LENGUAJE
DicPC
 

El término lenguaje hace referencia a la actividad guiada por un sistema de signos, combinados entre sí por ciertas reglas. El lenguaje es la actividad verbal específica de los individuos cuando hablan y escriben.

La reflexión filosófica del lenguaje es tan antigua como la propia /filosofía. Desde Sócrates, muchos filósofos han llamado la atención sobre la necesidad de analizar el lenguaje con el que describimos la realidad para mejorar nuestro conocimiento de ella; otros han subrayado la necesidad de analizarlo por ser el vehículo observable de nuestros pensamientos. Pero es en el final del siglo XIX y en el siglo XX cuando el análisis del lenguaje, la reflexión sistemática acerca del significado de las expresiones lingüísticas, no es ya un mero método auxiliar del filósofo. En el siglo XX se presta una atención prioritaria y sistemática al lenguaje en el que se formulan los problemas filosóficos; el lenguaje y su significado es el punto de partida de la filosofía. A esta situación, característica de la filosofía contemporánea, se la conoce con el nombre de giro lingüístico.

I. EL «GIRO LINGÜÍSTICO».

Aunque el giro lingüístico afecta a la mayoría de las corrientes filosóficas de nuestro siglo (su presencia en la tradición alemana es evidente), el más interesado por el lenguaje es el movimiento llamado filosofía analítica. Lo que une a los primeros filósofos analíticos es la importancia que conceden al análisis del lenguaje como método filosófico y la convicción de que la mayoría de los problemas filosóficos desaparecen mediante el análisis del lenguaje.

El origen del giro lingüístico en la tradición que arranca con G. Frege, puede centrarse en las limitaciones del lenguaje natural. Un lenguaje natural, como lo es el castellano, puede entenderse como un código de signos lingüísticos, con una evolución histórica concreta, que utiliza una comunidad lingüística para comunicarse; es un instrumento sofisticado que utilizamos de modo satisfactorio para multitud de usos (preguntar, describir, etc). Sin embargo, la imprecisión de algunos vocablos y la ambigüedad generada por la polisemia o la elipsis en el uso del lenguaje natural, han supuesto, en contextos como el científico, grandes limitaciones. La investigación científica requiere un lenguaje más preciso; de ahí la necesidad de los lenguajes artificiales. Los lenguajes artificiales, como el de la lógica, se caracterizan por estar construidos en un momento concreto para algún propósito determinado, y han de estar perfectamente definidos. El lenguaje natural no sólo se consideró inadecuado para la expresión de los contenidos de la ciencia y para su progreso, sino que también se le consideró inadecuado para la expresión del pensamiento filosófico. Si este se expresa con un lenguaje formal, como el de la lógica, será más fácil progresar en la disciplina. En esta línea, Frege (1879) expone el primer lenguaje formal lo suficientemente desarrollado para la lógica, con el fin de ayudar a los filósofos a resolver sus problemas. Russell y el Wittgenstein del Tractatus, llegaron a afirmar, además, que los problemas filosóficos tenían su origen en el uso de un lenguaje imperfecto, que lleva a ciertas confusiones. Con la construcción de un lenguaje lógicamente perfecto, se llegaría a la desaparición de los problemas filosóficos y, por tañto, a un cambio radical con respecto a la filosofía tradicional.

El problema, en opinión de Wittgenstein, es que la filosofía tradicional intenta en muchas ocasiones traspasar las barreras de lo que se puede decir, del lenguaje, hablando acerca de cosas de las que no se puede hablar. Si se trazan los límites del lenguaje, o los límites de lo que se puede decir con sentido por medio del lenguaje, se descubre que no se puede decir con sentido nada acerca de las cuestiones filosóficas. Para trazar los límites del lenguaje, Wittgenstein supone que la función del lenguaje es describir la realidad y que hay una correspondencia isomórfica entre los dos. Por lo que, estudiando qué elementos componen un lenguaje lógicamente perfecto, sabremos de qué elementos está compuesta la realidad y viceversa. El lenguaje con sentido no es más que un conjunto de proposiciones que describen o figuran algún estado de cosas posible. Las expresiones que no describen ningún estado de cosas posibles no tienen sentido, pues no figuran nada, no pertenecen al lenguaje. De este tipo son las expresiones filosóficas. Estas no dicen nada sobre la realidad, ni lo pretenden, sólo muestran ciertas cosas acerca de la naturaleza del lenguaje y de la estructura del mundo. La filosofía bien entendida, no puede pretender decirnos nada acerca del mundo, no es una ciencia natural, no es una forma de conocimiento, no forma parte del lenguaje. La filosofía es una actividad que consiste en el análisis lógico del lenguaje para distinguir entre lo que se puede decir y lo que no. Una vez hecho esto, sólo hay que mantenerse vigilantes para no volver a caer en antiguos errores.

