TÉCNICA
Y TECNOLOGÍA
DicPC
 

I. INTRODUCCIÓN: EL HOMBRE, ANIMAL TÉCNICO.

La técnica, contra lo que se suele pensar, es anterior a la ciencia: cuando interviene la ciencia, la técnica deviene tecnología: la tecnología es el resultado de la aplicación de la ciencia a la técnica. Pero la técnica es tan antigua como la humanidad; pueden darse sociedades humanas sin instituciones jurídicas o políticas, pero no sociedades humanas sin técnicas, pues no es una actividad entre otras, sino el complemento necesario de toda actividad. Max Weber la ha definido del modo siguiente: «Técnica de una acción significa el conjunto de los medios aplicados en ella», añadiendo que «con respecto a la acción concreta, esa aportación técnica (desde la perspectiva de la actividad total) constituye su verdadero sentido y los medios que emplea son su técnica. En este sentido, hay una técnica para cada forma de actividad: técnica de la oración, técnica de la ascética, técnica del pensamiento y de la investigación, técnica mnemónica, técnica de la educación, técnica del poder político, técnica administrativa, técnica erótica»1, etc.

La técnica constituye un rasgo exclusivo del hombre, por el que se distingue del animal. Las técnicas más elementales se dirigen a la satisfacción de necesidades y a la evitación de dificultades, defendiendo incluso al hombre de la hostilidad de la naturaleza, frente a la cual sería inferior al animal, si no dispusiera de la técnica. Ortega y Gasset ha visto muy bien esta dimensión de la técnica: «El hombre empieza cuando empieza la técnica»; y «no hay hombre sin técnica»2. Y es que el hombre es un ser excepcional: su ser no es una realidad acabada, sino por hacer, quehacer: proyecto, programa, invento. La técnica permite al hombre cumplir ese programa, mediante la manipulación y reforma de la naturaleza. Porque, para el hombre, estar en el mundo, existir, supone tanto facilidades como dificultades; estas podrían impedir el cumplimiento del programa o proyecto: para garantizar ese cumplimiento, el hombre dispone de la técnica.

Ahora bien, la aparición de la /burguesía en el mundo de la producción significó, entre otras cosas, la aplicación de la ciencia a la técnica. A partir de aquel momento, el hombre logra un auténtico reinado sobre la naturaleza. En esa aplicación de la ciencia a la técnica consiste precisamente la tecnología, que podría definirse como una técnica científica. Tal novedad se situaría, por tanto, en torno al Renacimiento: es la opinión de la mayoría de los estudiosos, aunque no son pocos los que piensan que la tecnología en sentido estricto, es decir, tal como la entendemos hoy, surge con la revolución industrial de los siglos XVII y XIX. Sin embargo, sería posible identificar la actividad tecnológica, e incluso la tecnología como reflexión sobre la técnica, en la época de los griegos, a los que B. Gille no duda en atribuir «una voluntad deliberada de conjugar el esfuerzo científico y el esfuerzo técnico» y «una técnica que busca su racionalidad y apela a los principios que la ciencia acaba de descubrir»3. En cualquier caso, podemos afirmar que toda tecnología es técnica, pero no a la inversa.

II. LA TECNO-EVOLUCIÓN: EL MIEDO DEL SIGLO XXI.

La técnica ha sido objeto de estudio por parte de multitud de filósofos y científicos. Aludiremos sólo a algunas concepciones de la misma: la cristiana, la explicación de Xavier Zubiri y la de J. D. García Bacca. La cosmovisión cristiana ve en la técnica el dominio de la naturaleza, que se convierte en servidora de la libertad del espíritu; y, en el fondo, es liberada. Ese es el sentido que Denis de Rougemont ha visto en el texto de san Pablo: «La creación entera está aguardando, en anhelante espera, la manifestación de los hijos de Dios... con la esperanza de que también ella será librada de la esclavitud de la destrucción... para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rom 8,19-21). Comenta De Rougemont: «Hay aquí un programa grandioso de acción sobre el cosmos, que se ofrece al hombre... Lo que la naturaleza espera del hombre es una acción que domine y libere, no una reverencia devota y temerosa»4. Zubiri critica la concepción aristotélica, de acuerdo con la cual la técnica aparece como contrapuesta a la naturaleza: a la técnica no le competen los productos naturales, sino solamente los productos artificiales, los artefactos. Según Zubiri, la técnica humana puede obtener los mismos resultados –productos– que produce la naturaleza, desde las partículas elementales hasta los cuerpos compuestos y «es dable creer que no se halla remoto el día en que se produzca la síntesis de algún tipo de materia viva»5. El hombre, gracias a la técnica, puede reproducir los entes que, antes, quedaban reservados a la naturaleza; y, por tanto, la técnica no se limita a los artefactos, contrapuestos a los productos naturales: alcanza también a estos.

