PALABRA
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La Biología actual más cualificada subraya que el hombre es un ser de encuentro1; vive como persona, se desarrolla y madura mediante la fundación de toda una serie de encuentros: con la familia, el pueblo, las obras culturales, la tradición, las realidades religiosas... El encuentro, rigurosamente entendido, no se reduce a mera vecindad. Implica un entreveramiento de dos o más realidades que se ofrecen posibilidades para enriquecerse mutuamente. Estas realidades, que albergan posibilidades y pueden otorgarlas a otras y recibir las que les son ofrecidas, suelo denominarlas ámbitos de realidad o sencillamente ámbitos, ya que abarcan cierto campo, no se reducen al perímetro de sus dimensiones espaciales, están abiertas a otros seres de forma activa y fecunda. Una persona, por tener una vertiente corpórea, es delimitable, asible, pesable, situable en el espacio y el tiempo. Posee las características de los objetos, pero, en cuanto / persona, no es situable, ni ponderable, ni asible, ni delimitable. Tiene un carácter abierto, relacional, un tanto difuso; es todo un campo de realidad. Asimismo, un piano, como mueble, es un objeto; como instrumento, es un ámbito. Todas las realidades que ofrecen ciertas posibilidades y pueden ser asumidas por el hombre en un proceso creativo presentan carácter de ámbito. Una misma realidad puede, por tanto, ser vista bien como objeto solamente, bien como objeto y ámbito a la par, en dos planos de realidad distintos. Los ámbitos son, por definición, indelimitables, abiertos, relacionales... El hombre, ser ambital, se desarrolla como persona entreverando su ámbito de realidad con otros ámbitos. Nuestra vida es una trama de ámbitos sumamente compleja y ambigua, indefinida, cambiante, inasible. ¿Cómo es posible moverse con un mínimo de seguridad y precisión entre realidades de este género, que se tornan todavía más ambiguas y difusas a medida que se relacionan entre sí? Aquí viene en nuestra ayuda un don prodigioso e inestimable: el lenguaje.

I. EL LENGUAJE DA CUERPO EXPRESIVO A LOS ÁMBITOS.

El lenguaje tiene el poder sorprendente de dar densidad a los ámbitos, delimitarlos en cierta medida y hacerlos, así, cognoscibles y comunicables. Un joven y una joven se tratan, y advierten que crece de día en día su afecto mutuo, pero este se asemeja a una atmósfera inasible, de la que no cabe afirmar con precisión si es un sentimiento de amistad o ha traspasado ya el umbral del noviazgo. Pero surge un día la fugaz expresión: «Te amo». Es muy breve y consabida, pero en este caso está lejos de ser rutinaria: hace surgir ante los jóvenes, bien perfilado, el ámbito de afecto que se había ido fraguando lentamente. Podría parecer que las dos palabras pronunciadas no añaden nada nuevo a la relación amorosa, que se había ido tejiendo con gestos de comprensión, ayuda, ternura, confidencia... Por fortuna, es un error. Al conjuro de tales palabras aparece por primera vez el ámbito del amor en toda su densidad, su plenitud de sentido, su firmeza. Por eso es tan gratificante el oírlas. A la inversa, dos personas advierten que entre ellas el amor se está desvaneciendo para dar lugar a una relación aversiva, que se traduce en gestos destemplados, ausencias injustificadas, silencios hoscos. Pero se mantiene el entramado básico de la convivencia.

Mas un día se llega a las palabras, como suele decirse, y suena la temida confesión: «Te odio». No ha habido más gestos displicentes que en otros momentos, pero se pronunció una frase que, aunque diminuta, adensa todo el ámbito de malquerencia que se había ido formando paulatinamente. Al mostrar el odio de forma descarnada, se provoca la ruptura del /encuentro, porque manifestar que se odia supera con mucho el efecto negativo de un gesto brusco, una falta de atención, una palabra violenta. Indica el deseo de que la realidad odiada no exista: la desplaza del propio mundo, la anula espiritualmente. Con ello disuelve los vínculos que funda el encuentro. Y esa disolución cruel la pone ante los ojos, en toda su descarnada dureza, de forma implacable, contundente, irreversible. Si tomamos el lenguaje como mero medio de comunicación, tenderemos a pensar que lo que daña, en realidad, es el hecho comentado o el sentimiento expresado, pero no las palabras pronunciadas. Estas desaparecen en un instante, se las lleva el viento, como dice el pueblo para expresar, a la vez, su fugacidad y su inconsistencia. Pero no es así. Las palabras crean ámbitos o los destruyen, no desaparecen cuando su sonido se extingue.

