SENTIMIENTO
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Para acercarnos al término sentimiento, primero debemos diferenciarlo del término sensación. Esta se sitúa en la esfera tendencial-instintiva del hombre y procede de la operación de los sentidos; se entiende generalmente como un fenómeno cognoscitivo primario, por el que captamos las cualidades de los objetos materiales. El término sentimiento se refiere a la esfera psíquico-afectiva, y es difícil precisar su significado, pues tanto puede referirse al conjunto de la vida afectiva o psíquica, como tener un significado más preciso. En el primer sentido, sentimiento es sinónimo de afectividad, y se referiría, en general, al modo como el sujeto, la persona, es afectado por el mundo circundante. El segundo es más particular, y se refiere a uno de los modos concretos que afectan al sujeto; los otros serían: emociones y pasiones. Pasiones puede referirse al modo clásico en que se denominaban los sentimientos y, en general, la vida psíquica; y venían consideradas como no pertenecientes a la esfera racional, es decir como no libres. Hoy, más bien, se denominan así las inclinaciones o tendencias de gran intensidad. Es decir, las pasiones son fenómenos pasivos, no mediados por la /voluntad, que se experimentan como fuerzas que arrastran. Se distinguen de las emociones en su duración, y de los sentimientos en que están orientadas a conseguir el objeto que desencadena la pasión, mientras los sentimientos tienen un carácter indiferenciado. El significado de las emociones está relacionado con su significado etimológico: emovere, que significa agitar: la emoción es un modo de sentirse afectado, que va acompañado de una cierta conmoción somática, es decir existe una correlación clara entre la conmoción psicológica y la conmoción corporal. Sentimientos serían todos los demás fenómenos afectivos. Es decir, los afectos que pertenecen a la esfera libre y espiritual del sujeto. Se caracterizan por:

1. Determinar la situación de la persona; a diferencia de emociones y pasiones, que tienen una referencia lógica y real a un objeto, los sentimientos apuntan al sujeto, e indican precisamente el mundo del sujeto y de sus relaciones personales.

2. Son estados generalizados, a diferencia de las emociones y pasiones, que están ligadas a estímulos y reacciones somáticas más o menos conscientes.

3. Son estados que marcan el presente; aun cuando se evocan, se viven en presente, es decir, indican al sujeto el aquí y ahora de su situación, desde su perspectiva en tanto que tal /sujeto.

1. BREVE ESBOZO HISTÓRICO.

Los sentimientos, o también pasiones para la reflexión clásica, han sido siempre parte necesaria del pensamiento: todos los grandes pensadores se han interesado en ellos de un modo u otro. Hay dos líneas generales en su consideración, que confluyen en el siglo XX. La primera, más antigua, tiene como principales representantes a Aristóteles y su continuador medieval, Tomás de Aquino. Para estos, los sentimientos están relacionados con las tendencias del hombre. Las tendencias no son para Aristóteles, como para la modernidad, las inclinaciones del sujeto marcadas por su instintividad, es decir, por las necesidades básicas de su ser biológico; sino que constituyen, en general, la respuesta del viviente a un fenómeno de tipo cognoscitivo. El sentimiento sería la tendencia sentida por el sujeto, la percepción interna de la tendencia; es decir, no constituyen un nuevo objeto del sentir interno. Desde este punto de vista, no hay distinción, por ejemplo, entre estar y sentirse alegre. Precisamente por su relación con las tendencias, los sentimientos incluyen en sí una valoración de la realidad en términos de atracción o rechazo. Es decir, los sentimientos se distinguen por su intencionalidad. Así aparece la clasificación de los sentimientos o pasiones en función de su objeto; por ejemplo, el miedo se relaciona necesariamente con una situación de peligro, presunto o real, pero percibido como tal por el sujeto, que en esto no puede engañarse: nadie siente miedo por una situación de peligro que sabe que es falsa; para sentir miedo, el sujeto debe percibir, de algún modo, el peligro como real.

Descartes inicia la otra gran línea de consideración de los sentimientoso pasiones. Para Descartes son un algo que se siente, y que se siente de modo infalible, pues no es posible sentir una pasión y equivocarse. Ese algo es un pensée y se refiere sólo al alma. Sus causas próximas nos son desconocidas. Se distinguen así de las otras percepciones referidas a los objetos externos o al cuerpo. Hume, siguiendo básicamente a Descartes, hace una clasificación de las pasiones en directas (que se producen por la asociación de placer y dolor): alegría, tristeza, miedo, esperanza, desesperanza, seguridad, etc.; e indirectas (que surgen de la comparación de placer y dolor asociado a un objeto, con el placer y dolor asociado a otro): orgullo, humildad, amor, odio, envidia, piedad, vanidad, etc.