García Bacca ofrece un concepto de técnica, en la que intervienen dos dimensiones. En primer lugar, la emancipación del hombre respecto de la naturaleza: en un comienzo, el hombre era mera creatura, hasta que, gracias a la técnica, logró convertirse en «Señor de lo natural»6. En segundo lugar, el hombre no se limita a emanciparse de la naturaleza, sino que se dedica a manipularla; esta manipulación posee un alcance omnímodo, si se tiene en cuenta que García Bacca considera al ser natural como posibilidad múltiple, como caos, como campo para la actividad del hombre; cada decantación real es un ente. Ahora bien, todo ente es ser, haz de posibilidades, no es algo definitivo o esencial. Por eso, el hombre puede traspasar al ente y entrar en su ser, haciendo salir otros entes, otras decantaciones reales. Y, así, unos entes pueden ser transformados en otros entes; ello se logra mediante la técnica. De ahí que, si se atiende a la etimología de los términos, la técnica sea entendida como metafísica. Y el hombre deviene «empresario del universo..., metafísico»; y «empresario entitativo»7, que puebla de novedades el universo. La técnica da al hombre tal poder, que García Bacca no duda en hablar, para definir al hombre, de teología en vez de antropología.

Y he aquí una posibilidad que aterra: la humanidad podría entrar en una etapa en la que el protagonista de la evolución ya no sería el /hombre, sino la técnica misma. Hottois ha acuñado el término tecno-evolución para referirse a una nueva etapa de la evolución, diferenciándola de las dos precedentes: la bio-evolución, etapa de la vida anterior a la aparición del hombre, y la logo-evolución, etapa de la historia humana, caracterizada por el logos. Se podría asimismo acuñar el término tecnosfera, paralelo al de tecnoevolución, apoyándonos en los utilizados por Teilhard de Chardin cuando distingue la noosfera, nivel del espíritu, de la biosfera, nivel de la vida, y de la geosfera, nivel de la materia. Que inauguramos una nueva etapa, caracterizada por el protagonismo de la ciencia y de la técnica, ambas en indestructible alianza, nadie podría negarlo. Pero es asimismo innegable que esa nueva etapa es inaugurada por el hombre, aunque este termine siendo sacrificado y, por tanto, perdiendo el protagonismo en ella: una posibilidad que está ahí, frente a nosotros. Afortunadamente, existe la posibilidad de que el hombre presida y protagonice, además de inaugurarla, esa nueva etapa.

El problema puede afrontarse desde dos planteamientos distintos: planteamiento humanista y planteamiento evolucionista. Partiendo de esa distinción, Hottois estudia las distintas consecuencias que se seguirían, de acuerdo con cada planteamiento. Si el hombre optara, desde el planteamiento humanista, por la logo-evolución, que absorbería a la tecno-evolución, estaríamos ante una tautología: opción del hombre a favor del hombre y opción de la ética a favor de la ética. Esta actitud es, evidentemente, conservadora. Pero el hombre puede optar por la tecno-evolución, guiado por esta consideración: ¿y si, más allá del bien del hombre, existe el bien de la evolución? Entonces no se comete una tautología, sino una contradicción, ya que el hombre opta por lo no-humano, lo in-humano. El bien de la humanidad se reduciría a un nivel determinado de la evolución; puede seguirle otro bien, el de la tecno-evolución, respecto del cual no tendrían sentido las preocupaciones por lo humano, ya que se trataría de otro nivel. La tecno-evolución constituiría una super-humanidad o una trans-humanidad. Desde ese planteamiento, estarían justificados todos los intentos y todos los ensayos: libertad de investigación, no en nombre del progreso de la humanidad, sino en nombre de la creatividad evolutiva. La tecnoevolución solicita, si podemos expresamos así, los planteamientos morales, interpelando las capacidades de decisión del hombre. No necesariamente ha de imponerse, en términos exclusivos, la selección, porque la situación es ambigua, no determinada. Esa ambigüedad se percibe perfectamente en la cibernética y en la informática, en las cuales, junto a una dimensión de servicio al hombre, existe otra de autonomía frente al hombre. Es más visible aún en la biotecnología: una dimensión terapéutica —la técnica al servicio de la salud— y otra meramente evolutiva —sólo rige el propio crecimiento de la técnica biológica—.

