llamada. Pedro figura entre los primeros discípulos históricos de Jesús, es decir, forma parte de aquel grupo de hombres adultos que compartió el destino y el estilo de vida del maestro en una actividad itinerante a lo largo de las aldeas de Galilea y en las peregrinaciones festivas a Jerusalén. El dato común de partida para reconstruir la imagen evangélica de Pedro es la llamada, que atestiguan de común acuerdo los tres sinópticos, y también en parte la tradición joanea. La vocación de Pedro forma parte de la escena de la llamada de los cuatro primeros discípulos, constituida por dos parejas de hermanos: por una parte Pedro y Andrés, y por otra Santiago y Juan. Los cuatro son pescadores del lago de Galilea. La iniciativa se remonta a Jesús, el cual con su palabra autorizada los invita a compartir su destino de mesías y predicador del reino de Dios. Efectivamente, este episodio se coloca inmediatamente después del sumario de la actividad inaugural de Jesús, que anuncia la proximidad del reino de Dios (Mc 1,15): "Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: 'Venid conmigo y os haré pescadores de hombres'. Al instante dejaron las redes y le siguieron" (Mc 1,16-18). A las palabras de Jesús, que los saca de su actividad cotidiana proponiéndoles una nueva misión con el estilo y la autoridad de Dios que llama a los profetas, sigue la respuesta de los dos hermanos, que se ponen a seguir a Jesús (Mt 4,18-22).
El tercer evangelista, Lucas, refiere la llamada de Pedro en un contexto de pesca prodigiosa. Fiándose de la palabra de Jesús, Simón Pedro y sus compañeros echan la red al mar y la sacan llena de peces. Este gesto anticipa proféticamente la misión de los discípulos de Jesús. Viene a continuación la reacción de Pedro, lo mismo que en las teofanías bíblicas, y las palabras de Jesús, que están sustancialmente de acuerdo con lo que dicen los otros sinópticos (Lc 5,11; cf Jn 21,1-6).
Esta posición preeminente de Pedro, que se remonta a la iniciativa de Jesús, aparece igualmente en la enumeración de los doce discípulos que representan el núcleo simbólico del nuevo pueblo de Dios. El papel primordial de Pedro se pone de relieve en términos explícitos por parte del primer evangelista, Mateo: "Los nombres de los doce apóstoles son: primero (griego, prótos), Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés..." (Mt 10,2; cf Mc 3,13-19 par; He 1,13). Por consiguiente, gracias a la iniciativa de Jesús, que constituyó en torno a su persona y actividad un grupo de discípulos, Pedro se ve asociado a la misión de Jesús en un lugar de primer plano.
b) El seguimiento. La tradición evangélica sinóptica está de acuerdo al presentar la figura de Pedro, que mantiene unas relaciones particulares con Jesús y con su actividad. En efecto, Jesús se hospeda en Cafarnaún en casa de Pedro, curando a su suegra (Le 1,26-31 par). Pedro forma parte del grupo restringido de discípulos que se distinguen de los otros por participar más de cerca en algunos episodios de la misión de Jesús. Junto con Santiago y Juan asiste a la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37); junto también con ellos es testigo de la escena de la transfiguración (Mc 9,2-8) y de la oración dramática de Jesús en Getsemaní (Mc 14,33 par). A este grupo, al que se añade ahora Andrés, va dirigido el discurso escatológico de Jesús (Mc 13,3).
En la historia evangélica Pedro se convierte en diversas ocasiones en portavoz del grupo de los doce. Así ocurre en el caso de la curación de la mujer que perdía sangre (Lc 8,45; cf 12,41; Mc 11,21; Mt 15,15; 18,21). Particularmente en la tradición de Mateo, la figura y el papel de Pedro adquieren un relieve mayor, pues Pedro es asociado al estatuto de Jesús, el mesías y el Hijo de Dios (Mt 17, 24-24: tributo al templo; cf Mt 14, 28-31).
