APÓSTOL/DISCÍPULO
DicTB
 

SUMARIO

I. Apóstol: 
1.
Problemática actual y situación neotestamentaria; 
2. Apóstol y misión en el mundo judío y en la literatura ambiental; 
3. El apóstol en las primeras comunidades cristianas: 
    a)
En el lenguaje tradicional prepaulino y de la primera actividad
        paulina, 
    b)
En la polémica paulina contra los judeo-cristianos
        "judaizantes", 
    c) En la aclaración restrictiva de Lucas (Evangelio y Hechos), 
    d)
En los otros evangelios, 
    e)
En las relaciones con los "doce"; 
4. La misión apostólico-profética de Jesús y de sus discípulos: 
    a)
En los evangelios sinópticos, 
    b)
En el cuarto evangelio, 
    c) ¿La primera misión se deriva del Jesús terreno? 
5. Conclusión: apostolicidad de la Iglesia. 

II. Discípulo: 
1. Interpretaciones y problemas; 
2. Discípulo y seguimiento en el mundo judío y en la literatura
    ambiental: 
    a) En el mundo griego, 
    b)
En la Biblia hebrea, 
    c) En las escuelas rabínicas; 
3. Los discípulos de Jesús y su seguimiento: 
    a)
Según los evangelios sinópticos, 
    b)
Según el cuarto evangelio; 
4. Relación entre los discípulos y los "doce": 
    a)
En Marcos, 
    b)
En Mateo, 
    c) En Lucas, 
    d)
En el cuarto evangelio; 
5. Los destinatarios de la radicalidad evangélica.


 

I. APÓSTOL. 

1. PROBLEMÁTICA ACTUAL Y SITUACIÓN NEOTESTAMENTARIA. En la cultura profana de nuestros días la palabra "apóstol" no es muy significativa; indica genéricamente al propagandista fervoroso de una idea. En el lenguaje eclesial yen las relaciones ecuménicas con las otras confesiones cristianas tiene, por el contrario, una importancia destacada.

En el uso de la Iglesia católica, el término "apóstol" presenta un significado general o más restringido, según los contextos. A veces comprende a todos los cristianos; y por eso sé les inculca a todos el deber de ser apóstoles y de ejercitar el apostolado; más frecuentemente se reserva para designar el ministerio directivo de los obispos y del papa, como sucesores deforma ininterrumpida de los doce primeros apóstoles de Jesús y de su cabeza, Pedro, y por consiguiente guardianes e intérpretes autorizados de la primera tradición apostólica. Prueba de ello es el mismo Vaticano II, que utiliza este término con el primer significado en LG 17 y 33, desarrollando sus aspectos en todo el decreto Aposlolicatn actuositatem, sobre el apostolado de los laicos; pero lo utiliza con el segundo significado en LG 19-20, donde intenta aclarar las diferencias y las relaciones entre el apostolado de los obispos y el de los fieles, no sólo para determinar los derechos y deberes respectivos dentro de la Iglesia, sino también para estimular su colaboración mutua en la evangelización del mundo y en la animación cristiana del orden temporal. En estos documentos conciliares no todo resulta debidamente aclarado, hasta el punto de que la misma "Comisión teológica internacional" creyó oportuno intervenir en el 1975 a fin de favorecer el recto diálogo ecuménico con un documento titulado La apostolicidad de la Iglesia y la sucesión apostólica (EV, V, 434-478); también aquí se insiste por un lado en la estrecha relación que existe entre la apostolicidad de la Iglesia y el sacerdocio común de los fieles, y por otro lado en el aspecto histórico y espiritual de la sucesión apostólica desde los apóstoles a los obispos a través de la continuidad sacramental de la imposición de manos y de la invocación del Espíritu Santo.

En las mismas relaciones ecuménicas entre las diversas Iglesias, el tema de su apostolicidad se muestra hoy de importancia primordial, hasta el punto de que la "Comisión Fe y constitución", en el documento de Lima de 1982 titulado Bautismo, Eucaristía, Ministerio, al tratar en el capítulo II de "La Iglesia y el ministerio ordenado", apela ampliamente a los apóstoles y a los doce en el NT (nn. 9-11), dedicando luego todo el capítulo IV (nn. 34-38) a "La sucesión de la tradición apostólica'', con frecuentes referencias a los textos del NT. Afirma que la Iglesia confiesa en el Credo que es apostólica, en cuanto que "vive en continuidad con los apóstoles y con su predicación"; pero especificando que "dentro de esta tradición apostólica hay una sucesión apostólica del ministerio, que está al servicio de la continuidad de la Iglesia en su vida en Cristo y de su fidelidad a las palabras y a los gestos de Jesús transmitidos por los apóstoles. Los ministros encargados por los apóstoles, y a continuación los epískopoi, fueron los primeros guardianes de esta transmisión de la tradición apostólica" (n. 34). Por eso, "donde las Iglesias dan poca importancia a la transmisión regular (del ministerio ordenado), deberían preguntarse si su concepción de la continuidad de la tradición apostólica no tendrá que modificarse. Por otra parte, donde el ministerio ordenado no sirve adecuadamente a la proclamación de la fe apostólica, las Iglesias tienen que preguntarse si sus estructuras ministeriales no necesitarán una reforma" (n. 35).

Estas indicaciones no son más que una pequeña muestra de la importancia y complejidad del tema bíblico del "apóstol" que nos proponemos ilustrar interpelando a la palabra de Dios codificada en la Biblia, y especialmente en los evangelios, sin dejarnos condicionar por prejuicios u opciones confesionales posteriores.

El término "apóstol" ("enviado", adjetivo verbal con sentido pasivo del verbo apostélló) es frecuente en el NT (80 veces), y en muchas ocasiones con un sentido ya técnico.

Una estadística de la distribución según la cual aparece este término en los diversos libros sagrados resulta sumamente aleccionadora. Los encontramos 35 veces -con una distribución bastante uniforme- en las diversas cartas paulinas, incluidas las pastorales y la carta a los Hebreos. Aparece otras 34 veces en Lucas, discípulo y colaborador de Pablo: seis veces en el evangelio y 28 veces en los Hechos; en Marcos sólo figura dos veces (3,14; 6,30), una sola vez en Mateo (10,2), también una vez sola y con sentido bastante vago en Juan (13,16) y tres veces en el Apocalipsis (2,2; 18,20; 21,14).

Añadamos que, por el contrario, sólo aparece en pocas ocasiones en el NT -cuatro veces- el sustantivo abstracto "apostolado" (apostolé j: Rom 1,5 y 1Cor 9,2 (referido a Pablo); Gál 2,8 (referido al "apostolado entre los circuncisos" de Pedro); He 1,25 (referido a los "doce'.

Así pues, además del sentido de la palabra "apóstol", queda por aclarar el motivo de esta diversa aparición dentro de las primeras comunidades cristianas, y en especial si se le entiende del mismo modo en los diversos filones del NT.

2. APÓSTOL Y MISIÓN EN EL MUNDO JUDÍO Y EN LA LITERATURA AMBIENTAL. En el mundo griego el verbo apostélló era de uso común en el sentido de "enviar". Se distinguía del sinónimo pémpó en que el primero establecía una relación entre el mandante y el mandado y lo constituía en representante o encargado suyo, mientras que el segundo ponía más de relieve el acto de enviar en cuanto tal.

El adjetivo verbal apóstolos era más bien raro y se le usaba ya en forma sustantivada; se utilizaba preferentemente en el lenguaje marinero griego para indicar la nave de carga o la flota enviada o a su comandante y a los mismos colonizadores; en los papiros indicaba también la carta de presentación o la factura comercial. Pero ya en Herodoto (I, 21; V, 38) lo encontramos dos veces para indicar al enviado como persona particular, unido además la primera vez al sustantivo "heraldo" (kéryx).

En Flavio Josefo apóstolos aparece con seguridad tan sólo una vez (Ant. 17,300) para indicar el grupo o delegación de judíos enviados por Jerusalén a Roma al morir Herodes el Grande a fin de defender la libertad de vivir según sus leyes.

Los Setenta tradujeron ordinariamente (unas 700 veces) con el verbo apostélló (o con el compuesto exapostélló) el verbo hebreo salah: lo prefirieron claramente a pémpó (sólo cinco veces como traducción suya), precisamente porque comprendieron que el original hebreo no indicaba puramente el envío en sí, sino que subrayaba el encargo o investidura del enviado, que adquiría para aquella tarea concreta y determinada la misma autoridad que la persona mandante (cf Jos 1,16; 1Re 20,8; 21,10; 2Re 19,4); especialmente los Setenta indican con este verbo la misión de los profetas de Israel para hablar en nombre de Dios (cf Ex 3,10; Jue 6,8.14; Is 6,8; Jer 1,7; Ez 2,3; Ag 1,12; Zac 2,15; 4,9; Mal 3,23).

