AMOR
DicTB
 

SUMARIO

I. El vocabulario del amor. 

II. El amor natural: 
1.
El amor es fuente de felicidad; 
2. El amor egoísta: 
    a)
Amor a la comida, al dinero, a los placeres, 
    b)
El amor sexual, 
    c) La embriaguez del amor erótico, 
    d)
El amor desordenado a sí mismo y al mundo; 
3. La amistad: 
    a)
Modelos de amistad 
    b)
Valor inestimable de la amistad, 
    c) Verdaderos y falsos amigos, 
    d)
Cómo conquistar y cultivar la amistad, 
    e)
El gesto de la amistad: el beso; 
4. El amor en la familia: 
    a)
El noviazgo, tiempo de amor, 
    b) El
amor conyugal, 
    c) El amor a los hijos, 
    d) El
amor dentro del clan. 

III. El amor religioso o sobrenatural del hombre: 
1.
El amor de Dios: 
    a)
El mandamiento fundamental, 
    b)
Amor y temor de Dios, 
    c) El amor al lugar de la presencia de Dios, 
    d)
El amor al Hijo de Dios, 
    e)
El amor de Dios es fuente de felicidad y de gracia; 
2. El amor a la sabiduría y a la "tórah": 
    a)
La invitación al amor, 
    b)
El amor a la ley mosaica, 
    c) El amor a la ley-sabiduría es fuente de felicidad y de gracia 
3. El amor al prójimo: 
    a)
¿Quién es el prójimo al que hay que amar?, 
    b)
El amor al forastero, 
    c) El amor a los enemigos, 
    d)
El amor expía los pecados; 
4. El amor cristiano: 
    a) ¡Amaos, como yo os amo!, 
    b)
Amor sincero, concreto y profundo, 
    c) El amor fraterno es fruto del Espíritu Santo, 
    d)
El amor de los pastores de las Iglesias, 
    e)
El amor conyugal,
    f) Koinónía" y comunidad cristiana primitiva. 

IV. Dios es amor: 
1.
El amor de Dios a la creación y al hombre: 
    a)
Dios crea por amor y ama a sus criaturas, 
    b)
Dios ama a los justos; 
2. El amor del Señor en la historia de la salvación: 
    a)
El
Señor ama a su pueblo, 
    b)
Amor benévolo y alianza, 
    c) Los amigos de Dios 
    d)
El Padre ama al Hijo, 
    e)
La elección de amor, 
    f) Amor, castigo y perdón; 
3. Dios revela plenamente su amor en el Hijo: 
    a)
Cristo es la manifestación perfecta del amor del Padre, 
    b)
Jesús ama a todos los hombres: los amigos y los pecadores, 
    c) El amor de Jesús a la Iglesia.


I. EL VOCABULARIO DEL AMOR. Los términos amor, amar son de las palabras más comunes y más tiernas del lenguaje, accesibles a todos los hombres. No hay nadie en la tierra que no haya realizado o no realice la experiencia de la realidad significada por estos vocablos. En efecto, el hombre vive para amar y para ser amado; viene a la existencia por un acto de amor de sus padres y su vida está desde el comienzo bajo el ritmo de los gestos de ternura y de amor. El deseo más profundo de la persona es amar. El hombre crece, se realiza y encuentra la felicidad en el amor; el fin de su existencia es amar.

Ciertamente, el amor es una realidad divina: ¡Dioses amor! El hombre recibe una chispa de este fuego celestial y alcanza el objetivo de su vida si consigue que no se apague nunca la llama del amor, reavivándola cada vez más al desarrollar su capacidad de amar. Por consiguiente, el amor es uno de los elementos primarios de la vida, el aspecto dominante que caracteriza a Dios y al hombre.

Un tema tan fundamental para la existencia no podía estar ausente en la Biblia. En realidad, el libro de Dios, que recoge y describe la historia de la salvación, reserva un lugar de primer plano al amor, describiéndolo con toda la gama de sus manifestaciones, desde la vertiginosa caridad del Padre celestial hasta las expresiones del amor humano en la amistad, en el don de sí, en el noviazgo, en el matrimonio en la unión sexual. En efecto, la Sagrada Escritura narra cómo amó Dios al mundo y hasta qué punto se manifestó a sí mismo como amor; además, muestra cómo reaccionó el hombre ante tanta caridad divina y cómo vivió el amor. Así pues, la Biblia puede definirse justamente como el libro del amor de Dios y del hombre.

La Biblia utiliza varios términos para expresar la realidad del amor. El grupo de voces empleadas con mayor frecuencia en la traducción griega de los LXX y en el NT está representado por agápé/agapán/agapétós; pero también se usan con cierta frecuencia los sinónimos phileinlphilia/phílos. Sólo raramente encontramos en los LXX los vocablos érós/ erásthai/erastés, que desconocen los autores neotestamentarios, probablemente porque estos últimos términos indican a menudo el amor erótico (cf Prov 7,18; 30,16; Os 2,5.7s, etcétera).

La raíz verbal hebrea que está en el origen de este vocabulario del amor es sobre todo áhab, con su derivado áhabah (amor). También conviene mencionar el término raham, que indica el amor compasivo y misericordioso, sobre todo del Señor con sus criaturas. Finalmente, no hay que omitir en este examen el sustantivo hesed, que los LXX suelen traducir por el término éleos, y que significa de hecho el amor benévolo, especialmente entre personas ligadas por un pacto sagrado.

II. EL AMOR NATURAL. La Biblia es un cántico al amor de Dios a sus criaturas, y de manera especial a su pueblo; pero no ignora el amor del hombre en sus múltiples expresiones naturales y religiosas. En la Sagrada Escritura encontramos una interesante presentación del amor humano, que evidentemente no está separado de Dios y de su palabra, y que por tanto no puede ser considerado siempre como simplemente profano; pero este amor es vivido con sus manifestaciones de la existencia en la esfera natural, como la familia, la amistad, la solidaridad, aun cuando estas realidades sean consideradas como sagradas. Además, la Biblia habla también del amor egoísta, con sus manifestaciones eróticas. Así pues por necesidad de una mayor claridad en nuestra exposición podemos y debemos distinguir entre el amor religioso o sobrenatural y el amor simplemente natural.

1. EL AMOR ES FUENTE DE FELICIDAD. El Qohélet, expresión de la sabiduría humana que ha conseguido domeñar las pasiones, presenta el amor natural con cierto despego, considerándolo como uno de los momentos importantes y una de las expresiones vitales de la existencia junto con el nacimiento y la muerte (Qo 3,8), para mostrar que todo es vanidad (Qo 1,2ss) y que en el fondo el hombre no conoce, esto es, no realiza la experiencia profunda ni del amor ni del odio (Qo 9,1.6). No todos los autores del AT, sin embargo, resultan tan pesimistas; más aún, algunos sabios presentan el amor como fuente de gozo y de felicidad. La siguiente sentencia sapiencial es muy significativa a este propósito: "Más vale una ración de verduras con amor que buey cebado con odio" (Prov 15,17). El secreto de la felicidad humana radica en el amor, y no en la abundancia de bienes, en la riqueza o en el poder; por esta razón se declara bienaventurados a aquellos que mueren en el amor (Si 48,11).

2. EL AMOR EGOÍSTA. Pero notodas las manifestaciones concretas del amor humano llevan consigo gozo y felicidad, puesto que no siempre se trata de la actitud nobilísima de la apertura y del don de sí a otra persona; algunas veces los términos examinados indican placer, erotismo, pasión carnal, y por tanto egoísmo. La Biblia conoce, igualmente, estas expresiones del amor humano.

a) Amor a la comida, al dinero, a los placeres. En la historia de los patriarcas, cuando se describe la escena de la bendición de Jacob por parte de su padre, se habla varias veces del plato sabroso de carne, amado por Isaac (Gén 27,4.9.14). En otros pasajes bíblicos se alude al amor al dinero. El profeta Isaías denuncia la corrupción de los jefes de Jerusalén, puesto que aman los regalos y corren tras las recompensas, cometiendo por ello abominaciones e injusticias (Is 1,23). Qohélet estigmatiza el hambre insaciable de dinero y de riquezas: el que ama esas realidades, nunca se ve pagado (Qo 5,9). El sabio anónimo del libro de los Proverbios sentencia: "Estará en la miseria el que ama el placer, el que ama el vino y los perfumes no se enriquecerá" (Prov 21,17). Por su parte, el Sirácida declara que el amor al oro es fuente de injusticia, y por tando de perdición (Si 31,5).

b) El amor sexual. En el AT no sólo encontramos un lenguaje rico y variado sobre el amor sexual, no raras veces de carácter erótico, sino que se describen escenas de amor carnal y pasional. En estos casos el amor indica la atracción mutua de los sexos con una muestra evidente de su aspecto espontáneo e instintivo. No pocas veces, sin embargo, el vocabulario erótico es utilizado por los profetas en clave religiosa, para indicar la idolatría del pueblo de Dios.

En la historia de la familia de Jacob no sólo se nos informa de la pasión de Rubén, que se une sexualmente a una concubina de su padre (Gén 35,22), sino que se narra detalladamente la escena del enamoramiento de Siquén por Dina; éste raptó y violentó a la hija de Jacob, luego se enamoró de la joven y quiso casarse con ella; pero los hermanos de Dina, para vengar la afrenta, mataron con una estratagema a todos los varones de aquella ciudad cananea (Gén 34,1-29).

Si la acción de Siquén es considerada como una infamia, ya que fue violada una doncella de Israel, la pasión de Amnón por su hermanastra Tamar es realmente abominable. Pero la acción violenta y carnal de Siquén dio origen a un amor profundo, mientras que en el caso del hijo de David el acto violento contra la hermana engendró el odio después de la satisfacción sexual, por lo que Tamar fue echada del tálamo y de la casa después de sufrir la afrenta, a pesar de que le suplicó al hermano criminal que no cometiera tal infamia, peor aún que la primera (2Sam 13,1-18). El comportamiento desvergonzado de Amnón constituye uno de los ejemplos más elocuentes de un amor sexual pasional, sin el más mínimo elemento espiritual; se trata de un amor no humanizado, expresión únicamente libidinosa, y por tanto destinado a un desgraciado epílogo.

En la historia de la familia de David el autor sagrado no aprueba los amores de Salomón por las mujeres extranjeras; no tanto por su aspecto ético, es decir, el hecho de tener demasiadas mujeres y concubinas (en total, mil mujeres), sino más bien por las consecuencias religiosas de tales uniones, que fueron causa de idolatría y de abandono del Señor, el único Dios verdadero (1Re 11,1-13).

En este contexto de amor carnal hay que aludir a la pasión de la mujer de Putifar; esta egipcia, enamorada locamente de José, guapo de forma y de aspecto, le tentó varias veces, invitándole a unirse con ella. Ante las sabias respuestas del joven esclavo, el amor libidinoso se transformó en odio y en calumnia, por lo que fue la causa del encarcelamiento del casto hebreo (Gén 39,6-20).

c) La embriaguez del amor erótico. Los libros sapienciales hablan en más de una ocasión del amor libertino, presentándolo en toda su fascinación, para invitar a mantenerse lejos de él, ya que es causa de muerte. La descripción de la seductora, la mujer infiel; la cortesana, astuta y bulliciosa, que invita al joven inexperto a embriagarse de amor con ella, se presenta como un boceto pictórico de gran valor artístico (Prov 7,6-27). Esta mujer sale de casa en medio de la noche y, acechando en las esquinas de la calle, aguarda al incauto, lo atrae hacia sí, lo abraza y le dirige palabras seductoras: "He ataviado mi lecho con tapices, con finas telas de Egipto; he perfumado mi cama con mirra, áloe y cinamomo. Ven, embriaguémonos de amor hasta la mañana, gocemos de la alegría del placer" (Prov 7,16-18). Estas expresiones acarameladas e insistentes embaucan al joven y lo seducen con la lisonja de sus labios (vv. 20ss) [l Proverbios].

El l Sirácida exhorta no solamente a estar en guardia ante los celos por la mujer amada, sino también a evitar la familiaridad con la mujer licenciosa y con la mujer ajena; sobre todo invita calurosamente a evitar a las prostitutas y a no dejarse seducir por la belleza de una mujer, ya que su amor quema como el fuego (Si 9,1-9).

d) El amor desordenado así mismo y al mundo. En el NT se pueden observar severas advertencias a ponerse en guardia ante el amor desordenado a la gloria terrena, al egoísmo, a las ambiciones de este mundo. Jesús condena la actitud de los hipócritas, que sólo desean el aplauso y la vanagloria, que realizan obras de justicia con la única finalidad de obtener la admiración de los otros (Mt 6, 2.5.16). Este amor a la publicidad y a los primeros puestos es típico de los escribas y de los fariseos (Mt 23,6; Lc 11,43; 20,46).

Todavía parece más severa la condenación del amor al mundo y a sus concupiscencias, es decir, la carne, la ambición y las riquezas; esta búsqueda ávida de las realidades mundanas para fomentar el egoísmo impide la adhesión al Dios del amor: "No améis al mundo ni lo que hay en él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, las pasiones carnales, el ansia de las cosas y la arrogancia, no provienen del Padre, sino del mundo" (Un 2,15-16). El mundo ama y se deleita en esas realidades, expresión del egoísmo y de las tinieblas (Jn 15,19). Santiago proclama que el amor al mundo, y particularmente el adulterio, hacen al hombre enemigo de Dios (Sant 4,4). Pablo deplora que Demas lo haya abandonado por amor al siglo presente, o sea, al mundo (2Tim 4,10). El que se deja seducir por el mundo, expresión de la iniquidad, se encamina hacia la perdición, ya que no ha acogido el amor a la verdad, es decir, la palabra del evangelio (2Tes 2,10). El autor de la segunda carta de Pedro presenta a los falsos profetas esclavos de la carne, sucios e inmersos en el placer (2Pe 2,13). Estas personas egoístas serán excluidas de la Jerusalén celestial, es decir, del reino de la gloria divina (Ap 22,15).

En los evangelios Jesús invita a sus discípulos a guardarse del peligro del amor exagerado a la propia persona: el que pone su vida en primer lugar y la considera como el bien supremo que hay que salvaguardar a toda costa, aunque sea en contra de Cristo y de su palabra, ése está buscando su propia ruina: "El que ama su vida la perderá; y el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna" (Jn 12,25). Para salvar la propia vida hay que estar dispuestos a perderla en esta tierra por el Hijo de Dios y por su evangelio (Me 8,35 y par). Los mártires de Cristo han hecho esta opción, y por eso viven en la gloria de Dios (Ap 12,1 l).