Entre todos estos episodios evangélicos en los cuales Pedro desempeña una función activa y representativa del grupo de los discípulos, destaca el que se conoce como confesión de Cesarea de Filipo. Es ésta una escena central en la estructura de los evangelios sinópticos, porque representa un giro crítico entre el anuncio del reino de Dios en Galilea y el comienzo del camino hacia Jerusalén, en donde habrá de consumarse el drama final. El episodio está centrado en el diálogo entre Jesús y los discípulos. Cuando Jesús les pregunta: "¿Quién dice la gente que soy yo?", los discípulos responden a coro recogiendo las imágenes de la opinión pública: "Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas". Entonces Jesús insiste en su pregunta, apelando directamente al grupo: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Entonces respondió Pedro: "Tú eres el mesías". Y Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie (Mc 8,29-30 par). La escena de Cesarea de Filipo en la triple tradición sinóptica va seguida de un diálogo entre Jesús y Pedro. Efectivamente, desde aquel momento Jesús empieza a adoctrinar al grupo de los discípulos sobre el destino del Hijo del hombre, humillado y doliente, que al final será condenado a muerte por las autoridades de Jerusalén, pero al que Dios resucitará el tercer día. "Esto lo decía con toda claridad. Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, riñó a Pedro, diciéndole: `¡Apártate de mí, Satanás!, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres"' (Mc 8,32-33). La reacción escandalizada de Pedro frente al anuncio del fracaso y del destino impotente del mesías es muy comprensible, ya que está en contradicción con su imagen del mesías referida unas líneas más arriba. Es igualmente dura la reacción de Jesús, que llama a Pedro "Satanás", adversario, porque se opone al plan salvífico de Dios. En este caso Jesús lo invita a ocupar su puesto, a seguirle. En efecto, inmediatamente después los evangelios recogen la instrucción sobre el seguimiento, que consiste en compartir el destino de Jesús al precio más alto: la cruz y el riesgo de perder la propia vida.
En resumen, se presenta a Pedro como el prototipo de los discípulos que siguen a Jesús con sus entusiasmos y con sus crisis (cf Mc 10,28-31 par). En nombre del grupo o en primera persona, Pedro es el representante de los que siguen a Jesús y también el destinatario privilegiado de las instrucciones del maestro [/ Apóstol/ Discípulo].
c) La crisis. El papel preeminente de Pedro respecto al grupo de los discípulos históricos aparece con toda claridad en el contexto de la pasión. Después de la cena final, los tres evangelios sinópticos recogen unas palabras proféticas de Jesús relativas a la crisis que habrá de abatirse sobre el grupo de los discípulos: "Todos tendréis en mí ocasión de caída, porque está escrito: `Heriré al pastor y las ovejas se dispersarán'. Pero después resucitaré e iré delante de vosotros a Galilea" (Mc 14,27-28). En este momento Pedro, como en otras ocasiones, toma la palabra para disociarse del grupo de los discípulos escandalizados. "Pedro le dijo: 'Aunque fueras para todos ocasión de caída, para mí no'" (Mc 14,19). Entonces Jesús se dirige expresamente a Pedro y le anuncia la crisis que se consumará con una negación total de su Maestro aquella misma noche: "Jesús le dijo: `Te aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, me negarás tres'. Pedro insistió: `¡Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré!'" (Mc 14,30-31). La negación de Pedro es preparada por la escena intermedia de Getsemaní. Pedro forma parte del grupo de los que fueron elegidos por Jesús para que estuvieran a su lado durante aquella noche. Pero mientras que Jesús encuentra en la oración insistente y perseverante la fuerza necesaria para cumplir la voluntad del Padre, Pedro y los otros discípulos se muestran incapaces de velar junto a Jesús. Entonces Jesús se dirige una vez más a Pedro para decirle: "¡Simón!, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no caigáis en tentación. El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38 par). La debilidad de la condición humana no robustecida por la fuerza