LAMENTACIONES
DicTB


SUMARIO:
I. El llanto de Jerusalén en ruinas y en luto. II. Cinco grandes lamentaciones. III. Delito, castigo, perdón.


I. EL LLANTO DE JERUSALÉN EN RUINAS Y EN LUTO. El interrogante inicial "¿cómo?" (en hebreo, 'ekah), que dio título al volumen hebreo, nos introduce en un poema coral, que se eleva como un grito de dolor de toda la nación judía desterrada. Se trata de las Lamentaciones (en hebreo la elegía se llama gínah y tiene un ritmo roto característico de 3 + 2 acentos). La tradición se las atribuyó a / Jeremías (2Crón 35,25), espectador de la ruina de Jerusalén, aunque probablemente son de autores desconocidos. Todavía se usan hoy en la liturgia sinagogal, y parcialmente en la cristiana de semana santa. Aquel "¿cómo?" inicial contiene todo el asombro atónito de Israel ante el templo en ruinas y es como la síntesis del lamento que a lo largo de los siglos han elevado y siguen elevando los judíos al cielo ante el "muro de las lamentaciones", esos célebres bloques de piedra que sirvieron de base al templo herodiano, última reliquia histórica de la realidad más querida y más santa de Israel. "Hombres con la barba rapada, los vestidos rasgados y el cuerpo lleno de cortaduras, trayendo ofrendas e incienso para ofrecerlos en el templo del Señor": la escena descrita por Jer 41,5 (cf Zac 7,3-5; 8,19) podría servir de fondo ideal a las Lam y anticipar aquella solemnidad del judaísmo tardío llamada
9 Av., conmemoración de la fecha trágica de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas de Nabucodonosor (586 a.C.). Quizá sea en un marco litúrgico donde hay que colocar las Lam, porque es sabido, además, que en la colección de los / Salmos existen otras lamentaciones colectivas de todo Israel, que llora el dramático destino de la nación (cf Sal 44; 60; 74; 79; 80; 83; 85; 123; 129; el 137 es un claro ejemplo de lamentación: "Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos al acordarnos de Sión. En los sauces de al lado teníamos colgadas nuestras cítaras. Allí nuestros carceleros nos pedían cánticos y nuestros verdugos alegría: 'Cantadnos algún cántico de Sión'. ¿Cómo íbamos a cantar un cántico del Señor en país extranjero?").

Las súplicas contenidas en esta obrita son cinco, y su intensidad no pierde calor por la erudición de que hacen alarde en más de un punto ni por el esquema un tanto rígido que adoptaron las cuatro primeras. Se trata de lo que técnicamente se llama el "acróstico alfabético": cada estrofa de cada una de las lamentaciones comienza con palabras cuyas iniciales son las letras del alfabeto hebreo en sucesión progresiva. La quinta lamentación, aunque no sigue este modelo estilístico, que tenía probablemente funciones prácticas memorísticas y no mágicas, como algunos han pensado, está compuesta de 22 versículos, tantos como son las letras del alfabeto hebreo. La cualidad de estos poemas de dolor comunitario no es del todo homogénea. Los capítulos 1, 2 y 4 son auténticos cantos fúnebres nacionales; el capítulo 3 es un lamento individual, y el capítulo 5 es más bien un lamento colectivo. Intentemos trazar ahora de forma esencial el movimiento de cada una de estas páginas, que, entre otras cosas, han inspirado también dos importantes partituras musicales de nuestro siglo (prescindiendo de las del pasado). En 1949 L. Bernstein publicaba la Jeremiah Symphony para mezzosoprano y orquesta, mientras que en 1958 U. Stravinskij daba a su composición para coro y orquesta el título Threni, término con que se designan las Lam en la versión griega de los LXX y en la Vulgata.

II. CINCO GRANDES LAMENTACIONES. La primera lamentación (c. 1), en la que nos detendremos especialmente, es una conmovida representación poética de la desolación de la ciudad de Dios, bajo el ritmo de un estribillo que se repite cinco veces. "Nadie hay que la consuele" (vv. 2.9.16.17.21). La impresión global es monocorde; nos da la impresión de estar oyendo una lamentación oriental uniforme cuyos círculos sonoros se cierran siempre sobre sí mismos. Pero si se observa el texto en profundidad, es posible advertir un desarrollo psicológico y dramático. Al principio el protagonista es el propio poeta, que habla de Jerusalén en tercera persona (vv. 1-11), meditando desde fuera en su trágico destino. En la segunda parte, por el contrario, es la ciudad misma de Sión, personificada, la que eleva su lamento dibujando su dolor con una tonalidad de colores muy intensos, de los que surge la figura del Señor juez (vv. 12-22). Si queremos seguir el poema de forma más directa, nos damos cuenta de que la escena se abre sobre Sión, representada como una viuda inconsolable que evoca las alegrías y el esplendor de su pasado; todo se concentra en aquel "¿cómo?" atónito e incrédulo (Jer 48,17; Is 14,4; Ez 26,17). La explicación teológica de esta desolación se formula con el lenguaje de Oseas (c. 2), de Jeremías (22,20-22; 30,14) y de Ezequiel (16; 20; 23) y se busca en el pecado de idolatría cometido por Israel al adherirse a los cultos de la fertilidad. En este punto se enfoca la cámara sobre / Jerusalén desde diversos ángulos, revelando todos ellos cuadros angustiosos. Por un lado, el judío errante bajo cielos y entre naciones desconocidas (v. 3); por otro, las calles de Sión vacías y sin la animación de voces y de cantos (v. 4); más allá aparecen triunfantes los enemigos, que ponen en fila a los deportados, los "niños" de la viuda Jerusalén (v. 5), o se dedican a saquear y a violar el templo; por otra parte, la antigua clase dirigente, que huye acosada como en una escena de caza, mientras que en los cúmulos de ruinas los pobres rebuscan desesperadamente un mendrugo de pan (vv. 6.10-11). De toda esta masa de ruinas y de miserias se eleva una voz: es la misma Jerusalén, desnuda e impura, que llora su desgracia.

