FILOSOFÍA
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La etimológica ática del término
filosofía, aproxima a dos conceptos: el derivado del verbo filéo (filía) —amor o querer con afecto entrañable—, y el anejo a sofía —habilidad, agudeza o destreza— que se va precisando como sabiduría general, capaz de conjuntar los diversos saberes y habilidades, unificándolos todos en favor de aquello que se considera objetivo fundamental de una actividad o fin esencial de la propia vida. Así aparece en Platón1, en la Metafísica y en la Ética a Nicómaco de Aristóteles, en donde la /sabiduría lleva aneja la previsión de los fines. Siguiendo tales motivaciones, la filosofía, como amor a la sabiduría, se constituyó y trasmitió como un saber teórico-práctico dirigido a alcanzar aquellos fines considerados últimos o supremos por cada filósofo. La propia expresión del lenguaje usual tomar las cosas con filosofía expresa la amplitud de miras a partir de la cual deben ser juzgadas las cosas, ya que su sentido no es el mismo si se las repone en una perspectiva de totalidad. Kant compendia esta tradición definiendo la filosofía como «la ciencia de los últimos fines de la razón humana»2.

Este significado general introduce varios corolarios: a) La filosofía, en ninguna de sus formulaciones históricas fue ajena al tiempo y a la experiencia de su autor. b) La amplitud y diversidad de la experiencia humana es la que ha ido impulsando la heterogeneidad y originalidad de las diversas filosofías. c) Cada filosofía se configuró específicamente como actividad reflexiva dirigida a la experiencia vivida, legítima o alienada, para reconsiderar su sentido a partir del fin previsto como supremo o último. Ella es, por tanto, mediación intelectual entre vivencias experimentadas y fines propuestos o previstos.

La experiencia sometida a la reflexión no ha sido sólo la sensible sino, por mucha que sea su amplitud, todo cuanto se hace presente, de algún modo, en la inteligencia, el sentimiento o la conciencia: experiencia ontológica, axiológica, social, del lenguaje, de la comunicación, de la afectividad, etc. A su vez, el fin o los fines no han sido homogéneos para las filosofías: la posesión de Dios, la vida intelectual buena, feliz, apacible y serena en y con los demás, el dominio de la naturaleza, el placer, el afán de poder, la creación estética, etc. Por eso, para comprender la filosofía, no es suficiente atender a la diversidad de experiencias, sino también a la pluralidad de fines. La reflexión, interpuesta entre diversidad de experiencias y fines, tiene en las filosofías el propósito común de hacer al hombre consciente de su situación y de su responsabilidad ante ella, para mantener su autonomía frente al mundo de sus experiencias. La filosofía se hace así equivalente a la salvaguarda de la libertad3. La experiencia se reduce a vivencia impersonal y, por tanto, irresponsable si no es reflexionada. Lo que supone, no su aceptación, sino el enfrentamiento con ella, sea para superarla o rectificarla, sea para asumirla razonadamente, esto es, libremente. Desde un punto de vista puramente racional, la libertad es el fin unificador de todos los demás fines y el que, por encima de formulaciones heterogéneas, confiere sentido a la historia de la filosofía como proceso intelectual indisociable de la vida del hombre, si es que él debe ser sujeto de su propia historicidad.