II. EL POSITIVISMO LÓGICO.

El planteamiento wittgensteiniano influyó enormemente en los positivistas lógicos (Carnap, Neurath, Schlick, Reichembach, Hempel y Ayer). En ellos persiste el interés por el lenguaje, y el objetivo de su análisis es el de revelar la estructura del lenguaje científico, al analizar sus proposiciones en otras más básicas que fuesen verificables. Para ellos, las afirmaciones metafísicas son pseudoproposiciones, que simplemente no tienen significado cognoscitivo y deben ser eliminadas; no hay lugar para expresiones filosóficas que muestren nada. Además, las proposiciones, en este contexto, no sólo tienen sentido en tanto que pueden o no coincidir con ciertos hechos (si coinciden serán verdaderas), sino que su sentido depende también de cómo sabemos que son verdaderas.

El problema del significado se convierte así en una relación entre tres elementos: la realidad, el lenguaje y el /sujeto. El significado de una proposición no es simplemente el estado de cosas descrito por la proposición, sino aquellas experiencias sensoriales que nos permiten afirmar que esa proposición es verdadera o falsa, o que nos permiten verificar esa proposición. De este modo, sólo tienen significado cognoscitivo aquellas proposiciones que puedan ser verificadas empíricamente. Lo que implica que, tanto las expresiones de la filosofía como las de las ciencias sociales y humanas, carecen de significado cognoscitivo, y que no proporcionan conocimiento genuino. Las afirmaciones de la filosofía, a lo sumo, tienen un significado emotivo, son afirmaciones que usamos, bien para expresar nuestros / sentimientos, bien para crear ciertos estados de ánimo, bien para incitar a otras personas a que realicen ciertas acciones o adopten ciertas actitudes. A la filosofía, si es que no quiere recaer en el sinsentido de la /metafísica, sólo le queda el ámbito de las cuestiones lógicas, en concreto, el análisis lógico de las expresiones utilizadas en las teorías científicas. Esta es una tarea puramente formal, no importa el contenido de las afirmaciones científicas, sino sólo las propiedades de los signos lingüísticos utilizados y de sus relaciones sintácticas. Pero las propuestas positivistas del significado excluyen del ámbito del significado cognoscitivo no sólo a la filosofía, sino también a gran parte de la /ciencia natural; en concreto, aquella que se expresa en enunciados generales (leyes) no verificables.

III. EL SIGNIFICADO.

De este modo, en los años 50 y 60, se aprecian ataques muy duros a la noción de significado. La noción de significado, como dice Quine, carece de criterios empíricos de aplicación y es, por ello, inaceptable en la elaboración de una teoría que nos proporcione conocimiento auténtico. Esta situación podría subsanarse si la noción de significado se explicara por medio de otras nociones bien definidas. Así, Davidson reduce la noción intencional de significado a la noción extensional de /verdad. Su propuesta depende de la investigación de la forma correcta que debe tener una teoría del significado que dé cuenta de la interpretación de cada una de las oraciones de un lenguaje. Dicha forma es la de una teoría de la verdad similar á la propuesta por Tarski, y su construcción depende de la empresa epistemológica de la interpretación radical; empresa que supone la racionalidad de la conducta humana y la aceptación del principio de caridad. En Davidson ya se ha perdido el afán por un lenguaje lógicamente perfecto.

1. El significado como «uso». El interés por el lenguaje natural no es, sin embargo, nuevo. Ya Moore, a principios del siglo XX, insistió en la primacía de los juicios de sentido común para tratar con los problemas filosóficos, y en la obra tardía de Wittgenstein se centra el interés en el análisis del lenguaje natural. Los problemas filosóficos, según el Wittgenstein de las Investigaciones Filosóficas (1953), surgen porque no comprendemos bien sus mecanismos y su naturaleza: es por ello por lo que el análisis del lenguaje natural nos llevará a disolver los problemas filosóficos tradicionales. Los filósofos antiguos erraban porque sacaban a las expresiones de los juegos donde se usan y se obsesionaban con esas palabras aisladas. Un aparente problema filosófico se disolverá cuando mostremos que hay expresiones que el filósofo ha usado apartándose de las reglas de su uso cotidiano, dentro de determinados juegos de lenguaje, es decir, dentro de los modelos simplificados, en los que se describe una situación comunicativa donde uno o más sujetos están llevando a cabo ciertas actividades a través del uso de las expresiones. El significado de las /palabras depende de su uso (de las instituciones y de las formas de vida). Una expresión tiene el significado que tiene porque alguien se lo ha dado; las conexiones entre el lenguaje y la realidad son el resultado de ciertas prácticas y actividades humanas. Las expresiones las usamos para llevar a cabo ciertas acciones (jugadas) en el juego de lenguaje en el que sea adecuado usarlas. Emitimos ciertas palabras y ejecutamos actos de habla concretos; las palabras posibilitan la realización de tales actos de habla, y saber qué acto de habla se lleva a cabo al emitir ciertas palabras, nos permite determinar sus significados.