El correspondiente adjetivo verbal sustantivado apóstolos se encuentra, por el contrario, en los Setenta (seguidos también aquí por Áquila) en una sola ocasión, concretamente en 1 Re 14,6, como traducción del participio pasivo saluah del correspondiente verbo hebreo; se refiere al profeta Ajías, que por encargo divino se presenta a la mujer de Jeroboán como "apóstol duro" (apóstolos sklérós) para anunciar la ruina de la nueva dinastía.

El correspondiente arameo del saluah hebreo era saliah (pl. seleluhin). En estos últimos decenios se ha intentado ver en el saliah del judaísmo rabínico el precedente del "apóstol" cristiano.

Pero los seluhin hebreos en la literatura rabínica están documentados con este nombre tan sólo a partir del 140 d.C. -como recientemente han demostrado G. Klein y W. Schmithals-, y quizá precisamente en polémica con los "apóstoles" cristianos. Indican personas que han recibido para una tarea muy determinada -como una boda, un divorcio, una compra- un encargo jurídico de la competente autoridad judía, y actúan entonces en su nombre y con su autoridad. De aquí la máxima tantas veces repetida: "El enviado de un hombre es como él mismo" (Ber. 5,5; cf otros pasajes en Strack-Bill., III, 2). Se procedía así según el derecho Semítico tradicional, seguido ya por los antiguos hebreos (cf 1 Sam 25, 40s; 2Sam 10,1ss), según el cual el mensajero representaba por completo en su persona al mandatario (generalmente el rey). De todo este conjunto parece evidente que los seluhin judíos tan sólo tenían funciones jurídicas o doctrinales dentro de las comunidades judías. Había ciertamente en la época de Jesús (cf Mt 23,15) misioneros judíos que hacían prosélitos entre los paganos; pero lo hacían por propia iniciativa, sin estar mandados por la autoridad, ya que la autoridad judía ni antes ni después del año 70 autorizó con finalidad religiosa la propaganda misionera entre los paganos, por la conciencia de ser un pueblo elegido y orgullosa de que otros desearan lo que ellos poseían.

3. EL APÓSTOL EN LAS PRIMERAS COMUNIDADES CRISTIANAS. Examinemos ante todo el término "apóstol", para remontarnos luego a su radical apostélló.

Para poder establecer el sentido -único y múltiple- del término "apóstol" en el NT, veamos ante todo la situación partiendo de los escritos considerados como más antiguos y teniendo en cuenta las diversas comunidades en que se redactaron.

a) En el lenguaje tradicional prepaulino y de la primera actividad paulina. Partamos de las primeras cartas paulinas, escritas entre los años 47 y 63, y sobre las cuales no hay serios problemas de autenticidad.

En la 1Tes (anterior a las polémicas de Pablo con los judeo-cristianos judaizantes) los tres fundadores de la comunidad -Pablo, Silvano y Timoteo (cf 1,1 y 2Tes 1,1; 2Cor 1,19)- se designan en plural "apóstoles de Cristo" (lTes 2,7), porque, como se deduce del contexto próximo, habían llevado allá el "evangelio de Dios" (1,5; 2,2.4.8). Por eso aquí el objeto del apostolado es sólo la predicación del evangelio a los paganos -como se deduce del contexto-, sin que tales apóstoles hubieran recibido un encargo directo del resucitado; de lo contrario, el término no se le podría aplicar a Silvano (o Silas), que, según He 15,22, parece haber sido mandado de Jerusalén a Antioquía de parte de los "apóstoles y presbíteros", y en especial al "hijo" Timoteo, convertido por Pablo en Iconio (1Cor 4,17; cf He 16,1).

Por eso al principio eran llamados apóstoles aquellos que, en número de dos o tres por lo menos (cf Mc 6,7 y Lc 10,1), habían sido mandados por Cristo o por las comunidades apostólicas (cf He 13,1-3; 14,4.14) a fundar nuevas comunidades entre judíos, y especialmente entre paganos. En este sentido son llamados apóstoles, además de Pablo, tanto Bernabé (1Cor 9,5-6; cf Gál 2,1.8-10) como Apolo (1Cor 4,9; cf 4,6), Andrónico y Junias, "que se han distinguido en el apostolado, y que fueron creyentes en Cristo antes que yo" (Rom 16,7). De forma semejante, a Pedro o Cefas se le confió "el apostolado de los circuncisos" (Gál 2,8; cf 2,11-15), es decir, de los judíos; y entre los apóstoles que actuaban entre los judíos, Pablo parece incluir también a Santiago, hermano de Jesús (Gál 1,19). En este sentido amplio no sorprende que fueran también llamados apóstoles los mandados o designados por las comunidades para recoger la colecta para los pobres de Jerusalén (2Cor 8,23; cf 8,19; Flp 2,25).

b) En la polémica paulina contra los judeo-cristianos "judaizantes" En un determinado momento nace, sin embargo, una polémica precisamente sobre este título de apóstol; encontramos varias huellas de ella en la 2Cor, particularmente en los capítulos 10-13 (que parecen constituir la "carta con lágrimas": cf 2Cor 2,4, puesta como apéndice). Mientras estaba Pablo en Efeso (por los años 54-56), algunos judeo-cristianos judaizantes llegaron a las Iglesias paulinas de Corinto y de Galacia procedentes de Jerusalén y de Antioquía. Se oponían a la línea de Pablo de admitir a los paganos en la Iglesia sin pasar antes por el judaísmo. Por eso empezaron a discutirle a Pablo precisamente el título de apóstol, a fin de desacreditar su autoridad; él no era un apóstol como "los que eran apóstoles antes que yo" (toús pró emoú apostólous) en Jerusalén (Gál 1,17). Pablo, a su vez, denuncia a estos calumniadores, que se llaman incluso "super-apóstoles" (hyperlían apóstoloi: 2Cor 11,15; 12,11), como "falsos apóstoles (pseudapóstoloi), obreros fraudulentos, que se disfrazan de "apóstoles de Cristo" (11,13).

Parece evidente (teniendo presente además la posición de Lucas [J infra, c], que le discutían este título por varias razones): 1) Pablo no había tenido contacto con el Jesús terreno; 2) no había sido testigo con los doce de las apariciones pospascuales del resucitado; 3) por eso no había sido enviado como apóstol ni por Cristo ni por los doce apóstoles de Jerusalén.

Precisamente desde este momento Pablo empieza a reivindicar para sí el título de "apóstol de Jesús" con energía, sin atribuírselo ya a los colaboradores del mismo rango, como Silvano o Apolo; se lo suele atribuir sobre todo al comienzo de sus cartas (1Cor 1,1; 4,9; 9,12; 15,9 bis; 2Cor 1,1; 11,5; cf 11,13; 12,12; Gál 1,1; Rom 1,1; 11,13; Col 1,1; Ef 1,1). En este contexto polémico afirma que su apostolado no le viene de los hombres (Gál 1,1.12), sino de la voluntad eterna de Dios (1Cor 1,1; 2Cor 1,1; Col 1,1; Ef 1,1.5); es obra de "Jesucristo y de Dios Padre" (Gál 1,1); constituye "la gracia y la misión apostólica" recibida por medio de Jesucristo para "que obedezcan a la fe todos los pueblos" (Rom 1,5).

Con estas afirmaciones Pablo no se pone entre los doce, de los que se distingue con claridad (cf Gál 1,1719; 2,2-10; lCor 15,5); tampoco afirma que haya visto o que haya sido enviado por el Jesús terreno. Declara, por el contrario, que ha visto a Jesús resucitado en el camino de Damasco, lo mismo que "los doce" y que "todos los demás apóstoles", aunque sólo sea como último (lCor 15,5.7-9; cf 9,1; Flp 3,8.10.12; Gál 12,16). Pablo afirma, por consiguiente, que ha sido mandado también él por Cristo resucitado en misión apostólica, al igual que "todos los otros apóstoles" a los que se apareció Cristo, y que ha sido enviado con el carisma específico de ser el apóstol evangelizador de los paganos (Gál 2,8-10; cf 1,18).

Con esta finalidad Dios lo había "llamado desde el seno de su madre", como a Jeremías y al siervo de Yhwh; y en el camino de Damasco le había "revelado" a Jesús como su Hijo, para confiarle la misión profética de anunciarlo a los paganos (Gál 1,12.15-16; cf Jer 1,5; Is 49,1), con la posibilidad para ellos de acceder inmediatamente a la filiación divina, sin estar ya obligados a las prácticas cultuales y nacionales judías (cf en especial Gál 3,26-29). Pablo no pretende, sin embargo, afirmar que ha recibido por revelación de Jesús todo el "evangelio", como se deduce del hecho de que él "transmite" el kérygmatradicional sobre la institución de la eucaristía y sobre los hechos pascuales, que a su vez declara haber recibido del Señor a través de la tradición anterior (paralambánó, verbo característico, como el anterior, de la tradición oral rabínica: 1Cor 11,23; 15,1-13). Se trata de fórmulas estereotipadas precedentes; el mismo Pablo declara que están en conformidad con las que predican los doce y los demás apóstoles (ICor 15,11).

