VOCACIÓN
DicPc
 

I. INTRODUCCIÓN.

Del latino vocatio-onis, designa la acción de «llamar» a alguien para algo. Aunque el significado usual suele identificar la vocación con la vida religiosa, esto es sin duda un reduccionismo, y lo es en dos sentidos: el primero y más amplio, porque la vocación no puede referirse únicamente al ámbito de la /religión; y en segundo lugar, porque la vocación religiosa suele identificarse, no sólo en Occidente, con la llamada a abrazar un modo de vida celibatario, sea referido a los que reciben el sacramento del Orden –en el /Cristianismo–, sea a los que emiten unos votos de consagración a Dios, o sea a los que esa vida de celibato la consideran necesaria para lograr un determinado propósito. Por eso, nosotros nos referimos aquí al sentido más amplio que tiene el concepto.

En el griego clásico los vocablos kaléo (llamar) y klesis (llamada) no tienen un significado primariamente religioso. Por otro lado, el sentido de vocación interpersonal que hallamos en la tradición religiosa bíblica es desconocido por completo en el mundo griego, sin que sea la menor causa el que los dioses griegos no eran concebidos como entidades estrictamente personales, y no convocaban al hombre a su amistad ni a su intimidad, como sí encontramos, encambio, en la tradición cultural semito-cristiana. Y no puede ser de otro modo, habida cuenta que los griegos desconocían por completo el concepto de /persona.

En su sentido genérico, pues, la vocación se refiere a la llamada que todo hombre experimenta, sea en el interior de su propia conciencia, sea merced a la convocación que le viene de fuera de sí, mediante otras personas, o incluso instados por el Otro Absoluto. Mas tampoco debemos descartar una vocación que el hombre pueda experimentar a través de las cosas naturales, como percibimos hoy de modo acuciante con el creciente problema ecológico1. La vocación es, así, aquella convocatoria que la persona percibe o descubre, y que le impele a buscar su plena realización humana nutriéndose de ciertos /valores superiores, humanizantes, porque la persona es, precisamente, una vocación a esos valores. Y cualquier persona medianamente equilibrada y resuelta quiere, no sólo perseverar en su ser personal, sino también enriquecerse interiormente orientando su vida, en lo que tiene de suya, en una forma que posibilite la realización de su proyecto vital como ser humano. De este modo, la calidad de la vocación personal viene mediada y discernida por la calidad de nuestro /compromiso personal hacia la causa del hombre, y por la adhesión y realización de sus valores plenamente humanizantes. No existe dicotomía legítima entre nuestra causa y la causa de los otros, por lo que una vocación individual que olvidara o pasara por encima de la vocación de los otros hombres en su personificación, sería por completo ilegítima e inmoral, pues un hombre sólo llega a ser persona cuando percibe a los demás hombres como personas y acepta que tienen una /dignidad inanebatable. Y por lo dicho hasta ahora, nos percatamos de que la palabra vocación es análoga e incluso equívoca.

II. LA VOCACIÓN ES ADHESIÓN A FIDELIDADES.

En el crecimiento personal, es necesario permanecer atento a las propias fidelidades interiores, las que delimitan una vida auténticamente humana de una vida que consiste en conformarse al mero sobrevivir, diluyéndose entre los acontecimientos que nos asaltan y nos zarandean. La adhesión a lo momentáneo, el cambiar continuo de quehacer, el realizar lo que los otros hacen por el mero hecho de que lo hacen, el apegarnos a las dictaduras de las modas fugaces, el andar perenne y enfermizamente pendientes de qué dirán o qué pensarán los demás sobre nuestra vida, sobre nuestras obras o acerca de nuestras opciones existenciales, van vaciando de contenido sustancial la propia vida en lo que tiene de proyecto vital personalmente encarrilado y dirigido. Deambular por la vida cambiando de rumbo, como una veleta distorsionada de continuo por el viento, hace que la vida personal se nos presente como una vacuidad sólo configurada de retazos o trozos sueltos de vida, cuando no como una completa frustración de nuestro proyecto existencial.

