ATEO
DicTB
SUMARIO
I.
¿De qué ateísmo habla la Biblia?:
1. El ateísmo "ético" de la Biblia;
2. Páginas bíblicas.
II.
El hombre sin el Dios vivo y verdadero:
1. El ateísmo como soberbia:
a) La tentación del "bienestar",
b) Las
expresiones negativas del ateísmo que nace de la soberbia;
2. El ateísmo como necedad;
3. El ateísmo como impiedad.
III.
El Dios a medida del hombre ateo:
1. Dios ausente de la historia;
2. El ídolo:
a) Los ídolos de los gentiles;
b) El ídolo como tentación de Israel,
c) Conclusión.
I. ¿DE QUÉ ATEfSMO HABLA LA BIBLIA?
En una sola ocasión (cf Ef 2,12) aparece en la Biblia la palabra "ateo", pero con un significado que hay que precisar respecto a la resonancia actual de este término. Sólo algunos textos del AT recogen la declaración expresa de los impíos o necios: "Dios no existe" (cf Sal 14,1; 53,1). Sin embargo, hay que reconocer en seguida que estas afirmaciones no son teóricas ni se refieren directamente a la "existencia" de Dios, sino "éticas" y en conexión con la vida del hombre y con sus obras, valoradas en dependencia o no de un Dios legislador y juez de todos.
Estas distinciones hoy son admitidas y compartidas por todos los que estudian exegética y teológicamente la revelación bíblica sobre Dios y sobre el hombre en relación con él.
1. EL ATEISMO "ÉTICO" DE LA BIBLIA. Un examen atento y a la escucha del mensaje bíblico parece invitar a preguntarse si está bien planteada hoy la alternativa entre el ateísmo de tipo bíblico y el de tipo teórico actualmente corriente. En efecto, ¿cuándo se hace una opción decisiva en la vida y en la fe- de una criatura? ¿Cuando se niega la existencia de Dios (en sí) o cuando no se le reconoce ni se le admite involucrado en la existencia del propio hombre y del cosmos?
La respuesta que se deduce de toda la Biblia está en la línea de la segunda parte del dilema: ateísmo humano es ya el "ético". Por lo demás, el anuncio fundamental de la revelación judía y cristiana no es tanto sobre la existencia de Dios (Dios existe), sino sobre su presencia como Dios vivo al lado y dentro de la historia humana [l Dios].
2. PÁGINAS BIBLICAS. Aunque limitamos nuestro estudio a los textos principales, son numerosos los capítulos de la revelación bíblica relativos a la figura del ateo y a las "opciones ateas" que pueden hacer los hombres.
- Los escritos proféticos hablan de la presencia de impíos que oprimen a los inocentes en la misma comunidad israelita. Ellos legitiman su comportamiento afirmando que Dios no ve, y que por tanto no se preocupa ni hace justicia en favor de los oprimidos. Así en Is 5,18-20; 29,15; 66,5; Jer 5,11-13; 14,12-18; Ez 8,7-12; 9,9; Sof 1,12.
- En los textos sapienciales se desenmascara la figura del impío en comparación con la del hombre sabio, que cree en Dios. Es particularmente eficaz la contraposición entre las dos categorías de personas en Sab 2 (y en toda la sección de Sab 2-5). Es célebre la consideración (en la cual se inspiró luego Rom 1,18-32) de Sab 13 sobre la necedad de la idolatría: ¡detenerse en las criaturas mientras se busca a Dios creador! En el libro de Job se juzga como camino recorrido por hombres perversos aquel que lleva a decir, dirigiéndose a Dios: "¡Está lejos de nosotros! ¿Qué puede hacernos el todopoderoso?" (Job 22,12-20).
- Algunos salmos traducen en una reflexión orante el juicio de condenación sobre los necios: los que, negando una presencia divina en la historia, se permiten oprimir a los pobres y jactarse orgullosamente de su poder y de su ateísmo moral. Son de especial eficacia los textos íntegros de algunas composiciones salmódicas: Sal 10; 14; 53; 94. Pero véanse también Sal 36,2-3; 59,8; 73,11; etc.