Para verificar el contenido del mismo carisma profético recibido por revelación de Cristo en el camino de Damasco, Pablo se siente en la obligación de "consultar" a Pedro, subiendo tres años más tarde a Jerusalén (Gál 1,18); y catorce años más tarde vuelve allá desde Antioquía con Bernabé y Tito, después de una "revelación", para exponer "a los dirigentes el evangelio que predico a los paganos, para saber si estaba o no trabajando inútilmente" (Gál 2,2). Y afirma con satisfacción, frente a sus calumniadores, que precisamente estos "dirigentes" -que son en este contexto por lo menos "Santiago y Cefas y Juan"- reconocieron la "gracia" o /carisma que había recibido, es decir, que él había recibido de Cristo el "evangelio" de los no judíos, del mismo modo que Pedro con lo§ demás de Jerusalén habían recibido el "evangelio" y el "apostolado" de los judíos; por eso aprobaron su línea de actuación y la de Bernabé, dándoles la mano en señal de comunión (2,6-9).

Pablo, para demostrar el origen divino de su apostolado, apela además a la prueba de los hechos: el vigor de sus comunidades paganocristianas (1 Cor 15,10; cf 2Cor 3,1-3) demuestra que han surgido en virtud del poder de Dios (ITes 1,5; 2Cor 6,7;12,12; Rom 15,19). "Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; pues vosotros sois, en el Señor, el sello de mi apostolado (apostolés)"(1Cor 9,2).

Pero, a mi juicio (a diferencia de D. Müller, a.c., 130-131), en todos estos textos Pablo parece aplicar el título de apóstoles también al grupo de los doce que él conoce (1 Cor 15,5) y a cada uno de sus miembros; en efecto, dice que Jesús se apareció "a todos los apóstoles" (15,7), después de haberse aparecido a los "doce" y "a más de 500 hermanos" (15,5-6); y en la carta a los Gálatas dice que después de la aparición de Jesús en el camino de Damasco no partió para Jerusalén, "a ver a los que eran apóstoles antes que yo" (1,17); tres años después, en Jerusalén, durante su permanencia de quince días con Pedro, dice que allí "no vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, el hermano del Señor" (1,19); habla además del apostolado de Pedro entre los judíos (2,8).

c) En la aclaración restrictiva de Lucas (Evangelio y Hechos). Lucas distingue con claridad -casi como si quisiera superar la controversia paulina anterior- entre discípulos y apóstoles, ya a nivel del Jesús terreno.

En efecto, presenta a Jesús que, entre el círculo más amplio de los discípulos que le seguían, "eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles" (6,13; cf He 1,2), a los que luego envió (apostélló: 9,1-2) a proseguir su misma misión entre el pueblo de Judea (cf 4,44). Las expresiones están sacadas de la misión análoga contada ya por Marcos (6,5-7).

Luego, a lo largo de su vida, Jesús fue dando algunas normas radicales sobre el discípulo auténtico, e inmediatamente después designó y mandó (apostélló) "a otros setenta y dos discípulos" con una misión casi idéntica (i 0,1-12 y que Lucas parece tomar de la fuente Q, dado que es utilizada también por Mateo en su misión análoga de los doce). La lección "70" o "72" en los códices tiene el mismo valor; por eso está claro el significado genérico: según Lucas, Jesús escogió un "gran número" de otros colaboradores, además de los doce. Más específicamente, el número 70/72 les parece a algunos exegetas que fue escogido para indicar la misión universalista (estamos en Samaría y en Lucas) entre todos los pueblos de la tierra, catalogados en número de 72 en la carta genealógico-geográfica de los judíos (cf Gén 10 y Henoc etiópico 89,59); según otros, habría aquí más bien una referencia a los 70/72 jueces (Éx 18,13-27) y/ o presbíteros (Núm 11,24-30), elegidos por Moisés y dotados como él de Espíritu divino para ayudarle en la dirección del pueblo de Israel.

A continuación Lucas reserva el título de "los apóstoles", con el artículo determinado, tan sólo a los doce: tanto en el Evangelio (9,10; 17,5; 22,14; 24,10) como en los Hechos (1,2.26; 2,37.42.43; 4,33.35.36. 37; 5,2.12.18.29.40; 6,6; 8,1.14,18; 9,27; 11,1; 15,2.4.6.22.23; 16,4). Pero los presenta la misma tarde de pascua rodeados de otros discípulos (24,33), que en los días anteriores a pentecostés forman ya con ellos un grupo numeroso de "unos 120 hermanos" (He 1,15-16). Las únicas excepciones se dan en el texto de 11,49 del Evangelio y el texto de 14,4.14 de los Hechos. Aquí, en dos ocasiones, se les da a Pablo y a Bernabé el título de apóstoles, cuando van a fundar comunidades pagano-cristianas por misión recibida de la comunidad de Antioquía (13,1-3). Muchos opinan que el término se le "escapó" a Lucas, que lo encontró en la fuente antioquena de donde sacó este material; estos dos, por lo menos, no responden a los requisitos postulados por Lucas para los doce apóstoles. Lo mismo parece que hay que decir de los apóstoles" que él menciona en el Evangelio (Lc 11,49), en donde depende, con Mateo, de la fuente Q; allí -como veremos- el término tendría el sentido más amplio prepaulino del que antes hablábamos.

Los doce o los apóstoles tienen realmente para Lucas la función de "dar testimonio" (He 1,8) -pero quedándose en Jerusalén (1,4; cf 8, 1.14) y en Judea (11, l), es decir, entre las "doce" tribus de Israel- de todo el mensaje de Jesús, del que habían sido testigos oculares desde el bautismo de Juan hasta su ascensión, y especialmente de su resurrección (He 1,21-22; cf Lc 1,2).Por consiguiente, su predicación es la continuación de la causa de Jesús en la historia posterior.

En He 1-5 Lucas presenta al grupo de los doce apóstoles también como dirigentes de la comunidad judeocristiana de Jerusalén. Desde el capítulo 6 este grupo recibe la ayuda, para la atención a las obras caritativas en la sección de lengua griega, del grupo de los "siete" con Esteban (pero también con huellas de otras funciones originales más amplias, como la predicación y la fundación de nuevas comunidades). En la sección de lengua hebreo- aramea que se quedó en Jerusalén reciben también la ayuda de un grupo de presbíteros (11,30) que, con su portavoz Santiago, hermano del Señor, participan y deciden en el concilio de Jerusalén junto con los doce apóstoles, presididos por Pedro (15,2.4.6.22.23; 16,4).

Después del concilio de Jerusalén, Lucas ya no menciona a "los apóstoles", ni tampoco a Pedro; en cambio, presenta a la comunidad judeocristiana de Jerusalén dirigida por el grppo de los presbíteros (21,18), y a Pablo y Bernabé,que desde su primer viaje apostólico "constituyeron" (cheirotonéó=lit. "elegir alzando la mano' un grupo de "presbíteros" para la dirección de cada una de las comunidades pagano-cristianas (14,23). Hay que observar que en el segundo viaje apostólico Pablo, junto con Silas, transmitirá a esas comunidades los decretos sancionados por el concilio de "apóstoles y presbíteros" de Jerusalén (16,4).

Parece evidente: Lucas intenta hacer resaltar que la función de los "doce apóstoles" en Jerusalén, y la de los "apóstoles" Pablo y Bernabé en las comunidades pagano-cristianas, ha pasado ya al grupo de presbíteros de las diversas comunidades. A éstos -según el testamento espiritual de Pablo (20,17-38)- les corresponde ahora la función de velar por toda la grey como "inspectores" (episkopoúntes) y pastores para mantener la fidelidad al evangelio de Jesús (20,28) contra los perseguidores externos y también contra aquellos que en el interior de la comunidad "enseñen doctrinas perversas con el fin de arrastrar a los discípulos (toús mathétás) en pos de sí" (20,30).

d) En los otros evangelios. Por eso mismo resulta extraño que un término tan importante para Pablo y para Lucas aparezca en los otros evangelios tan sólo una vez: en Marcos (6,30) y en Mateo (10,2) para indicar a los "doce" en el contexto preciso de su misión temporal a Galilea; en Juan, después del lavatorio de los pies, en la admonición al servicio, dirigida por Jesús a los "discípulos": "Os aseguro que el criado no es más que su amo, ni el enviado (apóstolos) más que el que lo envía" (13,16). Intentaremos dar respuesta a esta rara circunstancia [I infra, 4].

e) En las relaciones con los "doce": Hablando de apóstoles nos hemos encontrado ya varias veces con el número doce. Este número tenía en la antigüedad de Oriente medio un simbolismo astral, vinculado a las doce constelaciones del zodíaco y a los doce meses del año (cf Henoc etiópico 82,11). Pero en la Biblia el número doce aparece siempre en relación con las "doce tribus de Israel" (cf ya la antigua lista de Núm 26,456), por tener su origen tradicional en los doce hijos de Jacob. El mismo Pablo, ante Agripa II, designa a su pueblo con la simple expresión lb dódekáphylon hémón (He 26,7; cf Flp 3,5), es decir, "nuestro (pueblo) el de las doce tribus". Los primeros. cristianos son conscientes de ser la continuación de este pueblo (cf Sant 1,1; 1Pe 1,1; Ap 7,4-8; 21 12).

