PAZ
DicTB
SUMARIO: I. La "paz" y su terminología en la Biblia: 1. La paz en las lenguas bíblicas: a) Tres aspectos de la paz, b) Hebreo y griego; 2. El sentido bíblico de "paz". II. Aspectos de la paz según el AT: 1. La paz en la esfera individual; 2. La paz política y social; 3. Los profetas y la paz; 4. La paz en la esperanza escatológica: a) La paz final y su descripción, b) La paz final como paz mesiánica, c) La paz final y la reflexión sapiencial. III. La paz en el NT entre continuidad y desarrollo. IV. Aspectos de la paz en el NT: 1. La paz total y final; 2. Paz con Dios y con los hombres: a) La justificación, b) La reconciliación, e) La obra de la paz.
I. LA "PAZ" Y SU TERMINOLOGÍA EN LA BIBLIA. El tema bíblico de la paz es muy rico y muy complejo, mientras que la terminología que lo expresa es más bien pobre, aunque cubre un área semántica muy vasta y diferenciada. El mismo nombre hebreo salóm asume en los textos un alcance que trasciende en varios aspectos, sobre todo en los aspectos religiosos, el de los nombres correspondientes en las literaturas clásicas (eiréné, pax). Las versiones bíblicas, al asumir estos otros vocablos, cargan la noción de "paz" de nuevos matices, ampliamente presentes en nuestras lenguas.
1. LA PAZ EN LAS LENGUAS BÍBLICAS. Los dos Testamentos, realmente, han tenido y tienen un recorrido lingüístico destinado a proseguir a lo largo de los siglos. Limitándonos a sus primeras etapas, a las tres formas textuales que, a nuestro juicio, siguen siendo fundamentales: la hebrea, la griega y la latina, diremos que en ellas el vocabulario de la paz, pasando por el filtro de la traducción, acabó fundiendo entre sí unos matices semánticos que se remontaban a etimologías diversas. Y de este modo la entrada en contacto sucesivo de la doctrina bíblica con nuevos ambientes, culturas e idiomas favoreció la explicitación de una plurivalencia semántica, que no hay más remedio que tener en cuenta con vistas a una definición lo más objetiva posible de los contenidos doctrinales de los textos, y en particular de esa multiforme realidad que en la Biblia figura bajo el nombre único de "paz", realidad que afecta a la sustancia misma del mensaje bíblico de salvación, que es precisamente un anuncio de paz.
a) Tres aspectos de la paz. La primera observación que se ha de hacer en este sentido es que los tres nombres salóm, eiréné y pax, considerados en su sentido etimológico original, ponen de relieve tres aspectos de la realidad "paz", que —ya presentes en el AT hebreo, explicitados sucesivamente en la versión griega y en el NT y recogidos luego por la reflexión eclesial cristiana— iluminan desde tres puntos de vista característicos, connaturales respectivamente a la mentalidad hebrea, griega y latina, la densidad de la realidad a la que se refieren: la totalidad íntegra del bienestar objetivo y subjetivo (salóm), la condición propia del estado y del tiempo en que no hay guerra (eiréné) y la certeza basada en los acuerdos estipulados y aceptados (pax).
Se trata de una observación que, en el estudio comparativo de las versiones bíblicas antiguas, se demuestra que puede aplicarse con fruto a la profundización de numerosos temas: pensemos en / "ley", / "justicia", / "santidad", "penitencia" [/ Reconciliación].
b) Hebreo y griego.
En efecto, parece comprobado que la raíz slm, en su
significado original, indica ante todo el acto de "completar" o de "dar remate"
a una realidad deficiente en algún aspecto, bien se trate de terminar el templo
(1Re 9,25), de resarcir algún daño (Ex 21,27) o de cumplir un voto (Dt 23,22 y
otras veces). La misma versión favorece de hecho, para la raíz verbal slm,
el sentido de "restituir" (unas 50 veces) y de "reparar" (unas 30 veces),
usando para los otros 40 casos hasta 30 términos diversos. Algo parecido es lo
que ocurre con el adjetivo salem, traducido preferentemente por
"completo, llevado a su plenitud", mientras que para el sustantivo selem/selamim,
de uso exclusivamente ritual, prevalece la versión sóterion
"(sacrificio) saludable" (cf Lev 3).