3. LA AMISTAD. La Biblia conoce la dimensión erótica del amor, pero habla sobre todo de su aspecto verdaderamente humano, concretado en la amistad, en el don de sí mismo, en la vida por la persona amada. La amistad representa realmente la expresión más noble del amor y es posible únicamente a un ser racional. Sólo entre personas puede reinar la amistad. En la Sagrada Escritura, aunque no encontremos tratados completos sobre la amistad humana, sí encontrarnos frecuentes referencias a su fenomenología y se nos presentan ejemplos poco comunes de auténtica y profunda amistad.

a) Modelos de amistad. La Biblia nos presenta ante todo ejemplos concretos de amistad profunda entre personas que se quieren de forma espontánea y en el sentido más real de la palabra; en estos modelos el amor envuelve a todo el ser humano, a menudo hasta el riesgo de la propia vida. En el AT uno de los ejemplares más célebres y elocuentes de la auténtica amistad lo encontramos en la historia trágica del atormentado rey Saúl; su hijo mayor quería fuertemente, hasta estar dispuesto a dar su vida por él, a David, a pesar del odio con que lo trataba su padre. Cuando Jonatán vio a este joven héroe en presencia del rey con la cabeza del gigante Goliat en la mano, "quedó prendado de David, y Jonatán comenzó a amarlo como a sí mismo" (1Sam 18,1); por eso hizo un pacto con el hijo de José, "porque lo amaba como a sí mismo", y le regaló "su manto, sus vestidos y hasta su espada, su arco y su cinturón" (1Sam 18,3s).

El amor de Jonatán a David no fue sólo de orden sentimental, sino que se manifestó muy en concreto; en efecto, cuando su padre decidió matar a su amigo, le avisó para que estuviera atento e intercedió en favor suyo con unas palabras tan convincentes que hizo renunciar al rey a sus propósitos homicidas (1 Sam 19,1-7). Como consecuencia de las persecuciones de Saúl, Jonatán tuvo que ayudar a huir a su amigo, enfrentándose con la ira de su padre, que llegó a lanzar contra él su lanza por haber defendido a David (1 Sam 20). En aquella ocasión los dos amigos hicieron un nuevo pacto: "Jonatán reiteró su juramento a David por el amor que le tenía, pues le amaba como a sí mismo" (1 Sam 20,17). Antes de separarse, los dos amigos se besaron y lloraron juntos, hasta que David llegó al paroxismo; Jonatán entonces dijo a su amigo: "Vete en paz. En cuanto al juramento que hemos hecho en nombre del Señor; que el Señor esté siempre entre tú y yo, entre mi descendencia y la tuya" (1 Sam 20,42). El llanto, el ayuno y la lamentación de David por la muerte de Jonatán ilustran de la forma más elocuente su tierno y profundo afecto por el amigo (2Sam 1, 1ls): "Estoy angustiado por ti, hermano mío, Jonatán, amigo queridísimo tu amor era para mí más dulce que el amor de mujeres"(2Sam 1,26).

En el NT encontramos modelos de amistad no menos significativos. Advirtamos que en él se registran varios casos de amistad humana, no siempre profunda (cf Le 7,6;11,5ss;14,12; 15,6.9.29; He 10,24; 19,31; 27,3). No pocas veces esos amigos demuestran un amor débil y muy quebradizo, ya que se transformarán en perseguidores (Le 21,16); en efecto, su amistad carece a menudo de raíces profundas, como la que había entre Herodes y Pilato (Lc 23,12). De un tenor análogo era la amistad servil de los funcionarios romanos por el emperador, aun cuando el título que más ambicionaban era el de "amigos del césar", mientras que la amenaza más grave para ellos era la acusación de no ser amigos del emperador (Jn 19,12).

Pero los evangelios nos hablan además y sobre todo de la amistad sólida de Jesús y de sus discípulos con expresiones muy elocuentes, especialmente en el último de estos libros. En efecto, Juan presenta a Jesús tratando de este tema en sus discursos de la última cena, y piensa en el maestro como modelo de la amistad profunda y concreta que llega hasta el don de la vida: "Vosotros sois mis» amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe qué hace su señor; yo os he llamado amigos porque os he dado a conocer todas las cosas que he oído a mi Padre" (Jn 15,1315). En el cuarto evangelio se presentan igualmente otros ejemplos de verdadera amistad hacia Jesús: Simón Pedro amó realmente a su maestro y pudo declarar con sinceridad que estaba dispuesto al martirio por él, aunque presumiendo de sus fuerzas, ya quellegó a renegar de Cristo (Jn 13,37s). Pedro, después de la resurrección de Jesús, confesó con humildad y verdad su amor profundo y sincero por el Señor (Jn 21,15ss). A pesar de la debilidad de su traición (Jn 18,17s.25ss), Pedro acudió inmediatamente a la tumba del Señor en la mañana de pascua, cuando le informaron del supuesto robo de su cuerpo (Jn 20,2ss). Pero el modelo del amigo fiel de Cristo en él cuarto evangelio es el discípulo amado, que vivió en profunda intimidad con el Hijo de Dios (Jn 13,23ss), siguió siempre al maestro, incluso durante su pasión hasta el Calvario (Jn 18,15ss; 19,26s; 21,20), y corrió velozmente al sepulcro de Jesús apenas María Magdalena llegó con la desconcertante noticia del robo del cadáver de Jesús (Jn 20,2ss). Y no sólo ellos, sino que también los demás discípulos fueron considerados como amigos por Jesús (Lc 12,4; Jn 15,14s); ellos perseveraron, efectivamente, en el seguimiento del maestro durante sus correrías apostólicas (Lc 22,28).

Finalmente, a propósito del tema de la amistad, no hemos de omitir una alusión a la exhortación de Jesús -realmente original- de hacerse amigos con la riqueza, aunque injusta, para ser acogidos en las moradas eternas (Lc 16,9). Con este loghion el Señor enseña que con la limosna y el socorro a los necesitados nos hacemos amigos de los pobres, que son quienes tienen el poder de introducir a los ricos en el reino celestial.

b) Valor inestimable de la amistad. El afecto profundo, el amor tierno y fuerte entre dos personas, es considerado por la Biblia como un bien imposible de pagar, como un tesoro preciosísimo. La elegía de David por su amigo Jonatán exalta la dulzura y el valor extraordinario de la amistad: "Tu amor era para mí más dulce que el amor de mujeres" (2Sam 1,26). Esta sentencia merece nuestra atención, ya que demuestra cuán valioso y beatificante es el amor entre los amigos: produce mayor felicidad que el amor conyugal. Generalmente, el amor en el matrimonio es considerado como la forma más perfecta y más completa, como la expresión más profunda del don de sí mismo en el amor; en el matrimonio realmente se manifiesta el amor de forma plena, en cuanto que se tiene una comunión profunda, no sólo de los corazones, sino también de los cuerpos. Pues bien, David proclama que su amistad con Jonatán era más dulce y maravillosa que el amor conyugal.

En realidad, el amigo verdadero ama en todas las circunstancias, en la prosperidad y en la desdicha (Prov 17,17): "Un amigo fiel es escudo poderoso; el que lo encuentra halla un tesoro. Un amigo fiel no se paga con nada, no hay precio para él. Un amigo fiel es bálsamo de vida, los que temen al Señor lo encontrarán" (Si 6,14-16). En tiempos de infortunio los amigos consuelan, como sucedió en el caso de Job, probado duramente por el Señor (Job 2,11). Por esa razón no hay que abandonar nunca al amigo (Prov 27,10; Si 9,10), ni mucho menos engañarlo con mentiras (Si 7,12); sobre todo, hay que estar en guardia para no traicionarlo por ningún motivo (Si 7,18). El apóstol Judas Iscariote traicionó, por desgracia, a su amigo y maestro por dinero (Mt 26,14ss y par).

Dado el valor inestimable de la amistad, la pérdida de los amigos no puede menos de ser fuente de dolor y de tristeza. Job, además de las pruebas indescriptibles, de las desgracias de todo tipo y de la' enfermedad horrenda, saboreó la amargura del abandono de los amigos, y por ello se lamenta: "Tienen horror de mí todos mis íntimos, los que yo amaba se han vuelto contra mí" (Job 19,19). Análoga es la experiencia por la que atravesó el salmista: "Mis compañeros, mis amigos se alejan de mis llagas; hasta mis familiares se mantienen a distancia" (Sal 38,12). "Alejaste de mí a mis amigos y compañeros, ahora mi compañía es sólo la tiniebla" (Sal 88,19). Los sabios enumeran algunas causas de la pérdida de la amistad: la difamación (Prov 16,28), la promesa no cumplida (Si 20,23), la recriminación o el insulto (Si 22,20), la traición de los secretos del amigo (Si 22,22; 27,16-21). En la historia de los primeros reyes de Israel encontramos la descripción del cambio de la amistad al odio debido a la envidia por el aumento del prestigio de la persona anteriormente querida. Saúl se aficionó a David cuando este joven llegó a su corte; él encontró benevolencia ante los ojos del rey (1Sam 16,21ss). Pero cuando el hijo de Jesé comenzó a realizar hazañas admirables contra los filisteos para la salvación de Israel y todo el pueblo se puso a aplaudir al joven héroe, Saúl sintió envidia, se enfadó profundamente e intentó varias veces matarlo (1Sam 18,5ss), ya que lo consideraba como un rival, como un enemigo (1Sam 18,29). En realidad, el amor puede transformarse en odio y es posible recibir mucho daño incluso de los amigos (Zac 13,6).

c) Verdaderos y falsos amigos. En realidad, no todas las amistades se muestran profundas y auténticas; existen verdaderos y falsos amigos. Algunos profetas no dan la impresión de querer fomentar la amistad, ya que exhortan a no fiarse de los amigos (Miq 7,5) o hablan de sus emboscadas y de sus engaños arteros (Jer 9,3; 20,10). El Sirácida se muestra menos pesimista, aunque reconoce que existen amigos falaces (Si 33,6), y exhorta a ser cautos en las amistades (Si 6,17), a no fiarse del primero que llega y ponerlo a prueba antes de darle confianza, ya que algunos se muestran amigos sólo por conveniencia o por interés y pueden transformarse en enemigos con facilidad (Si 6,7-12; 37,5). El verdadero amigo no se revela en la prosperidad, sino sólo en la adversidad (Si 12,8s); en esa ocasión mostrará su piedad para con el amigo desgraciado (Job 6,14). En efecto, hay amigos sólo de nombre (Si 37,1), que en el tiempo de la tribulación se esfuman (Si 37,4), sobre todo si la amistad tenía su fundamento en el dinero y el pode; (Prov 19,4.6). El amigo verdadero, es un tesoro que no tiene precio (Si 6,15); por eso su pérdida es causa de sufrimiento mortal: "¿No es una pena indecible cuando un compañero o amigo se torna enemigo?" (Si 37,2).

Ese amargo cáliz de la traición a la amistad tuvo que saborearlo también el Hijo de Dios hecho hombre: uno de sus discípulos más íntimos, uno de los apóstoles, le traicionó; fue tal el dolor por este gesto infame, que Jesús se sintió profundamente excitado en su espíritu, cuando estaba para denunciar al traidor (Jn 13,21).

La amistad política no parece desinteresada; en efecto, aunque los Macabeos buscaron y apreciaron la de los romanos (1 Mac 8,17; 12,1 ss; 14, 16ss; 15,15ss; 2Mac 4,11) y la de otros reyes helenistas (1 Mac 10, 15ss.59ss), este apoyo y esta simpatía estaban provocados por el poder militar de los "amigos" (1 Mac 8, lss) y tuvieron como epílogo la ocupación de Palestina por parte de esos aliados, que quitaron la libertad a los judíos. Al contrario, una figura de auténtica amistad es la que representa el amigo de bodas. La Escritura habla de él en la historia de Sansón (Jue 14,20; 15,2.6) y en el contexto del último testimonio de Juan Bautista (Jn 3,29). El amigo del esposo es una figura muy importante en la celebración del matrimonio entre los judíos; es el 1QXbim, el que tenía que preparar a la esposa, conducirla hasta el esposo y controlar las relaciones sexuales de la joven pareja.

d) Cómo conquistar y cultivar la amistad. El amor y la amistad tienen un valor incalculable; pero estos tesoros no llueven del cielo, sino que han de descubrirse, buscarse y conquistarse. Además, la flor maravillosa de la amistad, una vez que ha brotado y despuntado, necesita cultivarse. Los libros sapienciales contienen preciosas advertencias en este sentido, que no han perdido absolutamente nada de su valor en nuestros días, después de más de dos mil años. He aquí las sentencias más significativas sobre este tema: "El que encubre la falta cultiva la amistad" (Prov 17,9); el que se comporta con humildad y modestia, encuentra gracia ante la mirada del Señor y es amado por los hombres (Si 3,17s); el que visita a los enfermos se sentirá querido por ellos (Si 7,35), lo mismo que el que ayuda al necesitado (Si 22,23). Por consiguiente, la amistad se conquista amando concretamente al prójimo.

El Sirácida exhorta a cultivar la amistad, haciendo bien al amigo y comprometiéndose en su ayuda (Si 14,13). No hay que dar crédito a las murmuraciones contra los amigos, sino que hay que buscarla verdad, ya que a menudo se trata de calumnias (Si 19,13ss); más aún hay que defender al amigo (Si 22,25), hay que aficionarse a él y serle siempre fiel (Si 27,17). Finalmente, no hay que tener miedo de perder el dinero por el amigo (Si 29,10); la amistad es un bien inmensamente superior a las riquezas materiales.

e) El gesto de la amistad: el beso. En la Biblia se habla a menudo del beso, el gesto que expresa amor. No sólo se besan los padres y los hijos (Gén 27,26s; 50,1; Tob 10,13), sino también los parientes: Jacob besó a su prima Raquel; Labán abrazó y besó a su sobrino (Gén 29,13); Esaú corrió al encuentro de su hermano Jacob, lo abrazó y lo besó (Gén 33,4); Jacob abrazó y besó a los hijos de José (Gén 48,10); Moisés besó a su suegro Jetró (Éx 18,7), lo mismo que Edna a su yerno Tobías (Tob 10,13). Este gesto de afecto fue también el de Samuel con el joven Saúl, después de consagrarlo como rey de Israel (1Sam 10,1).

Evidentemente, los besos son deseados y dados sobre todo por los enamorados; por eso el Cantar de los Cantares se abre con esta expresión: "¡Que me bese con los besos de su boca!" (Cant 1,2). No existe otro gesto más dulce entre dos personas que se aman (Prov 24,26), lo mismo que no hay monstruosidad mayor que el beso del enemigo (Prov 27,6). Judas Iscariote se precipitó en este abismo cuando con un beso entregó a su amigo y maestro (Me 14,43-45 y par). El beso es realmente el signo más normal de la amistad y del amor. Por esta razón Jesús reprocha a su anfitrión Simón por no haberle dado un beso y no haberle mostrado ningún amor, mientras que la pecadora cubrió de besos sus pies, revelando el amor profundo de su corazón al Señor (Lc 7,45). Entre los primeros cristianos el beso era el gesto normal de saludo, de manera que Pablo termina algunas de sus cartas invitando a los fieles a darse el beso santo (cf Rom 16,16; ICor 16,20; 2Cor 13,13; 1Tes 5,26). En I Pe 5,14 encontramos la significativa expresión: "Saludaos mutuamente con el beso del amor fraternal".