2. La teoría de los actos de habla. La propuesta wittgensteiniana de que el significado de una expresión se determina por el uso que los hablantes hacen de ella, se convierte en el punto de partida para el desarrollo de la concepción del significado que se conoce como la teoría de los actos de habla. Esta concepción, inaugurada por Wittgenstein, toma forma en Austin y se desarrolla ampliamente en la propuesta de Searle, que incluye la teoría del significado de Grice. La estrategia de Austin, siguiendo a Wittgenstein, es considerar el lenguaje como un instrumento para hacer cosas. Lo que uno hace al proferir ciertas expresiones, son actos de habla, que pueden ser analizados en distintos actos. Para juzgar la conducta verbal debemos contar tanto con el significado de una expresión como con la fuerza ilocutiva que la proferencia posee. Esto impide que tratemos de distintas formas actos como los enunciados, las preguntas o las promesas. Se les separó porque sólo a los primeros les concernía el valor de verdad. Pero enunciar algo es tan acto de habla como prometer y, por ello, pertenecen al mismo plano. Además, hablar una lengua, según Searle, es tomar parte en una forma de conducta intencional, gobernada por reglas, que no sólo regulan la conducta, sino que crean o definen nuevas formas de conducta, que no indican lo que se debe, se puede o no se puede hacer, sino que proporcionan definiciones de términos especiales usados en otras reglas.

Aprender y dominar un idioma, saber cómo usarlo, es aprender y haber dominado esas reglas, y ello hace que el uso de los elementos de ese idioma sea regular y sistemático. Reflexionando sobre el uso de los elementos de un idioma se pueden conocer las condiciones suficientes y necesarias que gobiernan los actos de habla. Estos son las unidades mínimas de /comunicación, porque para que una oración-ejemplar sea un caso de comunicación, hay que suponer que fue producida intencionalmente por un ser semejante a mí y no con cualquier intención. El acto ilocutivo está gobernado por reglas (constitutivas o regulativas) extraídas de las condiciones necesarias y suficientes que permiten realizar dichos actos ilocutivos. Tales reglas se determinan por las condiciones peculiares de cada acto: por las condiciones del contenido proposicional (condiciones del acto de referir y predicar) y por las condiciones del acto ilocutivo (condiciones preparatorias, de sinceridad y esenciales). Distintos actos ilocutivos pueden tener en común ciertos actos como son los de referir y predicar, que tienen en común parte de lo que se hace. Cuando se refiere a lo mismo y se predica de eso lo mismo, se piensa que debe haber un contenido común que puede aislarse lingüísticamente del acto ilocutivo. Ese contenido se llama proposición. Una proposición es, por ejemplo, lo que se afirma en un aserto. Por otro lado, lo que hace que un acto que incluye sonidos de palabras sea un acto de habla, es que tales sonidos tienen significado, y que la persona que los realiza quiere decir algo mediante ellos.

¿Cuándo una expresión tiene significado? ¿Cuándo se quiere decir algo? Para responder a estas cuestiones, Searle se apunta a la propuesta griceana del significado y a su distinción entre significado de la expresión y significado del hablante. La propuesta de Grice es, según Searle, útil, en cuanto relaciona la noción de significado con la noción de intención, y en la medida en que en ella se admite que intentamos comunicarnos algo por medio del reconocimiento de mi intención de comunicar ese algo. Sin embargo, el principal defecto de la propuesta de Grice, según Searle, es que no explica que el significado de las expresiones es un asunto de reglas o convenciones. En último extremo, hay dos elementos que permiten explicar lo que el hablante quiere decir con lo que profiere; por un lado, lo que el hablante quiere decir se explica apelando a la intención del hablante de provocar una creencia en el interlocutor, por medio del reconocimiento que este hace de la intención de aquel; y, por otro, se supone la racionalidad de los hablantes, en la medida en que estos hacen lo que pueden para que sus interlocutores reconozcan la intención que determina el significado del hablante. La racionalidad de la conducta verbal de los hablantes se convierte en estas propuestas, como también lo es en la de Davidson, en un supuesto básico de la posibilidad de la comunicación. Aceptamos lo que otros nos dicen, adquirimos ciertas creencias, a partir de las palabras de los interlocutores, puesto que es racional hacerlo así. De hecho, la mayoría de la información se obtiene en el intercambio verbal.

BIBL.: ACERO FERNÁNDEZ J. J., Filosofía y análisis del lenguaje, Cincel, Madrid 1985; AUSTIN J., Palabras y acciones, Paidós, Buenos Aires 1971; DAVIDSON D., Verdad y significado, en VALDÉS L. M. (ed.), La búsqueda del significado, Tecnos, Madrid 1991, 314-335; FREGE G., Conceptografía, UNAM, México 1972; GRICE H. P., Significado, UNAM, México 1977; HIERRO S.-PESCADOR J., Principios (le Filosofía del Lenguaje, Alianza, Madrid 1986; LAFONT C., La razón como lenguaje, Visor, Madrid 1993; QUINE W., Palabra y objeto, Ariel, Barcelona 1960; SEARLE J., Actos de habla. Ensayo de filosofía del lenguaje, Cátedra, Madrid 1980; WITTGENSTEIN L., Tractatus Logico-Philo.sophicus, Alianza, Madrid 1973; ID, Investigaciones Filosóficas, Grijalbo, Barcelona 1988.

E. Romero González