La adhesión a las mejores fidelidades, las que diseñan el /sentido de nuestra vida, articulan nuestra vocación dotándola de contenido y coloreando nuestra vida. Y de la misma forma que cuando sentimos un gran dolor por la muerte de una persona amada, por la traición de un amigo, por una circunstancia que se nos va de las manos, ese acontecimiento nos imprime su carácter en todo lo que hacemos, pensamos o decimos, impregnando de tristeza toda nuestra vida, así también cuando disponemos de un proyecto vital que pone en marcha todas nuestras ilusiones y energías, nuestro quehacer se transfigura, y también, con nuestra alegría, se nos iluminan todas las cosas, hasta las más cotidianas y vulgares, de forma que nos contemplamos a nosotros mismos con un /sentido para vivir. Quizás las personas, los acontecimientos y las cosas permanezcan inalteradas a nuestro alrededor, pero la adhesión firme a las fidelidades y el empeño constante en su consecución o, en su caso, nuestra deserción hacia ellas, hace que nuestra percepción de lo que nos rodea cambie esencialmente para nosotros, pues a menudo las circunstancias externas cambian o no dependiendo de que cambie o no nuestra mirada sobre ellas; y que nadie me acuse por esto de idealista.

Por otro lado, las mejores fidelidades son hacia las personas, más incluso que hacia los valores. Por esto, no existe una adhesión vocacional que excluya a los otros, hasta el punto que toda presencia de otra persona ante nosotros es ya una vocación a su encuentro y una invitación a asumir fidelidades hacia ella. Y aunque poder escuchar la voz del /otro o contemplar su rostro puede ser una /gracia —aunque también puede convertirse en un /sufrimiento—, no siempre somos sensibles a la llamada del otro, del mismo modo que el otro no siempre atiende nuestra apelación. Entre todas las llamadas del otro, la que más nos mueve (nos con-mueve) es la que viene del grito del dolor o de la mirada que implora nuestra ayuda. El otro doliente o sufriente nos pro-voca (nos llama ante o frente a nosotros); nos con-voca (nos llama hasta llegar a él), instando a nuestra conversión, a vertirnos hacia él para socorrerlo, para liberarlo, para, al menos, sufrir con él, a su lado (/empatía-simpatía).

III. VOCACIÓN Y LIMITACIÓN PERSONAL.

Las decisiones que el hombre toma no brotan de una libertad incontaminada y abstracta, sino siempre situada y concreta, como lo es su protagonista. En forma alguna la libertad de un hombre posee unas potencialidades ilimitadas, ni siquiera si se trata de una persona recién nacida. Y ello por varios motivos:

1. Desde la misma generación biológica nacemos en cierta medida preconfigurados de modo natural, e incluso psíquicamente condicionados; es una predisposición tan esencial —pues entra en juego la genética—que nunca podremos liberarnos de ella por completo. No es igual haber nacido en un ambiente religioso que en un laicismo extremo, ni lo es disponer o no de oportunidades para poder cultivar las capacidades intelectuales, etc.

2. Del mismo modo, nos condiciona el ambiente vital, la cultura, la familia, los amigos, los adversarios, la Weltanschauung —el sistema de valores y creencias en el que nacemos y que nos es connatural o habitual—. Tenemos un color de piel o de ojos concreto, una altura física determinada, una estructura psico-anímica concreta, etc.

3. Nuestra vida pasada, con las opciones tomadas y los caminos descartados, hacen que nuestra vocación futura vaya teniendo una angostura cada vez más delimitada. Quien se ha entregado al alcohol durante decenios, difícilmente podrá convertirse en un atleta, por muy fuerte que perciba ahora tal vocación, pues los años pasados y la decadencia física provocada por ese vicio lo hará imposible. En el lenguaje filosófico clásico se diría que los hábitos nos marcan desde dentro, como una segunda naturaleza.