4. EL AMOR EN LA FAMILIA. En la gama de manifestaciones del amor natural, la Biblia reserva un lugar de primer plano al amor dentro de la familia. Las expresiones tiernas y cariñosas de afecto entre los novios, el amor fuerte entre los esposos, las demostraciones concretas de amor entre padres e hijos encuentran un largo y profundo eco en-los libros de la Sagrada Escritura.

a) El noviazgo, tiempo de amor. La-literatura profética utiliza el símbolo del noviazgo como tiempo de amor para evocar la experiencia religiosa del I éxodo, cuando Israel se vio seducido por el Señor, lo siguió espontáneamente y cantó de gozo (Os 2,16s). Aquel período tan feliz estuvo marcado por el amor y por la adhesión total al Señor (Jer 2,2). El lenguaje de los profetas en estos pasajes y en otros análogos tiene un claro significado religioso; pero se basa en la experiencia humana del noviazgo, período encantador de ternura y de amor, tiempo de perfume y de fragancia, marcado por el despuntar del amor, por la apertura del corazón a la persona deseada. En la historia de algunos célebres personajes de la Biblia se hace alguna breve alusión al período que precedió a su matrimonio, poniendo de relieve el nacimiento del amor a la mujer con que habrían de casarse. En el corazón de Jacob, por ejemplo, se encendió un fuerte y grande amor a Raquel; para poder casarse con ella se puso al servicio de su padre, su propio tío Labán, durante siete años, "que le parecieron unos días, tan grande era el amor que le tenía" (Gén 29,17-20). También la historia no menos aventurada de Tobías está marcada por el amor de este joven a la que habría de ser su esposa: "Cuando Tobías oyó lo que le dijo Rafael y que Sara era de su raza y de la casa de sus padres, se enamoró de ella" (Tob 6,19).

El l Cantar de los Cantares se presenta sin ninguna duda como una celebración poética del noviazgo, aunque parecen legítimas las dos lecturas, una en clave de amor natural y la otra en perspectiva religiosa. Más aún, quizá las dos visiones estén presentes en dicha obra, y por tanto haya que interpretar el texto en un doble nivel, o sea, como un poema sobre el amor humano de dos novios y como el canto del amor del Señor y de Israel durante el período que precedió a su matrimonio, sancionado con la alianza del Sinaí. En este libro podemos saborear toda la frescura y la dulzura del amor de dos corazones que viven el uno para el otro, de dos personas que desean apasionadamente unirse de la forma más compleja y que por eso se buscan sin descanso y no desisten hasta el encuentro beatificante y el abrazo embriagador. Este poema de amor está ambientado en el campo durante la primavera, la estación de las flores y de los aromas de la vegetación, en un clima de alegría y de canto el más adecuado para el noviazgo, el tiempo del amor fresco e impetuoso como la irrupción de la vida (Cant 2,10ss; 6,11; 7,13s). El Cantar se abre con el anhelo del beso, de las caricias y del encuentro con la persona amada, para saciarse de la felicidad de amar (Cant l,l-4). Pero este deseo tan ardiente, para poder apagarse, exige la búsqueda: "Dime tú, amor de mi vida, dónde estás descansando, dónde llevas el ganado al mediodía" (Cant 1,7). En el corazón de la noche la novia, enferma de amor (Cant 2,5; 5,8), se levanta del lecho, recorre las calles y las plazas de la ciudad en busca del amado de su corazón (Cant 3,1-3), y no desiste ni siquiera ante los golpes y los ultrajes (Cant 5,5-9). Los dos enamorados se aprecian y se desean, se elogian y se admiran, viviendo en un clima de dulce ensueño (Cant 1,9-2,3.8-14; 4,1-16; 5,10-16; 6,4-7,10). La novia salta de gozo al oír la voz del amado, y éste a su vez invita a la que ama a que le muestre su rostro encantador y le haga oír su voz melodiosa (Cant 2,4-14). En realidad, los dos enamorados viven el uno para el otro: "Mi amado es mío y yo soy suya" (Cant 2,16; 6,3). Se anhelan apasionadamente: "Yo soy de mi amor y su deseo tiende hacia mí" (Cant 7,11). Su ardor es fuego inextinguible: "Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo; porque es fuerte el amor como la muerte; inflexibles, como el se'ol, son los celos. Flechas de fuego son sus flechas, llamas divinas son sus llamas. Aguas inmensas no podrían apagar el amor, ni los ríos ahogarlo. Quien ofreciera toda la hacienda de su casa a cambio del amor sería despreciado" (Cant 8,6s). Por esa razón la felicidad de los dos novios se alcanza en el encuentro, en el abrazo y en la unión indisoluble del matrimonio (Cant 3,4; 8,3).

b) El amor conyugal. Efectivamente, también para la Biblia el noviazgo tiende a la unión matrimonial; el amor tierno y ardiente de los primeros encuentros libres, la mutua búsqueda de los dos enamorados encuentra su feliz coronación en el matrimonio, donde el amor de los dos esposos alcanza la estabilidad y la maduracíón plena y fecunda. El grito de''gozo de Adán por el don divino de la compañera inseparable de su vida, carne de su carne y hueso de sus huesos, insinúa la felicidad de la primera pareja que se deriva del amor conyugal (Gén 2,22-24). Pero la Sagrada Escritura no siempre pone de relieve la importancia del amor en la vida conyugal; a menudo resalta más la relación sexual o el atractivo-pasión que el don de sí en el amor (ef Gén 3,16; 12,10ss). Este factor del amor destaca sobre todo en la historia de las mujeres desgraciadas o por ser estériles o porque se sienten poco amadas por sus esposos, enamorados de otras mujeres. Jacob amó a Raquel más que a Lía; esta última esperó que su marido la amaría cuando le dio hijos (Gén 29,30.32.34). Ana, la futura madre de Samuel, aunque estéril, era amada por su marido más que la otra mujer (1Sam 1,5-8). Del rey Roboán se narra que amó a la hija de Absalón más que a sus otras mujeres y concubinas (2Crón 11,21). La legislación mosaica considera el caso del hombre con dos mujeres, una de las cuales es menos amada que la otra (Dt 21,15-17). El éxito fabuloso de Ester comenzó con el amor preferencial del rey Asuero por aquella judía, que fue constituida reina (Est 2,15ss).

Además de estos casos de amor de predilección, en la Biblia encontramos otras referencias al amor conyugal, y no pocas veces para exaltarlo. La descripción del matrimonio de Isaac concluye con la indicación de su amor por su esposa Rebeca, fuente de consuelo y de felicidad (Gén 24,67). Las mujeres filisteas de Sansón insisten en el amor que les tiene su marido para lograr que les revele secretos importantes (Jue 14,16; 16,15). En la historia de David se nos informa no sólo de que la hija del rey Saúl se enamoró de este joven héroe (1 Sam 18,20), sino que se casó con él y que lo amaba (1Sam 18,27s). Pero Mical fue entregada como esposa a Paltiel, después de la fuga de David; este segundo marido la amó tiernamente, la acompañó y la siguió llorando continuamente cuando el nuevo rey de Israel pretendió su restitución (2Sam 3,13-16). La experiencia de Oseas, aunque reviste un profundo significado religioso para ilustrar concretamente el amor del Señor a su esposa Israel, se resiente ciertamente de un drama conyugal personal: el profeta tomó por esposa y amó a una prostituta, que, desgraciadamente, no se mantuvo fiel al marido (Os 1,2ss; 3,lss).

Los sabios de Israel exhortan a amar profunda e intensamente a la propia mujer para experimentar gozo y felicidad: "Goza de la vida con la mujer que amas" (Qo 9,9). El embriagador amor conyugal hará superar las asechanzas y las seducciones de las prostitutas, más allá del peligro de la infidelidad: "Bendita sea tu fuente, y que te regocijes en la mujer de tu juventud: cierva amable y graciosa gacela, sus encantos te embriaguen de continuo, siempre estés prendado de su amor. ¿Por qué, hijo mío, desear a una extraña y abrazar el seno de una desconocida?" (Prov 5,18-20).

c) El amor a los hijos. El matrimonio en la Biblia fue instituido por el Señor para la fecundidad y la procreación, además de para la plenitud y la felicidad de los esposos. La bendición de Dios a la primera pareja humana muestra sin equívocos esta finalidad del amor conyugal (Gen 1,28). Por consiguiente, los hijos aparecen como el fruto del amor de los padres. Pero este amor no se agota en la procreación, sino que continúa todo el tiempo de la existencia. En la Sagrada Escritura está documentado este sentimiento o virtud, alma de la felicidad familiar. La conmovedora descripción dramática del sacrificio de Isaac por medio de su padre subraya fuertemente el amor de Abrahán a la víctima que tiene que inmolar en holocausto al Señor; se trata de su hijo, de su único hijo, tan amado (Gen 22,2). En la familia de Isaac encontramos una profunda divergencia entre los dos cónyuges: el padre amaba al primogénito Esaú, mientras que la madre prefería a Jacob (Gen 25,28). El amor preferencial de Jacob por José fue la causa del odio profundo de los demás hijos contra el hermano (Gen 37,3ss). Un amor análogo es el que profesa este patriarca a su hijo más pequeño, Benjamín, que le dio Raquel, su mujer predilecta (Gen 44,20). Por el contrario, David amaba mucho a su primogénito Amnón; por esta razón se mostró débil, disimulando el delito execrable de su hijo contra su hermana Tamar (2Sam 13,21). Quizá por este motivo, es decir, para no verse cegados por el amor, los sabios de Israel exhortan a los padres a un amor viril y sin debilidades para con los hijos, a no rechazar la vara y fomentar la disciplina, a usar la correa contra los indisciplinados, a reprochar a los que se equivocan (Prov 3,12; 13,24; Si 30,1). El Cristo glorioso, el testigo fiel, se inspira en esta doctrina cuando ordena escribir a la Iglesia de Laodicea que él reprocha y castiga a los que ama (Ap 3,19).

El amor tierno y fuerte dentro de la familia es ciertamente un bien de un valor incalculable; constituye una ayuda poderosa para superar las crisis más profundas y también para vencer la desesperación. La Biblia nos habla de la experiencia de Sara, una mujer tremendamente desgraciada por la muerte de sus siete maridos, que fallecieron todos ellos la primera noche de bodas, antes de haber podido consumar el matrimonio. Presa de la desesperación, Sara, la futura esposa de Tobías, estaba pensando en el suicidio, pero el pensamiento de ser la hija única y tan querida de sus padres le dio fuerzas para superar esta loca tentación (Tob 3,10).

Hablando del amor familiar, no podemos omitir al menos una alusión a la conmovedora historia de Rut, la moabita, modelo de amor fuerte y concreto a la madre de su marido, una nuera excepcional que amó a la suegra más que sus siete hijos (Rut 4,15). Finalmente, en este contexto vale la pena señalar también el amor del esclavo a su amo y a la mujer que se le ha dado durante su esclavitud JÉx 21,5; Dt 15,16).

d) El amor dentro del clan. El amor familiar nos invita a recordar, aunque sólo sea sucintamente, a la gran familia de la raza o tribu o clan, a la que el israelita se muestra muy apegado y en la que está profundamente arraigado. El hebreo ama sinceramente a su pueblo y por él está dispuesto a hacer grandes sacrificios y a exponerse al peligro. Tobías, en sus largas y detalladas instrucciones a su hijo, no deja de exhortarle a amar a sus parientes y a su pueblo (Tob 4,13). Se presenta a Mardoqueo como un modelo de este amor; él buscaba el bien de su pueblo y tenía palabras de paz con todos los de su estirpe; por eso le amaban todos los hermanos (Est 10,3). Semejante amor del pueblo se recuerda igualmente en el caso del joven héroe que mató al gigante Goliat y derrotó a los ejércitos filisteos: "Todos en Israel y JudáqueríanaDavid"(1Sam 18,22).

En la redacción lucana de la curación del siervo del centurión, el tercer evangelista pone en labios de los mensajeros judíos la frase siguiente: "Ama a nuestra raza y .nos ha edificado una sinagoga" (Lc 7,5). Estas personas insisten en el amor del funcionario helenista al pueblo hebreo para estimular a Jesús a que realice el milagro que se le pide.

III. EL AMOR RELIGIOSO O SOBRENATURAL DEL HOMBRE. Si en la Biblia encontramos una amplia y significativa presentación del amor humano, en ella tenemos sobre todo la descripción del amor en su dimensión religiosa. Con este concepto entendemos no solamente el amor que tiene por objeto a Dios, sino también el amor al prójimo tal como lo manda el Señor en la Sagrada Escritura y como está fundamentado en su palabra, es decir, el amor anclado en la alianza divina. Efectivamente, tanto el pacto sinaítico como el escatológico carecen del carácter paritario entre contrayentes iguales, puesto que brotan de la elección gratuita por parte del Señor, es decir, de su caridad divina. Estas alianzas están reguladas no sólo por la fidelidad, sino también por las relaciones de amor entre Dios y su pueblo, entre el hombre y el hombre. El precepto del amor, por consiguiente, marca el límite de la ley, ya que postula un orden moral por encima de ella, en cuanto que indica el impulso de atracción espontánea hacia Dios y el prójimo. Por eso el amor invita a superar la concepción jurídica de la alianza y a considerarla como una relación de don y de entrega total a la otra persona, bien sea Dios o bien el hombre. De esta manera el amor, a pesar de ser un precepto divino, más aún, el mandamiento que lleva a la perfección toda la ley del Señor, tiene que verse en una perspectiva de superación de las prescripciones meramente jurídicas, como el alma de unas relaciones profundas y vitales que, aunque basadas en el precepto para ayuda de la libertad, trascienden la imposición.

1. EL AMOR DE Dios. El primer objeto del amor religioso del hombre no puede menos de ser Dios, su padre y su creador. Los piadosos salmistas cantan su amor a Dios: "Yo te amo, Señor; tú eres mi fuerza" (Sal 18,2); "Yo amo al Señor, porque escucha el grito de mi súplica" (Sal 116,1). Invitan además a amar al Señor: "Amad al Señor todos sus fieles" (Sal 31,24).

a) El mandamiento fundamental. En realidad, el amor a Dios es el primer precepto de la tórah, la ley mosaica. De este modo comienza la oración del Séma`: "Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Dt 6,4s). En el Deuteronomio encontramos otras exhortaciones a amar al único verdadero Dios, el Señor (Dt 11,1; 30,16). Josué se hace eco de este mandamiento fundamental, y por eso invita al pueblo a amar al Señor, permaneciendo unidos a él y sirviéndole con todo el corazón y con toda el alma (Jos 22,5; 23,11). Con este comportamiento se vive profundamente la alianza y se permanece dentro de su fidelidad.

