RESPONSABILIDAD
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I. INTRODUCCIÓN.

La responsabilidad de la persona supone la atribución de responsabilidades morales (y en su caso jurídicas) a los comportamientos y acciones de la misma. Esto significa que tales actuaciones surgen realmente de la libertad de los individuos, aunque esta pueda estar limitada o condicionada. Si la libertad estuviera totalmente determinada (sea por los dioses o por el destino o, en sus versiones modernas, por la situación económicosocial o por la estructura pulsional...) no tendría sentido atribuir o pedir responsabilidades. Se trataría más bien de constatar hechos y de explicar comportamientos y tendencias. La problemática de la responsabilidad está íntimamente unida al tema de la libertad en el campo ético. Sólo si hay /libertad personal, puede haber responsabilidad personal. De lo contrario la responsabilidad quedaría anegada por fuerzas anónimas e impersonales, de cualquier tipo, que gobiernan la vida de los individuos. Unido inevitablemente a estos dos temas se encuentra el tema de la /dignidad moral de todas las personas. Si los otros no son personas libres a respetar, o hay categorías y clases de personas (esclavos, /pobres, negros, parias, subdesarrollados, /bárbaros), no hay tampoco posibilidad de responsabilidad moral. Ante seres inferiores no se responde, no hay responsabilidades; a lo sumo una disposición de respeto por motivos utilitaristas. Esta tríada de temas (responsabilidad, libertad y dignidad) se ha ido abriendo paso lentamente en la historia de la reflexión y del actuar humano. Sin entrar en largas explicaciones históricas, se puede señalar que el desarrollo de la filosofía griega y el impacto del mensaje cristiano constituyeron los ejes configuradores de esta perspectiva. El despliegue de una reflexión personal más allá de lo admitido convencionalmente, la responsabilidad de la libertad humana ante Dios y la dignidad de todos los hombres, constituyeron planteamientos dinamizadores absolutamente decisivos. Evidentemente hablo desde nuestra /cultura occidental, que ha resultado históricamente determinante, sin menospreciar otras concepciones culturales que también han realizado sus aportaciones en este sentido, y que convendría estudiar con más profundidad y detenimiento.

Parece que el sustantivo responsabilidad puede fecharse en una época relativamente reciente, a finales del siglo XVIII, y se introduce sobre todo en el campo jurídico. El adjetivo responsable, por el contrario, parece emplearse bastante desde la Edad Media. El término está en correspondencia con los conceptos respondere, responsum, usuales en la vida jurídica romana. Así, responder significa defender una cosa en un juicio o justificar una acción, de tal manera que debe responderse a una acusación. Simultáneamente responsabilidad se usa en el mundo de representaciones cristianas, donde significa la necesidad de justificación del hombre ante /Dios como juez supremo. De esta manera conceptos pertenecientes al mundo y al derecho romanos, son trasladados al mundo de la fe cristiana. Desde ahí, conceptos como responsabilidad, a través de la afirmación cristiana de la singularidad y el valor infinito de cada /persona, adquieren una relevancia moral decisiva. La aparición del término responsabilidad a finales del siglo XVIII no se debe al azar. Coincide con el interés de los juristas por la regla de indemnización del perjuicio ocasionado. En virtud del derecho de cada uno a obtener justicia, y del principio de igualdad de todos ante la ley, la preocupación fundamental de los juristas de los códigos civiles modernos fue la reparación de los daños causados. La aparición del Código civil marca un cambio histórico: en adelante, la responsabilidad de todos garantiza los derechos de cada uno. La idea moderna de responsabilidad ofrece dos aspectos que es preciso diferenciar, pero que hay que preguntarse si no están irreductiblemente ligados: la responsabilidad jurídica y la responsabilidad moral. Ambas quizás sean las dos caras de una misma moneda, que se ha ido acuñando históricamente. La responsabilidad moral se distingue de la jurídica en el sentido de que no es una institución, sino un fenómeno de conciencia subjetivo. Ella no comporta otra sanción que la de los sentimientos más o menos dolorosos, como el remordimiento. La única autoridad ante la que el sujeto es llamado a descubrirse moralmente responsable es el juez interior, con el que Kant designa la instancia suprema de la moralidad. La conciencia moral es «la toma de conciencia de un tribunal interior en el hombre». Por eso las categorías de /sujeto, persona y responsabilidad están mutuamente implicadas.