- San Pablo alude a un trasfondo de ateísmo moral -o de idolatría, marcada por el rechazo del Dios vivo y verdadero- cuando quiere afirmar la presencia del pecado y de sus consecuencias en el mundo: Rom 1,1832. Y en la carta a los Efesios, comparando la situación religiosa de los cristianos procedentes del judaísmo con la de los cristianos procedentes del paganismo, afirma que estos últimos carecían de las múltiples experiencias.del Dios vivo y verdadero de Israel: "Estabais en otros tiempos sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a las alianzas, sin esperanza de la promesa y sin Dios (a-teos) en el mundo" (Ef 2,12). Como puede deducirse del examen de este texto, se trata de cinco exclusiones no tanto absolutas, sino más bien en relación con el antiguo pueblo de Israel. Estaban "lejos" (cf Ef 2,17) respecto a los israelitas "cercanos" a Dios"; la suya era una situación antes y más que un rechazo formal de Cristo y del mismo Dios de las esperanzas judías.
II. EL HOMBRE SIN EL DIOS VIVO Y VERDADERO.
A diferencia de los textos del NT -que por lo demás no consideran propiamente la figura del impío-ateo, ni siquiera entre los no judíos-,los que hablan de la negación de Dios en el AT tienen muchas veces como referencia al israelita: su ateísmo práctico (ético) es una desviación y un alejamiento de Dios, debido a las sugestiones y tentaciones derivadas del bienestar, de situaciones de poder, del contacto con la idolatría. ¿Quién es, por tanto, el hombre que niega a Dios, según la Biblia?
1. EL ATEÍSMO COMO SOBERBIA. Una primera nota fundamental de la impiedad humana, la que lleva a la negación al menos práctica de Dios, se deriva de la renuncia a la propia condición creatural. Las diferencias "teológicas" bíblicas desarrollan múltiples acentos en el juicio sobre las causas y manifestaciones del ateísmo que nace de la soberbia humana.
a) La tentación del "bienestar": No pocas veces la lectura de los textos del AT lleva a la consideración sobre al ateísmo ético -es decir, al rechazo concreto de Dios- debido a condiciones de seguridad y de bienestar, como si la gestión personal de la propia existencia presente y futura llevase a olvidar y a negar a Dios;
- una valoración de este tipo está ya presente en algunas páginas de tipo profético: por ejemplo las de Oseas (Os 2,7.10-11.14 10,1-4); las frecuentes páginas del predicador deuteronómico (cf Dt 6,10-13; 31,20; 32,15-20); las de Jeremías (cf Jer 2, 7-13);
- es particularmente enérgico el juicio de Isaías contra la soberbia del pueblo de Dios, que se ha dejado embriagar por sus medios de subsistencia y de autodefensa, y por consiguiente se olvida de Yhwh b no lo incluye en su existencia: Is 5,11-17; 18,1-6; 2,6-22 (cf Jer 17,5-8);
- la reflexión sobre la tentación del ateísmo que proviene de las condiciones de bienestar aparece con frecuencia en los escritos sapienciales: aun cuando no se rechace expresamente a Dios, de hecho algunos se inclinan insensiblemente a prescindir de él. Véase Si 5,1-8; 11,12-28; Job 27,13-23; Sal 49; 73 (cf Lc 12,1621).
b) Las expresiones negativas del ateísmo que nace de la soberbia. La presunta autonomía respecto a Dios, engendrada por la posesión de bienes materiales, no lleva necesariamente a declaraciones expresas de rechazo de Dios (como en el caso más típico del "necio'; sin embargo, el hombre se inclina a olvidarse de Dios, a organizarse por sí solo, a ser soberbio y arrogante frente a los demás hombres.
Éstas son las constataciones más frecuentes en la Biblia, según los textos ya recordados. El hombre deja de adorar a Dios; se olvida de estarle agradecido, como si todo dependiera tan sólo de él (véanse en particular los textos sapienciales).