El enfoque del tema de los sentimientos viene configurado en la modernidad por el tratamiento iniciado por Descartes y Hume, y da lugar al emotivismo en el campo moral y también al enfoque positivista, en el que arraiga la psicología como ciencia experimental. En esa línea de pensamiento se sitúa en nuestros días, por ejemplo, James, de quien procede la conocida expresión: «No lloramos porque nos sentimos tristes, sino que nos sentimos tristes porque lloramos»; James comparte la tesis de que los sentimientos son estados mentales conectados causalmente con los cambios corporales y la conducta, aunque ha invertido los términos: aquí es la respuesta la que origina el sentimiento. Para los behavioristas (Skinner), los fenómenos psíquicos son eventos mentales que se identifican no con los patrones de respuesta, sino con predisposiciones previas del sujeto. Todas estas posturas han sido criticadas por Wittgenstein, al poner de manifiesto que un puro evento mental subjetivo no podría dar lugar a un lenguaje comprensible para la generalidad, sino sólo a un lenguaje privado, incomunicable por tanto: no podríamos saber lo que los otros indican, por ejemplo, cuando dicen que están tristes.

Además de estas dos líneas generales, habría que señalar el influjo de Pascal, muy importante en las corrientes del siglo XX. Con sus raisons du coeur («el /corazón tiene razones que la razón no entiende»), Pascal introduce la importancia fundamental de los sentimientos en el conocimiento de la subjetividad y, por tanto, de la persona. Pascal pone en guardia frente a los racionalismos excesivamente abstractos en la consideración del hombre: la verdad, sin la participación decisiva del corazón, corre el riesgo de extenuarse.

Estas líneas de pensamiento confluyen en los que van a ser los principales influjos directos del /personalismo: el /existencialismo (Kierkegaard, Heidegger, Sartre, Marcel), que al centrarse en lo existencial, otorgan la preeminencia al sujeto singular e irrepetible; y la /fenomenología (Husserl), que proporciona un sistema para el estudio de la interioridad, de modo que la más importante clasificación de los sentimientos, aún hoy, es la de Max Scheler, siguiendo el método fenomenológico. Scheler concede a los sentimientos la capacidad de conocer los valores que constituyen la guía de la conducta humana.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

El papel de los sentimientos para un pensamiento personalista, viene dado por los siguientes 4 puntos:

1. Los sentimientos proporcionan a la persona su instalación en el mundo. Constituyen, por ello, un a priori de todo conocimiento, son el punto de vista propio, particular del sujeto. Los sentimientos revelan nuestro modo de estar en el mundo, previo a la escisión que establece la razón entre sujeto y objeto. Todo nuestro conocimiento está teñido por los sentimientos como los colores de un cuadro; se podría decir que constituyen el color o la música de todas nuestras experiencias. Los sentimientos nos dan lo familiar, el mundo íntimo, personal, aquello con lo que yo estoy íntimamente comprometido: mi mundo personal. Y también el entorno socio-político que la persona puede llamar suyo: el sitio (ciudad, pueblo, etc.) donde ha nacido, su nación, en resumen, la cultura a la que pertenece y donde hunde sus raíces.

2. Los sentimientos configuran la subjetividad. Las tendencias y sentimientos son muy numerosos, y abarcan desde el plano biológico (salud, bienestar físico) y lo económico, pasando por el de lo social, político y científico, hasta lo estético, ético y religioso. Este conjunto de los afectos y tendencias del individuo tienen en cada momento un indicativo final, una resultante final: alegría o tristeza; o si se quiere, alegría o desesperanza, incluso con una indicación de intensidad: no todas las alegrías son iguales. El sentimiento de alegría o tristeza, por tanto, nos indica que la autorrealización va bien; es decir, nos señala el nivel de consecución de todo lo que compone la vida de una persona: salud, situación económica, vida afectiva, relaciones, aspiraciones, ilusiones, satisfacciones, metas ya alcanzadas etc., y también su grado de realización y de posibilidad, tanto desde una visión global de la vida, como desde una visión menuda: los acontecimientos del día (influye, por ejemplo, el día gris), etc.