2.
EL SENTIDO BÍBLICO DE "PAZ". Así pues, parece ser que los LXX captaron en el nombre salóm una referencia preferencial a la condición estable de conjunto que resulta del acto expresado por la raíz slm, es decir, una referencia preferencial tanto al estado objetivo de una realidad que es tal como debe ser (paradójicamente, hasta la / guerra, en su marcha favorable, entrará en la categoría salom: 2Sam 11,7) como a la condición subjetiva de satisfacción o de complacencia del que no carece de nada; es decir, salóm dice "bien" y dice "bienestar".Es evidente que el contenido semántico de un término tan caracterizado es muy vasto. Por eso mismo no se limita tan sólo a la certeza del acuerdo que garantiza la pax en sentido latino, ni a la exclusión estable del estado de guerra propia de la eiréne griega, sino que asocia a estos aspectos el bienestar total, la armonía del grupo humano y de cada uno delos individuos con Dios, con el mundo material, con los grupos e individuos y consigo mismo, en la abundancia y en la certeza de la salud, de la riqueza, de la tranquilidad, del honor humano, de la bendición divina y, en una palabra, de la "vida".
Se puede intentar presentar una definición breve de la paz entendida de este modo; podría ser por el estilo de la definición que da Boecio de la eternidad: "Omnium bonorum comulata et secura possessio". Pero más que una definición discutible, importa subrayar que una paz semejante, incluso cuando se refiere directamente a los bienes materiales, no se refiere nunca exclusivamente a ellos ni restringe jamás su alcance tan sólo al ámbito del tiempo. Si se refiere a la vida de forma primaria, se trata de la vida en su significación bíblica total, que llena ciertamente toda la existencia terrena, pero que —al menos tendencialmente— la trasciende en dimensión de eternidad. Por esto la noción de paz tiene en la doctrina bíblica un puesto y una importancia ciertamente central.
II. ASPECTOS DE LA PAZ SEGÚN EL AT. Abarcando, por tanto, la totalidad de la persona y del grupo, en sí y en sus relaciones, a nivel humano y en relación con Dios, en el tiempo y más allá del tiempo, la noción bíblica de paz es tan vasta y omnicomprensiva que su misma densidad podrá a veces dejarnos perplejos sobre el sentido concreto de determinados textos, cuando tendemos a analizarlos por el camino de las "ideas claras y distintas". En efecto, los hagiógrafos, por su origen y por su mentalidad nativa, no proceden primariamente por "ideas claras y distintas", sino que —en virtud sobre todo de la intuición poética que capta instintivamente la unidad en la pluralidad y en virtud sobre todo de la divina inspiración que hace vislumbrar relaciones superiores más allá de la simple capacidad de la intelección natural— recurren con toda naturalidad y libertad a la polivalencia semántica de los términos usados en su lengua, encontrando en ella un instrumento menos inadecuado para conferir a su mensaje una expresión más inmediata, eficaz y rica, fiel en cuanto es posible a la realidad que intentan comunicar.
Pues bien, el hecho elemental que unifica entre sí todos los valores diversos, pero convergentes, comprendidos en la noción bíblica de paz es, sin duda alguna, el que se sienta esa paz en primer lugar como un don esencial de Dios, exactamente como ocurre con la vida, con la que está indisolublemente vinculada. La referencia, explícita o implícita, a Dios es la única clave de lectura que abre al sentido bíblico genuino del tema de la paz, en las diversas direcciones y en los diversos planes en que se desarrolla.