La primera conclusión de esta aproximación, es que la filosofía ha sido siempre un saber o investigación sobre las causas. La reflexión supone, en efecto, el conocimiento de las razones y causas de cuanto aparece o acontece. Y así es, tanto en las versiones más metafísicas como en las más antimetafísicas de la filosofía. En sentido metafísico, conocer las causas (eficientes, materiales, formales, finales, ejemplares) equivale a identificar lo que realmente las cosas son (sustancia, naturaleza), por encima y más allá de lo que parecen. En las formulaciones más antimetafísicas, sólo una investigación sobre las causas podrá aventurar la no sustancialidad o no naturalidad de los seres, su ausencia de fines propios..., para concluir que el ser se reduce al aparecer o la naturaleza a la historia. La segunda conclusión es que la filosofía fue siempre una investigación sobre el /ser, entendiendo por tal aquella realidad primera y fundamental, a partir de la cual y por la cual las cosas adquieren entidad y sentido. En las filosofías naturalistas o inmanentistas, el ser puede reducirse a una realidad natural (naturaleza, materia, energía, etc.); en aquellas que aceptan modos de ser esencialmente diferenciados, el ser se hace equivalente a Dios o a una realidad análoga a la divina (Bien, Uno, /Absoluto). Pueden las filosofías concluir que él es trascendente o inmanente al mundo, que es o no cognoscible, pero toda filosofía, incluso para negarlo, está vertebrada por la pregunta por el ser. Heidegger sería un ejemplo en el que la pregunta queda sin contestar; Sartre concluiría que el ser es reductible a la conciencia; santo Tomás, en coherencia con la fe, sitúa en Dios el origen y fundamento de toda entidad y sentido, sin que esto suponga que Dios sea concebible bajo el concepto de ser; Schopenhauer asimila el ser con la voluntad-energía y Marx con la materia; Platón hace del Bien la razón suficiente de los entes y de su verdad; Aristóteles, reconociendo sus múltiples significados, convierte a la sustancia (sensible-suprasensible) en el ser primero y fundamental. Ortega invocará la vida como realidad radical. Siendo heterogéneas las respuestas, las filosofías convergen, sin embargo, en la cuestión del ser, y cada una se organiza en torno a la concepción que de él formula.

I. LA DIVERSIDAD DE EXPERIENCIAS.

Lo que ha sido y es la filosofía aparece poco comprensible sin una aproximación a las experiencias que la motivaron. La experiencia fundamental a partir de la que el griego vivía y pensaba, era la de reconocerse perteneciente a la Physis o /Naturaleza, realidad originaria de los seres y razón de su evolución y permanencia. La filosofía, en consecuencia, nace como investigación sobre la naturaleza (presocráticos). A ella se añadirá la experiencia del hombre como ser que debe convivir y compartir, no sólo la ciudad, sino la virtud, la verdad y el lenguaje, que va a dar paso a la investigación socrático-platónica. Por eso, en Platón la filosofía se configura como saber preocupado por realidades objetivas e indudables, que puedan servir de referencia a lo justo y a lo injusto, a lo verdadero y a lo falso; y, frente al convencionalismo sofístico, sean el fundamento de los convencimientos morales, de las significaciones lingüísticas y de las vivencias sociopolíticas. Ese es, a pesar de su evolución, el objetivo del primero al último de sus Diálogos. A tal preocupación añadirá Aristóteles la de conocer las causas y principios de los seres, en cuanto a su origen, constitución y finalidad. De ahí que su filosofía, en particular su Metafísica, se inicie como investigación sobre las causas4 y pase a ser tratado de la substancia sensible5, para concluir en la exigencia de una realidad divina, si bien natural, causa y sustancia última, razón eterna del tiempo y del movimiento6. La filosofía llamada helenística, a partir del siglo IV a.C., será, de hecho, una reflexión sobre la experiencia moral inmediata, esto es, sobre las formas y normas de vida. El Estoicismo, unificando teoría y práctica, se orienta al ejercicio moral virtuoso, concluyendo en el abstine, sustine como ideal de toda vida. A su vez, para el Epicureísmo, la filosofía debe ser el tetrafármaco que cure al hombre de los cuatro males de la vida: el temor a los dioses, a la muerte, al fracaso en la vía del bien y a los males y peligros (Carta a Meneceo).