Los evangelios subrayan este elemento: el amor existencial y total a Dios es el primer mandamiento. La respuesta de Jesús al escriba que le interrogó sobre este punto es clara y explícita: el primer precepto consiste en amar al Señor Dios con todo el corazón, y con toda el alma, y con toda la mente, y con todas las fuerzas (Mc 12,28-30.33 y par). Este amor se demuestra concretamente con la observancia de los mandamientos del Señor (1Jn 5,3; 2Jn 6). Efectivamente, amor significa comunión con Dios, y por tanto conformidad plena con su voluntad (Jn 15,10). El que ama conoce a Dios (1Jn 4,7); pero este conocimiento según el lenguaje bíblico indica vida de comunión profunda, como la que reina entre el Padre y el Hijo, por una parte, y entre el buen pastor y sus ovejas, por otra (Jn 10,14s). Mediante el amor uno permanece profundamente unido a Dios y a su Hijo, es decir, vive en perfecta comunión con la santísima Trinidad (Jn 14,21.23; 15,9s; 17,26; 1Jn 4,12s).

Un amor al Señor tan total y tan profundo no puede ser conquistado por el hombre, sino que es don de Dios, fruto de la circuncisión del corazón (Dt 30,6); podríamos decir que es obra de la gracia divina. David obtiene este don porque amaba a su creador y le cantaba himnos con todo su corazón (Si 47,8). Esta gracia se consigue mediante la sabiduría, que hace al hombre amigo de Dios (Sab 7,14.27). Jesús, en la última noche de su existencia en la tierra, pidió al Padre que concediera a sus discípulos el don de su amor (Jn 17,26).

Israel durante su juventud, en el período de set noviazgo, amó al Señor con ternura y sinceridad. Los profetas t Oseas y /Jeremías cantan este período idílico de la historia del pueblo de Dios, cuando Israel se dejó seducir por el Señor y vivió en intimidad profunda con su Dios (Os 2,16s): ` Me he acordado de ti en los tiempos de tu juventud, de tu amor de novia, cuando me seguías en el desierto, en una tierra sin cultivar" (Jer 2,2). Pero este amor duró muy poco tiempo (Os 6,4; Sal 78,36), más aún, pronto se hizo adúltero, ya que Israel se prostituyó y anduvo tras otros dioses, con los que se enredó largamente. El Señor, por labios de Oseas, acusa a su esposa de los adulterios perpetrados con las numerosas prostituciones cometidas con sus amantes y la amenaza con el castigo más severo (Os 2,4-15; 3,lss). Jeremías denuncia la perversidad de esa esposa que se obstina en seguir a sus amantes, los dioses extranjeros (Jer 2,25), buscando el amor lejos del Señor y traicionando continuamente a su esposo (Jer 2,33; cf Is 57,8). Pero el Señor castigará a esos amantes (Jer 22,22), junto con su esposa infiel (Ez 16,35ss). En su estado de desolación, después del severo castigo de Dios, Jerusalén no encuentra un solo consolador entre todos sus amantes, a nadie que venga a enjugar sus lágrimas (Lam 1,2). En realidad, la historia de Israel es una historia de amor creativo y tierno del Señor (Ez 16,4ss), pagado por su esposa con la infidelidad y la prostitución idolátrica (Ez 16,15ss.25ss), cayendo continuamente en abominaciones y desvaríos (Ez 16,20ss).

Jesús acusa sobre todo a los escribas y fariseos de amar a Dios sólo a flor de labios, mientras que su corazón está lejos de él (Mc 7,6 y par). Realmente no aman a Dios (Lc 11,42), es decir, no aman al Padre celestial, no viven para él (Jn 5,42). En el sermón de la montaña (! Bienaventuranzas) Jesús proclama que el amor al dinero excluye el amor a Dios; por tanto, el que ama a Dios, no puede servir a mammón, porque el amor y el servicio de Dios son de carácter totalitario y exclusivista (Mt 6,24 y par). El autor del Apocalipsis, en la carta a la comunidad de Éfeso, reprocha la conducta de esta Iglesia al haber abandonado su primer amor por el Señor (Ap 2,4).

El amor a Dios es el don celestial por excelencia que puede conceder el Padre; esta gracia divina se da por medio del Espíritu Santo (Rom 5,5); Pablo y Judas se la desean a sus fieles (2Cor 13,13; Ef 6,23; 2Tes 3,5; Jds 2 21). Efectivamente, con este don se alcanza la felicidad suprema, ya que todas las cosas concurren al bien de los que aman a Dios (Rom 8,28). A éstos Dios les tiene preparados bienes inimaginables (1 Cor 2,9). Desgraciadamente, este amor a Dios se enfría en tiempos de persecución en el corazón de muchos; sin embargo, la salvación está reservada a quien persevere hasta el fin (Mt 24,12s).

El amor al Señor se demuestra concretamente guardando su palabra y amando a los hermanos. El autor de la primera carta de Juan es muy explícito en este sentido: el amor'a Dios alcanza su perfección en el discípulo que guarda su palabra (1Jn 2,5; 5,3); el que no ama al hermano, a quien ve, no puede amar al Dios, a quien no ve (1Jn 4,20).

La persona que amó de forma perfecta al Padre fue Jesús; lo amó concretamente, llevando a cabo su plan de salvación, haciendo su alimento de la voluntad de Dios (Jn 4,34), obedeciendo hasta el fondo a su mandamiento de beber el cáliz amargo de la pasión (Jn 14,31; 18,11), realizando su obra reveladora y salvífica (Jn 17,4), que alcanza su expresión suprema y perfecta en la cruz (Jn 19,28.30).

b) Amor y temor de Dios. La historia de Israel, esposa amada pero adúltera, muestra la necesidad del temor del Señor, es decir, el miedo a caer en la infidelidad. En efecto, el amor de Dios no se agota en la esfera sentimental, sino que afecta a todo el hombre y se concreta en la observancia de su palabra, de sus leyes. Por consiguiente, incluye el temor reverencia) a traspasar sus preceptos, a fallar en las cláusulas de la alianza. Por esta razón muchas veces en la Biblia se asocia íntimamente el amor al temor de Dios. En este sentido resulta especialmente claro el pasaje de Dt 10, I2s. Este amor y temor del Señor lo demostró Israel rechazando claramente la idolatría, observando los preceptos de Dios y escuchando su voz (Dt 13,2-5; 19,9). En los libros sapienciales encontramos pasajes que ponen en paralelismo el amor y el temor del Señor, mostrando de este modo que se trata de dos realidades muy parecidas (Si 2,15s; 7,29s).

c) El amor al lugar de la presencia de Dios. El israelita que se adhiere al Señor y lo ama viviendo su palabra, no se olvida de su ciudad y de su casa, sino que las ama profundamente, ya que es allí donde encuentra a su Dios, experimentando su presencia salvífica en su templo santo. El piadoso hebreo desea ardientemente la visión de Dios en su casa, lo mismo que anhela la cierva las fuentes de agua fresca; allí es realmente donde contempla el rostro del Señor (Sal 42,2ss). El salmista siente un amor apasionado por el templo de Jerusalén, lugar de la gloria divina (Sal 26,8). Sión es la ciudad amada por el Creador, que ha hecho morar en ella su sabiduría (Si 24,11). Por eso el salmista augura prosperidad para todos los que aman a Jerusalén (Sal 122,6), y el profeta invita a la alegría y a la exultación a todos los que la aman, ya que el Señor está a punto de inundarla de paz (Is 66,10ss). El templo suscita igualmente el amor tierno del piadoso israelita (Sal 84,2s). En Ap 20,9 la ciudad amada es la Iglesia, que al final de los tiempos se verá asaltada por Satanás, pero se salvará gracias a una intervención de Dios.

d) El amor al Hijo de Dios. El NT, centrado en la persona de Cristo, no podía menos de resaltar el amor a esta persona divina. En el pasaje de la conversión de la pecadora pública (Lc 7,36-50), el tercer evangelista subraya el amor de esta mujer al Señor Jesús, poniéndolo en contraste con la fría acogida de Simeón; aquí se presentan íntimamente unidos el amor y la fe, puestos a su vez en relación con el perdón de los pecados. Jesús exige de su discípulo un amor superior al amor que se tiene al padre a la madre, al hijo o la hija (Mt 10,37); el tercer evangelista inserta en esta lista a la esposa, a los hermanos y hermanas, y hasta a la propia alma, afirmando que para seguir a Cristo hay que odiar a estas personas, esto es, que el amor a Jesús tiene que ocupar el primer puesto de forma indiscutible (Lc 14,26).

Este amor al Verbo encarnado no es poseído, ciertamente, por los judíos, que se muestran más bien sus enemigos irreductibles (Jn 8,42). Realmente ama a Jesús el que guarda sus mandamientos (Jn 14,15.21), es decir, su palabra (Jn 14,23). Se permanece en el amor de Cristo observando sus preceptos (Jn 15,9s). El maestro reconoce que sus amigos más íntimos lo han amado (Jn 16,27) porque han observado la palabra de Dios dada al Hijo (Jn 17,6ss). Por esta razón, Simón Pedro, a pesar del triste paréntesis de su negativa, puede declarar a Cristo resucitado, que lo examinaba de amor: "Sí, Señor, tú sabes que te amo... Tú lo sabes todo: tú sabes que te amo" (Jn 21,15-17).

En las cartas apostólicas se hace mención en repetidas ocasiones del amor a Cristo. Pablo lanza el anatema, es decir, la excomunión, contra el que no ame al Señor (ICor 16,22). Pedro recuerda a sus fieles que aman a Jesucristo, aunque no lo vean (1Pe 1,8). El autor de la carta a los Efesios desea la gracia de Dios a todos los que aman al Señor Jesús (Ef 6,24). En efecto, el que ama al Padre, ama también al Hijo que engendró (Un 5,1), y por eso se ve colmado de los favores divinos y se verá coronado de gloria en el último día (2Tim 4,8). El que ama a Jesús es amado por el Padre y por el Hijo (Jn 14,21); más aún, se convierte en templo de la santísima Trinidad (Jn 14,23). Por consiguiente, este amor es fuente de la vida, de la verdadera felicidad y de la salvación plena.

e) El amor de Dios es fuente de felicidad y de gracia. La Biblia, para estimular el amor del Señor, proclama en varias ocasiones y en diversas tonalidades los bienes salvíficos que se derivan de esa adhesión total a Dios y a sus preceptos. En el l Decálogo, donde se prohíbe laidolatría, el Señor recuerda que, aunque castiga la culpa de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación para quienes lo odian, sin embargo otorga su gracia abundantemente a quienes lo aman y guardan sus mandamientos (Éx 20,5ss; Dt 5,9s). En efecto, él Señor es "el Dios fiel, que guarda la alianza y la misericordia hasta mil generaciones a los que lo aman y cumplen sus mandamientos" (Dt 7,9; cf Neh 1,5; Dan 9,4). Efectivamente, el Señor guarda a todos los que lo aman, mientras que dispersa a todos los impíos (Sal 145,20). Dios bendice a quien es fiel a su alianza.

Con el amor concreto al Señor, observando y practicando sus decretos, Israel experimentará la bendición y el amor de Dios en la fecundidad de sus familias y de sus rebaños, en la abundancia de los frutos ct la tierra y en la salud (Dt 7,13-15). La fertilidad de los campos se presenta como consecuencia de este amor a Dios en-la observancia de sus preceptos (Dt 11,13s). Deforma análoga, la victoria sobre todas las naciones, incluso las más numerosas y poderosas, dependerá de la prueba de amor de Israel, concretado en la práctica de los mandatos del Señor (Dt 11,22s).~ Este amor será fuente de prosperidad total y de felicidad plena (Dt 30,6-10) y producirá la vida en abundancia (Dt 30,19s). La experiencia del amor divino, de la gracia y de la misericordia salvífica del Señor está reservada a los fieles y a los elegidos que confían en él y viven en la justicia (Sab 3,9). La exaltación de Israel y la destrucción de sus enemigos está ligada al amor de Dios (Jue 5,31). Amando sinceramente al Señor es cómo los hijos de Abrahán gozarán de tranquilidad, de paz y de gozo en su país, Palestina (Tob 14,7). Los que aman el nombre del Señor tendrán en herencia las ciudades de Judá, habitarán en ellas y gozarán de su posesión (Sal 69,36s). En la experiencia de esta felicidad, los israelitas se verán también acompañados por los extranjeros que se adhieran al Señor para servirle, amando su nombre (Is 56,6s).

Para los sabios de Israel, el don o la gracia más grande que puede dispensar Dios a cuantos lo aman es la sabiduría (Si 1,7s; Qo 2,26). Los salmistas; por su parte, invocan la misericordia y la bendición de Dios, fuente de gozo y de gracia, sobre cuantos aman su nombre y su salvación (Sal 5,12s; 40,17; 70,5; 119,132). El que ama al Señor experimentará su poderosa protección (Si 34,16), como ocurrió con Daniel cuando fue liberado de la fosa de los leones y pudo exclamar: "¡Oh Dios, te has acordado de mí y no has desamparado a los que te aman!" (Dan 14,38), mostrando esa adhesión al Señor con la fidelidad a su pacto y a sus preceptos.

Pablo, en sus cartas, presenta el amor de Dios como el bien supremo y la fuente de la, gracia y de la felicidad, de la que no puede separarnos ninguna potencia enemiga (Rom 8,31-39). El que ama de veras a Dios vive en profunda comunión con él (ICor 8,3), y por eso no hay fuerza alguna que sea capaz de arrebatar este tesoro del amor divino. Dios, Padre bueno y todopoderoso, lo predispone todo para el bien de los que lo aman (Rom 8,28ss) y prepara la corona de justicia, es decir, de gloria, en la parusía para el que ama la manifestación del Señor Jesús, es decir, para el que vive orientado hacia el encuentro final con Cristo (2Tim 4,8). Efectivamente, esta corona de gloria es la que Dios ha prometido a cuantos lo aman y demuestran su amor, venciendo todas las tentaciones del mal (Sant 1,12ss). Los pobres a los ojos del mundo heredarán esa gloria que Dios tiene prometida para quienes lo aman (Sant 2,5). Este premio, que Dios prepara para sus hijos que lo aman, supera toda capacidad de imaginación (lCor 2,9). ¿Por qué motivo obtendrá una gloria tan grande el que ama? Porque en el amor divino el cristiano, elegido por el Padre antes de la creación del mundo, vive en la santidad y en la justicia perfecta durante todos sus días (Lc 1,75; Ef 1,3ss).