Desde siempre ha existido un recelo miedoso respecto a las innovaciones aportadas por la evolución de la técnica. Es un recelo frente a la dimensión prometeica y fáustica del hombre, que podría poner en movimiento ciertas fuerzas incontrolables. La incorporación de la máquina a los procesos de la producción y a la vida cotidiana de los hombres desencadenó un miedo, que fue calificado de miedo del siglo XX (E. Mounier). Cuando parecía superado ese miedo, emerge con caracteres apocalípticos otro miedo, provocado esta vez por el aceleradísimo desarrollo tecnológico, pudiéndosele llamar miedo del siglo XXI, aunque germina ya en las postrimerías del siglo XX.

III. DEFENSA DE LA TÉCNICA.

«La cultura se ha constituido en sistema de defensa contra las técnicas»8 porque se tiene la idea de que los objetos técnicos son inhumanos; se odia a la técnica como se odia al extranjero. Pero para que la cultura cumpla con su papel de manera cabal, debe ser capaz de ver la realidad técnica como hija suya, como una realidad humana y cultural. En el terreno del conocimiento, son inmensas las posibilidades que la técnica ofrece al hombre, especialmente en el campo de la informática, de modo que nos encontramos a punto de realizar, mediante el acceso a los bancos de datos más sofisticados, el sueño de los Enciclopedistas.

Insistiendo en la coextensividad de la técnica en su relación con el hombre, podemos ahora referirnos a la ayuda extraordinaria que presta a los intereses más genuinos del hombre en el ámbito de la voluntad: la acción humana recibe unos recursos que la colocan en un nivel óptimo. En primer lugar, la ciencia y la técnica pueden facilitar la realización más eficaz de determinados objetivos, al proporcionar, para su consecución, una información rigurosa y completa sobre los métodos y medios más adecuados. Incluso pueden orientar la acción con una buena descripción de las posibilidades que se le ofrecen a aquella. En tal sentido, el problema de la información, tal como esta interviene en la cibernética, «juega un papel preponderante en [la explicación de] la génesis del mal y, por tanto, debe jugarlo en la reflexión moral. La moral se encuentra ligada de esta forma a la teoría de la decisión»9. Muchos males derivan de una falta de información o de una información inadecuada. Gracias a la información, podemos aspirar a una mayor racionalidad en nuestras decisiones. Es más: esa racionalidad «implica un deber moral, el deber de la información»10. Hay que huir de la llamada idea única: una información parcial que excluye cualquier deseo de ampliarla y precipita la opción.

La ciencia y la técnica pueden asimismo ayudar a justificar la opción realizada. Pueden, además, contribuir a que una acción o una realidad determinadas se muestren, frente a otras, como las más dignas de ser buscadas, perseguidas, veneradas, pudiendo exigir la inmolación y el sacrificio. De esta manera, se refuerza en gran medida la /responsabilidad y se abren campos nuevos para la ética. Por otra parte, ciertos rasgos de la actividad científico-técnica constituyen un paradigma de la acción humana. Esta actividad sustituye, ante los procesos naturales, la pasividad por la iniciativa, promoviendo procesos artificiales, que permiten obtener efectos que no se obtendrían de otra manera. Y puede sustituir la actitud instintiva por una planificación, que reduciría los condicionamientos y las contingencias de la herencia y de los mecanismos innatos.

Se pueden, así, detectar cierta afinidad y cierta analogía entre dicha actividad y la propia de la voluntad libre: la primera, por su carácter creador, operativo, transformador, se convierte en el símbolo de la segunda, en su acción ética y en su acción histórica. Dos ámbitos, antitéticos en una primera instancia, devienen análogos y afines. Por otro lado, al reducirse los determinismos de la naturaleza, se ve reforzada la libertad de la voluntad. Y la imaginación científica promueve la invención ética. En ambas es, por lo demás, decisiva la re-flexión crítica.

Pero la información combate también la esclavitud y la alienación en otros ámbitos. Todo el mundo conoce la influencia del cine, la televisión y la aviación en el desarrollo de los pueblos atrasados. La información proporcionada por. los aparatos puede resultar positiva en tales sentidos y puede multiplicarse, siempre que no sea secuestrada.