Frente a la experiencia griega de la Physis, el /Cristianismo, como un hecho más de la cultura primera de nuestra era, introduce la posibilidad de la creencia en un Dios, ser trascendente, creador, amoroso y redentor del hombre. Sin rebajar en nada la certeza de la fe, la filosofía medieval, precisamente porque la fe era una experiencia común y vivida individual y colectivamente, se va a empeñar en hacerla razonablemente aceptable, sin que esto suponga su racionalización. A tal propósito van a concurrir todas las filosofías llamadas cristianas. Y puesto que no hay filosofía sin presupuestos, con igual legitimidad que otros aceptan los de la physis, conciencia, materia, etc., los filósofos cristianos razonan a partir de los presupuestos de la fe. El mundo cambia con ello de sentido respecto a la filosofía griega, puesto que ahora el ser es Dios. Se instaura así una metafísica creacionista amorosa, una antropología de la filiación divina, una sociología basada en la comunidad de seres idénticos y una visión del mundo radicalmente temporal, según la cual la historia es irrepetible. En fin, una nueva concepción de la vida-muerte en cuanto que, para los filósofos cristianos, estas son ante Dios. San Agustín, san Anselmo, san Buenaventura, santo Tomás, marcan los hitos de una auténtica reflexión o preocupación por pensar la fe para hacer coherente su aceptación, no sólo en virtud del magisterio revelado, sino por la fuerza de las razones, propiciando así su libre profesión. Presupuestos y motivaciones que van a permanecer en filosofías tan notables como las de Descartes, Leibniz, Kant, entre otros muchos, y servirán de trasfondo a las de Hegel o Heidegger, e incluso a algunas lejanas a la fe, como la de Bergson, o contrarias a ella como las de Marx o Sartre.

Con la aparición y extensión de crecientes conocimientos científicos y el desarrollo de las nuevas políticas, la filosofía se diversificará profundamente a partir del Renacimiento. Por una parte, la formulación matemática de las leyes científicas elevará a primer plano los problemas del método y de los límites del conocimiento, como sucede en Galileo, Descartes, Leibniz, Locke y Hume, para culminar en la preocupación de Kant por identificar el fundamento mismo de la universalidad y necesidad de las leyes científicas (Crítica de la razón pura), con la consiguiente invalidación de todo conocimiento no circunscrito por la intuición sensible. La experiencia científica es, ahora, el principio mismo del filosofar, lo que se prolongará en las epistemologías y filosofías de la /ciencia, hasta nuestros días. Por otra parte, las nuevas y modernas vivencias políticas, traen a primer plano los problemas de la vida moral, de la sociedad, del orden civil, de la ley y del poder político, etc., que motivarán a Hobbes, Vico, Suárez, Vitoria, Locke, Kant (Crítica de la razón práctica), iniciando así una filosofía plural y orientando la reflexión hacia los ámbitos de la moral, de la sociedad y de la historia. Asuntos que se continúan en las filosofías de la /Ilustración (Rousseau, Voltaire, Montesquieu), en Hegel y en el Idealismo de Fichte y Schelling, a lo que se añade la experiencia económica de la nueva sociedad del XIX, tan influyente en Marx. A parir de Kant y del Idealismo, la subjetividad y sus categorías, conscientes e inconscientes, atrae la reflexión de las filosofías del siglo XX; como muestra, la más significativa de ellas, la /fenomenología de Husserl. De este modo, el hombre, como sujeto de conocimiento, de sentimiento, de acción, de vida, lenguaje e historia, será el lugar de convergencia de todas las filosofías. Los problemas inherentes a la experiencia del cuerpo influirán en los existencialismos y en las filosofías actuales, en general muy motivadas, además, por la sugerencia ontológica de Heidegger, para quien el hombre debe ser entendido como Dasein, esto es, como ser-en-el-mundo (Ser y tiempo).

II. DIVERSIDAD DE EXPERIENCIAS Y UNIDAD DE INTENCIÓN.

A pesar de su heterogeneidad, la filosofía es comprensible en unidad en cuanto que ella supone la reducción de las experiencias a la unidad de un fin: salvaguardar la libertad y la autonomía del hombre, sea cual fuere el mundo que le toque vivir. En consecuencia, la filosofía reinicia y reinventa los problemas en paralelo con la historicidad misma del ser humano. Los asuntos, para el filósofo, son siempre nuevos, porque la libertad solicita atestiguarse en cada una de las obras. De aquí se siguen dos importantes consecuencias.