Estas referencias tan estimadas por los primeros cristianos nos llevan a comprender mejor por qué el mismo Jesús eligió un grupo de doce apóstoles para formarlos (Mc 3,14-16 par) y enviarlos luego como apóstoles suyos, ya durante su vida terrena, a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mc 6,7-13 par; cf Mt 10,5-6). En contra de una posición que a veces ha surgido en estos últimos decenios, y recogida recientemente por H.O. Günter (o.c.), que querría atribuir la institución del grupo de los doce a la Iglesia pospascual, nosotros pensamos que debe remontarse, al mismo Jesús, puesto que está ya presente en la profesión de fe prepaulina (lCor 15,5) y en una frase de la fuente Q (Lc 6,13/ Mt 10,2), con la promesáde que "en la nueva creación, cuando el hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, os sentaréis también sobre doce tronos para juzgar a las ',doce tribus de Israel". (Mt 19,28; ~f Lc 22,30). Así pues, Jesús los escogió como asociados a su tarea de juez escatológico en la reconstrucción mesiánica del Israel ideal; en ello va implícita su función de cofundadores y corresponsables con Jesús en la dirección del Israel mesiánico.

4. LA MISIÓN APOSTÓLICO-PROFÉTICA DE JESÚS Y DE SUS DISCIPULOS. Para completar el cuadro semántico creemos necesario examinar también el uso del verbo apostélló (de donde se deriva "apóstol', sobre todo teniendo en cuenta que es frecuente y que se distribuye de manera bastante uniforme en los cuatro evangelios, mientras que es más bien raro en el epistolario del NT (fenómeno inverso al de "apóstol").

Este verbo aparece 135 veces, de ellas 22 en Mateo; 20 en Marcos; 51 en Lucas (25 en Lucas y 26 en Hechos), 27 en Juan; sólo cinco veces en el epistolario paulino; una vez en 1Pe, tres veces en 1Jn y tres veces en el Apocalipsis.

a) En los evangelios sinópticos. Del conjunto se deduce que el verbo apostélló, como ya en los Setenta y en Flavio Josefo [l supra, I, 2], pone de relieve el encargo relacionado con la misión, mientras que el sinónimo pémpó (frecuente en Lucas: 22 veces) pone el acento en el envío en cuanto tal. Además, los sinópticos, al hablar de Dios, utilizan siempre el verbo apostélló.

Tomando en consideración solamente los textos en donde el verbo tiene una importancia doctrinal, observamos:

- Ya la fuente de los lóghia (fuente Q) presentaba a Jesús clasificándolo entre los profetas mandados por Dios a Jerusalén y rechazados por ella (Mc 23,37/Lc 13,34), en un contexto en que Jesús, incluso con otra terminología, es presentado repetidas veces como modelo de profeta, superior a los profetas antiguos; la misma fuente Q describía a Jesús como el mandado por Dios; el que lo escucha o lo desprecia, escucha o desprecia al mandatario divino (Mt 10,40/Lc 10,16); en la parábola de los invitados se narraba cómo mandó Dios a sus criados a invitar al banquete, con una evidente alusión a los profetas de Israel, incluidos Jesús y los primeros profetas cristianos (Mt 22,3-4/ Lc 14,17).

- En los sinópticos, el mismo Jesús se presenta como el mandado de Dios; acogiéndolo en los niños, se acoge al mandatario divino (Mc 9,37; Lc 9 48; cf Mt 18,5); en la parábola de la viña afirma que Dios mandó repetidamente a sus criados (los profetas) y finalmente a su Hijo predilecto a la viña de Israel (Mc 12,2.4. 5.6/Mt 21,34.36.37; Lc 20,10).

- En varios textos, referidos por cada uno de los sinópticos, Jesús afirma que ha sido mandado (por Dios: pasivo hebreo) tan sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 15,24); explica por qué ha llamado a su mensaje "evangelio" (cf ya Mc 1,15) y por qué se identifica con el profeta vaticinado por Is 61,1: "... Mc ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres" (Lc 4,18), y va a evangelizar por todas partes, con las palabras y con los hechos, ese reino de Dios precisamente porque ha sido mandado por Dios para esto (4,43).

- Ya, según la misma fuente Q, Jesús, como sabiduría de Dios (según se le llamaba a Jesús en la comunidad de esa fuente: cf Lc 7,35/Mt 11,19; cf también 1Cor 1,24.30), había dicho refiriéndose a sus misioneros: "Les enviaré profetas y apóstoles" (Lc 11,49), en donde la expresión parece una endíadis, a no ser que Lucas haya intentado aclarar conEel correspondiente griego de "apóstoles" el hebreo/arameo "profetas". Realmente Mt 23,34 dice: "Por eso yo os envío profetas, sabios y maestros de la ley".

En los mismos sinópticos se narra que Jesús escogió a los doce para "mandarlos" (Mc 3,14; cf Lc 6,13; Mt 10,2), a su vez, a continuar su obra profético-escatológica como anunciadores de la próxima llegada del reino de Dios, como exorcistas contra Satanás y como curadores de enfermedades; y que luego de hecho los mandó con semejantes funciones (Mc 6,7; cf Mt 10,5.16; Lc 9,2; cf 10,1.3).

b) En el cuarto evangelio. También en Juan el verbo apostélló (que aparece 27 veces) lo utiliza Jesús para indicar su mandato divino frente a los judíos (5,36.38; 6,29.57; 7,29; 8 42' 10,36) y los discípulos (3,17; 20,21); por eso es el profeta por excelencia (4,19.44; 6,14; 7,40.52; 9,17). Jesús a su vez mandó a los discípulos: "Como el Padre me mandó a mí, así os envío (pémpó) yo a vosotros" (20,21 ; cf 4,38), infundiendo en ellos la tarde de pascua su mismo Espíritu y capacitándolos para santificar a los hombres mediante el perdón de los pecados (20,22-23).

El tema de la misión está en el centro de la estructura literaria y teológica de la oración de Jesús al Padre después de los discursos de despedida (cf G. Segalla, o.c.), hasta el punto de que podría verse en esa oración una cristología del mandato y definir su vida de Hijo que ha entrado en el mundo desde la gloria del Padre (17,5.24), como "una vida en misión". En efecto, el verbo apostélló aparece hasta siete veces en la oración, y el tema de la misión está presente en seis de las siete unidades literarias en que se estructura dicha oración (17,3.8.18.21.23.25), teniendo su centro en las frases: "Conságralos en la verdadt tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así también los envío yo al mundo. Por ellos yo me consagro a ti, para que también ellos sean consagrados en la verdad" (17,17-19).

c) ¿La primera misión se deriva del Jesús terreno? Así pues, creemos que puede afirmarse con seguridad, tomando como base todos estos múltiples y unánimes testimonios, que ya el Jesús terreno se había presentado como profeta mandado (salah) por Dios, en la línea de los antiguos profetas, pero con la tarea única y escatológica de anunciar e iniciar el reino esperado de Dios; este verbo, con el contenido relativo de misión profética, fue traducido por el verbo griego apostélló muy pronto después de pentecostés (si no ya en vida del Jesús terreno y por el propio Jesús en la tierra de Israel en donde el griego era comúnmente conocido como segunda lengua). Los mismos pasivos hebreos que aparecen frecuentemente en estos textos atestiguan su origen antiguo en el ambiente judío. Ya Pablo lo usa en este sentido en Gál 4,4.6.

Por tanto, parece evidente que ya Jesús utilizó la raíz salah-apostélló para indicar, además de su misión, la de sus misioneros; no está documentado -aunque tampoco excluido, y por tanto es posible, a mi juicio- que el mismo Jesús haya usado el participio sustantivado saluah-saliah-apóstolos (al menos en la forma hebreo-aramea, si no ya en griego), que encontramos luego tan frecuentemente en las comunidades paulinas y lucanas.

5. CONCLUSIÓN: APOSTOLICIDAD DE LA IGLESIA. Por tanto, la sustancia de la misión (expresada con el verbo característico hebreo-arameo salah) tiene que remontarse al mismo Jesús, que se presentó como profeta enviado de Dios Padre, al modo de los profetas del AT (cf Is 6,8; 61,1; Jer 1,7); Jesús, a su vez, envió "apóstoles y profetas" (Lc 11,49; cf Mt 23,34). También en Pablo están estrechamente asociados los apóstoles y los profetas (1 Cor 12,28; Ef 2,20; 4,11), y los profetas se encuentran en segundo lugar; así también en la Didajé (cc. XI; XIII; XV, 1).

Por eso creo que se puede formular como más satisfactoria esta solución, siguiendo a D. Müller y a E. Testa (y apartándome algo de las precedentes posiciones de R. Regentorf, J. Dupont, G. Klein y W. Schmithals): no está excluido que el mismo término apóstolos, o al menos el correspondiente hebreo-arameo saluah-saliah, pueda remontarse al mismo Jesús. Por lo menos debería remontarse al mismo Jesús el contenido del vocablo expresado por el verbo salah, y traducido muy pronto al griego por el correspondiente apostélló. Este verbo se utilizaba ya en el AT para describir la misión de los profetas por parte de Yhwh, misión que ya en el AT tenía también como destinatarios a los paganos. De todas las tradiciones evangélicas se deduce realmente que el mismo Jesús describió su misión en la línea de la de los profetas del AT, que reunió a su alrededor a unos discípulos [l II] y que los mandó a continuar su misión profética.