1. LA PAZ EN LA ESFERA INDIVIDUAL. A nivel de experiencia individual y cotidiana, la paz, además de la tranquilidad y de la concordia, abarca especialmente el doble bien de la salud física y del bienestar familiar. Que semejante condición sea fruto de la bendición divina es doctrina clásica del AT, que en la paz individual y doméstica ve el reflejo de la "paz sobre Israel" (Sal 128); hasta el punto de que la falta de esa paz se sentirá como un escándalo y suscitará el problema largamente discutido y lacerante de la tribulación del justo (/ Job III)). De estas y de otras resonancias análogas religiosas está cargada, sin duda, la fórmula usual y familiar de saludo: ¡salóm!, que no se halla ciertamente distante en su inspiración de la otra fórmula: "El Señor esté contigo/con vosotros" (Jue 6,12; Rut 2,4; cf Sal 129,7-8). Con la misma implicación de fondo nos formamos del estado del otro: "si está en paz" (Gén 43,27; 2Sam 18,32). De la misma índole es el saludo de despedida: "Vete/id en paz"(Ex 4,18; Jue 18,6; 1Sam 1,17). Más aún, el morir y el ser sepultado "en paz" (Gén 15,15; 2Re 22,20) tiene un matiz religioso totalmente análogo: se trata de vivir acompañado de la bendición y protección divina hasta el último momento de la existencia terrena. En efecto, mientras que "no hay paz para los impíos" (Is 48,22), el justo tiene "paz en abundancia" para sí mismo y para su descendencia (Sal 37, 11.37).
2.
LA PAZ POLÍTICA Y SOCIAL. No solamente el individuo y su grupo familiar, sino todo el conjunto de la tribu y de todo el pueblo pueden gozar de un estado de paz o verse privados de ella. La paz con el mundo exterior al pueblo implica naturalmente no sólo la ausencia de guerra, sino también del peligro inminente de ella. Esta es la condición que alcanzó en un determinado momento Israel gracias al rey guerrero por excelencia, David (2Sam 7,1), condición que —según el cuadro ideal transmitido por la tradición— fue la característica distintiva del reino de Salomón (l Crón 22,9: paz por dentro y por fuera; cf I Re 5,1-8). Nótese, sin embargo, que los textos no equiparan la ausencia de guerra simplemente con la paz, sino que la consideran más bien como su condición indispensable, frecuentemente garantizada por la estipulación de un pacto (berît: l Re 5,26).Pero no basta con la seguridad exterior; la paz en su más auténtico valor global puede verse sustancialmente comprometida por el desorden interno del pueblo, denunciado generalmente como falta de / justicia (II, 5-7). Aquí hay que insertar con pleno derecho la aportación tan importante del profetismo al tema de la paz en todas sus dimensiones, según la doctrina más pura del AT.
3. Los
PROFETAS Y LA PAZ. LOS profetas de Israel no separan nunca lo político y lo social de lo religioso. Su manera de considerar la paz, bien primariamente religioso, es global, partiendo necesariamente de la afirmación del señorío de Dios y de la necesidad de acogerlo con plena dedicación al mismo. Por eso mismo denuncian casi unánimemente tanto las falaces alianzas internacionales con las que querían apuntalar un estado de cosas incierto como la falta de justicia en las relaciones internas entre los miembros del pueblo y la vaciedad sacrílega de un culto privado de contenidos y entregado tan sólo a la solemnidad exterior. Pensemos en el episodio de Miqueas, hijo de Yimlá (IRe 22), o en el comienzo del libro de Amós (Am 1,3-2,16), o en los primeros capítulos de Isaías, o en las repetidas denuncias de Jeremías y Ezequiel [/ Justicia II, 6-7].La batalla profética encuentra una dura resistencia por todas