II. EL LENGUAJE OTORGA DOMINIO Y PERSPECTIVA.

Al adensar los ámbitos, el lenguaje nos permite dominar en alguna medida ciertas situaciones indefinidas y preocupantes. Sientes un dolor difuso en un costado y te preocupas. El médico le pone un nombre a tal dolencia. Con ello, todo adquiere límites precisos. Esta precisión indica dominio de las circunstancias, que puede traducirse, según el tipo de enfermedad, en alivio o en desolación. El /lenguaje se nos manifiesta como un fenómeno ambivalente. Merced al lenguaje, podemos tomar distancia de las realidades, verlas en conjunto, sobrevolar el tiempo y el espacio, aludir a conjuntos de acontecimientos y seres, ensamblarlos en diversas formas de unidad. Esta distancia funda un campo de libre juego entre el hombre y su entorno, en el que se cuenta su misma realidad, de la que puede desdoblarse. En ese campo de juego se hace posible elegir, con vistas a la realización de proyectos. El lenguaje es una fuente de libertad y creatividad. Por el mero hecho de existir en nuestra vida, el lenguaje nos instala en tramas de realidades y sucesos; nos sugiere que nuestro verdadero entorno es una red fecundísima de ámbitos que, en parte, debemos contribuir a fundar, no una «gran cosa» compuesta de muchas «cosas menores», como indicó Ortega2. Por derecho propio, el lenguaje se constituye en el vehículo expresivo de las diversas relaciones de encuentro que fundamos en nuestra vida. Debido a ello, ejerce una función decisiva en el proceso de nuestro desarrollo personal.

III. LA FORMA AUTÉNTICA DE LENGUAJE.

Si somos seres de encuentro, debe ser considerado como lenguaje auténtico el que sirve de medio en el cual se instauran vínculos interpersonales. No procede afirmar que el lenguaje es un medio para crear encuentros, al modo como decimos que es el medio por excelencia para comunicar algún contenido a alguien. Cualquier /comunicación que se haga, si se realiza con una actitud de estima hacia el otro, invita al encuentro personal, al entreveramiento de los respectivos ámbitos vitales, y crea ámbitos de convivencia. Con frecuencia hablamos largamente sin tener nada concreto que transmitirnos. No importan los contenidos de la conversación; nos interesa sobre todo crear amistad e incrementarla. A la inversa, lo más destacado de una conversación sostenida con mal talante, de forma áspera y hosca, no es lo que se dice sino la implícita voluntad de subrayar el alejamiento espiritual que uno siente hacia el coloquiante. A veces se afirma que esta función disolvente de vínculos que posee el lenguaje es tan legítima como la función creativa. Esta opinión responde a una mentalidad utilitarista y posesiva, que se mueve más bien en plano de objetos que de ámbitos. Interpreta al hombre como un ser que posee ciertos medios, entre ellos el lenguaje, y dispone de libertad absoluta de maniobra para usarlos a su arbitrio. Se olvida que el ser humano es relacional. No está en la existencia cerrado en sí, desligado por completo del entorno, y dotado del poder de intervenir en este según los proyectos que elabore voluntariamente. El hombre es un ser de encuentro y, por ello, es locuente. Viene del encuentro amoroso de sus padres y está llamado a crear nuevas formas de encuentro. Tener el don del lenguaje, o, más exactamente, ser locuente supone un privilegio inédito en el universo y no puede ser reducido a una facultad de expresión y comunicación, por importante que esta sea. En un plano anterior y más radical al hecho de comunicarse, poder hablar significa haber sido constituido de tal modo y hallarse inserto en un entorno de realidades tales, que nuestro ser procede de un encuentro y está ordenado a desarrollarse mediante la creación de encuentros. El ser humano es abierto, dialógico, creador de vínculos reversibles. Por eso siente una tensión originaria hacia el lenguaje, necesita ser apelado mediante el lenguaje y responder a través de él.