Con este sentido más profundo, siguiendo a los Setenta [J I, 2.4a), se empleó en el ambiente cristiano griego la raíz griega apostélló, y en especial el adjetivo verbal sustantivado apóstolos, anteriormente poco usado en el mundo griego y con un sentido no teológico. Este término se convirtió muy pronto en el terreno cristiano en un términa técnico para indicar a todos los enviados, primero por el Jesús terreno y resucitado, y luego por sus primeras comunidades, a fin de continuar su obra profética: tanto para los doce enviados por Jesús a evangelizar alas comunidades judías de Jerusalén y de Judea (cf para Pedro Gál 2,8) como para los otros enviados a las comunidades judíás de la diáspora y a las paganas; entre estos últimos estaba también Pablo y su equipo.

La polémica de los judaizantes contra Pablo los movió a restringir el título a los enviados directamente por el Jesús terreno y resucitado, y especialmente a los doce; por eso Pablo tuvo que defender el título de haber sido también él "enviado" por Cristo resucitado.

Más tarde Lucas concilia estas dos posiciones, restringiendo el título de apóstol a los doce. De este modo responde también a la necesidad cada vez más sentida -frente al retraso de la parusía y las herejías nacientesde tener un criterio seguro de garantía a la fidelidad a Cristo y a su mensaje. Para ello subraya el papel de los doce apóstoles como garantes autorizados y completos de la tradición evangélica, a la que se habría referido también Pablo y él mismo para su evangelio escrito (Lc 1,1-4). Esta función de garantes de la tradición apostólica y de guías de la comunidad fue transmitida por los doce a los presbíteros-obispos, sus sucesores, con el rito de la /imposición de las manos (13,13; cf He 6,6) y de la "elección a mano alzada" (cheirotonéó:14,23), pero con la participación, en la elección de los candidatos, de la misma comunidad (1,23; 6,1-6) y de sus profetas (13 1-3; cf 20,28).

Ya la carta a los l Efesios (obra quizá de un discípulo de Pablo) enumera a los apóstoles y a los profetas cristianos del pasado -entre ellos Pablo- como el fundamento de la /Iglesia (de la que Cristo sigue siendo de todas formas la piedra angular y de bóveda), en cuanto que son los que han recibido la revelación del misterio de Dios manifestado en Cristo y que hay que leer también en los escritos del apóstol Pablo (2,20; cf 3,2-6); su función la continúan ahora los actuales "evangelistas, pastores y maestros" (4,11) de la Iglesia.

También en las cartas pastorales a l Timoteo y a l Tito, Pablo "apóstol" (1Tim 1,1; 2,7; 2Tim 1,1.11; Tit 1,1) representa la tradición apostólica sobre el depósito (parathéké: 1Tim 6,20; 2Tim 1,12.14) o evangelio de Jesús, al que hay que mantenerse fiel a la luz también de la doctrina (didüsk4lÍll: 1Tim 1,10; 4,6.13.16; 5,17; 6,1.3; 2Tim 3,10.16; 4,3; Tit 1,9; 2,17.10), o sea de su autorizada enseñanza interpretativa.

II. DISCÍPULO. 

1. INTERPRETACIONES Y PROBLEMAS. El tema del "discípulo" está unido en parte con el del "apóstol". Suscita menos tensiones, pero no carece de actualidad ni de interés; exige una aclaración en sus relaciones con el apóstol y en su misma definición. En efecto, muchos consideran que equivale a "cristiano";por eso aplican a todos los creyentes lo que en los evangelios se dice de los discípulos. Otros lo refieren, en todo o en parte, solamente a los actuales "religiosos", que han asumido como propias las exigencias radicales de Jesús en relación con los discípulos; pero éstas no serían más que "consejos evangélicos", que sólo son practicables para unos sujetos destinatarios de una "especial" ! vocación y consagración.

Una simple mirada a una concordancia del NT suscita también algunas preguntas: el término "discípulo" (mathétés) aparece con frecuencia en todos los evangelios: 45 veces en Marcos; 71 en Mateo; 38 en Lucas; 78 en Juan. También aparece con cierta frecuencia en Hechos (28 veces, entre ellas una también en femenino: discípula, mathétria: 9,36). En los evangelios indica casi siempre a los seguidores de Jesús, y en los Hechos siempre a los miembros de las primeras comunidades cristianas. Luego, con gran sorpresa de nuestra parte, el término desaparece por completo de los escritos del NT.

Por eso nos proponemos profundizar en la relación de los discípulos con Jesús y entre ellos y en su continuación o no dentro de las comunidades cristianas.

2. DISCÍPULO Y SEGUIMIENTO EN EL MUNDO JUDÍO Y EN LA LITERATURA AMBIENTAL. a) En el mundo griego. En la lengua griega extrabíblica el verbo mantháno, de donde se deriva mathétés, tenía ya en Herodoto (VII, 208) el sentido ordinario de "aprender", es decir, de asimilar mediante el aprendizaje o la experiencia.

El sustantivo correspondiente mathétés indicaba a un hombre que se vinculaba a un maestro (didáskalos), al cual pagaba unos honorarios: o para aprender un oficio, y entonces correspondería a nuestro "aprendiz", o bien una filosofía y una ciencia, y entonces correspondería a nuestro "alumno".

b) En la Biblia hebrea. También en la traducción griega de los Setenta se utiliza el verbo manthánó (que corresponde al hebreo lamad) en el sentido ordinario de "aprender".

Por el contrario el sustantivo derivado "discípulo" (mathétés) no aparece nunca; por lo demás, el mismo correspondiente hebreo talmid sólo aparece en 1 Crón 25,8 para indicar a los "discípulos" de los "maestros cantores" del templo. Esto parece ser que se debe a la antigua conciencia de Israel de que sólo Dios es el maestro, cuya palabra hay que seguir. Por eso los seguidores de los mismos profetas se designan como servidores (mes§aret), y no como discípulos suyos: así Josué de Moisés (Ex 24,13; Núm 11,25), Eliseo de Elías (IRe 19,29ss), Guejazí de Elíseo (2Re 4,12) y Baruc de Jeremías (Jer 32,12s).

c) En las escuelas rabínicas. Precisamente en relación con las escuelas filosóficas griegas que se intentó erigir en la misma Jerusalén (cf 1Mac 1,14; 2Mac 4,9) se desarrolló en el judaísmo la institución del rabbi (lit.= "grande mío" o "eminencia'; este término fue traducido en las comunidades judeo-helenistas por el sinónimo didáskalos ("maestro").

El discípulo del rabbi era llamado talmid (de lamad, "aprender'. Había así entre los judíos varias escuelas de rabbi y de discípulos, llamadas "casas" ("casa de Hillel", "casa de lammai"), a veces en contraste entre sí en algunos puntos discutidos, como aparece en la literatura rabínica. Por su sabiduría, los rabbi tuvieron también el antiguo título tradicional de "sabio" (hakam), mientras que "por su madurez de juicio, por su prudencia y experiencia, independientemente de su edad, fueron llamados `presbíteros' " (E. Testa, o.c., 347). Frecuentemente se les dio también el título de "padre", de modo que las sentencias de los rabbi se llamaban "perícopas de los padres" (pirqé Abót), así como el título de mar¡ ("señor mío": ib; cf Mt 23,8-10). .

El talmid, en su trato con el rabbi, aprendía con él no sólo la ley escrita mosaica, sino también la oral, llamada esta última "la tradición de los presbíteros" (parádosis tón presbytérón: cf Mc 7,3-13/Mt 15,2-9). Así pues, el talmid tenía que estudiar durante largas horas todo el saber del maestro. No se podían escuchar las Escrituras sin la introducción del maestro (Ber. 476); sólo así el discípulo podía esperar convertirse también él en "sabio" y recibir del maestro una especie de ordenación que lo declaraba a su vez rabbi y le daba la facultad de enseñar, de abrir una escuela y de imponer su propia tradición doctrinal.

Por lo que se refiere a la metodología didáctica, como ha observado G. Gerhardsson en sus estudios, el discípulo aprendía escuchando y viendo: escuchaba y recogía religiosamente todas las palabras del rriaestro y de sus alumnos más influyentes, hacía preguntas y al final de su aprendizaje podía ofrecer él también su aportación; pero además veía y seguía atentamente todas las actividades del maestro y lo imitaba. Los informes de estas escuelas rabínicas, recogidos más tarde en el Talmud, refieren no sólo las palabras, sino también los ejemplos de los rabinos.