1. La filosofía no puede ser interpretada como un compendio de saber histórico, filológico o conceptual, que remite a una determinada visión del mundo, de la historia, de la sociedad, etc. Su especificidad radica, no en el contenido que trasmite, sino en la apertura a formas de experiencia posibles que, sean o no análogas a las nuestras, abren a un horizonte del mundo más amplio que el circunscrito por nuestra propia perspectiva. Cada filosofía abre al mundo de lo posible, tanto por la experiencia que aborda como por el modo de reflexionarla. Por esta razón no hay filosofías más antiguas o más modernas, puesto que todas son solicitaciones igualmente válidas para replantear el sentido de nuestras propias experiencias: la del ser, la de la libertad, de la sociedad, de la moral, de la vida cotidiana, etc. Por eso puede decirse que todas las filosofías están en la verdad, en cuanto que cada una es necesaria en el proceso de búsqueda de la verdad, al que no puede ser ajeno ningún agente responsable. Se trata de volver a ellas, no por la memoria-conservación, sino por la memoria-afrontamiento, dirigida a la plenitud de sentido que los textos retienen. En consecuencia, la historia de la filosofía, con Hegel, debe entenderse como el desarrollo mismo de la filosofía, que no nos desplaza a otros mundos, sino que se ofrece para que reflexionemos mejor el nuestro (Lecciones sobre la historia de la filosofía).

2. Si la filosofía es actividad reflexiva dirigida a nuestra propia experiencia, ello quiere decir que todo filosofar debe ser actual y personal, sin que esto suponga confinarse en ningún subjetivismo. Será la reflexión sobre los problemas actuales la que confiera sentido a las filosofías del pasado y hará razonablemente necesario el recurso a sus modos de ver las cosas. La actividad reflexiva sobre la actualidad es la contrapartida y la condición de la comprensión de la filosofía misma. Para quien no se plantea ningún problema, las filosofías resultarán absolutamente incomprensibles. No hay alternativa entre tradición y actualidad: la filosofía de hoy sería ciega sin la pasada y esta quedaría vacía de sentido sin la reflexión actual. De ahí la insoslayable urgencia de una ininterrumpida /hermenéutica de la tradición y de los textos, a partir de nuestro propio horizonte del mundo (Gadamer, Ricoeur).

III. SIGNIFICADO ACTUAL DE LA FILOSOFÍA.

Si nuestra experiencia actual es más compleja y extensa que la del pasado, por eso mismo la filosofía estará más urgida a reflexionarla, en la medida en que al hombre se le hace más difícil salvaguardar su identidad. La filosofía aparece en nuestros días como condición necesaria para la subsistencia de la subjetividad, entendida como la capacidad del hombre para reconocerse autor de sus actos, de sí y de su /mundo. La complejidad de nuestra experiencia se va desarrollando como una incesante pérdida de dominio del hombre sobre sus propias obras. Heidegger7 denunció ya esta situación respecto a la técnica, pero el mismo proceso de despersonalización emana de la política y del ámbito económico, como ya había previsto M. Weber8, y recuerdan hoy D. Bell o el propio Habermas9. La llamada sociedad de consumo genera un ámbito de usos cotidianos, deterministas y despersonalizadores, en cuyo anonimato el hombre de hoy vive irreflexivamente. La obra de M. Foucault es un certero diagnóstico: en la actualidad, el hombre debe reconocerse más como sometido o sujetado que como sujeto10. Esta situación reclama, con más urgencia y amplitud, la reflexión, como exigencia individual y como exigencia social. Hoy nuestras comunidades e instituciones se sienten insatisfechas con los logros de las democracias formales y con los resultados derivados de los ideales capitalistas (Habermas). Por eso aspiran, no sin contradicción entre individualismo y cosmopolitismo, a ideales de vida más morales y humanísticos, difícilmente previsibles y asequibles sin un saber de fines. La filosofía, como actitud y actividad reflexiva, aparece así como una condición para que las sociedades actuales puedan hacer frente, tanto a la crispación individualista como a la anónima irracionalidad provocada por la creciente tecnificación de todas las esferas de la vida. La filosofía deberá ser, no moralismo, pero sí ética o movimiento de apropiación del hombre por sí mismo, frente a cualquier otro ideal que no sea el de la subjetividad.

