IRA
DicTB
 

SUMARIO: I. El antropomorfismo del AT. II. El Dios celoso: Más ira que gozo. III. Motivaciones de la ira: Efectos de la ira.
 

I. EL ANTROPOMORFISMO DEL AT. En el AT no encontramos expresiones filosóficas a propósito de Dios y de su acción; al contrario, el Dios del AT se nos presenta como una persona que tiene el aspecto, la forma, los gestos de una existencia corporal, a pesar de que se le describe siempre infinitamente por encima del hombre y de que nunca se dice de él que tenga un cuerpo semejante al del hombre. Pero si no tiene un cuerpo de carne y de sangre, su aspecto y sus actos se presentan siempre como si tuviera un cuerpo parecido al de los hombres.

Dios tiene un rostro del que el hombre puede alejarse y esconderse: "Tú me echas lejos de tu rostro..."; "Caín se alejó del rostro del Señor" (Gén 4,14.16; Jon 1,3.10; etc.). La expresión "cara a cara" supone una persona de la que se desea ver el rostro (Ex 33,11; Dt 34,10). Así se dice que Dios vuelve su rostro en favor de un hombre o en contra de él: "Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti... Que el Señor vuelva hacia ti su rostro" (Núm 6,25-26), y hacia el pecador: "Yo volveré mi rostro contra ese hombre y lo extirparé de en medio de su pueblo" (Lev 20,3), mientras que sobre el fiel Dios hace brillar su rostro (Sal 31,17). En esta perspectiva se le atribuyen a Dios ojos, nariz, boca, dientes, labios, lengua, orejas: Dios ve, mira, oye, se cansa, descansa. Y así, con un realismo inusual para nosotros, un poeta escribe: "No, no duerme ni dormita el guardián de Israel" (Sal 121,4); o también: "Se despertó el Señor como de un sueño, cual gigante vencido por el vino" (Sal 78,65).

La atribución a Dios de pensamientos y de sentimientos propios del alma humana crea mayores dificultades: el pensamiento pertenece al terreno de lo impalpable, y no se puede hablar ya de los sentimientos de un Dios si su existencia se considera de forma puramente espiritual e invisible; pero si se ve al ser divino bajo el aspecto humano, ¿por qué no seguir adelante por el mismo camino y hablar de sus sentimientos en los mismos términos de la existencia humana? Es esto precisamente lo que constatamos en el AT cuando los hagiógrafos quieren presentar las diversas expresiones del pensamiento de Dios. No van en busca de palabras particulares, de términos que se puedan aplicar solamente a Dios, sino que hablan de él con lenguaje humano, el mismo lenguaje con que se dan a conocer los sentimientos humanos comunes. El antropomorfismo bíblico se completa así con el antropopatismo que los textos no se preocupan lo más mínimo de ocultar, y que constituye el fondo específico de la teología del AT. Dios ama, conoce, se arrepiente, encuentra placer, recompensa, desprecia, rechaza, odia, se venga, etc.

En todo este contexto de sentimientos atribuidos a Dios encontramos también los celos. "Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso" (Ex 20,5), se dice en el texto del / decálogo y en otros muchos textos, de los que se deduce que los celos de Dios se manifiestan comúnmente a propósito del culto a los ídolos o divinidades paganas, que según la concepción del AT es como una prostitución del pueblo infiel a su Dios. Por consiguiente, es en un sentido muy humano como los celos de Dios se manifiestan con su pueblo: son como los celos de un marido por la mujer, que corre detrás de otros amantes. En las normas de la / alianza leemos: "Lo provocaron con dioses extranjeros, lo irritaron con acciones horribles. Sacrificaron a demonios y no a Dios" (Dt 32,16-17; cf 4,24; 5,9; 6,15; etc.).

II. EL DIOS CELOSO. En un período en que el paganismo circundante se había infiltrado profundamente en el culto oficial de Jerusalén (probablemente bajo el reinado de Manasés) se colocó en el templo lo que el profeta Ezequiel llama "el ídolo que provoca los celos" (Ez 8,3-5). Por otros textos sabemos que esta imagen era el "ídolo de Asera", es decir, de una divinidad cananea (2Re 21,7; cf Jer 7,30). Por extensión se habla de los celos de Dios no sólo frente a la idolatría, sino también frente a cualquier forma de pecado y de desobediencia: ante el mal y ante las transgresiones de sus mandamientos, Yhwh es celoso y manifiesta su cólera con los hombres. Los celos se convierten en sinónimo de cólera y de furor, términos que encontramos a menudo unidos y que moderan un tanto el significado inicial de los celos: "El Señor no le perdonará, sino que la ira y la indignación del Señor se encenderán contra él, y todas las maldiciones escritas en este libro caerán sobre él hasta borrar su nombre de debajo de los cielos" (Dt 29,19). Expresiones por el estilo asumen en muchos casos un valor general, pues indican los celos de Dios que se manifiestan contra su pueblo, contra una categoría de personas o contra algún individuo concreto, y también contra las naciones paganas que se sitúan contra Israel.