2. EL AMOR A LA SABIDURÍA Y A LA "TÓRAH". Un aspecto particular del amor religioso, que se subraya sobre todo en los escritos sapienciales, es el amor a la I sabiduría, encarnada en la ley de Moisés. Se trata de un tema afín al anterior, ya que la sabiduría es una realidad divina; es la hija primogénita del Señor, creada antes del mundo y enviada por Dios a Israel para que plante su tienda en medio de su pueblo a fin de instruirle, de adoctrinarle y de revelar su palabra concretada en la tórah (Prov 8,22s; Si 24,3-32):

a) La invitación al amor. Los sabios de Israel no se cansan de exhortar, con diversas expresiones y de diferentes maneras, a .amar a la sabiduría, mostrando los efectos benéficos de ese amor (Sab l,lss): "Adquiere la sabiduría...; no la abandones y ella te guardará, ámala y ella te custodiará" (Prov 4,5-6). La sabiduría no es una realidad imposible de encontrar ni impenetrable, sino que se deja conocer fácilmente en su esplendor incorruptible por cuantos la aman (Sab 6,12). En realidad, el sabio la ha buscado, porque la ha amado y escogido por esposa: "Yo la amé y la busqué desde mi juventud traté de hacerla mi esposa y quedé prendado de su hermosura" (Sab 8,2).

Este amor a la sabiduría se concreta en el amor a la verdad y a la paz; por eso el profeta exhorta: "Amad la lealtad y la paz" (Zac 8,19). Tan sólo los necios desdeñan este amor a la sabiduría (Prov 18,2), mientras que "el que ama la instrucción ama la ciencia" (Prov 12,1). Con este amor a la sabiduría el hijo alegra el corazón del padre (Prov 29,3).

b) El amor a la ley mosaica. La sabiduría divina se ha encarnado en la tórah, la ley dada por Dios a través de Moisés (Si 24,22ss; Bar 4,1); por eso el amor a la sabiduría se demuestra con la adhesión a los preceptos del Señor. El sabio sentencia de este modo: "Amar la sabiduría es guardar sus leyes" (Sab 6,18). El Sal 119 puede considerarse como una exaltación del amor a la ley mosaica, a la palabra de Dios. El autor confiesa que ama esta realidad divina (vv. 159. 163.167), proclama que encuentra su gozo y su salvación en el gran anior a los preceptos del Señor (vv. 47s. 113) y exclama'¡Cuánto amo tu ley!, todo el día estoy pensando en ella" (v. 97). Los mandamientos de Dios son más preciosos que el oro más puro; por esa razón los ama el salmista (v. 127). La palabra del Señor es purísima y por eso la ama el justo (v. 140).

c) El amor a la ley-sabiduría es fuente de felicidad y de gracia. Con esta adhesión a la palabra de Dios se alcanza la vida verdadera y el gozo. En efecto, el que ama la ley del Señor obtiene una palabra profunda (Sal 119,165). A1 que ama, la sabiduría le concede riqueza y gloria, bienes imperecederos mejores que el oro fino y que la plata pura, tesoros divinos (Prov 8,17ss). De este amor se derivan bienes inconmensurables: esplendor que no conoce ocaso, inmortalidad y riquezas innumerables (Sab 7,10s; 8,17s). Los frutos del amor de la justicia son las virtudes (Sab 8,7). El amor a la sabiduría no sólo vale más que el vino y que la música (Si 40,20), sino que es fuente de vida, de gozo y de gloria (Si 4,11-14). El que muestra tal amor por la sabiduría será amado a su vez por ella y obtendrá la verdadera riqueza y la gloria inmarcesible.

3. EL AMOR AL PRÓJIMO. En la Biblia encontramos expresiones de filantropía; sin embargo, el amor al prójimo tiene prevalentemente motivaciones religiosas; más aún, algunas veces se inserta en la experiencia salvífica del éxodo o se fundamenta en el amor del Hijo de Dios a todos los hombres. Tiene más bien un sabor filantrópico la sentencia sapiencial de Si 13,15ss, en donde el amor al prójimo se considera como un fenómeno natural. Un tenor análogo conserva la exhortación a amar a los esclavos juiciosos y a los siervos fieles (Si 7,20s). Sin embargo, en otros pasajes la motivación del amor al prójimo es ciertamente de carácter sobrenatural, ya que esta actitud se presenta como un precepto del Señor (cf Lev 19,18; Mt 5,43; 22,39), e incluso a veces el amor al hermano se fundamenta en el amor a Dios, por lo que este segundo mandamiento es considerado como semejante al primero sobre el amor al Señor (Mt 22,39). A este propósito, Juan se expresa así en su primera carta: "Si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. El que no ama a su hermano, al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve. Éste es el mandamiento que hemos recibido de él: que el que ame a Dios ame también a su hermano" (1Jn 4,20-21). Más aún, el amor auténtico al prójimo depende del amor a Dios: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios y guardamos sus mandamientos" (1Jn 5,2).

En realidad, desde los textos más antiguos de la Sagrada Escritura la relación religiosa con Dios está íntimamente vinculada al comportamiento con el prójimo. El decálogo une los deberes para con el Señor y para con los hermanos (Éx 20,1-17; Dt 5,6-21). Además, muchas veces el amor al prójimo en la Biblia se fundamenta en la conducta de Dios: hay que portarse con amor, porque el Señor ha amado a esas personas (cf Dt 10,18s; Mt 5,44s.48; Lc 6,35s; 1Jn 4,l0s). No se trata, por consiguiente, de mera solidaridad humana o de filantropía, ya que la razón del amor al prójimo es de carácter históricosalvífico o sobrenatural. Por tanto, en la Sagrada Escritura el hecho natural e instintivo del amor ha sido elevado a la esfera religiosa o sobrenatural e insertado en la alianza divina.

a) ¿Quién es el prójimo al que hay que amar? El primer problema por resolver, cuando se habla del amor al "prójimo", concierne al significado de este término. La cuestión dista mucho de resultar ociosa, ya que semejante pregunta se la dirigió también a Jesús nada menos que un doctor de la ley (Lc 10,29). Para el AT, el prójimo es el israelita, muy distinto del pagano y del forastero. En la tórah encontramos el famoso precepto divino de amar al prójimo como a sí mismo, en paralelismo con la prohibición de vengarse contra los hijos del pueblo israelita (Lev 19,18). El prójimo, en realidad, indica al hebreo (cf Éx 2,13; Lev 19,15.17).

En los evangelios, cuando se habla del amor al prójimo, se cita a menudo el precepto de la ley mosaica (cf Mt 19,19; 22,39; Me 12,31.33) y se presupone, al menos en el nivel del Jesús histórico, que el prójimo es el israelita. Pero en la parábola del buen samaritano queda superada esta posición, ya que en ella el prójimo indica con toda claridad a un miembro de un pueblo enemigo (Lc 10,29-36). Jesús revolucionó el mandamiento de la ley mosaica que ordenaba el amor al prójimo y permitía el odio al enemigo (cf Mt 5,43). En las cartas de los apóstoles no pocas veces se apela a la Sagrada Escritura para inculcar el amor al prójimo (Sant 2,8). En este precepto del amor fraterno se ve el cumplimiento pleno de la ley (Gál 5,14; Rom 13,8ss).

b) El amor al forastero. La ley de Moisés no ignora a los emigrados, a los que se establecen en medio de los israelitas, pero sin ser israelitas. Éstos tienen que ser amados, porque también los hijos de Jacob pasaron por la experiencia de la emigración en Egipto (Lev 19,33s). En efecto, Dios ama al forastero y le procura lo necesario para vivir; por eso también los israelitas, que fueron forasteros entierras de Egipto, tienen que amar al forastero por orden del Señor (Dt 10,18s). El autor de la tercera carta de Juan se congratula con Gayo por la caritativa acogida a los forasteros (3Jn 5s).

c) El amor a los enemigos. El Señor en el AT no manda amar a los enemigos; más aún, en estos libros encontramos expresiones y actitudes realmente desconcertantes para los cristianos. Así, las órdenes de exterminar a los paganos y a los enemigos de Israel nos dejan muy desorientados y hasta escandalizados [/.Guerra III]. Efectivamente, la historia del pueblo hebreo está caracterizada por guerras santas, en las que los adversarios fueron aniquilados en un auténtico holocausto, sin que quedara ningún superviviente ni entre los hombres ni entré los animales (cf Éx 17,8ss; Núm 21,21ss; 31,1ss; Dt 2,34; 3,3-7; Jos 6,21.24; 8,24s). Más aún, la Biblia refiere cómo Dios ordenó a veces destinar al anatema, es decir, al exterminio, a todas las poblaciones paganas, sin excluir siquiera a los niños o a las mujeres encinta (cf Jos 11,20; 1Sam 15,1-3). Además, el Sal 109 contiene fuertes implicaciones contra los acusadores del salmista que han devuelto mal por bien y odio por amor (vv. 4ss). En otros lugares del AT se invoca la venganza divina contra los inicuos (cf Sal 5,11; 28,4s; 137,7ss; Jer 11,20; 20,12, etc.). Sin embargo, incluso antes de la venida de Jesús se prescriben en la tórah actitudes que suponen la superación del odio a los enemigos, puesto que se exige\la ayuda a esas personas (cf Éx 23,4s; Prov 25,21). Además, en el AT algunos justos supieron perdonar y amar a las personas que los habían odiado y perseguido. Los modelos más claros y conmovedores de esta caridad los tenemos en el hebreo José y en David. El comportamiento del joven hijo de Jacob resulta verdaderamente evangélico y ejemplar. Fue odiado por sus hermanos, hasta el punto de que tramaron su muerte; en vez de ello fue vendido como esclavo a los madianitas (Gén 37,4ss. 28ss). Cuando las peripecias de la vida lo llevaron al ápice de la gloria, hasta ser nombrado gobernador y virrey de todo el Egipto, pudo haberse vengado con enorme facilidad de sus hermanos. Por el contrario, después de haber puesto a prueba su amor a Benjamín, el otro hijo de su madre Raquel, se les dio a conocer, les perdonó, intentando incluso excusar su pecado, y les ayudó generosamente (Gén 45,1 ss; 50,19ss).

También la historia de David parece muy edificante en esta cuestión del amor a los enemigos. En efecto, el joven pastor, después de haber realizado empresas heroicas en favor de su pueblo, fue odiado por Saúl por su prestigio en aumento; más aún, este rey intentó varias veces acabar con su vida y disparó contra él su lanza (1Sam 18,6-11; 19,Bss), le persiguió y lo acorraló (1Sam 23, 6ss.19ss; 26,1ss). En una ocasión, mientras Saúl le perseguía, se le presentó a David la ocasión de eliminar al rey de una simple lanzada. Pero el hijo de Jesé le respetó la vida, a pesar de que sus hombres le invitaban a vengarse de su rival (ISam 24,4-16; 26,6-20). Otro espléndido ejemplo de amor a los perseguidores nos lo ofreció igualmente David al final de su vida, con ocasión de la rebelión de su hijo Absalón; éste quería destronar a su padre, y para ello sublevó a todo el pueblo, obligando a David a huir de Jerusalén (2Sam 15,7ss); persiguió luego al pequeño grupo que había permanecido fiel al rey y les atacó en la selva de Efraín. Allí el rebelde se quedó enredado con su cabellera en las ramas de una encina, y Joab, faltando a las órdenes dadas por David, lo mató clavándole tres dardos en el corazón (2Sam 18,1-15). Cuando el rey tuvo noticias de la muerte de su hijo tembló de emoción, explotó en lágrimas y lloró, gritando amargamente: "¡Quién me diera haber muerto yo en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!" (2Sam 19,1). Este comportamiento desconcertante irritó profundamente a Joab, que reprochó a David amar a quienes lo odiaban (2Sam 19,7).

En el sermón de la montaña no sólo se anuncia la regla de oro (Mt 7,12 y par), viviendo la cual se destruye toda enemistad, sino que se prohíbe formalmente el odio a los enemigos; más aún, Jesús ordena expresamente amar a esas personas, precepto realmente inaudito para un pueblo acostumbrado a lanzar maldiciones contra sus opresores y perseguidores (cf también los Himnos de Qumrán). El pasaje de Mt 5,43-48 forma el último de los seis mil paralelismos o antítesis de la amplia sección del sermón de la montaña, en donde se recoge la nueva ley del reino de los cielos (Mt 5,21-48). Jesús, al exigir el amor a los enemigos, se enfrenta con la praxis dominante y se inspira en la conducta del Padre celestial, que no excluye a nadie de su corazón y por eso concede a todos sus favores (Mt 5,44s; cf Lc 6,27-35). El modelo perfecto de este amor a los enemigos y los perseguidores lo encontramos en la persona de Jesús, que no sólo no devolvía los insultos recibidos y no amenazaba a nadie durante su pasión (1Pe 2,21ss), sino que desde la cruz suplicaba al Padre por sus verdugos, implorando para ellos el perdón (Lc 23,34). El primer mártir cristiano, el diácono Esteban, imitará a su maestro y Señor, orando por quienes lo lapidaban (He 7,59s).

d) El amor expía los pecados. En este contexto hemos de hacer al menos una alusión al efecto purificador de la caridad. El pasaje de Prov 10,12 contrapone el odio al amor, proclamando que, mientras que el primero sólo origina disensiones y luchas, el amor cubre todas las culpas. Esta sentencia es recogida por Pedro, el cual para estimular al amor fraterno recuerda que con el amor se obtiene el perdón de los pecados (1Pe 4,8).

4. EL AMOR CRISTIANO. En el NT el amor cristiano se presenta como el ideal y el signo distintivo de los discípulos de Jesús. Éstos son cristianos sobre la base del amor: el que ama al hermano y vive para él demuestra que es un seguidor auténtico de aquel maestro que amó a los suyos hasta el signo supremo de dar su vida por ellos. El que no ama permanece en la muerte y no puede ser considerado de ningún modo discípulo de Cristo.

a) ¡Amaos como yo os amo! Jesús invitó a los discípulos a una vida de amor fuerte y concreto, semejante a la suya. En sus discursos de la última cena encontramos interesantes y vibrantes exhortaciones sobre este tema. En el primero de estos grandes sermones, ya desde el principio, Jesús se preocupa del comportamiento de sus amigos en su comunidad durante su ausencia; por eso les dice: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Que como yo os he amado, así también os améis unos a otros. En esto reconocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros" (Jn 13,34s). Este precepto del amor es llamado "mandamiento nuevo", ya que nunca se había exigido nada semejante antes de la venida de Cristo. En efecto, Jesús exige de sus discípulos que se amen hasta el signo supremo del don de la vida, como lo hizo él (Jn 13,1ss); realmente, nadie tiene un amor más grande que el que ofrece su vida por el amigo (Jn 15,13). En el segundo discurso de la última cena el Maestro reanuda este tema en uno de sus trozos iniciales, centrados precisamente en el amor fraterno: "Éste es mi mandamiento: amaos unos a otros como yo os he amado... Esto os mando: amaos unos a otros" (Jn 15,12.17). Son diversos los preceptos que dio Jesús a sus amigos, pero el mandamiento específicamente "suyo" esuno solo: el amor mutuo entre los miembros de su familia.