Los rabinos enseñaban de memoria, repitiendo varias veces el texto de la ley mosaica; enseñaban además de memoria sus interpretaciones y sus máximas; pero las condensaban en fórmulas sintéticas, lo más brevemente posible. Es famosa su norma: "Mejor un grano de pimienta picante que una cesta llena de pepinos". Para facilitar el aprendizaje mnemónico recitaban el texto en voz alta y con una melodía de recitación; y aunque oficialmente esta tradición oral no se escribía en tiempos de Jesús para mantenerla secreta a los paganos, los discípulos tomaban apuntes o notas escritas; por eso hoy se va afirmando la opinión de que entre los mismos rabinos no existió nunca una tradición puramente oral.

El mismo Pablo se formó con estas técnicas en la escuela de Gamaliel (He 22,3; cf Gál 1,14) [l Lectura judía de la Biblia].

3. DISCIPULOS DE JESÚS Y SU SEGUIMIENTO. El sustantivo "discípulo" (mathétés) es empleado por los cuatro evangelios para indicar a veces a los discípulos del Bautista (Mc 2,18 y 6,29 par; Lc 7,18-19/Mt 11,2; Lc 11,1; Jn 3,25), pero prefieren usarlo para señalar a los seguidores de Jesús. Dada la convergencia de los textos, es innegable que el Jesús terreno fue considerado como un rabbi y se vio rodeado de discípulos, como ellos.

a) Según los evangelios sinópticos. Aunque no había sido más que un simple carpintero (Mc 6,3), Jesús enseñó y discutió en las sinagogas (Mc 1,21-28 par; 6,2-6 par; Mi 4,23; 9 35;12,9-14) y en la misma Jerusalén al estilo de los rabbi (Mc 12,1-37 par), y se le plantearon preguntas de tipo jurídico (Lc 12,13-15). Llama en su seguimiento a un grupo de discípulos: primero a cuatro, las dos parejas de hermanos Simón y Andrés, Santiago y Juan (Mc 1,16-20 par); luego a un quinto, Leví, y con él a otros muchos (Mc 2,13-17; cf v. 15 par). Más adelante escoge a doce, entre ellos a los cuatro primeros y a un tal "Mateo", identificado por el primer evangelio con el "Leví" anterior; hace vida común con ellos (Mc 3,13-19 par), para mandarlos luego a continuar su misión (6,7-13 par). Estos discípulos lo llaman su "maestro": a veces en la forma hebreo-aramea rabb¡ (Mc 9,5; 11,21; 14,45) y más ordinariamente en el equivalente griego didáskalos (10 veces en Marcos; seis en Mateo; 12 en Lucas).

Pero aparecen notables diferencias entre el talmid hebreo y el discípulo de Jesús. En las escuelas filosóficas griegas y en las rabínicas era el discípulo el que escogía la escuela y el maestro; en los evangelios, por el contrario, es Jesús el que con autoridad divina llama a los discípulos, del mismo modo que Dios llamaba a los profetas del AT, y les fija las condiciones para su seguimiento (Mc 1,17 par; Lc 9,57-62, etc.). Parece ser precisamente éste el motivo de que el verbo mathéteúó, derivado de mathétes (y que de suyo, en griego, tiene un significado estático o activo, es decir, sirve para indicar lo mismo "ser discípulo" que "hacer discípulos"), se emplee en el NT cuatro veces, y siempre en el sentido activo de "hacer discípulos": o por parte de Jesús (Mt 13,52; 27,57) o por parte de los enviados por Jesús (Mt 28,19; He 14,21). Por el mismo motivo el verbo "aprender" (manthánó) es raro y se le sustituye por el correlativo enseñar (didáskó), referido eminentemente a Jesús.

En las escuelas filosóficas griegas y en las rabínicas el discípulo buscaba en el maestro una doctrina y una metodología para convertirse a su vez en maestro: en los evangelios los discipúlos siguen a Jesús como el único maestro (didáskalos) y preceptor (kathégétés), de modo que no pueden llamarse a su vez rabbi, preceptores, ni tampoco padres, sino hermanos, ya que tienen todos un solo Padre celestial (Mt 23,8-10). Deben aspirar más bien a hacerse en todo semejantes, en su misma suerte, al único maestro y Señor (didáskalos y Kyrios), Jesús (Lc 6,40/ Mt 10,24-25). Ellos tendrán a su vez la tarea de hacer discípulos (mathetéúó), pero consagrándolos con el bautismo al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y haciéndolos obedientes a los mandamientos de Jesús (Mt 28,19; cf He 14,21). Por eso siguen a Jesús como una persona a la que hay que entregar sin reservas toda la vida, por encima de todos los bienes y de los mismos afectos a los hermanos, a los padres, a los hijos y a la esposa (Mc 10,17-30 par; Lc 14,26-27/ Mt 10,37-38; Mc 3,31-35 par), sin poder ya mirar para atrás ni retirarse (Lc 9,57-62/Mt 8,19-22).

Para ser discípulo de Jesús hay que seguirlo. El seguimiento de Jesús se expresa en los sinópticos bien con el verbo "seguir" (akolouthéó), bien con la expresión "ir detrás de" (érjomai deüte u opisó).

El verbo akolouthéó significaba ya en Tucídides "hacer el camino con alguien", "seguir", en un sentido favorable o también hostil. En el NT encontramos este verbo casi exclusivamente en los evangelios (59 veces en los sinópticos y 18 en Juan); en otros lugares raramente y sin relieve teológico.

En los sinópticos el verbo se aplica a veces a la muchedumbre que sigue a Jesús con cierta simpatía, aunque todavía de forma superficial (Mc 3,7/ Mt 4,25; Mt 12,15; Mc 5,24; Mt 8,1.10/Lc 7,9; Mt 14,13/Lc 9,11; Mt 19,2; 20,29); a los muchos pecadores que después de la llamada de Leví siguen a Jesús (¿o a Leví?) en el banquete que da en su casa (Mc 2,15 par); a las mujeres que habían seguido a Jesús para servirle (diakonéó). Lucas había narrado anteriormente que en Galilea habían acompañado ya ellas a Jesús (8,2-3) y a los doce en la obra de evangelización y que algunas de buena posición le habían "servido" con sus bienes, ya que era una obligación de los discípulos de los rabinos proveer a la manutención del maestro y del grupo. Por eso se comportan -¡novedad sin paralelos entre los rabinos judíos!-como verdaderas discípulas.

Pero en todos estos casos el seguimiento no va precedido de una llamada del maestro (aunque no se la excluye). Otras veces se trata de un seguimiento que es la respuesta a la llamada inicial y definitiva dirigida por Jesús (de ordinario con el imperativo "sígueme' a individuos concretos o a grupos, que precisamente desde aquel momento son llamados expresamente discípulos, y cuya vocación se describe al modo de la llamada del profeta Elíseo por parte del profeta Elías (1Re 19,19-21): el seguimiento de las dos parejas de hermanos Pedro y Andrés, Santiago y Juan (Mc 1,16-20 par); el seguimiento desechado del rico (Mc 10,21.18 par.). Este seguimiento "detrás" (opfsó) de Jesús supone renegar de la propia mentalidad de pecado, para uniformarla a la de Dios, hasta llevar la propia cruz juntamente con Jesús (Mc 8,34 par). Jesús da la orden de seguirle también al que se le ha ofrecido espontáneamente; pero antes le dicta las condiciones exigidas (Mt 8,19.22/Lc 9,57.59.61).

Jesús llama a este discipulado a cualquiera, sin barrera alguna: a personas puras, pero también a pecadores y publicanos (como Leví: Mc 2,14 par), a zelotes (corno Simón "el zelote": Lc 6,15; He 1,13) y a hombres de toda condición: cuatro pescadores (Mc 1,16-20 par), un cobrador de tributos (2,14 par), una persona casada (Pedro: Mc 1,30 par; pero, al parecer, también a otras: cf 10,29).

Todos ellos son llamados por Jesús de su profesión a otra análoga y de otro orden: "Os haré pescadores de hombres" (Mc 1,17). La referencia a Jer 16,16 especifica que la finalidad de esta nueva profesión será la de reunir a los miembros del pueblo de Dios para el juicio definitivo.

Esta nueva profesión asimilará al discípulo con el maestro en las contradicciones y persecuciones (Mt 10,24-25 / Lc 6,40) y le obligará a confesarlo públicamente sin renegar jamás de él (Mt 10,32-33/Lc 12,8-9).

Una actitud equivalente a la del seguimiento es la que se contiene en la expresión "ir detrás" (erjomai o deüte opísó, con genitivo); la encontramos para indicar el seguimiento de Jesús en todos los sinópticos (Mc 1,17.20/Mt 4,19; Mc 8,33/Mt 16, 23.24; Lc 9,23; 14,27). En especial, según Lc 9,62, no es idóneo para el reino de Dios aquel que pone la mano en el arado y mira hacia atrás (eis tú opísó); no hay que ir detrás de aquellos que se presentan en el nombre de Jesús para anunciar la proximidad de la parusía (21,8; cf He 20,30).