partes: por parte de los dirigentes políticos, perdidos en sus cálculos humanos (Isaías con Acaz: Is 7; Jeremías con Sedecías: Jer 37-39); de los ricos ansiosos de poseer cada vez más; de los sacerdotes sometidos al yugo de los poderosos (Jer 20,1-6); del mismo pueblo, fácil presa de bienes ilusorios, pero particularmente de los profetas de la falsa paz. Tal es el caso de Miqueas ben Yimlá (1 Re 22), de'su homónimo Miqueas de Moreset (Miq 3,5-8), de Jeremías (continuamente, pero sobre todo en su choque con Ananías ben Azur: Jer 28) y de Ezequiel. Son los profetas que predican el bien cuando todo parece ir bien y la desventura cuando llega el castigo; van "diciendo: ¡Paz, paz!, siendo así que no hay paz" (Jer 6,14). Los verdaderos profetas, por el contrario, saben sin duda alguna que Dios tiene para con su pueblo "proyectos de paz y no de desgracia" (Jer 29,11); pero no ya —como todos sus adversarios parecen suponer tácitamente— con un inconcebible divorcio entre la paz y la justicia. La conexión entre "buscar el bien" y alcanzar la "vida" (cf Am 5,14) se propondrá expresamente como una conexión entre la "justicia" y la "paz": "De la justicia brotará la paz" (Is 32,17). Este tema se desarrolla ampliamente sobre todo en el Segundo y en el Tercer Isaías.
Pero por este camino se ha dado ya un salto esencial de cualidad. La paz de la que se habla no es ya solamente la seguridad, por muy cierta que sea, ni solamente el bienestar, por muy espléndido que aparezca. Es, por el contrario, un bien tan excelso que su realización no podrá quedar absolutamente encerrada dentro de los límites estrechos del tiempo de la humanidad.
4.
LA PAZ EN LA ESPERANZA ESCATOLÓGICA. La verdadera paz, en cuanto que es don esencial de Dios, no puede ser en su plenitud más que un don final de Dios. La fe del hombre del AT encierra germinalmente dentro de sí, ya desde las épocas más arcaicas, como punto recóndito de apoyo, la certeza —real, aunque sólo sea implícita— de que Dios tiene poder para prometer y realizar mucho más de lo que nosotros podemos pedir y concebir (cf Ef 3,20). Sólo sobre esta base es comprensible y válido, por ejemplo, el razonamiento de Pablo sobre la fe de Abrahán en cuanto fe en la resurrección de los muertos (Rom 4,16-22).a) La paz final y su descripción. A partir de aquí, el largo y accidentado camino de la historia religiosa de Israel, entre vericuetos no pocas veces amargos y llenos de desilusiones, va explicitando poco a poco, sobre todo por obra de los profetas, una dimensión de fe y de esperanza que solamente "al final" logrará expresarse en hechos. Precisamente porque la realidad concreta de esta paz definitiva se escapa de las manos de la experiencia directa, no puede expresarse exactamente; y por eso el cuadro que los textos ofrecen de ella es fundamentalmente alusivo y puede parecer desarticulado en cada uno de sus detalles, mientras que sigue siendo misterioso en su conjunto.
De él forma parte ciertamente la esperanza del cese total de la guerra entre los pueblos (Is 2,1-5; Miq 4,1-4; cf Is 9,1-6). Pero esto no es más que el lado negativo. La sustancia del aspecto positivo es la unificación religiosa de los pueblos en torno a Jerusalén, trono de Dios en medio de Israel. Además de los dos primeros pasajes que acabamos de citar, este tema domina en el Tercer Isaías, enunciado como está al comienzo y al final de este escrito (Is 56,1-9; 66,18-21), como base de la renovación final del mundo entero (Is 66,22-24), encontrando además un desarrollo amplio y espléndido en el poema que constituye el corazón del libro (Is 60-62).