de Dios la experimentó Pedro primero en el momento del arresto de Jesús y luego en la noche del proceso y de la condenación. Según la tradición sinóptica, uno de los que estaban con Jesús en el momento del prendimiento tomó la espada con la intención de defender por la fuerza al maestro y mesías (Mc 14,47 par); Juan dice que se trataba de Pedro, el cual recibió de Jesús la orden de devolver la espada a su vaina (Jn 18,10-11). En la tercera escena se pone de manifiesto la completa crisis de Pedro, el cual por tres veces, ante las insistentes preguntas de los que se estaban calentando a la lumbre en el patio del palacio del sumo sacerdote, reniega de su maestro. La triple negativa corresponde a la triple instrucción de Jesús sobre la pasión del Hijo del hombre y a su triple oración. Pero Pedro, que recorre hasta el fondo el camino de la crisis que le había anunciado Jesús, encuentra también la fuerza de la conversión y del arrepentimiento. Es el recuerdo de las palabras de Jesús lo que le permite reconocer su fracaso y llorar amargamente su pecado (Mc 14,66-72 par). Así pues, Pedro, en la reconstrucción que hacen los evangelios sinópticos, es la figura paradigmática de todos los que siguen a Jesús, tanto en la adhesión espontánea como en la experiencia de la crisis provocada por la duda y por el miedo en el seguimiento de un mesías humillado y doliente.
d) La rehabilitación. Los tres evangelios sinópticos refieren de manera especial con diversos acentos el cumplimiento de la promesa de Jesús a Pedro: después de su resurrección él estará de nuevo al frente del grupo en Galilea (Mc 14,28; cf 16,7; Lc 24, 34). Pero son las tradiciones de Lucas y de Mateo las que conceden un relieve particular a esta nueva función de Pedro gracias a la palabra eficaz de Jesús. Lucas, dentro del contexto del discurso que siguió a la cena pascual, en el que se define el estatuto de la comunidad fiel y perseverante, refiere estas palabras de Jesús: "Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder cribaros como el trigo, pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando te arrepientas, confirma a tus hermanos" (Le 22,31-32). En virtud de la plegaria eficaz de Jesús, Pedro podrá superar la crisis y la tentación que provienen del adversario, de Satanás. Y, también gracias a la palabra de Jesús, Pedro es restablecido en su función de guía de la comunidad.
Este mismo motivo se encuentra en la tradición de Mateo, el cual dramatizó la crisis de Pedro en la escena nocturna del encuentro en el lago. Jesús salva a Pedro de hundirse en las aguas respondiendo a su invocación: "¡Señor, sálvame!" (Mt 14,28-31). Pero es en el diálogo posterior a la confesión mesiánica de Cesarea cuando Jesús revela y promete a Pedro su función eclesial. En primer lugar, en respuesta a la confesión de fe cristológica de Pedro: "Tú eres el mesías, el Hijo del Dios vivo", Jesús respode: "Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17). La declaración de fe de Pedro se remonta a la iniciativa gratuita del Padre, que revela su plan salvífico a los "pequeños". Sobre la base de esta fe Pedro es constituido fundamento, "roca", de la comunidad mesiánica de Jesús —"mi Iglesia"— y se le confía la misión de guía autorizado de la misma: "Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de Dios; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,18-19). La doble imagen de la roca y de las llaves sirve para definir la función de Pedro en el ámbito de la Iglesia en virtud de la palabra eficaz de Jesús. Lo mismo que el "mayordomo" en la casa real, también Pedro tiene autoridad en la comunidad mesiánica de Jesús con el poder de atar y desatar, es decir, según el lenguaje rabínico de la época, la autoridad de pronunciar decisiones doctrinales.
En conclusión, la tradición sinóptica reconstruye la figura y el papel de Pedro sobre una base histórica bien sólida, ya que se conservan también ciertos datos que no corresponden en lo más mínimo al proceso de idealización de los jefes. En segundo lugar, cabe destacar además que la figura de Pedro es propuesta no sólo como modelo del discípulo, sino también como representante autorizado y guía de la comunidad creyente.