Para Lucas, después de pentecostés, el término "discípulo" se convierte en sinónimo de "creyentes en Cristo", es decir, de los que se comprometen a su imitación: o el individuo concreto, cuando se usa en singular (He 9,10.26; 16,1; 21,16), o la comunidad entera, cuando se usa en plural (6,1.2.7; 9,1.19.25.26.38;11,29;13,52; 14,20.22.28; 15,10; 18,23.27; 19,9.30; 20,1.30; 21,4.16). Es decir, pasa a indicar a todos los cristianos (11,26), de origen tanto judío como pagano. Es evidente que todos estos discípulos pospascuales llevaban un sistema de vida adaptado a la nueva situación, muy distinto del comunitario físico-corporal con el rabbi Jesús, y que iban organizándose según una nueva estructura.

Ya hemos observado en este sentido que en todo el epistolario del NT, incluido el Apocalipsis, no vuelve a aparecer el término "discípulo": los cristianos son llamados con otros nombres, quizá precisamente para indicar la diferencia del sistema de vida de los primeros discípulos del rabbi Jesús. Esta misma desaparición vale para el verbo "seguir" en el sentido de seguimiento; evidentemente, se recurre a otros verbos para expresar la relación del cristiano con el resucitado. Pablo utiliza la expresión "ser en Cristo", o bien tener sus mismos sentimientos de humildad y de servicio (Flp 2,5-11); llega también a exhortar a que le imiten a él mismo como modelo, pero en su conducta orientada a la imitación del único modelo incomparable que es Cristo, de manera que los cristianos sean a su vez typos, es decir, modelo, para los demás (1 Tes 1,6-7; 1Cor 11,1).

b) Según el cuarto evangelio. También según Juan, Jesús, a pesar de que no asistió a las escuelas de los rabinos, demuestra en los patios del templo que posee su cultura y sus técnicas de enseñanza (7,14-15). Además, aparece rodeado y en diálogo con un grupo de discípulos (56 veces) que lo llaman rabbi (1,38.49; 11,8).

De los relatos de Juan se deduce que el proceso histórico de formación de los discípulos fue probablemente más lento y complejo que el que presentan las vocaciones sinópticas ideales y estilizadas descritas anteriormente; en efecto, Jesús tuvo ya un primer contacto con algunos futuros discípulos en el ambiente de los discípulos del Bautista (1,35-42), y el seguimiento adquirió su forma definitiva sólo con la experiencia pascual (cf Jn 21,1-19).

En un evangelio en que falta el término ekklésía (iglesia), la expresión "los discípulos" indica prácticamente el grupo o la comunidad de Jesús, es decir, con terminología joanea, a aquellos que creyendo en él, han pasado de las tinieblas a la luz (3,13-17.21); son distintos de los "discípulos de Moisés" (9,28) y de los mismos "discípulos" del Bautista (4,1). Se identifican con los que Jesús gana para sí con su palabra y con sus signos milagrosos (1,35-2,22) y que han creído en su palabra (8,31); ésos son sus "amigos", a quienes ha revelado los secretos del Padre (15,1517). Jesús les promete que después de su partida se verán animados por su Espíritu paráclito (14,16-17; 15,26-27; 16,7-15), que los guiará en la comprensión de toda la verdad y que les anunciará además las cosas futuras (16,13). Según el modelo del Kyrios y maestro Jesús, tienen que servirse mutuamente, incluso en los servicios más humildes (como el lavatorio de los pies: 13,13-17). Tendrán como distintivo de discípulos "suyos" el mandamiento nuevo (correspondiente a la nueva alianza) del amor mutuo, según el modelo de Jesús (13,3435), que llegó a dar su vida por sus amigos (15,12-13). También ellos han de estar dispuestos a morir por él (11,7.16).

Estos discípulos representan además a la comunidad futura en contraste con el judaísmo incrédulo (y excomulgada por él hacia el año 100); así, el ciego de nacimiento, curado por Jesús, aparece como modelo del "discípulo de Jesús", en contraste con los fariseos, que se declaran tan sólo "discípulos de Moisés" (9,27s). Los discípulos representan a los futuros creyentes incluso en su temerosa adhesión a Cristo. El término mathétés es utilizado para José de Arimatea, pero con cierto tono de reproche, por ser "discípulo" secreto por temor a los judíos (19,38; cf también las alusiones a Nicodemo: 3,1-2; 19,39).

En el cuarto evangelio aparece también la figura misteriosa de un discípulo amado de manera especial por Jesús (1,35-40; 18 15-16; 19,26-27; 20,2-8; 21,2.7.20-24) y que durante la última cena estaba recostado en su pecho (13,23-26). Comúnmente se le identifica con el autor del cuarto evangelio. En la redacción última del mismo parece personificar al discípulo intuitivo, previsor y carismático frente al institucional de Pedro. Los dos viven en comunión dentro de la comunidad, aunque con momentos dialécticos de tensión. Este discípulo corre por delante, avanza más pero sabe asimismo aguardar a Pedro (20,2-10; 21,7).

4. RELACIÓN ENTRE LOS DISCíPULOS v LOS "DOCE". Sobre la relación entre los discípulos y los doce en vida del Jesús terreno, parece ser que hay acentuaciones o perspectivas diversas entre los mismos cuatro evangelistas. Dentro de una visual común, según la cual los doce fueron los primeros discípulos históricos de Jesús, la expresión "los discípulos" no se limita a ellos, sino que se refiere a todos los seguidores de Jesús, y a continuación a todos los cristianos.

a) En Marcos. Algunos exegetas, apoyados en ciertas equivalencias (p.ej., 11,11.14; 14,14.17), sostienen que Marcos identifica a los discípulos con los doce. La mayor parte, por el contrario, ve en él una diferencia, expresada de este modo recientemente por K. Stock (o.c.; 198-203): los discípulos son los seguidores normales de Jesús. Aunque Marcos no expone nunca temáticamente las funciones de los discípulos y su relación con los doce, los distingue con claridad en cuanto que cita expresamente la llamada especial y las funciones que determinó Jesús para el círculo limitado de los doce (3,14-15). "En algunos lugares hay puntos de contacto entre los doce y los discípulos, o expresamente (4,10.34; 11,11.14; 14,14.17; también 14,28 y 16,7), o sobre la base del contexto (6,30-32; 6,35-44). Pero al lado de esto hay otros lugares en los que Jesús dirige la palabra a los discípulos (8,27; 10,24) y donde Pedro, uno de los doce, responde a Jesús (8,29; 10,28). Tampoco puede olvidarse que en las perícopas 3,13-19; 6,1-6a; 9,30-32, que preceden a las otras tan importantes sobre los doce (3,13-19; 6,6b13; 9,35-50) y que están íntimamente unidas a ellas se designa con mucha atención a los discípulos como acompañantes y oyentes de Jesús" (p. 200). Por eso los discípulos, designan a un grupo mayor; consiguientemente, el grupo de los discípulos y de los doce no es idéntico (cf 4,10.34; 8,27.29; 10,24.28), pero el segundo está siempre incluido en el primero. En algunos casos se entiende por "discípulos" sólo a los doce (11,14; 14,14), e incluso a un grupo más pequeño (14,32). "Sin embargo, es probable que los doce, en donde son designados como discípulos, no se mencionen en su función de doce. Inversamente, se sigue que son mencionados siempre en su función de doce, en donde son indicados como "los doce" (p. 201). Se plantea el problema de si la llamada de Leví (2,14) no representará el prototipo de la de todos los otros discípulos, dado que él no recibe ningún mandato apostólico (como ocurre, por el contrario, con los otros cuatro: Andrés, Pedro, Santiago y Juan [1,47], que encontramos luego en la lista de los doce) y dado que se habla también del seguimiento de otros muchos "discípulos" (2,15), nombrados aquí por primera vez.

Por eso los doce son ya el grupo central de los discípulos (cf 4,10), y "solamente los doce fueron encargados de presentarse a los hombres como representantes de Jesús, de multiplicar su propia actividad, de soportar en su persona la acogida o el rechazo. Para ello, tienen que estar estrechísimamente unidos a la persona de Jesús (estar-con-él hasta la pasión y la muerte) y a su modalidad (servicio)" (p. 203).

Me parece que puede compaginarse con esta posición la de W. Bracht (o.c.); sostiene este autor que en el material premarciano habría habido una identificación entre los discípulos y los doce y que su no-identificación habría sido introducida por Marcos en su redacción con la finalidad de actualizar el mensaje: "La diferencia entre el concepto de `discípulos' y el de los `doce' en Marcos no es histórica o de rango, sino funcional. Los dos términos sirven para la actualización del anuncio de Jesús; pero mientras que el concepto de discípulo se refiere con claridad a la comunidad presente -puesto que "Marcos presenta literariamente a su comunidad bajo la imagen de los discípulos" (H. Thyen)-,sobre todo en la actitud de la incomprensión de los discípulos, en cambio la mirada del evangelista con el uso del número doce es retrospectiva, sirve para la legitimación del anuncio presente de la continuidad con la historia de Jesús" (p. 156).