Cuando se trata luego de presentar de forma visual la paz definitiva, o bien se recurre a la plenitud de la paz doméstica (Miq 4,5-6), o bien se añade a ello el anuncio de la restauración del reino destruido con la imagen de la abundancia agrícola en una "tierra que mana leche y miel" finalmente reecontrada (Am 9,11.15), o bien se vuelve al símbolo arcaico de la paz en el paraíso terrenal (Is 11,6-9). Pero el material figurativo no debe ocultar el alcance doctrinal innegable de los textos.
b) La paz final como paz mesiánica. Merece especial reflexión la doctrina que vincula esta paz final con la persona y la obra del mesías. Ya Miq 5,4, según la forma de entender este pasaje que atestigua san Pablo (Ef 2,14), dice del mesías: "El mismo será la paz". Pero la relación tan estrecha entre el mesías y la paz aparece sobre todo en la literatura isaiana. El mesías, cuyo nombre —o sea, su realidad profunda— encierra la afirmación de fe "Dios con nosotros" (Is 7,8), recoge como el calificativo culminante de todos los que constituyen su solemne titulación real el de "Príncipe de la paz", cuyo "gran dominio" está caracterizado por una "paz sin fin" (Is 9,5-6, del que probablemente se hace eco Miq 5,4). Realizando el mesías en su propia persona, en virtud de la permanencia sobre él del "espíritu del Señor", la realidad completa prefigurada en los personajes más ilustres del pasado establecerá definitivamente en el pueblo la justicia, de lo que se deducirá la paz plena (Is 11,1-9); y en su función de "siervo del Señor", por la efusión del mismo "espíritu", extenderá la justicia entre las gentes (Is 42,1-4), derramando la salvación hasta las extremidades del orbe (Is 49,6). Y realizará todo esto mediante una sumisión a Dios que exigirá su sacrificio completo, definido significativamente como "el castigo, precio de nuestra paz" (Is 53,5). También él (y es ésta la perla preciosa encerrada en el centro del poema de Is 60-62), por la presencia del "espíritu del Señor" sobre él, es decir, en virtud de una superior unción" (verbo masah, de donde se deriva masiah, "ungido"), será consagrado como "evangelizador de los pobres" (Is 61,1). Tal es el esbozo vigoroso del tema del "evangelio de la paz", que resuena también en otros lugares (Nah 2,1; Is 52,7), [/ Jesucristo III].
c) La paz final y la reflexión sapiencial. En la dirección de la esperanza escatológica nos ofrece su propia aportación la reflexión sapiencial sobre la cuestión tan debatida del sufrimiento del justo, en la que con
fluyen numerosos problemas de alcance vital: el del bien y el mal, el de la justicia divina en el tiempo y más allá del tiempo, el de la vida terrena y más allá de la muerte, el de la retribución... Si el interrogante que plantea la "paz de los impíos" constituye un escándalo (Sal 73,2-3), la superación del mismo se logrará en la comunión del justo con el bien de Dios; más aún, con el bien que es el mismo Dios (Sal 73,23-24). En Dios y en su voluntad encuentra el justo una "gran paz" (Sal 119,165): la paz verdadera y definitiva.Por su parte, el libro de la / Sabiduría señala la misma perspectiva para la suerte final del justo, precisamente en cuanto objeto de tribulación y de persecución: "Las almas de los justos están en las manos de Dios... Ellos están en paz" (Sab 3,1-3). En contra de la afirmación según la cual el AT no conocería en el tema de la paz el aspecto íntimo y personal de la "paz interior", ya que en él prevalecería únicamente el lado público (comunitario) y exterior (del bienestar), hay que observar que probablemente también en este punto el criterio de un análisis exclusivamente intelectual ha hecho perder de vista lo sustancial de las cosas. Precisamente porque el justo está "en paz", se podrá afirmar que en el momento del juicio final "estará en pie con gran seguridad (gr., parrhésía) frente a los que lo oprimieron" (Sab 5,1). Esta "seguridad" (o "franqueza") implica una absoluta tranquilidad subjetiva, basada ciertamente en la plena comunión con Dios, y que, por consiguiente, no puede menos de suponer una paz total del alma.