3. Los sentimientos hacen connaturales a la persona los valores que guían la conducta humana. En la tradición moral criticada por la /modernidad, los pilares de la ética son las /virtudes, hábitos operativos buenos, y toda acción ética se dirige a la obtención de las mismas. Los sentimientos, por no ser actos libres, eran considerados de modo general como indiferentes. La moralidad empieza allá donde comienza la actuación voluntaria del sujeto. Sin embargo, esto supone una concepción, en cierto modo, estratificada del sujeto y, sobre todo en los modos populares en que era (y todavía es) explicada la moral, introduce una contraposición entre sentimientos y /razón, entre cabeza y corazón: una partición en el interior de la persona. Esa contraposición es exacerbada por la ética formalista kantiana, fuertemente criticada por los personalistas. Sobre la ética kantiana, sin embargo, se ha construido la ética de la modernidad, la ética del funcionario, quien para cumplir el deber tiene que dejar aparte sus sentimientos. Se trata de una ética que transforma las relaciones en relaciones de justicia (yo-él) y deja entre paréntesis las relaciones personales (/yo-tú), que se basan en el amor.

Desde una visión personalista, la persona es siempre una tarea para sí misma, su realización pasa precisamente por la integración de todos los dinamismos (biológico, afectivo, intelectual). En esa integración, los sentimientos juegan un papel primordial, ya que anticipan y refuerzan la actividad cognoscitiva, e inclinan a valorar positiva (o negativamente) las acciones. Hay que tener en cuenta que los sentimientos entran de lleno en la esfera espiritual de la persona. Será sobre esta valoración sobre la que Scheler edificará su doctrina de los valores, que es un lugar fundamental para la posterior elaboración ética. Los valores vienen señalados por los sentimientos. Scheler, además, jerarquiza esos valores (y, por tanto, los sentimientos) en valores del placer, vitales, estrictamente espirituales (estéticos), de la justicia, de la verdad, de lo santo o de lo religioso. Esta jerarquía es para Scheler objetiva. Es decir, los sentimientos nos dan una valoración de la realidad sobre la que se funda la acción humana libre (que es el tema de estudio de la ética). A la libertad del hombre, por tanto, no le basta abarcar sólo la voluntad y la razón, sino que también debe influir y modificar la configuración de los sentimientos. Esta es la tarea de la formación del hombre bueno. La reflexión clásica ya había puesto de manifiesto que las acciones repercuten siempre sobre el sujeto que las realiza, pero el énfasis ahora está puesto en que el hombre, con su libertad, se hace, se realiza a sí mismo; para esto debe configurar también sus sentimientos. No se trata de una moralidad del placer, ya que (como señala Ricoeur) placer y felicidad no se identifican: el placer se dirige a la obtención de emociones y la felicidad a la consecución de la plenitud humana con un sentido integral. Este es el objetivo de la moral de cuño personalista: una moral de plenitud humana.

4. La intersubjetividad está vehiculada por los sentimientos. No se puede entrar en la vida de otra persona al margen de sus sentimientos, ya que son precisamente estos los que indican la subjetividad. El encuentro con el otro como /persona, la dinámica de la relación yo-tú, en contraposición a la relación yo-él (Buber), se realiza a través de los sentimientos, que posibilitan el ponerse en el lugar del otro (dinámica de la empatía). Desde ahí se hacen posibles y reales las relaciones personales, el encuentro de persona a persona: básicamente la relación de amistad y la relación de amor. El encuentro se da en la relación, en la intersubjetividad. La relación es el puente entre las dos subjetividades. La persona es un ser altérico; lo primario cronológicamente no es la individualidad, sino la /alteridad. Es la dinámica afectiva la que permite la captación del tú. En que este encuentro con el tú sea real, la persona se la juega. Todas las patologías psicológicas (y también morales) interfieren precisamente esta relación vital y se conciben como obstáculos a la relación intersubjetiva, aislando a la persona en una individualidad cerrada, como la mónada de Leibniz. Desde el punto de vista de los sentimientos, las patologías se sienten como miedos. Son sentimientos positivos los que abren a la persona (/alegría, /esperanza, etc.); son negativos los que la encierran (tristeza, desesperanza). Algunas veces la patología se inclina al sentimentalismo, que —según Fromm— está constituido por «sentimientos en estado de total desapego. Proporciona un simulacro de vida afectiva, sin enlace con la realidad, pródigo en lágrimas y miserable en actos». Con el sentimentalismo se consigue hacer funcionar el mundo psíquico del sujeto, pero desconectado de un propio mundo personal, desconectado de todo posible /compromiso. En vez de buscar al /otro, la persona se concentra en su propia subjetividad; el otro no interesa, interesa sólo el efecto, la señal que produce en mí. Por el contrario, el encuentro real con el otro, genera el compromiso: la entrada real del otro en mi vida.