Aunque el tema de la responsabilidad es filosóficamente importante en la filosofía de los siglos XVIII y XIX (no hay que pensar más que en Kant, Fichte, Hegel, Marx y Kierkegaard), es en el siglo XX cuando se ha hecho cada vez más frecuentemente tema de la filosofía. El /marxismo, la /fenomenología, la escuela dialógica, el /existencialismo y el /personalismo, si hay que citar a algunas corrientes filosóficas, lo han hecho tema importante de sus reflexiones. Aunque sus posiciones sean diversas, tienen muchas cosas en común. Todas ellas acentúan la mundaneidad e historicidad del hombre, en el sentido de vivir radicado en un mundo y en una historia de las que participa y de las que es responsable. Además se señala que el hombre, aun con toda su vinculación a la naturaleza y a la historia, es a la vez una persona /autónoma. En esta autonomía se cifra su dignidad singular, que tiene que acreditar mediante un comportamiento responsable con la naturaleza, la historia y las demás personas. El hombre es además persona lingüística. El lenguaje es el medio en el que y por el que se realiza la responsabilidad histórico-mundana del hombre. La esencia del lenguaje es /diálogo, es decir, interpelación y respuesta. Con esto se apunta a la convivencia, a la vida con los otros, como constitución fundamental de la existencia humana.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

La responsabilidad hacia las otras personas nace fundamentalmente de nuestra constitutiva relación social con los otros. El reconocimiento de la radical libertad del hombre no está en contraposición con el carácter constitutivamente interpersonal de su existencia. Ambos deben ser vistos como componentes necesarios y esenciales de una única existencia humana, como el anverso y el reverso de una misma moneda, que sólo en su unidad tiene valor legal y práctico. Pero la responsabilidad hacia las otras personas significa mucho más que el mero reconocimiento constatativo de la existencia de otras personas. Esto se nos impone a cualquier persona corpórea y mundana. Supone entrar en el ámbito, no de lo que existe meramente, de lo que simplemente es, sino de lo que debe ser. Es un dato ético y, como tal, un dato de conciencia. Con Kant diríamos que es un tema de razón práctica, un hecho de la razón práctica. Para Kant la libertad y la /autonomía del sujeto suponen el reconocimiento recíproco de todos los demás como libres y autónomos también. Repugna a la razón práctica (evidentemente trabajada históricamente por las corrientes de pensamiento humanista) concebir a las demás personas como medios. En la Fundamentación de la metafísica de las costumbres señalaba: «Actúa de modo que consideres a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de todos los demás, siempre como fin y nunca como medio». Aunque Kant abandonó esta formulación en la Crítica de la razón práctica, por un imperativo más formal: «Actúa de modo que la máxima de tu voluntad tenga siempre validez, al mismo tiempo, como principio de legislación universal», es decir que la máxima (subjetiva) se convierta en ley universal (objetiva), la sustancia ética que la atraviesa es la misma: el reconocimiento recíproco e igualitario de todos los hombres y de su dignidad. En palabras de Lévinas: «Ser libre es construir un mundo en el que todos puedan ser libres».