En esto la situación escatológica, a la que se refiere directamente el texto, no es más que la conclusión madura de la primacía de la confianza que el justo puso en Dios durante el tiempo de su vida terrena, confianza que también entonces no podíamenos de producir una auténtica paz del alma.
III. LA PAZ EN EL NT ENTRE CONTINUIDAD Y DESARROLLO. La obra con que Dios, mediante Jesucristo, establece el orden religioso renovado en las relaciones con los hombres, que nosotros llamamos NT, se define en los Hechos como "anunciar (lit., evangelizar) la paz" (He 10,36); y del mismo Cristo afirma Pablo que "con su venida anunció (lit., evangelizó) la paz" a los de lejos y a los de cerca (Ef 2,17); también el mensaje cristiano, para cuya proclamación deben mantenerse constantemente preparados los fieles, es definido por Pablo como "evangelio de la paz" (Ef 6,15). Por consiguiente, el tema de la paz, que ya en el AT tenía una importancia ciertamente no marginal, resulta claramente central en el NT. Esto resulta aún más evidente para quien piensa que en el NT el tema veterotestamentario de la paz no encuentra tan sólo una continuación coherente en la línea tradicional del bien/bienestar o de la liberación/retribución/salvación, sino que recibe incluso una profundización substancial en virtud de un cambio concreto de nivel, con la explicitación completa del alcance primariamente espiritual de la misma paz.
No solamente se verá que el ángel del anuncio a los pastores, con quien se asocian los demás ángeles que en el nacimiento de Jesús cantan "gloria en los cielos" y "paz en la tierra" (Lc 2,14), "anuncia un gran gozo", es decir, "que ha nacido un salvador" (Lc 2,10-11), sino que se verá que ya en el anuncio primitivo la obra de salvación, implicada en el nombre mismo de Jesús, se especifica diciendo que él "salvará al pueblo de sus pecados" (Mt 1,21).
Se trata, por tanto, sin duda alguna, de la paz; pero de la paz ante todo como "justificación" realizada por Dios en la "reconciliación" de los hombres consigo.
Todo el resto del tema de la paz en el NT gira en torno a este eje, aunque sigue siendo verdad que, rigurosa-mente hablando, en algunos textos se puede encontrar, entre los significados atribuidos a eiréné, algunos de los que tiene este nombre en el lenguaje corriente; por ejemplo, en la afirmación de Jesús de que no ha venido a "traer la paz al mundo" (la paz como ausencia de guerra: Mt 10,34; Lc 12,51); o en la afirmación de Pablo a propósito del orden debido en las asambleas cristianas: "Dios es Dios de paz y no de confusión" (ICor 14,33); o cuando "paz" repite simplemente la fórmula trillada de saludo. Recuérdese, sin embargo, que siempre está presente al menos un matiz religioso. En cuanto a la fórmula de saludo, en particular, es necesario —según los textos— poner atención en un proceso corriente en el NT, por el que no pocas expresiones usuales o estructuras literarias estereotipadas se llenan de significa-dos y de funciones nuevas, renaciendo por así decirlo y saliendo por ello mismo del cuadro estereotipado; pensemos también en el mero "praescriptum" (o saludo inicial), propio del formulario epistolar, y en la importancia que asume en Pablo, sobre todo en ciertas epístolas (y ahí entra eiréné como fórmula de saludo, pero asociada con jaris, "gracia", que le da una nueva fuerza); y pensemos, finalmente, en las fórmulas de oración por los destinatarios, que ordinariamente dan comienzo al cuerpo de las cartas de aquel tiempo, y en la dilatación y los contenidos que estas fórmulas asumen en el NT.