4. Finalmente, la irreversibilidad no sólo de las opciones libres, sino también de los eventos físicos, hacen que, aunque nuestra vocación posterior sea otra, ya no podamos cumplirla. Así, una mujer que descubre en las cercanías de su vejez su vocación de ser madre, ya no podrá cumplirla, pues el implacable tiempo transcurrido frustra definitivamente esa vocación. De aquí la necesidad de tomar las decisiones capitales de nuestra vocación cuando todavía es el tiempo oportuno, pues a veces es muy difícil, cuando no imposible, rectificar. Aunque un solo acto humano no suele marcar de una vez y para siempre a una persona, pues un solo día frío no hace invierno, lo cierto es que existen actos aislados del hombre que pueden dividir su existencia en dos partes irreconciliables, aunque no necesariamente esto debe ser algo traumático. Naturalmente, si un hombre pone fin a su vida suicidándose, se acabó para él todo futuro histórico; y si una persona es padre o madre, no puede evitar serlo o haberlo sido. En este sentido, más que atender a los actos aislados de la totalidad de nuestra vida, hay que prestar atención a nuestras actitudes básicas, las que entretejen nuestra existencia en lo que tienen de opción fundamental y vital de la persona.

Por otra parte, la vida personal, aunque puede ser comprendida en sus distintos aspectos básicos (su trabajo, su mundo afectivo, el familiar, etc.), puede abarcarse en una sola mirada, hasta poder ser entendida como una totalidad. Aunque nunca esa totalidad es una abstracción que pueda desatender cada uno de los actos particulares del hombre, sino que, al contrario, en cada opción particular se ve implicado todo el hombre. Pero en esto conviene diferenciar lo que en el hombre son sus actos no elegibles (el latir del corazón, la función respiratoria, etc.), que el hombre realiza sin que ejercite en ellos su libertad, y sus opciones morales, los actos plenamente queridos y proyectados por el hombre como explícitamente suyos. Estos son los que nos revelan lo que cada cual hace con su vida, la figura del hombre, la plasmación de su /personalidad y de su /carácter.

Cuanto menos vida ha vivido una persona, cuanto más joven es, no sólo son más numerosas las posibilidades de su vida, sino que también son más elásticas y menos fijadas; las opciones para configurar su vocación vital son mayores, y de un abanico más grande y rico. Pero en la medida en que la persona comienza a elegir, y hacerlo es siempre optar por algo y rehusar a algo, el hombre se enmarañará en la trama de su vida y, a la vez que con cada decisión se abren ante él nuevos caminos, también va dejando atrás, en cada elección, otros posibles horizontes, muchos de ellos abandonados para siempre. Cada decisión y cada opción compromete todos los proyectos ulteriores, siendo a veces imposible rectificar, y siendo absolutamente imposible hacer que el tiempo retroceda y que nosotros no hayamos vivido lo que ya hemos vivido; el tiempo es irreversible, como lo es nuestra vida ya vivida.

IV. CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE LA VOCACIÓN PERSONAL.

Conviene que nos detengamos, sin pretensión de exhaustividad, en caracterizar los rasgos fundamentales de la vocación personal.

1. La propia vocación personal nunca está esclarecida de una vez y para siempre. Hemos dicho que la vocación es algo que, o bien nos viene de fuera (de los otros, o de ciertas circunstancias), o bien de nuestro propio interior. Pero lo que nunca suele suceder es que el hombre adquiera conciencia de su vocación existencial como algo que le venga de una sola vez y para siempre de forma acabada. El hombre libre nunca suele saber con certeza y sin dudas cuál es su vocación definitiva y última; además, nada ni nadie le obliga a realizar de un modo irreversible lo que debe hacer con su vida. Pero lo que no admite duda alguna es que el pasado es esencialmente irrevocable; e incluso en el caso en que unos acontecimientos negativos sean o puedan ser perdonados e incluso redimidos, esto no significa que lo que ha pasado pueda volver a pasar de nuevo tal y como aconteció. Aunque la vocación es algo que podemos estar cumpliendo, no puede dejar de prolongarse al devenir, sea próximo oremoto. Pero lo esencial del futuro es que siempre es incierto y, justamente por esto, mantiene siempre su oscuridad e imprevisibilidad completa.

Ninguna persona posee una vocación que sea percibida, ni por ella misma ni por los demás, en todos sus rasgos acabadamente y sin fisura alguna. El desarrollo de la vida de la persona, esencialmente dinámico, así como su inserción en la historia, en el espacio y el tiempo, en una cultura y en una situación social determinada (en sus niveles principales: económico, político, laboral, etc.), su propia evolución interior, su /carácter particular, etc., hacen que la figura propia de su vocación personal deba siempre ser discernida, aceptada, configurada, renovada, e incluso, si es el caso, repudiada.