2. PEDRO EN LA TRADICIÓN JOANEA. En una confrontación entre los evangelios y el cuarto evangelio se obsevan algunas convergencias de fondo sobre la imagen de Pedro: el nombre, el apelativo Pétros, su pertenencia al grupo de los doce y la presencia característica de Pedro en algunos episodios de la pasión y resurrección de Jesús. Pero el cuarto evangelio puede utilizar una tradición particular en lo que se refiere a Pedro, que sirve para completar y puntualizar su perfil espiritual. Pedro se presenta como el portavoz del grupo de los doce en la crisis de seguimiento que acompañó al discurso de revelación sobre el pan de vida. Cuando Jesús dirige al grupo esta pregunta: "¿También vosotros queréis iros?", Pedro responde: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios" (Jn 6,67-69). Esta declaración de Pedro en nombre de los demás discípulos es el eco de la tradición sinóptica sobre la confesión mesiánica de Cesarea de Filipo. Pero está formulada con los rasgos típicos del cuarto evangelio. Jesús es reconocido como el enviado de Dios, el único mediador capaz de comunicar a todos los que lo acogen la vida plena de Dios. En las palabras de Pedro, que se convierte en portavoz del grupo de los discípulos históricos, se advierte la concepción de la fe tradicional de Juan.
Otro rasgo característico de la figura de Pedro en el cuarto evangelio es la confrontación con el otro personaje representativo, "el discípulo predilecto de Jesús". Este último es el intérprete y la garantía autorizada de la tradición presidida por Juan. Desde el comienzo del libro de la "gloria" (Jn 13,1) hasta la segunda conclusión (Jn 21,25), aparecen algunos episodios en los que las dos figuras, la de Pedro y la del discípulo amado, se mantienen una al lado de la otra en una relación complementaria. Pedro, durante la cena final, cuando Jesús anuncia que el traidor está presente en el grupo de los doce, intenta descubrir quién es preguntándolo a través del discípulo que se encuentra junto a Jesús (Jn 13,24). En el relato de la pasión, el evangelista advierte que, mientras que todos los demás discípulos huyeron, "Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Y este discípulo, como era conocido del sumo sacerdote, entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote; pero Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió entonces el otro discípulo, conocido del sumo sacerdote, habló a la portera y pasó a Pedro" (Jn 18,15-16). Pero la escena más significativa para ver la relación entre estas dos figuras ejemplares es la visita, el primer día de la semana, al sepulcro de Jesús, que María de Magdala había encontrado abierto y vacío. La mujer corre a advertir a Simón Pedro ' al otro discípulo predilecto de Jesús. Los dos discípulos corren al sepulcro, y llega primero el discípulo preferido de Jesús: "Se asomó y vio los lienzos por el suelo, pero no entró. Enseguida llegó Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos por el suelo; el sudario con que le habían envuelto la cabeza no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte. Entonces entró el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó" (Jn 20,3-8). En esta composición aparece la perspectiva joanea en la presentación de la figura de Pedro en relación con la del "discípulo" que llega a la fe. Esta confrontación no rebaja la autoridad de Pedro, sino que la coloca en otro nivel y le da otra función. Es lo que aparece también en la última escena pascual, registrada en el epílogo del cuarto evangelio. Pedro, con otros siete discípulos, vuelve a su actividad anterior de pescador en el lago de Galilea. En este contexto, Jesús se hace presente como un personaje anónimo que camina por la orilla del lago. Tan sólo por una palabra suya los discípulos obtienen una pesca extraordinaria. Entonces el discípulo predilecto lo reconoce como el Señor. Pero es Pedro el que, echándose al agua, alcanza a Jesús en la orilla. Después de haber comido el almuerzo que Jesús había preparado a sus discípulos, se recoge un diálogo en el que Jesús se dirige a Pedro con estas palabras: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" (Jn 21,15). La triple pregunta sobre el amor preside al triple encargo pastoral: "Apacienta mis corderos-ovejas". La pregunta de Jesús y la misión pastoral de Pedro entran dentro de la perspectiva del cuarto evangelio: la rehabilitación de Pedro y la prolongación de la misión pastoral de Jesús. En efecto, Pedro es llamado a seguirle como el único auténtico "pastor": dar la vida por él. Dentro de este marco tiene lugar la última confrontación con el discípulo amado: "Pedro, al verlo, dijo a Jesús: `Señor, y éste, ¿qué?' Jesús le dijo: `Si yo quiero que éste se quede hasta que yo venga, a ti, ¿qué? Tú sígueme"' (Jn 21,22). De esta manera concluye la presentación