IV. ASPECTOS DE LA PAZ EN EL NT. Se puede sintetizar la materia —y con ello tocamos indudablemente su punto central— afirmando que el sentido más común y fundamental de eiréné en el NT es el que relaciona este término con el don global, definitivo y supremo que Dios hace a los hombres por medio de Jesucristo. A consecuencia de ello tanto Dios como Cristo quedan definidos de alguna manera con las expresiones "el Dios de la paz" (Rom 15,33, y otras seis veces en Pablo; Heb 13,20) y "el Señor de la paz" (2Tes 3,14). Más gráficamente todavía se dirá de Cristo, con alusión a Miq 5,4: "El es nuestra paz"(Ef 2,14); y en el mismo contexto se le designará como aquel que "hace la paz", afirmando que "anunció la paz" (Ef 2,15.17).
1. LA PAZ TOTAL Y FINAL. Los tex
tos citados son una pequeña muestra, pero prueban suficientemente el carácter plenario de la paz según el perfil fundamental que se traza de ella en todo el NT. La paz no se sitúa allí en el nivel político o simplemente exterior. Más aún, en este nivel prosigue la guerra en el tiempo (Mt 10,34). El mismo Cristo asegura con claridad que "su paz" no elimina la tribulación que habrán de encontrar los suyos en el mundo; se trata de la paz que éstos encontrarán únicamente "en él"(Jn 16,33). Es precisamente la paz que encierra dentro de sí la certidumbre perfecta de aquella salvación que es imposible alcanzar "en el mundo", pero que obtiene su propia seguridad de la certeza misma de Dios, y que es tan grande que une la tierra (canto de los ángeles: Lc 2,14) con el cielo (aclamación de los discípulos en la entrada de Jesús en Jerusalén, en donde Lc 19,38 sustituye la exclamación hebrea "Hosanna en los cielos", recogida en los otros evangelios, por la versión y paráfrasis griega "¡Paz en el cielo! ¡Viva Dios altísimo! ").De un significado muy denso, como lo demuestran los textos, y de una extraordinaria eficacia está cargado el saludo "¡paz!" en labios de Jesús, que se recuerda varias veces en los evangelios: desde el "¡Vete en paz!" a la hemorroisa (Mc 5,24 par) y a la mujer pecadora (Lc 7,50) hasta la "¡paz a vosotros!" del Resucitado a los discípulos (Lc 24,36; Jn 20, 19.21.26). Esta misma fuerza de anuncio y de comunicación de la salvación se encuentra en el mismo saludo puesto por Jesús en labios de los discípulos en su ministerio de evangelizadores: no es un deseo vacío, sino la proclamación y el ofrecimiento de ese bien que es la paz mesiánica. Esta es de hecho tan concreta que "va a posarse" sobre los que están dispuestos a acogerla, mientras que se aparta, "volviendo" a los discípulos, de aquel que la rechaza (Mt 10,13; Lc 10,5-6).
Esta es "la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia" y que "guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4,7), es decir, "la paz de Cristo", que "ha de reinar en vuestros corazones" (Col 3,15).
En Rom 8,6 esta paz está significativamente asociada con la "vida" (zóé), en cuanto que es salvación llevada a su cumplimiento, en oposición, por tanto, a la "muerte" (thánatos). En efecto, gracias a ella surge en el hombre cristiano la verdadera vida que brota del "Espíritu". En esta línea habrá que leer la mención, que se repite en la conclusión de varias cartas, del "Dios de la paz". Es especialmente interesante Rom. 16,20, donde Pablo afirma que "el Dios de la paz" concederá "pronto" la victoria total y última ("aplastará a Satanás bajo vuestros pies"). Es la paz que comprende "todo bien" (Heb 13,20-21) y "todos los bienes" (ITes 5,23). En la misma dirección y con el mismo peso habrá que entender entonces la mención de la "paz" asociada a la "gracia" en los praescripta de las epístolas, como confirma por otra parte el añadido en algunos de ellos de la "misericordia" (lTim 1,2; 2Tim 1,2; IPe 1,3; 2Jn 2; Jds 2).