El confrontamiento con la realidad hace que nuestra vocación deba ser de continuo discernida. Si ella es ilusoria o falaz, la realidad se ocupa normalmente de dejarla en su sitio, de frustrarla o afianzarla. Saber despertar de una ilusión, percatamos de la imposibilidad de nuestro proyecto, es un sano ejercicio que atestigua que vivimos verdaderamente en la realidad. Cuando esto sucede, el hombre sincero y adulto debe saber abandonar ese proyecto, por doloroso que pueda resultarle. Aunque también debe poder elegir, ante las dificultades, a menudo muy grandes, en la construcción de su vocación, en seguirla a pesar de la dureza de las decisiones a tomar, o incluso cuando su seguimiento nos suponga un desgarro interior, que siempre suele ser purificador de nuestras auténticas intenciones (que no hay que descartar que sean torcidas en cierto sentido), nuestros intereses y posibilidades reales. De este modo, de la misma forma que hemos de emprender nuestra vocación con ilusión, es preciso que nos desilusionemos de ella, pues es la única forma de poder verla sin dejarnos llevar por apariencias y autoengaños. Sólo desde esta desilusión podremos verdaderamente ilusionamos positivamente en nuestro proyecto vital, desde la consistencia del que está aposentado en la realidad y no en la falsa complacencia del engaño.

2. La vocación personal nunca es una sola, ni lo es a una sola cosa. El hombre no es un ser unidimensional y no puede construir su existencia atendiendo a un único aspecto, sino que su vida y la riqueza de sus matices hacen que más que hablar de vocación, sea necesario hablar de vocaciones. Así, uno se percibe como instado a optar por tener o no convicciones religiosas, políticas, económicas, culturales, familiares, etc. El hombre, animal cultural, debe configurar su existencia en la adhesión a valores, fidelidades e ideales que no se refieren a un solo campo de su existencia, sino a todos los principales eventos en los que se ve inmerso. Así, aunque uno sienta fuertemente una llamada a formar una familia, a vivir con la persona que ama, etc., eso no excluye que también deba tomar posición ante los problemas políticos; debe elegir si votar o no votar en unas elecciones (y lo haga o no, ya configura su vocación hacia lo político), y debe también decidir a qué persona o partido político vota, e incluso si él quiere participar en la vida política partidista, etc. Todas estas cosas también son vocaciones, en cuyas opciones el /hombre da cuenta de su existir encarnado. La persona, en fin, aunque tiene un solo /rostro, tiene una encarnación vocacional poliédrica y no absolutamente unívoca.

3. Entre las vocaciones de la persona suele existir una vocación dominante que es el motor del resto. Hemos visto que el hombre tiene diferentes vocaciones. Pero de entre ellas suele destacar una, que es, sea la que sea, la que configura y colorea esencialmente nuestra vida, haciendo que, desde ella, optemos en un sentido o en otro por las demás. Y es un rasgo plenamente humano el que la persona madura ejercite la opción fundamental de su vida en la adhesión a unos valores esenciales que son los que ella considera que constituyen su vocación básica. En este sentido, la vocación dominante es contemplada tan íntima como esencialmente para la persona, que esta termina siendo identificada con aquella. Así, valga de ejemplo, un misionero que ha elegido compartir su vida con los más empobrecidos y que ha optado por entregar su existencia completa al servicio de los demás, se percibe a sí mismo esencialmente como misionero, y todo el resto de sus vocaciones (familiares, económicas, políticas, culturales, etc.) son elegidas a tenor de que puedan ser complementadas con la vocación más importante.