IV. EL PROGRESO TÉCNICO COMO PROBLEMA MORAL.

La técnica forma parte de la cultura. Sólo los hombres, afirma De Rougemont, somos responsables de los males posibles ocasionados por la técnica. Y, en tal sentido, la técnica lo que hace es colocarnos frente a nuestras más graves opciones, obligándonos a «reconsiderar de la manera más concreta la cuestión de los verdaderos fines de nuestra vida y de la verdadera naturaleza del hombre». De Rougemont añade este interrogante: «¿No residiría en eso su más extraordinario milagro?»11. Estamos ante un problema de adaptación. Situaciones semejantes fueron ya superadas por el hombre. Cumplida esa adaptación, accederemos a un nuevo humanismo, capaz de incorporarse a la técnica, y que habrá que llamar humanismo de la técnica, dejando esta de ser «una de las zonas más obscuras de nuestra civilización»12. Para que eso ocurra, hemos de introducir el problema moral en la cuestión de la técnica y de la tecnología. Hoy existe una fuerte consciencia de la necesidad de que el desarrollo de la técnica sufra la mediación de la moral. ¿Qué moral? Esta cuestión se sale del marco de nuestra reflexión. Ahora nos limitamos a afirmar que debe intervenir la moral. Esa necesidad fue percibida ya por los griegos. La idea central del discurso mítico expuesto por Platón en su Protágoras, se refiere a que el progreso comprende no sólo las técnicas industriales, que, distribuidas entre grupos capacitados, funcionan mediante la división del trabajo, no siendo, por tanto, cuestión de todos, sino también la técnica social y /política, que sí obliga a todos. Las donaciones divinas y el robo de Prometeo constituyen una versión mítica de la capacidad que la naturaleza presta a los hombres para adaptarse al medio y sobrevivir: el ejercicio de esa capacidad, la aplicación de esas técnicas, significa un progreso, un ascenso. Mas tal progreso se desmoronaría si los hombres no dispusieran del recurso ético-político: serían víctimas de la superioridad física de los animales y, si estos fuesen domina-dos, aun existiría el peligro de que los hombres se destruyeran mutuamente. Pero, decididos a usar «el sentido moral y la justicia», añade el mito platónico, los hombres consiguieron que «en las ciudades hubiera orden y lazos creadores de amistad»". Aplicado a nuestro problema, la /ciencia y la técnica contribuirán a los conflictos y a la destrucción, si los hombres no practican el sentido moral y la /justicia, en una palabra, si la razón instrumental no se subordina a la razón moral.

NOTAS: 1 M. WEBER, Economía y sociedad, FCE, México 1977, 47. – 2 J. ORTEGA Y GASSET, Meditación de la técnica, 17 y 53. – 3 B. GILLE, Les mecaniciens grecs, Seuil, París 1980, 8 y 28. – 4 D. DE ROUGEMONT, Le cheminement des esprits. L'Europe en jeu II, Baconniére, Neuchátel 1970, 126. – 5 X. ZuBIRI, Sobre la esencia, 85. – 6 J. D. GARCÍA BACCA, Elogio de la técnica, 74. – 7 J. D. GARCÍA BACCA, Metafísica, 446-447 y 463. – 8 G. SIMONDON, Du mode d éxistence des objets techniques, 9. – 9  J. FOURASTIÉ, La moral prospectiva, Cid, Madrid 1968, 93. – 10 ID, 204. – 11 DE ROUGEMONT, a.c., 141. – 12 G. SIMONDON, a.c., 252. – 13 Protágoras, 322 C.

BIBL.: GARCÍA BACCA J. D., Elogio de la técnica, Anthropos, Barcelona 1987; ID, Antropología filosófica contemporánea, Anthropos, Barcelona 1982; ID, Metafísica, FCE, México 1963; GARCÍA MARTÍNEZ R., Técnica y moral, Anthropos, Barcelona 1996; Go-FFI J. Y., Philosophie de la técnique, PUF, París 1988; HOTTOts G., Humanisme et évolutionisme dans la philosophie de la technique, Revue Internationale de Philosophie 161 (1987/2); ORTEGA Y GASSET J., Meditación de la técnica, Revista de Occidente, Madrid 1968; QUINTANILLA M. A., Tecnología: un en-foque filosófico, Fundesco, Madrid 1989; SIMONDON G., Du mode d éxistence des objets techniques, Aubier, París 1989; ZUBIRI X., Sobre la esencia, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid 1962.

R. García Martínez