ANCIANO
DicTB
 

SUMARIO

I. La condición del anciano en el mundo bíblico:
1.
Debilidad y proximidad de la muerte;
2. La función social del anciano:
    a)
Ancianidad y sabiduría,
    b)
El anciano y la transmisión de la fe,
    c) El anciano como lugar de manifestación de la gracia.

II. El anciano como depositario de autoridad.


 

I. LA CONDICIÓN DEL ANCIANO EN EL MUNDO BfBLICO.

1. DEBILIDAD Y PROXIMIDAD DE LA MUERTE. El texto bíblico más sugerente que describe la progresiva decadencia del anciano hasta los umbrales de la muerte es l Qo 12,1-7. Por medio de atrevidas metáforas, el texto pone de relieve el seguro debilitamiento de las fuerzas físicas, la decadencia irrefrenable de la vigilancia psíquica y presenta el cuadro de un rápido e inevitable paso hacia el foral del hombre, cuando "el polvo torna a la tierra como era antes, y el espíritu vuelve a Dios que es quien lo dio" (12,7). Como es sabido, el Qohélet no conoce una esperanza de vida más allá de la muerte; por eso su exhortación inicial es: "Acuérdate de tu creador en los días de tu juventud" (12,1), aceptando antes de que venga la vejez la llamada divina a gozar de las pequeñas cosas que Dios da al hombre [l Vida III; l Resurrección III]. La experiencia de la decadencia física y psíquica, así como la conciencia de la proximidad de la muerte, no provocan, sin embargo, ningún extravío, ni mucho menos la desesperación.

La muerte en edad tardía se considera tanto en el AT como en el NT, como un hecho totalmente natural. La muerte del anciano se siente como un cese de la vida, más bien por saciedad que por agotamiento. Y es aceptada sin dramatismos. Así muere, por ejemplo, Jacob; después de haber dispuesto lúcidamente la transmisión a sus hijos de la bendición que Dios le había otorgado (Gén 49). Con la misma naturalidad se recuerda la muerte de otros ancianos, como Abrahán, José, Tobías. El pensamiento de la muerte sólo es traumático para el que siente que tiene aún muchas energías que emplear, no para el.que experimenta su total agotamiento.

Este concepto se expresa en términos que rozan con la rusticidad en Si 41,1_2: "¡Oh muerte, qué amargo es tu recuerdo para el hombre que goza el paz en medio de sus bienes; para hombre sin preocupaciones y afortunado en todo que todavía tiene fuerzas para gozar de los placeres! i Oh muerte, bienvenida es tu sentencia para el hombre indigente y falto de fuerzas; para el cargado de años y cuidados, que se rebela y ha perdido toda esperanza! ". De aquí se deriva la consecuencia de que normalmente no se le invita al anciano a entristecerse con el pensamiento de la muerte. Su proximidad se la señalan los males que experimenta; pero se le invita a tenerla presente con serena objetividad y a vivir con lucidez consciente de los límites que le impone la edad. En este sentido puede resultar significativo el comportamiento de Barzilay, que no expresamente, sino por la simpatía con que se refiere, puede ciertamente considerarse ejemplar. Cuando David le ofrece la posibilidad de trasladarse con él a Jerusalén, responde: "¿Cuántos años me quedan de vida para ir con el rey a Jerusalén? Tengo ahora ochenta años. ¿Puedo distinguir todavía entre el bien y el mal? ¿Puede saborear tu siervo lo que come y lo que bebe? ¿Puedo escuchar todavía la voz de los cantores y cantoras? ¿Por qué va a ser tu siervo una carga para mi señor, el rey?... Déjame volver a mi ciudad para morir allí, junto al sepulcro de mis padres" (2Sam 19,35s.38).