En algunos contextos, la palabra hebrea usada para calificar los "celos" asume un sentido colateral, que los traductores vierten en singular por "celo": también el celo es fuego devorador que inflama de pasión por alguien, y Yhwh lo manifiesta con su pueblo; no como los "celos" en contra, sino en favor. Así, por ejemplo, un pasaje de Isaías, después de describir la misión del mesías --en el célebre texto de Is 9,1-6—, termina: "El celo del Señor omnipotente hará todo esto". Aquí se ha traducido este término por "celo", ya que Dios está celoso de su honor, de su nombre y despliega un celo devorador para hacer brillar su gloria. Este aspecto de los celos está especialmente realzado en el profeta Ezequiel: "Me compadeceré de toda la casa de Israel y me mostraré celoso de mi santo nombre" (39,25). "¡Vean tu celo por el pueblo y se avergüencen, y el fuego preparado para tus enemigos los devore" (Is 26,11). "El celo del Señor todopoderoso lo hará" (Is 37,32; cf JI 2,18; Zac 1,14; 8,2).

MÁS IRA QUE GOZO. Es curioso observar cómo los textos de la Biblia en los que se dice que Dios siente placer y gozo son extraordinariarnente pocos en relación con los que hablan de su cólera. El motivo es evidente. En sus relaciones con la humanidad Dios se encuentra en contacto con la desobediencia y el pecado mucho más frecuentemente que con una actitud fiel. Por eso no hay que asombrarse de constatar que en las páginas del AT los pasajes en los que se presenta a Dios como juez severo predominan notablemente sobre los otros en que se presenta como amable y misericordioso; se trata de aspectos que coexisten, pero con un claro desequilibrio en favor de la severidad.

Así se comprende que en el AT no haya un solo libro que no hable de la ira de Dios. Las mismas expresiones y las mismas palabras utilizadas para la ira humana aparecen igualmente para Dios; más aún, de la ira de Dios se habla tres veces más que de la del hombre. La ira del hombre se dirige generalmente contra otros hombres. Sus motivaciones son múltiples: la consideración de sus acciones como injustas, desordenadas, etc. (Gén 27,45; 30,2; 39,19; etc.). Aunque se trata de casos raros, encontramos también textos en los que la ira del hombre se dirige contra Dios. Y aquí la motivación es uniforme: el hombre, en ciertos casos particulares, no encuentra la justificación del obrar divino (Gén 4,5; 2Sam 6,8; J14,1.9). En la inmensa mayoría de los casos la ira del hombre es juzgada, sin embargo, negativamente, nunca de forma positiva: Gén 4,5-7 (el obrar de Caín) y Gén 49,6-7: "En su furor mataron hombres... ¡Maldito su furor, tan violento, y su cólera, tan cruel!" Es en Job, en los Proverbios y en el Sirácida donde con mayor frecuencia aparecen juicios severos sobre la ira: "Cruel es el furor e impetuosa la ira, pero ¿quién podrá resistir contra la envidia?... Pesada es la piedra y pesada la arena, pero la ira del insensato es más pesada que ambas cosas" (Prov 27,3-4); "oprimiendo la ira se suscita la querella" (Prov 30,33); "El sabio es comedido en sus palabras, y el inteligente mantiene la calma" (Prov 17,27); por eso se advierte: "El que presto se enoja hace locuras... El tardo a la ira es rico en inteligencia, el que cede al arrebato hace muchas locuras" (Prov 14,17.29).

III. MOTIVACIONES DE LA IRA. También Yhwh es irascible, y a propósito de ello se utilizan los términos usuales para el hombre; incluso encontramos algunos vocablos raros y expresiones singularmente llamativas. Las motivaciones de la ira divina no siempre son claras: casos ejemplares son la lucha nocturna de Jacob (Gén 32,23-33) y la circuncisión de Moisés (Ex 4,24-25); pero en la inmensa mayoría de los casos la ira divina es suscitada por la actividad del hombre. Una causa general es la relación singular de Israel con Dios a causa de la alianza, con las condiciones anejas a la misma. En efecto, la alianza pone al pueblo en una doble situación: "Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad..., pero demuestro mi fidelidad por mil generaciones" (Ex 20,5-6). A menudo los textos mencionan expresamente tanto la alianza como la infidelidad del pueblo: "Porque han abandonado la alianza del Señor, el Dios de sus padres, la alianza que hizo con ellos..., por eso la ira del Señor se encendió contra esta tierra..., los ha arrancado de su tierra con ira, furor y gran indignación..." (Dt 29,24.27).