2. EL ATEÍSMO COMO NECEDAD. Dos figuras típicas (aunque marginales) del AT sirven para caracterizar la actitud atea de los que, aun sin manifestarse soberbios y presuntuosos, se sitúan, sin embargo, fuera de una relación con Dios: el marido de Abigaíl, al que la Biblia recuerda con el nombre. de Nabal (que significa "necio") y la mujer de Job, a laque su marido -después de pronunciar ella frases ofensivas contra la fe en Dios- le dijo en plan de reproche: "Hablas como una necia" (como una nabala).
Ambos textos (1Sam 25,2-42; Job 2,7-10; véase también el episodio de Tobías con su mujer: Tob 2,11-14) proponen la "etimología teológica" de la necedad humana, la que lleva a negar a Dios, o incluso solamente a ignorarlo en la vida: Nabal y la mujer de Job (así como la de Tobías) se muestran autosuficientes y orgullosos de las cosas que, tienen o que hacen; no manifiestan ningún interés por Dios. Además, en relación con los que son creyentes y temerosos de Dios, semejantes individuos se muestran insolentes y ofensivos;
- la necedad se convierte en irreligiosidad, pero también en tendencia a hacer el mal y no el bien" en perjuicio de los hombres sencillos e indefensos; así en el Sal 14 y 53;
-según los escritos sapienciales, la presencia del necio es motivo de aflicción y de deshonor en una familia: Prov 10,1; 17,21; Si 22,3,6.
Pueblo necio y estúpido fue Israel cuando pecó contra Dios, que le había engendrado sostenido y protegido, Expresión de su necedad es su ingratitud y su desobediencia al Señor: Dt 32,5-6 (cf Is 1,2-4; Os 11,1-4).
Pero también es una necedad el insulto contra Yhwh por parte de los pueblos que oprimen a Israel; en efecto, mientras que no son más que el instrumento divino para castigar la infidelidad de Israel, se empeñan en asumir el. cono arbitrario de ofensa contra Dios mismo: Sal 74,18-23 (cf Is 10,5-19; 36-37).
Finalmente es singular el juicio de necedad que reserva el libro de Job a los amigos, que -en su defensa de la justicia de Dios frente a los lamentos de Job- no hablan según la fe: "No habéis hablado de mí como mi siervo Job" (cf Job 42,7-9).
3. EL ATEfSMO COMO IMPIEDAD. El hombre impío (rasa) en su comportamiento es objeto de interés para la Biblia. La figura que ésta nos presenta de él parece acercarse a veces a las dimensiones titánicas de quien resiste a Dios (véanse ciertos textos de tono apocalíptico: cf Ez 38-39; ITes 2,6-12; Ap 13,11-18). Es muy frecuente la caracterización de la impiedad como negación concreta de Dios y como agresión efectiva contra las que son piadosos y humildes.
El AT utiliza unas 343 veces la raíz verbal que expresa impiedad y culpa. Su uso es especialmente frecuente en los salmos y en los escritos sapienciales.
- Los malvados no temen a Yhwh, y por eso insultan y oprimen impunemente a los justos. Lo observan con frecuencia los profetas y los sabios en el AT. Más aún: es típico del malvado conculcar la justicia y el derecho de los que temen a Dios: cf Sal 10; 17; 37; 94.
- Por consiguiente, es espontáneo recurrir a Dios, especialmente a través de la súplica, para que ponga fin al orgullo de los impíos: con su conducta son una ofensa contra Dios omnipotente y providencial: cf Sal 139,19; 140,5; Jer 12, I-4.
- La confianza en Dios por parte de los oprimidos no se verá defraudada: ¡quedará vencida la necedad de los hombres! Ciertamente intervendrá Dios; aunque no se vea cuándo ni cómo este orden divino sustituirá al mundo trastornado por los malvados: cf Is 13,11; Mal 3,18; Qo 8,13; Job 15,20; Hab 1,12-2,4.
III. EL DIOS A MEDIDA DEL HOMBRE ATEO.
¿Quién es entonces el Dios negado u olvidado por el hombre soberbio; necio e impío? Respecto a Yhwh -el Dios que se reveló a Israel como vivo y elocuente-, el ateo bíblico piensa en una divinidad genérica, que no habla, que no juzga y que por eso no inspira temor.