La relación personal por antonomasia, es la relación de amor entre un varón y una mujer, pues el /cuerpo, y sus diferencias, es el cruce de caminos del encuentro entre el yo y el tú. La persona también es su cuerpo (Marcel). La relación de /amistad es un aspecto necesario, aunque pueda tener una existencia propia, de la relación de amor. El /amor es el principio de la dinámica afectiva que lleva a descubrir la propia plenitud en el encuentro con el tú. El amor, como sentimiento, es la realización conjunta de dos personas, que se hacen una, que verdaderamente se encuentran. El amor se inicia en el enamoramiento (como la amistad en la simpatía). El enamoramiento es un proceso de los sentimientos (básicamente admiración y encantamiento, según Ortega), que conduce a esa apertura del ser al otro. El sentimiento que desencadena el enamoramiento e impulsa siempre el proceso del amor, es el sentimiento de soledad. Desde este prisma, el amor se podría describir como la superación de la soledad. Cuando no es desviado por el sentimentalismo, el enamoramiento abre realmente las puertas de la persona y lleva a la real absorción (encantamiento) del amante en el amado y viceversa, pues el amor siempre es recíproco (o debería serlo). Además, la admiración pone las bases del respeto mutuo, donde se edifica la convivencia. Como vemos, los sentimientos proporcionan la base para ese encuentro real entre dos subjetividades. Se producen así las condiciones para una real autodonación mutua, que siempre es un proceso en el tiempo, es decir, con sus dificultades, pues la persona siempre viene envuelta en cosas («para vivir no quiero islas, palacios, torres, qué alegría más alta vivir en los pronombres», nos dice Salinas). Esta dialéctica viene dada porque la persona es un / ser material que se da en el tiempo y, por tanto, siempre está abierta a un proceso de mejora; y a la vez, la persona sigue siempre la ley de la totalidad: se da toda entera en todos sus actos, o no se da (Scheler). Todo este proceso constituye esa plenitud imprescindible, y a la vez innegable, para la persona, que se llama amor.

III. CONSIDERACIONES PARA LA VIDA PRÁCTICA.

Llegados a este punto, resulta obvio que la /educación sentimental (Marías) es totalmente necesaria en una sociedad que quiera respetar a la persona. Se trata de una de las tareas más urgentes con las que se enfrenta la cultura hoy, pues es una cultura impregnada de desarraigo y con un tinte materialista. Señalamos esquemáticamente los puntos principales de esa educación, siguiendo el mismo orden de la parte sistemática.

1. Proporcionar criterios para una adecuada valoración de todo lo que significa el mundo propio de la persona y de las / comunidades, desde la familia hasta el entorno sociocultural. La carencia en este aspecto origina el desarraigo, que lleva a una fuerte despersonalización.

2. Adecuada atención a todos los aspectos de la formación sentimental más propiamente personal; se trata aquí de proporcionar en la educación una connaturalidad con los valores personales en dialéctica con las cosas. Se trata, en definitiva, de lo que se llama madurez afectiva de la persona. Nos encontramos frente a una /cultura consumista, basada en una prioridad de las cosas, que produce también una fuerte despersonalización de las relaciones. Se trata de formar en la moral de la /felicidad y no del éxito.

3. Formación y promoción de una adecuada jerarquía de valores y su efectiva racionalización, que hace que sean voluntaria y realmente asumidos por la persona.

4. Formación y promoción de las relaciones personales: la amistad y el amor, concebido como entrega de la persona a la persona. Este es el punto culmen de todo el pensamiento personalista.

BIBL.: ARREGUI J. V.-CHOZA J., Filosofía del hombre. Una antropología de la intimidad, Rialp, Madrid 1991; BUBER M., ¿Qué es el hombre?, FCE, México 1960; HILDEBRAND D. VON, The heart. An analisis of humane and divine affectivity, Franciscan Herald Press, Chicago 1977; LEwts C. S., La abolición del hombre, Encuentro, Madrid 1990; MARCEL G., El misterio del ser, Buenos Aires, 1964; MARÍAS J., La educación sentimental, Alianza, Madrid 1992; ORTEGA Y GASSET J., Estudios•sobre el amor, Salvat, Madrid 1985; PASCAL B., Pensées, Le livre de poche, París 1963; RICOEUR P., Finitud y culpabilidad, Taurus, Madrid 1970; SCHELER M., Ética, Losada, Buenos Aires 1948; ID, Esencia y formas de la simpatía, Losada, Buenos Aires 1958; WOJTYLA, K., Persona y acción, BAC, Madrid 1982; ID, Amor y responsabilidad, Razón y fe, Madrid 1978.

A. Esquivias