4. Elegir nuestro «estado de vida» es una concreción precisa de nuestra vocación. Entre las opciones que se nos presentan en nuestra vida, una de las más importantes es elegir nuestro estado de vida, es decir, si queremos permanecer solteros, casados, célibes, etc. Pero sucede frecuentemente que nuestra vocación, en lo que tiene de designación de nuestro estado de vida, e incluso de nuestra dedicación profesional, no coincide con nuestros gustos. Nos vemos, entonces, haciendo algo que no nos satisface y que es, normalmente, un medio para nuestro sostenimiento económico o social. Aquí el hombre se siente íntimamente enajenado y, aunque no siempre pone necesariamente en riesgo la construcción de su /' personalidad, muchas veces hace que viva una vida frustrada y mecánica. De aquí la importancia, incluso la suerte, de trabajar en lo que nos place y en aquello en lo que nos sentimos realizados. Con mayor razón cabe decirlo de la persona que ha logrado vivir en el estado de vida que percibe como parte de su vocación personal, o incluso de quien puede compartir su vida con la persona a la que ama y por la que es amada.

5. La vocación esencial de todo hombre es a ser persona. No existe opción más importante que el hombre pueda tomar que la de considerarse a sí propio como un fin en sí mismo, y nunca como un medio para nada. No es legítimo optar por una vocación, por fuerte que esa llamada sea percibida, que implique un rebajamiento de la propia dignidad. Precisamente, la elección de un proyecto vital o vocación se toma porque el hombre percibe que, de ese modo, desarrollará plenamente su ser personal. Así, por ejemplo, en el caso de que alguien experimente la llamada a introducirse en un grupo o secta, del matiz que sea, o a asumir una ideología determinada, esta vocación nunca puede ejercitarse a costa de que el hombre deba renunciar a su propia dignidad. No existe ninguna vocación, por imperiosamente que la persona la perciba, que sea más digna que su propia dignidad personal. Una vocación es digna de ser aceptada por la persona sólo en el caso en que esa vocación no conlleve una mengua de la ontológica dignidad de la persona.

Tan lúcida como escépticamente, Zubiri afirmaba que «es dudoso que todo el mundo tenga vocación. Para tenerla hacen falta aptitudes, pero no se sabe si se ha tenido vocación más que cuando la vida va a terminar. La mayoría de los hombres viven sólo un trozo de su vida»2. Con certeza el filósofo español sostiene que la vocación se percibe con más claridad a posteriori que a priori, es decir, que cuando de veras nos percibimos con una fuerte vocación es cuando ya la hemos desarrollado, esto es, al final de nuestra vida. Zubiri entendía la vocación como un sistema de intereses, lo que no deja de ser cierto, pero que difícilmente agota todo lo que la persona percibe como vocación. Pero una cosa es que el hombre entreteja minuciosamente su sistema de proyectos o la totalidad de su vida entendida como proyecto global (cosa que difícilmente se ve consumada acabadamente y de una vez para siempre), y otra es que exista persona alguna que carezca por completo de vocación, ya sea por la llamada que la persona percibe de las otras personas, del interior de su propia conciencia, de Dios o incluso del mundo natural.

6. Nuestra vocación nunca depende en exclusiva de nosotros mismos. Incluso cuando percibimos con claridad cuál es nuestra prioritaria vocación, su cumplimiento implica tomar en cuenta a los demás. En efecto, muchas de nuestras opciones fundamentales repercuten en los demás, particularmente en los que nos son más cercanos; y ello no puede ser de otro modo, pues el hombre es un ser social y es persona comunitaria. Por esto, una persona no puede moralmente seguir una vocación que signifique realizarla a costa de infligir un mal –pretendido– a los demás, en el sentido de construirla precisamente en la medida en que realiza un mal a otro, pues no es legítimo pretender lograr un bien a través del uso de medios inmorales. Esto no significa que siempre la vocación deba ser por completo inocua hacia los otros. Así, si uno es policía y detiene a un ladrón, le inflige a este –desde su perspectiva– un mal. Naturalmente, no nos referimos a ese mal subjetivo. O también, sirva como ejemplo, si el misionero al que antes mencionábamos, debe elegir entre seguir su vocación dejando en su país de origen a sus padres, deberá sopesar el mal que eso implica –en la perspectiva de sus padres, si es el caso– y la urgencia del seguimiento de su vocación.