2. LA FUNCIÓN SOCIAL DEL ANCIANO. Como en todas las sociedades antiguas, el anciano es tratado con mucho respeto en el mundo bíblico; además del cuarto mandamiento, podemos recordar el precepto de Lev 19,32: "Ponte en pie ante el hombre de canas, honra al anciano y teme a Dios". El llegar a una edad avanzada daba al hombre autoridad entre otras cosas porque, dentro del ámbito de la concepción clásica hebrea de la retribución, la longevidad era considerada como el premio que Dios concedía al hombre justo (Ex 20,12; Prov 10,27; 16,31, etc.). Aun prescindiendo de las funciones directivas que le reconoce al anciano el derecho consuetudinario (de las que hablaremos más tarde), el hombre de edad avanzada se veía rodeado de un particular respeto y era considerado como un elemento esencial de la vida social en cuanto que era maestro de vida y de sabiduría y transmisor de la fe.

a) Ancianidad y sabiduría. El valor de las enseñanzas de los ancianos para la formación de las nuevas generaciones estaba ligado en gran parte al tipo de vida de las sociedades antiguas, y no es posible concebirlo ahora de la misma forma con idéntica intensidad en la sociedad de nuestros días. Hoy la producción industrial exige la aplicación de tecnologías continuamente nuevas, y la aportación de la experiencia del anciano puede resultar casi nula incluso en un período breve, dada la continua necesidad de nuevas búsquedas y experimentaciones, a lasque también el anciano tiene que dedicarse si quiere seguir en actividad, aceptando a menudo verse enseñado por personas más jóvenes. En el sistema de producción agrícola y artesanal del mundo antiguo, por el contrario, el aprendizaje de las técnicas se basaba casi exclusivamente en la experiencia de los más viejos, y por eso éstos tenían un papel primordial en el desarrollo de la vida social. Se comprende entonces por qué es una gran maldición para la casa de Elí el que "ninguno llegará a viejo" (1Sam 2,32).

El secreto del éxito en la vida consistía en el respeto de las reglas de comportamiento que, desde los tiempos más remotos, se habían revelado como las más adecuadas. Gran parte de la sabiduría del antiguo Oriente era fruto de largas observaciones sobre los casos de la vida, catalogadas, comparadas unas con otras, confrontadas con una especie de método estadistico embrional y, finalmente, condensadas en una fórmula resumida y fácilmente memorizable como es el proverbio. Muchas veces la prueba de la veracidad de un proverbio estaba en el hecho de que el que lo enseñaba garantizaba que lo había verificado él mismo durante largos años en el curso de su vida. Las reglas del buen vivir se buscaban en el pasado, no en la proyección hacia el futuro, como a menudo sucede en las modernas investigaciones sociológicas. Por todas estas razones, solamente el anciano podía jactarse con naturalidad de una especie de derecho congénito a adoctrinar y a educar a la juventud, proponiendo soluciones a los problemas aparentemente más difíciles. Por esto mismo, por ejemplo, el autor de Sal 37 puede decir: "Fui joven y ya soy viejo; y nunca vi al justo abandonado ni a sus hijos pidiendo limosna" (Sal 37,25).

Pero es importante observar que el mismo AT no supone ni mucho menos una identificación simplista y automática entre la ancianidad y la sabiduría, ni favorece en lo más mínimo un sistema de pura conservación gerontocrática. Podría citarse en este sentido la estructura de los diálogos del libro de 1 Job, en donde la sabiduría de los tres amigos de Job, repetida mecánicamente según módulos arcaicos, se ve radicalmente criticada, lo mismo que la del más joven, Elihú, que no hace más que modificar en la forma o en los detalles los axiomas adquiridos desde antiguo. Aun sin adentrarnos en la difícil hermenéutica del libro de Job, pueden encontrarse en otros textos reservas críticas más sencillas sobre la fiabilidad del anciano en general como maestro de sabiduría. Véase, p.ej., la forma de auspicio no de axioma, con el que el l Sirácida, después de citar corno detestable el caso de un "viejo adúltero y necio", escribe: "¡Qué bien sienta el juicio a los cabellos blancos, y a los ancianos el consejo! ¡Qué bien sienta la sabiduría en los ancianos, y en los nobles la reflexión y el consejo! La rica experiencia es la corona del anciano, y su gloria el temor del Señor" (Si 25,2-6). La última mención del temor del-Señor, que refleja la típica teología del Sirácida, hace comprender que en la visión de fe del AT la sabiduría no es un atributo natural de la edad avanzada, sino un don propio de esa edad, que se adquiere con una vida de fidelidad y de acogida de la palabra de Dios. Ser sabios es más una tarea y una vocación del anciano que una prerrogativa suya connatural. A veces esto se expresa afirmando brutalmente que un joven fiel a Dios puede tener más sabiduría que un anciano rebelde. Lo atestigua el célebre contraste entre Daniel y los dos ancianos en Dan 13 y, por poner otro ejemplo, la afirmación de Sal 119,100: "Soy más sabio que todos los ancianos, pues guardo tus preceptos". Esta idea pasa a ser un principio general en Sab 4,8-9: "La vejez venerable no es la de 'largos días ni se mide por el número de los años. La prudencia es la verdadera ancianidad, la vida intachable es la honrada vejez".