Los filósofos modernos que han buscado esclarecer de forma sistemática la existencia humana han señalado que, desde el momento en que hay otros seres humanos, aparece una responsabilidad inexcusable frente a ellos, que se impone a nuestra conciencia. Mi libertad es, de manera originaria y constitutiva, una exigencia frente a otra libertad: en consecuencia la libertad debe hacerse responsable de sí misma frente a esta otra libertad. Pero esto implica también hacerse responsable de esta otra libertad. José Manzana afirmaba: «La elección consciente por la cual exsiste el hombre, implica, por lo tanto, la atención a una posible universalidad y el consentimiento con la libertad de los otros y, en último término, con todo hombre». Pero sabemos (fue la gran crítica de Fichte, luego recogida por Marx, aunque lo negara) que la acción moral del hombre, su responsabilidad moral, no puede reducirse a una ética de la intención y de la interioridad, sino que tendrá que consistir en el establecimiento de las condiciones reales de una comunicación e interacción interpersonal y social en libertad. La corriente dialógica, el personalismo, la Escuela de Frankfurt, la fenomenología incluso, han insistido en las consecuencias interpersonales, sociales y políticas de la responsabilidad del hombre. Husserl hablará de que el fenomenólogo tiene como profesión, por vocación, la responsabilidad por el ser humano de la comunidad humana; es un funcionario de la humanidad, que trabaja para la humanidad en cuanto tal, debiendo ser el portavoz de los intereses supremos de los seres humanos en cuanto seres humanos. Mounier, que defendía la necesidad de conjugar a Marx y a Kierkegaard, señalaba que la responsabilidad hacia las otras personas, fundamentada en el amor y en la comunión, se realiza, «cuando la persona toma sobre sí, asume el destino, el sufrimiento y la alegría, el /deber de los otros». Nada de solipsismo, ni de individualismo. Quizás por ello el concepto de responsabilidad hacia la persona deba adoptar el clásico término filosófico de emancipación o el más reciente de / liberación. Ser responsable de la suerte y de la libertad de los otros significa liberar al hombre de todas sus servidumbres y opresiones. Por eso la responsabilidad no tiene sólo una dimensión interpersonal (que le es absolutamente constitutiva), sino unas implicaciones mucho más amplias, sociales y políticas. En palabras de José Manzana: «La meta del empeño humanista es la humanización de la realidad de la convivencia humana, superando tanto la disociación entre interpersonalidad (privada) y sociedad, como la falsa subsistencia abstracta de evidencias que giran sobre sí mismas, y se alimentan de su propia sustancia desencarnada.

El empeño humanista deberá, por lo tanto, poner de manifiesto los condicionamientos y las implicaciones mundanosociales de las relaciones interpersonales, y buscar la mediación y el tránsito de las exigencias morales al campo de las decisiones prácticas». Pasar de las exigencias éticas a la concreción de las decisiones prácticas supone análisis de la situación (tanto interpersonal como estructural), y /empatía para poder hacerse responsable en verdad de los desafíos a los que nos enfrentamos. Si la realidad se convierte progresivamente en una realidad mundial planetaria, la responsabilidad, en consecuencia, también debe convertirse en planetaria, en cosmopolita. Desarrollar una responsabilidad de dimensiones éticas y políticas, dentro de una realidad planetaria, y con una conciencia planetaria, consiste, fundamentalmente, en responder a los desafíos que tienen planteados las mayorías de nuestro planeta, a su grave situación de pobreza, de explotación y de inhumanidad, si no queremos permanecer enclaustrados en nuestra ceguera etnocéntrica occidental.

Responsabilidad significa responsabilidad de alimentación, de educación, de sanidad, de convivencia democrática... Certeramente señala I. Ellacuría: «No se puede querer rectamente ningún bien particular y ningún derecho, si no se refieren ese bien y ese derecho a conseguir el bien común de la humanidad y la plenitud del derecho. Ahora bien, en un mundo dividido y conflictivo, no radicalmente por las guerras, sino por la injusta distribución de los bienes comunes, esa comunidad y esa humanidad no es estática ni unívoca, por lo cual debe ponerse en vigor el principio de lo común y de lo humano sobre lo particular. Eso se logra dando prioridad teórica y práctica a las mayorías populares y a los pueblos oprimidos, a la hora de plantear con verdad, con justicia y con justeza el problema de los /derechos humanos».

Solamente a partir de una reflexión y una acción responsabilizada vitalmente (de manera afectiva e intelectual) con la situación de las mayorías populares y de los pueblos oprimidos, se hace posible producir fermentos de liberación capaces de establecer un espacio social verdaderamente humano para todos. Sentirnos y hacernos responsables de las otras personas, tiene evidentemente una dimensión universal y global inexcusable, que va más allá de las relaciones interpersonales de respeto y amor. Además de esta responsabilidad social y política universal señalada, quisiera indicar tres campos de responsabilidad que han emergido históricamente en estas últimas décadas y que requieren también una atención importante: la ecología, las culturas y la condición femenina. El ser humano no sólo es un ser interpersonal e histórico; es un ser cósmico, que se hace con y en la /naturaleza. Por eso necesitamos activar una responsabilidad ecológica, que de ninguna manera es extrínseca a la condición humana. Cada vez somos más conscientes de la necesidad de cambiar nuestros esquemas teóricos y prácticos de dominio de la naturaleza, que nos han llevado por una pendiente desenfrenada de expolio utilitarista y desigual de nuestro cosmos. Debemos trabajar por un equilibrio de la /relación hombrenaturaleza, para no deteriorar o destruir nuestra propia condición de seres cósmicos. Debemos domesticar y dirigir racionalmente nuestra ciencia y nuestra /técnica, para que no quede abandonada a su propia lógica, la racionalidad instrumental, y pueda ser encauzada conforme a finalidades humanas de libertad, disfrute y justicia para todos.