Juan, en su primera carta, se hace eco de esta enseñanza de Cristo: "Éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros" (Un 3,11; ef Un 5s) hasta el don de la vida siguiendo el ejemplo del Hijo de Dios (1Jn 3,16). Los cristianos deben amarse los unos a los otros, concretamente, según el mandamiento del Padre (Un 3,23). A imitación de Dios, que manifestó su amor inmenso a la humanidad, enviando a la tierra a su Hijo unigénito, los miembros de la Iglesia tienen que amarse los unos a los otros: "Nosotros amamos porque él nos amó primero" (1 Jn 4,19). En realidad, los cristianos tienen que inspirarse en su comportamiento en el amor del Señor Jesús, que llegó a ofrecer su vida por su Iglesia (Ef 5,2).

El último día serán juzgados sobre la base del amor concreto a los hermanos: el que haya ayudado a los necesitados tomará posesión del reino; pero el que se haya cerrado en su egoísmo será enviado al fuego eterno (Mt 25,31-46).

b) Amor sincero, concreto y profundo. En los primeros escritos cristianos encontramos continuamente el eco de esta enseñanza de Jesús. Efectivamente, Pablo en sus cartas inculca en diversas ocasiones y en diferentes tonos el amor fraterno: el amor debe ser sincero y cordial (Rom 12,9s), a imitación del suyo (2Cor 6,6). Los cristianos de Tesalónica demuestran que son modelos perfectos de ese amor sincero (1Tes 1,3; 3,6; 4,9). Entre los creyentes todo tiene que hacerse en el amor (1 Cor 16,14), e incluso en los castigos hay que tomar decisiones conformes con el amor (2Cor 2,6-8; 1Tim 1,5). Efectivamente, lo que cuenta en la vida cristiana es la fe que actúa mediante el amor (Gál 5,6); por eso hay que servir con amor (Gál 5,13). En particular, Pablo enseña que por amor para con el hermano débil hay que renunciar incluso a las comidas lícitas y a la libertad, si ello fuera ocasión para su caída (Rom 14,15; ICor 8,1 ss).

La generosidad a la hora de ofrecer a los necesitados bienes materiales es signo de amor auténtico (2Cor 8,7s). Efectivamente, el amor cristiano no se agota en el sentimiento, sino que ha de concretarse en la ayuda, en el socorro, en el compartir; por eso el rico que cierra su corazón al pobre no está animado por el amor (Un 3,17s). En realidad, el que sostiene que ama a un Dios que no ve y no ama al hermano a quien ve es un mentiroso, porque es incapaz de amar verdaderamente a Dios (Un 4,20). Pero también es verdad lo contrario: la prueba del auténtico amor a los hermanos la constituye el amor a Dios (Un 5,2).

Los padres y los pastores de las Iglesias se alegran y dan gracias a Dios cuando constatan que el amor fraterno se vive entre los cristianos (cf 2Tes 1,3; Ef 1,15; Col 1,3s.8; Flm 5,7; Ap 2,19); ruegan además por el aumento del amor dentro de sus familias (1Tes 3,12; Ef 3,16s; Flp 1,9; Col 2,lss) y amonestan a sus hijos para que profundicen cada vez más en el amor (I Tes 5,12s; Heb 10,24; 2Pe 1,7), caminando en el amor según el ejemplo de Cristo (Ef 5,2), soportando humilde y dulcemente las contrariedades, preocupados por conservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz (Ef 4,1-6; Flp 2, lss), viviendo la palabra de la verdad en el amor y creciendo en Cristo, del que recibe su incremento el cuerpo de la Iglesia, edificándose en el amor (Ef 4,15 s): "Por encima de todo, tened amor, que es el lazo de la perfección" (Col 3,14); "Con el fin de llegar a una fraternidad sincera, amaos entrañablemente unos a otros" (1Pe 1,22). Todos los cristianos tienen que estar animados por el amor fraterno, pero de manera especial los ancianos (Tit 2 2). Este amor, aunque tiene como objetó específico a los miembros de la Iglesia incluye el respeto para con todos (1Pe 2,17; 4,8).

El que está poseído por este amor fraterno permanece en la luz (Un 2,10), vive en comunión con Dios; que es luz (Un 1,5) ha pasado de la muerte a la vida divina (Un 3,14). Efectivamente, Dios mora en el corazón del que ama (Un 4,11 s). El amor se identifica realmente con Dios; es una realidad divina, una chispa del corazón del Padre comunicada a sus hijos, ante la cual uno se queda admirao, lleno de asombro. Pablo exalta hasta tal punto esta virtud del amor que llega a colocarla por encima de la fe y de la esperanza, puesto que nunca podrá fallar: en la gloria del reino ya no se creará ni será ya necesario esperar, puesto que se poseerán las realidades divinas, pero se seguirá amando; más aún, la vida bienaventurada consistirá en contemplar y en amar (1Cor 13). Por consiguiente, el que ama posee ya la felicidad del reino, puesto que vive en Dios, que es amor. La salvación eterna depende de la perseverancia en el amor (1Tim 2,15). Dios, en su justicia, no se olvida del amor de los creyentes, concretado en el servicio (Heb 6,10). Por eso los cristianos animados por el amor aguardan con confianza el juicio de Dios (Un 4,17s).

c) El amor fraterno es fruto del Espíritu Santo. Esta caridad cristiana, tan concreta y profunda, deriva de la acción del Espíritu Santo en el corazón de los creyentes. En efecto, sólo el Espíritu de Dios puede hacer que se obtenga la victoria sobre la carne, es decir, sobre el egoísmo; y por tanto sólo él puede hacer que triunfe el amor. El fragmento de Gál 5,16-26 se presenta en este sentido como muy elocuente y convincente: mientras que las obras de la carne son el libertinaje y el vicio "los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia" (v. 22).

Así pues, la caridad cristiana es obra del Espíritu Santo, que anima la vida de fe; por esta razón Pablo puede atribuir el amor a esta persona divina y expresarse de este modo: "Por el amor del Espíritu Santo, os pido..." (Rom 15,30); "El Señor no nos ha dado Espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor" (2Tim 1,7). Efectivamente, "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha dado" (Rom 5,5).

d) El amor de los pastores de las Iglesias. Los grandes apóstoles y padres de las comunidades cristianas primitivas están animados de una caridad muy profunda a sus discípulos e hijos; por eso se dirigen a ellos con el apelativo queridos o amados (agapétói) (cf Rom 12,19; I Cor 10,14; Sant 1,16; lPe 2,11; 1Jn 2,7; etc.). Pablo ama tiernamente a sus hijos espirituales (Rom 16,5.8; 1Cor 4,17), porque los ha engendrado ala fe. Por eso les amonesta con amor (1Cor 4,14s; 2Cor ll,1l): "En nuestra ternura hacia vosotros, hubiéramos querido entregaros, al mismo tiempo que el evangelio de Dios nuestra propia vida" (ITes 2,8). Alberga idénticos sentimientos hacia sus colaboradores, especialmente por Timoteo (ICor 4,17; 2Tim 1,2; Ef 6,21; Col 1,7; 4,7). Los apóstoles y los presbíteros de Jerusalén presentan a los dos misioneros Bernabé y Pablo como hermanos queridos (He 15,25). Pablo desea ejercer su ministerio con amor y con dulzura; por eso no quiere verse obligado a usar la vara (1 Cor 4,21). Escribiendo a Filemón, le suplica con amor por su hijo Onésimo, sin querer apelar a su derecho de mandar libremente (Flm 9). En general, los apóstoles y los misioneros reciben también como recompensa el amor de sus fieles (Tit 3,15), aunque Pablo observa en algunas de sus comunidades cierta frialdad, a pesar de su fuerte amor (2Cor 12,15). Para este gran apóstol de Cristo, el que es guía o pastor de la comunidad debe buscar la piedad, la justicia, la fe y el amor (1Tim 6,11); debe hacerse el modelo de los fieles en el amor (1 Tim 4,12), debe buscar el amor (2Tim 2,22). Pablo presenta su conducta. y sus palabras sobre la fe y sobre el amor fundado en Cristo Jesús como elemento de inspiración para la vida de Timoteo (2Tim 1,13; 3,10).

e) El amor conyugal. Un aspecto muy interesante del amor cristiano, tratado especialmente en la carta a los Efesios, tiene por objeto el comportamiento de los esposos, es decir, la vida de la pareja, consagrada con el sacramento del l matrimonio. El autor de la carta a los Colosenses se limita a exhortar a los maridos: "Maridos, amad a vuestras esposas y no os irritéis contra ellas" (Col 3,19). Al contrario, en la carta a los Efesios se pone el amor conyugal en relación con la entrega amorosa de Cristo a la Iglesia: el marido tiene que compórtarse con su esposa de la misma manera que el Señor Jesús, que entregó y sacrificó su vida por su esposa, la comunidad mesiánica (Ef 5,25ss).

f) "Koinónía" y comunidad cristiana primitiva. Al hablar del amor fraterno en el NT no se puede omitir una alusión a la vida de la Iglesia apostólica. Tomando como base la descripción que de ella nos hace Lucas en los Hechos de los Apóstoles, queda uno asombrado de la perfecta comunión (koinónía) de corazón y de bienes dentro de la comunidad de los orígenes: los primeros creyentes participaban asiduamente de la vida común, además de las instrucciones de los apóstoles de la eucaristía y de las oraciones (He 2,42). En aquella Iglesia reinaba la comunión plena, vivían juntos y todo era común entre todos los miembros (He 2,44s). En el segundo sumario de la primera sección de los Hechos encontramos otro cuadro idílico de la comunión perfecta entre los cristianos: "Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, sino que tenían en común todas las cosas" (He 4,32; cf vv. 34s). Por consiguiente, se vivía el amor de forma perfecta.

IV. DIOS ES AMOR. El amor humano se presenta como un bien inconmensurable, la fuente de la vida y de la felicidad, porque es una chispa divina, un átomo de la vida de la santísima Trinidad. En efecto, Dios es presentado y descrito como amor: el origen y la manifestación plena del amor. Dios vive en el amor y de amor; actúa porque ama; la creación y la historia encuentran su razón última en su amor. ¿Por qué razón existe el universo? ¿Cuál es la causa última del origen de la humanidad? ¿Por qué ha intervenido Dios en la historia del hombre, formándose un pueblo al que hacer unas promesas de salvación y de redención? ¿Por qué motivo, en la plenitud de los tiempos, envió el Padre a su único Hijo a la tierra? La respuesta a estos y otros interrogantes por el estilo se encuentra en el amor de Dios. El Señor se portó así, actuó de esta manera, porque es amor (1Jn 4,8). La historia atormentada de la humanidad, con tantos momentos tenebrosos, llena de tantas atrocidades y fechorías, siempre resulta iluminada por este faro poderoso de luz: el amor de Dios. La historia de la salvación encuentra su explicación plena en el Dios-amor; la economía de la redención tiene su primer origen en el amor del Padre, es realizada por el amor de Dios y de su Hijo, es completada por el Espíritu Santo, el amor personificado en el seno de la Trinidad, y tiende a la consumación del amor en el reino celestial, el lugar o el estado de la felicidad perfecta y del amor pleno.

1. EL AMOR DE DIOS A LA CREACIÓN Y AL HOMBRE. Todo cuanto existe en el cosmos es obra de Dios; el universo es una criatura del Señor. Éste es el primer artículo del "credo" israelita; la Biblia se abre con la página de la creación del mundo: Dios dijo, y todo vino a la existencia (Gén 1). Los cielos, la tierra, el hombre, los animales, las plantas y las flores todo ha sido hecho por la palabra de Dios (cf Jdt 16,14; Is 48,13; Sal 33,6; Si 42,15). El cuarto evangelista proclama que todo ha llegado a la existencia por medio del Verbo de Dios (Jn 1,3).

a) Dios crea por amor y ama a sus criaturas. Si todo cuanto existe ha sido hecho por Dios, ¿por qué razón crea el Señor? ¿Por qué quiere comunicar la existencia? En particular, ¿por qué hace Dios al hombre partícipe de su vida inmortal? La respuesta última a estas preguntas y otras semejantes se encuentra en el amor de Dios. El Señor crea porque ama. En efecto, amor significa comunicación y don de los propios bienes y del propio ser a los demás.

El AT no ofrece esta explicación de una forma explícita, pero la presupone; por esta razón en los relatos de la creación (Gén 1-3) no aparecen nunca los términos de amor: Allí no se afirma nunca que el Señor cree por amor, porque desee entablar un diálogo de amor con el hombre. Esta refle dón se hará luego, en las etapas máb recientes de la revelación. Efectivamente, en el libro de la sabiduría se proclama sin equívocos que Dios ama atodas sus criaturas (Sab 11,2326): "Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que hiciste pues si algo aborrecieras no lo hubieses creado" (v. 24). Este pasaje insinúa por una parte que el Señor crea por amor, en cuanto que afirma que si Dios odiase alguna cosa no la habría creado; luego, por antítesis, se dice que toda criatura es fruto del amor del Señor. Sobre todo se proclama aquí que Dios ama a todas las cosas que existen y las conserva en su existencia porque las ama. Debido a este amor divino, el creador tiene compasión de todos los hombres, incluso de los pecadores.

El pasaje de Dt 10,18 contiene una afirmación interesante sobre el amor de Dios incluso con los qué no son israelitas: el Señor ama al forastero y le proporciona alimento y vestido. En el libro de l Jonás se representa de forma viva y atrayente el amor inmenso del Señor a los paganos. La cicatería y mezquindad del profeta que no quiere colaborar en la salvación de los ninivitas y se entristece cuando, a su pesar, Dios muestra su amor misericordioso a este pueblo, ponen bien de relieve el interés amoroso y salvífico del Señor también por los no judíos (Jon 1,1ss; 3,1ss; 4,1 ss. 10s).

En realidad, el Padre celestial ama a todos sus hijos de cualquier raza y color, tal como se proclama expresamente en el NT. Dios quiere que todos los hombres consigan la salvación (1Tim 2,4), puesto que los ama y por esa razón envió a su Hijo unigénito a la tierra: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). La muerte de Cristo en la cruz por la humanidad pecadora constituye la prueba más concreta y elocuente del amor de Dios a los hombres (Roan 5,8).

b) Dios ama a los justos. El Señor siente una caridad fuerte y' creadora por todo cuanto existe, y en particular por todos los hombres; pero ama especialmente a los que viven su palabra. Él, que ama la sabiduría (Sab 8,3), la rectitud y la equidad (cf 1Crón 29,17; Sal 11,7; 33,5; 37,28; Is 61,8), tiene un amor particular por las personas justas. El que se porta como padre con los huérfanos y como marido con las viudas, será amado más que una madre por el Altísimo (Si 4,10). Por tanto, el misericordioso es amado tiernamente como hijo de Dios. En realidad, el Señor ama a los justos y trastorna los caminos de los impíos (Sal 146,Bs); ama a todos los que odian el mal y guarda la vida de sus fieles (Sal 97,10). El camino del pecador es detestado por ese Dios que ama la justicia (Prov 15,9). El justo es amado por el Señor, aun cuando muera en edad joven (Sab 4,10); él realmente poseyó la sabiduría, y por eso fue amigo de Dios y profeta; pues bien, Dios ama al que convive con la sabiduría (Sab 7,27s).