La conexión entre la vejez y la sabiduría está presente en el NT con un planteamiento análogo: se supone que el anciano tiene que ser sabio; pero se constata que es indispensable exhortarle a que esté a la altura de su misión, quizá con mayor conciencia de los peligros que como aparece en el AT. Así se lee en Tit 2,2-5 una doble advertencia detallada a los hombres y mujeres de avanzada edad: "Que los ancianos sean sobrios, hombres ponderados, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia; que las ancianas, igualmente, observen una conducta digna de personas santas; que no sean calumniadoras ni dadas a la bebida, sino capaces de instruir en el bien, a fin de que enseñen alas mujeres jóvenes..., de modo que no den ocasión a que se blasfeme contra la palabra de Dios". Se da por descontada la dependencia de la sociedad en su crecimiento de los ancianos, pero la eficacia depende de la fidelidad a la "palabra".

b) El anciano y la transmisión de la fe. El comienzo de Sal 44: "Oh Dios, hemos oído con nuestros oídos, nos han contado nuestros padres la obra que en sus días hiciste...", nos da a conocer otra función del anciano en el ámbito del pueblo de Dios: la de transmisor de los contenidos de la fe. Esta situación queda teorizada en la célebre_ liturgia de la pascua que se lee en x 12, donde el más joven de la familia recibe del más anciano la memoria del suceso constitutivo del pueblo hebreo. La función de Simeón y Ana en Le 2,25-38 se presenta como símbolo de todo el AT, que transmite al NT la autenticidad de la fe y de la esperanza[/ Niño III, 1]. Aunque no se encuentran testimonios en e1 NT, sabemos que la Iglesia subapostólica veneraba a los ancianos que habían conocido al Señor y a los apóstoles, y le gustaba escuchar de ellos el recuerdo vivo de su experiencia irrepetible.

A falta de otros testimonios, solamente podemos suponer la importancia de la función educativa de los ancianos para la custodia y la transmisión de las tradiciones de fe en el ámbito del pueblo de Dios.

Una célebre perícopa de la tradición sinóptica pone, sin embargo, de manifiesto el posible riesgo de esta función de los ancianos: el de una supervaloración de las tradiciones humanas, un conservadurismo acrítico y el hermetismo ante las novedades que Dios .inserta en la historia. Se trata del célebre texto de Me 7,1-23, donde se destaca el peligro de que el anciano juzgue necesario el inmovilismo para la conservación de la tradición, en vez de confiar en la capacidad de nueva fidelidad de las generaciones jóvenes, y sobre todo de tener fe en la palabra de Dios. Quizá, aunque la aplicación pueda parecer acomodaticia, sirva como situación ejemplar la de Elías, desalentado por el fracaso de su lucha en favor del antiguo yahvismo, que es invitado por Dios a reconocer en el joven Eliseo al que sería al mismo tiempo el continuador y el renovador de la tradición.