2. PAZ CON DIOS Y CON LOS HOMBRES. Con la estructura y la dinámica de la paz, tal como las propone el NT, va estrechamente unido otro elemento esencial, que desde un punto de vista formal y literario está ligado a otros temas: el hecho de que el bien de la paz es concedido por Dios, gracias a Cristo, destruyendo ante todo el obstáculo del pecado y todo lo que va unido a él.
a) La justificación. Por el pecado los hombres se hacen "desobedientes" a Dios y "rebeldes" contra él (Rom 11,30; Ef 2,2; Col 3,6), objeto de su "ira" (Rom 1,18ss) y, consiguientemente, "enemigos" de Dios (Rom 5,10; Col 1,21). Esta es su condición general, tanto de los paganos (Rom 1,18-32) como de los judíos (Rom 2,1-3,20). De forma que no hay otra solución para la humanidad que la comunicación de la nueva "justicia" realizada por Dios en Cristo, a la que sólo es posible acceder a través de la fe (Rom 3,21-26). Esta justificación pone al hombre "en paz con Dios por nuestro Señor Jesucristo" (Rom 5,1). No es una condición estática, sino un progreso de entrega y de vida, desde la fe y la esperanza hasta la caridad, que tiene como fuente al "Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rom 5,5).
b) La reconciliación.
Esta reconciliación, cuyo ministerio ha sido confiado por Dios a los discípulos de Cristo (2Cor 5,18-19), supone sin embargo, la colaboración, es decir, la correspondencia, de los que tienen que ser reconciliados (2Cor 5,20), tanto en lo que se refiere a Dios como dentro de comunidad. Y se concreta en el esfuerzo "por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4,3). Por este camino, humilde y familiar (el contexto habla de "humildad, longanimidad, mansedumbre, paciencia unos con otros") se introduce el himno a la unidad eclesial (Ef 4,4-6), espejo humano de la unidad íntima de Dios, que se completa luego con el tema de la diversificación orgánica del único cuerpo que es la Iglesia (Ef 4,7-16), en donde aparecen las dimensiones sorprendentes del alcance
de la paz en la estructura misma de la comunidad cristiana. Esta misma doctrina sobre la "unidad del Espíritu" encuentra su confirmación en el célebre texto sobre el "fruto del Espíritu" (Gál 5,22), que pone de manifiesto el hecho de que la misma paz interior del cristiano no es un bien intimista, sino un paso para la comunión fraternal íntegra y verdadera; lo cual aparece también en otros lugares, especialmente en Col 2,12-15. Esto es, el cristiano no sólo es alguien que disfruta del don divino de la paz, sino que ha de ser además el promotor u "operador" de la misma, según la línea trazada por Sant 3,17-18: "La sabiduría de arriba, por el contrario, es ante todo pura, pacífica (eiréniké), condescendiente, conciliadora, llena de misericordia y de buenos frutos...; el fruto de la justicia se siembra en la paz para los que obran la paz".
c) La obra de la paz.
El otro aspecto, más constructivo y que se señala ya en
Sant 3,18 (con la expresión eirénén poiéó), consiste en el "promover la
paz" (eirénopoiéó). Esto fue ya realizado sustancialmente por Cristo en
su obra de reconciliación universal (Col 1,19-20); cf Ef 2,14-18, que tiene
eirénén poiéó). No cabe duda de que sobre este modelo hay que entender la
bienaventuranza de Mt 5,9: "Dichosos los que trabajan por la paz (eirénopoioí),
porque ellos serán llamados hijos de Dios", en donde se anticipa de alguna
manera el contenido de la exhortación al amor total y a la perfección total en
él (amor incluso a los enemigos), "para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial... Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt
5,45.48).
La perspectiva escatológica está ciertamente presente en el
cuadro completo sobre la paz que dibuja el NT, pero no de aquella manera ansiosa
que a veces se supone; en efecto, el ésjaton está ya en acto, aun cuando
su perfecta realización sigue siendo todavía objeto de espera para los que viven
en el tiempo.
BIBL.: BEA A., L'idea della pace nel
N. M. Loss