Otras veces, ciertamente no pocas, la causa de la ira, como hemos visto, es la idolatría, que debe entenderse también en sentido figurado; el Deuteronomio, por ejemplo, designa esta infidelidad con una terminología que se ha hecho técnica para la teología de este libro. Se dice muchas veces que la ira de Dios ha sido suscitada por la desobediencia del pueblo: "Todavía tenían la carne entre los dientes, sin haberla aún acabado, cuando el Señor montó en cólera contra el pueblo y lo hirió con una gran plaga" (Núm 11,33). Entre las causas de la ira divina no faltan las motivaciones sociales y el comportamiento injusto con otras personas: "No maltratarás a la viuda y al huérfano; si los maltratas..., mi ira se encenderá y os mataré a filo de espada; vuestras mujeres serán viudas y huérfanos vuestros hijos" (Ex 22,22-23).

Aparte de las leyes, esta motivación de la ira divina contra el pueblo se subraya especialmente en los profetas (Is 1,15-20; Jer 5,28; Am 5,7.10-12; Miq 3,1). Entre las causas de la ira se menciona a veces de forma genérica el olvido de las obligaciones de la alianza, el culto sincretista, el sentimiento injustificado de seguridad basada en el templo de Jerusalén (cf Jer 6,14; Ez 13,10-12). Especialmente en el período posterior al destierro, la ira de Yhwh se manifestó además contra otros pueblos, motivada por el hecho de que se habían ensañado contra Israel en los días de su manifiesto infortunio (cf Jer 46-51; Ez 25-32). Por otra parte, algunos textos presentan a los enemigos de Israel como instrumento de la ira de Yhwh para castigar a su pueblo: "¡Ay de Asiria, vara de mi cólera, bastón que blande mi furor!" (Is 10,5); "Vienen de países lejanos, de los confines del cielo, el Señor y los instrumentos de su cólera a devastar toda la tierra" (Is 13,5; cf Jer 50,25; Lam 3,1). Las expresiones que aparecen con mayor frecuencia para significar la ira de Yhwh proceden del vocabulario concreto de las lenguas semíticas, que traducen los sentimientos humanos de una forma física.

EFECTOS DE LA IRA. Los escritores sagrados no tenían el menor reparo en hablar de la ira divina, que se exterioriza en las llamas y el fuego que brotan de la nariz y de la boca de Dios y que manifiestan su irritación y la explosión de su paciencia (Is 13,13; 30,30; Miq 7,9; Dt 3,26; Jer 7,29; Ez 21,36; etc.). Entre estas expresiones pintorescas no faltan los sentimientos de venganza y de odio. La venganza de Dios sigue dos direcciones: en contra de su pueblo, por culpa de las infidelidades que comete; y contra los pueblos vecinos, por las injurias y por la sangre que han derramado entre su pueblo: Yhwh es un "Dios de la venganza" (Sal 94,1); y el día del juicio es designado muchas veces como "el día de la venganza" (Is 61,2; 63,4; Jer 46,10). Se dice igualmente que, en su ira, Yhwh odia, desprecia, guarda rencor contra los que se dirigen contra él: "Porque nos odia, el Señor nos ha hecho salir de Egipto..." (Dt 1,27; 9,28; Prov 3,32; Am 5,21; etc.). "Os aborreceré" (Lev 26,30). Y el Sirácida advierte: "Aunque es misericordioso, también se enfurece y su furor descarga sobre los pecadores... De repente se desata la ira del Señor, yen el día de la venganza serás aniquilado" (Si 5,6-7).

Sean cuales fueren las concepciones teológicas, simples o evolucionadas, y cualesquiera que fueren las palabras y las imágenes usadas, abstractas o brutalmente concretas, de un extremo al otro del AT es siempre el mismo Dios el que se presenta en contacto directo y personal con el hombre: le habla, le muestra su / amor, su / justicia; pero también su ira y su odio. Así es el Dios de la Biblia; no el de los filósofos, impasible ante los sucesos humanos. Esta crudeza de imágenes es también un preludio de la doctrina fundamental de la encarnación. El Dios que se nos dibuja en el AT, casi a imagen del hombre, es el mismo que, al llegar el tiempo establecido por él, se rebajó encarnándose en Jesús: ¡el Verbo se hizo carne! Ante expresiones tan humanas se puede ciertamente recordar que el antropomorfismo del AT tiene su prolongación connatural en la encarnación: en ella tiene cumplimiento todo lo que hasta entonces no era más que expresión verbal. Los hagiógrafos del AT están siempre ligados a la tierra, han conocido todas las asperezas y las vicisitudes accidentadas de la historia humana, y por esto están mucho más inmersos en la realidad que los filósofos y que algunos teólogos. Su Dios que se enfurece y que odia no tiene nada que ver con aquel Dios lejano e impasible de Platón o de Aristóteles, sino que es el Dios del NT y el que los nuevos hagiógrafos nos presentarán como "amor" (1Jn 4,8; Rom 8).

BIBL.: EICHROOr W., Teología del A T 1. Dios rsupueblo, Cristiandad, Madrid 1972, 236-246; KLEINKNECHT H. (y otros), orghE en GLNTVIII, 1073-1254; MICHAeu F., Dieuál'imagedel'homme, Delachaux et Niestlé, Neuchátel 1950.

L. Moraldi