c) El anciano como lugar de manifestación de la gracia. Además de todo lo que hemos dicho sobre la necesidad del temor de Dios para sostener la dignidad y la ejemplaridad del anciano como sabio y como transmisor de la verdadera fe, se puede vislumbrar otra serie de condiciones en las que la edad avanzada puede ser el lugar donde Dios manifiesta algunas características particulares de su plan de salvación. Queremos referirnos al nacimiento de Isaac de Abrahán y al de Juan Bautista de Zacarías, ambos viejos y maridos de dos mujeres estériles. La impotencia para engendrar del varón y la esterilidad de la mujer se unen especialmente en el caso de Abrahán; en este sentido, más que el relato del Génesis, resulta iluminadora la reflexión de Pablo en Rom 4,17-21: "Como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchos pueblos. Lo es (Abrahán) delante de Dios, en quien creyó; el Dios que da la vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen. Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchos pueblos, tal y como Dios había dicho: Así será tu descendencia. Su fe no decayó, aunque veía que su cuerpo estaba ya sin vigor al tener casi cien años, y que el seno de Sara estaba ya como muerto. Ante la promesa de Dios no dudó ni desconfió, sino que se reafirmó en la fe, dando gloria a Dios, bien convencido de que él es poderoso para cumplir lo que ha prometido". Según Pablo, Abrahán creyó, en figura y en el misterio, en aquel mismo poder con que Dios resucitó a Jesucristo de entre los muertos (v. 24). De este modo la ancianidad de Abrahán, anticipación en sí misma de la muerte, es el lugar donde la gracia, acogida con fe, inserta la vida y se convierte en signo de la nueva creación que la pascua de Cristo realiza en el mundo viejo y muerto por el pecado.

Aquí la ancianidad se convierte en el signo de un principio general que domina toda la historia de la salvación, el del grano de trigo que ha de morir para poder dar fruto (Jn 12,24), o el de la elección divina de las cosas débiles e innobles, "de lo que es nada, para anular a los que son algo" (1Cor 1,28).

Aunque el texto bíblico no sugiere ninguna conexión, no creemos que esté fuera de lugar recordar dentro de esta temática un posible significado simbólico de la tradición arcaica de sabor mitológico sobre la reducción de la duración de la vida, que Dios habría decidido al comienzo de la historia humana. No es fácil descubrir cuáles fueron las intenciones por las que las tradiciones que confluyeron en Gén 1-11 incorporaron el cómputo de las edades tan elevadas de los patriarcas antediluvianos y de las otras más modestas de los posdiluvianos. El versículo (quizá J) de Gén 6,3: "Mi espíritu no permanecerá por siempre en el hombre, porque es de carne. Sus días serán ciento veinte años", puede ofrecernos, sin embargo, una línea de interpretación. La pretensión de obtener, mediante la aspiración a ciertas prerrogativas sobrehumanas, una longevidad excepcional queda bloqueada por Dios para reducir al hombre a la conciencia de sus límites, de la que sólo puede derivar su salvación, en la humilde acogida de la soberanía de Dios y de su dominio sobre la vida. A la luz de esto podemos suponer que la experiencia de un envejecimiento más precoz de cuanto el hombre se ve inclinado a soñar puede interpretarse como un recuerdo de la verdad de que sólo Dios es fuente y sostén de la vida. Por eso, cuando él le devuelve ala ancianidad el vigor de la vida, esto se convierte, sobre el trasfondo de una mítica longevidad perdida, en un claro anuncio de que no es la pretensión humana de la autosuficiencia, sino sólo la libre iniciativa divina de la gracia la que puede marcarla victoria de la vida sobre la muerte y sobre la decadencia que la prepara. El anciano, convertido en fuente de vida para el pueblo, es el signo de que la economía de la fe en la gracia es la única alternativa saivífica frente al dominio de la muerte, tal como observa Pablo en el pasaje citado que fomenta la historia de Abrahán.

Evidentemente, la revitalización del anciano no se repite materialmente para cada uno de los miembros del pueblo de Dios, sino que se concentra en algunos personajes clave de la historia de la salvación. Sin embargo, es signo de una eficacia que actúa en el misterio. Todo anciano caduco 0 decrépito, lo mismo que todo enfermo que no se cura, tiene la certeza de estar, a los ojos de Dios y en dependencia de él, totalmente inserto en la vida, a pesar de encontrarse experimentalmente dominado por la muerte, de forma análoga a lo que decía Pablo, no anciano todavía, pero consciente de la debilidad progresiva de su vitalidad: "Por esto no desfallecemos, pues aunque nuestro hombre exterior vaya perdiendo, nuestro hombre interior se renueva de día en día" (2Cor 4,16). Siempre que en el anciano permanece todavía cierta fuerza vital no común, la espiritúalidad bíblica parece invitarnos a leerla cocho signo de la benevolencia del Dios de la vida, que hace visible desde ahora la eficacia de su promesa en aquellos que eligen pertenecerle por completo. En este sentido podría leerse una de las plegarias más hermosas de un anciano que se encuentra en el salterio: "No me rechaces ahora que soy viejo, no me abandones cuando me faltan ya las fuerzas... ¡Oh Dios! Desde mi juventud me has instruido, he anunciado hasta aquí tus maravillas; ahora que estoy viejo y encanecido, oh Dios, no me abandones, para que pueda anunciar a esta generación las obras de tu brazo, y tu poder a las edades venideras" (Sal 71,9.17-18).