de la figura de Pedro en la tradición joanea, que, en el contexto de la pasión y de la resurrección, se sitúa en relación de tensión complementaria con el discípulo autorizado. En sustancia, la imagen que da de Pedro el cuarto evangelio confirma la de los sinópticos, acentuando la iniciativa de Jesús y la función pastoral petrina a partir de la experiencia de la pascua.II. PEDRO EN LA TRADICIÓN DE LA PRIMERA IGLESIA. El papel y la figura de Pedro que se nos ha conservado y transmitido en los textos evangélicos queda integrado y ampliado en el ámbito de la primera Iglesia, especialmente en esos dos filones tradicionales que son el que se refiere a Lucas, como autor de los Hechos de los Apóstoles, y a Pablo, cuya actividad y mensaje se conserva en su epistolario.
1. PEDRO EN LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. La presencia de Pedro en la historia de la primitiva Iglesia que nos presenta Lucas es realmente impresionante, aunque reservada a la primera parte de los Hechos, concretamente desde el capítulo 1 al 15. Su nombre en esta parte de los Hechos se menciona por lo menos 56 veces. Se trata en esta primera sección de la obra lucana del origen y expansión de la Iglesia en el ambiente judío de Jerusalén, de Judea y, más tarde, en Samaria, según el programa que había trazado Jesús resucitado (He 1,8). El papel activo y directivo de Pedro aparece desde el principio dentro del grupo de los discípulos históricos, los apóstoles, los cuales representan la continuidad entre Jesús y la Iglesia. Por eso es preciso sustituir a Judas, el traidor, mediante la elección de Matías. Y es Pedro el que toma la palabra para proponer a la pequeña asamblea electiva la función "testimonial" de los apóstoles, garantes de la continuidad histórico-espiritual de Jesús (He 1,15-26). Igualmente es una vez más Pedro el que, el día de pentecostés, pronuncia el discurso programático, prototipo de los anuncios misioneros en los Hechos. Frente a la reacción de los judíos, que confunden la experiencia carismática con una exaltación colectiva, Pedro toma la palabra en medio de los once y da la interpretación auténtica del fenómeno, como cumplimiento de las promesas de Dios para los últimos tiempos. Viene a continuación la proclamación del mensaje cristiano centrado en Jesús, el hombre rechazado por las autoridades judías, pero rehabilitado por Dios. El don del Espíritu es el signo de que Jesús ha sido entronizado a la derecha de Dios y constituido Cristo y Señor (He 2,12-36). La predicación de Pedro concluye con una llamada a la conversión, que da origen a la primera comunidad cristiana en Je= rusalén (He 2,38-41). La expansión del movimiento cristiano en el ambiente de Jerusalén y en Judea ve una vez más a Pedro en primer plano. El choque con las autoridades judías del templo y del sanedrín es la consecuencia del gesto taumatúrgico de Pedro, que, junto con Juan, cura al paralítico en la puerta Hermosa del templo (He 3,1-10.11-26). En su primera comparecencia ante el consejo-tribunal —el sanedrín—Pedro da testimonio de Jesús, constituido por Dios como único y definitivo "salvador". Y a la prohibición de las autoridades judías de hablar en nombre de Jesús, Pedro y Juan responden: "¿Os parece justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros antes que a él? Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (He 4,19-20). Este principio de la libertad cristiana vuelve a repetirse en la segunda comparecencia ante el sanedrín judío. Una vez más es Pedro el que, en medio de los apóstoles, toma la palabra afirmando: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (He 5,29).