Los teólogos afirman que Dios creó las cosas mandándolas existir, y creó al hombre llamándolo a la existencia. El sentido de la existencia humana es responder adecuadamente a tal llamada. «La vida espiritual del hombre está unida íntima e indisolublemente al lenguaje y, lo mismo que este, se afirma en la relación del yo con el tú»3. «En la palabra está la clave de la vida espiritual»4. Si esto es así, resulta claro que el único lenguaje auténtico es el que cumple las condiciones del encuentro y hace posible al hombre vivir dialógicamente. Esas condiciones arrancan de una opción fundamental por la actitud de generosidad y amor. Con profunda razón sitúa Ebner, en la base de su teoría pneumatológica o espiritual del hombre, la convicción de que «la palabra y el amor se implican». «La palabra recta es siempre aquella que pronuncia el amor»5. Por el contrario, ha de considerarse inauténtico el lenguaje que destruye vínculos y hace imposible el encuentro del hombre con otras personas e instituciones, e incluso con realidades no personales que superan la condición de meros objetos. Este tipo de lenguaje no responde al sentido radical que implica el hecho de ser locuente, provenir de un encuentro y estar llamado a crear nuevos encuentros, poder ser apelado y responder. Es una forma de lenguaje que altera su propia esencia y se fagocita a sí mismo. Se trata de un antilenguaje. «Hay dos hechos, no más, en la vida espiritual; dos hechos que se dan entre el yo y el tú: la palabra y el amor. En ellos radica la salvación del hombre, la liberación de su yo de su autorreclusión. La palabra sin amor: ¡qué abuso del lenguaje! Aquí la palabra lucha contra su propio sentido, se anula espiritualmente a sí misma y pone fin a su propia existencia»6.

IV. LENGUAJE, LUZ Y SENTIDO.

Si el lenguaje es auténtico, va vinculado de raíz a la creación de relaciones de encuentro, y este sólo se da entre ámbitos, no entre objetos; el hombre tiende al ideal de la unidad. Dices «pan», y no aludes únicamente a ese objeto que yace sobre la mesa y puede ser medido, pesado, manejado... Evocas toda una serie de interrelaciones: el campesino y sus padres, que le enseñaron el arte de trabajar la tierra y le donaron unas semillas; el campesino y la tierra en la que deposita las semillas con confianza; las semillas, las sustancias alimenticias de la tierra, el agua, la lluvia, el viento, el sol que dora la mies... La palabra «pan» alude a diversas realidades que debieron confluir a su tiempo para dar lugar a los frutos del campo: trigo, maíz, centeno... Pronuncias la palabra yo, y ves que la atención se te lanza hacia las palabras tú y nosotros, de la misma forma que el término persona se vincula de por sí con el término comunidad, formando ese «anillo de conceptos» de que hablaba Heidegger.

Cada palabra, bien entendida y pronunciada, crea a su alrededor un ámbito de resonancia, correlativo al nudo de relaciones en que consiste cada realidad, vista en toda su amplitud. Si la vida espiritual implica un dinamismo creador de relaciones personales, queda patente la razón de largo alcance por la que afirma Ebner que «la palabra es el medio en que se perciben las entidades espirituales como lo es la luz respecto a las cosas físicas»7. Al no orientar la vida hacia el ideal de la unidad, sino del dominio, caemos en la tentación de reducir las palabras a meros signos de realidades tomadas como objetos, algo disponible y poseíble. Así surge el lenguaje manipulador, que tiende a reducir para dominar. Merced a la luz física podemos ver en conjunto cada realidad y cada trama de realidades corpóreas, objetivas.

El lenguaje nos permite tomar cierta distancia y ganar perspectiva para percibir la trama de ámbitos que da toda su envergadura y su pleno sentido a cada realidad, y descubrir el incremento de sentido que va adquiriendo todo ser, al hilo del decurso creador de nuevas relaciones. De ahí que no podamos hacer uso del lenguaje como si fuera un utensilio hecho de una vez por todas. El lenguaje es una realidad viva. Debemos dar libertad a cada palabra y, en ella, a cada concepto, para que vivan su vida de interrelación, cobren nuevos sentidos, maticen los ya adquiridos, limen sus aristas, ganen madurez. Visto y vivido el lenguaje como un lugar de entreveramiento de diversos ámbitos, que son otros tantos centros de iniciativa creadora y expresiva, descubrimos que es una fuente de sentido. Goethe aúna varias palabras cotidianas en el dinamismo de un verso: Auf allen Gipfeln ist Ruh: «En todas las cumbres hay calma». Este verso es un campo de iluminación del sentido de profundo sosiego que presentan los momentos cumbre de la existencia. No es un medio para expresar algo ya conocido. Es el lugar en el cual ese contenido queda luminosamente plasmado, o todavía mejor: se ilumina y patentiza. Lo expresó inigualablemente K. Jaspers en su magna obra sobre la verdad: «Palabras y frases no son meros signos de cosas, sino expresión de procesos, recuerdo y suscitación de los mismos; hacen surgir algo que sólo en ellas y a través de ellas existe»8.