Comparándolo con las míticas edades de los antediluvianos, el precoz envejecimiento actual es, por tanto, un signo de que la limitación de la vida depende de la voluntad de Dios. De este modo se nos revela que sólo él es su señor y su fuente; y, mientras que queda excluida toda pretensión absurda de huir de este límite, se abre la certeza de que el Dios que dispone de la duración de nuestra vida puede decidir libremente la superación de la barrera de la muerte. Es lo que ocurrió con Abrahán, que significativamente se sitúa en los comienzos de la historia de la salvación como profecía de la victoria de Cristo sobre la muerte. Tanto la decadencia como el inesperado vigor de los ancianos son, aunque aparentemente opuestos, dos signos convergentes que remiten a la fe en el Dios de la vida y señalan en la dependencia total de él el núcleo de toda sabiduría. En estos valores se funda la función del anciano en la comunidad y su posible valoración en la vida de la Iglesia, tanto en el caso de una sana longevidad como en el de una dolorosa decadencia.

II. EL ANCIANO COMO DEPOSITARIO DE AUTORIDAD. El término "anciano" puede indicar también una determinada función social de autoridad; en este caso no implica necesariamente que el sujeto esté en edad avanzada. Esto vale sobre todo para el término hebreo que suele traducirse por "anciano" (zaqen), que indica un hombre con barba, y por tanto puede aplicarse igualmente a un hombre maduro. Otro término que indica la canicie sirve para designar al viejo ya muy entrado en años. Tampoco el grupo de vocablos derivados de la raíz griega présbys implica exclusiva y necesariamente una definición de edad tardía. El hecho de que tradicionalmente ciertas funciones autoritativas fueran ejercidas por los más ancianos de un grupo social ha dado a las palabras que designan la edad la posibilidad de pasar a indicar una función.

En el AT anciano es un término que indica una estructura política concreta, prescindiendo de la edad, y que tiene probablemente su origen en la estructura de grupos no completamente sedentarizados todavía. En el Israel del norte los ancianos estaban ligados a la estructura tribal; e incluso durante la monarquía dividida existió un organismo central con competencias administrativas, con derecho de elección e incluso de control sobre el rey. En Judá, por el contrario, los ancianos parecen estar más bien ligados a la organización de la vida ciudadana, y, durante la monarquía, mantienen derechos y funciones judiciarias en el plano local; pero en el plano nacional van perdiendo progresivamente su poder frente a los funcionarios de la corte, que son calificados también de "ancianos . Después del destierro los ancianos recobraron su autoridad y su poder, hasta desembocar en la estructura política del "consejo de ancianos" o sanedrín, que encontramos en tiempos del NT. A este consejo se refiere el término "ancianos" en las profecías y en la narración de la pasión de Jesús.

El término presbyteros indica también a los responsables de las comunidades cristianas en He 11,30;14,23; 15,2-23; 16,4; 20,17; 21,18. Se usa además, en paralelismo con epískopos, en las cartas pastorales (1Tim 5,1.17.19; Tit 1,5, y en otros lugares sólo en Heb 11,2; Sant 5,15 y en el encabezamiento de 2 y 3Jn). También aquí indica una función y no necesariamente la edad. La Biblia no impone ninguna preferencia a la hora de confiar a los ancianos tareas directivas, aunque ésta pudo haber sido muchas veces la praxis social del tiempo que se refleja en ella. La juventud de Timoteo (1Tim 4,12) es una confirmación de este hecho. La edad avanzada es adecuada para la comunicación de la sabiduría, de la tolerancia, del testimonio de fe, pero no necesariamente para el gobierno, como observaba ya Qo 4,13; "Más vale un muchacho pobre y sabio que un rey necio y viejo, que no sabe ya escuchar consejos".

R. Cavedo