Las personas están viviendo dentro de culturas propias, que les proporcionan enraizamiento, sentido y finalidades para su vida y para su actuación. Cada cultura es una parte del caleidoscopio plural y multiforme de la cultura humana universal. Responsabilidad hacia las culturas significa respeto al libre desarrollo de las mismas y promoción de intercomunicaciones culturales que las enriquezcan. Con frecuencia la mundialización de la economía y de la industria cultural, con el dominio de los medios de comunicación de masas por las culturas dominantes, arrasa las culturas más pequeñas, impidiendo el desarrollo autónomo de sus potencialidades. También aquí «el pez grande se come al chico», como en muchos campos de la vida humana. Por eso es necesaria una labor de resistencia que permita un universo de pluralidad de culturas en respeto e intercomunicación. De modo parecido a como sucede entre las personas, las intercomunicaciones culturales sólo son positivas desde el profundo respeto a la propia autonomía y libertad de cada cultura.

El mundo femenino, lo femenino, ha emergido en nuestras sociedades con la fuerza de esos oleajes de fondo que no conocen límites ni respetan convenciones ni latitudes. En todas las sociedades, aunque no con la misma intensidad ni con el mismo ritmo, bulle esta problemática que busca superar los parámetros patriarcales y varoniles tradicionales. Responsabilidad significa reinventar nuevas relaciones y nuevos roles entre los hombres y las mujeres, de manera que puedan transformarse el ejercicio del poder, las relaciones socioeconómicas, las producciones culturales... con la ayuda de las sensibilidades femeninas. De nuevo, se trata de acoger y respetar la diferencia que enriquece y comunica.

III. CONSIDERACIONES FINALES.

Cuando reflexionamos sobre la responsabilidad humana aunamos la razón y la voluntad. Es necesario movilizar ambas para actuar responsable y eficazmente. Pero también debiéramos movilizar, con todas nuestras fuerzas, la esperanza. De lo contrario, la inmensidad de la tarea y la dificultad de realizarla pueden hacerse insoportables. También hay que reivindicar una razón para la esperanza o una razón esperanzada. Jean Ladriére señala acertadamente: «Llamado a afrontar grandes riesgos, el hombre contemporáneo se ve, al mismo tiempo, portador de un inmenso movimiento, que sigue siendo parcialmente oscuro en sí mismo, pero respecto al cual presentimos que se puede abrir hacia grandes pasos del espíritu. Hay una incertidumbre y nuestro destino está confiado a una libertad, pero también tenemos el socorro y la asistencia de la esperanza». El que no tiene /esperanza (no una esperanza ingenua o infantil, sino crítica), ¿cómo podrá evitar la sumisión al realismo más banal, más dogmático, más conservador en suma? Sólo quien posea esta esperanza o quien la desee, tendrá posibilidades de descubrir nuevos sentidos, brechas de luz, horizontes de emancipación que puedan conducirle hacia la acción humanizadora. El desafío que se nos lanza es el de recrear nuestras culturas, nuestra civilización, desarrollando sus posibilidades humanizadoras y combatiendo sus prácticas deshumanizadoras y opresivas. Una esperanza fundamentada y crítica debe movilizar el dinamismo del pensamiento y de la práctica, el dinamismo de la responsabilidad humana. Quizás fuera necesario recordar estas palabras de Dostoievski: «Todos nosotros somos responsables de todo y de todos ante todos, y yo más que todos los demás».

BIBL.: CORTINA A., Razón comunicativa y responsabilidad solidaria, Sígueme, Salamanca 1985; ID, Etica aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid 1993; DussEL E., Etica comunitaria, San Pablo, Madrid 1986; KANT I., Crítica de la razón práctica, EspasaCalpe, Madrid 1975; LADRIÉRE J., Vie sociale et destinée, Gembloux, Duculot 1973; ID, El reto de la racionalidad, Sígueme, Salamanca 1977; LÉvINAS E., De otro modo que ser o más allá de la esencia, Sígueme, Salamanca 1987; ID, Etica e infinito, Visor, Madrid 1991.

J. M. Aguirre Oraa