De todas formas, dentro de esta comunidad de discípulos se contemplan con claridad algunos responsables, cuya autoridad tiene que ejercerse como un servicio a la comunidad (10,43-44). Destaca especialmente Pedro: es el primero llamado por Jesús, el primer nombrado en la lista de los doce con la mención de que el mismo Jesús le dio el sobrenombre de Pedro ("Roca": 3,16); es el que habla con mayor frecuencia, a menudo en nombre del grupo; sobre todo, es el primero en confesar, como portavoz de los discípulos, la mesianidad de Jesús (8,29).

b) En Mateo. Los exegetas piensan comúnmente que Mateo, para actualizar el mensaje, identifica el grupo de los discípulos con el de los doce (cf J. Ernst o.c. 926; W. Bracht, o. c., 153; K. Stock, o. c., 199); en efecto, tiene la formulación "los doce discípulos" (10,1; 11,1; 20,17 [?]; 26,20 [?]), y una vez, en el contexto de su misión, "los doce apóstoles" (10,2); llama a Judas "uno de los doce" (26,14.47: cf 10,4). Por eso, según L. Sabourin (Matteo, 11 vangelo di Matteo, en "Rassegna di Teologia" 17 [19761 5,470-471), "para Mateo ser cristiano equivale a ser discípulo. En efecto, aunque en algunos textos el término mathétaí designa al círculo estrecho de los discípulos (10,1; 11,1; 20,17; 26,20), sin embargo para él el discípulo es el tipo y paradigma del verdadero cristiano (5,1; 9,37; 12,49; 231,1; cf 28,19), hasta el punto de que, en el primer evangelio, la expresión "los doce" va pasando poco a poco a la sombra, dejando en primer plano la de "discípulos..., en cuanto prototipos de la primera comunidad cristiana".

c) En Lucas. Si Lucas -como hemos visto [II, 3c)]- restringe el concepto de apóstoles a los doce, no así el de discípulos (cf G. Schneider, o.c., 233-234; J. Ernst, o.c., 327). Él, que en los Hechos identifica a los discípulos con los que creen en Cristo, ve esbozada en los discípulos del Jesús terreno a la comunidad pospascual. Por eso ellos son los destinatarios del discurso de la llanura (6,17.20); en las frases introductorias a las diversas etapas del gran viaje son los acompañantes y los receptores del mensaje de Jesús (Il,la; 12,1.22; 16,1; 17,1.22; 18,15). Si los doce se distinguen del grupo más amplio de discípulos, ya que se reserva para ellos el testimonio autorizado de toda la vida de-Jesús y especialmente de su resurrección (He 1,22), también los simples discípulos (es decir, los cristianos) tienen la tarea de anunciar el mensaje. Lo demuestra no sólo la misión de los 72 discípulos (10,1-12) inmediatamente después de haber expuesto Jesús las condiciones del seguimiento (9,57-62), sino que es evidente también en los versículos 9 60b.62b, en donde se prescribe a cada discípulo que ponga en primer lugar el anuncio del reino de Dios.

d) En el cuarto evangelio. Juan presupone que los lectores conocen el grupo tradicional de los doce, que se presentan como los elegidos por el mismo Jesús y de los cuales hay uno que lo traicionará (6,70-71). Conoce de nombre a ocho por lo menos de sus componentes: Simón, Andrés, Natanael, Tomás, Santiago, Judas de Santiago y Judas Iscariote (1,35-51; 6,5; 12,21-22; 14,22; 21,1-2), "el discípulo amado"[/ II, 3b: ¿Juan de Zebedeo?].

Pero el evangelista sabe que Jesús tenía un número más amplio de discípulos: un número superior al del mismo Bautista (4,1), de forma que los mismos fariseos se lamentan de que "todo el mundo se va tras (opisó) él" (12,19). Jn 6, al final del discurso sobre el pan de vida, narra que después de las objeciones de los "judíos", también "muchos de sus discípulos se volvieron atrás (eis tú opísó) y no andaban con él" (6,66). Estos "muchos" discípulos parecen distintos de la "gente" (6,2), pero también de los "doce", que inmediatamente después, por boca de Pedro declaran que quieren perseverar en su fe del "Santo de Dios" (6,67-69; cf la confesión paralela de Mc 8,27-29).

De hecho se ve que Jesús tiene también "discípulos" en Jerusalén, como José de Arimatea y Nicodemo (19,38-39); y en Betania, cerca de Jerusalén, tiene .al "amigo" Lázaro (11,3.11) y a las dos hermanas Marta y María.

Efectivamente, también en Juan la idea del seguimiento y del discipulado se extiende a todos los creyentes (cf 8,12.31; 15,8); por eso el grupo de los discípulos sigue siendo indefinido e impreciso también en el cuarto evangelio: "Discípulos son ante todo los compañeros más allegados de Jesús, después también sus seguidores leales y finalmente todos los que después han creído en él... Aunque se conoce bien a los discípulos elegidos por Jesús, los creyentes posteriores quedan insertos en el discipulado. Es un importante proceso eclesial"(R. Schnackenburg, o.c., 258). R. Brown (El evangelio según Juan I, Cristiandad, Madrid 1979,126-127) añade que "en otros pasajes en que Jesús habla del futuro, los discípulos asumen los rasgos de dirigentes eclesiales. En Jn 21,15-17 se confía a Pedro el cuidado pastoral del rebaño. En 4,35-38 y 13,20 se da por supuesto que los discípulos tienen cierto cometido en la misión cristiana, mientras que 20,23 les otorga el poder de perdonar o retener los pecados de los hombres".

5. LOS DESTINATARIOS DE LA RADICALIDAD EVANGÉLICA. Con esta expresión hace ya varios decenios que se indican aquellas enseñanzas duras y exigentes de Jesús ,que imponen actos o actitudes de ruptura respecto a las formas habituales, humanas o religiosas, de obrar, y que se presentan a su vez con rasgos paradójicos o absolutos.

Hemos visto que Jesús impone a los discípulos, y especialmente a los doce, un seguimiento que supone el abandono de la profesión y de la familia; Jesús impone a los apóstoles o misioneros que partan sin equipaje y que para la comida y el alojamiento confíen en la acogida de las evangelizados.

Están además las exigencias generales o imperativas morales de llevar la propia cruz por causa de Jesús, hasta la renuncia de la propia vida (Mc 8,34-38 par), de preferirlo hasta llegar a odiar por él al propio padre y a la propia madre (Lc 14,26.27/ Mt 10,37-39) y de renunciar a las propias riquezas para dárselas a los pobres (Mc 10,17-31 par, etc.). ¿Quiénes son sus destinatarios? ¿Sólo los primeros discípulos históricos de Jesús o todos los cristianos de todos los tiempos? ¿O bien esas exigencias son sólo `consejos evangélicos", destinados a la vida "religiosa" en el sentido que alcanzará este término en los siglos posteriores?

Remitiendo a la obra citada de T. Matura para un análisis detallado de los diversos textos, creemos que se puede concluir con él que lo único que puede llamarse "consejo", al no ser una prescripción dirigida a todos los creyentes, es la l virginidad por el reino de Dios (Mt 19,11-12; cf 1 Cor 7,7). Todas las demás exigencias van dirigidas a todos los discípulos, y por tanto a todos los cristianos; obviamente, a los responsables de la comunidad y a los misioneros de forma especial, puesto que han de ser los primeros en dar ejemplo. Se duda, en cambio, en deducir si Jesús exigió a todos los cristianos abandonar sus bienes o mejor ponerlos en común para atender a los pobres y a los necesitados de la comunidad; sin embargo, éste es el sentido que aparece del conjunto de todos los textos evangélicos, y especialmente de la correlación que establece Lucas entre la llamada del rico (18,22.28) y el sistema de vida de los primeros cristianos (He 2,45; 4,32.35). Por eso las dudas parecen nacer, más que de los textos, de las consecuencias que se derivan. En efecto, "no hay nada en los textos examinados que permita reservar las exigencias radicales a un grupo restringido, sea cual sea... Los sinópticos extienden estas exigencias -incluso la puesta en común de los bienes- a todos los creyentes... El contenido de estas exigencias es muchas veces claro y duro; la forma de vivirlas en concreto se deja a la invención creadora de cada uno, como una interpelación inquietante" (p. 232). Pero, a mi juicio, los ejemplos de Ananías y Safira por una parte y de Bernabé por otra (He 4,365,11) invitan a no establecer un nivel igual de exigencia radical para todos; por eso queda espacio dentro de las comunidades cristianas para vocaciones "religiosas" más radicales que las otras, pero que deberían manifestarse como "signo" y estímulo a todos los cristianos en la actuación misma de la exigencia evangélica de compartir fraternalmente los bienes.

También J. Eckert concluye que tanto la radicalidad en el seguimiento como los respectivos imperativos morales prescriben una orientación total al reino de Dios: "Se parecen a llamadas que quieren hacer del hombre un `claro-oyente' (el momento lingüístico) y un `clari-vidente' (el momento de contenido), para que él reelabore de vez en cuando en su propia situación y con imaginación los principios fundamentales del reino de Dios presentados ejemplarmente... Los radicalismos son la sal del anuncio de Jesús" (p. 325).

G. Leonardi