1. DIOS AUSENTE DE LA HISTORIA, Fundamentalmente, el hombre que se percibe en los textos bíblicos que hablan del rechazo de Dios es un ser emancipado de la tutela y de la presencia de Dios mismo.
No se teoriza sobre la emancipación espiritual que se ha alcanzado, sino que se la vive y se la proclama de forma descarada.
- Respecto al oprimido y el "pobre", o bien en circunstancias que requerirían actitudes de fe profunda, el ateo lanza su desafío: ¿Dónde está Dios? ¿Qué puede hacer en esta situación? ¡Que muestre lo que es capaz de hacer respecto a los proyectos humanos! Y estas posiciones agudizan la prueba de fe de los que temen a Dios. Véanse Sal 10,4.6.11.13; 42,4.11; 79,10; Miq 7,10; Jl 2,17; Mal 2,17.
- Estos interrogantes en torno a la presencia efectiva de Dios dentro de las peripecias de los hombres tienen un significado radicalmente distinto en labios del impío y del soberbio -que ha alejado a Dios de su horizonte- y en labios del que está pasando una época de /"desierto" espiritual. En este segundo caso es Dios mismo el que tienta al hombre para purificar su fe -aun dándole la impresión de que se ha alejado de la historia- para hacerse buscar e invocar de hecho, como si estuviera a un paso del que está en la prueba. El impío y el probado por Dios hacen casi las mismas afirmaciones sobre la presencia y la providencia divinas, pero el ánimo del primero lanza un reto, mientras que el segundo vive un drama: éste sabe que Dios está cerca y que puede, mientras que aquél piensa que Dios está lejos y, en todo caso, no le interesa que intervenga. Es significativo el hecho (ya señalado) de que tengan que buscar el perdón divino los amigos de Job, que habían hablado en defensa -según creían- de Dios y de su justicia (cf Job 42,79), mientras que Job es elogiado por su fe, a pesar de haber escandalizado a los amigos con las expresiones de su ánimo sacudido por la prueba-desierto, debido a la aparente ausencia de Dios en su vida (cf Job 9-10; 1214; 16-17; 19; 21, etc.). También expresan muy bien esta experiencia dramática de prueba de la fe los salmos de los enfermos y oprimidos (cf Sal 22; 38; 69; 71; 88; etc.).
2. EL ÍDOL0. El ídolo es una divinidad reducida a las medidas del hombe. La actitud religiosa que lleva a esta relación con lo divino difiere de la del impío o de la del soberbio, que considera a Dios ausente de la historia humana. En nuestro caso, no se aleja uno de Dios, sino que se acerca a él de forma indebida: el hombre no accede creaturalmente a Dios y a su misteriosa presencia y omnipotencia, sino que atrae a sí mismo a la divinidad y la reduce a sus exigencias religiosas.
El tema de la idolatría está presente -como denuncia de un riesgo (cf 1Cor 10,14; IJn 5,21)- también en el NT. Pero este tema caracteriza sobre todo a la experiencia y al mensaje del AT, y aparece en él según las tres grandes modalidades de la palabra de Dios, que en él está presente y se escucha: como tórah (en el Pentateuco), como "profecía" (en los libros históricos y propiamente proféticos) y como "sabiduría" (en los escritos relacionados con este género literario). Aunque limitemos nuestra presentación a unas cuantas indicaciones orientativas, vendrá bien para la claridad del tema distinguir dos puntos fundamentales.
a) Los ídolos de los gentiles. Cuando habla no tanto de las representaciones sensibles de la divinidad, sino del hecho de la referencia a Dios por parte de los otros pueblos, el AT no niega generalmente la verdad de este hecho. La religiosidad es un hecho humano universal, cuya realidad puede ciertamente sufrir crisis y deformaciones -según se ve cuando se la examina a la luz de la propia experiencia religiosa (tal es el caso de los textos "apologéticos" del Segundo Isaías, de Daniel y de Baruc: cf Is 40,18-19; 44,9-20; Bar 6; Dan 14)-; pero el hombre de la Biblia no la niega como posible y auténtica (puede verse en este sentido, como resumen de toda una tradición anterior, el discurso de Pablo en Atenas: cf He 17,22-31).