De manera muy especial Dios ama a los discípulos auténticos de su Hijo: los creyentes (Rom 1,7; ITim 6,2), aunque los corrige y los pone a prueba (Heb 12,5s). Son objeto de este amor todos los que ayudan generosa y gozosamente a los pobres (2Cor 9,7). Jesús puede asegurar a sus amigos esta maravillosa verdad: son amados por el Padre (Jn 16,27); pero él siente la necesidad de orar a Dios, para que inunde a sus amigos de su amor (Jn 17,26).

2. EL AMOR DEL SEÑOR EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN. ¡Dioses amor! Él ama siempre. Su amor no se limita al acto de crear, sino que se manifiesta continuamente en la existencia de la humanidad. La historia de la salvación es la revelación más elocuente y concreta del amor del Señor; más aún, constituye el diálogo más fascinante de amor entre Dios y el hombre.

a) El Señor ama a su pueblo. Dios ama a todas las criaturas y a todos los hombres, pero sintió un amor especial por Israel y por Jerusalén, su ciudad. El cántico de amor de la viña ilustra con imágenes concretas y elocuentes todas las atenciones y solicitudes del Señor por la casa de Israel (Is 5,1-7). Realmente, Dios amó a Jacob (Mal 1,2); por esta razón el Señor puede declarar a su esposa: "Con amor eterno te he amado, por eso te trato con lealtad" (Jer 31,3). Efraín es para Dios un hijo querido; un niño que hace sus delicias, ante el que se conmueve con cariño (Jer 31,20). Israel fue amado por el Señor desde su infancia, cuando vivía en Egipto, siendo educado por él con ternura y atraído con lazos amorosos (Os 11,1-4). Este pueblo es muy precioso para él; tiene un gran valor a los ojos de Dios, porque es amado por él (Is 43,4). Jacob es el siervo del Señor, el elegido al que ama (Is 44,2); por este motivo Dios, en su gran amor y en su clemencia, lo rescató (Is 63,9). En efecto, tras el castigo por su infidelidad al pacto de amor con el Señor, Israel será amado de nuevo por su esposo divino (Os 2,25); y por eso será atendido, curado e inundado de gozo, de paz y de bendición (Jer 31,3-14; 33,6ss). Dios renovará a Sión por su amor y se alegrará de la salvación de su pueblo (Sof 3,16s). El salmista celebra el amor del Señor a su pueblo proclamando que ha sometido todas las naciones a Israel, porque lo ha amado (Sal 47,5). Debido a este amor el Señor no quisolescuchar las maldiciones de Balaán contra su pueblo, cambiándolas más bien en bendiciones (Dt 23,6). Este amor divino se encuentra en el origen del prodigio del maná, con el que el Señor alimentó a su pueblo durante el éxodo (Sab 16,24ss). Este amor de Dios a Isratl fue reconocido también por el pagano rey de Tiro (2Crón 2,10), mientras que Pablo proclama que los judíos, incluso después de haber rechazado a su mesías y salvador, son amados por Dios por causa de los padres, puesto que los dones y la elección son irrevocables (Rom 11,28s).

Este amor del Señor a su pueblo tuvo una concreción especial en la historia de Israel: la fundación de la ciudad del mesías. Efectivamente, Jerusalén fue objeto de un amor especial de Dios. Los salmistas y los profetas cantan este amor. El Señor ha escogido el monte Sión porque lo ha amado (Sal 76,68); ama las puertas de Sión más que cualquiera otra de las moradas de Jacob (Sal 87,2). Este amor es fuente de esperanza y de gozo; por eso el profeta anima a Jerusalén, asegurándole que el Señor la renovará por medio de su amor (Sof 3,16s).

En efecto, el amor de Dios triunfará y obtendrá la victoria sobre el pecado, la idolatría y la infidelidad de su pueblo, haciéndolo de nuevo capaz de amar; el Señor lo unirá consigo para siempre en el amor y la fidelidad (Os 2,21-25), transformará su corazón de piedra y le dará un corazón nuevo, con el que conocerá espontánea y vitalmente a su Dios (Jer 31,33s; Ez 36,26s): "Con amor eterno te he amado, por eso te trato con lealtad" (Jer 31,3). Efectivamente, el amor del Señor a su pueblo es más tierno y más fuerte que el de una madre a su hijo (Is 49,15).

Si Dios amó de forma tan concreta y eficaz a Israel, no ha demostrado menos amor a su nuevo pueblo, la Iglesia (cf 2Tes 2,16). Más aún; en la última fase de la historia de la salvación, con la llegada del mesías y la creación de 1'a comunidad escatológica, el amor del Señor ha alcanzado la expresión y la concreción suprema. Dios amó al mundo hasta tal punto que le dio a su único Hijo, el cual salva a la humanidad mediante la Iglesia (Jn 3,16s), recogiendo en la unidad a los hijos dispersos de Dios, es decir, dando vida al nuevo pueblo de Dios con su muerte redentora (Jn 11,51s). En efecto, los miembros de la Iglesia, amigos de Cristo, son amados por el Padre (Jn 14,21; 16,27; ¡Tes 1,4); este amor se concreta en la inhabitación de la santísima Trinidad en el corazón de los fieles (Jn 14,23). La prueba suprema del amor de Dios a su pueblo está constituida por el envío del Hijo al mundo (Un 4, 9s:19), para que llevase a cabo la redención de la humanidad con su muerte en la cruz (Rom 5,8). Este amor de Dios por los miembros de la Iglesia se concretó en el don de la filiación divina: "Mirad qué gran amor nos ha dado el Padre al hacer que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos de verdad" (Un 3,1). En la oración de su "hora" Jesús pide para su pueblo el don de la unidad perfecta, para que el mundo reconozca que el Padre amó a la Iglesia como amó a su Hijo (Jn 17,23). El maestro pide que ese amor reine siempre y se manifieste continuamente dentro de su comunidad (Jn 17,26).

Este amor divino es acogido con la fe (Un 4 16) y constituye el secreto de las victorias de la Iglesia contra el mal y la muerte en todos los tiempos, pero sobre todo bajo el peso de las pruebas y de las tribulaciones (Rom 8,35ss). El pueblo de Dios realiza la experiencia del amor divino mediante el don del Espíritu, que se derrama en el corazón de los creyentes (Rom 5,5). Este amor constituye el bien supremo de la Iglesia, del que no puede separarla jamás ninguna fuerza o poderío adverso (Rom 8,38s). En realidad, el Señor es el Dios del amor (2Cor 13,11); más aún, el amor tiene su origen en él (1Jn 4,7), porque él es el amor (Un 4,8.16).

b) Amor benévolo y alianza. En el AT se le reserva un puesto muy importante al aspecto del amor ligado a la alianza, pero trascendiéndola, en cuanto que ese amor indica la misericordia del Señor con su pueblo debido a su fidelidad al pacto sinaítico. No solamente muestra Dios su amor tierno y benévolo a su esposa por ser fiel a la alianza, sino que perdona las infidelidades de Israel y sigue concediéndole su asistencia salvífica, ya que ama a su criatura de un modo espontáneo, casi irracional, al menos según la lógica humana. Pues bien, esta actitud divina de amor fiel y misericordioso se expresa mediante el término hesed, imposible de traducir a las lenguas modernas, y que se indica con varios sustantivos: gracia, amor, misericordia, benevolencia. El Señor, por labios del profeta Oseas, le promete a su esposa unirla consigo para siempre en la justicia en la santidad, en el amor o benevolencia y en la misericordia cariñosa (Os 2,21). En realidad, este Dios amó a Israel con un amor tierno y lo condujo con benevolencia y amor (Jex 31,3). Él es el Dios fiel, que mantiene la alianza y la benevolencia o amor a quienes lo aman (Dt 7,9), pero de manera especial a su pueblo, debido al pacto y al amor benévolo que juró a los padres (Dt 7,12). En estos últimos pasajes se subraya la relación del hesed con la alianza; pero a este propósito hay que recordar que el pacto sancionado por el Señor con Israel no es de carácter paritario y prevalentemente jurídico, sino que expresa el amor salvífico, la gracia, la benevolencia de Dios, aunque con la connotación de su fidelidad a la alianza.

En el salterio se invoca o se exalta continuamente este amor benévolo del Señor. El hombre piadoso que sufre suplica a Dios que lo salve y le socorra con su benevolencia (Sal 6,5), que se acuerde de él según su amor misericordioso (Sal 25,7). El Señor es verdaderamente el Dios de la benevolencia (Sal 59,11.18); todos sus senderos son amor benévolo y fidelidad (Sal 25,10), que superan los cielos (Sal 36,6). El israelita, confiando en la gracia benévola de Dios (Sal 13,6), a semejanza del rey (Sal 21,8), se verá siempre acompañado de este amor misericordioso (Sal 23,6). En el Sal 89 se canta este amor benévolo del Señor a David y su descendencia (vv. lss), que jamás fallará, a pesar de la infidelidad del hombre (vv. 2938). El Señor corona con este amor misericordioso incluso al pecador, renovándolo con su perdón (Sal 103, 3ss). El amor benévolo del Señor es eterno; por eso los salmistas invitan a todos a alabar y a dar gracias a este Dios bueno por ese amor misericordioso tan grande (Sal 106,1; 107,1.8. 15; 117,1s; 118 1ss, etc.). Las intervenciones salvíficas del Señor en la historia de Israel encuentran su fuente y su explicación en este amor benévolo de Dios; más aún, la misma creación es fruto de este hesed divino; el Sal 136 presenta poéticamente a Dios creador y salvador, caracterizado por este amor benévolo: la frase "porque es eterno su amor" forma el estribillo y la aclamación de cada versículo.

En este contexto no podemos dejar de llamar la atención sobre la famosa endíadis hesed we'emet, que significa el amor fiel a las personas con las que uno está ligado mediante un pacto por el vínculo de la sangre. En el AT se apela frecuentemente a este amor fiel del Señor para implorar su misericordia y su ayuda. Moisés en el Sinaí apela en su oración a esta bondad benigna o amor misericordioso del Señor, como fruto de su fidelidad al pacto (Éx 34,6s). El salmista celebra y exalta este amor benévolo y fiel del Señor (Sal 40,11) y lo invoca con ardor en las situaciones desesperadas de la existencia para ser salvado (Sal 57,4). Con la protección de este amor fuerte y misericordioso no hay por qué temer ninguna adversidad; por eso mismo se apela a él (Sal 40,12; 61,8).

c) Los amigos de Dios. En el pueblo de Dios algunas personas en particular son amadas por el Señor porque desempeñan una misión salvífica y han amado con todo el corazón a su Dios, adhiriéndose a él por completo, escuchando su voz y viviendo su palabra: tales son los padres de Israel, Moisés, los justos, el rey David; se les llama amigos de Dios. j Abrahán es el primer padre de Israel, presentado como amigo del Señor (2Crón 20,7; Is 41,8; Dan 3,35; Sant 2,23). Dios conversó afablemente con este siervo suyo y le manifestó sus proyectos, lo mismo que se hace con un amigo íntimo (Gén 18 17ss). También Benjamín fue considerado de tal modo porque fue amado por el Señor (Dt 33,12). l Moisés es otro gran amigo de Dios: hablaba con él cara a cara, lo mismo que habla un hombre con su amigo (Ex 33,11). Moisés fue amado por Dios y por los hombres; su memoria será bendita (Si 45,1); en efecto, él fue el gran mediador de la revelación del amor misericordioso del Señor (Éx 34,6s; Núm 14,18s; Dt 5,9s). También l Samuel fue amado por el Señor (Si 46,13), lo mismo que l David y Salomón (2Sam 12 24;1 Crón 17,16 [LXX]; Si 47,22; Neh 13,26), y lo mismo el siervo del Señor (Is 48,14). Finalmente, todos los hombres fieles y piadosos son amigos de Dios (Sal 127,2).

En el NT los amigos de Dios y de su Hijo son los creyentes (cf 1Tes 1,4; 2Tes 2,13; Col 3,12), y de manera especial los apóstoles y los primeros discípulos, que son amados por el Padre y por Jesús (Jn 14,21; 17,23). Pero es preciso merecer esta amistad divina, observando y guardando la palabra del Hijo de Dios (Jn 14,23s), es decir, creyendo vitalmente en él (Jn 17,26). En el grupo de los primeros seguidores de Cristo hay uno que es designado especialmente por el cuarto evangelista como "el discípulo amado", es decir, el amigo de Jesús (Jn 21,7.20), que se reclinó sobre el pecho del maestro (Jn 13,23), es decir, vivió en profunda intimidad con el Hijo de Dios, lo siguió hasta el Calvario (Jn 18,15; 19,26s) y lo amó intensamente (Jn 20,2-5).

d) El Padre ama al Hijo. Dios ama las cosas creadas, a los hombres, a su pueblo, y de manera especial a los justos y a los discípulos de Cristo; pero el objeto primero y principal de su amor es su Hijo unigénito,-el Verbo hecho carne. El Padre en persona proclama a Jesús, su Hijo predilecto y amado; a la orilla del Jordán, durante el bautismo de Cristo, hizo oír su voz: "Tú eres mi Hijo amado (ho agapétós)"(Mc 1,11 y par). Análoga proclamación se oye en la cima del Tabor, durante la transfiguración de Jesús (Mc 9,7 y par.; 2Pe 1,17). En la parábola de los viñadores homicidas se presenta al heredero como hijo amado, con evidente alusión a Jesús (Mc 12,6 y par.). El primer evangelista recoge también el oráculo profético de Is 42,1ss, en donde se presenta al mesías como el siervo amado por el Señor (Mt 12,18).

En realidad, el Padre ama al Hijo ya desde la eternidad (Jn 17,24); por eso lo ha puesto todo bajo su poder (Jn 3,35). Este amor único explica la razón de por qué el Padre muestra al Hijo todo lo que hace (Jn 5,20). Por otro lado, Jesús es Hijo obediente, dispuesto a ofrecer su vida para cumplir la voluntad del Padre; por eso lo ama el Padre (Jn 10,17). Este amor tan fuerte y profundo es análogo al que siente Jesús por sus amigos (Jn 15,9). Por consiguiente, Cristo es el amado por excelencia, el predilecto del Padre (Ef 1,6), que ha arrancado a los creyentes del dominio de las tinieblas para trasladarlos al reino del Hijo de su amor (Col 1,13).

e) La elección de amor. El Deuteronomio en particular presenta la historia de Israel como una elección de amor: Dios escogió a este pueblo, no porque fuera mayor y mejor que las demás naciones, sino porque lo amó con un amor de predilección. El Señor escogió para sí a este pueblo y lo hizo suyo con pruebas, signos, portentos, luchas, con mano fuerte y brazo extendido, aplastando a naciones más poderosas, para hacerlo entrar en posesión de la tierra prometida, sólo porque amó a sus padres (Dt 4,34-38). Por amor a los padres, el Señor se unió con los israelitas, escogiéndolos entre todos los pueblos (Dt 10,15). La razón última de la elección y de la liberación de Israel reside, por tanto, únicamente en el amor especial de Dios a este pueblo (Dt 7,7s). El Señor escogió a Jacob porque lo amó más que a Esaú (Mal 1,2s; Rom 9,13.25).

f) Amor, castigo y perdón. El Señor amó a Israel con un amor tan apasionado y fuerte, que unió a esta comunidad consigo como a una esposa. La liberación de la esclavitud de Egipto y la alianza del Sinaí son consideradas por los profetas como realidades nupciales; la epopeya del éxodo representa la celebración del matrimonio entre el Señor e Israel. Desgraciadamente, esta esposa se mostró muy pronto infiel; se prostituyó a los dioses extranjeros, abandonando al único verdadero Dios. ¿Qué hará este esposo celoso después de las traiciones y adulterios de su esposa? La castigará con dureza y severidad (Os 9,15), la obligará a abandonar a sus amantes, la llevará a una conversión radical y profunda, y luego le concederá su perdón y la rehabilitará, destruyendo sus abominables pecados (Os 2,4-25; 3,1-5; 14,5-9): "Yo los curaré de su apostasia,, los amaré de todo corazón, pues mi ira se ha apartado ya de ellos" (Os 14,5).