No sólo en la confrontación con las autoridades judías de Jerusalén, sino también dentro de la joven comunidad cristiana ocupa Pedro una función directiva, como lo muestra el episodio ejemplar de Ananías y Safira (He 5,1-11). Los bienes recogidos para la asistencia de los pobres en la comunidad son administrados por el grupo de apóstoles (He 4,35). Pero el autor de los Hechos presenta a Pedro poniendo al descubierto el intento de la pareja cristiana de engañar a la comunidad en el uso de los bienes y anunciando el juicio de Dios, el cual condena a los que atentan contra el estatuto santo de la comunidad.
También en la expansión de la Iglesia por el ámbito de Samaria y entre los paganos se presenta a Pedro como protagonista. En el primer caso, acompañado de Juan, confirma mediante la imposición de manos la obra evangelizadora de Felipe entre los samaritanos. Al mismo tiempo desenmascara, en su confrontación con Simón mago, el equívoco de un ambiente sincretista que confunde el don del Espíritu con un poder capaz de ser comercializado (He 8,17-25). La posición de Pedro en el proyecto de la misión cristiana reconstruida por Lucas aparece en toda su importancia en la cuestión de la admisión de los paganos en la comunidad cristiana como ciudadanos de pleno derecho. Con la opción del bautismo de Cornelio, el pagano convertido de Cesarea Marítima, Pedro establece el principio de la libertad de los paganos respecto a las restricciones judías. La fe es la única condición para formar parte del pueblo mesiánico. Esto es ampliamente documentado por Lucas en dos capítulos fundamentales de su obra: el Espíritu conduce a Pedro a superar las barreras étnico-religiosas, aceptando la invitación del oficial pagano Cornelio, a quien anuncia el evangelio en su propia casa. El don del Espíritu, derramado sobre los paganos creyentes, confirma la revelación de Dios. Pedro entonces los acoge en la comunidad cristiana mediante el bautismo (He 10,44-48). Pero esta decisión suya necesita ser defendida en la comunidad histórica de Jerusalén frente a los convertidos judíos. Pedro pone de relieve la iniciativa de Dios, a la que él se ha adherido (He 11,1-18). Este principio de la salvación de los paganos en virtud de la fe será recogido en la asamblea de Jerusalén. El problema que planteaba la conversión de los paganos, después de la misión de Pablo y Bernabé en la meseta de Anatolia, vuelve a encender las discusiones y las resistencias de los convertidos procedentes del judaísmo de Jerusalén. En el concilio que se reúne para discutir la cuestión, Pedro apela a la experiencia ejemplar de Cornelio: "Hermanos, vosotros sabéis que hace mucho tiempo Dios me eligió entre vosotros para que los paganos oyesen de mis labios la palabra del evangelio y abrazaran la fe. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor, dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros; y no ha hecho diferencia alguna entre ellos y nosotros, purificando sus corazones con la fe" (He 15,7-9). De aquí la conclusión que saca Pedro: no hay que imponer la ley judía, incapaz de comunicar la salvación, puesto que "nos salvamos por la gracia de Jesús, el Señor, igual que ellos" (He 15,11).