V. CONDICIÓN DIALÓGICA DEL SER HUMANO.

Toda realidad que me ofrece posibilidades para actuar con sentido constituye para mí un ámbito, sin dejar de presentar una vertiente objetiva. Esas posibilidades encierran para mí un valor, y todo valor pide ser realizado. Ofrecer posibilidades significa, pues, una apelación, una invitación a asumir activamente tales posibilidades. Este tipo de recepción activa constituye el núcleo de la creatividad. Las realidades que nos apelan a participar en una tarea creativa ostentan un carácter verbal. Tener el sentido de la palabra significa vivir dialógicamente, mantenerse atento a la llamada de los valores y estar dispuestos a asumirlos activamente. La respuesta positiva a esa apelación nos hace responsables, en el doble sentido de responder a los valores y responder de los frutos que produce tal decisión.

Vivir en diálogo implica ajustarnos a la condición de seres que deben realizarse en relación a un entorno de ámbitos; vivir de forma creativa, responsable, valiosa. La vida dialógica, relacional, abierta constantemente a formas de encuentro más depuradas y valiosas, nos pone en verdad, nos otorga una plena identidad personal, nos abre a horizontes de insospechada novedad y riqueza.

Por eso, aunque entraña los riesgos propios de la actividad creadora, la vida dialógica es fuente de paz y amparo espiritual. M. Buber se cuidó de advertirlo: «Quien dice no tiene ninguna cosa, no tiene nada. Pero está en relación»9. Ser locuente es una característica ineludible de un ser que procede de una trama de relaciones, y sólo puede existir fundando vínculos de todo orden. El lenguaje nos otorga el don excelso de poder movernos con cierta seguridad y precisión en un mundo de relaciones oscilantes, que, visto desde el plano de los objetos, parece un océano de ambigüedad y labilidad. «Esto es lo que constituye la esencia del lenguaje –de la palabra– en su espiritualidad: que el lenguaje es algo que se da entre el yo y el tú, entre la primera y la segunda persona (...); algo que, por una parte, presupone la relación del yo y el tú y, por otra, la establece»10.

NOTAS: 1 Cf J. ROF CARBALLO, El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973; M. CABADA CASTRO, La vigencia del amor. Afectividad, hominización y religiosidad, San Pablo, Madrid 1994. — 2 Cf El hombre y la gente, Revista de Occidente, Madrid 1957, 74. - 3 F. EBNER, Das Wort und die geistigen Realitáten. Pneumatologi.sche Fragmente, 29. — 4 ID, 73. — 5 ID, 151. — 6 F. EBNER, Das Wort ist der Weg, Herder, Viena 1949, 112, 142. - 7 Fragmente, Aufsfitze, Aphorismen. Zu einer Pneumatologie des Wortes, Kósel, Munich 1963, 696. — 8 Cf Von der Wahrheit, Piper, Munich 1947, 104. — 9 Yo y tú, Nueva Visión, Buenos Aires 1969, 10. — 10 F. EBNER, Das Wort und die geistigen Realitiiten, 271-272.

BIBL.: COLL J. M., Filosofía de la relación interpersonal, 2 vols., PPU, Barcelona 1990; EBNER F., Das Wort und die geistigen Realitriten. Pneumatologische Fragmente, Herder, Viena 1949`; GUARDINI R., Welt und Person, Werkbund, Würzburg 1950; LÓPEZ QUINTAS A., El secuestro del lenguaje. Tácticas de manipulación del hombre, PPC, Madrid 1991'-; ID, Pensadores cristianos contemporáneos, BAC, Madrid 1968; ID, La antropología dialéctica de E. Doten en SAHAGÚN LUCAS J. (ed.), Antropologías del siglo XX, Sígueme, Salamanca 1979, 149-179; PICARD M., Die Welt des Schweigens, Renscht, Zurich 1948; SCHOCKEL L. A., La palabra inspirada, Herder, Barcelona 1966; SIEWERT G., Philosophie der Sprache, Johannes Verlag, Einsiedeln 1962; VERGÉS S., Comunicación y realización de la persona, Universidad de Deusto, Bilbao 1987; WALDENFELS B., Das Zwischenreich des Dialogs. Sozialphilosophische Untersuchungen in Anschlu.ss an E. Husserl, M. Nijhoff, La Haya 1971.

A. López Quintás