El Señor por boca de los profetas denuncia la maldad de su pueblo y su escaso amor, amenazándole con desventuras y castigos (Jer 11,15ss). Dios repudia a la que era la delicia de su alma, abandonándola en manos de sus enemigos (Jer 4,27ss; 12,7), golpeándola con un castigo despiadado por su gran iniquidad (Jer 30,14s). Sin embargo, tras el castigo vendrá el perdón: el Señor curará las heridas de su esposa y volverá a conducirla a la patria, mostrándole su compasión y su amor creador (Jer 30,16ss; 31,3-14.23-28). El profeta Ezequiel, en dos párrafos muy extensos y cargados de pathos, presenta la historia de Israel en clave de amor nupcial, traicionado por la esposa del Señor con sus adulterios y prostituciones. Este pueblo está simbolizado en dos hermanas, Jerusalén y Samaría, infieles a Dios desde su juventud, y por eso mismo castigadas severamente. Después del tremendo castigo reservado a las adúlteras, el Señor volverá a acordarse del pacto sinaítico y establecerá con su esposa perdonada una alianza perenne, renovándola y purificándola de todas sus inmundicias y suciedad (Ez 16; 23; 36,16-36).

Jerusalén, bajo los golpes del castigo divino que la aniquilaron y la dejaron hecha una desolación (Lam l,lss), reconoce la justicia de Dios (Lam 1,18ss) porque se ha convertido. Tobit en su cántico invita a Israel a convertirse, ya que el castigo del destierro fue merecido justamente por sus iniquidades (Tob 13,3ss). Este cambio radical atrae el amor y la misericordia de Dios (Tob 13,8). Por lo demás, el Señor asegura a su pueblo que lo hará resurgir, puesto que lo ama como si no lo hubiera rechazado nunca (Zac 10,6).

En realidad, también el castigo es signo de amor; la prueba y la corrección muestran el interés de Dios por su pueblo, para que se convierta (Heb 12,4ss). El testigo fiel y verdadero reprocha con severidad a la Iglesia de Laodicea su frialdad y sus miserias porque la ama, y por eso la invita urgente y calurosamente a la conversión (Ap 3,19).

3. DIOS REVELA PLENAMENTE SU AMOR EN EL HIJO. El Señor se manifestó concretamente en la historia de Israel como un Dios de amor y de bondad, como un padre benévolo y piadoso que perdona todas las culpas de su pueblo y lo cura de todas sus enfermedades (cf Sal 85,2ss; 103, 3.13); pero la plenitud de. esta revelación del amor la experimentamos en la fase final de la economía de la salvación, con la venida a la tierra del Hijo unigénito de Dios.

a) Cristo es la manifestación perfecta del amor del Padre. El NT proclama en varias ocasiones y sin equívoco alguno que la prueba suprema del amor de Dios a la humanidad se nos ofreció en el don de su Hijo, el unigénito. Por eso Jesús, con su persona y con su obra, constituye la revelación plena del amor del Padre al mundo y a su pueblo. Dios no habría podido imaginarse ni ofrecer un signo más elocuente y más fuerte de su amor ardiente a los hombres pecadores: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único" (Jn 3,16). El Verbo encarnado constituye realmente la manifestación suprema de la caridad inconcebible del Padre a la humanidad dispersa, necesitada de redención y de salvación. Toda la persona de Cristo es don del amor de Dios; en él el Padre revela perfectamente los latidos de su corazón solícito por el mundo sumergido en las tinieblas del pecado.

El cuarto evangelista no menciona expresamente en este pasaje la muerte en la cruz del Hijo de Dios, aun cuando esté insinuada en el contexto próximo, ya que poco antes quedó proclamada la necesidad de que fuera levantado el Hijo del hombre a semejanza de la serpiente de bronce en el desierto (Jn 3,14). Pablo, por el contrario, declara deforma explícita que el signo supremo del amor de Dios para con nosotros, pecadores, se encuentra en la muerte del Señor Jesús: "Dios mostró su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom 5,8). El Padre nos ha amado tanto que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó en sacrificio por todos nosotros (Rom 8,32). Cristo crucificado, sabiduría de Dios (1Cor 1,30; 2,1-7), es, por consiguiente, la concreción plena y perfecta del amor que el Padre tiene a su Iglesia (Rom 8,39).

Juan en su primera carta sintetiza los dos aspectos de la revelación del amor del Padre en el envío del Hijo y en el sacrificio del Calvario: "En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros: en que ha mandado a su Hijo único al mundo para que nosotros vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos ha amado a nosotros y ha enviado a su Hijo como víctima expiatoria por nuestros pecados" (Un 4,9s). En efecto, la presentación de Jesús como propiciación o propiciatorio o víctima de expiación recuerda los pasajes en donde Jesucristo es proclamado propiciación por nuestros pecados y por los de todo el mundo (Un 2,2), ya que el Hijo de Dios nos purifica de todo pecado con su sangre (Un 1,7; cf Rom 3,25). En estos textos es bastante transparente la alusión a la muerte redentora de Cristo. Por consiguiente, la revelación o prueba suprema del amor del Padre a la humanidad pecadora está constituida por el Hijo, que muere en la cruz por haber amado a su Iglesia hasta el límite supremo (Jn 13,11ss). No puede concebirse un amor más grande y más fuerte de Dios y de su Hijo.

b) Jesús ama a todos los hombres: los amigos y los pecadores. Cristo es la manifestación perfecta de la caridad divina del Padre; en realidad él amó de forma profunda y concreta, como solamente un hombre de corazón puro y un verdadero Dios podía amar. Jesús amó sinceramente a todos los hombres, a los justos y a los pecadores. Observemos en primer lugar que él quiso profundamente a sus amigos. Al ser verdadero hombre, sintió necesidad de la amistad, del calor de una familia a la que amar. El grupo de los primeros discípulos formó su familia espiritual, a la que estuvo siempre muy apegado y cuyos miembros constituían sus amigos. En su segundo discurso de la última cena les hace esta declaración de amor: "Vosotros sois mis amigos... Ya no os llamo siervos...; yo os he llamado amigos..." (Jn 15,14s). Baste con este recuerdo, pues al hablar de los amigos de Dios tocamos ya el presente tema.

El Verbo encarnado amó de verdad con corazón humano. El segundo evangelio, en la relación de la vocación del joven rico, indica que Jesús lo amó apenas su interlocutor le aseguró que había guardado todos los mandamientos de Dios desde su niñez (Me 10,17-21 a). Este amor se transformó pronto en conmiseración, ya que el joven no acogió la invitación del maestro bueno, debido a las muchas riquezas que poseía (Me 10,21b;25). Por el contrario, en el caso de Lázaro y de sus hermanas, Jesús demostró una amistad sólida y profunda. Marta y María pueden contar con el apoyo de Jesús; por eso, con ocasión de la enfermedad mortal de su hermano, le envían este recado: "Tu amigo está enfermo" (Jn 11,3). La indicación del evangelista sobre el amor del maestro por la familia de Lázaro (Jn 11,5) insiste en que Jesús se había encariñado mucho con aquellos hermanos. Pero la observación que pone más de manifiesto el profundo amor de Cristo por el amigo muerto radica en sus lágrimas, expresión de amor profundo, hasta el punto de que los judíos comentan: "Mirad cuánto lo quería" (Jn 11,35s).

Jesús quiso sincera y profundamente a sus amigos, pero es el salvador de todos los hombres (Jn 4,42); por consiguiente, no excluye a nadie de su corazón; más aún, los pobres y los pecadores son el objeto privilegiado de su caridad divina. Los sinópticos están de acuerdo en señalar la familiaridad del maestro con los publicanos y los pecadores; en la descripción de la vocación de Leví se mostró vivamente este comportamiento de Jesús, que para los escribas y fariseos se convierte en motivo de escándalo y ocasión de reproche y contestación, ya que el maestro compartió su mesa y comió con los pecadores, personas aborrecibles para los ` justos" (Me 2,13-16 y par). La respuesta de Jesús resulta muy luminosa sobre su misión salvífica, y por tanto sobre su conducta: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Me 2,17 y par). El tercer evangelista añade la expresión "para que se conviertan" (Lc 5,32), indicando que el maestro con su amor intenta favorecer el cambio radical de vida de los pecadores. Jesús es el médico divino, que ha venido a curar a la humanidad herida mortalmente por el pecado; por eso, para poder cumplir con su misión, es decir, para devolver la salud y salvar a los pecadores, tiene que amarlos, tiene que interesarse por ellos, tiene que visitarlos y estar cerca de ellos. Era tan evidente el interés, el amor, la familiaridad de Jesús con los pecadores, que sus calumniadores lo definían como "amigo de los publicanos y de los pecadores" (Mt 11,19 = Lc 7,34).

El evangelista que describe con especial esmero la amistad de Jesús con los pecadores es Lucas. Se deleita refiriendo palabras y representando escenas de conversión, en las que resulta conmovedor el cariño de Jesús por esas personas, que los ` justos" evitan y desprecian. La descripción de la unción de los pies del maestro Por parte de la prostituta en la casa del fariseo Simón constituye una escena defino arte dramático y de profunda soteriología. La confrontación de los dos personajes, el ` justo" y la pecadora, hace resaltar por oposición no sólo la Se y el amor de la mujer, sino también la compasión y la misericordia del Señor. En efecto, Jesús defiende a la pecadora, y muestra al fariseo que la ha salvado su fe. Jesús la ha acogido, se ha dejado tocar, lavar y ungir los pies por ella (con grave escándalo del ` justo" Simón), porque la ama, ya que es el salvador de todos los hombres (Lc 7,36-50). En el episodio de la conversión de Zaqueo, que es una copia del relato de la vocación de Leví, se subraya la finalidad salvífica de la amistad de Jesús con este "archipublicano" (jefe de los publicanos). También aquí se recogen las murmuraciones de .los justos por haberse autoinvitado el maestro a la casa de ese pecador público: Jesús, después de proclamar que su visita ha traído la salvación, declara que ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,110). Cristo es realmente el buen pastor, que va en busca de la oveja perdida y no desiste en su empeño hasta haberla encontrado; cuando finalmente la encuentra, la pone sobre sus hombros, lleno de gozo, y celebra una gran fiesta con los amigos y los vecinos para hacerlos partícipes de su felicidad; ¡tanto ama el buen pastor a sus ovejas! (Lc 15,4ss). Obsérvese que las tres maravillosas parábolas de la misericordia divina (Lc 15,3-32) brotaron del corazón de Cristo para justificar su comportamiento amoroso y familiar con los publicanos y pecadores frente a las murmuraciones de los fariseos y de los escribas, los ` justos" (Lc 15,1-3). Pablo es uno de esos pecadores conquistados por el amor del buen pastor; la gracia misericordiosa del Señor Jesús sobreabundó en él con la fe y el amor que hay en Cristo (1Tim 1,14).

c) El amor de Jesús a la Iglesia. El Hijo de Dios amó a todos los hombres y murió efectivamente para salvar a todos; pero siente un amor único, un amor esponsal, por su Iglesia, formada por las personas que acogen su palabra. En realidad, esa porción de la humanidad es la esposa de Cristo, amada por el esposo mesiáiaico (cf Mc 2,18ss y par; Mt 22,2ss; 25, lss; Jn 3,29) hasta el signo supremo: "Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo que le había llegado la hora .... Jesús, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1). Cristo amó en serio a su Iglesia (cf 2Tes 2,13; Ef 2,4; Ap 3,9) y con un amor semejante al que el Padre tiene por el Hijo (Jn 15,9), ofreciéndole la prueba suprema del amor: el sacrificio de su vida por su salvación (Jn 15,13; 1Jn 3, I6); a Jesucristo, "a aquel que nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados con su propia sangre y nos ha hecho un reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (Ap 1,5).

Jesús amó concretamente a su esposa, ofreciéndose a sí mismo por ella como oblación y sacrificio de suave olor a Dios (Ef 5,2)). La Iglesia es realmente la esposa de Cristo, objeto de su caridad divina; ha sido salvada con su muerte redentora, actualizada y hecha eficaz en los sacramentos: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, a fin de santificarla por medio del agua del bautismo y de la palabra" (Ef 5,25s).

Ninguna adversidad ni ninguna fuerza enemiga podrán separar a la Iglesia del amor de su esposo: "¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de aquel que nos amó" (Rom 8,35.37). Más aún, este amor tan fuerte y tan ardiente del Señor Jesús, concretado en el sacrificio de la cruz, tiene que constituir la fuerza dinámica, la energía de la vida de la comunidad cristiana: "Porque el amor de Cristo nos apremia pensando que si uno murió por todos, todos murieron con él; y murió por todos para que los que viven no vivan para sí, sino para quien murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,14s). Pablo experimentó en primera persona este amor del Señor Jesús, y lo vive de forma profunda para corresponder al don de la caridad divina, concretada en la muerte del Calvario: "Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí. Mi vida presente la vivo en la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2,20). Este amor de Cristo trasciende y supera todo conocimiento humano; su experiencia, tan divina y embriagadora, es un don del Padre, y por eso hay que pedirlo en la oración (Ef 3,14-19); aquí el autor sagrado pide por sus fieles, para que, arraigados y fundamentados en el amor, consigan entender "cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad y conocer el amor de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento" (vV. 18S).

BIBL.: BULTMANN R., El mandamiento cristiano del amor al prójimo en Creer y comprender 1, Studium, Madrid 1974, 199-211; DE Gum1 S., Amistad y amor, en Diccionario Teológico Interdisciplinar I, Salamanca 1982, 370-399; NYGREN, A., Eros y agape, Sagitario, Barcelona 1969; SpicQ C., Agapé en el Nuevo Testamento; análisis de textos Cares, Madrid 1977;

S.A. Panimolle