A continuación Pedro desaparece de la perspectiva lucana para dejar sitio a la figura y a la función de Pablo, que llevará el evangelio hasta los confines de la tierra, según el programa de Jesús resucitado. Pero antes de cerrar el capítulo de Pedro, Lucas conserva un recuerdo de su "pasión" y liberación pascual. El jefe
de los doce es encarcelado después del martirio de Santiago, hermano de Juan, por Herodes Agripa, el cual con esta política represiva intenta congraciarse con los ambientes judíos de Jerusalén. Pero el apóstol es liberado prodigiosamente durante la noche como en un pequeño éxodo pascual (He 12,1-17). Desde este momento Pedro desaparece del horizonte histórico lucano. En resumen, se puede decir que el papel de Pedro es decisivo en el origen de la primera Iglesia dentro del ámbito judío. Es el protagonista en algunas opciones programáticas de la misión, pero también en la dirección de la comunidad de Jerusalén y de Judea (cf He 9,32-43). Por consiguiente, desempeña una doble función: animar la misión cristiana trazando su recorrido ideal y ser el guía autorizado de la Iglesia.2. PEDRO EN EL TESTIMONIO DE PABLO Y DE SU TRADICIÓN. Las cartas auténticas de Pablo tienen un valor de primer orden para reconstruir la historia de la misión cristiana y de sus protagonistas, ya que se trata de textos que es posible fechar con cierta seguridad. Pablo, el apóstol de los paganos, menciona a Pedro en sus escritos tanto en relación con la Iglesia histórica de Jerusalén como en el contexto de su autorización para el apostolado.
a) Pedro entre las "columnas" de la Iglesia. La mención más antigua de Pedro en los textos del NT se conserva en la primera carta enviada por Pablo a la comunidad de Corinto a mediados de los años cincuenta. En ella Pablo remite a su actividad de evangelizador en la ciudad de Corinto, que habría desarrollado al comienzo de dichos años; refiere el contenido esencial del anuncio evangélico que dio comienzo a aquella joven Iglesia. Con una fórmula protocolaria presenta la autoridad tradicional del evangelio relativo a Cristo, el cual "murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas y luego a las doce" (lCor 15,3-5). Pedro, mencionado en este texto con el correspondiente arameo Cefas, es situado en cabeza de la lista de los destinatarios de la manifestación de Jesús resucitado. Forma parte del grupo histórico de los doce, y por tanto de los testigos autorizados y cualificados por la tradición. Unos capítulos antes, Pablo se había referido a Pedro-Cefas como modelo ejemplar de la función apostólica, junto con Santiago y los hermanos del Señor (ICor 9,5-6). Por lo demás, Pedro, designado siempre con el apelativo arameo de Cefas, es conocido en la comunidad cristiana de Corinto, si es cierto que un grupo apela a él como líder prestigioso para contraponerse a otros grupos que invocan, por el contrario, a Pablo, a Apolo e incluso al propio Cristo (1Cor 1,12).
Hasta en la lejanas comunidades cristianas de Galacia, en donde Pablo había anunciado el evangelio, es conocido Pedro, el jefe histórico del grupo de los doce. Efectivamente, Pablo, en la carta dirigida a aquella Iglesia, recuerda sus encuentros en Jerusalén con Pedro, el apóstol. Para legitimar su función apostólica y el contenido y el método de su evangelio, Pablo traza una rápida reseña de sus relaciones con los dirigentes históricos de la primera Iglesia. Después de hablar de la "revelación" de Damasco, Pablo continúa su autobiografía de este modo: "Al cabo de tres años fui a Jerusalén para conocer a Cefas, y estuve con él quince días. Y no vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, el hermano del Señor"(Gál 1,18-19). Después de esta primera visita a Pedro, Pablo menciona otra, que tuvo lugar catorce años más tarde, también en Jerusalén, en compañía de Bernabé y de Tito. El objetivo de esta segunda visita es el de confrontar con los dirigentes de la Iglesia el contenido y el método de evangelización practicado por Pablo entre los paganos, "para saber si estaba o no trabajando inútilmente" (Gál 2,1-2). En este encuentro con los responsables de la Iglesia quedaron plenamente aprobados el método de Pablo y su legitimidad de apóstol: "Los dirigentes no me añadieron nada..., antes al contrario, vieron que yo había recibido la misión de anunciar el evangelio a los paganos, como Pedro a los judíos..., y Santiago, Pedro y Juan, que eran considerados como columnas, reconocieron que Dios me ha dado este privilegio, y nos dieron la mano a mí y a Bernabé en señal de que estaban de acuerdo" (Gál 2,7-9).