IV. LA FILOSOFÍA Y OTRAS FORMAS DE SABER.

La indisociable vinculación reflexión-subjetividad diferencia el saber filosófico de cualquier otra forma de conocimiento.

1. En primer lugar, filosofía y /ciencia se distancian por razones esenciales. Es indudable que toda ciencia tiene que ver con el hombre. Los objetos y los métodos de las ciencias son hoy muy heterogéneos, pero tienen en común la exclusión de la subjetividad de su propio determinismo investigador. El saber científico, considerado en sí mismo, impulsado por su propia lógica, es neutral, cuando no ajeno, a las repercusiones subjetivas y a las consecuencias antropológicas de sus propios objetivos. En cuanto forma de conocimiento, la ciencia es autónoma, impersonal e irresponsable, encaminada a un desarrollo imprevisible, en sí mismo desprovisto de fines, aunque científicos y no científicos soliciten la responsabilidad y la atención también a los fines. Pero, por su naturaleza, el saber científico se encamina a desarrollar más el poder que el deber del hombre. No son, pues, sólo cuestiones de método o diferencias de objeto las que distinguen filosofía y ciencia, sino algo tan profundo como los fines y la lógica misma en la que cada una se inspira: la filosofía, en una lógica orientada hacia la libertad asociada a los fines del hombre como ser-en-elmundo o como ser-trascendente-almundo11; las ciencias, en la lógica unívoca del /determinismo investigador encaminado a conocer y dominar la naturaleza. A pesar de esto, la filosofía y la ciencia actuales están obligadas a no perder de vista las paradojas derivadas de todo saber no atento a las prospectivas antropológicas.

2. La filosofía no es asimilable a lo que hoy entendemos por /ideología. Esta puede ser definida como constructo teórico coherente, encaminado a la práctica, que se presenta como saber o verdad única y excluyente. La ideología no se dirige, pues, al entendimiento, sino a la voluntad, con la intención de movilizar actitudes y justificar prácticas. Su objeto no es la reflexión, sino la solicitud de aceptación, en virtud de principios de autoridad, practicidad, utilidad, conveniencia, etc. La filosofía, por el contrario, se dirige al entendimiento para obtener el convencimiento razonado a partir de la reflexión personalizada. No solicita, pues, la adhesión, sino la actitud crítica para que toda conclusión o decisión lo sean en virtud de la libertad informada. De este modo, las filosofías pierden su condición de tales en la medida en que se movilizan en favor de otro fin (interés, idea o ideal) que no sea el del juicio y la acción libres. La historia de la filosofía no es, pues, la historia de las ideologías, si bien cualquier filosofía puede ser reducida a ideología. Tampoco coincide con la historia de las ideas, saber neutro cuyo objeto se fija en aproximar al ámbito intelectual de este o aquel momento histórico. La historia de la filosofía se encamina, no a conocer las ideas de otro tiempo, sino a interpretarlas para comprender mejor el nuestro.

3. Desde una aproximación puramente antropológica, la experiencia religiosa es una de las más profundas y permanentes. No puede, por eso, dejar de ser reflexionada, tanto en sí misma cuanto en su objetivación como saber teológico. La filosofía debe respetar, como en las demás formas de saber, su propia lógica o racionalidad. Por eso nada tiene que decir respecto a las fuentes de autoridad de las religiones, muy especialmente de aquellas epistemológicamente concertadas, como es el caso de la Revelación judeocristiana. La filosofía no puede sino reconocer y respetar la lógica del creyente y, por tanto, los motivos o razones de la /fe. A la filosofía corresponde, sin embargo, la obligación de reflexionar la experiencia religiosa como una de las humanamente más significativas, para solicitar que toda fe sea aceptada libremente y, por tanto, el creyente comprenda los motivos y fines de su creencia. No se trata, pues, de racionalizar la fe, lo que supondría su negación, sino de propiciar su aceptación razonada. En consecuencia, no hay contradicción entre religión y razón, entre teología y filosofía, puesto que ambas son formas de racionalidad diferenciadas, aunque incardinadas en la misma libertad humana. Una, la filosofía, circunscribe su sentido al Dasein o ser-en-el-mundo; la otra lo amplía hasta el horizonte que la fe propone, en cuanto que, para el creyente, el hombre es ser-más-allá-del-mundo.