¡Los no judíos no son ateos! Su religiosidad queda empobrecida debido a su referencia a los ídolos (extraños y múltiples) y al recurso a prácticas muy poco respetuosas de lo absoluto de Dios. Pero inconscientemente buscan y dan culto al único Dios verdadero, al que Israel (y el cristianismo) adora, el que de hecho salva a todos; así lo profesan el AT y el NT (cf Is 40,21-24; Dan 3,28-30; Is 2,2-5; 19,16-25; He 10,34-35; Rom 2,12-16) en muchas de sus páginas.
b) El ídolo como tentación de Israel. La enseñanza insistente de los profetas, especialmente de los del segundo período monárquico -desde los tiempos de Elías (mitad del siglo ix) hasta los de Jeremías y Ezequiel (mitad del siglo v)- afirma la trascendencia y el carácter misterioso del Dios vivo y verdadero, con el que se ha encontrado Israel y a quien ha conocido en las sucesivas revelaciones de sí mismo que él ha hecho.
En conjunto, los guías espirituales de Israel no denuncian como grave y difundido el ateísmo, sino más bien una religiosidad menor y reductiva en la relación con Yhwh. Esta se manifiesta (desde los tiempos más remotos) en el intento de representar concretamente al Dios vivo del Sinaí (cf la prohibición de las imágenes de Dios: Ex 34,17; 20,4; Dt 4,9-20; etc.). Más tarde crece el riesgo de desviación y de infidelidad en las mismas manifestaciones cultuales suntuosas, pero formalistas y alejadas del compromiso de la vida (cf Am 4,4-5; Is 1,10-20, 29,13-14; Sal 50; etc.).
En estas intervenciones de los profetas surge continuamente una intuición: de un Yhwh rodeado de este modo de signos de religiosidad -y quizá representado sensiblemente en una estatua (como en Betel)- Israel siente la tentación de hacerse un Dios a su medida y según sus necesidades; un Dios con quien de hecho habla (con expresiones cultuales), pero que ha dejado ya de hablar a su pueblo, ya que éste no espera sus intervenciones; un Dios que ya no está vivo, es decir, que no es imprevisible y sorprendente. Su presencia en la historia queda reducida a los momentos en que Israel lo requiere y según la medida y las modalidades que le asigna.
Una página distinta sobre la tentación idolátrica del pueblo de Dios -en tiempos de los profetas preexílicos sobre todo- es la que se refere a las sugestiones religiosas por parte de los pueblos cananeos, con los que Israel se encontró (y no destruyó) en tierras de Palestina. Su "baalismo" (un dios de la naturaleza y no de la historia) y sus diversas expresiones menores de religiosidad (la magia, la adivinación, etc.) tentaron a menudo al pueblo de Dios. En el contacto con los pueblos vecinos, sobre todo los fenicios y los egipcios, el pueblo hebreo encuentra nuevas provocaciones a la infidelidad con Yhwh en extraños "sincretismos" religiosos y como alternativas más fáciles y cómodas a su fe (cf Dt 6,14-19;13,2-18; Jer 7; Ez 8; etc.).
c) Conclusión: El ateísmo del que habla la Biblia resulta bastante más concreto y complejo que el que se limita a negar simplemente la existencia de Dios. Sus diversas expresiones-manifiestan una única actitud original probable: el no reconocer a un Dios vivo y presente en la historia, tal como él se reveló. Y en esta tentación se cae siempre que se afirma uno a sí mismo en alternativa frente a Dios (como si uno temiera por sí, al acogerlo a él presente y "providente"). Pero en el riesgo de un Dios disminuido -y por tanto a medida del ídolo- se cae igualmente cuando uno tiene una "confianza" errónea en sí mismo: la que se manifiesta en un culto formalista (véase la predicación profética) o quizá en una "competencia" sobre él, que cierra el camino a sus sorpresas y a su misterio (véase el objetivo de los libros de l Job y del l Qohélet).
A. Marangon