El tercer episodio, que recuerda Pablo después de este signo de mutuo reconocimiento, en el que Pablo insiste para subrayar su legitimidad de apóstol y la validez de su método misionero entre los gálatas, es conocido como la "controversia de Antioquía" (Gál 2,11-14). Se trata de un contraste de carácter práctico-pastoral sobre las relaciones de los cristianos de origen judío con los recién convertidos del paganismo. En la comunidad mixta de Antioquía los dos grupos cristianos participan en las reuniones en común. "Cuando Pedro vino a Antioquía, yo me enfrenté con él cara a caray le reprendí. Pues antes de que viniesen algunos de parte de Santiago, él comía con los paganos; pero cuando vinieron, se retrajo y se apartó por miedo a los judíos" (Gál 2,11-12). Esta toma de posición y esta resistencia abierta de Pablo al modo de obrar de Pedro, que contradice su línea teórica y a su praxis anterior, es un signo de la autoridad que Pablo atribuye al jefe histórico. En efecto, su ejemplo corre el riesgo de influir también en losmás estrechos colaboradores de Pablo, como Bernabé. En defensa de la "verdad del evangelio", es decir, del contenido esencial del papel salvífico de la muerte de Jesús y de la metodología misionera consiguiente, Pablo se enfrenta abiertamente con Pedro. En realidad, el discurso de Pablo, referido en la carta, no va dirigido a instruir a Pedro, sino que quiere recordar cuál es el contenido esencial del evangelio, contradicho por aquellos que apelan a la figura de Santiago para imponer las restricciones judías a los recién convertidos paganos.
b) La tradición petrina. En el canon cristiano se conservan dos cartas, puestas bajo el nombre y la autoridad de Pedro [t Pedro, primera carta; / Pedro, segunda carta]. En efecto, en los saludos respectivos el remitente se presenta como "Pedro, apóstol de Jesucristo", "Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo" (lPe 1,1; 2Pe 1,1). En el primer caso la carta va dirigida a los cristianos de la "diáspora". Así pues, la figura de Pedro se presenta como la del apóstol autorizado. Es además el "mártir", testigo de Jesucristo, el "pastor" supremo, para dar autoridad a sus instrucciones y exhortaciones a los cristianos en crisis (IPe 5,1-4). En la segunda carta, por el contrario, la imagen del apóstol está en el fondo como punto de referencia para avalar la autoridad de la intervención dirigida a desenmascarar las tendencias de carácter gnostizante de los grupos disidentes. Pedro es realmente el que garantiza la tradición auténtica y la fe ortodoxa, "el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo" (2Pe 1,8). Sobre la base de una tradición ya bien sólida, registrada en los evangelios, Pedro se presenta como el testigo histórico de Jesús que puede garantizar la autenticidad del mensaje cristiano frente a las especulaciones de los que se desvían: "Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas hábilmente imaginadas, sino como testigos oculares de su majestad. El recibió de Dios Padre el honor y la gloria cuando desde la excelsa gloria se le hizo llegar esta voz: `Este es mi hijo querido, mi predilecto'. Esta voz bajada del cielo la oímos nosotros cuando estábamos con él en el monte santo" (2Pe 1, 16-18).
CONCLUSIÓN. Al final de este estudio de reconstrucción del perfil histórico y espiritual de Pedro se puede admitir, sin ceder a preocupaciones apologéticas o a tendencias reductivas, que Pedro ocupa un lugar de primer plano, reconocido y atestiguado por toda la tradición neotestamentaria. Pedro es el discípulo histórico de Jesús, el testigo autorizado de su resurrección y el que garantiza la autenticidad de la tradición cristiana.
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