4. Por último, la filosofía debe ser diferenciada de otras formas de conocimiento vinculadas al sentimiento, a aspiraciones místicas o a motivaciones inconscientes o esotéricas. Hegel primero, y Heidegger después12, insisten en que la filosofía se deriva del modo específico de razonar griego, sin que esto suponga menoscabo para los saberes orientales, místicos, etc. Por su naturaleza reflexiva, la filosofía es crítica y, por tanto, no asimilable a otras formas de saber en las que se disuelva la distancia entre el sujeto de la reflexión y el objeto reflexionado. Evitar la fusión de ambos es condición de toda actitud y saber filosóficos. Esta última precisión nos aproxima a una convicción esencial para precisar el concepto mismo de filosofía: esta tiene sentido sólo en la medida en que al hombre se le otorgue la identidad de persona, tanto en el orden esencial como en el existencial y práctico. Ello supone: reconocer a cada ser humano, dotado de una entidad propia intrasferible, libre y con autonomía para la acción, con capacidad axiológica y de responsabilidad, esencial y existencialmente comunicable con las demás personas, sustancialmente idénticas. Sólo a partir de un ser así, tiene sentido la filosofía como actividad reflexiva, encaminada a propiciar la realización de la libertad.

NOTAS: 1 Eutidemo, 287-293. – 2 Schriften zur Metaphysik und Logik II, Suhrkamp, Frankfurt 1968, 446; Crítica de la razón pura, A 804ss. – 3 SCHELLING F. W. J., La esencia de la libertad humana, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires 1950. – 4 Metafísica, 1-4. - 5ID,VII, VIIIyIX.– 6 ID, X11,7-10.–7 HEIDEGGER M., La pregunta por la técnica, Barcelona 1985. La denuncia de tal situación se ha convertido en lugar común en la actualidad, siguiendo la sugerencia también de Horkheimer, particularmente en su Crítica de la razón instrumental, Sur, Buenos Aires 1969.- 8 La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Península, Barcelona 1973. – 9 Cf BELL D., Las contradicciones culturales del capitalismo, Alianza, Madrid 1977; HABERMAS J., Problemas de legitimación del capitalismo tardío, Amorrortu, Buenos Aires 1975; ID, Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona 1985. – 10 Las palabras y las cosas, Siglo XXI, México 1968. Sus demás obras concluyen con la misma convicción. – 11 La trascendencia entendida, para el creyente, como ser-para-Dios; para el no creyente, como ser-para-otro, ser-con-otro. Entendida también como movimiento de superación de sí por sí mismo y, por tanto, como realización de las posibilidades de la libertad, el entendimiento, el espíritu en general. E. Mounier acepta esas diversas formas de /trascendencia como categorías de la persona. – 12 HEGEL G. W. F., Lecciones sobre la historia de la filosofía 1; cf HEIDEGGER M., ¿Qué es filosofía?

BIBL.: ARISTÓTELES, Metafísica, Gredos, Madrid 1970; DESCARTES R., Reglas para la dirección del espíritu, Alianza, Madrid 1984; HEGEL G. W. E, Lecciones sobre la historia de la filosofía, 3 vols., FCE, México 1955; HEIDEGGER M., El Ser y el Tiempo, FCE, México 1971; ID, ¿Qué es filosofía?, Narcea, Madrid 1978; HEIMSOETH H., Los seis grandes temas de la filosofía occidental, Revista de Occidente, Madrid 1974; KANT 1., Crítica de la razón pura, Alfaguara, Madrid 1978; MACEIRAS M., La filosofía como reflexión hoy, Verbo Divino, Estella 1994; ORTEGA Y GASSET J., Qué es filosofía, Alianza, Madrid 1982; PLATÓN, República, Gredos, Madrid 1988; RtCOEUR P., Historia y verdad, Encuentro, Madrid 1990.

M. Maceiras