La vocación no puede quedarse sólo en el socrático «conócete a ti mismo», sino que, superando el determinismo griego, la vocación consiste en poder «construir uno mismo su propia vida», en la medida en que le sea posible, sin que esto signifique, contra los individualistas, que uno pueda hacerse a sí mismo sólo desde /sí mismo, y únicamente consigo mismo, pues nosotros siempre necesitamos de los demás. De este modo, el «construir uno mismo su propia vida» debe corregirse añadiendo: «Con los demás». Por esto la vocación no tiene lugar cuando el hombre no puede disponer de su vida hasta el punto de ser su verdadero autor en lo concerniente a las grandes decisiones.

7. La vocación personal no es querida si no es realizada prácticamente. Nadie puede preverse con certeza a /sí mismo con la definitiva consecución de su vocación existencial, sino que cada día debe ser de nuevo buscada, querida, procurada, realizada. Por eso es necesario huir del voluntarismo estéril; quien siente una vocación a algo, debe empeñarse todo lo que le sea posible en lograrlo, poniendo en ello todas sus fuerzas y sus aptitudes, pues las buenas intenciones que no desembocan en una praxis adecuada no son nunca suficientes. Si alguien dijera: «Siento una gran vocación por la vida jurídica», y pudiendo estudiar Derecho, teniendo todas las facilidades para ello, no lo hiciera, denota o bien un infantilismo, o bien una enorme abulia o, sencillamente, una falsa vocación. Como escribía López Aranguren: «La tarea ética no consiste simplemente en proyectar adecuadamente, sino también en realizar cumplidamente el proyecto»3.

La vocación, en lo que tiene de esencial, como proyecto personal, es siempre quehacer; y una vez que los rasgos básicos de ella han sido logrados, no por esto el hombre puede dejarse ir a sí mismo, desatendiendo y desentendiéndose de su vocación; esta es una perenne tarea, una praxis, tanto en su proyección previa como en su mantenimiento y en su futuribilidad. La vocación nunca deja de tener un componente esencialmente futurizo, pues el tiempo que todavía nos aguarda, y que es nuevo –radicalmente in-vivido por nosotros–, y los acontecimientos que nos salgan al paso, y las opciones básicas que vayamos tomando, nos irán diciendo si nuestra vocación se cumple o si todavía la percibimos como nuestro propio proyecto en ejecución. Pero aunque la vocación sea quehacer, compromiso constante y proyección de futuro, no significa que estemos condenados, como sostenía A. Camus en El mito de Sísifo, a que toda nuestra vida se vea continuamente frustrada y deba siempre estar comenzando de nuevo inútilmente, sabiendo que la tarea emprendida es inútil; esta concepción pesimista y circular del tiempo y de la vida humana, propia del mundo griego, es completamente falsa e inaceptable, y sumerge al hombre en una desesperanza que le conduce al absurdo y al quietismo; en definitiva, a la /nada y el vacío4.

8. En la construcción de la propia vocación hay que compaginar su llamada con nuestras aptitudes. Es posible que alguien tenga vocación a algo, pero que no pueda realizarlo. Así, alguien puede sentir una fuerte vocación a ser médico para poder ayudar con su arte a los demás, y no dispone de la necesaria inteligencia para conseguir acabar los estudios. En este caso, no puede negarse que se tenga esa vocación, pero esta choca con la imposibilidad de la falta de aptitudes. No obstante, esto sirve para nuestras vocaciones secundarias –como es ser médico–, pero no sirve para nuestra vocación principal –ser persona–, pues todo hombre, sean cuales sean sus aptitudes y capacidades, dispone de todo lo fundamental para serlo, por ser digno en sí, al margen de la brillantez de sus capacidades. Y cuando esto no es así, es porque la persona se encuentra en una situación de postración injusta, de la que debe luchar por salir ella misma o bien ser liberada por otro; de aquí la importancia del respeto y de la actualización de los /derechos humanos. En este sentido, la /justicia debida a uno mismo y a los otros, se presenta como una condición esencial para la propia realización del hombre como persona y para el cumplimiento de su vocación existencial.