Viene entonces la segunda parte del lamento. Sión, personificada, describe el "día del Señor", el "dies irae", en que Dios se apareció como juez. No son los babilonios los que incendian y matan, sino el Señor mismo que condena el pecado idolátrico de Judá; él es "muy justo, porque yo me rebelé contra sus leyes" (v. 18). El Señor es como un vendimiador que pisa la uva, haciendo salir de ella el mosto rojo como la sangre; el Señor es quien nos ha cribado. El último y definitivo remedio es entonces la confesión penitencial. Encontrando de nuevo el coraje de la conversión, Israel volverá a ver brillar un nuevo "día del Señor", que será solamente salvación y liberación (v. 22). Esta primera lamentación, como está claro, concentra en sí todos los temas teológicos que sustancialmente imperarán también en las demás, que ahora presentamos brevemente.

La segunda lamentación (c. 2) se desarrolla en torno al amargo descubrimiento del Señor como enemigo de su pueblo. Es el mismo Yhwh el que ha destruido a Sión (vv. 1-9). ¿Por qué y cómo lo ha hecho? A este interrogante responden los versículos 10-17 con una explicación general (vv. 10-12) y otra dirigida expresamente a Sión (vv. 13-16). Sí, "el Señor ha realizado lo que había decidido, ha cumplido su palabra pronunciada desde antiguo; ha destruido sin piedad, ha hecho que se ría de ti tu adversario, ha acrecentado el poder de tu enemigo (v. 7). La iniquidad de Judá ha sido la causa del juicio divino, y el pueblo babilonio el instrumento de su ira. El poema termina con una súplica dirigida a la misericordia divina (vv. 18-22).

La tercera lamentación (c. 3) es, por el contrario, personal y no nacional, y se parece a muchos salmos recogidos en el Salterio como súplicas individuales. Es la composición más autónoma del libro de las Lam y recoge una llamada a la fe, a la esperanza, a la penitencia y a la conversión (vv. 1-41), que al final se transforma progresivamente en oración comunitaria, expresada a través de la voz de un solista, que invoca la intervención liberadora del Señor (vv. 42-66).

La cuarta lamentación (c. 4) es una elegía nacional dominada por una larga y patética narración poética, hecha por un superviviente, del asedio y de la caída de Jerusalén (vv. 1-20): el destino de las diversas clases de ciudadanos, el derrumbamiento de la ciudad, la huida, la captura del rey se describen con la emoción y la vivacidad de un testigo ocular. Una imprecación contra Edón, enemigo tradicional de Israel, que se aprovechó lógicamente de la destrucción de Judá (cf Sal 137,7), y una bendición sobre Sión cierran el poema (vv. 21-22).

Finalmente, la llamada "Oración de Jeremías", la quinta lamentación (c. 5). Definido así por la traducción latina de la Vulgata, este texto es una súplica comunitaria genérica destinada a una calamidad nacional sin especificar. La parte preponderante de la plegaria está reservada a la evocación de la situación de sufrimiento en que está inmerso el pueblo judío. La causa de una tragedia tan agobiante se describe en el versículo 7 según la teoría de la responsabilidad comunitaria en el pecado: "Nuestros padres pecaron, ya no existen; y nos-otros cargamos con sus iniquidades". Pero se perfila un rayo de luz en el horizonte de esta plegaria y, por consiguiente, en todo el libro de las Lam: "¡Reclámanos, Señor, a ti y volveremos; renueva nuestros días como antaño, si no nos has rechazado del todo, si no estás irritado contra nosotros sin medida!" (vv. 21-22).

III. DELITO, CASTIGO, PERDÓN. La breve lectura de los cinco textos que componen las Lam nos han ofrecido ya el núcleo teológico que le sirve de base. Brota de ellas un fuerte sentido del pecado, personal, nacional, generacional. El pecado es una ruptura consciente de la alianza con Yhwh y suscita una serie de reacciones en cadena. Estamos en presencia de la célebre "teoría de la retribución", una auténtica "tecnología moral" (Ph. Nemo), por la que el binomio negativo pecado-castigo y el positivo justicia-premio, que pueden verificarse ya en el ámbito terreno, son el eje en torno al cual se desarrolla la historia. Con este instrumento hermenéutico el judaísmo posexílico intenta interpretar y justificar la tragedia del 586 a.C. Como atestiguará la protesta de Job, demasiadas veces el misterio del / mal desborda esta mecánica tan rígida, construida sobre la bipolaridad "delito-castigo" de Dostoyevski. Hemos visto que esta perplejidad, o por lo menos una cierta corrección de la óptica retributiva, surge ya en la teología de las Lam. En particular, la última lamentación (pero también implícitamente las demás) rompe la cadena rígida de la retribución e introduce un tercer eslabón: delito-castigoperdón. En el horizonte se vislumbra la esperanza, la certeza de la misericordia divina. Es lo que ya había intuido Isaías: "Aunque vuestros pecados sean como la grana, blanquearán como la nieve; si fueren rojos cual la púrpura, se volverán como la lana" (Is 1,18). En efecto, a la pregunta angustiosa de las Lam: "¿Hay quien consuele?", el Segundo / Isaías responderá: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle... que está perdonado su pecado" (Is 40,1-2). Por tanto, un gran realismo que ignora ilusiones gratificantes o autojustificantes, pero también una firme esperanza en la primacía de la gracia divina.

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G. Ravasi