9. La pureza de nuestras intenciones y el empeño en la construcción de nuestra vocación no son garantías de su cumplimiento. El hombre espera que, siguiendo su vocación, hallará unas ciertas dosis de /felicidad. Buscar la propia realización, incluso sin dejarse atrapar ni por el /utilitarismo ni por el /hedonismo, significa intentar llevar a término lo que uno quiere hacer con su vida. Sin embargo, nuestra buena voluntad, nuestras intenciones legítimas y todo nuestro empeño, no garantizan que lograremos acabadamente cumplir nuestra vocación. Por eso, la amenaza de la frustración siempre es para el hombre una posibilidad que no hay que olvidar. Y el /fracaso puede ser todavía más grande cuanto mayor sea nuestro empeño en lograr nuestra vocación. Pero en la construcción de nuestra existencia hay que contar con que algunos imponderables nos imposibiliten realizarla. Desarrollar la propia vida implica una sabia combinación, que sólo se adquiere en la percepción del éxito y el fracaso, entre la adhesión llena de celo a los valores personales que nos merecen la pena en su compromiso, y la dejación luminosa de opciones y caminos que no sólo entorpecen el desarrollo de nuestra vida, sino que amenazan seriamente con una frustración que incluso puede llegar a ser definitiva. En este sentido, una vez que el hombre ha cumplido todo lo que está en su mano hacer, debe darse por satisfecho y, sabedor de su contingencia, sólo le queda la /esperanza de que Dios no permita que nos malogremos por completo.

Para concluir, he aquí cómo describe J. G. Fichte al hombre que ha encontrado su vocación, pasando desde el autoengaño, el error, el dolor y la confusión, hasta la liberación interior: «¡Oh! ¡Y cuántos días de mi vida pasé en la oscuridad, amasando error sobre error, y teniéndome por sabio!» (...). «Bendigo la hora en que me decidí a pensar en mí mismo y en mi destino. Todas las dudas están disipadas; sé lo que puedo saber, y no me preocupa lo que no puedo saber. Estoy liberado; en mi espíritu reina perfecta armonía y claridad, y empieza a vivir una nueva y más hermosa existencia» (...). «Me siento una criatura nueva. Mis relaciones con el mundo exterior han cambiado. Los hilos que me ataban a las cosas exteriores, provocando mis sentimientos, se han roto para siempre, estoy libre y yo mismo soy un mundo tranquilo e inmutable (...). Mi corazón se ha libertado para siempre de la confusión y el error, de la incertidumbre, de la duda y de la angustia; mi corazón está limpio de tristeza, de arrepentimientos y de concupiscencias»5.

 

NOTAS: 1 Por eso no hay que olvidar aquella advertencia que Nietzsche ponía en boca de su Zaratustra, en el sentido de que el hombre, o el superhombre debe ser fiel a la tierra, a su propio estatuto ontológico terreno; aunque en forma alguna esto conlleve que aceptemos el reduccionismo materialista nietzscheano, al que nos oponemos resueltamente. — 2 Sobre el hombre, 657. — 3 Ética, 283. — 4 El que esta sea una concepción falaz no significa que no haya tenido fervientes partidarios, particularmente en épocas de crisis. Por eso no debe extrañarnos que también los tenga en la actualidad, que no sólo vivimos en una época de crisis, sino de crisis vertiginosa. — 5 J. G. FICHTE, El destino del hombre, 160, 162 y 164.

BIBL.: ALAIZ A., El amigo, ese tesoro, San Pablo, Madrid 19968; BENZO MESTRE M., Sobre el sentido de la vida, BAC, Madrid 19865; DE ECHEVERRÍA L., La vocación, esa misteriosa luz, BAC, Madrid 1978; DíAz C., Esperar construyendo, Instituto Teológico de Murcia, Murcia 1994; FICHTE J. G., El destino del hombre, Espasa-Calpe, Madrid 1976; LÓPEZ ARANGUREN J. L., Etica, Revista de Occidente, Madrid 1976'; LÓPEZ QUINTAS A., La cultura y el sentido de la vida, PPC, Madrid 1993; VAN KAAM A., Ser yo mismo. Reflexiones sobre espiritualidad y originalidad, Narcea, Madrid 1977; ZUBIRI X., Sobre el hombre, Alianza Editorial-Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid 1986.

M. Moreno Villa